sábado, 31 de agosto de 2019

La muerte del padre: hijo del general Óscar Bonilla lleva el caso a la justicia

La muerte del padre: hijo del general Óscar Bonilla lleva el caso a la justicia
  Ivonne Toro Agurto  23 Ago 2019

El hijo menor del exministro del Interior y de Defensa Óscar Bonilla presentará una querella para intentar dilucidar si la muerte de su padre, ocurrida hace 44 años, fue un accidente, como reza la versión oficial, o un atentado digitado por el régimen que dirigía Augusto Pinochet.  La niebla era espesa cuando pasadas las 11 horas del 3 de marzo de 1975 el helicóptero UH 182, de fabricación estadounidense, se estrelló contra un bosque en el fundo Santa Lucía, en Romeral, Curicó: el aparato perdió altura, el aspa cercenó la copa de un par de árboles, y el engranaje de metal, dando tumbos, se precipitó a tierra y estalló.

 Augusto Pinochet era amigo íntimo de Bonilla. Se conocían desde su época de cadetes.
 Alfonso Carvajal sobrevivió a la caída. Sostiene que fue un accidente.

 Eduardo Bonilla Menchaca prepara una querella para esclarecer las circunstancias en que murió su padre.
 El helicóptero quedó completamente destruido. 
A minutos de despegar, se estrelló en el fundo Santa Lucía.

El mecánico Alfonso Carvajal Guerra, un joven que ejercía desde hacía poco en su profesión, salió de entre las llamas y, semiinconsciente, observó cómo campesinos del sector intentaban apagar con tierra una de sus piernas que se estaba quemando y pudo ver de reojo el cuerpo del ministro de Defensa de la Junta Militar, el general Óscar Bonilla Bradanovic (57). El viaje marcaba el fin de las vacaciones que el amigo íntimo del general Augusto Pinochet Ugarte había tomado en la Región del Maule junto a su esposa, Mery Menchaca. Estaba convaleciente de una operación en la columna y los días en la zona central, en la casa de amigos, habían sido recomendados por su médico tratante. “Ay, Mery, por Dios, no vaya a terminar en tragedia este verano tan alegre”, dijo, según testigos, la mañana en que iba a morir.

En horas, él y otros seis ocupantes de la nave, dos pilotos y cuatro civiles -tres de ellos menores de edad- estaban acechados por las llamas. La mayoría de los tripulantes terminó calcinado.

El vuelo fallido había durado apenas cinco minutos. El fundo El Calabozo, desde donde se realizó el despegue rumbo a Santiago, está a cuatro kilómetros del sitio del accidente. O del atentado.
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Óscar Bonilla Bradanovic era partidario del golpe de Estado mucho antes del 11 de septiembre de 1973. Previo a que Pinochet -a quien conocía desde la época en que ambos eran cadetes- se sumara al plan para derrocar al gobierno del Presidente Salvador Allende, se sabía que él era uno de los nombres que, con seguridad, estaba dispuesto a tomar las armas. Esa certeza le permitió ocupar, en los primeros meses tras el golpe de Estado, el Ministerio de Interior. Pero la suerte se torció rápido para el exedecán del mandatario Eduardo Frei Montalva y fue sacado en julio de 1974 de la primera línea y enviado a Defensa.

Información desclasificada en Estados Unidos a través de la Freedom of Information Act (FOIA) retrata que el general Bonilla intervenía en temas complejos. En la sentencia por los crímenes de los ciudadanos estadounidenses Edmund Horman Lazar y de Frank Randall Teruggi, en septiembre de 1973 -ambos prisioneros en el Estadio Nacional- se detalla que Bonilla ordenó a su secretario concurrir en cuatro oportunidades al Instituto Médico Legal con la orden de dar con el paradero de las personas desaparecidas cuando la política de Estado era completamente opuesta a esos esfuerzos. Medios internacionales, como The New York Times, lo definían como “el líder de los liberales al interior de la Junta Militar” y tenía llegada con los grupos vulnerables. Culto y con carisma, su nombre se extendía como una sombra sobre Pinochet.

Su hijo, Eduardo Bonilla Menchaca (66), hoy diplomático retirado y en ese entonces un veinteañero, recuerda un episodio puntual en que su padre se convirtió en una figura incómoda para el régimen. Se cruzó en 1974 con quien se transformó en el jefe de la represión: el entonces coronel Manuel Contreras Sepúlveda.

– Hubo una época en que abogados prominentes de derechos humanos fueron a visitar a mi padre y le dijeron que había torturas, desapariciones. Mi padre les dijo que se fueran, porque eso no podía ser cierto en una institución como el Ejército. Pero había también personas que le iban a tocar el timbre a mi madre para denunciar cosas. Ella tomaba nota y le contaba a él. Hasta que un día el cardenal (Raúl Silva Henríquez) llama a mi padre y le dice que vaya a la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes sin contarle a nadie. Mi padre eso hizo. Tomó un helicóptero y ordenó aterrizar en Tejas Verdes. Le pidió al coronel Contreras revisar todas las dependencias. Él le dijo que no era necesario, pero mi papá le señaló que quería ver todo. Mi padre vio entonces prisioneros en muy malas condiciones y ordenó que el coronel Contreras quedara bajo arresto y le dijo al segundo ahí que asumiera el mando. A la semana, Contreras quedó en libertad y fue trasladado a Santiago a cargo de la Dina. Yo creo que mi padre ahí firmó su sentencia de muerte.

Eduardo Bonilla presentará en las próximas semanas, a través del abogado penalista Luis Hermosilla Osorio, una querella que busca aclarar las circunstancias en que falleció su padre.

-Hay personas que dicen que fue un accidente; otros tienen grandes dudas y hay quienes están seguros de que fue un atentado. Yo quiero la verdad-, relata Bonilla.
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“Accidente N° 10 del 3 de marzo de 1975”. Requerida a través de la Ley de Transparencia, la Fuerza Aérea de Chile remitió un reporte de una página en que se establece cómo quedó en los archivos oficiales consignada la caída en que murió el general Bonilla.

“A las 13 horas se recibe un llamado de Curicó informando que el helicóptero UH-182 se había precipitado en el fundo Santa Lucía, Guaico Tres, Sector Romeral, pereciendo el ministro de Defensa Nacional, señor Óscar Bonilla; el piloto, mayor señor Roberto Valladares; el copiloto, capitán señor Camilo Vicencio, la señora María Ortúzar, el señor Mario Rodríguez Ortúzar, el señor Gerardo Rozas Ortúzar y la señorita Angélica Rodríguez, resultando el mecánico herido grave. El rescate de las víctimas fue efectuado por personal del Regimiento de Curicó. Personas rescatadas muertas: siete. Vivas: una”.

Este documento se suma a otro que había sido negado por décadas a los familiares de las víctimas: el sumario administrativo realizado por el Ejército sobre el asunto, en que se precisa, entre otras cosas, que el aparato quedó “100% destruido”.

“Las palas se encuentran despedazadas desde la punta a la raíz sin desprendimiento de los puntos de arranque”; “una porción de la pala alcanzó una distancia de 100 metros por la fuerza del impacto”; “cabina de pilotos y pasajeros destruida totalmente por el impacto y por el fuego. Instrumentos dañados y destruidos”; “no se encontró una falla mecánica que pudiera haber ocasionado la caída”, son parte de las expresiones del texto.

La conclusión de la indagatoria de un mes resume la verdad oficial que se ha contado por años: se trata de un accidente que “es imputable al piloto, mayor Roberto Valladares de Rurange, y al copiloto, capitán Danilo Vicencio Ponce, ya que existió falla humana derivada de imprudencia, aun cuando ambos pilotos habían aprobado el curso de vuelo instrumental y tenían conocimiento del vuelo bajo condiciones meteorológicas adversas”.

El archivo, no obstante, recoge también la versión de testigos -campesinos, carabineros de la zona- que coinciden en que previo al desplome hubo “ruidos extraños, como explosiones del motor, para luego sentir un ruido mucho más fuerte, sin saber con seguridad si había sido en el aire o en la tierra”. Los entrevistados de la época describen “una aceleración fuerte”, “ruidos extraños, como si hubiera fallado el motor”, “como que el motor se paraba” y la presencia de un vehículo negro de un desconocido en la zona, desde donde alguien entregó la noticia mientras se alejaba del lugar del impacto: “Se cayó el helicóptero. Están todos muertos”.

Bonilla afirma que lleva décadas de dudas e indagatorias y que hoy, recién jubilado, puede buscar sin presiones saber qué pasó.

El hombre es alto y delgado. Físicamente se parece a su padre: es posible, por ejemplo, reconocerlo en un café habiendo solo visto fotografías del general Bonilla. No es nuevo, asegura, el comentario. Hace unos años, la actriz Gloria Laso, tras la exposición de una película, caminó decidida a abrazarlo. “Su papá me salvó la vida”, le dijo. No habían sido presentados.

Esas historias, cuenta, tampoco le sorprenden: varias veces le han dicho que el general Bonilla intervino para liberar a conocidos que estaban recluidos y que esas gestiones fueron decisivas. Esta información, más otros comentarios que recibió desde el Ejército, han provocado que por años viva dudando. En 1996 dio una entrevista a la revista Qué Pasa en que hizo públicas sus aprensiones, pero no pudo hacer más: él era diplomático y Pinochet, comandante en jefe del Ejército. El general reaccionó con fuerza en esa época. Adujo que lo de Bonilla estaba “terminado” y que había sido un accidente. En la misma rueda de prensa, se refirió al crimen del general Carlos Prats, pero negó la participación del Ejército: “Tenía muchos enemigos”, sostuvo.

-Yo empecé a dudar, porque quería asegurarme de que había sido un accidente. Tenía amistades en el Ejército que me iban abriendo los ojos. Un general me comentó que había restos de explosivos en el helicóptero. No estoy seguro, porque no he podido probarlo, pero de acuerdo a la información que recogí por ahí, se había puesto una bomba en el helicóptero. Y había otros hechos: pasando muy poco tiempo después de esto, unos técnicos fueron enviados a hacer un peritaje sobre lo que había pasado. Mientras estaban en eso, el comando de aviación del Ejército, que estaba en Tobalaba, les pidió a estos técnicos que ya que estaban acá les hicieran una reinstrucción a los pilotos. En esa reinstrucción se cayó ese helicóptero.
Los funerales del general Bonilla fueron multitudinarios.
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“A los tres minutos aproximadamente de iniciado el vuelo e indicando el altímetro dos mil pies se dio cuenta de que la aeronave tomaba un bamboleo de costado junto con vibraciones fuertes y extrañas”. Han pasado 44 años y por vez primera las declaraciones de Alfonso Carvajal Guerra, el mecánico que sobrevivió a la caída del helicóptero, se hacen públicas. Ese es el extracto de uno de los testimonios que entregó a los sumariantes. El otro está perdido: no figura en el expediente.

Hoy, el hombre tiene 66 años, vive en Villa Alemana y maneja colectivos. En sus piernas guarda los rastros del día en que pudo haber muerto: injertos que lo dejan vulnerable a cualquier lesión. Hace poco, cuenta un lunes de agosto, se enterró un fierro en la rodilla izquierda y la herida no le ha dado descanso: se abre, se infecta, lo mantiene alerta.

-¿Vibraciones extrañas? Sáquele lo de extraño. Yo revisé el helicóptero antes de salir y después ya en terreno. No hay intervención de terceros, fue falla de los pilotos-, plantea hoy convencido de la “falla humana”.

“El general les preguntó a los pilotos: ¿Podemos despegar con este tiempo? Hay poca visibilidad. Y los pilotos, no sé si por congraciarse con el general, le dijeron: ‘No hay problema, podemos despegar’. Así lo hicimos, pusieron en marcha el helicóptero, despegaron, con cero visibilidad. Le dieron altura sin velocidad y eso es fatal para la aviación. Y como no pudimos romper la capa hacia arriba, buscamos romperla hacia abajo y al bajar nos vimos volando sobre un bosque alto. Y ahí empezamos a romper árboles con el rotor hasta que el helicóptero se desintegró. Yo abrí la puerta y traté de tirarme, porque ya sabía que nos íbamos a caer con tanto golpe. Y en vez de tirarme, me agarré. Perdí el conocimiento y no sentí el golpe. Estando en tierra, sentí a gente trabajando en el sector. Ellos me ayudaron a sacarme el casco, les pedí agua y cuando me levanté tenía toda mi pierna quemada”, narra sin titubear.

Carvajal comenta que lleva demasiados años contando la misma historia a sus colegas de aviación -siguió en el Ejército hasta que obtuvo en 1985 la baja por “inutilidad”- y que en sus palabras no hay imprecisiones, porque caer en un helicóptero no es algo que se pueda olvidar fácil.

-Sentía a lo lejos que decían: este gallo debe estar todo quebrado. Me dieron los primeros auxilios en Curicó y luego me trasladaron a Santiago, al Hospital de la Fach. Iba una lolita y dos lolos y una abuelita, que era mamá de la dueña del fundo. Los jóvenes se abrazaron cuando el helicóptero daba botes y la señora que estaba delante mío venía rezando. Los pilotos peleaban por los mandos tratando de salvar la situación. Habían ido a Estados Unidos y habían retornado hacía poco del curso. A lo mejor ahí faltó experiencia.

Valladares de Rurange tenía 663 horas de vuelo instrumentales y 267 específicamente en helicóptero, y su copiloto, Vicencio Ponce, 234 horas .
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-Tengo una imagen muy grabada, avanzada ya la tarde. Mi hermana mayor, que había tenido a su hija hacía un mes, llegó desde Santiago. Entregó la guagua y se derrumbó llorando. Fue una noticia muy terrible: era nuestra hermana (Angélica); un primo hermano, que era como hermano nuestro; otro primo en segundo grado, la abuela. Era una tragedia familiar que cayó como una bomba. La periodista Pilar Rodríguez Birrel (54) habla de los otros, el grupo que quedó registrado en los diarios de la época como “los civiles”. Frente a la noticia de la muerte del primer ministro del Interior del régimen, los demás eran eso: un número sin rostro.

Para quienes los aman, el tema tiene otras resonancias. Angélica, la hermana de Pilar, tenía 15 años y ocupó ese lunes 3 de marzo el puesto que debía tomar en el helicóptero una de sus otras hermanas, Magdalena. Murió calcinada.

Magdalena Rodríguez (62) lo recuerda así:

-Me vine a Santiago ese día, por distintas razones, en un maldito tren. El tío Óscar fue muy temprano a llamar por teléfono a nuestra casa. Tengo grabado que el día estaba muy cubierto y él quería saber si venían o no venían estos pilotos, y le dice a la tía Mery: Ay, Mery, por Dios, no vaya a terminar en tragedia este verano tan alegre. Porque él no insistía, ya que estaba muy cubierto. Desde Tobalaba le dijeron que estuviera tranquilo, porque iban los dos pilotos más experimentados: Roberto Valladares de Rurange y Danilo Vicencio.

Era, describen las hermanas Rodríguez Birrel, el final de un buen verano. Angélica estaba emocionada de montarse en el helicóptero y era un ambiente seguro: el general Bonilla era amigo de la familia, viajaba con su abuela, María Ortúzar Riesco, una dama de la época, y sus primos Mauricio Rodríguez Aránguiz y Gerardo Rozas Ortúzar.

Manuel Rozas, hermano de Gerardo, detalla que el adolescente, con quien compartía dormitorio, era su ídolo: “Un gallo con un alma campesina, probablemente iba a ser ingeniero agrónomo, de mucha simpleza, sin un carácter complicado, como la tabla del 1 de fácil. Esto fue tremendo, tremendo. Y nosotros éramos de una generación donde los sentimientos no se mostraban mucho y, en ese sentido, cómo nos pegó, cada uno lo sabe, pero poco lo hemos comentado entre todos”.

Los familiares de Mauricio Rodríguez no hablan del asunto. El duelo, dicen cercanos, nunca ha cerrado.  Pilar cree que, tal vez, la verdad pueda reparar esa deuda:

-Me parece que siempre es importante investigar, aunque no se concluya una verdad establecida, siempre es importante recoger todas las versiones y terminar con los rumores. Cuando hay militares involucrados es muy importante el contexto en que se hacen estas investigaciones, y no es lo mismo investigar hoy, año 2019, a investigar el 75 o estando vivos Pinochet y Contreras, porque eventualmente se podría involucrar a agentes del Estado. A veces no se logra certeza jurídica, pero sí presunciones fundadas. La verdad es bien reparadora, siento yo.
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“¿Qué clase de hijo sería si tengo esta duda tan grande y me muero sin intentar averiguar si a mi padre lo mataron? Tal vez no logre saberlo, pero al menos lo estoy intentando”, reflexiona Eduardo Bonilla Menchaca, sabiendo que su búsqueda tiene, puertas adentro, más de un detractor. De partida, su hermano Óscar, piloto que cree que la caída fue un accidente y no hay más que hurgar. Su madre, Mery, que se consoló al alero del mundo militar. Pinochet, revela la prensa de la época, encabezó los funerales masivos y le escribió una carta a la viuda en que recalcaba que con Bonilla “estábamos unidos en vieja amistad”. En El Mercurio una nota se tituló “Lágrimas viriles en el cementerio”: “El Presidente de la República, Augusto Pinochet Ugarte, no pudo evitar una viril lágrima de pesar en la despedida”, consignó ese escrito.

-Su papá era amigo íntimo de Pinochet, pero si hubo un atentado de la magnitud que usted sospecha, es inverosímil que él no hubiera sabido, algo a lo que usted se ha resistido a creer en estos años.

-Esa misma pregunta yo me la he hecho muchas veces. Todos sabemos que se decía que Pinochet sabía exactamente todo lo que pasaba en Chile. Eso quiere decir que él sabía si hubiese habido un atentado. Te mentiría si te digo que estoy convencido de que él sabía. Lo que sí, ellos se conocían desde cadetes, toda una vida. Sería más lamentable aún poder comprobar que él sí lo sabía. Yo en esos años quedé muy traumatizado, hubo una época en que ni siquiera me salía la voz. Quedé muy aplastado, pero quiero la verdad. Son de esas heridas que no cierran nunca.
 

domingo, 25 de agosto de 2019

Este es 'Ramiro': De sus inicios en la lucha contra la dictadura a la jefatura militar del FPMR


1° parte: Este es 'Ramiro': De sus inicios en la lucha 
contra la dictadura a la jefatura militar del FPMR
Manuel Salazar Salvo
 



Desde el Club de Fútbol Orompello en Valparaíso, cuna de varios frentistas, Mauricio Hernández Norambuena fue ascendiendo en la estructura del FPMR hasta reemplazar en la jefatura operativa a Aurelio, Roberto Nordenflicht, quien cayó en un enfrentamiento en 1989.  La historia del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) se debe dividir en dos grandes partes. La primera se extiende entre diciembre de 1983 y aproximadamente junio de 1987; la segunda, comprende desde esa fecha hasta los primeros años de la década del 2000.  A eso habría que agregar una especie de prehistoria que se inicia cuando el Partido Comunista, en 1977, decidió asumir todas las formas de lucha y encausar a la mayoría de los militantes de la Juventud y del Partido hacia la rebelión armada, incluyendo el ingreso de cientos de muchachos a escuelas militares en Cuba y en diversos países con socialismos reales en Europa.

En la primera etapa del FPMR, todas las acciones emprendidas obedecieron a las directrices del Partido Comunista (PC). La unidad es férrea, la disciplina es vertical y la logística funciona de manera casi perfecta. A mediados de 1987, por diversas razones, que no son del caso revisar en este artículo, el Frente se quebró. Muchos de sus integrantes permanecieron en el PC, pero otro importante sector decidió independizarse y surgió el FPMR-Autónomo, que optó por seguir por el camino de las armas y la búsqueda de una rebelión armada para terminar con la dictadura cívico militar e imponer un régimen socialista y popular.

En el mismo mes de junio de 1987, la Central Nacional de Informaciones (CNI), el organismo represor del general Augusto Pinochet, emprendió la denominada Operación Albania, una acción de exterminio mediante la cual asesina a 16 miembros -hombres y mujeres- del FPMR. Al año siguiente, en agosto de 1988, el FPMR-Autónomo secuestró al coronel Carlos Carreño, director de la Fábrica y Maestranza del Ejército (Famae) al que mantuvo en un refugio secreto mientras exigió un subido rescate por su liberación. La CNI replicó deteniendo a otros cinco frentistas que fueron torturados, asesinados y lanzados al mar. El coronel Carreño finalmente fue liberado en Brasil, luego de ser sacado subrepticiamente de Chile. El FPMR, liderado por el comandante José Miguel -el ingeniero Raúl Pellegrín- inició entonces una nueva fase de su lucha, la llamada Guerra Patriótica Nacional, que se puso en marcha en octubre de 1988 con el copamiento de varios poblados en diversas regiones del norte, centro y sur del país.

En uno de ellos, en la localidad de Los Queñes, en la Región del Maule, asesinaron a un carabinero y debieron huir por los faldeos cordilleranos, acosados por fuerzas militares y policiales. Allí fueron detenidos, torturados y asesinados el comandante José Miguel y la comandante Tamara, Cecilia Maggi Camino, quien era su pareja y había participado en la organización del atentado contra Pinochet, en septiembre de 1986, en el cajón del Maipo.
La dirección del Frente la asumió un cuerpo colegiado de comandantes, encabezado por Salvador, Galvarino Apablaza Guerra, un oficial formado, al igual que José Miguel, en las fuerzas armadas cubanas.

Una de las tareas inmediatas que emprendieron los comandantes fue la puesta en marcha de la campaña No a la Impunidad, inscrita en la política de Lucha Patriótica por la Dignidad Nacional. Su propósito: ajusticiar a figuras militares y civiles de la dictadura, que aparecieran comprometidas en violaciones a los derechos humanos. Así, el 9 de junio de 1989, un comando de la Fuerza Especial del Frente, acribilló a Roberto Fuentes Morrison, alias el Wally, comandante de escuadrilla de la Fuerza Aérea de Chile y uno de los jefes del Comando Conjunto, aparato represor que funcionó entre 1975 y 1977, exterminando a numerosos dirigentes de la Juventudes Comunistas. El Wally fue emboscado cuando abandonaba su domicilio en Villa Frei, en la comuna de Ñuñoa.  En esos mismos días, los comandantes Eduardo, Bernardo y su pareja, la comandante Mariela Vargas, también conocida como Cecilia, se hicieron cargo de las labores de vocería del FPMR, en un período en que la existencia de Salvador no era conocida por la opinión pública y por la mayoría de los rodriguistas autónomos. 

Al mes siguiente, el 20 de agosto de 1989, el Frente realizó un ataque contra el Aeródromo de Tobalaba, dañando uno de los helicópteros que utilizaba Pinochet. En la ocasión, cayeron acribillados el teniente de Ejército Roberto Zegers Reed y el jefe de operaciones del FPMR, el comandante Aurelio, Roberto Nordenflicht, hijastro del líder comunista y poeta, Volodia Teitelboim, y descendiente de la familia de la peruana María Constanza de Nordenflycht, mujer de Diego Portales.

La decisión de realizar la acción en contra del Comando de Aviación del Ejército fue adoptada mientras Salvador se encontraba fuera del país, en Nicaragua, y corrió por cuenta del comandante Bernardo, quien subrogaba la jefatura principal. Este hombre era uno de los cuadros comunistas que se formaron inicialmente en el Trabajo Militar de Masas (TMM) del PC y, luego, se incorporaron al Frente en 1984, a partir de la constitución de las Fuerzas Operativas Territoriales, que permitieron el encuentro de los oficiales, que recibieron entrenamiento militar en el exterior, en los años 70, con los que aprendieron el uso de las armas en Chile.

El ascenso de Ramiro: Con la muerte de Nordenflicht, antes de dos años el Frente perdió otro de sus cuadros clave. Aurelio era jefe de las Unidades de Fuerzas Especiales del FPMR y era el tercer hombre de su Dirección Nacional. Había formado parte de los primeros contingentes que formaron la Tarea Militar del PC y posteriormente el FPMR. En 1975 abandonó sus estudios de Agronomía en la Universidad Patricio Lumumba de Moscú, para iniciar su preparación político militar, especializándose en medios mecanizados y blindados. Luego, combatió junto al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua.

En su reemplazo, a cargo de las operaciones especiales, fue designado Mauricio Hernández Norambuena, Ramiro, uno de los comandantes con mayor prestigio entre los rodriguistas, quien había participado en las acciones más audaces efectuadas desde antes de la irrupción del Frente y se había formado política y militarmente en Chile. Su trayectoria política comenzó en el trotskismo y en el MIR en 1977, mientras estudiaba Pedagogía en Educación Física en la sede Valparaíso de la Universidad de Chile. Provenía de una acomodada familia del puerto, pero de tradiciones socialistas. En 1979, ingresó a Derecho en la Universidad Católica de Valparaíso y en septiembre de ese mismo año enfrentó su primera detención, durante una romería a la tumba de Salvador Allende en el cementerio Santa Inés de Viña del Mar.

Ramiro se integró al Frente poco después de su fundación asumiendo pronto responsabilidades de mando en la Región de Valparaíso. También era conocido como Braulio o El Abuelo, y recién había cumplido los 31 años.
Las primeras refriegas de Ramiro no fueron en la resistencia a la dictadura, sino en las canchas de fútbol de Valparaíso y sus alrededores. Formaba parte junto a uno de sus hermanos de la defensa del equipo del Club Deportivo y Cultural Orompello, cuya sede estaba en las faldas del cerro Esperanza, al lado del Placeres y del Barón, en calle Barros Arana.

Fernando Larenas, 'Salomón'

El arquero de aquel equipo y uno de los mejores amigos de Ramiro era Fernando Larenas Seguel, quien algunos años después, con la chapa de Salomón, sería uno de los primeros jefes del Destacamento Especial del FPMR, la unidad encargada de las principales acciones armadas. En 1977 también se integraron a ese plantel de fútbol los hermanos Arnaldo y Mauricio Arenas Bejas, quienes como Milton y Joaquín, también tendrían una destacada participación en el brazo armado del PC.

Los inicios en la subversión: La rama cultural del club Orompello fue una verdadera incubadora de jóvenes comunistas, la que ya a fines de los años 70, cuando el PC empezó a foguear a sus militante para emprender la rebelión popular, dieron forma a numerosas unidades de acción y propaganda. Hasta esa sede llegaban jóvenes de aguerridas poblaciones, en especial de Viña del Mar, tales como Forestal, Chorrillos, Gómez Carreño y Achupallas. Al iniciarse los años 80, ya estaban listos para acciones mayores. En febrero de 1981, miembros del Comando Manuel Rodríguez del Frente Cero del PC oscurecieron gran parte de los alrededores de la Quinta Vergara donde se efectuaba el Festival de la Canción de Viña del Mar. Entre los autores estaba Ramiro y varios de sus amigos.  En mayo de ese año, para el día del trabajo, Ramiro, Fernando Larenas y Mauricio Arenas Bejas fueron detenidos en una marcha y conducidos a la comisaría de Miraflores donde estuvieron varios días. Fue la primera detención de todos. Pocos meses después varios de ellos empezaron a viajar a Cuba para recibir adiestramiento guerrillero y militar.
 
Mauricio y Hernán Arenas Bejas
Un año después, ya de regreso en Chile, Fernando Larenas, Salomón, fue designado jefe del aparato armado en Valparaíso, pero muy pronto lo trasladaron a Santiago y fue nombrado jefe de la Unidad Especial del FPMR. En su reemplazo en Valparaíso, asumió un militante que se estaba transformando en una leyenda: Luis Eduardo Arriagada Toro, Bigote.  Ramiro, Joaquín y Bigote formaron parte de una unidad especial en Valparaíso que realizó casi todos los asaltos que a partir de 1980 se hicieron en la zona para recaudar fondos destinados a las acciones subversivas. Fueron tan exitosos que incluso ayudaron a financiar el partido y se transformaron en líderes de decenas de jóvenes que poco tiempo después engrosarían las filas del FPMR.

2° parte: Este es 'Ramiro': Las operaciones de la Unidad Especial de Valparaíso del FPMR
Manuel Salazar Salvo
 
Claudio Molina -el primero de la derecha, abajo- reclutó en Valparaíso a 'Ramiro', 'Braulio', 'Joaquín', 'Tamara' y otros importantes comandantes del FPMR. En la foto, en Carrizal en el ingreso de armas. La aparición en escena del Frente Patriótico Manuel Rodríguez fue a través de una acción de gran envegadura: volaron 12 torres de alta tensión que dejaron a oscuras la zona central del país a fines de 1983. En los dos años siguientes los rodriguistas se hicieron sentir mediante acciones que se cuentan en miles, entre las que se encuentran el controvertido secuestro del niño Gonzalo Cruzat y el rescate desde la Clínica Las Nieves de Fernando Larenas. En varias de estas ocasiones tomó parte Mauricio Hernández Norambuena, y su unidad porteña.

En junio de 1982 los primeros cinco chilenos formados militarmente en Cuba y que ya habían combatido en Nicaragua, fueron seleccionados para regresar a Chile y poner en marcha lo que sería el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Uno de ellos era Raúl Pellegrín, alias Benjamín, quien, además, había sido recomendado por Galvarino Apablaza, Salvador, para asumiese el mando de la nueva organización.
Ya en Santiago, se instaló en una casa de seguridad en Las Condes y eligió la nueva chapa de  José Miguel, al que se le agregó la nominación de comandante. Poco después se integró a la Comisión Militar del Partido Comunista (PC), que tenía tres miembros y que estaba dirigida por Guillermo Teillier, a quien daría cuenta en los años siguientes. En esa omisión también estaba el economista Ignacio Valenzuela Pohorecky, encargado entonces del Frente Cero, el balbuceante aparato armado del PC que en los meses siguientes sería desmovilizado y la mayoría de sus miembros reasignados al FPMR.

Los meses de julio, agosto y septiembre sirvieron para organizar las nuevas estructuras, asignar recursos e iniciar pequeñas acciones de bajo impacto. En octubre ya se contaba con medio centenar de pelotones de tres o cuatro miembros, grupos que en una operación se unían y formaban destacamentos los que eran dirigidos por los primeros comandantes designados. Se distribuían principalmente en Santiago, Valparaíso y Concepción.
La Dirección del Frente planificó una acción de gran envergadura y alto impacto para darse a conocer a los chilenos y dar comienzo a su lucha contra la dictadura. Escogió provocar un apagón que sería realizado el 14 de diciembre de 1983 a las 22:30 horas.  Unos 50 militantes divididos en unos seis destacamentos recibieron la misión de volar una docena de torres de alta tensión entre las regiones de Valparaíso y O'Higgins. A la hora programada las luces empezaron a titilar y de pronto toda la zona central del país quedó a oscuras.
Una voz masculina llamó a la radio Cooperativa e informó: "Estas acciones de sabotaje que derribaron torres de alta tensión y apagaron la zona central corresponden a una operación del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Hemos comenzado una campaña de acciones combativas para ayudar a terminar con la dictadura de Pinochet. Este es el comienzo de un nuevo periodo en la lucha por la libertad de Chile".

Dos días después, un pelotón frentista ocupó la radio Carrera y transmitió un nuevo mensaje: "Aspiramos hoy a terminar de una vez con Pinochet, su régimen y su secuela de hambre, miseria y represión", para luego agregar que "la lucha emprendida por el pueblo continuará hasta la consecución de estos objetivos. Antes que éstos se concreten, no habrá paz ni tregua”.  José Miguel ya trabaja muy estrechamente con Ignacio Valenzuela y el comandante Daniel, Martín Pascual, quien había sido designado por el PC como una especie de comisario para supervisar la línea política del Frente.
 
El arrojo de los porteños:  En 1982, Claudio Molina Donoso, el Rucio Molina, fue designado como secretario regional de las Juventudes Comunistas en Valparaíso y como tal le tocó dirigir el Frente Cero y luego armar las primeras estructura del FPMR en la zona. Molina había trabajado en la orgánica del Checho Weibel cuando este dirigía la Jota (Juventudes Comunistas: JJ.CC.) y estuvo  a un paso de ser detenido por el Comando Conjunto, uno de los órganos represores de la dictadura de Augusto Pinochet. Luego fue enviado a reorganizar la Jota en Concepción y de allí trasladado a Valparaíso.
 
Cecilia Magni Camino, 'Tamara'
Molina era un cuadro experimentado y con un ojo notable para seleccionar gente. Él fue quien reclutó y formó una unidad especial de combatientes que se hicieron célebres en el Frente y en la Jota. La integraron, entre otros, Fernando Larenas Seguel, Braulio o Loco; Mauricio Hernández Norambuena, Ramiro; Luis Arriagada, Bigote; Julio Guerra, Guido; y una joven y buenamoza profesora de la Escuela de Sociología en la Universidad de Playa Ancha: Cecilia Magni Camino, Tamara entre otros.  Larenas fue designado jefe de la unidad y muy pronto fue incluido en la primera lista de frentistas que salió hacia Cuba para seguir diversos cursos de capacitación guerrillera, siendo reemplazado en la ciudad por Bigote.
 
El secuestro del niño Cruzat:  A su regreso de Cuba, Larenas fue designado a la Unidad Especial del FPMR en Santiago y como tal le correspondió organizar y dirigir el secuestro del niño Gonzalo Cruzat Valdés, uno de los 13 hijos del empresario Manuel Cruzat Infante, uno de los más poderosos empresarios chilenos de esa época, cabeza del grupo Cruzat Larraín.  Gonzalo Cruzat, de 11 años, fue secuestrado el 13 de abril de 1984 a la salida de su casa en la calle Charles Hamilton, en Las Condes, y conducido a una casa en Paine donde fue encerrado a la espera que su padre pagara el rescate de tres millones de dólares que se le exigió.
El empresario pagó finalmente cerca de un millón 200 mil dólares y el niño le fue devuelto. No obstante que había sido advertido que no avisara a la policía, Cruzat sí lo hizo aunque se opuso a que ésta interviniera en la operación. No lo hicieron, pero sí filmaron a quienes acudieron en busca del dinero.  El secuestro fue considerado un éxito, aunque a muchos frentistas y comunistas no les gustó para nada aquella acción.

En 1984 la Comisión Militar del PC y José Miguel conformaron la Dirección Nacional del FPMR, quedando constituida por varios comandantes. A ese grupo se sumaban ocasionalmente los jefes regionales de Santiago, Valparaíso y Concepción, y el jefe de las Fuerzas Especiales o Unidad Especial. Se reunían periódicamente a rostro descubierto y se trataban entre ellos por sus chapas.  El 20 de octubre de 1984 Larenas, ya casi de noche, manejaba un Datsun azul por la avenida Santa Rosa, en dirección al sur de la capital. Sabía que el día anterior había caído una casa de seguridad del Frente en La Reina, y había sido capturado Francisco Peña Riveros, quien fue parte de la unidad en el secuestro de Gonzalo Cruzat.

Larenas se dio cuenta que era seguido, trató de mantenerse tranquilo, pero no logró evitar ser interceptado por tres vehículos de donde bajaron una decena de agentes de la Central Nacional de Inteligencia (CNI). Se bajó de su auto y corrió hacia una calle que resultó ser sin salida. Sacó su arma y se dispuso a morir combatiendo, como siempre lo había dicho. Al instante recibió un disparo en la cabeza. Fue llevado a un hospital y encausado junto a varios militantes detenidos, entre ellos uno que lo había delatado.  A mediados de diciembre de 1984, un comando del FPMR dirigido por Mauricio Arenas Bejas, el otro gran amigo de Ramiro, ex jugador del Orompello del cerro Esperanza, el futuro comandante Joaquín, secuestró al periodista Sebastiano Bertolone, subdirector del oficialista diario La Nación.  Bertolone fue tratado con guante blanco y mantenido en cautiverio siete días. Para liberarlo se pidió la publicación de una foto donde aparecía junto a la bandera del FPMR y dos militantes encapuchados y armados, y de una proclama del movimiento. Lo primero lo consiguieron, lo segundo, no. Les bastó con las fotos exigidas en las portadas de La Nación y La Segunda. El periodista fue liberado en una población cercana a lo que hoy es la estación Grecia del Metro.

Por esos días, la CNI hizo público un resumen de las actividades del Frente en 1984 en todo el país: “1.889 acciones desestabilizadoras, algunas de una envergadura técnica muy superior a las que hasta entonces había realizado la militancia comunista: en total, se realizaron 1.138 atentados con explosivo, 229 sabotajes, 163 asaltos a mano armada, 36 atentados selectivos y 47 sabotajes”.

El rescate del Loco Larenas:  A José Miguel se le puso entre ceja y ceja rescatar a Fernando Larenas y, tras varios debates, convenció a la Comisión Militar del PC. Decidió encargarle la tarea a quienes se los habían propuesto: los miembros del Destacamento Especial de Valparaíso. Como se contó más arriba el grupo lo había formado el Rucio Molina y su combatiente más arrojado había sido el Loco, y lo integraban Mauricio Arenas Bejas, Mauricio Hernández Norambuena y Cecilia Magni, entre otros.  El rescate fue planificado y dirigido por Claudio Molina, Ignacio Valenzuela, y el grupo operativo lo integraron Hernández, Arenas, Magni, Ricardo Palma Salamanca y Patricio González. Todos, excepto Palma, eran parte de las unidades especiales.
Larenas se encontraba recluido en una habitación del segundo piso de la Clínica Las Nieves, ubicada a la altura del paradero 10 de la Gran Avenida, en la comuna de San Miguel. Tras dos operaciones, por esos días recibía tratamiento de kinesioterapia y estimulación psicosensorial. A pesar de su estado semi-vegetal y su severa pérdida de memoria, no sólo accedían a él enfermeras y médicos, sino también dos gendarmes que lo custodiaban día y noche. Su estado había mejorado en algo desde su captura y la CNI no perdía la esperanza de sacarle información.

El 1 de junio de 1985, a las 21:30 horas, la esposa de Larenas, Mónica Álvarez, se detuvo en el exterior de la clínica. Era la única autorizada para visitarlo y ella entregó los datos que permitieron el rescate.  A una señal de la mujer, tres hombres ingresaron y dijeron en la recepción ser detectives. Como la mujer dijo conocerlos, la enfermera accedió a acompañarlos al segundo piso. Redujeron a un gendarme, pero el otro, al resistirse, recibió un disparo en el estómago y más tarde murió. Con la ayuda de la esposa de Larenas, lo vistieron y sentaron en una silla de ruedas y salieron del lugar.  Lo llevaron a una clínica clandestina del Frente y luego lo sacaron a Argentina y de allí a Cuba. Días después salieron en la prensa chilena las fotos de Larenas con su esposa en la isla caribeña.

La operación fue un éxito rotundo. El Frente y José Miguel se llenaron de elogios. También los miembros de aquella unidad especial, tanto que casi todos muy pronto serían ascendidos y el Rucio Molina sería enviado a cumplir una tarea clave en el contrabando de armas por Carrizal.

Tercera Parte: La historia de 'Ramiro': Atentado a Pinochet y secuestro de Carreño
Manuel Salazar Salvo

Mauricio Hernández Norambuena fue uno de los cuatro comandantes del FPMR a cargo del atentado a Augusto Pinochet en 1986. Un año después lideró el secuestro del coronel Carlos Carreño, a quien terminó liberando en Brasil.  Desde su misma concepción, la planificación estratégica del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) se preparó en diversas partes del mundo: en la Unión Soviética, en Cuba, en la República Democrática de Alemania y en Chile. Se fue afinando según las condiciones políticas internas y externas, pero, aparentemente el éxito de las protestas nacionales que se iniciaron en 1983 aceleraron el calendario diseñado previamente. Así, la dirección comunista decidió transformar el año 1986 como el año de la sublevación nacional.
 
Así, se diseñaron dos grandes operaciones para dar comienzo al levantamiento general, que culminaría con cuatro grandes columnas marchando desde los cuatro puntos cardinales de Santiago hacia el centro de la ciudad en septiembre de aquel año. A mediados de 1984 se inició la preparación de las dos grandes tareas programadas: el ingreso clandestino de un poderoso cargamento de armas comprado en el exterior para proveer a los combatientes del Frente y un atentado contra el general Augusto Pinochet que terminara con su vida y diera comienzo al enfrentamiento final.

Al iniciarse el invierno de 1984 fueron designados los principales jefes que se harían cargo de la compleja estructura que se haría cargo del ingreso del cargamento de armas a Chile, tarea que requería de una delicada preparación. En tanto, tras varios atentados fallidos en contra de Pinochet, a fines de 1985 se optó por efectuar una operación de gran envergadura, aportando todos los recursos humanos y materiales necesarios. Era indispensable, sin embargo, contar con la armas y los explosivos requeridos y había que esperar la llegada del cargamento que las traería.

En mayo de 1986 se escogió al oficial que planificaría y dirigiría el atentado contra el dictador. El nombramiento recayó en José Joaquín Valenzuela Levi, quien había salido al exilio a los 15 años tras estudiar en el Nido de Águila, un exclusivo colegio que habitualmente recibe a los hijos de los diplomáticos extranjeros.

En primer plano José Joaquín Valenzuela Levi, el comandante 'Ernesto'
Valenzuela había estado un breve tiempo en Estados Unidos y luego había sido formado en la escuela de cuadros de Wilhelm Pieck, abierta por el gobierno alemán oriental para entrenar militarmente a jóvenes alemanes y principalmente extranjeros. En esa escuela fue bautizado como Ricitos por su pelo crespo. En septiembre de 1977, el ex diputado comunista Gilberto Canales le propuso ingresar a la Escuela Militar de Bulgaria, para formarse durante cinco años como oficial de tropas generales. Valenzuela Levi aceptó y junto a otros hijos de exiliados chilenos se trasladó hasta la ciudad de Sofía.

En 1981, tras graduarse de oficial con los otros chilenos, el ex senador comunista Orlando Millas les pidió que se integraran al dispositivo militar del Partido Comunista en Cuba. Sólo 13 de los 30 oficiales aceptaron, entre ellos Valenzuela Levi, quien al llegar a la isla se convirtió en instructor militar y adoptó el nombre de Rodrigo.  En 1982 partieron a Nicaragua como parte de los seis Batallones de Lucha Irregular (BLI) conformados por chilenos para combatir a la guerrilla contra, apoyando la lucha del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
En 1984 Valenzuela regresó a Chile y se sumó al FPMR donde se dedicó a organizar escuelas de instrucción clandestinas, y se desempeñó como formador de las Unidades Territoriales de Autodefensa en las poblaciones populares. Era, además, el mejor amigo del comandante José Miguel.  Tras ser escogido para encabezar el atentado se le designó comandante y pasó a llamarse Ernesto. Como su ayudante principal eligió a la comandante Tamara. En el primer plan se optó por realizar la acción en el Cajón del Maipo, donde el general Pinochet tenía la casa una descanso en El Melocotón a la que acudía regularmente los fines de semana.
 
Se decidió volarlo por los aires cuando pasase en su comitiva y explotara una poderosa carga explosiva instalada bajo la carretera por medio de un túnel cavado desde uno de los costados, donde se instaló una amasandería artesanal como fachada de los trabajos de excavación.

Un ataque directo: Diversas complicaciones surgidas después de que el trabajo preparativo estaba hecho, los obligó a cambiar con muy poco tiempo el lugar y el tipo de atentado a efectuar. Se eligió, entonces, un ataque directo a la comitiva con fusiles M-16, cohetes soviéticos RPG y explosivos. El lugar: la cuesta de Achupallas, a unos 40 kilómetros de Santiago. El momento: a fines de agosto o comienzos de septiembre, cuando Pinochet regresara a Santiago el día domingo en la tarde.
 
Aceleradamente, con más premura de la debida, Ernesto y Tamara hicieron el diseño del ataque. Requerían 20 hombres divididos en cuatro pelotones, cada uno a cargo de un jefe. Ernesto se hizo cargo de uno y para los otros tres seleccionaron a Mauricio Hernández Norambuena, Ramiro; Mauricio Arenas Bejas, Joaquín; y,   Rodrigo Rodríguez Otero, 'Tarzán'  Tamara y Ramiro eligieron a la gran mayoría de los fusileros, mucho de ellos sin ninguna experiencia en el manejo de los fusiles M-16 y menos de los cohetes rocket. Hubo uno que, incluso, aún no tenía edad para terminar la enseñanza media.

El último domingo de agosto, cuando el comando ya estaba acuartelado en una casa en el sector de La Obra, Pinochet bajó a Santiago antes de tiempo por la muerte del ex presidente Jorge Alessandri. Al domingo siguiente, el 7 de septiembre, emboscaron la comitiva, mataron a cinco de sus integrantes y dejaron heridos a otros 11. De los frentistas, sólo resultó uno herido. Todos lograron huir en varias camionetas aparentando ser agentes de la Central Nacional de Inteligencia (CNI) y exhibiendo sus armas sin ningún recato. Pinochet logró escapar.  Hubo numeroso errores en la preparación del atentado por los cuales se responsabilizó principalmente al comandante Ernesto. El atentado tuvo como réplica inmediata de la CNI el asesinato de cuatro destacados opositores: Felipe Rivera, Abraham Muskatblit,  Gastón Vidaurrázaga y José Carrasco. El abogado de la Vicaría de la Solidaridad, Luis Toro, se salvó jabonado cuando los fueron a buscar a su casa.

En las semanas siguientes, uno de los fusileros elegidos por Ramiro, el jefe de uno de los pelotones que trabajaban con él, José Moreno Ávila, Sacha, fue detenido en la población La Pincoya, en el sector norte de Santiago, donde vivía con su mujer y su madre, fue detenido y entregó los nombres de varios otros miembros del comando, iniciándose una seguidilla de aprehensiones y la identificación de casi todos los frentistas que participaron en el atentado.  La detenciones impidieron, además, la realización del siguiente atentado; la Operación Pintor, el secuestro del ministro Francisco Javier Cuadra.

El secuestro de Carreño: Tras el quiebre con el PC, a mediados de 1987, el FPMR-Autónomo decidió efectuar los antes posible una operación de gran envergadura para demostrar hacia el exterior y el interior de su orgánica, que su capacidad permanecía intacta. Decidió encargar la misión a quien ya era uno de sus principales jefes militares, el comandante Ramiro.
 
El coronel Carlos Carreño
Ramiro conformó un comando de un número no precisado de militantes, pero donde destacaban tres: Bernardo Mendoza Morales, Rigo o Dago, que a fines de los años 70 y comienzos de los 80 había trabajado en la maestranza del Ejército, Famae, y que tenía dos familiares que seguían laborando en aquella industria militar; Agdalín Valenzuela, Leo; Juan Carlos Cancino, Ernesto; y Luis Rodrigo Morales Salas, con adiestramiento en Cuba y quien había trabajado en las estructuras militares comunistas desde 1980 y era un histórico del FPMR.
La tarea era secuestrar a un militar y pedir rescate por él. Inicialmente pensaron en un miembro de la escolta de Pinochet e incluso seleccionaron un  nombre, pero desistieron porque era un hombre muy robusto, con formación de comando y fama de duro. Aparentemente por sugerencia de Rigo, Ramiro decidió secuestrar al teniente coronel Carlos Carreño barrera, gerente de Famae, un oficial con gran prestigio por su eficiencia en la producción de armas.

Durante varias semanas estudiaron la rutina del coronel y de su familia, quienes vivían en La Reina en Santiago.
El 1 de septiembre llegaron a la casa del coronel cuando se disponía a salir hacia su trabajo. Lo redujeron con armas en ristre y lo subieron a un furgón celeste que tenía un letrero de EMOS, la empresa de agua potable de esos tiempos, y salieron raudos hacia la zona sur. Un hijo adolescente del oficial salió con una pistola y alcanzó a efectuar dos o tres disparos, pero fue contenido por su madre.

Carabineros a bordo de un jeep, alertados por la familia, siguieron a los frentistas, pero estos dispararon hacia atrás, al suelo, y un trozo de pavimento hirió en un brazo al chofer de los policías y debieron detenerse. El furgón celeste fue cambiado por un taxi Peugeot 404, en cuya portamaletas ubicaron a Carreño y prosiguieron hacia una casa que habían arrendado en una población de carabineros en la zona de Macul.

Los frentistas pronto se comunicaron con la familia del oficial y solicitaron un rescate de seis millones de dólares en alimentos, juguetes y materiales de construcción que debían ser entregados en diversas poblaciones pobres de Santiago, además de la publicación en la prensa de varias proclamas.
A los pocos días, mientras miles de militares y policías peinaban barrio por barrio de Santiago tratando de ubicar a Carreño, los secuestradores trasladaron al militar a una casa al sur de la capital donde habían habilitado un pequeño cuarto para mantener oculta a su víctima.
En tanto, la familia de Carreño hacía ingentes esfuerzos para que el Ejército pagara el rescate. Los militares se negaron argumentando que el oficial podía ya estar muerto. La casa de La Reina se llenó de agentes de la CNI, de la Dirección Nacional de Inteligencia del Ejército (DINE) y del servicio secreto, además de un equipo de psicólogos que contenía a la familia suponiendo, aparentemente, que el coronel había sido asesinado.
Graves sospechas
El caso, hasta ahora, sigue manteniendo ámbitos oscuros. Carreño conocía muchos secretos militares, incluidos negocios turbios en la venta de armas a países asiáticos, entre ellos Irak e Irán, que en esos tiempos estaban en guerra. En esos negocios participaban altos oficiales del Ejército, de la Fuerza Aérea y privados que, incluso, mantenían serias pugnas entre ellos por esos motivos.
La situación se puso más tensa cuando se supo que la CNI había secuestrado a cinco miembros importantes del Frente que pensaban canjearlos por el coronel, pero que luego se desistieron y simplemente los asesinaron y lanzaron al mar.
En la casa donde mantenían a Carreño, tanto Bernardo Mendoza como otros secuestradores querían matar al oficial, pero Ramiro lo protegió e impuso su autoridad sobre los demás. El propio coronel de Famae empezó a sospechar que el alto mando de su institución lo quería muerto.
El Frente decidió entonces sacar al militar hacia Argentina y desde ahí llevarlo a Brasil. En todo el trayecto Ramiro se preocupó de que los tratan bien, lo alimentaran correctamente y atendiera sus necesidades. Finalmente, fue liberado tras 91 días de encierro en las puertas de uno de los más importantes diarios de Sao Paulo.
Una parte del rescate había sido conseguida por la familia y repartido en las poblaciones como había sido la exigencia del Frente.

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