domingo, 20 de noviembre de 2016

La guerra contra la historia. Iroel Sánchez



5 agosto, 2016 de Iroel Sánchez
 
Si hay una guerra silenciosa y constante es la guerra contra la historia de los pueblos. Ya decía Rodolfo Walsh que la burguesía pretende borrar la historia de las luchas del pueblo, porque el secuestro de nuestra historia y nuestra memoria es un modo de hacer que estemos empezando siempre de cero, es un robo –a veces a mano armada- de la identidad del pueblo, de sus luchas y de su capacidad de organizarse y aprender para seguir adelante.

Ayer, el episodio de la orden de detención contra Hebe de Bonafini, nos llenó a todos de bronca, de impotencia, de necesidad de reaccionar contra este nuevo hecho de barbarie de la dictadura neoliberal. La gente salió a la calle y el juez del partido burgués-judicial que había emitido la orden tuvo que dar marcha atrás. Habían tocado profundamente no sólo a una persona, a una Madre de Plaza de Mayo, sino a un símbolo nuclear de la lucha contra el terrorismo de estado.

Pasada la tormenta de las redes y las calles, ganada esta batalla, es necesario preguntarnos con profundidad las razones y las sin razones de esta orden de detención. La burguesía no actúa espontáneamente, no fue casual que la orden se emitiera el mismo día de una gran movilización contra el tarifazo y las políticas de hambre del gobierno macrista, que estaba siendo “visitado” por el secretario de estado americano, Kerry, de paso hacia Brasil. Y el mismo día en que se está negando a Venezuela la legítima asunción de la presidencia del Mercosur, utilizando al gobierno títere de Paraguay y al ilegítimo y provisional gobierno de Brasil.

La prensa internacional informó que Kerry le había entregado a Macri algunos archivos desclasificados sobre la represión en Argentina. No dijo más, ni a qué venía ni para qué necesitaba hacer esa escala, aparte de “profundizar los buenos vínculos de amistad”, es decir -leído desde nuestra historia- profundizar el sabotaje a las conquistas sociales y a la unidad latinoamericana.

Durante los doce años de gobierno kirchnerista, no hubo día en que las calumnias y la manipulación mediática no se ejercitaran contra cada una de las medidas del gobierno, contra los gobernantes, contra todo aquello que significara un avance en políticas sociales. Se pervirtió el discurso político y se transformó el debate en un espectáculo, porque esa es la única arena donde los políticos de la derecha y sus tecnócratas tenían alguna posibilidad. Envilecieron constantemente la misma vida política del país. Degradaron la discusión, alteraron datos y pruebas. El pedido de detención de Hebe de Bonafini forma parte y es la continuación de esta estrategia de acusación infundada, de dictadura judicial, de basura mediática.

Por eso hablo de la estrategia de guerra contra nuestra historia, de guerra contra nuestra memoria de lucha y resistencia. Atacar a nuestros símbolos de resistencia, crear dudas sobre su ética y sobre su recorrido de lucha ha sido una constante. Desgraciadamente hay sectores de la sociedad que se han dejado engañar y que se siguen dejando engañar porque están completamente sometidos por la propaganda y ya son incapaces de tener un pensamiento social, un sano y verdadero sentimiento de amor a sus semejantes, sectores que han sido embrutecidos con el discurso del miedo, de la competitividad, del consumo. El discurso del capitalismo criminal. Y esos sectores que trágicamente son también parte del pueblo, son utilizados contra si mismos y contra sus semejantes.

Hay muchos ejemplos de guerra contra la historia y todos tienen que ver con aquello que decía Goebels, repite una mentira incesantemente y se volverá verdad; esa técnica de propaganda es tan amplia que hoy si preguntas a un joven educado en colegios de Europa quien derrotó a los nazis, muchos te contestarán que los Estados Unidos. Cuando sabemos que fue el heroico pueblo ruso el que venció a los nazis y que en esa guerra hubo 26 millones de rusos que perdieron su vida. También parte de la tragedia en España es que se ha escondido y se ha manipulado tanto la historia de la guerra civil, que las nuevas generaciones ni siquiera saben que todavía los asesinados por el fascismo franquista siguen esperando una reparación, siguen en las cunetas y desaparecidos sin que nadie haya sido juzgado por los crímenes.

La guerra, la lucha por la historia de nuestros pueblos es importantísima, y adjunto la carta que Hebe de Bonafini escribió al juez que mandó detenerla, como ejemplo de esa lucha:

Al Sr. Juez de la Nación
Marcelo Martínez de Giorgi

Me dirijo a Ud. Para manifestarle el motivo de la respuesta a su citación.

Que desde el año 1977, más precisamente el día 8 de Febrero de ese año, vengo padeciendo las agresiones de la mal llamada justicia, implementada por jueces de la Nación. En ese momento empezó mi calvario, hice 168 presentaciones por mi hijo Jorge, luego en conjunto reclame por mi otro hijo Raúl, que fue desaparecido en diciembre del mismo año, en una constante peregrinación por los juzgados, siempre padecí las mismas injusticias, las mismas agresiones. Luego en mayo de 1978, desapareció también mi nuera María Elena, nada cambio.

Siempre la misma ignominia, la misma indiferencia, yo sentía como la denominada justicia era cómplice de los asesinos militares y marinos. Una justicia sin solidaridad, sin sentir por los otros, sin sufrir por ellos. Después de un tiempo en el año 2001, más precisamente un 25 de mayo, a mi hija María Alejandra que se encontraba sola en mi casa, mientras yo estaba de viaje, la torturaron casi hasta matarla. Y allí otra vez mi peregrinación para ver si encontraba algún juez que nos muestre el valor de la Justicia, y que esta existía, pero otra vez la burla y la sin razón.

Y llego el caso Schoklender, allí las madres con gran esfuerzo aportamos voluntariamente 60 cajas con pruebas, junto con 40 backup, y otros elementos más, primero a Oyarbide y después a ud. que ni siquiera leyeron algo de lo aportado. Asistimos cuantas veces nos llamaron a declarar, hicimos pericias de las firmas que constataron que no eran mías, siempre a disposición por la verdad, incluso hace unos meses asistí voluntariamente a su despacho para informarme ante la indigna marcha de la causa.

Y otra vez sufrimos en carne propia la burla, que nos castiga a todas, ancianas de 85 a 90 años, y nos condena a pagar las deudas, injustas y ajenas. Las madres siempre vamos a defender los valores de solidaridad social, extender las manos a los vulnerados, por sus sueños, en este tiempo y en los que vendrán. Y vamos a luchar para que alguna vez nos enfrentemos con jueces probos que nos ayuden a sentir en nuestros cuerpos el valor de la Justicia.

Hebe de Bonafini – Presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo
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 La guerra contra la historia II. 
Denuncio, ergo sum. Por Sara Rosenberg
23 agosto, 2016 de Iroel Sánchez
 
Ríos de tinta corren en las redes y en los periódicos y una vez más la agenda “viral” está fijada por el criminal. Es el cuerpo del crimen que se esconde en la seudo conciencia incapaz de actuar. Denuncian. Miles de botones, cientos de miles de emoticones replican la atroz fotografía -“viralizada”- para sacudir a las sensibles almas que beben, comen y pasean mientras a unos kilómetros las bombas caen y pocos virus dicen que son bombas terroristas financiadas -con impuestos e indiferencia- por las potencias occidentales implicadas en esta guerra brutal y por supuesto asimétrica contra el pueblo sirio.

¿Tengo que poner la lista completa de las atrocidades de Estados Unidos contra la población civil de tantos países y pueblos bombardeados del mundo, o seguiremos creyendo que Hiroshima y Nagasaki han sido casos aislados? No me cansen, por favor. Por favor. No hay derecho a no relacionar y no relacionar y olvidar sólo son signos de barbarie y complicidad. No ser capaces de articular un hecho con otro tiene que ver con la desidia, con la derrota aceptada o consumada en esta guerra contra la historia que es un guerra constante y esencial. Hemos de verla.

Me había prometido no escribir sobre el tema porque hay ríos de tinta sobre el niño, y cada vez que leo algo mascullo y me enfado. Cuánta pornografía sentimental, cuánta enfermedad emocional, cuánto abuso. Desde la semiótica a la denuncia abierta, desde las macabras ongs hasta los autores de las masacres con sus campañas poderosas, desde los púlpitos a las calles, el niño vuelve a ser utilizado como mercancía de una política siniestra.

No quiero ver al niño, no quiero ver sufrir a más niños.

Quiero ver la cara del sujeto, del autor de esta masacre. Es necesario nombrarlo y condenarlo. Es necesario juzgarlo y detenerlo. Tiene nombre, tiene apellido, circula ahora mismo sobre mullidas alfombras en reuniones donde se prepara el próximo asalto a la dignidad de un pueblo –y de tantos- y a su vida. Es un criminal. Es un fascista. Es un enemigo de la vida. Es el causante de estas muertes y de este dolor.

Quiero ver al sujeto criminal, quiero ver al asesino. No quiero que utilicen más a las víctimas y me oculten al mismo tiempo la heroica resistencia al fascismo y a su guerra imperialista. Quiero que el rostro del asesino aparezca con toda claridad. Lo conocemos bien, pero se oculta como se ocultan sus crímenes y además nos utiliza para eso. En una letanía de falsas banderas y de atrocidades, todo el mundo replica la falsa denuncia y la llaman viral, porque hay mucho dinero invertido en virus y ninguno en pensamiento.

Quiero recordar al sujeto criminal, no quiero olvidarlo: tiene nombre y apellido, es un asesino serial y eso es lo que de verdad ahora importa. Pero en los ríos de tinta se ha escamoteado al criminal y de esta manera se lo protege. Incluso esta campaña ha sido urdida como parte de la disolución del crimen.
 
(1)Esta campaña ha sido creada para acusar al gobierno legítimo de Siria y a sus aliados y hay que decir alto y claro: que están derrotando al enemigo fascista, a la OTAN y a sus mercenarios que tanta muerte y tanta destrucción han causado.

Quiero ver las fotos de Obama, Clinton, Holande, Rajoy, Merkel, el FMI, el Banco mundial, los jeques árabes, Netanyahu, el presidente de Polonia, y de las republicas bálticas, al fascista Poroshenko de Ucrania, a sus sirvientes y albaceas, a cada burgués criminal implicado en la masacre, quiero ver esas caras no en reuniones con corbatas impolutas sobre alfombras democráticas, quiero verlos en el momento de dar la orden concreta al Daesh y a sus ramificaciones de avanzar, matar, tirar bombas, degollar, vender petróleo barato, negociar en las salas de sus entidades bancarias, pagar sueldos a criminales adiestrados para matar y destruir, quiero verlos en acto. En sus actos verdaderos. Sin virus y a pelo.

En el acto de dar la orden de matar y torturar y robar sobre la que se asienta el sistema que tan enérgicamente defienden: el capitalismo que tiene ya ribetes marrones: el color del fascismo.

Tenemos memoria, o quizás es que Europa ha caído en el alzhéimer absoluto, pero habrá que recordarle una y mil veces que el crimen impune está sucediendo y que son parte de ese crimen. Que España está sembrada de bases militares americanas, que el gobierno ha cedido en permanencia su territorio a cambio de negocios sucios y sin discusión parlamentaria, que son parte de una guerra injusta contra el pueblo sirio y que ya no pueden seguir ocultando esta barbarie en el rostro mercantilizado y como no, abusado y doblemente abusado de un niño, de una víctima más de la guerra que están llevando ahora mismo adelante.

Me revienta la hipocresía, la doble moral, la pornografía sentimental del europeo -y el norteamericano medio y de tantos otros- atosigado por la mala conciencia y paralizado frente a su concreta complicidad. Es hora de denunciar dicen y denuncian cualquier cosa que les sirva para mantener esa maldita buena conciencia paralítica que ni siquiera les permite diferenciar quien es el enemigo, quien es el causante de estas atrocidades. Y viralmente enfermos siguen adoptando la cara de póker de causas generales que son funcionales a sus amos de la OTAN, sin capacidad de actuar, como si la denuncia, el dedo que pulsa el botón fuera bastante, como si esta pavorosa homogeneidad y falsa simetría entre la víctima y el asesino les garantizara que nada cambiará.

¿Acaso el miedo a “estar peor” es ya dueño de todo el espíritu de este tiempo? ¿Acaso el miedo es el señor al que sirven de rodillas?
¿Adónde has huido bendita rebeldía?
No lo se, pero supongo que el virus y lo viral sólo puede prosperar en un cuerpo enfermo. Y la mentira y la pornografía de la muerte han sido previamente instaladas en una cultura enferma, una cultura zombi. La cultura que llamamos hegemónica, la que padecemos cada día. Quisiera creer que ha llegado la hora de actuar y de no permitir que sigan manipulando y robándonos hasta la infancia. 
 
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La guerra contra la historia III. Paseo por el supermercado de la cultura hegemónica. 
Por Sara Rosenberg 28 agosto, 2016 de Iroel Sánchez
 
El objetivo de la cultura hegemónica es convertir cada hecho y cada espacio mínimo en mercancía. Todo puede comprarse, pregonan. El concepto se ha naturalizado y es ya “sentido común”. Sus productos estrella se especializan en denigrar la voluntad y cualquier posibilidad de transformación humana. Cada producto es una bomba contra la historia, contra el derecho mismo a reflexionar, relacionar e imaginar. Y sobre todo es un producto cultural que siempre alimenta el YO y niega el NOSOTROS.

El Yo solitario y desesperado es un cliente perfecto. Cómo no recordar a Mersault, el alienado hasta de si mismo, pero que al final antes de morir dice que sólo desearía volver a vivir. El personaje de Camus es un retrato del sujeto que el fascismo necesita, un retrato que advierte de la falta de empatía y de las carencias del Yo. El Yo, esa costra vital ya obesa, que deforma el sentido de la vida hasta anularlo.

Cada clase social produce a sus intelectuales, decía Gramsci (1). ¿Pero qué clase de intelectual necesita la gran corporación supra nacional y el capital financiero-militar para controlar el alma -o el espíritu o el pensamiento- de sus esclavos? Creo que la clase burguesa actual produce un tipo de intelectual especializado en el discurso de la pérdida, de la degradación humana, de la supuesta denuncia moral, de la queja, pero que sobre todo produce un discurso que ha de reforzar siempre la idea de que cualquier lucha carece de sentido y que la voluntad humana es un mito. La pauta está fijada de una manera férrea, totalitaria: ahogar toda comprensión histórica y política en fragmentos que jamás permitan acceder a la raíz del problema.

Luchar, dicen, fue un asunto del pasado, no está de moda, no vende. El intelectual de la era del imperialismo en crisis terminal debe producir un discurso donde la especie humana sea tratada como una bazofia. Nada que hacer, sólo constatar que la maldad es inherente a esta especie. Los temas del YO se repiten: el desencanto, la desilusión, la falta de objetivos, las huidas a mundos paralelos, la melancolía, el horror, la irracionalidad, el todo vale, la aparente neutralidad, la falsa simetría, la violencia individual, el amor defraudado, el fraude. Si algún deseo sobrevive o brinda alguna salida es el dinero. Lo inmediato. El consumo. Los modelos actuales desde las series a las novelas o el cine de masas cumplen esa norma. El YO es la única medida. Y el sin salida su espacio de actuación. El gusto contemporáneo por el olor de las cloacas del sistema –sujetos-victimas vulnerados e incapaces de luchar- dispara las ventas y tranquiliza la supuesta conciencia social que en algún lugar duerme.

Analizar, iluminar la raíz de los problemas permitiría saber de qué manera y por donde se pueden solucionar, y la búsqueda de una solución –o cambio- implicaría tomar partido y por lo tanto no sólo denunciar las consecuencias inconexas sino tener un proyecto, ver una luz al fondo del túnel. Iluminar ese túnel. Una glosa: (Hay un texto espléndido de Pasolini, escrito poco antes de que lo asesinaran que se llama “La desaparición de las luciérnagas”, donde analiza el fascismo y termina diciendo que daría su vida por la existencia de una sola luciérnaga. Lo pongo a pie de página porque vale la pena leerlo con atención.) (2)

Pero el discurso de los llamados intelectuales de este sistema debe mantener el túnel en la oscuridad, profundizar la oscuridad y conservar el espíritu del sin salida y la degradación de cualquier gesto colectivo, de cualquier palabra que nombre la sociedad humana capaz de construirse por si misma. Hay que degradar a todos aquellos que dieron su vida para cambiar el mundo, hay que confundirlos y equipararlos con los boys del dinero fácil y el cinismo amplio, hay que atornillar bien la imposibilidad de cualquier cambio porque el sistema capitalista se cae a pedazos y esa fragilidad necesita discursos apocalípticos –a-históricos- de alta gama. Y si hay que mentir se miente sin ninguna vergüenza, para eso usaremos el relativismo y el sentimentalismo, metástasis del canceroso YO.

Productos que tengan la velocidad de la sociedad post industrial, altamente fungibles y donde cada novedad ha de repetir el principio de que nada se puede cambiar, en todos los colores y formas, tal como las latas de los supermercados. Un mismo producto en miles de embalajes diferentes. Para eso se les paga, para eso tienen grandes espacios en todos los medios, con un guión aparentemente amplio que resalta siempre la “libertad individual” y la “democracia occidental” como si existiera o fuera posible tal cosa.

Pero me dejo llevar al túnel oscuro, entro al supermercado y hoy voy a ser libre. Individua libre. Seré libre como mujer porque me ofrecen diversas latas de feminismo, predomina el morado en varias tonalidades que van desde la contradicción sobre-determinada que pregonaba Althusser hasta la emulación del grupo fascista Femen creado no casualmente en Ucrania. Puedo elegir en la medida que ninguna lata compromete mi elección con la raíz del problema succionado ya de la violencia social de un sistema depredador, del capitalismo de la desposesión. Pero me dejo llevar, y estoy a punto de comprar la lata de la violencia de género, que me ofrece circunscribir el tema al interior del hogar y también me ofrece una fácil condena al macho de la especie mientras diluye el tema de qué valores colectivos han sido extirpados para seguir vendiendo teta-culo a toda hora y en todas sus variantes.

En el supermercado y como no, me encuentro con la lata –de un morado desvaído- con textos de “escritoras” cubanas que se dedican a hablarme de la braga (blúmer, aclara la escritora ) de su mamá y de la falta de juguetes de los niños y de cómo las mujeres en Cuba no están a la misma altura que los hombres. Es una lata demasiado olorosa, diría que un producto bruto, aunque las escritoras se han especializado en hablar siempre de su sexo como reclamo publicitario y demostración del alto nivel de su liberación femenina. No arriesgan mucho, pero han de competir con cientos de bestsellers para mujeres “liberadas” que leen las sombras de grey y cosas parecidas. Y todo vale. Ellas le dan el toque tropical y están situadas en el escaparate. Siguen el guión perfectamente y cumplen con el enunciado fundamental: degradar a la revolución cubana gracias a la cual al menos deberían haber aprendido a escribir y a pensar, pero parece que les ha faltado tiempo para comprender cómo el peso colonial las empujó de rodillas a las mismas puertas del éxito y el dinero que Prisa les ofrece, publicidad y columnas en El País para que puedan difamar cada semana. A moler y moler el chisme y la sensiblería, que con la Yoani no es suficiente y las de blanco ya están ahumadas. Es la ley del mercado, la única que conocen y adoran y están en su derecho. Primero hubo una de la que ya poco se habla, ahora hay otra todavía más liberada y posa desnuda para que leamos mejor sus libros y mañana aparecerá otra… ¿De que hablarán cuando sean un producto viejo, o por fin callarán y lamerán los premios recibidos en esos rincones vetustos en los que han colocado a las mujeres cubanas que se inventaron? Ni Haydée, ni Vilma, ni Celia, ni tantas mujeres revolucionarias cubanas están en ese escaparate y de verdad es mejor así para que ese rincón vetusto y lleno de polillas se olvide más rápido.

Inspirada por ellas, -humana al fin y ávida de éxito y de dinero como debería ser en el guión dominante- imagino que podría escribir sobre las bragas de la mujer argentina y el tango, o sobre las penurias de las trabajadoras de las fábricas que usan bragas especiales porque no las dejan ir al baño a mear durante ocho horas, pero aquí me desvío y podrían acusarme de estar haciendo un panfleto social o sea que retorno mejor a temas más literarios y podría contar que mi madre no usaba bragas, (bombacha en argentino), porque ya en su tiempo era muy libre y no consentía que nada la sujetara. Pero mi madre no vivió en Cuba, no me sirve para narrar el desencanto ni la melancolía necesaria al guión establecido para un buen producto y caería otra vez en el panfleto social porque en honor a la verdad debería decir que trabajó sin pensar en otra cosa ni en nadie, que fue un producto social del mezquino espíritu burgués empresarial, una yupi consecuente, a la que poco le importaba el destino del Nosotros. Una mujer libre, si, si a eso pudiera yo llamarle libertad.

Y si me detengo en estos comentarios es solamente porque a veces siento ganas de vomitar cuando el chisme y la inmoralidad destruyen hasta la palabra misma. Porque si tuviéramos los mismos derechos en esta libérrima sociedad occidental el debate sería posible. Pero, no, estimada “intelectual” cubana pagada por Prisa, usted puede insultar al Che Guevara y llenar de lodo la memoria de todos nuestros seres queridos, mezclar las churras con las merinas, el agua y el aceite y seguir ocupando el espacio mercenario, utilizando a la mujer, al niño, a escritoras que sí lo fueron, a su madre, a sus maridos, al arte, a mis muertos y lo que tenga usted ganas de usar porque usted es útil a sus amos, que jamás le permitirán decir una verdad, como por ejemplo: sí, el camino de todas las revoluciones y las transformaciones sociales es complicado, hay que seguir transformando muchas cosas y criticar muchas otras, pero vale la pena intentarlo, porque en el camino hay luz al final del túnel. Y esa luz se llama socialismo -y para susto de los que le pagan- se llama comunismo, el deseado, el que no conocemos todavía, por el que seguimos luchando y apostando, por el Hombre nuevo del que habló y por el que dio la vida Guevara. Nuestro Che. Qué suerte tuvo de poder saludarlo en el colegio, mientras nosotros en América Latina éramos asesinados por leer su diario que solíamos llevar escondido y que pasaba de mano en mano como una chispa y que nos ayudó a crecer y a sobrevivir a la crueldad atroz de aquellos años de plomo. Si. Las revoluciones no son fáciles, pero no hay otro camino: o socialismo o barbarie, y el fascismo camina hoy por estas calles con una “libertad” -esa que ustedes pregonan tanto- inusitada.

Y para hacer la Mujer nueva hay que acabar de una buena vez con el chisme y la teta culo y la mercancía confundida con lo que jamás podrá ser literatura. La gran literatura respira amor por nuestros semejantes, humanidad en marcha. No es un producto de supermercado. Yo también daría mi vida por encontrar una luciérnaga, y como dice el tango una “luciérnaga furiosa”.

Después de este paseo por el lúgubre supermercado de la derrota humana, me encuentro con miles de luciérnagas que brillan, son luciérnagas furiosas que celebran hoy en todas las plazas de mi país del sur NUESTRA LUZ. Hoy esa luz fuerte ilumina el túnel y ha conseguido después de cuatro años de juicio y de testimonios terribles, la condena a cadena perpetua de los genocidas del campo de concentración más grande de Córdoba, el campo de “La perla”, donde asesinaron a tantos y tantos compañeros…

Los genocidas siguen y seguirán siendo juzgados y seguiremos exigiendo que no se les permita ninguna prisión domiciliaria. Las luciérnagas vuelan e iluminan esta noche oscura, son las Madres y las Abuelas, somos todos Nosotros -mujeres y hombres- que decimos otra vez MEMORIA-VERDAD- JUSTICIA porque las palabras verdaderas emiten luz, una luz furiosa y capaz de transformar el mundo.

(Continuará…)

(1)- “…Los intelectuales son los “empleados” del grupo dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y de gobierno político, a saber: 1) del “consenso” espontáneo que las grandes masas de la población dan a la dirección impuesta a la vida social por el grupo social dominante, consenso que históricamente nace del prestigio (y por tanto de la confianza) detentada por el grupo dominante, de su posición y de su función en el mundo de la producción; 2) del aparato de coerción estatal que asegura “legalmente” la disciplina de aquellos grupos que no “consienten” ni activa ni pasivamente, pero que está preparado por toda la sociedad en previsión de los momentos de crisis en el comando y en la dirección, casos en que el consenso espontáneo viene a menos…” (Antonio Gramsci. “Los intelectuales y la organización de la cultura”. Juan Pablos Editor. México 1975)  EL TEXTO DE PASSOLINI
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Pier Paolo Pasolini
El artículo de las luciérnagas
Corriere della será, 1 de febrero de 1975

“La distinción entre fascismo adjetivo y fascismo sustantivo se remonta nada menos que al diario Il Politecnico, es decir, a la inmediata posguerra...” Así empieza un escrito de Franco Fortini sobre el fascismo (L’Europeo, 26-12-1974), escrito que, como se suele decir, yo suscribo totalmente, plenamente. Pero no puedo suscribir su tendencioso exordio. En efecto, la distinción entre “fascismos” hecha por Il Politecnico no es ni pertinente ni actual. Esta podía valer todavía hasta hace cerca de una decena de años, cuando el régimen democristiano era todavía la simple y pura continuación del régimen fascista.
Pero hace una decena de años, sucedió “algo”. “Algo”que no existía y que no era previsible no sólo en la época de Il Politecnico, sino ni siquiera un año antes de que sucediera (o aún más, mientras sucedía, como veremos).
Por lo tanto, la comparación real entre “fascismos” no puede ser hecha, “cronológicamente”, entre el fascismo fascista y el fascismo democristiano, sino entre el fascismo fascista y el radicalmente, totalmente, imprevisiblemente nuevo que ha nacido de aquel “algo” que ha sucedido hace una década.
Porque soy un escritor, y escribo polémicamente, o al menos discuto, con otros escritores, déjeseme dar una definición de carácter poético-literario de aquel fenómeno que ha ocurrido en Italia hace una decena de años. Esto servirá para simplificar y para abreviar nuestro discurso (y probablemente para entenderlo mejor).
A inicios de los años sesenta, a causa de la contaminación del aire, y, sobre todo, en el campo, a causa de la contaminación del agua (los ríos azules y los arroyos transparentes) han empezado a desaparecer las luciérnagas. El fenómeno ha sido rápido y fulminante. Después de unos pocos años las luciérnagas ya no estaban más. (Son ahora un recuerdo, bastante desgarrador, del pasado: y un hombre mayor que tenga ese recuerdo, no puede reconocer en los nuevos jóvenes a sí mismo joven, y por lo tanto, no puede proferir aquellas lindas quejas de añoranza de otros tiempos).
A ese “algo” que ha sucedido hace una decena de años lo llamaré entonces “la desaparición de las luciérnagas”.
El régimen democristiano ha tenido dos fases absolutamente distintas, que no sólo no se pueden confrontar, implicando esto una cierta continuidad, sino que se han convertido incluso en históricamente inconmensurables.
La primera fase de ese régimen (como con razón han insistido en llamarlo los radicales) es la que va desde el fin de la guerra a la desaparición de las luciérnagas, la segunda fase es aquella que va desde la desaparición de las luciérnagas hasta hoy. Analicémoslas de a una por vez.

Antes de la desaparición de las luciérnagas. La continuidad entre fascismo fascista y fascismo democristiano es total y absoluta. No hablaré sobre aquello, que sobre este punto, se decía también entonces, justamente en Il Politecnico con respecto a: la falta de una depuración, la continuidad de los códigos, la violencia policial, el desprecio por la Constitución. Me detengo en lo que después ha contado para una conciencia histórica retrospectiva. La democracia que los antifascistas democristianos oponían a la dictadura fascista era descaradamente formal. Se fundaba en una mayoría absoluta obtenida por medio de votos de grandes estratos de la clase media y de enormes masas campesinas manejadas por el Vaticano. Tal gestión del Vaticano era posible sólo si se fundaba en un régimen totalmente represivo. En ese mundo los “valores” que contaban eran los mismos que para el fascismo: la Iglesia, la patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad. Tales “valores” (como también durante el fascismo) eran “también reales”, pertenecían a las culturas particulares y concretas que constituían la Italia arcaicamente agrícola y paleoindustrial. Pero en el momento en que eran elevados a “valores” nacionales no podían sino perder toda realidad, y convertirse en atroz, estúpido, represivo conformismo de Estado: el conformismo del poder fascista y democristiano. Provincialismo, grosería e ignorancia, tanto de las élites, a distinto nivel, como de las masas eran iguales, tanto durante el fascismo como durante el primera fase del régimen democristiano. Paradigmas de esta ignorancia eran el pragmatismo y el formalismo del Vaticano. Hoy todo esto resulta claro e indudable, porque entonces se nutrían, por parte de los intelectuales y de los opositores, vanas esperanzas. Se esperaba que todo eso no fuera totalmente verdadero, y que la democracia formal contara de algún modo.
Ahora, antes de pasar a la segunda fase, debo dedicar algunas líneas al momento de la transición.

Durante la desaparición de las luciérnagas. En este período la distinción entre los distintos fascismos realizada en Il Politecnico podía todavía funcionar. En efecto, tanto el gran país que se estaba formando dentro del país –es decir la masa obrera y campesina organizada por el PCI– cuanto los intelectuales más avanzados y críticos, no se habían dado cuenta que “las luciérnagas estaban desapareciendo”. Estos estaban bastante bien informados por la sociología (que en aquellos años había puesto en crisis el método de análisis marxista), pero eran informaciones todavía no vividas, experimentadas, en sustancia sólo formales. Ninguno podía sospechar la realidad histórica que sería el inmediato futuro, ni identificar lo que entonces se llamaba “bienestar” con el “desarrollo”que iba a realizar plenamente por primera vez en Italia, el “genocidio” del que hablaba Marx en el Manifiesto.

Después de la desaparición. Los “valores”, nacionalizados y, por lo tanto, falsificados, del viejo mundo agrícola y paleocapitalista, de repente no cuentan más. Iglesia, patria, familia, obediencia, orden, ahorro, moralidad, ya no valen. Y ya no sirven ni siquiera como falsos. Estos “valores” sobreviven en el clérigo-fascismo marginado (también el MSI en sustancia los repudia). Los sustituyen los “valores” de un nuevo tipo de civilización, totalmente “otra” con respecto a la civilización campesina y paleo-industrial. Esta experiencia ha sido hecha con anterioridad por otros Estados, pero en Italia se da de un modo totalmente particular, porque se trata de la primera “unificación” real sufrida por nuestro país, mientras que en los otros países ésta se superpone, con una cierta lógica, a la unificación monárquica y a la ulterior unificación de la revolución burguesa e industrial. El trauma italiano del contacto entre el “arcaísmo” pluralista y la nivelación industrial tiene quizás sólo un único precedente: la Alemania anterior a Hitler. También allí los valores de las diversas culturas particularistas han sido destruidos por la violenta homologación de la industrialización, con la consiguiente formación de aquellas enormes masas, ya no más antiguas (campesinas, artesanas) y aún no modernas (burguesas), que han constituido el salvaje, aberrante, imprevisible cuerpo de las tropas nazis.
En Italia está ocurriendo algo similar, e incluso con mayor violencia, porque la industrialización de los años setenta constituye una “mutación” decisiva incluso con respecto a la alemana de hace cincuenta años. Ya no estamos más frente, como todos ya saben, a “tiempos nuevos”, sino a una nueva época de la historia humana: de esas épocas de la historia humana cuyos límites abarcan milenios. Era imposible que los italianos reaccionaran peor de como lo han hecho ante tal trauma histórico. Ellos se han convertido en pocos años (en especial en el centro-sur) en un pueblo degenerado, ridículo, monstruoso, criminal. Sólo basta salir a la calle para advertirlo. Pero, naturalmente, para comprender los cambios en la gente, es necesario amarla. Yo, lamentablemente, a esta gente italiana la había amado: tanto fuera de los esquemas del poder (más aún, en oposición desesperada a ellos), como fuera de los esquemas populistas y humanitarios. Se trataba de un amor real, radicado en mi modo de ser. He visto, por lo tanto, “con mis sentidos”, la acción coercitiva del poder del consumo transformar y deformar la conciencia del pueblo italiano, hasta una degradación irreversible. Esto no había ocurrido durante el fascismo fascista, período en el cual el comportamiento estaba totalmente disociado de la conciencia. En vano el poder “totalitario” iteraba y reiteraba sus imposiciones de comportamiento: a la conciencia no se la podía implicar. Los “modelos” fascistas no eran más que máscaras, que se podían poner y sacar. Cuando el fascismo fascista cayó, todo volvió a ser como antes. Lo mismo sucedió en Portugal: después de cuarenta años de fascismo, el pueblo portugués ha celebrado el primero de mayo como si al último lo hubiese celebrado el año anterior.
Es ridículo, entonces, que Fortini retrotraiga la distinción entre un fascismo y el otro a principios de la posguerra. La distinción entre el fascismo fascista y el fascismo de esta segunda fase del poder democristiano no sólo no tiene punto de comparación en nuestra historia, sino probablemente en toda la historia.
Sin embargo, yo no escribo este artículo sólo para polemizar sobre este punto, si bien me hubiera gustado. Escribo el presente artículo en realidad por una razón muy diversa, y es la que explicaré a continuación.
Todos mis lectores se habrán dado cuenta, sin duda, de un cambio en los jefes democristianos: en pocos meses ellos se han convertido en máscaras fúnebres. Es verdad, ellos continúan manifestando radiosas sonrisas, de una sinceridad increíble. En sus pupilas se condensa una verdadera, beata luz de buen humor, cuando no se trata de la cómplice luz de la ingeniosidad y la picardía; cosa que a los electores les gusta, pareciera, tanto como la plena felicidad. Por otra parte, nuestros jefes continúan impertérritos sus discursos incomprensibles, en los que flotan los flatus vocis de las acostumbradas promesas estereotipadas.
En realidad ellos son, en verdad, máscaras. Estoy seguro que, si se levantaran esas máscaras, no se encontraría ni siquiera un montoncito de huesos o de cenizas, allí estaría la nada, el vacío.

La respuesta es simple: hoy en Italia, en realidad, hay un dramático vacío de poder. Pero éste es el punto: no un vacío de poder legislativo o ejecutivo, ni un vacío de poder dirigente, ni, finalmente, un vacío de poder político en cualquier sentido tradicional, sino un vacío de poder en sí mismo.
¿Cómo hemos llegado a este vacío? O mejor, “¿cómo han llegado allí los hombres de poder?”.
La respuesta, una vez más, es simple: los hombres de poder democristianos han pasado de la “fase de las luciérnagas” a la “fase de la desaparición de las luciérnagas” sin darse cuenta. Por más que esto pueda parecer próximo a la criminalidad, su inconsciencia en este punto ha sido absoluta: no han sospechado mínimamente que el poder, que ellos detentaban y administraban, no sólo estaba sufriendo una evolución “normal”, sino que estaba cambiando radicalmente de naturaleza.
Ellos se habían ilusionado de que en su régimen todo sería sustancialmente igual: que, por ejemplo, iban a contar eternamente con el Vaticano, sin darse cuenta de que el poder, que ellos mismos continuaban a detentar y administrar, ya no sabía qué hacer con el Vaticano, como centro de vida campesina, retrógrada, pobre. Ellos se habían ilusionado de poder contar para siempre con un ejército nacionalista (como sus predecesores fascistas), y no veían que el poder, que ellos mismos continuaban detentando y administrando, ya maniobraba para establecer la base de ejércitos nuevos, en cuanto transnacionales, casi policías tecnocráticos. Y los mismo debemos decir con respecto a la familia, constreñida, sin solución de continuidad desde los tiempos del fascismo, al ahorro, a la moralidad, ahora el poder del consumo imponía a ella cambios radicales, hasta hacerle aceptar el divorcio, y por lo tanto, potencialmente, todo el resto, sin límites (o, al menos, hasta los límites consentidos por la permisividad del nuevo poder, peor que totalitario en cuanto violentamente totalizador).
Los hombres del poder democristiano han padecido todo este poder, creyendo que lo administraban. No se han dado cuenta que éste era “otra cosa”: inconmensurable, no sólo para ellos, sino para toda una forma de civilización. Como siempre (cfr. Gramsci) sólo en la lengua se han producido síntomas. En la fase de transición –o sea “durante la desaparición de las luciérnagas”– los hombres de poder democristianos han cambiado casi bruscamente el modo de expresarse, adoptando un lenguaje completamente nuevo (por otra parte incomprensible como el latín): especialmente Aldo Moro, es decir (por una enigmática correlación), aquel que aparece como el menos implicado de todos en las cosas horribles que se han organizado desde 1969 hasta hoy, con la intención, por ahora lograda formalmente, de conservar como sea el poder.
Digo formalmente porque, repito, en la realidad los poderosos democristianos cubren, con sus maniobras de autómatas y sus sonrisas, el vacío. El poder real procede sin ellos, y ellos no tienen en las manos nada más que aquellos inútiles instrumentos que, de los mismos, vuelven reales sólo sus lúgubres chaquetas cruzadas.

Sin embargo en la historia el “vacío” no puede subsistir, puede ser sólo predicado en abstracto y por absurdo. Es probable que, en efecto, el “vacío” del que hablo se esté ya llenando, por medio de una crisis y un reajuste que no puede dejar de implicar a toda la nación. Es un signo de esto, por ejemplo, la espera “morbosa” del golpe de Estado. Casi como si se tratase sólo de “sustituir” el grupo de hombres que nos han gobernado tan espantosamente por treinta años, llevando a Italia al desastre económico, ecológico, urbanista, antropológico. En realidad, la falsa sustitución de estas “cabezas de trapo” por otras “cabezas de trapo” (no menos, al contrario, más funéreamente carnavalescas), realizada por medio del reforzamiento artificial de los viejos aparatos de poder fascista, no serviría para nada (y, esté claro que, en ese caso, la “tropa” ya sería, por su constitución, nazi). El poder real al que desde una decena de años las “cabezas de trapo” han servido sin darse cuenta de su realidad: es esto este algo que ya puede haber llenado el “vacío” (haciendo vana también la posible participación en el gobierno del gran país comunista que ha nacido de las ruinas de Italia, porque no se trata de “gobernar”). De ese “poder real” nosotros tenemos imágenes abstractas y en el fondo apocalípticas. No sabemos representarnos qué “formas” asumiría éste sustituyéndose directamente a los siervos que lo han tomado por una simple “modernización” de técnicas. De todos modos, con respecto a mí (si esto tiene algún interés para el lector) que quede claro: yo, por más multinacional que sea, daría toda la Montedison por una luciérnaga.

[Traducción de Esteban Nicotra)

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