En 1937, en plena Guerra Civil, la II República española le pidió a su artista más famoso una obra que repudiara el conflicto. El bombardeo a la ciudad vasca de Guernika llevó al pintor a crear su obra cumbre.
El 10 de septiembre de 1981 el Diario 16 de España tituló en su portada: “Hoy llega a Madrid el último exiliado”. Claro que no se trataba precisamente de una persona, sino de una cuadro: quizás el más emblemático del siglo XX, pintado por el artista español más internacional, Pablo Picasso. Tras pasar 44 años custodiado en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York el Guernica volvía por fin a casa. Por petición del propio artista, quien falleció en 1973, el lienzo de 7,77 x 3,49 metros debió quedarse fuera de su país hasta que el dictador Francisco Franco hubiese sido derrotado. Fue una forma de oponerse al propio militar, quien intentó retornarlo desde fines de los años 60, ofuscado e incómodo por el éxito que la obra había logrado en sus viajes por varios países, convirtiéndose en un símbolo contra la violencia de la guerra.
El regreso, eso sí, no estuvo exento de polémicas. A pesar de que Franco había en 1975, el Estado español debió enfrentar la resistencia a devolver la obra de la familia de Picasso y del propio museo neoyorquino. Luego, una vez repatriado, el cuadro fue colgado en el Casón del Buen Retiro del Museo del Prado y una década más tarde, en 1992, trasladado al Museo Reina Sofía, debido a que en sus renovadas instalaciones la obra se luciría más, así como al hecho de que correspondía a una obra clave del arte contemporáneo, corte editorial de ese museo. Hasta hoy las instituciones siguen enfrentadas por quién sería el mejor guardián de la pieza, sobre todo porque la voluntad del artista era dejarla en la pinacoteca nacional, junto a las obras de Velázquez y Goya. Por otro lado, está el deseo del país vasco, que cada tanto exige que la obra esté en el lugar que le dio su nombre: la ciudad de Guernika. Hace dos semanas Las Juntas Generales de Alava reclamaron su derecho ante el Gobierno central, el que fue denegado, en otras razones, por el frágil estado del lienzo. El nuevo intento de recuperar la pieza marca las conmemoraciones por los 80 años desde que Picasso exhibió la obra en el Pabellón de España en la Exposición Internacional de París de 1937.
Del 5 de abril al 4 de septiembre el Museo Reina Sofía inaugura Piedad y terror en Picasso: el camino a Guernica, la exposición más completa sobre el cuadro, que aborda la visión que proyectó el artista sobre la guerra moderna, analizando su singular iconografía (ver recuadro) que la transformó en símbolo. La muestra se centra en las raíces del imaginario que dio vida al Guernica, y que se encuentra en obras posteriores a 1925. Serán 180 piezas, algunas cedidas por prestigiosos museos como el MoMA de Nueva York, la Tate Gallery de Londres, el Centro Georges Pompidou de París, y por supuesto el Museo Picasso. “Con esta obra expreso mi execración de la casta que ha hundido a España en un océano de dolor y muerte”, dijo el artista mientras la pintaba.
Daños colaterales: Unos meses antes, en plena Guerra Civil española y ad portas de que la II Guerra Mundial asolara a Europa, la II República, liderada por Juan Negrín, le había pedido a Pablo Picasso, -lejos el artista español más reconocido internacionalmente, quien ya llevaba varios años radicado en Francia- que realizara una obra que fuese un grito de repudio al conflicto y a la vez funcionara como arma panfletaria en el extranjero. “Si tenemos a Picasso en cuerpo y alma, el impacto será mayor que una batalla ganada en el frente a los fascistas”, auguró el último presidente republicano. Claro que por ese tiempo, Picasso no pasaba por su mejor momento personal. Había cortado recién su matrimonio con la bailarina Olga Khokhlova, acababa de nacer su hija Maya, fruto de su relación con Marie-Thérèse Walter, la que a su vez peligraba por una nueva mujer: la artista surrealista Dora Maar.
Picasso no sabía cómo enfrentar el encargo; no encontraba la inspiración para su pintura. Hasta que una tragedia lo despertó: el bombardeo de la villa de Guernika, habitada sobre todo por mujeres y niños, a manos de la Legión Cóndor de Hitler, el 26 de abril de 1937, fue la mecha que encendió la ira del artista y lo que lo puso de lleno a trabajar en la tela. A eso se sumó su participación en la marcha del 1 de mayo en París, que debido a los acontecimientos se transformó en un repudio a la guerra. “A mis 56 años nunca había visto una masacre como ésta. Nunca había sentido tanto dolor en mí. Me cuesta trabajo entender los desastres de la guerra. El sinsentido. Si hay algo en esta vida que no soporto, es la muerte de gente inocente”, escribió Picasso, quien sin embargo nunca pisaría Guernika.
Tras un mes de trabajo, el propio artista admitió: “Como no se la lleven, no la voy a terminar nunca”. El resultado fue un lienzo inusual, de blancos, negros y grises, con personajes que expresan sufrimiento y dolor, una composición dinámica que mezcla las técnicas más dominadas por el pintor: el postcubismo y el simbolismo de su faceta surrealista. El proceso fue registrado por la cámara de Dora Maar, un documento invaluable y que muestra los cambios de contenido que sufrió la pintura, como por ejemplo la mano empuñada y la hoz y el martillo que fueron tapados en su versión final. Picasso oculta el compromiso político directo, lo mantiene como una herida en penumbra y eso logra que el mensaje se haga universal. “El Guernica habla del daño colateral de la guerra, de las víctimas inocentes, que en este siglo parecieran haberse incrementado trágicamente”, señaló el historiador del arte español Fernando Castro.
Tras la muestra en París, la obra se convirtió en propaganda itinerante al servicio de la República: inició y un periplo que la llevó, entre 1937 y 1956, por más de 30 ciudades de Europa y América, lo que supuso un total de 88 enrrollamientos del lienzo, que lo dejaron en un estado de máximo cuidado.
Visitó el norte de Europa, Oslo, Copenhague, Estocolmo e Inglaterra. Luego partió a EEUU, estuvo en Los Angeles, Chicago y Boston, hasta que se instaló en el tercer piso del MoMA de Nueva York, donde se transformó en atracción popular: durante la Guerra de Vietnam, los protestantes la usaban como sitio de peregrinación y vigilia. Y aunque en el Guernica no hay bombas ni aviones, Picasso logró que el horror de la guerra traspasara la tela.
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