En Iquique, Colchane y Humberstone. Fotos y relatos de torturas a conscriptos en dictadura. De Mauricio Weibel. Por primera vez en la historia, se revelan imágenes de los tratos otorgados a los reclutas que fueron forzados a realizar el Servicio Militar en las décadas de 1970 y 1980, en el testimonio de Anastasio Palma, un comando que fue parte de esta historia. Anastasio Palma (59) tiene en su comedor su boina de comando y un retrato del presidente Salvador Allende. “Cuando yo era chico, vino a Olmué, me tocó la cabeza y me regaló un dulce de paleta, de esos grandes que había antes”.
Sobre la mesa, sobreviven una cazuela y algunas fotografías tomadas hace décadas en la oficina salitrera Humberstone, utilizada por el ejército para realizar instrucción militar. “En los regimientos, siempre había fotógrafos. Un suboficial que andaba con la cámara (Polaroid). O cualquier soldado era contratado para eso. Tomaba las fotos y las vendía. Para ellos era un chiste”, recuerda. La “humorada”, por cierto, eran flagelos aplicados a diario, según Palma. La excusa era la emergencia limítrofe que vivía Chile. Argentina reclamaba modificar la frontera en el sur, en las islas Picton, Nueva y Lennox. Perú, en el norte, movilizaba tropas.
“En 1978, tenía diecisiete años. Cumplí los dieciocho en el Batallón Comando Carampangue, en Iquique. Cuando me fui al Servicio Militar, yo estaba trabajando en el fundo Pelumpen, recogiendo naranjas. Lo hacía desde los catorce años. Como éramos doce hermanos, había que ayudar”, explica. Lo fueron a buscar carabineros a su casa y lo enviaron con otros muchachos al Regimiento Maipo de Valparaíso, donde estuvo dos días, antes de ser enviado al desierto.
“Íbamos en un Mercedes 1113, que tenía todos los vidrios quebrados. Para el camino, nos dieron un huevo duro, un sándwich y una Coca Cola. En esos años, los viajes duraban varios días. Y para pasar el frío en las noches, nos hicieron trotar en torno al bus. Y nos pegaron los primeros palos”. La travesía concluyó en Iquique. “Nos formaron, nos entregaron ropa de militar y nos sacaron la cresta. Imagínate lo que era vivir dentro de un regimiento con los militares. Hubo muchos conscriptos muertos, supuestamente suicidados en esos años”.
«ERAN CAMPOS DE PRISIONEROS» Palma es dirigente de uno de los diversos colectivos que aglutinan a conscriptos que reclaman diversas indemnizaciones al Estado, tanto por los maltratos como por el robo de pagos previsionales, según reclaman. Su alegato ya fue presentado en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Fuimos movilizados a distintas partes. Todo lo que era tiro y combate, lo hacíamos en el Fuerte Baquedano. También estuvimos en Humberstone, donde las torturas fueron terribles. Allí estábamos aislados del mundo. Había solo un telefonista de servicio y apenas podíamos llamar a las comisarías de los pueblos de donde veníamos. Estábamos prisioneros”.
Palma repasa las fotografías, que recuperó después de años, y trata de explicarlas, de darles sentido. “Los ejercicios diarios eran con electricidad, teníamos que hacer campos de prisioneros, nos hacían comer tripas de perros. ¿Qué entrenamiento es ese? ¿Qué orgullo puede tener un conscripto de haber hecho el Servicio Militar de esa forma?”. La primera imagen que revisa es de un hombre adentro de una especie de tonel. “Te metían en este lugar lleno de excrementos. Te sacaban la cresta. Esto también lo pasé yo. El wáter era una mitad de tambor, como el que se usa para los asados. Te metían adentro de toda esa mierda de las letrinas. Eso teníamos que aguantar nosotros. Además, existía un magneto que se llamaba «el teléfono». Te ponían los cables y pegabas el salto”, describe.
La aplicación de electricidad se hacía también amarrando a los conscriptos a un catre, como en los centros de tortura de la CNI, la policía secreta de la dictadura cívico militar (1973—1990). Otra forma era el tango apache. “Consistía en que te sentaban desnudo arriba de unos palos, te ponían corriente abajo y luego te hacían bailar”. Los vídeos actuales de jóvenes golpeados en el ejército, difundidos por redes sociales, le evocan otras situaciones similares. “Cuando hacíamos la revista recluta, nos hacían pasar por canchas de arrastre, donde nos tiraban de todo. Era con balazos reales, el que levantaba la cabeza, cagaba. Eso hacían con nosotros. La gente no quiere saber lo que pasamos”.
«ESTAS FOTOS PUDIERON FILTRARSE» Pero recuperar las imágenes tenía sus riesgos, por eso no existen, casi. “El tema era cómo sacarlas del regimiento. Una cosa era tener la foto en tu poder en la cuadra, en tu casillero… Si te la pillaban, te la hacían tiras. Para sacarla, había que esconderla. En la guardia te revisaban hasta el ano”. “Estas fotos son de un período de subespecialización que duraba dos meses, ya habíamos pasado la fase de recluta que era de tres meses. Y pudieron filtrarse”, explica. “Como tenía Cuarto medio, me pude especializar en paracaidismo. Lo hice para sacarme el aporreo (los golpes). Los saltos eran a trescientos metros o menos. Después fui blindado, tanque». Palma desconoce si hay más fotografías sobrevivientes. «Es difícil», opina.
«ENEMIGOS» Pero ¿cómo fue posible todo, en su opinión?
“Para ellos, los militares, nosotros éramos comunistas, gente no grata, personas del pueblo. Nos trataban como enemigos. Por eso, nos sacaban la cresta”, sostiene desde su casa en los altos de un cerro de Olmué, en la población 21 de mayo. Apura el caldo, que se enfría, y vuelve cuarenta y un años atrás. “La mañana partía con el golpe de diana y las duchas. Eso era a palos. Luego, íbamos al rancho. Después, el entrenamiento, el servicio. En la noche, los suboficiales tomaban el cocoroco, se curaban e iban a apalearnos. El cocoroco es un licor de noventa grados que se bebe en el desierto”.
“Nosotros —prosigue—no queríamos ser militares, éramos cabros pobres a los que nos mandaron a cumplir el Servicio Militar y a pelear una guerra que supuestamente estaba en camino. En las guerras, el que pelea es el pueblo. A mí, me tocó estar en la frontera, en Colchane, con guardias de veinticuatro horas. Éramos el último eslabón”. Sabe que no todos quieren escuchar su historia. “Quizá la gente crea que estoy mintiendo, pero no es así. Los conscriptos que fuimos movilizados en 1978 sabemos lo que pasamos. El frío de la frontera”. “Yo —ahonda— estuve dos veces en el Servicio. La primera en 1978. En 1981 me volvieron a llamar por la crisis con Argentina y salí a principios de 1983. Fueron casi cinco años. No fui solamente yo, sino miles de compañeros más a los que les pasó lo mismo”.
Los informes del ministerio de Defensa estiman que un promedio de veintidós mil conscriptos sirvió en las fuerzas armadas, entre 1978 y 1983, los años de las crisis fronterizas. La gran mayoría en el ejército, por cierto. Sin embargo, el año con más jóvenes reclutados fue 1988, cuando el general Augusto Pinochet perdió el plebiscito que pretendía mantenerlo en el poder hasta 1997. “Para mí —finaliza Palma— defender la Patria es defender a mi pueblo, no a los empresarios, al gobierno o la oligarquía. Nuestra Patria es la gente pobre”.
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