Concepción de la Guerra Patriótica Nacional (GPN)
Mi hijo Raúl Pellegrin 4
Miguel me escribió:
Es muy tarde y tengo que mandar estas notas. He reflexionado sobre los asuntos que expongo tratando de ser concreto y riguroso. Algunos ejemplos pueden parecer fuera de contexto. No he sido capaz de omitirlos.
El Frente Patriótico autónomo elaboró su política para enfrentar a la dictadura. En octubre del 88, un plebiscito establecido en la Constitución pinochetista debía dar continuidad al régimen instaurado en 1973. Como respuesta, se planteó la irrupción: “La Guerra Patriótica Nacional” (GPN) o “Enfrentamiento con la dictadura en todos los terrenos”.
Se planificaron varias operaciones de propaganda armada. Los Queñes, Pichipellahuén, La Mora y Aguas Grandes. No existía la pretensión de mantener fuerzas rurales permanentes. Tampoco la capacidad. No conozco las razones de la selección ni tengo suficiente información sobre los preparativos.
Debe haberse planteado misiones a grupos compartimentados que, con diferente pericia, llegaron a la fecha clave del 5 de octubre de 1988. El denominador común es que se acumularon los retrasos. Se hizo más necesaria aun la participación del jefe. Él lo había decidido antes, comprendiendo la necesidad de romper la dicotomía burocrática: dirección-acción.
Compartí en su momento la concepción de la GPN. Me parecía la vía que debía recorrer el pueblo para derrotar un enemigo poderoso. Combatir en todos los terrenos para vencer la perpetuación pinochetista. Los vietnamitas habían señalado el camino. Cuba organizaba la GTP (Guerra de Todo el Pueblo) ante las amenazas de la administración Reagan, que continuaba su cruzada centroamericana. En Chile teníamos un dictador que hoy sabemos intentó hasta el último momento desconocer la victoria del No en el plebiscito y continuó varios años más al mando del ejército hasta asumir como senador vitalicio.
La estrategia de la GPN fue elaborada en el momento en que se producían cambios trascendentales en Chile y el mundo. Significó el paso consecuente de una generación de luchadores que apareció tarde en la lucha contra la dictadura (10 años después de su
instauración a sangre y fuego) y se radicalizó mientras el Partido madre plegaba sus banderas y suspiraba mirando los aires que soplaban en Moscú.
Con los años, la lucidez retrospectiva ha inundado el espacio que deberían ocupar la reflexión y el debate. Nadie se hace cargo del diseño estratégico del Frente autónomo. Como si José Miguel fuera el único responsable de una concepción que murió con él. Una concepción que aparece como una errada apuesta ante una realidad incomprendida. La lucidez retrospectiva se llena de brillantes observaciones que explican que las cosas ocurrieron de la única manera en que podían ocurrir; que desconocen el valor del componente ético en la política; que miden con la vara pragmática del éxito y el fracaso.
Y necesito recurrir a los ejemplos con los que amenacé al comienzo de estas líneas.
El 7 de septiembre de 1986 emboscamos al tirano. El Frente asumió los riesgos inherentes a un gigantesco esfuerzo operativo. Si el numeroso grupo de combatientes hubiera sido detectado en el momento de ocupar posiciones por la seguridad adelantada de Pinochet y hubiera sido exterminado antes de disparar el primer tiro, los expertos en forma unánime, habrían señalado todas las imperfecciones de una conjura de principiantes. Habrían destacado la juventud, inexperiencia, ingenuidad e ineptitud del grupo; su falta de previsión e imperdonable subestimación de los guardianes del todopoderoso dictador. No faltaría la mención a la patética falta de recursos materiales que incluiría detalles contrastados sobre el hacinamiento en la casa de acuartelamiento, el alquiler, devolución y realquiler de automóviles.
En la Segunda Guerra Mundial, hay dos ejemplos clásicos de atentados contra jerarcas nazis. El único exitoso fue un cúmulo de despropósitos. Ocurrió en 1942. Un grupo de la resistencia checa con base en Inglaterra fue lanzado en paracaídas sobre la retaguardia del protectorado de Bohemia. El objetivo era Reinhard Heydrich. Este siniestro personaje se movía sin escolta por Praga en un Mercedes Benz 320 descubierto. Solo le acompañaba el conductor del automóvil.
El día del atentado, fue emboscado rumbo a su despacho. El sargento Gabcik le encañonó con un subfusil Stern que no funcionó. Heydrich sacó su pistola y enfrentó a los atacantes. Otro miembro del comando
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114 lanzó una bomba de mano que sólo dio en el costado del vehículo. El conocido como verdugo de Hitler fue trasladado al hospital, donde se le diagnosticaron heridas menos graves. Finalmente, murió el 4 de junio, una semana después del ataque, a causa de una septicemia aguda. Es el único jerarca nazi ajusticiado durante la guerra. En represalia, Lídice y Lekazy fueron borrados del mapa. Los miembros de comando fueron exterminados.
El otro ejemplo, esta vez fallido, es el intento de asesinato de Hitler el 20 de julio de 1944. Un alto oficial con acceso al Cuartel General colocó una bomba y se retiró. Von Stauffemberg dio por cumplida la misión y se puso en marcha un plan que desenmascaró a los complotados y les costó la vida. El 60º aniversario de este episodio fue conmemorado con honores en Alemania, a pesar de que solo perseguía capitular en mejores condiciones con los aliados occidentales cuando la guerra estaba perdida.
Creo que, en el contexto histórico en que se elaboró, la GPN era una respuesta necesaria a la situación existente. Creo que era un deber del Frente autónomo levantar las banderas de combate ante una maniobra en la que unas fuerzas negociaban a espaldas del pueblo mientras otras esperaban para tomar un camino que en ese momento desconocían.
Hasta aquí, y a pesar de todos los cambios ocurridos, continúo compartiendo las motivaciones que generaron la GPN. Incluso ahora que la palabra patria me parece casi tan detestable como la palabra guerra.
No podría argumentar el porqué la irrupción se llevó a cabo a pesar del resultado del plebiscito. Quizá una negativa a aceptar que el proyecto que se echaba a andar con grandes dificultades probablemente quedaba muerto antes de cristalizar. Quizá esos retrasos e incumplimientos que he insinuado al principio de estas reflexiones. Solo puedo asegurar que yo habría irrumpido, habría intentado operar para ocupar mi lugar en un escenario nuevo y desconcertante. Eso lo comprendo. No entiendo, sin embargo, cómo se informó del éxito de la irrupción después de la muerte de Tamara y Rodrigo y me entristece lo que siguió. A José Miguel lo veo como a Espartaco. Como a Allende, Miguel Enríquez y Víctor Díaz. Derrotados victoriosos.
Víctor Díaz, otro de sus compañeros cuenta:
Ya de vuelta en Chile, fui caminando por un sendero que me llevaría a empuñar las armas en contra de la dictadura. A mediados del 83 conozco a alguna gente que formaba parte de un grupo especial, muy especial que tenía el PC, y me integro a ellos. Es así como en diciembre de ese año pasamos a formar parte del FPMR. El jefe de ese grupo era Ignacio Valenzuela –Javier–, quien fue asesinado el 16 de junio de 1987 en la Operación Albania). No fue fácil ser admitido, pero lo había logrado. Me sentía algo inquieto por no conocer más allá de lo que tenía que conocer, era obvio, pero, mi inquietud era válida, a pesar de que los hermanos con los cuales participaba me inspiraban absoluta confianza.
Javier no se cansaba de hablarnos del comandante; que el comandante vendría a visitarnos; que el comandante estaba muy preocupado por nuestro quehacer; que el comandante aquí y allá. Su admiración por aquel hombre era algo palpable y nos contagiaba. Por lo pronto, nuestro grupo estaba encargado de organizar la Primera Conferencia de Prensa que daría el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Era enero del 84. Se tomaron todas las medidas pertinentes. El lugar, a los pies del Cerro San Cristóbal, era perfecto con varias entradas de autos y un lugar cerrado para poner nuestras banderas.
Lamentablemente, los periodistas no llegaron a los puntos previstos. Pensaron que podía ser una trampa de la CNI. Con el sabor amargo de no haber podido cumplir el objetivo, ya de noche, Javier nos hizo formar y, muy solemnemente, nos dijo que el Comandante igual llegaría. Se reactivaron las medidas de protección y luego de chequear su llegada, volvimos a desplegarnos en la sala de la conferencia.
Todos formados en posición firme recibimos al Comandante, así a secas, sin nombre; solo el Comandante, que fue saludando uno a uno. Javier hacía las presentaciones.
–Comandante, este es Pepe, este es Cristián, este es Mario, este es Daniel. Estiré mi mano, apreté fuerte y me la apretaron igual. mi corazón latía a mil, pensaba a mil, pero no hubo nada que delatara mi alegría interior de saberme, al fin, en buenas manos. Javier nos había hablado de su seguridad, no había dado ni siquiera su chapa
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116 y yo lo tenía enfrente, confundiéndose la mística con la adrenalina; mezcla de respeto y de ilusiones.
Me vino a la memoria su familia, su nombre, el todo y con eso la gran carga que tendría que llevar desde ese día en adelante.
Javier terminó las presentaciones y se apartó con el Comandante José Miguel y nosotros volvimos a lo nuestro para preparar su salida. De pronto, Javier me llama y me dice que el Comandante pidió hablar conmigo; que seguramente es por lo de la casa, ya que como era yo que la había conseguido…
Entré en otra de las piezas de la que en ese momento era mi casa y ahí estaba el Comandante, esperándome. Cuando entré, se acercó y sin mucho protocolo me soltó un: –Qué sorpresa, ¿cuándo entraste? Le conté muy rápido todo lo que me había costado llegar hasta ahí. Sonrió y entendió lo contado. Me dio un medio abrazo y dijo:
–Creo que está de más decir que no nos hemos visto y menos que nos conocemos…
–Pierde cuidado, de esta boca… sólo que Javier va a preguntar…
–No te preocupes, él sabe que quería hablar con el dueño de casa y resultó que eras tú, dos pájaros de un tiro.
Salimos no sin antes desearnos lo mejor. Por mi parte continué con mi quehacer operativo y él con su labor de mando.
Tiempo después tuve otro jefe, Ramiro, el cual trabajaba estrechamente con Rodrigo. Por aquel sabía de su constante preocupación por nosotros. A fines de junio del 84, fui herido en un enfrentamiento y eso trajo algunas repercusiones internas que se hicieron sentir muy rápido. Mi nombre empezó a ser utilizado como un elemento de presión por parte del Partido hacia el Frente. Cuando Ramiro me dio el punto para encontrarme con Rodrigo supe que algo importante se venía encima. Era fines del 84 y el encuentro fue corto y preciso.
¿Como vamos? Sé que ya estás mejor de tu herida, Ramiro me tiene al tanto. La concreta es que tengo dos problemas que resolver y tú eres el más indicado. Te explico; los viejos no dejan de manifestar su preocupación por el hecho de que tú estés en primera línea. Tú sabes que yo eso lo entendí hace mucho y siempre he respetado tu decisión de estar ahí, pero ya se hace insostenible y, por otra parte, necesitamos a alguno de confianza y entrega para iniciar el trabajo de fronteras… y, bueno, otra vez dos pájaros de un tiro.
No me quedó más que sonreír. Caminamos una cuadra hasta que nos cruzamos con el Cabezón Ubilla, que sería quien me explicaría la misión. Al despedirnos, sólo le pedí que no se olvidara de mí.
–No te preocupes: cumple con lo tuyo y veremos.
Me palmoteó la espalda y nos despedimos dándonos la mano. Seguí junto al Cabezón, quien caminó, entregándome fríamente y distante los detalles de mi nueva misión. En un dos por tres había pasado de la sencillez a la arrogancia.
Sé que no me olvidó. Un año y medio después dio el visto bueno para mi reincorporación al interior. Y en primera línea, ya que fui incorporado a uno de los grupos que participarían en la Operación Siglo XX.
El año 87, estando preso en la Penitenciaría, recibí una carta de Rodrigo, en la cual nos manifestaba toda su confianza y la línea a seguir en la nueva prueba que enfrentábamos. La separación del PC no era algo fácil, pero lo asumiríamos, con toda la entrega y claridad con que siempre habíamos asumido nuestras misiones.
Esa fue nuestra respuesta. Siempre, en la práctica, habíamos sido autónomos en cuanto a nuestras decisiones y lo seguiríamos siendo. Creo que nunca vacilamos y tampoco nunca tuve vergüenza en decir que yo era rodriguista por Rodrigo, lo mismo que el Lobo, Ramiro, el pelao Dago y muchos otros que nos quedamos huérfanos un día de fines de octubre de 1988.
Carta de la Comandante nicaragüense Dora María Téllez:
EL Soldadito de Plomo
Managua el 27 de septiembre de 2006
Hace unos pocos años, Lucía Herrera, a quien yo conocía más bien como “Panchita”, llegó a buscarme a mi casa. Me dijo que necesitaba apoyo para enviar a su hija Carla a Chile, a casa de sus abuelos, para estudiar en la universidad, aprovechando las compensaciones que el Estado chileno estaba ofreciendo a los hijos de personas que habían sufrido daños, o habían muerto a causa de la dictadura de Pinochet.
Ella había criado y educado a su hija prácticamente sola, trabajando en lo que podía. Hacía años había salido del Ejército Popular
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118 Sandinista y ahora no dependía de un salario, sino más bien de ingresos inestables.
Benjamín, me dijo, le había recomendado que si algún día necesitaba apoyo, me buscara. Él le había aseverado con total seguridad y ella lo habría recordado casi durante veinte años.
Al final de la conversación, Panchita ofreció enviarme un grupo de fotografías de planos operativos utilizados durante la insurrección en el departamento de León, lo que efectivamente hizo, ocasión que me sirvió para conocer a Carla.
Aquellas fotografías y ese episodio me devolvían de cuerpo entero a Raúl Pellegrin, en su faceta de combatiente revolucionario, de amigo y de padre.
Conocí a Benjamín pocos días después del triunfo revolucionario sandinista de julio de 1979. Yo había quedado como jefa militar de la región nor- occidental del país, luego de haber dirigido ese frente de guerra.
Eran días de optimismo, alegría y confusión. La guardia somocista, derrotada, se había desmoronado y había que construir urgentemente un nuevo ejército, un ejército regular, a partir de nuestras fuerzas guerrilleras.
Difícil tarea, pues hay una gran diferencia entre el combatiente insurreccional, de gran movilidad e iniciativa, con el soldado de una tropa regular, cuya estructura es rígida y vertical.
Además, no es lo mismo la vida en combate que la vida en una unidad militar. Así que necesitábamos apoyo y asistencia técnica para diseñar esas nuevas unidades, entrenar los mandos y a la tropa, precisar sus nuevos destinos y trazar los planes, ahora de defensa, de la región militar.
Un día en la puerta de mi oficina aparecieron dos oficiales chilenos que habían llegado al país como parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Eran miembros de un grupo de jóvenes socialistas chilenos entrenados en las mejores academias militares cubanas, con vista, seguramente, al enfrentamiento armado con la dictadura de Pinochet.
Uno de ellos era de piel clara, baja estatura, poco más joven que yo, que entonces contaba con veintitrés años. Estaba impecablemente uniformado, con porte decididamente militar aunque sin nada que identificara su rango y se tomaba su presentación y trabajo con una gran seriedad.
Desde que lo vi, lo asocié con el soldadito de plomo, un antiguo héroe de los cuentos de mi infancia. Y ese fue el sobrenombre que le puse: Soldadito de plomo. Luego, para abreviarlo, sería solamente El Soldadito. Así le llamaría todo el tiempo. Él soportó el apodo que sabía cariñoso y de respeto.
Cumpliendo con nuestro cometido, recorrimos los departamentos de León y Chinandega, reconociendo el terreno y visitando todas las unidades militares en sus ubicaciones temporales. Así, en esos caminos, fuimos forjando una estrecha y duradera amistad, nos fuimos hermanando.
Durante días conversamos sobre la revolución sandinista, las condiciones que se habían presentado en Nicaragua, las características del movimiento insurreccional, las diferencias con la revolución cubana, la situación de la izquierda latinoamericana, enfrentada entonces a las variadas y crueles dictaduras del continente.
Y también hablábamos de cada quién, de mis experiencias de combate, de su entrenamiento, de sus orígenes, sus padres, su familia, su Chile. Jóvenes, él y quienes formábamos aquel mando de la región, en su mayoría mujeres, también teníamos momentos de recreo y distracción, de compartir celebraciones y alegrías.
Concibió, entonces, un proyecto al que dio vida. Quería entrevistar a quienes habíamos estado al frente de la ofensiva final contra la dictadura en nuestra región.
Durante horas hablamos con él, frente a una grabadora, respondiendo cada pregunta sobre cada detalle de lo que habíamos vivido, desde la vida clandestina, la planeación de la insurrección, los principales combates y los días del triunfo revolucionario. Fue cuando fotografió un juego de planos y mapas, algunos de gran precisión, otros eran simplemente dibujos hechos por los combatientes. Todos habían sido utilizados para la planeación de los combates contra las posiciones del ejército somocista. Estaba convencido de que las lecciones que se podían extraer de toda aquella historia debían contribuir a cambiar el rumbo de la lucha del pueblo chileno, con el que no se mostraba satisfecho, pues parecía que la mera oposición política nacional e internacional contra la dictadura de Pinochet no era suficiente para lograr derrocarla.
Creía que el recurso de la lucha armada se estaba haciendo indispensable para lograr un cambio en la situación de Chile. Quería
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120 documentar todo lo que veía y oía, para discutir con la dirección de su partido.
Un día fue redestinado a la capital y poco tiempo después vino la despedida. Se iba del país. Más adelante recibí noticias suyas.
Había madurado sus ideas, dado la batalla dentro del partido, y finalmente sus convicciones lo habían llevado a trabajar, en conjunto con otros jóvenes como él, en la creación de una opción político-militar frente a la dictadura, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, con el que se comprometería profundamente como líder y combatiente, como solía hacerlo en todos los aspectos de su vida. Un día supe que había pasado por Nicaragua en tránsito hacia Chile. Me había buscado para conversar y yo estaba fuera de la capital. No pude verlo, pero más tarde seguí recibiendo sus cartas, escritas en una letra menuda o a máquina, llenas de la pasión que solamente genera la entrega completa a un ideal de libertad, democracia y justicia social.
Benjamín, como el soldadito de plomo de Hans Christian Andersen, estaba ya viviendo todo tipo de azares y borrascas, enfrentando adversidades con esperanza y decisión, para llegar, finalmente, a fundirse en un indisoluble abrazo con su Chile.
Dora María Téllez, Managua, 2006
Del “Colectivo Audiovisual Rodriguista”
“Rodrigo Caro”, otro joven que conoció a mi hijo a principios de 1984, era el encargado del “Colectivo Audiovisual Rodriguista”. Realizó videos y produjo otros materiales de difusión. Me contó que se lo presentaron como el mando superior que estaba estructurando equipos de trabajo y que le interesaba organizar un grupo de propaganda.
Se encontraron en El Faro, un local comercial de Providencia. Alejandro andaba con una bolsa plástica de compras, con cajas de detergente y de puré de papas.
Le pidió que se consiguiera un lugar seguro y a la semana siguiente se encontraron en casa de “la Rucia”.
“Hay que estar siempre dispuestos a que no nos detengan”, le dijo, “por eso hay que andar armado”.
Por eso, me contó su compañero, andaban con pistolas embutidas en cajas, dentro de esas bolsas plásticas. Que Alejandro siempre estaba preocupado de los detalles de seguridad, tanto de la apariencia física como de que no los fueran a aprehender.
Se encontraban a dos o tres cuadras de la casa y entraban juntos. Como al mes le dijo que llegaran separados. Se dio cuenta de que ya se había hecho amigo de la familia y que se presentaba solo. Como a los tres meses, su amiga “la Rucia” le contó que estaba saliendo con Alejandro, que iban a arrendar una casa juntos y que él no debía contárselo a nadie.
Yo –dice Rodrigo Caro– , entre feliz y que me sentía culpable porque le había presentado a esta mujer y se había enamorado.
Me cuenta que dejaron de juntarse en ese lugar, que pasó a ser parte de la vida privada de mi hijo. Se siguieron viendo pero menos, y para su cumpleaños se juntaban los tres. Si él no podía ir, le mandaba una botella de vino.
Conocí a esta joven. Una historiadora muy inteligente y bonita. Me contó que vivieron un año juntos y que problemas de seguridad los obligaron a separarse.
Cada uno estaba con sus respectivas estructuras, con sus tareas. Cuando tenía una de esas tareas especiales, delicadas, llamaba a Rodrigo Caro y a Ignacio Valenzuela. Se sentían muy orgullosos de ser de su grupo de confianza desde que llegó a Chile. En cierta forma armaron el equipo local, eran el equipo “chileno” antes que llegaran los oficiales desde Cuba.
Muchas veces se juntaron en heladerías o pastelerías. “Comíamos muchos helados. A mí me gustan también. Otras veces nos juntábamos en mi casa y pedíamos dos pizzas gigantes”, señaló.
Existió una relación de amistad entre ellos. Le contaba del difícil trabajo, de las dificultades con el Partido, las diferencias con la gente. Todo lo cuesta arriba que significaba la enorme estructura que llegó a ser el Frente. Siempre se siguieron viendo. Estaban muy preocupados de las comunicaciones, de usar la tecnología, los medio audiovisuales. Desde el primer momento Alejandro quiso hacer filmaciones para dar a conocer las propuestas del Frente.
Hicieron videos de los primeros apagones. Fueron a dejarlos a las agencias noticiosas, a France Press, a efe a Interpress y a ansa.
A la primera conferencia de prensa que organizaron no llegó ningún periodista. Se asustaron creyendo que era una trampa de la dictadura.
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122 Fueron con Ignacio Valenzuela a la casa de un periodista italiano. Pensaba que eran de la dina (aparato represivo del régimen militar), por lo que les costó mucho convencerlo. Él no les creía.
En ese tiempo, para las conferencias de prensa no tenían nada. Ni bandera, ni himno, ni chofer, ni lugar, ni escenario. Tenían que hacer de todo con un equipo muy chiquito. Entre ellos estaba “la Negra”, que les ayudaba mucho.
Alejandro estaba involucrado directamente. Lo mismo colgaba cortinas que preparaba sándwiches, y se preocupaba de los invitados.
Sobre la primera conferencia de prensa hicieron el primer video. Luego filmaron muchos. Los veían y Alejandro, muy meticuloso, se preocupaba en especial del mensaje que quería enviar, de la imagen y decía cuál música le pusieran. A veces los Inti Illimani, los Quilapayún25. Estuvieron noches enteras editando videos. Además conseguían casas editoras que colaboraban con ellos.
En sus primeras conferencias de prensa, un periodista, asombrado de la blancura de sus manos, le preguntó: “¿Cómo puede ser que su piel no demuestre trabajo, esté intacta,… de qué estrato social es usted que tiene los ojos azules?”. De ahí en adelante, en esas ocasiones, se preocupó de usar anteojos y guantes o cruzar los brazos y colocar sus manos debajo.
Rodrigo Caro recuerda la primera acción en la línea férrea cerca de Curico, que dirigió Cecilia Magni. La entrevistaron y con ese material armaron un video.
En 1984, Alejandro llamó a Rodrigo diciendo que le tenía una tarea. Se juntaron en una heladería. Allí le pidió que organizara el trabajo exterior del Frente a nivel internacional. Me cuenta que estuvo un año en Europa en contacto con los partidos de la izquierda europea y organizaciones de todo tipo.
Dijo:
A muchos chilenos les daba pánico lo que se estaba haciendo en Chile. No entendían otras formas de lucha ni que estábamos enfrentando directamente a los aparatos represivos de la dictadura.
Rodrigo Caro y mi hijo dejaron de verse hasta 1987, fecha en que ya percibían la ruptura con el pc. Él e Ignacio Valenzuela reaccionaron nucleándose en torno a la figura del jefe, renunciaron al Partido
25 Destacados conjuntos musicales chilenos de canciones de contenido social que respaldaban el gobierno de la Unidad Popular.
Comunista, planteando que la línea del Frente no era sólo una tarea, sino era la línea correcta.
La Dirección del Frente Patriótico Manuel Rodríguez siguió en forma autónoma y volvieron a encontrarse. Hicieron unos videos para la televisión extranjera y grabaron material audiovisual.
Rodrigo Caro volvió a retomar el trabajo exterior en 1987. Esta vez fue clandestinamente a Argentina y luego a Cuba. Se encontró con Alejandro en La Habana, donde ambos estuvieron felices de compartir y conversar. Recuerda que siempre le preguntaba: “¿Qué te parece este país? ¿Qué te parece la experiencia cubana?”
Fue en esa época que se hizo una reunión, en una casa en Miramar, con todos los oficiales, y él planteó la política del rediseño. Consistía en que cada uno debía replantearse como ser humano, superarse y sacar lo mejor de cada uno, política, ideológica y humanamente. Iniciaban una etapa de superación personal. Fueron bastante sorpresivas las propuestas, ya que descartaban muchos dogmas clásicos desde los cuales habían sido formados. Debían ser de una moral intachable y ejemplo en todas partes.
La última vez que se vieron, en enero de 1988, conversaron en confianza. Muy emotivamente hicieron un balance de la situación. Y Alejandro le propuso que volviera a Chile.
Lo último que conversaron fue: “¿Cuándo vamos a hacer la película sobre el Frente?”.
Amores que le conocí
Cuando Raúl tenía como seis años, su edad ósea no coincidía con la edad cronológica. Le recetaron hormonas. Nosotros, padres aprensivos, asociábamos a eso el hecho de que hasta los veinte años no le conocimos pololas ni sabíamos si le gustaba alguna niña.
Cuando regresamos a Chile, supimos que ya a los 12 años tuvo su primer amor. La visitó en forma clandestina el año 1987.
Ella nos cuenta:
Me dijo que esa visita era para mí, que no le dijera a nadie que lo había visto, tampoco a Luis mi primo, su mejor amigo en el pasado y nuestro mensajero de los papelitos que nos intercambiábamos en la niñez. El primero de estos fue el que escribimos una tarde en
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124 el colegio cuando faltó la profesora y quedamos solos y aburridos. Como estábamos los compañeros de curso, alguien propuso que cada uno de nosotros pusiera por escrito en un papel el nombre de quien le gustaba. Él puso el mío y yo puse Raúl, porque ese era su nombre, ni Alejandro, ni Rodrigo, ni José Miguel, como lo llamarían después.
Ese nombre decoró por años mi casa y la muralla que daba al jardín.
Dibujaba corazones que decían Paul, por Paul Mc Cartney, pero a partir de entonces inventé ponerle un palito a la P con lo cual Paul pasó a ser Raúl. Después del primer mensaje nos vimos forzados a inventar un código especial, con letras cambiadas, ya que un profesor había descubierto nuestros mensajes plenos de confidencias y coqueteo infantil.
En el exilio, en Frankfurt y en Cuba, Alejandro tenía muchas amigas. Salían de viaje en un bus a actuar en distintas ciudades alemanas con el Conjunto Víctor Jara. Lo veíamos sonriente y coqueto con la niña que era su pareja de baile. Pero nunca supimos si pololearon.
En cambio, cuando llevábamos unos pocos meses en La Habana, subió hasta nuestra casa una joven que se nos presentó:
“Soy Ema, la polola de Alejandro”.
“Gran impacto Gran” para sus padres aprensivos. Nos tranquilizó y alegró mucho saberlo.
Después tuvo un romance con una vecina mayor que él.
Bermar era una preciosa mulata casada y con hijos que vivía dos pisos más abajo que nosotros.
Era dentista. Creo que todo comenzó hablando sobre sus profesiones.
Alejandro le pidió que le tratara unas muelas que le dolían.
Ella le respondió:
“Ve al consultorio y te las saco de una sola vez”.
“¿Por qué haces eso si las muelas se pueden arreglar?”. Y Alejandro explicó:
“Cuando hay una instalación, camino o puente con problemas, yo uso mis conocimientos en arreglarlos. ¿Por qué tú no puedes hacer lo mismo con mis muelas?”
“¡Ah, no! –contestó Bermar– “yo solo soy especialista en sacar muelas”…
Así empezó esa amistad que fue profundizándose. Sobre todo cuando al marido, que era un negro de más de dos metros, le ordenaron ir a pelear a Angola.
En esos meses me extrañaba mucho ver a mi hijo desde que se bajaba de la guagua (microbús) a las seis de la tarde y llegaba al acceso del edificio donde vivíamos y en vez de subir a nuestro departamento en el 5º piso, se quedaba en el 3º, donde vivía ella. A nuestra casa entraba como a las tres de la mañana.
Yo no terminaba de convencerme de lo evidente. Durante unos meses siguieron los aterrizajes en el piso tres. Fue hasta un día, en que volvía de la beca, que se escuchó la voz de Bermar que le gritaba desde el balcón:
“¡Alejandro, Alejandro, mira qué bueno!: Llegó Pipo! ¡Llegó Pipo!”.
Fue el broche final de una “pasión internacionalista”.
En 1988 nos enteramos, cuando ya habían muerto, que Raúl y Cecilia Magni fueron pareja. Entre las cosas que nos entregaron venían cartas de él a Cecilia. Uno de sus compañeros, Enrique Villanueva, me pidió verlas y se las entregué. Hacía tan pocos días que había muerto que yo no me atrevía a leerlas. Era como violar su secreto de amor”.
Cuando se las pedí de vuelta me dijo que las había quemado para cuidar su intimidad. Un acto que aún no entiendo.
Jussi, uno de sus amigos, recuerda sus experiencias del año 1986:
Había transcurrido una década desde que dejé de ver a Raúl. Mientras él viajaba a occidente, yo viajaba al oriente de Europa, ignorando que nos unía una misma actividad. Fueron diez años, que a pesar de que nuestra relación de amistad fue muy estrecha, nunca en todo ese tiempo supe nada de él o de su familia.
Después de varios años esperando mi autorización para ingresar a Chile, viajé en los primeros días de 1986. El famoso y recordado “año decisivo” por los comunistas. El día que arribé, me visitó un par de compañeros del Partido Comunista a los que les manifesté mi disposición para trabajar en las actividades contra la dictadura.
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126 Pocos días después, esperando un encuentro callejero con la intención de amarrar mi militancia a una célula del regional clandestino Cordillera, aparecieron algunos, entre los cuales estaba mi gran amigo Valenzuela Levy… Tiempo después dirigió la emboscada al tirano. Fue asesinado en la Operación Albania, junto a varios de mis conocidos y compañeros de trabajo militante.
Fue así, como desde ese encuentro, comencé a engrosar las filas del FPMR.
Se me entregó una tarea concreta y decidí terminarla a través de un desarrollo sin cometer errores y durante muchos meses funcionó a la perfección. En ese tiempo se acercaba una de las principales jornadas nacionales de protesta y se dio la orden de colaborar con toda la dirección metropolitana, para preparar y organizar, de la mejor manera, lo que el Frente debía hacer.
Fue así como se desarrolló un encuentro clandestino. En un lugar dentro de la capital, al que todos los participantes llegaron encapuchados y tapados por frazadas, en el interior de un vehículo utilitario, que dio muchas vueltas antes de dejarnos en el lugar. Así y todo, mis sensaciones me permitieron identificar o imaginar aproximadamente dónde nos encontrábamos.
Fueron tres días a puertas cerradas, en que no se podía realizar ninguna actividad recreativa, sino solamente la preparación de tareas y recursos del Frente y sus milicias, para apoyar la jornada de protesta del pueblo, en nuestras mejores condiciones de trabajo y lucha.
En ese lugar no conocía a nadie, fuera de Valenzuela Levy, que estaba a cargo. El armamento personal quedó en un sitio de fácil de acceso.
El destacamento se preocupó de nuestra sobrevivencia en el lugar y solo un par de ellos tuvo contacto personal con nosotros. Se había habilitado una habitación de trabajo con pizarra y planos y dos habitaciones para dormir. Nunca había visto camarotes de seis pisos y que debían soportar a varias personas, lo cual fue motivo de muchas risas.
Me di cuenta de inmediato que muchos tenían preparación militar y varios de ellos habían participado en las batallas sandinistas. Así comencé a crear nuevas amistades bajo un calor humano, de gente que estaba dispuesta, al igual que yo, a dar su vida por la libertad de su pueblo.
Ese grupo, cercano a 25 combatientes, jefes de destacamentos de las principales comunas, trabajaban con mucho ahínco e intentaban no dejar nada al azar.
Dormíamos desde la medianoche hasta las 6 de la madrugada y solo permanecían despiertos aquellos a lo que les tacaba guardia. Nadie rompió las reglas y todos intentaron entregar el máximo de habilidades, conocimientos y nuevas experiencias al resto del grupo.
Por su organización, por su forma de actuar, yo me sentía calmado y además seguro de que todas las medidas para nuestra protección estaban tomadas.
Para el último día estaba prevista la participación del comandante José Miguel, encargado nacional de la Dirección del Frente, al cual todos los que allí se encontraban le tenían admiración y respeto. Por mi lado, aunque sabía de su existencia, no tenía asimilado el respeto que los combatientes tenían ante él y la organización.
Después de ser avisado de la visita, comencé a pensar en la organización del Frente, calculando la cantidad de combatientes que debía existir detrás de cada uno de los que me rodeaba y que nosotros solo éramos el aparato dedicado a las operaciones militares.
También estaban todos los que trabajaban en retaguardia, médicos, paramédicos, choferes, enfermeras, gente que prestaba vehículos, casas o departamentos, combatientes que se encargaban de juntar información u otros que hacían de buzones, amigos que te entregaban raciones de comida y tantas cosas más. Y todo lo que me imaginaba era solo en Santiago. Así entendí el respeto existente por quien debía cargar la responsabilidad de toda una organización a nivel nacional, que en esos años preparó el ajusticiamiento del tirano y además distribuía los primeros embarques de la operación de internación de armas en Carrizal.
Durante la reunión sentí un orgullo tremendo, por él y por sus padres, por la lucha que dieron por los derechos que tenemos todos los chilenos. Jamás pensé que detrás de esa personalidad de un jefe de una inmensa organización clandestina y paramilitar, estuviera un viejo amigo y compañero de chiquilladas.
Cecilia Magni.
Sobre la comandante Tamara
José Miguel Varas recuerda en el décimo quinto aniversario de su muerte:
…en Chile, una joven estudiante del colegio Grange, Cecilia Magni, vivía como miles de chilenos y chilenas el proceso de descubrir los horrores de la represión, la tortura y la muerte, ignorados por los sectores acomodados de los que ella formaba parte.
Al ingresar a la Universidad de Chile, en la Escuela de Sociología, tomó conciencia, además, de lo que significaba el nuevo régimen para los estudiantes: trabajo en las horas de descanso y a veces en las de estudio para cubrir los costos de la educación.
En 1976 ingresó a las Juventudes Comunistas y desarrolló, a partir de entonces, una actividad incesantey eficaz contra la dictadura. En su casa se escribió e imprimió “Alondra”, se reprodujo la revista “Araucaria”, se imprimió “El Siglo” clandestino. Días y noches enteros de trabajo.
En 1983 Cecilia ingresó al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, primero como ayudista, luego como combatiente.
Alejandro Pellegrin regresó a Chile aquel mismo año. Participó en la formación del FPMR. Disfrazado, con el pelo teñido negro, permanente y otros cambios en su apariencia, cumplió muchas tareas en el trabajo clandestino y luego en acciones militares y de sabotaje contra el régimen terrorista. Tuvo los nombres de guerra de Rodrigo y José Miguel.
Fue el comandante José Miguel. En algún momento se encontró con Cecilia, luego comandante Tamara. Compartieron sueños y esperanzas, tareas, responsabilidades, sobresaltos, éxitos y reveses. Y amor.
En las alturas de Los Queñes, al interior de San Fernando, los esperaba la muerte violenta. Sus cuerpos fueron encontrados en el río Tinguiririca. La versión oficial, como siempre, ocultó la verdad. Fue un homicidio doble cometido por “desconocidos”.
Los dos jóvenes fueron calificados de “terroristas”. No hubo mayor investigación.
Se trata de evocar a dos jóvenes generosos, cuyas vidas ardieron por la realización de un sueño, que era también el nuestro, el de sus mayores, aunque ellos lo llevaron más lejos y tal vez lo sintieron con mayor urgencia: querían verlo realizado en el curso de su existencia.
Nikos Kazantzakis, el poeta, escribió: “¿Cuál es mi camino? La subida más ardua e interminable. ¿Yo solo he de salvar la tierra entera? ¿Adónde vamos? ¿Alguna vez venceremos? No preguntes:
¡COMBATE!”.
Siento que ese podría ser el lema de Alejandro y de los jóvenes que compartieron su sueño y su ardor.
Después del golpe militar, la familia se asiló en la Embajada de Alemania Federal. Allí nos encontramos. Alejandro debe haber tenido en aquel tiempo unos 14 años. Después de meses en la Embajada, la familia Pellegrin viajó a Alemania. En Frankfurt, Alejandro se dedicó a aprender el idioma. Su aprendizaje fue tan rápido que al mes fue entrevistado, en alemán, en la televisión local. Participó intensamente en las actividades del exilio como integrante del conjunto “Víctor Jara”, bailando cuecas, sirillas y otros bailes autóctonos en actos de solidaridad en las universidades de Heidelberg, Marburg y otras.
En 1976 la familia Pellegrin se trasladó a Cuba. Alejandro tomó, al igual que otros jóvenes chilenos, una decisión trascendental, fruto de su militancia, de su reflexión y sus lecturas.
Estaba convencido, como sus compañeros, de que en Chile como en otros países del continente y del mundo, la pugna por terminar con los regímenes represivos y llevar adelante transformaciones sociales revolucionarias sería una confrontación armada. Asumió entonces el camino que se le ofrecía: seguir la carrera militar y transformarse en un militar profesional al servicio de la revolución.
Esos últimos meses
Simón escribe:
Querida Tita:
Era el verano de 1988. Había recibido la orden de preparar el paso del comandante Rodrigo, tu hijo (para mí, Ricardo). La tarea era garantizar su permanencia en Buenos Aires con seguridad. Muchos
eran los detalles que había que cubrir. Desde tener las condiciones de trabajo con los peluqueros y maquilladores. Esta era una pareja especial. Ambos, grandes compañeros ya fogueados en actividades de correo hacia el interior del país. Muy comprometidos, sensibles. Cuidaron con mucho cariño a Ricardo. Nunca supieron a quien peinaron y trataron, pero le brindaron el mismo cálido recibimiento que a todos los demás compañeros.
Los consejos de “El Abuelo”26 también me fueron muy útiles: Es un hombre detallista, héroe anónimo, como tantos. Sin ellos, sin estos aportes, creo que no hubiéramos realizado tanto con tan poco. Incluso hubo militantes del Partido que por disciplina no lo abandonaron, pero nunca dejaron de apoyar nuestro proceso.
El pequeño departamento de un ambiente (apart hotel) era amoblado. Se pagaba por temporada, no tenía recepción y estaba en un edificio céntrico. Tenía una cocinilla empotrada en un armario donde solo se podía hacer café, calentar comida, hacer sopa. Había una sola cama, donde dormía Rodrigo y yo en otra más chica que sacaba de debajo de la de él.
Era verano y hacía mucho calor, así que usábamos un ventilador y conversábamos hasta tarde: El debate era sobre el rediseño, sobre marxismo, o nuestra preparación política. En el fondo, que debíamos ser Partido, pero de nuevo tipo, una organización integral y no solo un “aparato”. Transformar a los jefes en dirigentes, a los combatientes en militantes revolucionarios integrales.
Yo venía de las estructuras del Partido que se pasaron a la organización. Mi visión era distinta, muy crítica.
Él escuchaba con paciencia. A pesar de ser menor que yo, casi 5 años, actuaba como un hermano mayor.
Una de mis tareas estaba en acompañarlo en cada salida. Previamente había estudiado las cafeterías, pizzerías, restaurantes, negocios de distinto tipo, pero principalmente librerías. Aprovechamos de comprar libros y leerlos, luego había que dejarlos allá. Ricardo compró algunos que se llevó.
También mi tarea era asegurar el jabón, toallas limpias, los cambios de ropa, la lavandería, como dueño de casa. Se reía mucho porque yo le decía que estábamos pasando por pareja. Le causaba risa,
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26 Luchador internacionalista.
132 más un montón de chistes que le contaba, le hacían gracia, se reía mucho, y contar chistes no me es muy difícil.
Coordiné reuniones con compañeros, comimos bifes de chorizo, pastas, esas cosas ricas que se pueden comer en Buenos Aires. Claro, hubo trabajos más complejos, como la documentación, la salida al aeropuerto y el regreso en dirección al interior. Fue una gran prueba de confianza y eso me llena de orgullo. Eran tiempos difíciles y no era fácil confiar, tenía que ser a toda prueba, y logré cumplir esa tarea. Para mí es equivalente a las más grandes operaciones, pues tenía que responder por la vida de Ricardo, que además era la propia existencia de la organización.
Debo confesarle a usted, por ser su madre, que era un hombre humilde, cariñoso, respetuoso, solo un día lo vi enojado. Es un episodio que se lo contaré en otro momento, no quiero manchar este recuerdo con algo que quizás fue premonitorio, y quizás por responsabilidad mía.
Yo desconfiaba de los aduladores, se lo hice saber y lamentablemente la vida nos dio la razón. Pero la estrechez de corazón y de pensamiento no es algo que caracterizara a Ricardo. Le dolió más a él que al reprendido. Ricardo era enérgico pero no era un jefe autoritario.
Fue mucho más adelante que aprendí la diferencia entre un jefe y un líder, el primero es autoritario, el segundo es un maestro, que enseña, dirige y basa su autoridad en su ejemplo, en la palabra con justicia, en el respeto al compañero y la confianza que en él deposita.
Si de mí dependiera, me gustaría que se recuerde a Ricardo con estas características esenciales en tanto líder, dirigente. Su preocupación por el estudio, su respeto a la teoría, su respeto al trabajo. Su esencia como persona y como comunista.
Como él señalaba, el rodriguismo debía de ser el marxismo aplicado a las condiciones de Chile. Creo que su preocupación por el rediseño político interno estaba en esa línea. Un proceso que quedó inconcluso, y es posiblemente una de las causas fundamentales de los sucesos posteriores.
Con amor. Simón.
Raúl, su papá,
dijo en una entrevista
Mi hijo fue brillante en la escuela y desde muy temprana edad manifestó capacidad de liderazgo.
En una oportunidad, en una conversación que tuvimos en Alemania, le sugerí que estudiara ingeniería. “Tú tienes una mente matemática extraordinaria, te sacas notas increíbles con este idioma endemoniado. ¿Por qué no estudias ingeniería?”. Me quedó mirando y respondió algo que nunca he olvidado. “¿Sabes?”, me dijo. “Siento una necesidad interior muy fuerte de trabajar y ayudar a mucha gente y creo que eso habría que hacerlo con mucha seriedad”. Luego de un silencio, dijo que le gustaría ser “ingeniero en almas”.
Después del Golpe debimos salir al exilio y una vez en Alemania Raúl organizó junto a otros jóvenes un grupo folclórico, “Víctor Jara”. No tenía ninguna condición para la música ni el baile, pero sintió que algo tenía que hacer… y se las arreglaba para salir al escenario, a pie descalzo, bailando cuecas y refalosas. Por esa época nos trasladamos a Cuba. Desde mucho antes, durante la época de la Unidad Popular, Raúl formaba parte de las Juventudes Comunistas. Estudió ingeniería en Cuba, especializándose en temas militares. Cuando se sintió preparado y habiéndose dado la posibilidad, se fue a combatir junto al pueblo nicaragüense. Como familia perdimos contacto con él; no supimos nada de su vida hasta mucho tiempo después.
Regresamos a Chile en 1983. Llegamos sabiendo que Raúl Alejandro estaba acá y que formaba parte del destacamento de combatientes nombrados para formar el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Yo tuve oportunidad de conversar con mi hijo durante algunos minutos, en un encuentro casual, pocos días antes de su muerte. Me lo topé en la calle, nos vimos, nos abrazamos y me dijo que tenía dos minutos para conversar, porque debía estar en un lugar a una hora precisa. Esos dos minutos se nos hicieron cortos. Nunca más volví a verlo con vida.
Gracias al ejemplo de mi hijo, he llegado a la conclusión de que uno de los grandes problemas históricos es la conducta humana.
Cuando Raúl planteó el “rediseño” del accionar de la izquierda chilena, enfrentando al entreguismo que se veía venir, propuso
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134 trabajar en lo político y en lo social con espíritu de entrega, transparencia y pureza. Decía que existía una contradicción entre los sueños de la humanidad y sus ejecutores; una contradicción entre la pureza de las ideas y las formas de llevarlas adelante.
Es un problema de la conducta humana, el primer problema que hay que resolver si se quiere cambiar el mundo.
Raúl siempre decía que, como jefe, nunca se debía pedir a los otros hacer lo que uno mismo no estaba dispuesto a hacer… Solo así se puede depurar la conducta humana.
Desde que la vida emergió como un embrión primigenio desde el fondo de los océanos, su evolución se ha dado mediante el mecanismo del ensayo y error. No hay avance sin ensayo…
No hay cambio sin error. En este continuo ensayo, aparecen de vez en cuando hombres como lo fue Bolívar, como lo fue el Che… Y algunos tienen éxito y otros no, pero eso no quita que cada uno deba actuar de acuerdo a su propia responsabilidad.
Cuando tuve oportunidad de ver a mi hijo por dos minutos le pregunté si era feliz. Él me contestó: “Sí, soy feliz, soy un hombre feliz porque estoy haciendo lo que mi conciencia me dice que debo hacer”.
En el documental que filmó Miguel Littin en su visita clandestina, Alejandro respondió lo mismo que cuenta su padre. Fue una entrevista en 1985. En la penumbra se adivina su pelo tieso y sobrecoge escuchar sus palabras precisas y tranquilas.
2007: Aniversario de la emboscada
Después de haber conocido una investigación sobre su muerte y de un encuentro con algunos de sus compañeros en el Cajón del Maipo, soñé con él.
En este encuentro se recordó el atentado que hizo el fpmr a Pinochet veinte años antes. Esa noche lo vi tendido en la urna. Esa que no me pareció real el día de su velorio. Esa noche soñé que era cierto.
Varios compañeros de mi hijo, algunos combatientes, actores de esa acción, y mi familia, quisimos recordar el intento de ajusticiamiento del dictador. Nos propusimos estar en el mismo lugar y a la misma hora en que se realizó.
Por eso y previendo inconvenientes en el Camino al Volcán, ese jueves 7 de septiembre de 2006 nos fuimos desde la mañana rumbo a una casita en El Canelo.
Ella, en su auto, con algunos amigos, y nosotros en otro. Partimos al mismo tiempo para juntarnos en cuarenta y cinco minutos.
Tomamos un camino equivocado, nos enredamos por la comuna de Macul y quién sabe cuáles más, demorando en casi dos horas nuestra llegada.
Fuimos recibidos con burlas y risas, necesarias para alivianar la falta. Después, compartimos un almuerzo bullicioso lleno de cariño y alegría por el reencuentro.
Yo, la madre y abuela de todos esos compañeros de mi hijo, esforzándome por regalonearlos. Era feliz de estar entre ellos recordando esa fecha.
Rodeados por la cordillera, con pinceladas de gris y verde, y el aroma de los espinos y eucaliptos, disfrutamos la tarde. Después de varias horas entre almuerzo, cafecitos y conversación, pero con el tiempo preciso, partimos al lugar en que se emboscó al dictador.
Al llegar, lloviznaba y hacía frío. Me sorprendió que en el sitio casi no hubiera gente. Unos pocos periodistas con sus cámaras y equipos.
Tres personas, entre ellos Fabiola, que participó en el atentado, estaban preparando el escenario.
Un telón con la bandera del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y un micrófono.
De los combatientes de esa acción, solo estaban presentes cuatro. Extrañé a muchos ausentes. Algunos continuaban desterrados o vivían clandestinamente. Los participantes en esa operación estaban impedidos de vivir en Chile veinte años después.
Habían llegado nuestros amigos, el matrimonio Vergara Toledo. Los conocíamos desde que iniciaron la lucha por hacer justicia a sus tres hijos asesinados: Pablo, Rafael y Eduardo. No han dejado un día de luchar.
Aparte de ellos, estaban algunos amigos y familiares. Un radiopatrullas estacionado en una calle lateral.
¿Por qué tan poca gente? ¿Habrán olvidado la fecha?
Para mí era inconcebible y por eso pensé que vendrían atrasados. No es tan fácil llegar a la Cuesta de Achupallas a la hora de salida del trabajo.
Pensaba: “¿llegarán más tarde o será que no valoran la acción?”
Busqué con la mirada, segura de encontrarlos, y no había ningún comunista. Pensé que era extraño. Si en la fecha del atentado, 1986,
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136 eran una sola organización, Partido Comunista y Frente, ellos también querrían estar en ese homenaje.
Tampoco asistió Guillermo Teillier, que durante todos esos años fue máximo jefe de la Comisión Militar del pc.
El acto empezó a las 18:35, la misma hora en que se dio la partida veinte años atrás.
Primero habló Manuel, padre de los hermanos Vergara Toledo, dos de ellos acribillados en la Villa Francia. Con fuerza leyó un texto en que rememoraba la valiente acción. Rindió homenaje a los combatientes y recordó a los que ya no están: Cecilia Magni, Raúl Pellegrin, José Valenzuela Levy, Mauricio Arenas Vejas, Julio Guerra Olivares, Juan Órdenes Narváez.
Luego habló Luisa Toledo. Con su energía de siempre y envuelta en una pañoleta negra que la protegía, me recordaba la obra de Madre Coraje de Brecht. Repudió el dolor que la dictadura infirió a tantos y que marcó para siempre nuestras vidas.
Asesinó a sus tres hijos, al mío y dañó a miles.
Me emocionaron sus palabras. Me alegré de que fuera ella quien las dijera y reviví esos días en que nos abrumaba la preocupación por nuestros hijos.
Mi mente se llenó de recuerdos de la época en que se fundó el mir27. Primos míos participaron. No entendí cómo acaté entonces, disciplinadamente, la exigencia a los militantes del Partido Comunista de mantener distancia con ellos. Toda la desconfianza del mundo en la dirección equivocada. Teníamos un ejército en el que se podía confiar y un grupo ultra que era el caballo de Troya del imperialismo, como sostenían los dirigentes en esa época. ¿Qué había cambiado para que Manuel y Luisa, padres de tres hijos asesinados, símbolos del mir fueran invitados a rendir homenaje a los combatientes?
Casi al final llegó mi nieto, que venía de clases en la universidad. Me alegró verlo y que se interesara. Pero se me estrechó el corazón imaginarlo participando en forma activa. Inundó mi mente el verso de Gabriela Mistral: “Yo no quiero que a mi niña me la vayan a hacer reina”.
27 Movimiento de Izquierda Revolucionaria.
Una conversación especial
Unos meses después de este acto casi familiar, conversé con Guillermo Teillier, secretario general del Partido Comunista y único jefe de mi hijo el Comandante José Miguel.
Me recibió muy afable en el local del Comité Central del Partido Comunista, en Vicuña Mackenna casi al llegar a Plaza Italia. Una hermosa casa de tres pisos, muy pulcra y ordenada en que todos me acogieron con cariño.
Entre la calle y el salón, un amplio zaguán como en las antiguas casonas del barrio. En la sala de acceso, acristalada hacia la calle, cubierta casi por entero con carteles en recuerdo de Gladys Marín, me atendió una recepcionista. Consultó por teléfono mi cita con el presidente del Partido Comunista y me pidió que me sentara. Debía esperar, porque estaba con otros compañeros.
Aproveché de pasar a la pieza del lado, la biblioteca, una estantería sin demasiados libros; otros en unas cajas, abiertas para desempacar, en el suelo. Un mesón y una vitrina con poleras, muchos tazones, lápices, insignias y ceniceros. Todos con el logo del pc. Allí vi el libro Carrizal28 escrito por Teillier, y otros que no sabía que habían sido escritos. Me interesaban para conocer lo que pasó en los años en que Frente y Partido eran la misma cosa.
Después de esperar unos minutos, me hicieron ir al tercer piso. Subí por una escala de peldaños de madera clara, muy limpia, con descansos en abanico entre piso y piso. Me cruzaba con personas que me reconocían y saludaban cariñosamente. Una de ellas recordó que a mi hijo le gustaban las nueces que ella le servía en su casa. Conversamos un momento sobre Rodrigo, como lo nombró, y entré a la sala de espera del tercer piso. La luz del sol de mediodía iluminaba paredes y muebles. Parecían nuevos una mesa de centro, un sofá y dos sillones. Alcancé a sentarme solo un momento. De la oficina salió una pareja de compañeros que yo conocía desde nuestra estadía en La Habana. Nos saludamos y se fueron.
Guillermo Teillier me recibió amablemente. Me dijo que en cualquier parte que nos encontráramos habría sabido que yo era mamá de Raúl Pellegrin.
Con pocas interrupciones, conversamos más de media hora.
28 Referido al desembarco de armamento en la caleta nortina.
Pregunté por su relación personal con mi hijo y acerca de la separación del Partido y el Frente. Dijo que se entendían bastante bien. Existía una estrecha relación con contactos casi diarios. Las propuestas de acciones venían de todas partes: del Frente, del trabajo militar de masas y de equipos creativos dentro del trabajo militar del partido. Andaban pensando en acciones novedosas que sirvieran de propaganda contra la dictadura. De la masa sacábamos la experiencia de lucha. Incluso las protestas las concebimos de una experiencia que se produjo al final de un partido de fútbol Uruguay-Chile. Ganó Chile y la gente salió a las calles masivamente. Veníamos con Gladys entrando a Santiago en plena dictadura y nos encontramos con eso. Vimos cómo el pueblo encendía fogatas en las calles, cantaban, gritaban, detenían autos, los hacían tocar las bocinas, les cobraban peaje o los retenían Así queríamos nosotros que se hicieran las protestas y con ese modelo las organizamos.
Nos despedimos amistosamente, bajé y al pasar por la librería en el primer piso, esperanzada de entender mejor lo que habíamos conversado, compré los dos libros. Salí a la calle y fui pensando que no debería sorprenderme que nuestra visión de los hechos fuera diferente. Recordé que el año 1987, militando en una célula del pc en Ñuñoa, había recibido un informe político increíble: un representante de la Dirección explicaba: “…los que dirigen el Frente Patriótico Manuel Rodríguez son unos borrachines y mujeriegos”.
¿Hablaban de mi hijo? ¿Que esa era la causa de los errores que se cometían?
Llegando a casa, conté a mi familia lo que nos habían informado. Cada uno expresó que, aunque no lo había trasmitido, hacía un tiempo que sentía mucha molestia por informes similares… En ese momento decidimos retirarnos del pc.
Quise relajarme antes de partir y me senté en el Parque Bustamante a reflexionar. Hojeé los libros que había comprado y alcancé a leer la descripción de cómo Raúl Pellegrin, el comandante Rodrigo, había sido seleccionado como jefe. Yo tenía otra versión, y sin mirarlos más, mi mente se llenó de imágenes. De esas que había borrado durante tantos años.
Velatorio y funeral de mi hijo
La primera vez que me llevaron a la Morgue, yo insistía que mi hijo estaba fuera de Chile. Era imposible que fuera él quien se había ahogado en el Río Tinguiririca. Aprendió a nadar desde muy niño y fue campeón de natación infantil en el Estadio Italiano. No iba a cometer la locura de lanzarse a un río torrentoso.
No nos dejaron verlo. Solo nos mostraron una foto, porque, dijeron, aún no podían tomarle las huellas dactilares. Sus manos habían pasado muchas horas sumergidas en el agua.
Yo insistí que no era él, aunque Raúl, su papá, decía lo contrario y la doctora Paz Rojas no lo recordaba. Ella fue la única profesional que quiso acompañarnos. Otros médicos a los que les habíamos pedido su apoyo se negaron, invocando uno y otro impedimento.
Nos dijeron que volviéramos al día siguiente. Ahí fuimos los dos solos y a través de una ventana pude verlo.
Raúl me dijo que pidiera que le descubrieran las manos. Lo hice y por un momento se las destaparon. Tenía heridas las muñecas. No pude soportar ver su sangre, pero no sé cómo no grité.
Con Raulito nos comunicábamos el cariño a través de las manos. Desde que era chico siempre me acarició la cabeza. No pasó por mi mente la idea de que nunca más podría sentirlo.
Ese cadáver, cubierto por una sábana y un vidrio, no era mi Rauli. Él estaba en alguna parte como siempre y no podía ser que estuviera tendido ahí.
Recordé que me molestaba el ruido de los gritos de Raúl que vociferaba: “¡asesinos!” a los guardias. Yo lo hacía callar diciéndole: “¿Quieres que te dejen adentro a ti también?”, como si nuestro hijo estuviera ahí momentáneamente. En realidad, no entendía nada. Me vi saliendo del Instituto Médico Legal sin haber derramado una sola lágrima.
Afuera muchos me abrazaron. A algunos familiares no los veíamos desde antes del Golpe. Haber vivido en Cuba durante ocho de los diez años de exilio nos había aislado y varios dejaron de visitarnos. Estaban los amigos y conocidos con los que nos encontrábamos en la Vicaría de la Solidaridad, visita habitual en esos años en que tuvimos que consultar por amigos en riesgo. Muchos rostros jóvenes me eran familiares. Escuché algunas sugerencias que le hacían a Raúl de velar a su hijo en la capilla del Cementerio, ahí cerca. Julieta Campusano, en un tono autoritario dijo: “Lo llevamos a la Confederación de Trabajadores de la Construcción, que es donde corresponde”.
Yo permanecía sin entender, distante, observando esta gran cantidad de gente que se movía alrededor nuestro.
No veía ni pensaba en mi hija Andrea, a la que hacía pocos días le había nacido Martina. Ni en Carla, que en esos momentos, en Montevideo, trataba de convalidar su título cubano de medicina.
Alguien me mandó a descansar a casa acompañada con algunas amigas de la Agrupación de Mujeres Democráticas (amd). Trabajaba con ellas desde que regresamos de Cuba en 1983. El Partido Comunista de Chile, sin explicación, no había autorizado mi reincorporación después del retorno, y la incansable tía Dorita Volosky había logrado que me aceptaran en la amd.
Esta Agrupación de Mujeres fue la primera organización femenina que se formó. Fue en septiembre de 1973, en las colas frente al Estadio Nacional mientras esperaban entregar ropa, comida o saber algo de sus familiares encarcelados. Allí iniciaron su trabajo solidario algunas grandes mujeres como Lucía Chacón, Alicia Bachelet, Elba Blanco y muchas otras. En el año 1983, me incorporé y semanalmente íbamos a la Cárcel Pública, a la Penitenciaría y a la calle Santo Domingo. En esa cárcel de mujeres conocí a Karin Eitel, a sus incansables cuñadas Gloria y Rosita Ubilla, hermanas de Manuel, y a Kelly con Bastián creciendo en su guatita. Las apoyábamos en todo.
Me sorprendió que hubiera llegado tanta gente a casa. Algunas amigas, otras desconocidas, silenciosas, pensando, y una que otra rezando sentadas en el sofá del living. No entendía la discusión entre mis amigas Carmen Fierro y Carla Braga para planchar la sábana donde envolverían a Raulito. Raúl había llamado desde la Morgue pidiendo que le llevaran una.
Pasó un tiempo y partimos. Esta vez a la calle Serrano, a la Confederación de Trabajadores de la Construcción. Allí mucha gente esperaba fuera. Me abrazaban una y otra vez y yo, sin entender, me abrí paso hasta un ataúd de roble, rodeado de coronas de flores, banderas chilenas, del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, del mir y del Partido Socialista. Era un local sin ventanas, iluminado por uno de sus costados que era totalmente abierto al patio encementado.
Muchos jóvenes, algunos de los cuales no había visto nunca, se iban rotando en las guardias.
También nuestros amigos se acercaban y de seis en seis, tres por cada lado del ataúd, se mantenían en posición firme durante un tiempo. Me parecía hermoso que le rindieran homenaje en esa forma a mi hijo.
Sentada en una banqueta al otro lado del cajón vi a mi Andrea llorando. Marcos la abrazaba. Sentirla protegida me aliviaba.
Ya estaba Carla. La habían recogido en el aeropuerto a su llegada de Montevideo. Ella de pie, haciendo guardia, cantaba con voz firme una canción. A ratos me acercaba a ellas o a Raúl papá y nos abrazábamos llorando. Y a los amigos queridos con quienes habíamos vivido el exilio en Frankfurt y en Cuba. Recibir el cariño de siempre de la Yeya y Pedro Chaskel me produjo más pena aún, porque ellos querían a mis hijos desde muy chicos.
También llegaron profesionales con los que habíamos obtenido nuestro primer trabajo desde que retornamos del exilio. Habíamos empezado recién. Era el inicio del Condominio Rayitai, en la calle José Zapiola, comuna de La Reina. En él quedarían dos casas para la familia proyectadas por nosotros, sus padres.
Para los dueños de la Constructora era una sorpresa saber que nuestro hijo dirigía el fpmr.
Lo mismo sucedió con colegas y con el presidente del Colegio de Arquitectos que nos habían ayudado a que el Ministerio del Interior nos borrara de la lista de los indeseables. En nuestros pasaportes, como en el de muchos chilenos, aparecía una letra L. Significaba que estábamos en las listas de los que tenían la prohibición de entrar a nuestra tierra.
Había olvidado al representante de los trabajadores, que agradecía el honor de que el homenaje a un héroe como Raúl Pellegrin se realizara en la sede de la Confederación de Trabajadores de la Construcción.
Tampoco recordaba al cura Eugenio Pizarro, que leyó párrafos del Evangelio según San Mateo.
Carteles exigían “Libertad para los presos políticos”, “Basta de crímenes” y “Unidad Sindical”.
En otro momento también hice guardia y hablé pidiendo que se volviera a unir el Partido al Frente. Sé que después lo repetí en muchas ocasiones, alertando que nos iban a seguir matando jóvenes como el mío.
Así fue como, antes de un año, en agosto de 1989, volvimos al Cementerio a enterrar a otro joven, Roberto Nordenflicht, hijastro de Volodia Teitelboim. Junto a mí estaba la periodista Marcela Otero y solo tres o cuatro personas más. Marcela me instó a hablar diciendo: “Eres
la única que puede hacerlo; ya te mataron al tuyo”. En mi pequeño homenaje a Roberto, reiteré mi ruego: “Unámonos. Si el Partido Comunista abandona a su ‘brazo armado’ no dejarán vivo a ninguno de nuestros hijos”.
Recién ahora me doy cuenta que en el velorio de Raúl Pellegrin, Comandante José Miguel, había solo dos dirigentes del Partido Comunista presentes: Julieta Campusano y Rodrigo Rojas. Me acerqué a ellos. Le recordé a él, que era encargado del Partido en Cuba, que nueve años antes, en el Hotel Habana Libre, nos comunicó a Raúl y a mí que nuestro hijo se incorporaría a la tarea militar. Sin pensar, en este momento, le dije: “Mira cómo me lo devuelves”. Me abrazó llorando.
Lo que no me causó extrañeza fue la ausencia de algunos miembros de la familia y amigos que frecuentaban a la familia sin saber que nuestro hijo pertenecía al Frente.
En otro lugar del local escuché a unos jóvenes murmurando: “Es el Uno; es el comandante José Miguel quien ha muerto”.
La verdad es que yo no sabía que lo llamaban José Miguel y tampoco que era el jefe. Les dije: “Si es el Uno, no lo digan, porque es muy grave para una organización que le maten al jefe”.
Recién me han contado que muy pocos de los frentistas mantuvieron una compartimentación tan cerrada como la de mi hijo.
Nunca escuché hablar de José Miguel y menos que era el jefe. Siempre había pensado que el Uno era Salvador. Lo conocí superficialmente en La Habana.
Me acerqué a un Diario Mural en que estaban las fotos de mi Rauli y la Comandante Tamara. Nunca había escuchado sobre ella y ahí me contaron que formaban una pareja que se amaba y que habían aparecido muertos a poca distancia uno del otro en el río Tinguiririca. Me alcanzaron a dar los típicos celos de mamá, pero me repuse, porque la encontré dulce y muy bonita. Luego me fueron contando de su gran valentía y calidez humana.
Como al mediodía comenzó a formarse una caravana de autos y dos o tres micros que llevaban a los amigos, compañeros y familiares hacia el Cementerio.
Nosotros, la familia, íbamos juntos en el primer vehículo detrás del que llevaba la urna.
Carabineros iba abriendo paso a la caravana. En algunas esquinas había gente reunida que aplaudía. Otros gritaban consignas como:
¡raúl pellegrin! ¡presente, ahora y siempre! ¡comandante josé miguel!
¡presente, ahora y siempre!
Y así hasta que nos desviaron por una calle paralela a Avenida la Paz, que no enfrentaba el acceso al Cementerio. Raúl detuvo el auto y a toda la caravana. Se bajó, acercándose al carabinero y con su serenidad acostumbrada explicó que era el sepelio de nuestro hijo, Comandante José Miguel, jefe del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Que íbamos a despedirlo. Inmediatamente el uniformado aceptó y rectificó sus órdenes. La caravana pudo seguir por la simbólica Avenida La Paz. Se detuvo en el acceso principal del Cementerio General.
En ese momento pasó frente a mí la imagen de los sepelios de autoridades que me había tocado presenciar en La Habana. Sentí una gran emoción y orgullo porque a mi hijo lo honraran de esa misma forma.
Cruzando bajo la cúpula de piedra que cubre el acceso, en los jardines del cementerio, una multitud se organizó copando de lado a lado calles y veredas entre mausoleos y tumbas. El sacerdote Eugenio Pizarro, con su hábito negro, encabezaba la marcha. Gritos y cantos resonaban entre las serpenteantes callejuelas cuando, desde un costado de la arboleda, surgió una joven. Un pañuelo de colores suaves ocultaba su rostro. Se acercó al grupo y besando un ramo de flores lo depositó sobre el féretro volviendo a perderse entre las tumbas.
Estrepitosas salvas retumbaron por todo el Cementerio cuando llegamos al lugar donde despediríamos a nuestro hijo. Grandes lienzos con saludos a los comandantes Rodrigo y Tamara colgaban en lo más alto, de árbol a árbol.
El cura Pizarro ofreció la palabra. Recuerdo a Anita María Barrenechea, representando a los arquitectos comunistas. Admiré su ímpetu y valentía, igual que la de todos los demás que hablaron.
Luego de algunas intervenciones de jóvenes y representantes gremiales de los colegios de periodistas, arquitectos, médicos y algunos amigos que compartieron el exilio con nosotros, habló Galvarino Melo, por el Partido Comunista. Hace unos días me mostraron el video donde grabaron su despedida. Creí que no me perturbaría después de tantos años. Hice intentos de no pensar. De todos modos varias escenas aparecieron hiriéndome.
Tanta gente, entre los árboles y mausoleos, llenando todos los rincones del Cementerio. Recordé que me emocionaron los aplausos con que se despide las vidas consecuentes.
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144 Nuestra esperanza era que lograrían lo que se habían propuesto. Sentí mucha tristeza al constatar que de los muchos que le rindieron homenaje, con la firme decisión de continuar la tarea que con la muerte de mi hijo quedó inconclusa, ninguno siguió su ejemplo. Las imágenes del video me sorprendieron.
No sé cómo pude olvidar el rostro joven de Raúl, mi marido, que al mes del asesinato fue invadido por un maldito cáncer. No pudo resistir la desesperación de la muerte del hijo.
Y yo solo recordaba su rostro avejentado por el dolor. Había olvidado su aspecto hermoso. Había borrado cuarenta y cinco años de nuestra vida en común. Su optimismo a prueba de bombas. Incluso cuando nos abrumó el golpe de Estado y tuvimos que ir al exilio, Raúl insistía que igual que a todas las generaciones, a la nuestra le tocaba esta parte de sufrimiento. Recordé a muchos de los que aparecen en el video del funeral de mi hijo: Al tío Carlos Pellegrin, hermano de Raúl, siempre solidario. Ahí estaba cargando el ataúd de su sobrino. Ese ataúd cubierto por la bandera chilena y la del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. A la querida tía Evita Friedmann, que sufrió su propia pena y la de todos nosotros. A los asombrados compañeros de colegio que no imaginaron nunca la tarea que se había propuesto su amigo Raúl.
Abrazando a Carla y con gran tristeza vi a Carmen Fierro, compañera del colegio al que iban mis hijos. Siempre fuerte, apoyó con mucho cariño a mi marido durante su enfermedad. Le hacía reiki cada día. Incluso donó sangre a pocos días de nacer su guagua.
Me conmovía ver a tantos jóvenes con sus rostros cubiertos con pañoletas del Frente. Otros luciendo camisas amaranto de las Juventudes Comunistas. Por sus coronas de flores y banderas, recordé que habían participado integrantes de la Agrupación de Ejecutados Políticos, Arquitectos Comunistas, militantes de la Izquierda Unida y del mir.
Ya quería olvidar las vivencias que me invadieron el corazón esos días recordando el funeral de mi Rauli. Pero entre los niños sentados en la banqueta, uno me hizo recordarlo especialmente. Lo inquieto que era. Anoche soñé con él cuando tenía cinco años. Se me confundió con mi nieto Ángel. En ese video aparece sentado, y sin dejar de balancear
los pies, sigue atentamente la ceremonia.
Y recordé las palabras que repetía Julieta Campusano: “Nuestros hijos no impidieron a las mujeres chilenas participar en la lucha. Los llevamos siempre con nosotras”.
Mis nietos cuentan que durante la dictadura me acompañaban a las reuniones de la Agrupación de Mujeres Democráticas en la Iglesia del Aguilucho.
Liturgia
La mañana del 16 de diciembre de 1988 tuvimos un nuevo allanamiento. El primero después de la muerte de mi hijo. Tres agentes de la cni29 volvieron a revisar la casa, esta vez sin un propósito claro. Intentaban ser amables. Carla y yo les recriminamos el asesinato de Raulito solo un mes y medio antes.
A diferencia de los allanamientos anteriores, en que encontraron la casa sin habitantes, esta vez no desordenaron ni se llevaron nada. Solo querían saber cuál era el dormitorio y el baño de Raúl Pellegrin Friedmann. Cumplían órdenes, decían, sin importarles que él no hubiera vuelto a casa desde hacía quince años.
El día anterior alguien me había traído lo que recuperaron del último lugar en que vivían Raúl y Cecilia. Unas cuántas fotos, una pipa y un equipo de tv chiquito, desconocido para mí. Por el miedo a perderlos yo trajinaba con todo colgando dentro de una cartera blanca, regalo de mi hermana Ety.
Se marcharon los de la cni y nos preparamos para ir a la liturgia que
se haría en la Iglesia Santa Filomena en el barrio Bellavista.
No habíamos conseguido otro local, arrendado ni prestado, en que pudiéramos reunirnos con esa cantidad de gente. Rosita y Gloria Ubilla me llevaron a Santa Filomena y logramos que el sacerdote Eugenio Pizarro nos permitiera realizar en su Iglesia la despedida.
El día de la liturgia atravesé Recoleta con la cartera bien apretada. Era mi única preocupación. Llevaba sus recuerdos que me habían traído recién. Y pensaba: tanta gente en las calles. Tanto entrar y salir de las tiendas. Comprando. ¿Todo necesario? La miseria mezclada con la necesidad. Ropa afuera, adentro y en el suelo. Patos malos mezclados con gente buena. No veía nada, aferrada a mis objetos en esa cartera blanca. Temía que me quitaran sus cosas. No la pude cerrar de tan llena que la llevaba.
No recuerdo cómo llegamos a la Iglesia. Con el religioso Pizarro conversamos a solas en una salita. Me pidió que no se colgaran lienzos
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29 Central Nacional de Inteligencia, policía secreta. Organismo de vigilancia y represión de la dictadura.
146 ni carteles en la nave de la Iglesia y menos que se repartieran panfletos o gritaran consignas. Dijo que él sólo acompañaría la misa. Que la haría Carlos Pellegrin Barrera, sobrino de Raúl, primo hermano de nuestros hijos. Actualmente obispo de Chillán.
La Iglesia estaba llena de amigos y familiares. Lienzos y carteles del Frente Patriótico Manuel Rodríguez colgaban de columnas y paredes.
Alicia Bachelet, Marta y Lucía Chacón, de la Agrupación de Mujeres Democráticas, repartían claveles rojos en la puerta.
Durante la liturgia entregué la cartera a una y otra amiga para tener las manos libres y repartir claveles para que nadie se quedara sin flores. Para acariciar la cabeza de mi Andrea, desconsolada por la muerte de su hermano. Para abrazar a mis nietos, que querían entender quién era su tío y escuchaban en silencio las canciones. Todos cantando. Carla forzando su voz linda y clara en su infinita pena.
Tantos que lo querían.
Muchos lloraban y yo mirando distante, sin aceptarlo: ¿Mi niño muerto?
Inició la ceremonia el sacerdote Eugenio Pizarro. Me regaló su Biblia.
Lo había acompañado durante 20 años, y dijo:
Así como a la Virgen María sólo le abrieron las puertas de un establo para que recibiera a su hijo ahí, hoy yo abro las puertas de mi iglesia para que podamos despedir a nuestro hermano que murió como un héroe, luchando por su pueblo.
Quisiera decir una palabra, y lo hago con mucho cariño. Yo realmente quisiera, en este momento, tener la capacidad para poder llegar profundamente, especialmente, al corazón de la familia de Raúl. Pero en vista de que nuestra condición humana es tan limitada, y a veces el dolor que nos embarga nos dificulta el poder expresar lo que hay dentro de nosotros, yo quisiera pedirles a ustedes, con toda humildad y respeto, en vez de hablar yo, que hable el mismo Jesús.
Del Evangelio según San Marcos. “En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: ‘Maestro, queremos que haga lo que le vamos a pedir’. Les preguntó: ‘¿Qué queréis que haga por ustedes?’. Contestaron: ‘Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda’. Jesús replicó: ‘No saben lo que piden. ¿Son capaces ustedes, de beber el cáliz que yo he de beber?, ¿O de bautizarse con el bautismo, con que
yo me voy a bautizar?’. Contestaron: ‘Lo somos de verdad’. Y Jesús les dijo: ‘A la verdad, de la copa que yo bebo, beberéis; y del bautismo con que soy bautizado, seréis bautizados. Pero sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a quienes está reservado’. Los otros diez discípulos, al oír aquello, se enojaron contra Santiago y Juan, y Jesús los reunió y les dijo: ‘¿Saben que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen? Ustedes nada de eso, el que quiera ser grande, sea el servidor, y el que quiera ser el primero, que se haga el servidor de todos’”.
Raúl ha sido capaz de beber el cáliz y de bautizarse con el bautismo de Cristo el Señor. Allí, nosotros ya estamos acostumbrados a estas cosas tan misteriosas y siniestras que suceden en nuestra patria, allí él vivió su bautismo. En las aguas de un río. Y bebió el cáliz del Señor en rescate por todos. Entonces él no es como los tiranos, que se sienten dueños de los pueblos, y que se comparan a Cristo incluso. Y Cristo dice que él ha venido a servir y no a ser servido. Entonces qué autoridad tienen los jefes de los pueblos de hoy día, de decir que son los jefes si tiranizan y oprimen al pueblo. Esos no son jefes, porque no son servidores. Raúl ha sido un servidor de nosotros, y por eso lo consideramos un jefe nuestro. Y si hay un tipo que ha declarado la guerra, para nosotros Raúl, en ese contexto, es un héroe. Padre nuestro…
Su compañero de colegio, Emilio Lamarca, vestido con su traje de Protocolo de La Moneda, contó:
Raúl fue mi compañero de curso en el Colegio durante un período corto de mi vida, más que suficiente para ser compañero de sonrisas, cómplices de catorce años y finalmente compañero de incertidumbres en Isla de Pascua. El 11 de un año triste murió una parte de Raúl y nació otra. Murió una que habíamos compartido y nació otra que sin conocer intuía.
Él era muchas cosas, de las buenas y de las malas pero, sin duda, todas excepcionales. Muy inteligente con una sensibilidad camuflada que brotaba ante la adversidad, tímido y en exceso perseverante. Tengo mucha pena y me embarga la impotencia. Raúl fue un amigo que quise mucho y al que sólo Dios dará justicia porque murió, no en vano, sin ella.
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148 Escuché a Ana María Miranda que cantó con su guitarra una linda canción dedicada a Tamara y José Miguel. Les pedía que la llevaran con ellos.
Algunos cantaron y hablaron despidiéndose del amigo. Raúl padre recordó a su hijo con la chaqueta azul de uniforme del colegio, sin solapas y la camisa afuera.
La misa la celebró el primo sacerdote. Para mí fue una sorpresa. Él estuvo muchos años de misionero en Angola.
No recuerdo otros participantes, pero sí muchos cantos y gritos.
Yo, en las nubes, salí última, sin soltar mi cartera con los tesoros apretados bajo el brazo.
Al ver el patio sin gente, con el embaldosado cubierto de volantes que el cura había insistido no podían quedar ahí, hice un gesto a mi familia para que me esperara y dejando la cartera sobre el pasto, entre unas plantas, me dispuse a recogerlos. Quería cumplir la palabra prometida al cura. Levanté hasta el último papel. Cuando los tuve, caminé buscando un basurero. Lo encontré cerca de Recoleta. Tiré los panfletos, me acordé de la cartera donde estaban los recuerdos de mi hijo y corrí hacia el patio de la iglesia. Busqué mi cartera blanca para mi luto blanco con sus fotos y recuerdos. No estaba. La había perdido.
Su hija Carla Iskra, escribe
Duerme, duerme negrito Tormento
Nunca es demasiado tarde para olvidar
se puede amar, todo se acaba, nada es imperecedero somos aves que en este vuelo buscamos playas
para sentirnos sinceros
yo sé que tú te encuentras en este largo camino seremos libres sin ataduras ni desvelos,
solo tengo que hablarte para que estés conmigo… Cristian Dupre
Mientras camino por la orilla del río y el agua me congela los pies, observo cómo el Oso (mi perro) corre feliz tratando de atrapar las piedras arrastradas por la corriente; no le importa qué tan helado está, solo disfruta del aire limpio y de la belleza del paisaje.
Tengo el corazón roto, literalmente, siento cómo la pena me invade y sube por el pecho, y me pregunto si esto es efectivamente amor, pasión o simplemente parte de una obsesión loca de lo que era antes mi vida; o quizás es solo un amor no correspondido como tantos a lo largo de la historia… él me rompió el corazón… Mientras lloro, pienso en él, en ese otro, en mi padre y su papel en mi vida; las fotos (amarillentas con el pasar de los años) tomadas en Cuba muestran amor, cariño, afecto, incondicionalidad.
Es ahora, en este preciso momento de dolor que me cuestiono sobre qué habría hecho el Alejo (mi padre), ¿me abrazaría y repetiría sus famosas palabras: “son ocho letras, nada más TODO PASA?”.
¿Realmente la causa revolucionaria era más importante que yo, su hija? En este momento solo quiero compañía, afecto, no de fotos, y lo único en que pienso es que mi acompañante es el Oso, mi herencia una familia maravillosa que esta ahí… pendiente; sin embargo falta esa pieza… ÉL, el Alejo, esos ojos azules pa´ llorar conmigo.
Lo peor de sentir esta necesidad, es tal vez la incapacidad de reconocer si es mi padre, mi papi, lo que falta o cualquiera podría llenar su espacio. Se deberá quizás a la simple razón de que nunca estuvo realmente conmigo, no se extraña lo que nunca se ha tenido, de la misma forma que la iglesia no puede expulsar de sus filas a alguien que ni siquiera ha sido bautizado.
¿Qué haría él en mi situación?, ¿que me aconsejaría?… ¿iría a pegarle?…Duele, y mucho. Deseo protección, volver a esas fotos en Cuba, esos días en que todo era diferente… ¿Su causa?, Perdónenme pero no vale nada para mí… me quitó, además de un padre, un amigo… El mundo sigue girando y los que se fueron dejaron este vacío de preguntas y afectos sueltos.
Hace unos días mi tía (Carla, por quien llevo el nombre que tengo), al terminar su clase de yoga me contó que mientras meditaba había visto al Alejo detrás de unos árboles como queriendo decir algo, pero que finalmente no pudieron comunicarse. No pregunté más, no quise saber más…
Varios días después me dijo que había soñado con él, en la misma actitud, “como queriendo decir algo”, muy impresionada por la necesidad que parece tener de comunicarse con ella…Trató de especular y me dijo: “Creo que quiere hablarme de ti, en una de esas un reto o algo más simple…”.
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150 Mi respuesta ahora y siempre es para aquel que no está presente en carne y hueso cuando es el momento de opinar ante decisiones importantes de vida, por lo menos en mi vida. No tiene ni tendrá ningún derecho a meterse ni siquiera desde el más allá, ni menos aun a pretender discutir qué está bien o mal. Tu causa frente al vacío que se genera en mi vida por no tenerte no vale nada, no estás para protegerme, no te doy permiso ni las atribuciones para opinar, ni siquiera a través de tu hermana.
La vida, mi vida, fluye de una forma extraña, Te fuiste a buscar yo no sé qué a no sé qué parte, pero yo estaba ahí esperándote…
La pregunta del millón es entonces: ¿mi dolor, este dolor de amor por el que sufro, sería mas suave o simplemente diferente si estuvieras aquí?… la verdad no lo sé; creo que el negrito de la canción se cansó de dormir esperando a su padre y no importa si trae codornices o no… basta con que vuelva…
Iskra.
Testimonio del obispo emérito de Linares, monseñor Carlos Camus
La madre de Raúl Pellegrin me llamó por teléfono para pedirme este prólogo. Yo no la conocía; tampoco a su hijo. Solo recordaba haber leído en una crónica que había sido encontrado muerto junto a Cecilia Magni en el río Tinguiririca.
No podía negarme a la justa petición de una madre que adoraba a su hijo y quería rendirle un último homenaje. Todo el misterio de la muerte de su hijo también me interesaba, como a todos los chilenos, muy poco informados por una prensa comprometida con la dictadura.
Me envió por correo el texto que había escrito y me puse a leerlo con interés creciente. Admiré de inmediato el amor y la ternura con que esta mamá contaba la infancia de su hijo con detalles casi domésticos que revelaban su dolor y su drama. Me mostró también la extraordinaria personalidad de este líder que se destacaba entre sus compañeros por su inteligencia e iniciativa.
Pudo haber sido un dirigente político de excepción, pero prefirió entregar su vida a su causa revolucionaria.
Todos los que son consecuentes con sus ideales y mueren por ellos merecen respeto y admiración. Junto a ellos da pena ver a tantos jóvenes que languidecen en una vida sin grandeza, consumidos por las drogas o la molicie.
Los ideales pueden ser diferentes, pero lo que nos hermana es la lealtad con que los vivimos.
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Carlos Camus Larenas
Obispo emérito de Linares
Despedida en La Rufina
Seleccioné estos textos que escribí hace muchos años, cuando necesitaba teñir de poesía el momento más terrible de mi vida:
Fuimos Carla y yo hasta La Rufina para conocer el lugar donde Alejandro y Cecilia pasaron sus últimas horas de vida.
Nos invadió el aroma de las ñipas, los arrayanes y los peumos. Impregnaba la corteza de árboles milenarios, erguidos como la dignidad de los que íbamos a recordar ese 28 de octubre. Ese aire perfumado nos transportó en forma brusca al paisaje que ellos habían gozado en su despedida. Ese paisaje había penetrado sus ojos claros.
Era el río, abrazado por montañas verdes y arbustos añosos. Algunos inclinados por las lluvias interminables que arrastraron la tierra que sustenta sus raíces.
Allí estaban los agresivos cactus con mil ramificaciones coronadas en una sola flor. Cientos de espinos con sus redondeces, que por esos días rebasan polen amarillo anaranjado.
Todo nos transmitía su presencia y el cabrero con sus quesos frescos nos contaba cómo vio la despedida de la pareja de enamorados:
Bajo estos árboles pasaban el atardecer. Ella lavaba, cocinaba, se sentaba a tomar el sol en aquella piedra. Era muy linda. A veces no aparecía en horas. Descansarían juntos, lo acompañaría, tal vez. Él cojeaba. Parece que caminaron desde muy lejos. Ella le iba curando las heridas de los pies.
También su señora, con el paño de cocina blanco amarrado a la cintura, nos dijo:
152 La señorita me encargó el pan. Que les hiciera mucho pan. Ya no recuerdo cuánto fue, pero pasé horas amasando y horneando. Sí sé que me pagó bien. Más de lo que era… Ojalá les haya gustado. Tal vez ni era para ellos solos, porque era re’ mucho. Si se lo quitaron los pacos habrán tenido pa’ rato comiendo. Ojalá que no, pobrecitos. Que se haya perdido mejor el pan antes que se lo aprovechen los malos que los mataron. Y que no les bastó con matarlos y los tiraron al río”.
Cabaña de Comunidad Hueñi, La Rufina.
Los últimos días de Benjamín, Ricardo, José Miguel, Rodrigo, o simplemente nuestro Alejo
Relata Carla, su hermana:
Hace unos 5 años decidí mirar el dolor de frente. Buscar respuesta a tantas interrogantes. Para reivindicar la vida de mi hermano y poder buscar justicia, debía investigar por mi cuenta. Solo tenía en mi cabeza leyendas, supuestos, juicios con carácter de verdad.
Conseguí el proceso, 5 kilos de papeles desordenados, que ordené, clasifiqué y leí con dedicación. Contacté y entrevisté a sobrevivientes. Conseguí el mapa de la zona en el Instituto Geográfico Militar. Fui a Los Queñes, a Las Peñas y a La Rufina
varias veces. Me desesperé una y otra vez al encontrar en el proceso un gran pacto de silencio.
Fue así como reconstruí la última semana de vida del Alejo. Las fantasías se convirtieron en certezas.
Trabajé con “Miguel” que, a la distancia y con su incondicionalidad permanente, leyó y releyó el expediente buscando respuestas
Los Queñes es un pueblito que queda entre San Fernando y Curicó, hacia el oriente de la carretera norte-sur unos 40 km. El camino bordea el río Teno. Unos kilómetros antes de llegar al pueblo hay una gran roca con una virgencita a la que le dicen “La Gruta”. Este fue el punto de encuentro del grupo de 14 combatientes que realizaron la acción (Era de propaganda armada, y se enmarcaba dentro de la política de Guerra Patriótica Nacional del Frente).
Los hecho sucedieron de la siguiente manera:
Jueves, 20 de octubre de 1988
A La Gruta fueron llegando de a uno. Los esperaba un compañero que los llevaría hasta el campamento base. Lo instalaron en una quebrada del cerro El Peral, a unos 3 kilómetros de Los Queñes. Durante el día, se organizaron en grupos, revisaron el armamento, hicieron minas y bombas simuladas. Se prepararon para que no faltara nada.
Viernes, 21 de octubre de 1988
A las 2 de la madrugada dos combatientes se devolvieron por el único camino de acceso a Los Queñes. La misión era minar el camino y aislar al pueblo de la llegada de refuerzos.
En una maqueta improvisada en el suelo con palos, piedras, hojas, cordeles, Alejo les explicó a los jefes de grupos las misiones:
1er grupo: Tomar el retén, recuperar armamento.
2º grupo: Tomar la hostería con el fin de neutralizar el teléfono y la planta de radio.
3er grupo: Tomar la Posta de Primeros Auxilios para neutralizar la planta de radio y divulgar una proclama del Frente.
Obsesivamente Alejo da la orden de que no resulte herido ningún civil. Explica que esta acción marca el inicio de la Guerra Patriótica Nacional.
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154 A las 23:00 horas bajan en columna, manteniendo poca separación entre combatientes. Justo antes de llegar al pueblo, en el camino Los Creces, se dividen en tres grupos. Se dirigen a capturar los tres objetivos, sin disparar un tiro si es posible.
Toma del retén
A las 23:30 en punto, Bigote irrumpe por la puerta principal del retén, a cara descubierta y apuntando con una pistola. Le acompañan dos combatientes que cubren sus rostros con pañuelos del Frente. Portan fusiles M-16. Hay dos carabineros de guardia y el Bigote les ordena lanzarse al suelo y los desarma. Víctor y Carlos inutilizan la planta de radio y fuerzan el armero. Sacan armamento. Los carabineros Sáez y Cáceres son maniatados.
Walter y Daniel vigilan en el exterior del retén. Bigote saca a los policías del retén y ordena a Milton que queme el jeep estacionado en la parte posterior. Este rompe con la culata de su fusil uno de los cristales, esparce la gasolina contenida en un guatero y lo arroja en el interior. Arde en pocos segundos. El fuego se extiende al retén, que es una antorcha jugando con las sombras.
Mientras todo ocurre, Cristóbal, con un megáfono, explica a los lugareños que se deben mantener dentro de sus casas, que es una acción de propaganda, que no les harán daño.
Juvenal Vargas, el otro cabo, está descansando en su casa cuando escucha los ruidos. Con un revólver en la mano sale de su vivienda, 30 metros frente al retén. Alcanza a disparar dos veces. Milton trata de contenerlo con una ráfaga. Cae abatido.
Toma de la Posta
A la misma hora en que el grupo de asalto entra en el retén, Cristóbal rompe la puerta de la Posta de Primeros Auxilios. Entra con Tamara, que es la jefa de grupo.
Cristóbal saca la radio y luego con un spray pinta consignas en los muros. Escribe “FPMR HASTA VENCER O MORIR”, “GUERRA PATRIÓTICA CONTRA PINOCHET” Y “FUERA PINOCHET AHORA”. Además dibuja el
símbolo del Frente.
Marcelo vigila desde el exterior
Cristóbal grita con el megáfono la proclama que ha memorizado. Y repite a los vecinos que no salgan de sus casas. Cuando el enemigo llegue, más tarde, no podrá acusar a nadie de colaboración con los guerrilleros.
Hay un momento de tensión innecesario cuando Bigote conduce a los uniformados. Se ha puesto la gorra del carabinero Cáceres, que le queda pintada. Está a punto de ser tiroteado por sus compañeros. Cristóbal coloca la bandera del Frente en la espalda de los policías. Bigote los fotografía. Luego son amarrados a un árbol.
Toma de la Hostería
A la misma hora, las 23:30 llega el grupo comandado por Braulio a la hostería. Tiene la misión de inutilizar la radio y el teléfono.
Surge el primer contratiempo. Aparece un jeep Daihatsu con tres hombres justo en el momento en que Braulio, Cristian y Araneda controlan el lugar. Al darles el alto, un ocupante del jeep escapa, mientras otros dos son reducidos. Braulio ordena a Araneda destruir la antena del vehículo. Uno de los ocupantes forcejea. Araneda pierde el control, dispara, hiriéndolo en el glúteo izquierdo. La radio ha quedado intacta.
Los combatientes instalan una carga de ruido en el poste de alumbrado junto al puente de acceso al pueblo. También colocan una carga simulada en un poste junto a la hostería.
En el otro extremo de Los Queñes, junto al puente sobre el río Teno, se reagrupan los integrantes de los tres grupos. Alejo dispara al aire y grita vivas al Frente. Todos corean las consignas.
Inicia la retirada el grupo principal cuando comienza el 22 de octubre de 1988. Alejo y diez combatientes cruzan el puente, que tiene unos 35 metros de largo.
Carlos, Víctor y Walter, integrantes del grupo que ha destruido el retén de carabineros, se dirigen al sur. En el camino son sorprendidos por una camioneta que viene camino al pueblo. Les disparan y Walter es herido. Perdigones en un brazo y pierna. Sus compañeros le prestan los primeros auxilios. Lo sacan con dificultad, lentamente, hacia el sur.
Entre las 00:20 y 00:35 del 22 de octubre el operativo de cierre y patrullaje se pone en marcha. Con ayuda del Regimiento de Telecomunicaciones Número 3 del Ejército y la Policía de Investigaciones.
A la 01:30 llega a Los Queñes el primer contingente de carabineros: Personal de la Tercera Comisaría de Teno y el sargento jefe del retén Los Queñes, que no se encontraba en el pueblo.
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156 Una hora después aparece la Patrulla de Acciones Especiales (P.A.E.) de la tercera zona a su cargo. Siguen pasando efectivos por el camino único de acceso a Los Queñes durante el resto de la madrugada. No son emboscados.
Ignacio y Camilo han huido. No han instalado las minas. Es la única misión incumplida.
Este abandono permite al enemigo concentrar esfuerzos en la persecución del grupo principal.
En el estudio del expediente encontramos estas declaraciones: Jorge Portilla Carvajal, General Subdirector de Carabineros en retiro que visitó Los Queñes la mañana del 22 de octubre menciona otras fuerzas movilizadas al poblado: “La misma noche que ocurrieron los hechos o en la madrugada del día siguiente, concurrieron al lugar efectivos del ejército, en número que yo estimé en una compañía, y además un grupo antiterrorista que tenía el ejército: unos diez o doce efectivos; llegó también un helicóptero Puma, y también llegó personal de Investigaciones, pero ignoro su unidad, pero no fueron más de nueve o diez”.
El informe reservado de carabineros detalla el trabajo de la Patrulla de Acciones Especiales (P.A.E.) esas primeras horas del sábado 22 de octubre de 1988. “A las 03:40 horas, este mismo personal en el frontis de la Posta de Primeros Auxilios desactivó un artefacto explosivo simulado, constatando que se trataba de un envase plástico de color blanco no transparente que contenía diluyente”.
“A las 04:20 horas, desactivaron, en las inmediaciones de la hostería Los Queñes, otro artefacto explosivo simulado, consistente en un tarro de conserva con dos cables eléctricos de color blanco y rojo, unidos a una pila de 6 watts.
Caminata desde Los Queñes al norte
El grupo principal cruza el puente colgante sobre el río Teno. Alejo dirige la maniobra y manda a minar la vía de retirada. Insiste hombre a hombre en la necesidad de marchar a buen paso. Tienen que caminar la mayor distancia posible antes que amanezca. Hay una luna brillante, cielo despejado.
Caminan en columna manteniendo corta distancia entre combatientes. Va tirando del grupo Pelarco, que es muy fuerte y conoce el terreno a la perfección. Hay dos puntos de destino a unos 40 kilómetros al norte en línea recta. El padre de Araneda, que es carabinero retirado, vive en Las Peñas. Una parte de los combatientes será bajada por esa vía para regresar a la ciudad. Tamara y Alejo seguirán un poco más al nororiente hasta la casa de un profesor de Física que colabora con la organización. Claudio Araya es su nombre. Les espera en un conjunto de cabañas que se conoce como Comunidad Hueñi en La Rufina.
Pelarco camina rápido y el grupo responde. El último de la fila es Braulio, que va borrando huellas. Como una especie de barrendero. Sus herramientas son dos ramas de diferente tamaño. También un saco. Cada cierta distancia espolvorea pimienta. Lleva casi un kilo,
158 que molió en el campamento base. Es pimienta barata, para que los perros no puedan seguir el rastro.
Braulio, al iniciar la huida se cayó en un canal y se mojó el pantalón. Lo que recuerda de ese día es el frío en las piernas.
Alejo recorre la columna dando ánimo. El cansancio acumulado en los días previos a la operación es vencido por la euforia, por la sensación liberadora del combate victorioso. Ha sido el bautismo de fuego de la mayor parte de los combatientes. Para él, veterano de Nicaragua y jefe del Frente, es el cumplimiento de un sueño. Desde el 14 de diciembre de 1983, cinco años atrás, ha dirigido todas las operaciones, sobre el terreno, revisando los detalles, asumiendo la responsabilidad de cada hombre a su mando, corriendo los mismos riesgos, haciéndose cargo de éxitos y fracasos. Solo él sabe el número exacto de militantes que forman el Frente Manuel Rodríguez. Un puñado de combatientes. Es más un referente moral que una fuerza armada.
La columna descansa en cortas pausas. No deben enfriarse. Cristian y Cristóbal van muy cansados. Bigote lleva dos cantimploras con agua azucarada y las comparte, mientras, con su brusquedad característica, pide más rapidez. Tamara lleva el botiquín, que aun no se ha estrenado, y recorre la columna alentándola.
El motor de un helicóptero quiebra la tranquilidad del sector. Es un helicóptero de carabineros. Está a punto de amanecer.
Alejo ordena hacer campamento. Suben al oriente por un monte de vegetación cerrada. No pueden ser vistos desde el aire. Están divididos en pequeños grupos próximos entre sí.
Durante el día comen sus raciones frías, duermen y hacen guardia. Se acuestan sobre los ponchos y mantas. Algún plástico sirve de techo. Cada uno lleva pasas, chocolate, frutos secos y latas de atún. La basura se entierra y es aderezada con los polvos mágicos de Braulio. Bendita pimienta.
Escuchan el vuelo de helicópteros a diferentes horas. Están en la zona del Manzano, al norte, a más de 12 kilómetros en línea recta de Los Queñes.
Al atardecer, casi de noche, reanudan la marcha en el mismo orden de la primera jornada. Pelarco guía el grupo y Braulio borra huellas.
Las nubes llenan el cielo. Será una noche cerrada. Hay que caminar muy juntos. Esta jornada de marcha nocturna es más lenta que
la anterior. Cristian y Cristóbal están agotados. Se suceden los descansos.
A las 06:30 de la mañana se detienen. El sitio es bastante abierto y no protege de la observación aérea. No han podido avanzar más y la claridad del día es un muro infranqueable. Hay alturas alrededor desde las que también podrían ser vistos.
Alejo ordena que los combatientes se dispersen en parejas, que se diluyan en este terreno no favorable. Daniel y Braulio buscan cobijo bajo unos matorrales. Durante el día se van rotando para que siempre uno esté despierto. Solo se escucha el ruido de un helicóptero volando lejos.
Se reagrupan al anochecer e inician la marcha hacia la Sierra Bella Vista, evitando los caminos principales, tomando precauciones ante ruidos y ayudando a los que van más agotados. Tamara atiende a Cristóbal, que sangra por la nariz, como si se tratara de una herida terrible. Bromean. Cristóbal está exhausto, así como Cristian y la mayor parte de los combatientes. Esta jornada será la más lenta de todas. Y al amanecer del 24 de octubre establecen campamento en las cercanía de la Sierra de Bella Vista.
Hasta aquí han llegado los once combatientes con sus jefes principales, con todos los medios obtenidos del asalto a Los Queñes. Se acerca el momento crítico de la normalización.
A las 5 de la tarde se convoca una reunión en el campamento. Se juntan todos a escuchar a Alejo. Habla de la importancia del momento que están viviendo. Del inicio de una nueva fase en la lucha contra la dictadura. Felicita el trabajo realizado mencionando a todos.
Pide un esfuerzo final para completar exitosamente la misión. Todos deben salir del cerco enemigo.
Antes de terminar, Alejo manda a Braulio y Pelarco a explorar. Solo ellos conocen el destino final. Deben llegar a La Rufina para comprobar que no hay presencia enemiga en el lugar. Deben comprobar que todo está en orden, y regresar para poner en marcha al grupo. Cubren la distancia ida y vuelta en unas seis horas. Vuelven al inicio del 25 de octubre. Les esperan impacientes y apenas tienen tiempo para tomar un respiro.
Salen sobre la 01:00 ocupando sus posiciones habituales: Pelarco en la punta de vanguardia y Braulio eliminando rastros.
Marchan juntos hasta poco después de las 3 de la mañana.
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160 Aquí se dividen en dos grupos. Bigote queda al mando de Cristóbal, Cristian, Marcelo y Milton. Hará campamento esa noche y esperará la orden para bajar con los combatientes por la zona de Las Peñas. En ese lugar vive el padre de Araneda, que es carabinero jubilado. El resto del grupo continúa en dirección norte. Antes de separarse dicen que se dirigen a la Argentina.
Con Alejo va Araneda, que irá a su casa a verificar que todo está en orden. Luego a las 5 de la tarde informará a Pelarco en un punto próximo al puente de Las Peñas. Con esa información Pelarco caminará hasta el campamento de Bigote para dar luz verde a la bajada del grupo.
Una hora antes de llegar a La Rufina Alejo ordena que Araneda se adelante y vaya a su casa. Busca compartimentar la ubicación de la cabaña del profesor Claudio Araya. La distancia entre ambos puntos es de pocos kilómetros en línea recta. En su camino, Araneda pasa muy cerca de la Comunidad Hueñi de La Rufina.
Bigote instala el último campamento. Esperará a Pelarco para después aproximarse a la casa de Araneda y bajar a los combatientes. Un elemento crea tensión esa noche. Bengalas rojas iluminan el cielo. Son muchas y en diferentes direcciones. Justo estallan cuando Bigote está hablando con todos sus hombres. Delante de todo el grupo Milton le dice que son bengalas militares. Está muy nervioso. El jefe le manda a callar y afirma que son cazadores, habituales en la zona. Después le habla aparte y le increpa con dureza exigiéndole que no siembre el pánico para evitar una estampida. En ese instante, mientras avanza a La Rufina, el grupo de Alejo observa las bengalas rojas. Aquí está claro que el enemigo rastrea la zona. Con muchos efectivos de Carabineros, Ejército y Policía de Investigaciones.
El grupo de Alejo llega cerca de las 9 de la mañana a casa del profesor, a plena luz del día. Daniel se queda en las inmediaciones con los fusiles SIG que traen desde Los Queñes.
Tamara y Alejo permanecerán en la cabaña, mientras Braulio, Pelarco y Daniel montan un campamento a unos 15 minutos de marcha junto al río Claro. Entre la cabaña y este campamento hay un sendero con mucha vegetación a ambos lados.
Mientras tanto Bigote organiza el campamento. En su grupo están los hombres más jóvenes y agotados: Milton, Marcelo, Cristian y Cristóbal.
Pasan el día preparando la normalización. Todos se afeitan y arreglan para enmascarar las duras jornadas de marcha a la intemperie. La señal para bajar la llevará esa tarde Pelarco, después de contactar con Araneda muy cerca del puente de Las Peñas. La cita es a las 5 de la tarde y no se producirá.
Araneda descansa en Las Peñas en la casa de su padre, un suboficial de Carabineros retirado. Es un lugareño más y puede moverse sin problemas. A la hora acordada se dirige al puente para contactar con Pelarco. Hay muchos efectivos de carabineros, pero él llega puntual a la cita. Escucha en la distancia gritos y carreras. Continúa caminando y después de simular unos minutos frente a un pequeño local, se devuelve. No tiene plan alternativo.
Pelarco camina hacia el Puente de Las Peñas, por el camino que baja de La Rufina hacia San Fernando. A menos de una hora. Debe ver a Araneda y avanzar hacia el campamento de Bigote para dar la señal de normalización.
A la altura del Cerro El Guanaco intentan detenerlo. Es un control de carabineros.
En el Informe reservado dice “…caminaba a pie un individuo sospechoso que vestía con chupalla y llevaba una manta colgada en uno de sus hombros. Ante esto, el personal se movilizó y se desplegó en abanico para cubrir la mayor amplitud del sector…” Logró zafarse del policía que intentó detenerlo, lo empuja y baja hacia el río Claro.
En varias declaraciones encontré, al leer el expediente, que este incidente es el que lleva al GOPE a movilizarse al sector. Van guías y perros de la Escuela de Carabineros, además el helicóptero de la Prefectura Aeropolicial, comandados por el señor subprefecto de Colchagua, teniente coronel don Julio Verne Acosta” (éste fue detenido en octubre del 2007).
Fracasa el punto entre Araneda y Pelarco.
Como Pelarco no aparece, Bigote cambia el campamento, acercándose a la casa de Araneda. Decide que a primera hora del 26 de octubre bajará por parejas a los combatientes para que tomen el autobús a San Fernando.
A las 21:30 detienen a Araneda en su casa.
En el grupo del Bigote crece la tensión. Ugarte se le encara y le dice que bajar es suicida. Bigote impone su decisión. Es el único que está armado.
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162 Finalmente, en la mañana del 26 de octubre marchan los combatientes por parejas. Primero Colina y Ledesma. Poco antes de las 8 de la mañana avanzan cerca de la intersección del camino de Las Peñas con el que va a la Sierra Bellavista. Al ver presencia enemiga se apartan de la vía y suben por un cerro. Pueden apreciar el despliegue de efectivos de carabineros. Deciden devolverse a avisar a sus compañeros. Son detenidos antes de conseguirlo. Bigote ordena que Ugarte y Donoso sigan el mismo recorrido. Efectivos del GOPE se abalanzan sobre ellos. Todos cuentan que vienen de casa de Araneda.
A los cuatro prisioneros los torturó personalmente Bezmalinovic. Inconfundible por faltarle un ojo.
Bigote escapa. Sólo queda la incógnita de cómo. En mi investigación tuve la declaración de un testigo que relata haber visto cómo bajan detenido a un hombre luego de la detención de los cuatro jóvenes. Nunca aparece esta detención en el proceso, ni Bigote lo informa a sus compañeros posteriormente.
El resumen desastroso es 5 detenidos.
En la Comunidad Hueñi de La Rufina esperan a Pelarco durante el resto del 25 de octubre.
El 26 de octubre tampoco aparece. Continúan Tamara y Alejo en la cabaña junto al profesor.
Durante la tarde Alejo y Claudio Araya exploran para cruzar el río Tinguiririca. Van al Hotel Buenos Aires, que está en dirección contraria al sendero que conduce a Braulio y Daniel.
Mientras Alejo permanece en la loma junto al hotel abandonado, Claudio Araya intenta dos veces el cruce. No lo consigue. Ese lugar es muy peligroso.
El cerco se estrecha y Pelarco sigue perdido. Escuchan las comunicaciones de carabineros a través del radio que han conseguido en Los Queñes.
Al mediodía del jueves 27 de octubre de 1988 regresa por fin Pelarco. Relata lo ocurrido. El forcejeo con carabineros y la huida. Ha estado dos noches oculto. Viene con los pies destrozados. Hambriento y agotado.
Tamara lo atiende, le quita las espinas.
Luego lo lleva por el sendero hacia Braulio y Daniel. Ha permanecido casi 48 horas fuera del campamento.
Tamara habla con los combatientes. Les dice que esa tarde se reunirán a las 19:00 junto al sendero. El plan es cruzar el río por la noche. La jefa fija citas de reserva para la mañana, mediodía y tarde del día siguiente. Por si algo falla.
Es el último encuentro de Pelarco, Braulio y Daniel con Tamara.
Bezmalinovic ha torturado con sus hombres a los detenidos. Sabe que los jefes están muy cerca y que tienen varias armas en su poder. Piensa que buscarán romper el cerco hacia Argentina por el sector Termas del Flaco. Es un dato que entregaron los detenidos, convencidos de su veracidad.
Simultáneamente, Braulio, Daniel y Pelarco permanecen junto al río Claro en espera del encuentro de las 7 de la tarde. Tamara y el profesor caminan de regreso por el sendero hacia la cabaña. Son las dos y media de la tarde del 27 de octubre. Llegan en el momento en que desde la puerta Alejo les hace señas para que se apuren. Dice que en la radio ha escuchado que efectivos de carabineros avanzan hacia la Comunidad Hueñi. Toma el bolso de camuflaje. Contiene dos revólveres, una granada, radios, ropa y documentos. Claudio debe permanecer en el lugar hasta que el enemigo se marche.
Avanzan por el sendero hacia los combatientes. Es su única salida. Va a la carrera con Tamara. El bolso es un estorbo.
Claudio Araya, el único testigo que los vio partir, se separa de ellos alrededor de cinco minutos antes de la llegada de los carabineros que lo detienen.
Hasta aquí, la recopilación de la historia con aporte de todos los sobrevivientes, quienes con mucho cariño colaboraron en reconstruir la última semana de vida del Alejo.
Comienza pues, la locura del expediente. Años de investigación, un silencio ensordecedor ante las declaraciones de los efectivos que participaron en la operación.
Y ese sendero que caminé muchas veces buscando respuestas. Fue en él donde fueron detenidos.
Relato el final de la historia:
Una vez detenidos, Tamara y Alejo el jueves 27 de octubre, alrededor de las 14:30 horas, son encerrados en la cabaña de Hueñi, esperando instrucciones. Bezmalinovic los custodia. Luego son trasladados
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164 al abandonado Hotel Buenos Aires, donde tenían su centro de operaciones.
El viernes 28 son brutalmente torturados por Bezmalinovic. Suponemos que fueron interrogados por efectivos de la DIPOLCAR. En estado agónico, al atardecer, son trasladados a orillas del Río Tinguiririca, en el sector del Encanche. Sus cuerpos ya sin vida permanecen alrededor de seis horas en el lugar. Son lanzados al río en la noche.
Y es en este momento de mi relato en que el viento se detiene, el dolor no tiene límites. Recuerdo una y otra vez un poema de Benedetti que escribió al Che:
Así estamos consternados rabiosos
aunque esta muerte sea
uno de los absurdos previsibles…
…así estamos consternados rabiosos
claro que con el tiempo la plomiza consternación
se nos irá pasando la rabia quedará se hará mas limpia
estás muerto estás vivo estás cayendo estás nube estás lluvia estás estrella
donde estés
si es que estás si estás llegando
aprovecha por fin
a respirar tranquilo
a llenarte de cielo los pulmones
donde estés
si es que estás si estás llegando
será una pena que no exista Dios
pero habrá otros claro que habrá otros dignos de recibirte comandante.
E-mail al más alla
Alejo querido:
Te escribo, pensando que con esto del mundo virtual, que no conociste, tal vez tengas al otro lado un cyber-café donde leas tus correos. Muchas veces, en estos años, jugué secretamente a comunicarme así contigo.
Es mucho lo que tengo que contarte. ¿Recuerdas cuando llegabas los fines de semana de tu escuela y yo te veía venir desde el balcón en Alamar?
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166 Calculo que tendríamos 15 y 19 años. Corría a llenar un balde con agua y el juego consistía en calcular que el agua llegara desde el 5º piso a tierra, justo cuando pasabas bajo el balcón. Subías empapado, y me pegaba como lapa a contarte todo lo que había acontecido en esos 5 días que no nos habíamos visto. Te besaba y abrazaba hasta que me mirabas con esa sonrisa tierna y decías… ¿Me das un chance para bañarme? Entonces me paraba en la puerta del baño y te seguía hablando.
Te echo mucho de menos. Tendría que contarte 19 años sin vernos. Imagino cómo sería un domingo hoy. Almuerzo familiar. Los niños grandes, tu relación con ellos, la comida de la mami (no ha cambiado en nada), y nuestro viejo padre presidiendo el almuerzo, con temas volados e interesantes. Pero sobre todo con alegría de tenernos. Terminaría con una guitarra, hoy tocada por los niños, y pidiéndoles a ti y al papi que no desafinen… y te echarías en el sillón a una siestecita.
Pero no fue lo que nos deparó la vida. Los domingos son sin ustedes dos, pero con la fuerza de sobrevivientes. Con la Tita y la Andre hemos salido adelante con unos niños maravillosos. Te habría encantado conocerlos. Cada uno es distinto y con el sello inconfundible familiar de esa locura creativa y una profunda sensibilidad.
Hoy me llamó Miguel desde Bolonia para decirme que me enviaba el borrador de este libro que está escribiendo la mami sobre ti. Me cuesta leerlo. Es repasar tu vida. No me atrevo, pero de a poco me voy reencontrando.
Me propuse investigar tu muerte. Durante un largo tiempo leí el proceso, entrevisté a los sobrevivientes, siempre con el apoyo incondicional de Rodrigo, quien se fue convirtiendo en un verdadero hermano (No te pongas celoso, alégrate por nosotros y por él). Fui a tribunales, Corte Suprema, Consejo de Defensa, Dirección General de Carabineros, ministros de la Corte. Siempre con el Rafa Walker, amigo inseparable de todas estas andanzas desde que nos propusimos que solo tenía sentido hacer justicia por Cecilia y tú juntos.
Supe en detalle la última semana de tu vida. Estuve en Los Queñes, La Rufina, el Tinguiririca. Recorrí cada rincón. Imaginé tu estadía, tus emociones, tus pensamientos. Sabes que no nos es difícil ponernos en los zapatos del otro. Recuerdo cuando abriste
ese inmenso Larousse que teníamos en La Habana y me dijiste:… “Normal: Común a la mayoría. Escúchame bien y que no se te olvide. No somos normales. Y que eso nunca te aflija”… Te imaginarás que a los 17 años te miré con ojos de huevo frito. Hoy tengo la certeza y la calma de los años para encontrarte toda la razón.
Y por eso comprendo Los Queñes. Y por eso te admiro, aunque el mundo cuestione tu locura. El mundo está lleno de generales después de la guerra.
El sendero donde te tomaron lo caminé, lo soñé y te vi partir. Donde tuviste certeza de la traición: el Hotel Buenos Aires. Donde supe que el tuerto asesino terminó su labor: la orilla del río. Pero, hermanito, tu vida fue hermosa. De ti aprendí y aprendo hasta hoy la infinita fuerza de encontrar la felicidad en la entrega por los otros. Es difícil, y el costo infinito.
Hoy muchos te recuerdan: nosotros, tus amigos y compañeros, y muchos que no te conocieron.
Créeme que tu vida valió la pena… la pena que hoy sentimos. Sembraste la semilla del hombre nuevo, desde nuestro concepto. Como diría el papi, son miles de años los que se necesitan, pero el mundo avanza…
Dejo estas líneas por hoy, tengo que ir a trabajar, comienzo una investigación muy interesante que ya te contaré… y te lleno de besos, como siempre. Te quiero más que mucho.
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Carla
2007-10-08
Índice
Prólogo 7
Presentación 9
Raúl Pellegrin, mi hijo 13
1958: Dos luceros claros 13
Sus orígenes: Besarabia, Loncoche, Chillán, París y Odessa 16
1960: Silabario habanero 17
“El líder no quiere que lo bañen” 18
1962: A recibir una hermanita a Chile 20
Regreso sin visa 21
1964: Largo peregrinar por Europa 23
Esperando la partida desde Génova 26
En barco hacia la patria 27
¡Un perro chileno! ¡Un perro chileno! 28
1965: “Querido diario” 29
Del Colegio Inglaterra a La Girouette 29
En el colegio La Girouette 30
Una larga ventana en la casa de calle Puerto de Palos 33
1969: Tribunal Infantil 35
Aventuras precordilleranas 35
“No sabía que me querían tanto” 36
Entre mantarrayas y zorritos 39
El Valle de la Luna 40
“Piedra en la piedra” 43
Protección a la hermana chica 43
La sociedad de las codornices 47
En la edad del pavo 48
Tomates en Rengo 49
Cartas a la familia 50
El 11 de septiembre de 1973 en Isla de Pascua 53
“Ahora soy Alejandro”.
Asilo en la embajada de la República Federal de Alemania 57
1973-1976: Exilio en Frankfurt-Am-Main 63
Estudios por correspondencia 66
“Ese chilote marino” del Conjunto Víctor Jara 68
De la vida en Frankfurt 71
Testimonio de Ruth Kries: 74
“No humillarnos nos hizo bien a todos” 74
1976-1983: Exilio en Cuba 79
Regaloneos a su hija 81
Sobre los estudios de Raúl Alejandro 83
De la Escuela Inter-Armas General Antonio Maceo 84
En Nicaragua 89
Panchita, su esposa, escribe sobre la experiencia nicaragüense 91
De regreso a Chile 97
“Chino” Rojas responde mis dudas 97
¿Como es nombrado Rodrigo primer jefe del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez? 97
Conductor y constructor 98
¿Cuál fue su forma de trabajo? 98
Contradicciones con el Partido Comunista 101
¿Por qué los rodriguistas querían y respetaban a Rodrigo? 102
Su regreso a Chile 103
Carta de Alejandro a Panchita 103
Otras acciones 104
Concepción de la Guerra Patriótica Nacional (gpn) 112
Víctor Díaz, otro de sus compañeros cuenta: 115
Carta de la Comandante nicaragüense Dora María Téllez: 117
Del “Colectivo Audiovisual Rodriguista” 120
Amores que le conocí 123
Jussi, uno de sus amigos, recuerda sus experiencias del año 1986: 125 Sobre la comandante Tamara 128
Esos últimos meses 130
Raúl, su papá, dijo en una entrevista 133
2007: Aniversario de la emboscada 134
Una conversación especial 137
Velatorio y funeral de mi hijo 139
Liturgia 145
Su hija Carla Iskra, escribe 148
Testimonio del obispo emérito de Linares,
monseñor Carlos Camus 150
Despedida en La Rufina 151
Los últimos días de Benjamín, Ricardo, José Miguel,
Rodrigo, o simplemente nuestro Alejo 152
E-mail al más alla 165