domingo, 10 de diciembre de 2017

El feminismo de las pobladoras, dueñas de casas y dirigentas sociales


Javiera Rivas es dirigenta del Movimiento de Pobladoras y Pobladores por la Dignidad que busca una solución a su condición de allegados y concretar el sueño de la casa propia. En 2014, comenzó a acercarse al feminismo comunitario y poblacional, que está alejado del mundo académico, y ayudó a empoderarse a sus vecinas y compañeras dirigentas sindicales. Su testimonio quedó registrado en el libro Apuntes sobre feminismos y construcción de poder popular, del argentino Luciano Fabbri, que acaban de reeditar en Chile, y que incorpora relatos como el suyo y de organizaciones feministas que reflexionan sobre sus propias experiencias y disputas desplegadas en la cama, en la casa y en la calle.  05 Dic 2017
 
De feminismo no había leído nada, nunca. Lo más feminista que había leído son los memes que circulan en Facebook de la Simone de Beauvoir. Me rehusé por mucho tiempo a considerarme feminista. La verdad es que no podía reconocerme como tal porque consideraba que yo, en mi condición de pobre, no tenía ese derecho. Creía que no tenía el privilegio de decir: “sí, yo soy feminista”. Por eso quisiera contar la historia sobre cómo llegué a pensarme feminista. Fue un proceso intenso el que me llevó a entenderme como una feminista comunitaria y poblacional.  + LIBRO PDF Enlace. Luciano Fabbri, Apuntes sobre feminismos y construcción de poder popular.

Nuestro movimiento principalmente nace de la necesidad. Soy una de las fundadoras del comité y cuando empezamos a trabajar éramos solo tres familias. Había que organizarse. De esas tres familias, ya somos más de 500 personas. Llevamos una lucha de dulce y agraz porque tiene de todo. Nos hemos fortalecido mucho, pero no hemos logrado lo más concreto: tener nuestras casas. Llevamos ocho años teniendo victorias, pero el objetivo principal no lo hemos logrado. Y eso, para todos los que estamos en el movimiento, es una frustración: tener gobiernos tan inoperantes que nos hayan hecho creer que nuestras demandas son sueños. Todos escuchamos del “sueño de la casa propia” como si no fuera un derecho.

Un día recibimos la invitación de organizaciones y compañeros de la Federación Nacional de Pobladores (FENAPO), de la que también habíamos sido fundadores como MPD, pero que habíamos dejado para ese entonces por diferencias. En ese momento, llevaban setenta y tantos días acampando en la ribera del río Mapocho y me invitaron a escuchar a unas feministas bolivianas. En un principio pensé “oh, qué lata, ir a escuchar a unas viejas cuicas hablar de lo terrible que es ser mujer”. Porque para mí no es nada terrible ser mujer, y quizás a muchas mujeres que yo respeto les violenta un piropo en la calle. Pero a mí me violenta mucho más no saber si voy a tener las colaciones de la otra semana para mis hijos a que me digan “mijita rica” en la calle, porque por último si el piropo me molesta mucho, pego un combo o agarro a “chuchás” a quien me lo dice. Pero me insistieron tanto que dije “voy a ir, aunque ellas nos vayan a decir cómo nos tenemos que comportar”.

Tenía muchos prejuicios con respecto al feminismo. Pero ese día llegaron dos mujeres igual de pobres que yo a hablar sobre feminismo comunitario. Y ahí recién pensé “¿por qué no?”. Pensé “les vamos a arrebatar hasta el nombre de feminismo”. Pensé, “¿por qué yo, en tanto pobre, no puedo llamarme feminista en base a lo que soy, a mi experiencia, a lo que he vivido?”. Porque claro, yo no veía a mis compañeros como mi opresor, los veía y los veo tan víctimas como yo. Hasta ahí no entendía lo del patriarcado y nada de eso. Entonces, cuando escuché el discurso de Adriana y Julieta me hizo sentido. Y, así todo patuda, les dije que a partir de ese día me consideraba una feminista comunitaria y poblacional.

Violeta Gómez Urdiales (TESIS) también conoce a las chicas allá en Bolivia. Ella es inmigrante mexicana y estudiante, y vino a hacer un postgrado de psicología comunitaria y poner sus conocimientos e investigaciones a disposición nuestra. Las Feministas Comunitarias (FC) de Bolivia, Julieta Paredes y Adriana Guzmán, le dieron mi contacto porque en ese momento yo estaba de vocera nacional de FC. Y de ahí no nos separamos más hasta que se fue. La tesis que trabajó Violeta era sobre nosotras y la desarrolló a partir de un ciclo de talleres que hizo. Igual ella decía que todas la hacíamos, aunque me costó entenderlo al principio. Pero se trataba de eso su trabajo, un ciclo de talleres con pobladoras del MPD.

Cuando llega Violeta, empieza a aterrizar todo el desorden que tenía en mi cabeza respecto del feminismo. Y lo empiezo a sintetizar y a pensar. Creo que, en agosto de ese año, recién lo entendí. Considerando incluso que un año antes de eso ya me consideraba feminista, pero en realidad, fue en ese entonces que recién entendí lo que es el feminismo. Entendí que esto tiene que ser desde nosotras, individuas, nosotras como mujeres, y de ahí en adelante a lo colectivo y comunitario. Si no somos capaces de hacerlo de ese modo estamos puro para decir que es el día de la compañera, el día de la mujer. Todas estas cosas que estamos aprendiendo son para arrebatarle todo a las garras del patriarcado, y lo tenemos claro, ¿verdad?

Este proceso nos llevó a realizar esos talleres con las mujeres del comité. El primer ciclo buscaba hacer una introducción al feminismo y cómo lo veíamos nosotras desde nuestra perspectiva como dueñas de casa. Porque todas lo veíamos súper lejano antes, no sentíamos que una pudiera ser feminista. La Viole nos contó en dos talleres cómo se fue formando el patriarcado desde los inicios. Después iniciamos un ciclo que se llamaba “fortalecimiento comunitario”, era bacán, no parecía un taller, era una especie de conversatorio. Ella jamás se paró con un papelógrafo a explicar. Todas estábamos sentadas y llevábamos algo para comer, y conversábamos todas todo el rato. Al primer taller se invitó a las chiquillas del MPD, pero después tuvo tanto éxito que se abrió. El contexto era en mi casa, que es chiquitita, pero igual nos hacíamos el espacio para estar las catorce o dieciocho mujeres que llegábamos. Se sumaron mi mamá y mi hermana. Mi mamá fue a todas, después le encantó, ahora es una invitada ilustre del MPD, y yo que nunca me lo hubiese imaginado. Fueron también chiquillas de otros lados, y esa es siempre nuestra intención desde el MPD en sus distintas ramas, que de verdad se esté para la comunidad.

Después con este grupo nos seguimos viendo y trabajando en la asamblea, también nos juntamos cada cierto tiempo. A veces cuesta, pero igual lo logramos. Lo cierto es que, más allá del MPD, el impacto de estos talleres fue a nivel personal. Eso es lo más importante. Yo lo noto, por ejemplo, en la Inés hasta en su forma de vestir, pasó de andar como la típica señora a andar con buzo, zapatillas, jeans. Se ha empoderado, súper bien. Yo creo que el cambio es más de adentro, y lo veo en mí misma. Siento que todas evolucionamos y vemos todo desde otra perspectiva. A mí me sirvió mucho, y me sirvió mucho el apañe desde el instinto de las chiquillas, de estar ahí, de estar pendientes. Nos dimos cuenta desde el instinto que todas nacemos feministas, pero nos van quitando ese derecho a medida que vamos creciendo. Más que el impacto en el territorio, yo creo que es más desde adentro.

Mi experiencia personal fue así. Entendí que lo había entendido mucho antes. Si efectivamente una quiere cambiar algo tiene que partir por una misma, y en ese momento te das cuenta de que todas las luchas están juntas. Ahora escucho a mis compañeros hombres hablar del feminismo como si fuese parte de ellos también. Yo no le veo nada malo. A mí me gusta trabajar con hombres, estoy tan acostumbrada a trabajar con ellos que sería muy extraño no trabajar con hombres. Pero igual para los talleres comprendimos que esa instancia tenía que ser desde nosotras y para nosotras. Los compas más cercanos se definen feministas populares, siempre nos hacen el aguante en todo, igual que nosotras a ellos, es recíproco. Pero también los comités de vivienda son la mayoría mujeres, y siempre hemos sido más mujeres las dirigentas. El único hombre mayormente visible ha sido el Tilo, los demás cumplen roles principalmente administrativos, como el Abraham que es tesorero. Ellos dicen que se sienten más seguros cuando nosotras llevamos las vocerías, nos reímos harto de eso. Y en las organizaciones políticas donde participamos, todas y todos exigimos que existan frentes despatriarcalizadores, que en los programas pongan estas cosas. Los compañeros hacen propio el discurso que antes creíamos que era solo de nosotras, se han hecho parte de esto. Yo creo que ha sido así porque lo hemos hecho de manera comunitaria y en los mismos talleres hemos reflejado eso. Ha sido un proceso bien enriquecedor para todos.

Durante el proceso que comenzamos con las compañeras del MPD nos cuestionamos todo desde el feminismo. También ese patriarcado que está dentro de nosotras, que lo vivimos día a día, que lo recibimos y también lo damos. Esa crítica fue un buen comienzo para nosotras porque nadie es perfecta, nadie es pura. Sin embargo, estamos intentando crear otra solución, tratando de crear y construir otra realidad. Y entonces, ¿cuál era esa meta? o ¿hacia dónde queríamos llegar en nuestra realidad? Queremos llegar a la comunidad, a construir esa comunidad, una que no sea utópica −donde todos somos felices, todos hermanos−. No, queremos construir realmente una comunidad. El trabajo que estamos haciendo con las compañeras es crear un movimiento, es crear una vivienda. Desde ahí se van a dar esos procesos, en el día a día, desde donde iremos tirándole piedras al patriarcado. Por cierto, no es sencillo. Nos hemos encontrado con autocríticas, con cambios internos y profundos. Pero en ese reflejo con las demás nos reforzamos, y si nos echábamos porras, nos ayudábamos; si llorábamos estaba la otra, si avanzábamos también estaba la otra para reflejarnos.

Entonces, yo creo que a donde debe apuntar el feminismo −no solamente en Chile sino también en América Latina− es a este proceso de ir desde lo individual al grupo de mujeres, y de ahí a la comunidad. Es decir, un proceso de caracolas: mientras estoy retroalimentándome yo como sujeta, también estoy construyendo con las demás, y después con los compañeros hacia esa comunidad que necesitamos.

Yo creo que mientras más verbalizamos el feminismo, más tratamos de llevarlo a la práctica, más fácil lo vamos adquiriendo. Ahora bien, es imposible desvincular el feminismo popular de las luchas sociales. Nosotras despabilamos desde la organización popular hacia el feminismo. Si no hubiésemos estado insertas dentro de ese mundo quizás no nos hubiésemos cuestionado, habríamos pensado que lo que teníamos nos tocó no más, no nos habríamos movido de ahí. A cuántas mujeres ya les pasó. En cambio, nosotras nos formamos como feministas dentro de la organización. Ese primer vínculo con las mujeres comunitarias de Bolivia fue gracias al MPD. Si no hubiésemos estado vinculadas a una organización social en lucha, probablemente nunca habríamos llegado a ese momento de decir yo sí puedo ser feminista. Fue al revés: nos vinculamos desde la organización hacia el feminismo, y no desde el feminismo hacia la organización.

Estar en una organización social te abre muchas ventanitas en la cabeza, te cuestionas todo, por ejemplo, los roles de hombres y mujeres dentro de la organización. Para nosotras no es lo mismo ser dirigenta que para nuestros compañeros, para nosotras es un peso más grande. Muchas compañeras han tenido problemas dentro de la casa porque, claro, gastas todo tu tiempo en la organización. No lo digo desde el lugar de víctima, pero así es la realidad, es una realidad la triple jornada. A pesar de eso, pienso que el feminismo ya es un instrumento. Ahora, tiene que volverse cada vez más una herramienta con la que podamos construir el programa, la comunidad, las familias, la sociedad, la salud y la educación que queramos.

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