viernes, 15 de julio de 2016

Sandro Gaete. Legendario policía de DD.HH. desclasifica sus cara a cara con Contreras y el Guatón Romo.

Acaba de pasar a retiro tras 20 años investigando a militares. Y tuvo una curiosa relación con varios ex Dina: tomaba largos café en el centro y les llevaba frutas y cuadernos a la cárcel.  Cuando yo iba a ver a Romo a la cárcel, le decía a los custodios: ‘Ahí viene el Hugo Chávez'". En algún momento del relato de cada una de sus historias —que incluyen a Manuel Contreras apuntando a su cabeza con una pistola y una década de búsqueda hasta encontrar a Paul Shaefer—, Sandro Gaete sonreirá con ironía.

No es un policía común. De sus 30 años como detective, 20 los pasó en el Departamento V de Derechos Humanos de Investigacionesrelacionándose directamente con los mandos y agentes más temidos de la Dina, como Manuel Contreras, Pedro Espinoza, Miguel Krasnoff y Osvaldo Romo Mena -el Guatón Romón-, e investigando casos como Calle Conferencia, Operación Colombo, Colonia Dignidad y Caravana de la Muerte.

Con algunos de ellos desarrolló una curiosa -pero estratégica- relación: tomaba largos café con el ex Dina Ricardo Lorens mientras que a Romo y le llevaba frutas a la cárcel. "Yo sabía de lo que estaba hablando Romo sin que tuviera que explicarme mucho. Me acuerdo que cuando yo llegaba a verlo le decía a los custodios: ‘Ahí viene el Hugo Chávez'. Y yo me reía feliz".

Desde su casa con vista al mar que escogió para vivir tras acogerse a retiro hace unas semanas con 48 años, observa atentamente cómo ha cambiado el escenario judicial: cuando él comenzó investigando las causas contra militares, para un policía era una tarea imposible intentar interrogar a un oficial, aunque estuviera retirado. Hoy, en cambio, el ministro en visita Mario Carroza acaba de procesar a la oficialidad del regimiento de La Serena, entre ellos al ex comandante en Jefe del Ejército, el general (R) Juan Emilio Cheyre.

"Los delincuentes duros no amenazan, disparan". De niño, Sandro Gaete vivió en la población La Victoria. Su recuerdo más antiguo es de los tres años, cuando su madre lo llevó a votar en las presidenciales del año 70 y junto a su abuela apoyaron a Salvador Allende. Entró a Investigaciones a los 18 años. Y cuando ya era detective de la Brigada de Robos, entraba a varias zonas conflictivas sin temores.  No le costó tener informantes. A muchos los conocía desde niño. "Cuando chico me agarraba a combos con ellos, jugábamos a la pelota", cuenta.  Fue en esa época que por su trabajo investigativo conoció muchos delincuentes. Y pronto se dio cuenta que vincularse estratégicamente con ellos le ayudaba a resolver los casos más difíciles. Una actitud que años después repetiría con varios agentes de la Dina.

Gaete llegó en octubre del 96 a la recién creada sección de Derechos Humanos del Departamento V, a una oficina entonces de ocho metros cuadrados donde sus colegas pasaban el día fumando y tomando café. Comenzó ayudando a redactar los informes de Colonia Dignidad, y luego se integró a ese equipo de trabajo: participó en los allanamientos y en la búsqueda de Paul Schäfer que terminó con el jerarca, tras 10 años prófugo, detenido en Chile tras huir hacia Argentina.

Prohibido interrogar militares. A fines de los años 90 en el Deparamento V se realizaban incipientes investigaciones de detenidos desaparecidos. Ello suponía una apertura, pero con limitaciones: fue la primera vez que Gaete golpeó la mesa a un superior: "Teníamos prohibición de entrevistar a los imputados militares, sólo se entrevistaba a civiles. Yo, sin saber, fui a buscar a un general a su casa en Las Condes y al llegar a la unidad el jefe, Luis Henríquez, estaba muy enojado".

Fue en 1998, cuando el ministro Juan Guzmán tomó el caso Caravana de la Muerte, que comenzaron a interrogar sin limitaciones. El ex policía revela hoy que el juez accedió a que él ofreciera tratar como testigo (y no imputado) a quien aportara información, o a ofrecerles que se les podría conceder la libertad bajo fianza a quienes estuvieran procesados. "Ahí comenzaron los avances. Empezamos con los suboficiales, alimentando el rencor que sentían hacia sus superiores, porque uno sabe cómo los trataban. En esa época, además los oficiales no aceptaban declarar en cuarteles policiales y se producían peleas constantes. Pero para nosotros era importante que ellos fueran a nuestro territorio, porque así empezaban a sentir el peso de un proceso judicial".

Fue en esa misma época que funcionarios de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) lo amenazaron a la salida del Palacio de los Tribunales. De pronto dos hombres se bajaron de un auto y le dijeron que si seguía molestando con sus investigaciones iba a "despertar al león". Hoy Gaete se ríe de su respuesta: "A estas alturas, el león es un gato mojado. No le quedan ni dientes", les contestó.  Dice que no sintió miedo porque en la unidad de robos ya había curtido la piel para enfrentar las bravatas: "Yo allá aprendí que los delincuentes duros no amenazan, disparan".

Un cuaderno para Romo. Poco a poco Gaete comenzó a ganar confianza. A Osvaldo Romo lo visitaba en la cárcel. Le llevaba fruta y cuadernos. El temido agente de la DINA, incentivado por el detective a escribir sus memorias, daba cuenta de su historia como torturador y aportaba datos guardados. "Su nivel de detalles era impresionante. Tenía memoria de enciclopedia. Incluso recordaba detalles de casas donde había estado solo una vez".

Gracias a Romo, el policía fue acercándose a las detenciones y torturas, pero el destino final de los desaparecidos era una incógnita. "Teníamos problemas con las chapas, todos decían no conocer los nombres reales de las personas". Relata que lograron avanzar el año 2000 tras ir a visitar a un agente que tenía una foto de su matrimonio y que insistía en no recodar quiénes eran sus compañeros en la Dina. Eso, hasta que le pidieron que les exhibiera más fotos de la fiesta. "Ahí la compartimentación de la que hablaban se fue al carajo: habían asistido varios agentes de su unidad y él se sabía los nombres de todos".

El año 2002 Gaete logró otra revelación: por primera vez un oficial operativo vinculó a Augusto Pinochet al trabajo de la Dina: "Con el agente Ricardo Lorens me sentaba a tomar café. Conversábamos y discutíamos. El 2002 terminó reconociendo haber participado en el procedimiento de Víctor Díaz, el secretario general del PC, y me contó que se lo exhibieron a Pinochet". Lorens le preguntaba constantemente su impresión de cómo avanzaban los casos y las posibilidades de condena; Gaete se aprovechaba de la idea instalada de que habría un acuerdo político y lo tranquilizaba para que contara más. "Tiempo después, fue uno de los pocos jefes de grupo de la Dina que terminó reconociendo que a los desaparecidos los habían lanzado al mar en helicópteros".

Antes de eso, el 2001, Gaete entrevistó al agente Emilio Troncoso. "Fue bien intenso. La semana anterior habían sido publicados los resultados de la Mesa de Diálogo en que se informaba que cuerpos habían sido lanzados al mar. Entonces le digo: ahora no vamos a hablar ni de torturas ni de detenidos, vamos a hablar de cómo arrojaban al mar a la gente. Y le muestro el recorte de un diario donde aparecía la noticia. Ahí él dice que se acuerda del caso de Marta Ugarte (cuyo cuerpo apareció flotando en una playa) y confiesa que le había correspondido ir a dejar su cuerpo al mar y que no lo amarró bien. Fue el primer agente de la Dina que en Chile habló de los cuerpos arrojados al mar. Gracias a él también supimos que los mismos que realizaban las detenciones eran quienes asesinaban".

Manuel Contreras. Gaete también fue el jefe del grupo que el 2005 detuvo a Manuel Contreras para ingresarlo a cumplir 12 años de cárcel por el secuestro del mirista Miguel Ángel Sandoval. El ex jefe de la Dina le apuntó con una pistola en la cabeza mientras él lo redujo en el piso.

Tranquilizadas las cosas, ambos se subieron al auto que lo trasladaría al cuartel policial. El general (R) reclamaba por las esposas y hablaba insistentemente del bien que él le había hecho al país. En un semáforo en rojo, varias personas lo reconocieron y comenzaron a insultarlo. Entonces, Gaete le comentó con ironía: "Mire general, ese es el cariño que le tiene la gente". Dice que después, cuando lo dejó en el Palacio de los Tribunales, Contreras le estiró la mano y reconoció su profesionalismo. "Le agradezco y le deseo la mejor estadía en el penal", le respondió el policía.****************


Ángeles de la muerte. Una exhaustiva y larga investigación del juez Juan Guzmán y su equipo de detectives del Departamento V logró develar el mejor secreto guardado por la DINA: el destino de sus desaparecidos en la Región Metropolitana. La operación sistemática fue realizada por los pilotos y mecánicos de los helicópteros Puma del Comando de Aviación del Ejército entre los años 1974 y 1978. Domingo 23 de noviembre de 2003  Jorge Escalante 

Desde los sacos paperos sobresalían las pantorrillas y los pies. A las mujeres se les veían los zapatos con tacones altos o bajos. A veces se les asomaba el ruedo de la falda. A los hombres se les veían los zapatos y el extremo de los pantalones. Cada saco contenía un cuerpo amarrado con alambre a un trozo de riel. Algunos cuerpos todavía mostraban sangre fresca. Otros expelían el olor de la primera descomposición. Otros sacos estaban impregnados de aceite humano, señal de que los cadáveres habían permanecido algún tiempo enterrados. Algunos de los bultos, los menos, no tenían la forma de un cuerpo sino que eran de un tamaño más reducido, sólo parte de los restos.

Fueron al menos 40 viajes. En cada uno subieron de ocho a quince bultos a bordo de los helicópteros Puma. De los 12 mecánicos del Ejército que al final terminaron reconociendo las operaciones, cada uno hizo al menos un viaje. En algunos casos fueron dos, tres e incluso más. Hay otros mecánicos que también participaron en estas operaciones pero que todavía lo niegan. Casi treinta años se guardó el secreto entre pilotos y mecánicos en el Comando de Aviación del Ejército (CAE), estamento responsable de la operación. Al comienzo todos negaron, varias veces. Los pilotos niegan hasta hoy. Pero los mecánicos quebraron el juramento sellado con la sangre de otros. El juez Guzmán y los detectives que lo asisten tomaron esta hebra y la investigaron silenciosos y pacientes durante más de un año, en el marco del proceso por la cúpula comunista desaparecida de calle Conferencia.

Interiorizarse de los detalles de los vuelos de la muerte sobrecoge. Ahí está al fin la respuesta, detallada, y esta vez relatada desde adentro, del destino de los prisioneros de la DINA en Santiago.

Entre 400 y 500 fueron los cuerpos lanzados al mar en estas operaciones realizadas principalmente entre 1974 y 1978, aunque también habrían ocurrido en las últimas semanas de 1973. El informe de las Fuerzas Armadas que surgió de la Mesa de Diálogo sobre Derechos Humanos en enero de 2001 con información del destino de 200 detenidos desaparecidos (49 en tierra y 151 al mar), apenas consignó 29 casos atribuidos a la DINA. De ellos, sólo 23 aparecieron como arrojados al mar. En la mesa de diálogo el Ejército del entonces general Ricardo Izurieta afirmó que no contaba con más información. Otorgando el beneficio de la duda, el Ejército esa vez no logró romper el secreto de los juramentados. Pero tampoco lo ha hecho hasta hoy. Las cifras oficiales del Informe Rettig y las entidades continuadoras indican que los desaparecidos de la DINA en la Región Metropolitana entre 1973 y 1978, fueron 590.
 
LA RAZÓN DEL MAMO. Al final se confirmó la verdad. La confirmaron los mismos ejecutores, o parte de ellos. Como viene ocurriendo con otros casos espeluznantes, como los ejecutados de La Moneda en Peldehue, los que hablaron fueron los de abajo, no los altos oficiales. Los mecánicos son todos suboficiales hoy retirados.

Hay que admitir que el ex jefe de la DINA, Manuel Contreras, tenía por una vez la razón. "No hay detenidos desaparecidos de la DINA, están todos muertos" dijo recientemente a una documentalista del Canal+ de la TV francesa. Lo que Contreras nunca ha reconocido es que la macabra y sistemática operación de lanzar los cuerpos al mar existió. Y que nunca pudo ser planificada sólo por quien fue el jefe del Comando de Aviación del Ejército entre enero de 1974 y diciembre de 1977, coronel Carlos Mardones Díaz. Éste, junto a otros cuatro ex pilotos del CAE, fue procesado el viernes 14 de noviembre de 2003 por el juez Guzmán en calidad de cómplice y encubridor en el sumario por la muerte de Marta Ugarte. El de esta dirigente comunista fue el único cuerpo de las víctimas arrojadas al mar que afloró desde las profundidades del Océano y que en septiembre de 1976 varó en la playa La Ballena, cerca de la caleta Los Molles en la V Región. Fue la única falla del sistema de exterminio, la pista que permitirá ahora condenar a los culpables. Ningún otro cuerpo lanzado al mar apareció. El "culpable" de la defectuosa atadura del peso que permitió que el cadáver de Ugarte subiera a la superficie y se convirtiera en una evidencia fundamental, está identificado y confeso de su criminal error.

Pero Guzmán también procesó por este caso en calidad de autores de secuestro y homicidio a Contreras y a su propio primo, el brigadier (R) Carlos López Tapia, quien en 1976 era el jefe de la Brigada de Inteligencia Metropolitana de la DINA y a la vez jefe de Villa Grimaldi. Éste fue el principal centro clandestino de reclusión y tortura en el país, y desde allí fue sacada la mayor cantidad de los cadáveres que iban al mar. El juez fue respaldado el viernes 21 de noviembre de 2003 por la Quinta Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago, que confirmó los procesamientos. Aunque revocó el del piloto Emilio de la Mahotiere "por encontrarse en Francia" cuando desapareció Marta Ugarte.
 
TOBALABA-PELDEHUE. La operación "Puerto Montt" (código con el que en los centros clandestinos de la DINA se marcaba en el registro de prisioneros a quienes serían ejecutados y lanzados al mar) tuvo un protocolo de actuación que se repitió. Antes de cada vuelo los mecánicos recibían la orden de sacar los asientos del Puma (18 a 20) y el estanque de combustible adicional. La autonomía de vuelo de este helicóptero sin el segundo estanque es de dos horas y media. Cada viaje era ordenado por el jefe del CAE al jefe de la Compañía Aeromóvil de ese comando de helicópteros. Todos los vuelos quedaban registrados.

Las máquinas partían cada vez desde el aeródromo de Tobalaba en la comuna de La Reina, donde durante esos años funcionó el Comando de Aviación del Ejército. La tripulación la conformaban un piloto, un copiloto, y un mecánico. El vuelo se iniciaba con destino a Peldehue, en Colina. Allí, en terrenos militares, descendían y eran esperados normalmente por dos o tres camionetas Chevrolet C-10, casi siempre de color blanco, cuya sección trasera estaba cubierta por un toldo. A cargo de estos vehículos estaban dos o tres agentes de civil. Los civiles descorrían los toldos que ocultaban los cadáveres amontonados y los descargaban para ponerlos dentro del helicóptero. A continuación el Puma volvía a elevarse con los agentes civiles a bordo. Normalmente se orientaba hacia la costa de la Quinta Región, y a la altura de Quintero la máquina tomaba dirección mar adentro. La menor de las veces los vuelos se fueron mar adentro a la altura de San Antonio o Santo Domingo.

Alcanzada una distancia adecuada, el piloto daba la orden para iniciar la descarga de los cuerpos. El lanzamiento se efectuaba a través de la escotilla de más o menos un metro cuadrado ubicada en el medio del helicóptero, donde se encuentra el gancho de carga que baja por dentro a la altura del rotor principal. Pero la descarga también se hacía a veces desde una escotilla de popa, de 1,80 metros de alto por casi un metro de ancho. El lanzamiento lo efectuaban los agentes civiles, que eran los responsables no sólo de llevar los cuerpos a Peldehue y ponerlos dentro de la nave, sino de supervisar que los bultos llegaran al fondo del mar. Las identidades de los cuerpos arrojados al océano en esta operación no están establecidas, puesto que los testigos dicen no haberlas conocido nunca, salvo la de Marta Ugarte. Quienes sí las conocen, como el ex jefe de la DINA Manuel Contreras, niegan que esta operación existió.
 
"BRILLABAN". Los rieles "recién cortados, por lo que brillaban por los lados cortados" como los vio preparados el comisario de Investigaciones y agente de la DINA Nibaldo Jiménez Santibáñez, entregaban, en principio, la seguridad de que la prueba del crimen se iría con el pedazo de metal al fondo del océano. Dice Jiménez en una de sus declaraciones procesales que cuando preguntó un día para qué eran esos rieles cortados en trozos, recibió por respuesta "esos son pa' los paquetes". Cuando preguntó ¿qué paquetes?, sostiene que le respondieron "los que se van cortados todos los días de aquí, un lote grande al mar, los envuelven en un saco bien amarrados con alambre, echan el cuerpo y el riel, y con el peso del riel se van al fondo".

Ya no eran ex prisioneros que hablaban de los rieles, ni sólo el campeón de pesca submarina Raúl Choque, que una vez en la década de los años 80 declaró a la prensa que vio osamentas en el fondo marino frente a Pisagua, pegadas a trozos de rieles. Ahora los fragmentos de vía eran una realidad vista por uno de los propios agentes que lo contaba a un juez. Tampoco había enloquecido el coronel retirado Olagier Benavente Bustos, cuando el 24 de junio de 1999 declaró en una entrevista a La Nación que el "piloto de Pinochet, su regalón, Antonio Palomo", le contó un día de verano un par de años después de 1973 en Pelluhue, donde ambos tenían casa de descanso, que le había correspondido hacer viajes pilotando un Puma para lanzar cuerpos al mar. "Partían desde Tobalaba", dijo el coronel (R) Benavente que le había dicho Palomo. Era la primera vez que un alto oficial retirado revelaba parte del secreto. Pero esa vez todo quedó allí, sólo en las declaraciones. No existían todos los antecedentes descubiertos ahora. Por supuesto, Palomo desmintió las declaraciones de Benavente cuando el juez Guzmán lo interrogó.
 
LA LIMPIEZA. Cumplida cada misión de vuelo, los helicópteros regresaban al lugar en Peldehue donde habían quedado estacionadas las camionetas C-10. Allí descendían los agentes civiles, montaban en las camionetas y se iban. El helicóptero volvía a elevarse y se dirigía a su base del CAE en Tobalaba. Desocupada la máquina de su tripulación, los mecánicos realizaban la operación de limpieza del piso, que la mayoría de las veces quedaba con sangre impregnada y con un penetrante olor a carne descompuesta. Manguereaban el piso y el interior y dejaban ventilarse la máquina. Cuando el olor y la sangre desaparecían, los mecánicos volvían a instalar los asientos y el estanque de combustible adicional, a no ser que ya se supiera que al día siguiente ese mismo helicóptero debía cumplir una tarea similar. Normalmente esta limpieza no era realizada por los mismos mecánicos que habían participado del vuelo. Entre los limpiadores estuvo más de una vez E.A.O., el mismísimo mecánico personal del Puma Nº 256 del comandante en jefe del Ejército, general Augusto Pinochet. Aunque éste sostiene en el proceso que "nunca" le tocó realizar alguno de estos vuelos a alta mar. Su jefe fue por muchos años el ahora brigadier (R) Antonio Palomo.

"Cuando conversábamos entre los mecánicos, pude ver que varios de ellos habían realizado este tipo de viajes", declaró en el proceso otro mecánico que participó en los vuelos y a quien nombraremos "Rotor 1".  Las identidades de los mecánicos que finalmente contaron al juez las tenebrosas historias que permitieron conocer estos hechos, LND las mantiene en reserva. El hijo de uno de ellos fue secuestrado por algunas horas el viernes antepasado, el mismo día en que el juez Guzmán dictó los primeros procesamientos por el caso de Marta Ugarte contra cinco ex pilotos de los Puma, además de Contreras y López Tapia. Dos individuos lo obligaron a subir a un auto, lo amarraron, le pusieron una capucha en la cabeza, lo golpearon, y le dijeron que le dijera a su padre que "cierre el hocico". Luego lo botaron en una calle de Santiago. Otro de los mecánicos, "Rotor 2", relató en la investigación que apenas se iniciaron estos vuelos, el comandante del CAE Carlos Mardones reunió a pilotos y mecánicos y les ordenó que "estas son misiones secretas que ustedes no deben comentar con nadie que no participe en ellas. Ni siquiera deben hablarlo con sus familias".
 
EL TRIBUNAL. El comisario (R) Nibaldo Jiménez, ex agente DINA con funciones en Villa Grimaldi y en el recinto de José Domingo Cañas, sostiene que "quienes enviaban a los individuos al mar era una reunión que se hacía con los jefes de grupo de esa época, los capitanes Miguel Krassnoff Martchenko, Maximiliano Ferrer Lima, y otros, porque había varios cuarteles. Se reunían en algo así como un tribunal, donde decidían qué detenido se salvaba y quiénes se iban al mar con el código anotado Puerto Montt. Esos "otros" a quienes se refiere Jiménez eran los de siempre, Marcelo Moren Brito y Pedro Espinoza Bravo, ambos jefes rotativos de varios de los centros clandestinos de la DINA. El resultado de cada una de esas reuniones, continúa Jiménez, "era enviado al general Contreras, jefe máximo de la DINA (...) El general Contreras era quien revisaba las listas y en definitiva era quien decidía la suerte de los detenidos".

Otra de las víctimas de la DINA fue el periodista Máximo Gedda Ortiz, hermano de los Gedda que realizan el programa de televisión "Al sur del mundo". Detenido en julio de 1974, desapareció en el recinto de Londres 38. Jiménez cuenta el estado en que vio su cuerpo antes de que, presumiblemente, engrosara la lista de lanzados al mar. "Un sujeto de apellido Gedda estuvo detenido. Le habían sacado con cuchillo la carne de la pierna y se le veía el hueso. Estaba colgando, lo tenían colgando. Lo habían flagelado".

Jiménez describe otra figura del horror y la brutalidad contra otro de los desaparecidos de la DINA. Se trata del fotógrafo Teobaldo Tello Garrido, quien había sido funcionario de Investigaciones durante el gobierno de Salvador Allende. Fue detenido en agosto de 1974 y permanece desaparecido. "Fui a verlo a un cuarto abarrotado de detenidos, al abrir su boca vi que estaba ensangrentada. Sus dientes habían sido removidos con un alicate por parte del señor Marcelo Moren (...) El coronel Moren era bastante bruto".
PILOTOS DE LA CARAVANA

Entre los cinco ex pilotos de helicópteros Puma que el juez Juan Guzmán procesó por el secuestro y homicidio de Marta Ugarte están quienes fueron los pilotos de la Caravana de la Muerte. Antonio Palomo fue el piloto durante el tramo sur de este operativo, actuando como su copiloto Emilio de la Mahotiere González. Por el tramo norte de la caravana, el piloto fue el mismo De la Mahotiere y el copiloto, Luis Felipe Polanco Gallardo. El quinto piloto declarado reo es el coronel (R) Oscar Vicuña Hesse. Una segunda fase de este método de desaparecimiento de detenidos arrojando sus cuerpos al mar, se inició después de 1978 y duró al menos hasta 1981-82, una vez que a fines de 1978 fueron descubiertos los cadáveres de 15 campesinos en un horno de Lonquén y el Ejército y Pinochet se alarmaron.

Esta segunda fase conocida como "las remociones" clandestinas, fue admitida incluso por el ex director de la Central Nacional de Informaciones, general Odlanier Mena, y sobre ella han prestado también declaraciones algunos ex agentes que participaron en el operativo. A esta operación pertenecen, entre otros, los prisioneros de Chihuío en la X Región; los ejecutados de La Moneda desenterrados desde Peldehue; y las 26 víctimas de la Caravana de la Muerte enterradas clandestinamente en el desierto de Calama. Estas no fueron víctimas de la DINA.

Probablemente, dada la experiencia adquirida, esta segunda fase fue realizada por los mismos pilotos y mecánicos del Comando de Aviación del Ejército. Este episodio no está totalmente aclarado judicialmente. En todo caso, los comandantes del CAE después de Carlos Mardones fueron: el coronel Hernán Podestá Gómez, entre enero y diciembre de 1978; coronel Fernando Darrigrandi Márquez, entre enero de 1979 a julio de 1981; y el coronel Raúl Dinator Moreno, entre agosto de 1981 y febrero de 1982.

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