jueves, 30 de noviembre de 2017

Arte censurado en la prisión de Guantánamo. 2017.


Para la comisaria de “Ode to the sea: art from Guantanamo Bay” (Oda al mar: arte de la Bahía de Guantánamo), Erin Thompson, la nueva política del Pentágono que busca impedir que sus cuadros creados salgan de prisión, es una “censura artística” más propia de regímenes autoritarios que de estados democráticos como Estados Unidos.

Una exposición de arte producido por presos de Guantánamo ha provocado tal revuelo que el Pentágono ha optado por impedir a los reclusos sacar sus cuadros de prisión e incluso les ha amenazado con incinerar las obras. Para la comisaria de “Ode to the sea: art from Guantanamo Bay” (Oda al mar: arte de la Bahía de Guantánamo), Erin Thompson, la nueva política del Pentágono es una “censura artística” más propia de regímenes autoritarios que de estados democráticos como Estados Unidos, según dijo a EFE.

Los reclusos podían conservar sus lienzos y sacarlos fuera de prisión a través de sus abogados, pero las normas han cambiado tras esta exposición que estrenó en octubre la universidad especializada en justicia criminal John Jay de Nueva York. Allí se pueden ver hasta enero 36 obras de arte, entre cuadros y esculturas, realizadas por ocho reclusos del penal de Guantánamo, cuatro de los cuales ya fueron liberados.

La mayor parte de los óleos tienen un elemento en común, el mar. En 2014, un huracán amenazó Cuba y los trabajadores de la prisión levantaron por unos días los toldos que impedían a los presos ver la bahía de Guantánamo. “Sentimos algo de libertad al mirar hacia el mar”, explica en el catálogo de la exposición uno de los reclusos, Mansoor Adayfi, autor de uno de los paisajes marinos de la muestra.

Familiares de víctimas del atentado de las Torres Gemelas mostraron su rechazo a la exposición y, tras el revuelo causado, el Departamento de Defensa estadounidense limitó el uso que los presos pueden hacer de sus creaciones artísticas.

En los últimos días, a los abogados de los reclusos se les ha denegado la posibilidad de sacar de prisión las pinturas de sus clientes, a quienes se les ha advertido de que, si alguna vez son liberados, no podrán llevarse sus cuadros, ya que serán incinerados.

Thompson, que también es profesora de arte criminal, sostuvo que las obras no representan amenaza alguna porque el proceso creativo se somete a un minucioso escrutinio. “Tienen muy restringido lo que pueden pintar y lo que no. Dibujan bajo muchas normas y se supervisa que no haya ningún mensaje de violencia en el cuadro, ni implícito, ni explícito”, señaló la comisaria. La experta en arte cree que el mayor incentivo para acercarse a ver la exposición es que los cuadros son “bonitos” y nadie se imagina que presuntos terroristas encerrados en una cárcel de alta seguridad pinten “playas, barcos o flores”.

Thompson afirmó que, sin embargo, los cuadros tienen un poso de “tristeza” y logran “emocionar” a los visitantes, y se defendió de las críticas argumentando que vienen de personas que no han visto la exposición. La polémica ha vuelto a poner en el foco mediático la prisión de Guantánamo, donde permanecen 41 hombres acusados de tener vínculos terroristas, de los cuales solo diez han sido condenados o tienen cargos presentados en su contra.

“La reacción más común de la gente que ha oído hablar de la exposición era: ¿pero aún existe Guantánamo? ¿No la habían cerrado ya?”, destacó la comisaria, quien desgranó que 10.000 visitantes han visto las obras. Thompson dice que otros familiares de víctimas del terrorismo la han felicitado y le aseguraron que ellos son los primeros que quieren un juicio para los presos que residen en el penal lo antes posible. Las personas interesadas en comprar un cuadro o una escultura, pueden hacerlo, siempre que el preso haya sido liberado.

Para algunos reclusos de Guantánamo, el arte es la única vía de escape que tienen y les mantiene cuerdos, según Thompson. Por ello, “si queremos que estén en su sano juicio para que puedan cumplir su condena, no se les puede privar del arte”, añadió.

Aquí las obras creadas al interior de la prisión:



















miércoles, 29 de noviembre de 2017

Desatentos, Hiperactivos, Oposicionistas… ¿Por qué encontramos cada vez más niños clasificados?


Desatentos, Hiperactivos, Oposicionistas… ¿Por qué encontramos cada vez más niños clasificados? Que la medicina solucione aquello que en realidad solo necesita tiempo y adultos en disponibilidad. En la actualidad, ¿cuántas veces cuando nos encontramos ante un niño que muestra algunas dificultades, que por lo general se ponen de manifiesto en la escena escolar, lo intentamos estirar o acortar para que encaje en aquello que suponemos que es lo esperable, lo normal, lo mejor para él?
Buenos Aires. Por Gisela Untoiglic.

El enfermo mental no ha existido siempre, del mismo modo que no ha existido siempre el médico encargado de curar esa supuesta enfermedad mental. ¿Personas que no encajan?, seguramente ha habido desde siempre, pero antes del siglo XVIII la locura no era considerada una enfermedad. Es en el siglo XIX cuando los locos pasan a ser patrimonio de la “Higiene Pública” y encomendados a la medicina. Aparece entonces el manicomio, y el loco es obligatoriamente internado en un lugar de reclusión exclusivo, el asilo de alienados. El objetivo central del manicomio era descubrir cuál era la verdad de la enfermedad mental, y para ello había que aislarla, para crear una situación ideal en la que se pueda hallar la verdad de la locura."el chaleco de fuerza ha sido reemplazado por el chaleco químico, con frecuencia autoimpuesto en la adultez, que deja el terreno allanado para el ingreso de psicofármacos en la infancia y la banalización de su consumo."

En estos tiempos se han producido nuevos giros, el chaleco de fuerza ha sido reemplazado por el chaleco químico, con frecuencia autoimpuesto en la adultez, que deja el terreno allanado para el ingreso de psicofármacos en la infancia y la banalización de su consumo. Las brujas y herejes quemados en las hogueras en el siglo XVI, pasaron a ser los locos confinados de los siglos XIX y XX, atrapados en el chaleco químico en el siglo XXI.

En el pasado los diagnósticos de trastornos mentales eran raros y temidos, hoy con frecuencia, son buscados por los propios usuarios y/o sus allegados porque son la única vía de ingreso a prestaciones médicas y/o sociales, a las cuales de otro modo no se tendrían acceso.

En esa línea encontramos que actualmente, cuatro millones de estadounidenses reciben un subsidio por incapacidad a causa de una enfermedad mental. Cada día 850 adultos y 250 niños con una supuesta enfermedad mental se suman a esta lista. Los jóvenes que reciben cheque por incapacidad debida a una enfermedad mental pasaron de 16.200 en 1987 a 561.569 en 2007. (Whitaker, R., 2010)

Banalización del consumo de psicofármacos en la infancia

Quisiera retomar dos noticias que circularon en la web. La primera es una aplicación para celulares que se llama “Cry Translator” y está pensada para que los padres sepan, en todo momento, por qué llora su bebé. Analiza durante 10 segundos el llanto del niño e indica si el mismo está provocado por hambre, sueño, estrés, malestar o aburrimiento. Además, la aplicación aconseja cómo calmar al pequeño, teniendo en cuenta lo que supuestamente le sucede.

La segunda, publicada en un periódico español: “Expertos advierten del abuso de psicofármacos en la edad infantil”. El consumo de psicofármacos se ha extendido de un modo tal que se recetan hasta en bebés, “más del 15% de niños entre 4 meses y 6 años consumen antidepresivos, somníferos, estimulantes, antipsicóticos, por prescripción médica”, señala el psiquiatra español José Luis Pedreira Massa, indicando que por lo general los mismos no son recetados por psiquiatras infantiles, sino por médicos generalistas o dados por los propios padres.

"La crianza necesita tiempo y un otro humano en disponibilidad, cuando esto no sucede porque el adulto está absorbido por sus propias preocupaciones, porque está agobiado de exigencias externas, porque no tiene una red de sostén, entonces el recurso a las soluciones mágicas parece ser preponderante."Considero que existen vínculos entre ambas noticias. Si bien todos los padres nos hemos lamentado alguna vez por qué los bebés no vienen con manual de instrucciones, nunca supusimos que podría haberlo, mucho menos en formato de app. El vínculo padres-bebés es el posibilitador que transforma al cachorro humano en sujeto. Sin este vínculo de libidinización, deseos, fantasmas, sueños, miedos, angustias, apuestas simbólicas, es muy difícil que la cría se humanice. Por otra parte el cerebro para armar nuevas conexiones neuronales necesita de intercambios amorosos. La empatía es un motor privilegiado que requiere de un adulto que la posibilite.

La crianza necesita tiempo y un otro humano en disponibilidad, cuando esto no sucede porque el adulto está absorbido por sus propias preocupaciones, porque está agobiado de exigencias externas, porque no tiene una red de sostén, entonces el recurso a las soluciones mágicas parece ser preponderante. Así es como se abona el terreno en el cual la medicalización de la infancia encontrará tierra fértil.

Lo que encontramos entonces es que en el mundo occidental el consumo de psicofármacos en la infancia se incrementó de un modo alarmante. El Centro de control y prevención de enfermedades de Estados Unidos (CDC) informó en mayo de 2014 que más de diez mil niños entre 2 y 3 años estaban siendo medicados por Transtorno por Déficit de Atención (TDA-H) en el país, aunque la medicación está contraindicada en los primeros años de vida. En Brasil se registró un aumento de 775 % en las ventas de metilfenidato (la droga que se utiliza para el TDA-H) entre 2003 y 2012. En el Reino Unido entre 2000 y 2002, hubo un aumento de 75% en la prescripción de antidepresivos en la infancia (British Medical Journal, 2004). En Argentina la importación de metilfenidato creció significativamente desde el año 2006 (50kg), elevándose en un 81.5 % en el año 2008.

Estrategias del proceso medicalizador
Algunas de las estrategias del proceso de medicalización son:

El proceso de medicalización refiere a la transformación de dificultades comunes de la vida en enfermedades que necesitan ser tratadas medicamente. No es una crítica a la medicina, ni a las medicaciones, sino a una forma de abordar las diferencias inherentes a lo humano como problemas médicos. Por ejemplo, las molestias premenstruales pasaron a ser el Sindrome Premenstrual; la timidez se transmutó en Fobia social; los niños desatentos, soñadores, movedizos pasaron a ser TDA-H (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad); los niños con berrinches o los adolescentes rebeldes ahora son TOD (Trastorno Oposicionista Desafiante). Para cada uno hay una medicación disponible.
Introducir la posibilidad de prevención del riesgo, medicándolo, como el riesgo a a tener hijos adictos o delincuentes que supuestamente podría prevenirse con la ingesta de metilfenidato.
En la actualidad las compañías farmacéuticas están implicadas activamente en la definición de qué es una enfermedad y cuál es el modo de tratarla, así como en la formación de los médicos a través de congresos, cursos y publicaciones.
La medicina de calidad es aquella que se adecua a la norma sin cuestionarla. La “Medicina basada en la evidencia” aparenta ser objetiva, sin embargo deja mucha información no conveniente fuera, como por ejemplo las respuestas positivas al efecto placebo o cuáles son las consecuencias a largo plazo del consumo de psicofármacos en la infancia.
Es importante subrayar que el proceso medicalizador no siempre está iniciado o sostenido por médicos. De hecho, los psiquiatras son los que menos recetan los psicofármacos que se consumen, y con frecuencia son los docentes o los propios padres quienes buscan que la medicina solucione aquello que en realidad necesitaría tiempo y adultos en disponibilidad.
Existe un intento de localización de las causas de las enfermedades mentales en el cerebro, confundiendo el cerebro como productor, con el cerebro como asiento de procesos que posibilitan y regulan la relación entre el organismo y su medio ambiente y desconociendo que es en el encuentro del sujeto y el Otro inmersos en una estructura social, económica, lingüística y política donde se producen las diferentes subjetividades. (Braunstein, 2013)"Para incrementar la productividad se intentan optimizar procesos psíquicos y mentales, porque el fracaso es un inconveniente individual que habrá que resolver a cualquier precio. "

Sociedades del rendimiento
Byung Chul Han (2013), filósofo contemporáneo, plantea la idea del “sujeto del rendimiento” como aquel que se pretende libre y es en realidad un esclavo de sí mismo. Añade que, en esta época, la propia explotación resulta más eficaz porque viene acompañada de un sentimiento de supuesta libertad. Los smart phones, siempre a la mano, absolutizan el trabajo, no hay “fuera del alcance de cobertura” y los adultos siempre tenemos una urgencia que resolver, un mensaje importantísimo que contestar, que nos deja en conexión permanente con el afuera, pero con poca disponibilidad para la ligazón con el adentro, sea ese interior nuestra propia subjetividad o los vínculos cercanos. Estamos en una era de soledades hipercomunicadas. La autoexplotación no nos transforma en revolucionarios sino en depresivos, y aquel que no encaja en el sistema hoy ya no es encerrado, sino que es medicado para que retorne rápidamente a formar parte de la cadena productiva y consumista. Para incrementar la productividad se intentan optimizar procesos psíquicos y mentales, porque el fracaso es un inconveniente individual que habrá que resolver a cualquier precio. Esto habilita y promueve el consumo de psicofármacos como un medio legitimado de dar lo mejor de sí.

"El profesional que toma en cuenta la complejidad de la época puede ser un posibilitador de oportunidades "En la “sociedad del rendimiento” no hay tiempo que perder. Cuando el dinero nos permite tener todos los recursos a la mano, el imperativo categórico ordena utilizarlos inmediatamente. Los profesionales de la salud a veces se tecnifican ocupándose cada uno de medir, evaluar y tratar de resolver el aspecto que le corresponde a su disciplina, etiquetando niños a partir de conductas observables, perdiendo de vista al pequeño como un ser sufriente que necesita ser albergado.

Las patologías por las cuales se consultan hoy están más ligadas a las fragilidades narcisistas, al desamparo epocal. El profesional que toma en cuenta la complejidad de la época puede ser un posibilitador de oportunidades en tanto propicie encuentros subjetivantes, aloje al otro en su otredad y ayude a tejer tramas de sostén que sustenten al niño y a los padres.

Bibliografía
Braunstein, N. (2013) “Clasificar en psiquiatría”. Siglo XXI editores. México.
Byung Chul Han (2013) “La sociedad de la transparencia”, España, editorial Herder
Diario Sur (2015) “Expertos advierten del abuso de psicofármacos en la edad infantil”. Disponible en  www.diariosur.es/sociedad/salud/psicologia/201505/12/expertos-advierten-abuso-psicofarmacos-20150512165202-rc.html Accesible el 14 de marzo de 2016
Itunes (2015) Cry Translator. Disponible en https://itunes.apple.com/ar/app/cry-translator/id332636983?mt=8 accesible el 14 de marzo de 2016
Whitaker, R., (2010) Anatomy of an epidemic. USA, Broadway edition.

martes, 28 de noviembre de 2017

El socialismo traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética 1917-1991. LIBRO.


Primeras páginas de la Introducción de El socialismo traicionado. Detrás del colapso de la Unión Soviética, 1917-1991, de Roger Keeran y Thomas Kenny. El Viejo Topo

Introducción: Este libro trata del colapso de la Unión Soviética y de su significado para el siglo XXI. La magnitud de la debacle dio lugar a declaraciones extravagantes por parte de los políticos de derechas. Para ellos, el colapso quería decir que la Guerra Fría había terminado y que el capitalismo había ganado. Significaba «el fin de la historia». De ahí en adelante, el capitalismo iba a representar la forma más elevada, la cumbre, de la evolución económica y política. La mayoría de los que simpatizaban con el proyecto soviético no compartían este triunfalismo de derechas. Para estas personas, el colapso soviético tuvo consecuencias decisivas, pero no alteró la utilidad del marxismo para comprender un mundo que se formaba, más que nunca, a través del conflicto de clases y las luchas de los colectivos oprimidos contra el poder corporativo, ni hizo tambalear los valores y el compromiso de los que estaban de parte de los trabajadores, los sindicatos, las minorías, la liberación nacional, la paz, las mujeres, el medio ambiente y los derechos humanos. A pesar de todo, lo que le había ocurrido al socialismo representaba tanto un desafío teórico al marxismo como un desafío práctico con respecto a las posibilidades futuras de las luchas anticapitalistas y del socialismo.

Para los que creen que un mundo mejor —más allá de la explotación capitalista, la desigualdad, la avaricia, la pobreza, la ignorancia y la injusticia— es posible, la desaparición de la Unión Soviética representó una pérdida catastrófica. El socialismo soviético tenía muchos problemas (que discutiremos más adelante) y no era el único orden socialista concebible. Sin embargo, constituía la esencia del socialismo tal como lo definió Marx: una sociedad que había derrocado la propiedad burguesa, el “mercado libre” y el estado capitalista, y los había reemplazado por la propiedad colectiva, la planificación central y un estado obrero. Además, había conseguido un nivel sin precedentes de igualdad, seguridad, sanidad pública, acceso a la vivienda, educación, empleo y cultura para todos sus ciudadanos, y en especial para los trabajadores de las fábricas y del campo.

Un repaso breve de los logros de la Unión Soviética subestima lo que se perdió. La Unión Soviética no eliminó solamente las clases explotadoras del viejo orden, sino que también acabó con la inflación, el desempleo, la discriminación racial y nacional, la pobreza extrema y las desigualdades flagrantes por lo que respecta a la riqueza, los salarios, la educación y las oportunidades. En cincuenta años, el país pasó de una producción industrial de solo un 12 por ciento de la de los Estados Unidos a una producción industrial del 80 por ciento y a una producción agraria que correspondía al 85 de la de los EEUU. Aunque el consumo per cápita soviético seguía siendo más bajo que el de los EEUU, ninguna sociedad no había aumentado su calidad de vida y su consumo con tanta rapidez, y en un período tan corto, para toda su población. 
 
El trabajo estaba garantizado. Todo el mundo tenía acceso a la educación gratuita, desde las guarderías a las escuelas de secundaria (de ámbito general, técnicas y de formación profesional), a las universidades y a las escuelas nocturnas. Además de la matrícula gratuita, los estudiantes universitarios recibían un salario. Se disponía de cobertura sanitaria gratuita para todos, y había casi el doble de médicos por habitante de los que había en los Estados Unidos. Los trabajadores que sufrían lesiones o enfermaban tenían garantizado su empleo y se les pagaba un subsidio. A mitad de la década de los setenta, los trabajadores tenían de media 21,2 días laborables de vacaciones (un mes), y los balnearios, los complejos vacacionales y los campamentos para niños eran gratuitos o estaban subvencionados. Los sindicatos podían vetar los despidos y destituir a los directivos. El estado regulaba todos los precios y subvencionaba el coste de los alimentos básicos y la vivienda. El alquiler suponía solo un 2-3 por ciento del presupuesto familiar; el agua y los servicios públicos solo un 4-5 por ciento. En el acceso a la vivienda no había segregación según los ingresos. Con la excepción de algunos barrios que estaban reservados para los cargos oficiales elevados, los encargados de fábrica, las enfermeras, los profesores universitarios y los porteros vivían puerta con puerta.

El gobierno consideraba el crecimiento cultural e intelectual como parte del esfuerzo para mejorar la calidad de vida. Las subvenciones estatales mantenían el precio de libros, periódicos y acontecimientos culturales al mínimo. Como resultado, los trabajadores a menudo disponían de sus propias bibliotecas, y una familia media estaba suscrita a cuatro periódicos. La UNESCO informaba que los ciudadanos soviéticos leían más libros y veían más películas que cualquier otro pueblo del mundo. Cada año, el número de personas que visitaban museos casi igualaba a la mitad de la población, y la asistencia a teatros, conciertos y otras representaciones sobrepasaba a la población total. El gobierno hizo un esfuerzo coordinado para incrementar la educación y las condiciones de vida de las zonas más atrasadas y para fomentar la expresión cultural de los más de cien grupos nacionales que constituían la Unión Soviética. En Kirguizia, por ejemplo, solo una entre quinientas personas sabía leer y escribir en 1917, pero cincuenta años más tarde casi toda la población podía hacerlo.

En 1983, el sociólogo americano Albert Szymanski reseñó varios estudios occidentales sobre la distribución de los ingresos y la calidad de vida soviéticos. Halló que los que recibían mejores salarios en la Unión Soviética eran los artistas, escritores, profesores, gerentes y científicos de prestigio, que podían llegar a salarios tan elevados como 1.200 a 1.500 rublos mensuales. Los altos funcionarios del gobierno ganaban unos 600 rublos al mes, los directivos de las empresas, de 190 a 400 rublos al mes y los obreros unos 150 rublos al mes. Los salarios más altos, por lo tanto, eran solo diez veces más elevados que el salario medio de un obrero, mientras que en los Estados Unidos los directivos de empresas mejor pagados ganaban 115 veces más que los obreros. 
 
Los privilegios que acompañaban los cargos importantes, como las tiendas especiales y los coches oficiales, siguieron siendo pequeños y limitados, y no contrarrestaron una tendencia continua, de cuarenta años, hacia una mayor igualdad. (La tendencia opuesta se daba en Estados Unidos, donde, a finales de los noventa, los directivos de las empresas ganaban 480 veces más que el trabajador medio.) Aunque la tendencia a nivelar los salarios y los ingresos creó problemas (como se discutirá más adelante), la igualación global de las condiciones de vida en la Unión Soviética supuso un hito sin precedentes en la historia de la humanidad. La igualación se profundizó con una política de precios que fijaba el coste de los productos de lujo por encima de su valor y el de los bienes de primera necesidad por debajo de él. También se profundizó a través de un incremento sostenido del «salario social», es decir, gracias a la provisión de un número creciente de prestaciones sociales gratuitas o subvencionadas. A parte de las ya mencionadas, las prestaciones incluían la baja de maternidad pagada, guarderías a precios económicos y pensiones generosas. Szymanski concluía: «Aunque puede que la estructura social soviética no concuerde con el ideal comunista o socialista, es cualitativamente distinta de los países capitalistas occidentales y a la vez más igualitaria que ellos. El socialismo ha supuesto un cambio radical a favor de la clase trabajadora».

En el contexto mundial, el deceso de la Unión Soviética también significó una pérdida incalculable. Significó la desaparición de un contrapeso al colonialismo y al imperialismo. Significó acabar con un modelo que ilustraba cómo unas naciones recientemente liberadas podían armonizar diferentes grupos étnicos y desarrollarse sin hipotecar su futuro con los Estados Unidos o Europa occidental. En 1991, el país no capitalista más importante del mundo, el principal apoyo de los movimientos de liberación nacional y de gobiernos socialistas como el de Cuba, se había derrumbado. Por mucho que se racionalizara sobre ello no se podía evadir este hecho, ni el revés que representó para las luchas socialistas y de los pueblos.

Aún más importante que evaluar lo que se perdió en el colapso de la Unión Soviética es el esfuerzo para entenderlo. El mayor o menor impacto que tendrá este acontecimiento depende, en parte, de cómo se expliquen sus causas. En la “Gran celebración anticomunista” de principios de los noventa, la derecha insistió hasta introducir varias ideas en la conciencia de millones de personas: el socialismo soviético, definido como un sistema basado en la economía planificada, no funcionaba y no podía producir abundancia, porque era un accidente, un experimento nacido de la violencia y sostenido por la fuerza, una aberración condenada al fracaso, ya que desafiaba la naturaleza humana y era incompatible con la democracia. La Unión Soviética llegó a su término porque una sociedad gobernada por la clase trabajadora es una ilusión; no existe ningún orden poscapitalista.

Algunos en la izquierda, típicamente los que tenían un punto de vista socialdemócrata, llegaron a conclusiones similares, aunque menos extremas que las de la derecha. Creían que el socialismo soviético era erróneo de una manera fundamental e irreparable, que los defectos eran “sistémicos”, y tenían su origen en una falta de democracia y en un exceso de centralización de la economía. Los socialdemócratas no concluían que el socialismo en el futuro estaba condenado a fracasar, pero sí creían que el colapso soviético despojaba al marxismo-leninismo de gran parte de su autoridad, y que un futuro socialismo tendría que edificarse sobre unos fundamentos completamente distintos de la forma soviética. Para ellos, las reformas de Gorbachov no fueron erróneas, sino demasiado tardías.

Obviamente, si estas afirmaciones son ciertas, el futuro de la teoría marxista-leninista, del socialismo y de la lucha anticapitalista será muy distinto de lo que los marxistas predijeron antes de 1985. Si la teoría marxista-leninista les falló a los líderes soviéticos que presidieron la debacle, la teoría marxista estaba mayormente equivocada y es necesario prescindir de ella. Los esfuerzos del pasado por construir el socialismo no nos han dejado ninguna lección para el futuro. Los que se oponen al capitalismo global deben darse cuenta de que la historia no está de su parte y apostar por pequeños cambios y reformas parciales. Estas son, claramente, las lecciones que la derecha triunfante quería que aprendiera todo el mundo.

Lo que nos impulsó a investigar fue la enormidad de las consecuencias del colapso. Éramos escépticos respecto a la derecha triunfante, pero estábamos preparados para seguir a los hechos hasta donde nos condujeran. Éramos conscientes de que los partidarios del socialismo anteriores a nosotros habían tenido que analizar inmensas derrotas de la clase trabajadora. En La guerra civil en Francia, Karl Marx analizaba la caída de la Comuna de París en 1871. Veinte años después, Frederick Engels ampliaba aquel análisis en una introducción al trabajo de Marx sobre la Comuna. Vladímir Lenin y su generación tuvieron que explicar la revolución rusa abortada de 1905 y el fracaso de las revoluciones de Europa occidental que no se materializaron durante 1918-1922. Los marxistas posteriores, como Edward Boorstein, tuvieron que analizar el fracaso de la revolución chilena de 1973. Dichos análisis mostraban que el hecho de simpatizar con los vencidos no impedía hacer preguntas difíciles acerca de las razones de la derrota.

Dentro de la pregunta global de por qué se derrumbó la Unión Soviética surgieron otras preguntas: ¿cuál era el estado de la sociedad soviética cuando empezó la perestroika? ¿Se enfrentaba, la Unión Soviética, a una crisis en 1985? ¿Qué problemas se suponía que debía atajar la perestroika de Gorbachov? ¿Había alternativas viables al curso de reforma escogido por Gorbachov? ¿Qué fuerzas favorecían y qué fuerzas se oponían al camino de reforma que conducía hacia el capitalismo? Una vez que la reforma de Gorbachov empezó a causar el desastre económico y la desintegración nacional, ¿por qué no cambió de estrategia Gorbachov, y por qué los otros líderes del Partido comunista no lo reemplazaron? ¿Por qué el socialismo soviético era en apariencia tan frágil? ¿Por qué la clase trabajadora hizo aparentemente tan poco para defender el socialismo? ¿Cómo pudieron los líderes subestimar tanto el nacionalismo separatista? ¿Por qué el socialismo —al menos en cierta forma— se las arregló para sobrevivir en China, Corea del Norte, Vietnam y Cuba, mientras que en la Unión Soviética, donde estaba manifiestamente más arraigado y desarrollado, no pudo sobrevivir? ¿Era el colapso soviético inevitable?

Esta última pregunta era clave. La posibilidad de un futuro para el socialismo depende de si lo que sucedió en la Unión Soviética era inevitable o no. Ciertamente, era posible imaginarse una explicación diferente de la inevitabilidad que pregonaba la derecha. Consideremos, por ejemplo, el siguiente experimento mental. Supongamos que la Unión Soviética se hubiera desmoronado porque un ataque nuclear de los Estados Unidos hubiera destruido su gobierno y arrasado sus ciudades y su industria. Algunos aún podrían llegar a la conclusión de que la Guerra Fría había terminado y de que el capitalismo había vencido, pero nadie podría afirmar con argumentos razonables que un tal acontecimiento demostraba que Marx estaba equivocado, o que, si se lo deja a la merced de sus propios mecanismos, el socialismo no puede funcionar. En otras palabras, si el socialismo soviético llegó a su fin principalmente por causas externas, como las amenazas militares o la subversión del extranjero, uno puede concluir que este final no comprometía al marxismo como teoría ni al socialismo como sistema viable.

En otro ejemplo, algunos han afirmado que la Unión Soviética se derrumbó por el “error humano” y no tanto por “debilidades sistémicas”. En otras palabras, los líderes mediocres y las decisiones equivocadas hundieron un sistema esencialmente sólido. Si esta explicación, como la anterior, fuera cierta, no afectaría la integridad de la teoría marxista ni la viabilidad del socialismo. En realidad, sin embargo, esta idea no ha servido de explicación, o ni siquiera de un principio de explicación, sino que más bien ha sido un recurso para evitar explicaciones más profundas. Tal como dijo un conocido nuestro, «Los comunistas soviéticos metieron la pata, pero nosotros lo haremos mejor». Para que esta explicación fuera plausible, no obstante, tendría que responder a preguntas importantes: ¿qué es lo que hizo que los líderes fueran mediocres y las decisiones equivocadas? ¿Por qué produjo el sistema tales líderes y cómo pudieron sacar adelante esas decisiones equivocadas? ¿Existían alternativas viables a las que se escogieron? ¿Qué conclusiones debemos sacar?

Cuestionar la inevitabilidad del colapso soviético es arriesgado. El historiador británico E. H. Carr avisaba de que cuestionar la inevitabilidad de cualquier acontecimiento histórico puede llevar a un juego de mesa de especulación sobre «lo que podría haber sido en la historia». La labor de los historiadores es explicar lo ocurrido, no dar «rienda suelta a su imaginación respecto a las posibilidades más atractivas de lo que podía haber sucedido». Carr reconocía, sin embargo, que mientras los historiadores explican por qué se escogió una estrategia en vez de otra, es bastante razonable que discutan sobre los «cursos alternativos disponibles». De una forma similar, el historiador británico Eric Hobsbawm sostenía que no toda la especulación “contrafactual” es igual. Algunas reflexiones acerca de las opciones históricas caen en la categoría de «dar rienda suelta a la imaginación», que un historiador serio debería evitar. Este es el caso cuando se reflexiona sobre escenarios que nunca fueron una posibilidad histórica, como por ejemplo si la Rusia zarista hubiera evolucionado a una democracia liberal sin la Revolución Rusa, o si los estados del sur de los EEUU hubieran abolido la esclavitud sin la Guerra Civil. Cierta especulación contrafactual, no obstante, cuando vincula estrechamente los hechos históricos con posibilidades reales, tiene una función útil. Si existían realmente cursos de acción alternativos, estos pueden mostrar la contingencia de lo que ocurrió de verdad. Casualmente, Hobsbawm daba un ejemplo relevante de la historia soviética reciente. Hobsbawm citaba a un antiguo director de la CIA, que había afirmado: «Me parece que si [el líder soviético Yuri] Andrópov hubiera sido quince años más joven cuando llegó al poder en 1982, todavía tendríamos una Unión Soviética.» Sobre esto, Hobsbawm comentaba: «No me gusta estar de acuerdo con los jefes de la CIA, pero estas palabras me parecen completamente plausibles.» Nosotros también creemos que tal cosa es plausible, y discutimos las razones de ello en el siguiente capítulo.

La especulación contrafactual puede sugerirle legítimamente a uno cómo, en unas circunstancias futuras similares a las del pasado, podría actuar de una manera distinta. Los debates de los historiadores sobre la decisión de utilizar la bomba atómica en Hiroshima, por ejemplo, no solamente han cambiado la forma como las personas con educación entienden ese acontecimiento, sino que también han reducido las posibilidades de que se tome una decisión parecida en el futuro. Después de todo, para que la historia sea algo más que un pasatiempo de sobremesa, debería enseñarnos cómo podemos evitar los errores del pasado.

La interpretación del colapso soviético es una lucha por el futuro. Las explicaciones ayudarán a decidir si, en el siglo XXI, los trabajadores volverán a «rasgar los cielos» para sustituir el capitalismo por un sistema mejor. Difícilmente asumirán los riesgos y afrontarán los costes si creen que el gobierno obrero, la propiedad colectiva y una economía planificada están condenados al fracaso, que solo el “mercado libre” funciona y que millones de personas en Europa del este y en la Unión Soviética ensayaron el socialismo pero regresaron al capitalismo porque querían prosperidad y libertad. A medida que el movimiento contra la globalización crece y el movimiento de los trabajadores revive, a medida que el largo boom económico de los años noventa se desvanece y los males permanentes del capitalismo —el desempleo, el racismo, la desigualdad, la degradación medioambiental y la guerra— se hacen cada vez más evidentes, cuestionar el futuro del capitalismo se convertirá invariablemente en un tema clave. Pero los movimientos juveniles y laborales difícilmente avanzarán mucho más allá de demandas económicas limitadas, protestas morales, el anarquismo o el nihilismo si consideran que el socialismo es imposible. Lo que nos jugamos es de una importancia vital.

lunes, 27 de noviembre de 2017

Luz de gas, el maltrato machista que nadie parece ver.


Día Internacional contra la Violencia de género
Luz de gas, el maltrato machista que nadie parece ver
Los especialistas atienden cada día más casos del abuso de género psicológico llamado luz de gas: muy sutil y difícil de comprender para el entorno y las autoridades. Mireia es el nombre ficticio —por expresa petición— de una mujer de 37 años que durante dos años padeció por parte de su novio maltrato psicológico. En concreto, una forma de maltrato que se conoce como luz de gas. Se trata de un abuso sutil, manipulador, mediante el que se desgasta la estima y confianza en sí misma de la mujer hasta el punto de anularla, de convertirla en un manojo de dudas y miedos.
 
“La sociedad aún trata de justificar al agresor y culpa a la mujer víctima de violencia
La victima casi nunca es consciente de estar siendo maltratada. O, al menos, no maltratada tal y como se entiende generalmente el término, ya que no hay una agresión clara. Simplemente, a base de poner en duda todo, discutir todo y menospreciar sus puntos de vista, la mujer va encerrándose en sí misma. Se trata también, en consecuencia, de un maltrato muy difícil de explicar para la víctima y todavía más complicado de denunciar.

Mireia cuenta: “Me lo discutía todo. Todo lo ponía en tela de juicio. Hasta las cosas que no tiene discusión, como mi estado de ánimo o mis sentimientos. Todo era una exageración mía, una invención o una paranoia. Todo estaba en mi cabeza, así que terminé por creérmelo. Terminé por creer que era yo la que no estaba a la altura y, por no seguir decepcionándole, me callaba. Dejé de opinar, dejé de contestar o simplemente de expresar las cosas. Quedé completamente anulada como persona y él tenía el control total de mí”.

Mireia estaba agotada. “Me quedé sin fuerza, sin energía, todo el día pendiente de no enfadarlo, de no decepcionarle. Hasta que comprendí que aquello no era normal, que no podía vivir así y que estaba ocurriendo algo”. Y cuando Mireia comprendió, se encontró con la incomprensión. “Eso no es maltrato, me decía alguna amiga. Exageras… Eso me hundió más. El peor golpe que recibí fue cuando me animé a denunciar. Cuando ya no podía más porque ya me insultaba, me despreciaba y me generó ansiedad y problemas psicológicos. Fui al juzgado y archivaron mi causa. Que no era maltrato, que no había pruebas…”. Mireia llora. Y, cuando recupera el aliento, añade: “Llegué a pensar: ojalá me abra la cabeza. Ojalá me dé un puñetazo para poder ir al juez sangrando y que lo alejen de mí”.
 
'Gaslight'  El nombre de violencia de luz de gas viene de la película Gaslight, de 1944. Es un retrato de la violencia machista psicológica. En el filme, el marido manipula a su mujer con sutileza hasta convencerla de que ella se imagina cosas, recuerda mal las discusiones y hasta le hace dudar de su cordura. En eso, básicamente, consiste este tipo de maltrato psicológico. El abusador altera la percepción de la realidad de la víctima provocando que no sea consciente de que padece un maltrato o una situación que debe denunciar.

Bárbara Zorrilla es psicóloga especializada en atención a mujeres víctimas de la violencia de género. “El abuso luz de gas es una forma de violencia muy perversa porque es continua y se consigue mediante el ejercicio de un acoso constante pero sutil e indirecto, repetitivo, que va generando duda y confusión en la mujer que lo sufre, hasta el punto en que se llega a sentir culpable de las conductas de violencia emitidas por el maltratador y a dudar de todo lo que ocurre a su alrededor”.
 
"Dejé de opinar y de expresar las cosas. Quedé completamente anulada 
como persona y él tenía el control total de mí”.

Cuenta Beatriz Villanueva, coach y comunicadora especializada en género, que este tipo de maltrato es tan frecuente como invisible. “Es un tipo de violencia que me encuentro mucho en la consulta. Son mujeres que llegan agotadas. La mayoría llega sin ser conscientes de que están padeciendo maltrato psicológico. Vienen porque están cansadas, bajas, anuladas. Y es hablando, rascando, cuando se dan cuenta de que están todo el día intentando defenderse, intentando hacer valer su punto de vista, pero que no lo consigue nunca. Y llegan a considerar que no vale nada”.

Hace unos días Beatriz charló con una joven que le aseguraba sentirse triste, temerosa, insegura. Pero no asociaba ninguna de esas frustraciones con la posibilidad de estar sufriendo violencia psicológica por parte de su pareja, de quien afirmaba estar enamorada. Beatriz le hizo ver la situación que estaba padeciendo. “Suele haber una incredulidad: ¿yo? ¿maltratada? Pero enseguida, recapitulando, se dan cuenta de que están anuladas por sus parejas. Y que eso las ha exprimido, las ha dejado sin fuerzas”.

El abuso de luz de gas suele responder a un proceso reconocible. “Al principio el abusador manipula constantemente las interacciones con la pareja. Si ella le recuerda algo del tipo “es que me prometiste tal cosa’, él responde con expresiones del tipo: ‘yo no te prometí nada’, ‘¿por qué te inventas cosas?’, ‘¿estás loca?’. También invalida el punto de vista de la mujer cuando expresa sus sentimientos o se queja de algo. ‘Yo no vi eso, eres una exagerada; qué películas te montas; cómo puedes decir eso…’. Todo esto se sostiene con discusiones constantes que desgastan hasta el extremo y dejan sin fuerza a la mujer, que duda de su propio criterio y se siente una persona poco fiable o inútil”.
 
“¿Cómo ese tío me convenció de que era tonta?” María tiene 44 años y estuvo 13 con su pareja. Cada uno de ellos sufrió maltrato psicológico y solo en la última fase de la relación fue consciente de lo que estaba padeciendo. María nació en Ecuador y se trasladó muy joven a España. Nos atiende por teléfono con la condición de mantener su anonimato. Dice seguir teniendo mucho miedo. “Mis opiniones eran siempre sin sentido. ‘Eres de fuera, no tienes ni idea. Es que no sabes de qué hablas’. Al principio me lo decía hasta con educación, pero poco a poco, iba anulando todas mis opiniones. También las que tenían que ver con lo que sentía. ‘Pero qué dices, cómo te vas a sentir así. Eres de fuera, deberías estar agradecida…’. Y claro, yo pensaba: ‘pues es verdad, esto es lo que hay’”.

“Con el tiempo se volvió más violento en la forma de decirlo, me invalidaba todo lo que yo decía de forma agresiva. Pero lo hacía delante de los niños, para que yo no respondiera ni me defendiera, porque él sabía que yo no quería discutir delante de nuestros hijos. Así que me decía que era una inútil o que no servía para alguna cosa y yo me callaba. A fuerza de hacer eso, pues yo terminé por callarme siempre. Porque total, si replicaba iba a ir a peor. Y elegía no discutir”.

“Poco a poco me fui convenciendo de no sabía valerme por mí. Tenía miedo de casi todo. Pero no era consciente de que fuera por su culpa. Me fue anulando como persona. No me atrevía a expresar opiniones delante de él o a discutir algo. Si estábamos con amigos yo estaba callada, no me atrevía ni a reírme si alguien hacía un chiste”.

“Llegué a pensar: ojalá me abra la cabeza. Ojalá me dé un puñetazo para poder ir al juez sangrando y que lo alejen de mí”. “Lo peor es que creía que él tenía razón, que mis opiniones no valían y que era mejor que estuviera callada. Me eliminó como persona. Yo estaba agotada porque estaba siempre pendiente de no enfadarle, de no discutir. Eso es agotador. Tuve ansiedad y engordé 20 kilos. No podía más”. Cuenta Beatriz Villanueva que el proceso convierte a la mujer en “una persona insegura, dubitativa, que duda de si está diciendo tonterías. Una persona convencida de que sus opiniones no valen, que teme hablar, discutir, expresar sus puntos de vista…”.

Los últimos años de la relación de María fueron los más duros. “Fue lo que me hizo reaccionar”, explica. “Me empezó a exigir que le tratara de usted y me prohibió conducir. Ahí fue cuando me di cuenta de que eso no podía ser, que eso no es normal. Y pedí ayuda a la familia y la justicia. Lo que pasa es que no me comprendían del todo. No veían claro que eso fuera maltrato. Y la jueza, que era una mujer, archivó mi caso. Ahí me hundí. Me hundí por completo. Menos mal que seguí adelante y por fin él ha recibido una orden de alejamiento”. “Ahora miro para atrás y me doy cuenta de muchas cosas. De que me hizo llegar a dudar de si yo era una inútil, me convenció de ello. Pero si yo nunca fui tonta. ¿Cómo este tío me convenció de eso?”.
 
“No hay justicia para mí” “Seguimos sin identificar la violencia cuando no hay agresiones físicas, sin entender que los efectos del maltrato psicológico pueden llegar a ser devastadores e incluso irreversibles”, explica la psicóloga Bárbara Zorrilla. En no pocas ocasiones, el propio entorno de la víctima no percibe que esta situación sea un maltrato. En general suele ser interpretado como problemas de pareja o altibajos. Un escenario que empuja a la mujer a encerrarse en sí misma, a no compartir la problemática e incluso, en ocasiones, a convencerse de que, tal y como no dejan de repetirle, no está siendo víctima de un maltrato. “La propia víctima no es consciente. ¿Cómo me va a maltratar la persona que me ama? Cuando al fin lo comprenden resulta muy doloroso. Es muy duro”, explica Beatriz Villanueva.

Ana, una mujer de 45 años de Valencia, se separó de su ahora exmarido cuando este la agarró del cuello y la empujó contra la pared. Fue solo la punta de un enorme iceberg de sufrimiento psicológico. De hecho, ese empujón, tal y como ella reconoce, fue el desencadenante que le hizo reaccionar tras más de dos años de abuso sutil e incesante.

Uno de los problemas que ahora afronta Ana es que su expareja la sigue acosando. “Me manda mensajes o whatsapps diciéndome que no sé cuidar de nuestra hija y que no valgo para eso. Lo que me decía siempre cuando estábamos juntos. Me manda fotos pornográficas diciéndome que así tendría que ser…”.

"Me dijeron que ahí no había insultos, que tampoco me había pegado. Y que no podían hacer nada. Que eso no era maltrato" Ana acudió a un cuartel de la Guardia Civil con los mensajes y trató de explicar el maltrato psicológico al que su marido la llevaba sometiendo años. “Pero no me hicieron ni caso. Me dijeron que ahí no había insultos, que tampoco me había pegado. Y que no podían hacer nada. Que eso no era maltrato”. La voz de Ana se quiebra.

Acudió también al juzgado, pero archivaron su causa. “Estoy abatida, tengo ansiedad. No tengo fuerza, ni ganas de arreglarme ni de salir de casa. Logró convencerme de que no sirvo para nada. Y todo sin insultos ni golpes. Así que no hay justicia para mí. No hay justicia…”.

La violencia luz de gas, tal y como explica Beatriz Villanueva, casi nunca requiere del uso de la violencia explícita. Incluso, muchas veces, se reviste de un falso buenismo: “Yo solo quiero ayudar, aunque parece que todo lo hago mal; hazme caso, fíate de mí, es por tu bien…”. Por esta razón, en ocasiones, también los hombres padecen luz de gas por parte de sus parejas. En estos caso todavía es más difícil para la víctima, y sobre todo pare el entorno, detectar que el hombre está padeciendo maltrato.

“La táctica es el afecto intermitente. Muestras de amor y cariño, arrepentimiento, condescendencia y promesas de felicidad futura hacen creer a la mujer que si ella cambia, él también lo hará y que solamente podrá encontrar la felicidad a su lado porque solo lo tiene a él”, explica la psicóloga Bárbara Zorrilla. “La violencia explícita es reprobada y castigada. ¿Cuál es la alternativa? Usar la manipulación, el victimismo. La luz de gas”, añade Beatriz. Esto desemboca en escenarios muy graves. Muchas mujeres solo son capaces de reaccionar cuando son agredidas físicamente. También, en ocasiones, es cuando el entorno y las autoridades abren los ojos.
 
Frecuente y entre jóvenes: “Este tipo de maltrato es mucho más frecuente de lo que se ve y percibimos. También en gente joven. Se perpetúa, y responde a los roles que tenemos asumidos en la pareja”, explica Beatriz.

Concuerda la psicóloga Bárbara Zorrilla, que considera que instituciones y autoridades deben mejorar y ampliar su formación en violencia de género: “Las mujeres necesitan que tanto su entorno como la administración pública, a través de sus recursos de atención especializada les ayuden a identificar esa violencia, su intencionalidad, sus mecanismos y sus consecuencias. Para ello hay que seguir trabajando en la sensibilización de la población general y la formación a todos los profesionales que les atienden, no solo en el ámbito judicial, sino médico, policial... para que puedan acompañarlas, ayudarles a construir su relato, dotarlas de credibilidad y devolverles la libertad que les han robado”.

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