domingo, 26 de abril de 2020

LOS ÚLTIMOS HABITANTES DE TOPOCALMA. Chile.



PEPA VALENZUELA 25 ABRIL 2020
En la foto, Juanita, Uva, Ismael y Ana en la playa de Topocalma, donde sus familias vivieron por más de 300 años.

Tres familias de adultos mayores a la orilla de una playa casi virgen. Son los últimos habitantes de Topocalma, una zona costera cerca de Litueche, donde las familias de Ana y su esposo Ismael, Eladia y el matrimonio de Juan y Juana, han habitado por más de 300 años. Hoy están siendo obligados a salir del único lugar que conocen. El dueño del terreno, Agrícola Topocalma Limitada, cuya propiedad es mayoritariamente de Jorge Galmez, dueño de Mall Sport, los demandó para que desalojen. Ellos quieren una hectárea de las siete mil que tiene el predio, para quedarse allí y morir donde han vivido siempre. Los dueños del terreno se niegan a esta alternativa. “Están viviendo en un terreno que no es suyo”, dice uno de los miembros del directorio.

La camioneta va saltando por el serpenteante camino de tierra y piedras. Son bosques de pinos y eucaliptus. Mucho verde y flores silvestres que se extienden por los cerros, atraviesa quebradas y se abre camino hasta llegar al mar. “Aquí crecimos. Aquí nacimos”, dice Tito Donoso por él y sus nueve hermanos mientras señala a través de la ventana. “Por aquí caminábamos cuando éramos niños para ir a la escuela, todos los días andábamos unos 8 kilómetros con ojotas, con lluvia, con todo. Por aquí vivía mi mamá y mi abuela. Aquí crecimos”, muestra. Afuera, los árboles se mecen con la brisa. Su familia, al igual de que varias otras familias que ya no están en este lugar, tiene más de 300 años de historia en Topocalma, a unos 20 kilómetros de Litueche en la sexta región.

La playa parece virgen, un milagro en estos tiempos: las tres rocas que la cuidan, la arena aterciopelada, el humedal con sus cisnes y patos y un viento privilegiado del que ya saben algunos surfistas de la zona. Casi cien metros de allí, hay un par de casitas de madera y un corral para las gallinas. Los pollos y los patos andan libres por el patio. Hay un huerto pequeño con flores de colores. Tres casas juntas y un baño en el exterior. Una mesa de madera afuera de la cocina a leña, con un mantel azul y las moscas que molestan por el calor.

Los últimos habitantes de Topocalma, todos ya de la tercera edad, se sientan despacito alrededor de la mesa. Ismael Castro, de 81 años, al lado de su señora, Ana Gloria Alarcón, de 73. Él lleva bastón y hace poco le diagnosticaron parkinson, igual que a su hermano, pero aún sonríe con viveza. Ana tiene una bota en una pierna que se lastimó hace unos días y padece de artritis remautoide. Sin embargo, ambos siguen viviendo de la recolección de algas. Han pasado toda su vida aquí, cortando cochayuyo, chasca, algas, luga. Ahora ya no pueden meterse tanto al mar, pero les pagan a los buzos para que les recolecten. Así ellos arman paquetes y los venden, igual que la hermana de Ana, Eladia Donoso y a quien todos conocen como Uva. Uva tiene 70 años y también es alguera. Ahora le cuesta caminar, pero sigue trabajando. Uva nunca ha salido de este lugar. Nació, creció, trabajó y envejeció junto a esta orilla, igual que Juan González de 66 años quien vive junto a su esposa Juana Morales en Topocalma. La familia de Juan también tiene data de más de 300 años en este territorio: las generaciones de sus padres, abuelos y bisabuelos están acá, en una larga tradición que está a punto de quebrarse: a fines de 2016 estas tres familias de adultos mayores fueron demandadas para que se retiren de lo que ha sido su hogar por el dueño del terreno, Agrícola Topocalma Limitada, cuyo mayor accionista es Jorge Galmez, dueño de Mall Sport. Y ahora están aquí, esperando el desalojo. “Da una impotencia muy grande no tener adónde irse, señorita. Es terrible. Aquí está la raíz de uno, el amor más grande está donde uno nace”, dice Juan y luego se pone a llorar.

Silencio. Las moscas siguen dando vueltas. Los ojos tristes de los habitantes ancestrales de Topocalma se miran entre sí.

De pronto el paraíso natural se ha convertido en un infierno.

Una negociación dispar

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Juanita en la playa de Topocalma

Fue a principios de 2017. Las seis familias históricas que iban quedando en Topocalma fueron citados a la oficina del fundo de la Agrícola Topocalma Limitada. Allí los esperaba el administrador del fundo y un par de abogados que representaban a la empresa, entre ellos Gonzalo Alvarado, para informarles que debían desalojar el lugar donde sus familias habían estado por tres y hasta cuatro generaciones. El 12 de diciembre de 2016 todos habían sido demandados en el Juzgado de Letras de Litueche por una demanda de precario argumenta que los habitantes no tenían título de dominio ni una relación de trabajo con la hacienda, y que los propietarios tenían que tolerar que ellos vivieran allí. Ana, Ismael, Juan, Juana y Eladia escucharon atentamente lo que decían los abogados. Que tenían que irse de sus casas. Pero les daban una posible solución: los representantes de la hacienda les ofrecían un terreno de 5 mil metros cuadrados para cada una de las familias afuera de la hacienda y ayuda con el traslado de sus casas y enseres. “Nos daban terrenos arriba, lejos del mar, a la entrada de la hacienda, pero fuera del terreno. El que no aceptaba el acuerdo, se tenía que ir. Nos dieron cinco días para pensarlo, pero al otro día nos llevaron a las seis familias a firmar. Así comenzó todo”, recuerda Juana Morales.

A lo largo de la historia de Topocalma, solo dos veces los pescadores se habían visto enfrentados a la amenaza del desalojo: durante la dictadura y ahora, con Jorge Galmez, que había comprado la hacienda el 2007 en 27 millones de dólares. En los años 60 la hacienda había pertenecido a la familia Acuña que fue embargada por el Banco del Estado. Así el lugar pasó a manos de la Caja de Empleados del Banco del Estado a fines de los 60. En 1971 la Corporación de Reforma Agraria (CORA) expropió el terreno para dársela a los inquilinos que en ese tiempo estaban repartidos en 55 casas.

Pero la inscripción de los títulos de dominio tardó mucho y luego, vino el golpe de Estado: el terreno ahora ya no sería para sus habitantes, sino propiedad del fisco. Así el 77 la CORA le entregó el terreno a la Conaf cuyo director en ese tiempo era Julio Ponce Lerou, ex yerno de Pinochet. Esa fue la primera vez que los habitantes históricos de Topocalma fueron expulsados. Según el Censo de 1978, entonces había unas 600 personas viviendo en el lugar.

En 1980 Carabineros desbarató varias casas, incluidas la de Margarita Bustamante, la madre de Uva, Ana y Tito. “Algunas personas firmaron para trabajar la tierra y se quedaron. Pero a mi mamá la sacaron con Carabineros, mientras todavía estaba criando. Mi hermano menor tenía 8 años cuando los expulsaron. Los pacos pescaron todas sus cosas y las dejaron tiradas en la Municipalidad de Litueche. Los dejaron en la calle. Mi hermano menor siempre me dice: “Me quitaron toda la infancia”, dice Tito Donoso. “Los más antiguos salieron para ir a morirse. Afuera se enfermaron, echaban de menos acá. Uno de ellos, Miguel Olguín, se fue a Litueche y venía a caballo a ver dónde había estado su casa. Nunca se acostumbró en Litueche, se murió de pura pena”, recuerda.

A mitad de los 90 la Conaf vendió el terreno a la Compañía General de Electricidad (CGE) quienes permitieron que los pescadores siguieran viviendo y haciendo sus labores sin problemas. “Nosotros queríamos que nos vendieran un pedazo de terreno para tener a todos los del sindicato de pescadores aquí. Nos dijeron que no nos iban a molestar, pero tampoco quisieron vendernos tierra”, recuerda Uva.

Eso hasta que el 2007 la CGE le vendió la hacienda a Galmez cuando aún quedaban una veintena de familias históricas dentro. El empresario, ex dueño de Almacenes Paris, comenzó entonces a expulsar a los pescadores del lugar. En 2009 cerró el acceso principal a la playa de Topocalma en una larga batalla con el pueblo de Litueche que terminó recién a fines de 2017 cuando gracias a la recolección de más de 5 mil firmas – en un pueblo que solo tiene 6 mil habitantes – los pobladores lograron que la Intendencia ordenara la reapertura del camino histórico para asegurar el libre acceso a la playa.

Pero Galmez quería a todos los pescadores fuera de sus tierras e interpuso esta demanda contra estas seis familias. Así a comienzos de 2017 los últimos habitantes de Topocalma estaban en este dilema: ¿firmamos el acuerdo que nos ofrecen o no? Enterado de la situación, el dirigente sindical de los pescadores de la zona, Genaro Arriagada, fue a hablar con las familias para convencerlos de que no firmaran, que no se fueran del lugar y brindarles apoyo legal.

Sin embargo, tres familias aceptaron el acuerdo y se fueron. “El viejo es tan malo y la gente es tan estúpida, mijita. Esas familias les dieron 5 mil metros cuadrados arriba en un terreno que no tiene ni conejos. Ni luz ni agua tenían. Y tienen los que no tienen camionetas tienen que caminar 9 kilómetros para llegar al mar que es su fuente de trabajo”, dice él. “El acuerdo que les ofrecieron era inaceptable: les establecían horarios de oficina para pasar por el camino, pero solo a ellos, no a los descendientes. Les ofrecían llevarlos a un terreno sin agua ni luz y no les dieron nada de compensación económica”, dice la abogada Nancy Yañez, directora del centro de Derechos Humanos de la Universidad de Chile y especialista en pueblos indígenas y conflicto socioambientales.

Pero Ana con Ismael, Juan y Juana y Uva se rehusaron a firmar. Desde ese momento, Genaro, apoyado por surfistas de la zona, fundaciones medioambientales y la abogada Nancy Yañez comenzaron a asesorarlos legalmente. “El 2017 logramos la reapertura de camino y tomamos la representación de los pescadores en esta demanda por comodato precario. Presentamos el expediente de la expropiación de la hacienda que está en el SAG y que corresponde al archivo de la CORA. El acta de expropiación indica que hay una reserva de 25 hectáreas que quedó fuera de la expropiación y que es el área ocupada por los pescadores. La hacienda Topocalma reconoció en el tribunal que su antecesor en el dominio había celebrado un comodato precario con los pescadores artesanales”, explica la abogada Nancy Yañez.

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Ana e Ismael, pocos días antes de dejar su casa de toda la vida.

El tribunal de Litueche rechazó la demanda de desalojo, pero la Corte de Apelaciones de Rancagua acogió la demanda de precario y con ello, abrió la puerta para un eventual desalojo. La abogada Yañez entonces presentó un recurso de casación en la Corte Suprema que aún está resolviéndose.

“Con tres de ellos se llegó a acuerdo y se terminó la historia. Los otros tres decidieron seguir el camino judicial y perdieron el juicio en la Corte de Apelaciones de Rancagua. No quisieron aceptar el acuerdo antes la incredulidad de los jueces”, dice Enrique Prieto, uno de los directores de Agrícola Topocalma. Con Jorge Galmez fue imposible hablar para este reportaje. Juan Gonzalez recuerda que uno de los jueces de la Corte de Apelaciones de Rancagua, le preguntó en esa ocasión por qué no había aceptado el acuerdo propuesto. “Porque mi trabajo está lejos, tendría que caminar 8 kilómetros diarios para entrar al mar”, le respondió él. “Eso es un capricho”, le dijo el juez.

Luego de esta resolución los abogados de ambas partes conversaron para llegar a un acuerdo parecido al que les habían ofrecido antes: un terreno de 5 mil metros cuadrados en las afueras de la hacienda y una retribución económica para cada familia. “Les ofrecían sitios para que ellos se instalen y fueran propietarios, a diferencia de los territorios que ocupan ahora donde no son dueños”, dice Prieto. Sobre esa compensación económica extra, Nancy Yañez dice que eran alrededor de 60 millones para cada familia. El abogado de la contraparte, Gonzalo Alvarado dice que no era tanto, pero que eran más de 10 millones, aunque ahora no da cuenta de la cifra exacta.

A comienzos de febrero, Alvarado le presentó la oferta a la contraparte. “Les hicimos unas observaciones que cualquier abogado mínimamente capaz habría hecho porque incorporaron una cláusula que no había sido negociada: el comodato al terreno para el sindicato de pescadores en la playa era por 60 años, pero Galmez se reservaba la facultad discrecional de modificarlo y cambiarlo de lugar cada 6 meses. O sea, ellos el determinaban dónde quedaba el centro de acopio en la zona de orilla y la bodega”, explica la abogada Yañez. “¿De qué te sirve que te den un comodato de 60 años si te van a andar corriendo cada 6 meses?”, se pregunta Pamela Yañez, hija de Uva, también habitante de Topocalma y alguera. Los abogados de la hacienda no aceptaron las observaciones. Dijeron que los pescadores se estaban poniendo “quisquillosos” y “atrasando las negociaciones”. “Entonces les dijimos que no importaba, que íbamos a firmar igual, sin observaciones. Pero ahí se metió el yerno de Galmez a hablar directamente con los pescadores y sacaron a los abogados del acuerdo”, cuenta Nancy Yañez.

Por esos días, Pamela cuenta que recibieron un mensaje de un yerno de Galmez. “Le mandó un whatsapp a mi esposo diciéndole que negociáramos con él, que podían hacer algo por nosotros. Mi esposo no le respondió”, dice Pamela. “Tengo mucha experiencia en lo que hago, pero nunca había visto algo tan perverso: sacaron a los abogados de la negociación para rebajarles el acuerdo y las condiciones”, cuenta la abogada. “El yerno de este tipo fue a molestar a los viejitos y los envenenó, les echó la culpa a los abogados que los defendían de que no hubiera acuerdo, pero eso no era verdad”, explica el dirigente Genaro Arriagada. El abogado Gonzalo Alvarado dice que no tiene la menor idea de esto, que no sabe lo que pasó en este punto de la negociación, solo que él también fue excluido por un momento de ella.

“Les dijeron a los viejitos que los abogados que los defendían no habían hecho las cosas a tiempo y que los estaban perjudicando”, explica Tito. “Lo grave de este caso es que los obligaron a negociar sin abogados. Les pusieron la pistola al cuello para que negociaran directamente y así rebajarles las condiciones del acuerdo. Eso es de una maldad que no tiene nombre”, dice la abogada Nancy Yañez. Gonzalo Alvarado dice que no sabe nada acerca de esta supuesta intervención del yerno de Galmez en la negociación, pero aclara: “Lo que sé es que si los abogados hubieran representado bien a los pescadores, habrían ganado el juicio y lo perdieron. Yo les gané”.

Los pescadores no sabían qué pensar ni a quién creerle. La mayoría de ellos son analfabetos: Ana, Ismael ni Uva saben leer ni escribir.

La ley versus lo humano
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La cocina a leña en casa de Ismael y Ana

Es 20 de febrero del 2020 y en la cocina a leña de su casa, Ana prepara un té. Hay pan de pascua, pailas con huevos de campo muy amarillos y pan amasado. Los últimos habitantes de Topocalma recuerdan sus primeros años en este lugar. Ismael, cuando era un niño que sembraba los huertos de la hacienda con trigo, garbanzos, maíz y lentejas y corría a los pájaros de la tierra para que no se comieran las semillas. Ana cuando su mamá Margarita la despertaba a las 4 de la mañana y la dejaba abrigadita en la orilla del mar mientras sacaba cochayuyo y chasca. Uva y sus despertares de madrugada para meterse al mar. Uva cuidó a su abuela hasta que ella falleció aquí, en Topocalma, a los 108 años.

“Nos gustaría quedarnos aquí”, dice Uva. “Quedarnos juntas las familias, cerca del mar, que este señor nos dé una sola hectárea de las siete mil que tiene la hacienda. Una de siete mil. Nada más. Pero nos dijeron que es donde ellos quieren darnos terreno o nada. Da impotencia saber que porque ellos tienen plata son como reyes”. “Por últimos déjennos morir tranquilos aquí. Todos nosotros somos nacidos en este lugar”, dice Ana.

“Yo digo: cómo les cortan las manos, esta es su fuente de trabajo. Son adultos mayores y están enfermos. Algunos no han salido nunca de Topocalma, no conocen otra vida. Que les den una sola hectárea de siete mil, si ellos no molestan a nadie. Cómo puede haber gente así de egoísta”, se pregunta Tito Donoso, sin entender. La verdad es que los últimos habitantes de Topocalma no quieren ser propietarios ni plata, simplemente permanecer en el espacio donde han estado toda la vida, algo que la gente de la Agrícola Topocalma Limitada no entiende. “Desde mi perspectiva son personas que están viviendo en situación irregular en un predio ajeno. La idea es solucionarlo con una cosa digna para ellos. Creo que solo se trata de sanear una situación irregular más allá de otras consideraciones. Es malo para ellos y malo para el propietario que se queden allí. Ellos se negaron a estos arreglos sistemáticamente y más o menos trabajan: ya son personas mayores y están retiradas”, dice Enrique Prieto, miembro del directorio de la empresa, el único representante de la hacienda con quien pudimos conversar.

Sin embargo, todos siguen trabajando en la orilla del mar de Topocalma. Juan Gonzalez entra todos los días al mar. Y aunque Uva, Ana e Ismael ya no pueden hacerlo, sí contratan buzos para que les corten las algas: ellos empaquetan y las venden. De eso viven hasta el día de hoy. Además, Tito Donoso se vino hace un tiempo precisamente para ayudar a sus hermanas a acarrear el cochayuyo. Una fuente que ha seguido este conflicto desde cerca, pero tiene miedo de posibles represalias, añade: “Si los pescadores están viejos, ¿por qué no los dejas morir frente al mar donde han vivido siempre? ¿Para qué les vas a alterar su ecosistema? Pero esta gente no ve nada de eso. La falta de educación y visión que tiene el gallo con plata en este país, que solo ve parcelas de agrado y más plata, es increíble. Y es eso lo que da pena”.

Aunque Enrique Prieto desmiente que exista la intención de vender parcelas porque el giro de la hacienda es agrícola, los habitantes del lugar creen que apenas los saquen, eso es precisamente lo que los dueños van a hacer: venderles terreno a particulares. El 2013 cuando cerraron el portón histórico, se vendieron varios terrenos avaluados entre 6.900 y 11 mil UF a la orilla de la playa Puertecillo, dentro de la hacienda Topocalma. El titular de El Mercurio por esos días era: “Punta Puertecillo, el loteo de Jorge Galmez que conquista a políticos y empresarios”.

Jueves 5 de marzo. Las tres familias fueron convocadas por los representantes legales de la hacienda a firmar un acuerdo en la notaría en Litueche. Esta vez Nancy Yañez no estaba representándolos, aunque una de las sobrinas de los pescadores llevó una abogada que la asesoró para ese evento puntual. “Es tan triste. Yo no le puedo decir a la gente que no acepte el acuerdo porque no tienen nada. Pero esto es lo más antiético que he visto en mi vida”, dice Nancy. En el encuentro, les ofrecieron los 5 mil metros cuadrados arriba, 10 millones de pesos – mucho menos de lo que habían acordado antes, en el acuerdo que no alcanzó a firmarse – y trasladar sus cosas. Ana e Ismael firmaron. “Ya tienen hartos años, están enfermos y ya están saturados”, dice Pamela Yañez, su sobrina. Pero el matrimonio de Juan y Juana y Uva se negaron. “Había amarras en el acuerdo: teníamos que renunciar a pasar por el camino histórico. Le dije al abogado Alvarado que yo no quería amarres y él me dijo: “Yo solo pongo la cara nomás”. Pero eso no era lo acordado. Y yo no voy a traicionar a la gente que se ha esforzado por nosotros”, explica Juan.

Genaro fue al día siguiente hasta Topocalma a ver a sus colegas. Se encontró con Uva y le preguntó por qué no había firmado. “Estoy vieja. Para qué quiero plata ahora si me voy a morir pronto. Dios me seguirá sustentando”, le dijo ella. Ambos se dieron un abrazo y juntos se pusieron a llorar. “La dignidad no se transa en la bolsa de valores. O te los inculcan desde chico o no los tienes. En Chile gobierna la plata y el que tiene plata se mete la ley en el trasero. Yo no entiendo esto del capitalismo. De chico me enseñaron a querer y respetar a los viejos. Y sacarlos de ahí es matarlos. ¿Te imaginas a ese hombre con su parkinson, cómo va a trabajar? ¿Y la Anita? Es una maldad que uno no entiende”, exclama Genaro.

Mientras Ana e Ismael ya fueron a ver el terreno que les van a ceder arriba, lejos del mar, Juan y Juana piensan en salir de Topocalma, pero “por las nuestras, no dependiendo de esta gente”, dice él. Gonzalo Alvarado, el abogado de la hacienda, dice que el desalojo es inminente. “Ahora sí los vamos a desalojar. Se acabó todo, no es chiste. Ya no tenemos nada más que conversar. Me faltó ponerme de rodillas para que firmaran y no sé por qué no quisieron hacerlo”, afirma.

Al ladito del mar que la vio crecer, Uva ha guardado pocas de sus pertenencias. Ya sabe que si vienen a sacarla de su casa, se irá a Litueche con una de sus hermanas. Camina lento. Mientras el viento le revuelve el pelo. Dice: “Lo que más voy a echar de menos es esto: mirar el espacio. El paisaje. El mar. Las aguas. La laguna. Eso es lo que más voy a extrañar de Topocalma”.


TOPOCALMA CONMIGO
Juana, Uva, Ismael, Ana y esta reportera.

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