domingo, 3 de mayo de 2020

LOS NIÑOS DEL INFORTUNIO Tarek William Primera parte (Memorias de la Misión Médica Cubana en Pakistán)

LOS NIÑOS DEL INFORTUNIO



Tarek William Saab. “Los niños del infortunio” (memorias de la ...

TAREK WILLIAM SAAB. (Memorias de la Misión Médica Cubana en Pakistán)
DEDICATORIA

A Chávez y Fidel dos gigantes de la emancipación y redención de nuestros pueblos. Genuinos herederos del magisterio de Bolívar, Marti y el Che.

A estos dos forjadores del destino de la nueva civilización.

A los niños del infortunio que vivirán en mi corazón hasta el último instante de mi vida.

A los sobrevivientes del terremoto de octubre 2005 en Pakistán, que con su coraje son ejemplo para vivir en el decoro y la dignidad.

A mis leales acompañantes Bruno Rodríguez, Iván Mora, Rolando Gómez, Douglas Saab, y todos aquellos que contribuyeron a hacer más dulce esta hermosa travesía hacia la resurrección.

A la memoria de mi padre bueno Nemer Saab.
A mi madre, mis hermanos, mi esposa e hijos, hogar en la dicha. Especial reconocimiento a Douglas por su valioso aporte fotográfico y su apoyo humano.

Y muy especialmente a la Brigada Medica Cubana Henry Reeve, protagonistas de una histórica epopeya a favor de la humanidad.
Este libro es el testimonio de un profundo amor. El amor sublime por lo más desválidos, por los preteridos de todas las horas que el sufrimiento y el abandono tornan interminables. Al mismo tiempo, es un acto de fe por la Revolución Cubana y por Fidel, escrito por un poeta venezolano (Tarek William Saab, Venezuela, Estado Anzoátegui, 1963) comprometido con el proceso revolucionario que lidera el Presidente Chávez. Aquí, el lector atento encontrará una creación literaria trasformadora que conjuga líricamente el relato, los poemas en prosa y en verso, la crónica, el testimonio y diversos recursos expresivos que le permitirán comprender el drama, el dolor y la muerte que enlutó al pueblo Pakistaní, producto de un devastador terremoto en octubre de 2005. Las vivencias de los huerfanos, los mutilados, los enfermos y sus singulares historias son atrapadas en toda su dimensión humana por una escritura que, a la vez, rinde homenaje a la labor heroica de los médicos internacionalistas cubanos que conforman la Brigada Henry Reeve.

Utilizando imágenes de manera aluvional, sin dar treguas ni concesiones al lenguaje, van apareciendo en cada una de estas páginas las historias de personas reales que el autor transforma en palabras que cincelan desde el inicio la sensibilidad del lector. En cada relato vuelven a escucharse las múltiples voces mudas de los ahogados, de los niños que hablan desde escombros aferrándose a la vida, de padres doloridos, de pacientes que claman por ayuda, de médicos que no renuncian al consuelo y la esperanza para vencer el trágico rugido de la naturaleza. Por encima de todas, se levanta, sin embargo, la voz de la ternura y la fuerza de la hazaña humana que denuncia el ignominioso silencio mediático internacional sobre esta tragedia. Aquí encontrará usted una de las más conmovedoras historias que hayamos leído en favor de la solidaridad y la defensa de la dignidad humana.
Tarek William Saab: es Abogado. Defensor de los Derechos Humanos de larga trayectoria. Escritor, a quien el presidente Chávez ha nombrado como el ´´poeta de la revolución´´. Amigo fraterno de Cuba. Actualmente es Gobernador del Estado Anzoátegui. Fue dirigente estudiantil (1976 - 1983) y parlamentario (1999 -2004). Presidió la Comisión de Cultura del Congreso, la Comisión de Derechos Humanos de la Asamblea Constituyente y la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela.

Ha publicado siete poemarios, algunos de ellos en Argentina, Colombia, México y Cuba (Cielo a Media Asta, La Habana, 2003). El texto que presentamos bajo el titulo Los niños del infortunio (Memorias de la Misión Médica Cubana en Pakistán) es el resultado de un recorrido por esa nación milenaria a principios del mes de enero de este año.
I

Fogata al Borde del Cielo

Dos hombres arrodillados. Ensimismados en su propia soledad parecen entregar todas sus esperanzas de vivir a una fogata donde calientan sus manos extendidas como una suplica…

La camioneta nos transporta más allá de los precipicios y los barrancos por una carretera tan negra como la noche amurallada de frío y niebla.

En medio de la alta oscuridad de Balakot veo sus rostros iluminados por la fe. Parecieran rezarle a alguien insondable mientras un fuego sagrado consume sus almas. Los imagino allí, sobrevivientes de un derrumbe
que convirtió en infinita tormenta a las rocas, el lodo y redujo sus vidas a escombros.

Y abajo, más abajo de nuestras posibilidades, en lo más hondo de los suelos, toda la vida de una civilización respira sepultada. Lejos de cualquier discriminación o misericordia, madres, hijos, abuelos, esposas, agonizaron…

Como Ofelia en Hamlet sus parientes vivos cantan:

“Descubierto a enterrar lo llevaron
¡Ay, pobre de mí!
Tormentas de lagrimas en su tumba llovieron” Es de madrugada, y el chofer de la camioneta que nos devuelve de un remoto confín, no atina a presentir mi hallazgo. Le revelo a Bruno y a Douglas que dos hombres
solitarios sentados a la intemperie (al costado de un dominio derruido en la inmensidad de Pakistán) confían su mañana al calor temporal de una frágil hoguera: tiemblan sin quejarse, culpa del hielo y la devastación.

Vencer al invierno podrá liberarlos de una nueva debacle: resistir la crueldad de una estación que los recluye en endebles carpas de tela estremecidas por el invierno polar.

(((Presiento que ellos dos son apenas un grano de sal entre los tres millones de hombres, mujeres y niños que arrojó al vacío la descomunal catástrofe)))

Quisiera bajar e ir a la reunión
que la nada convoca Convencido que al lado
de los infinitos precipicios

en donde secan sus manos de la helada llovizna
los mártires de Haripur y Hasan Abdal una ciudadela de carpas
yergue como el pasto

su siembra trágica…

Imagino el desconsuelo de centenares de miles de familias que sobrevivieron a los muros calcinados y al lodo. Sin embargo, ahora sufren recluidos en mínimas chozas (construidas con sabanas rotas) los rigores de las cordilleras que el Himalaya bifurca...

Muertos por las rocas cayendo sobre sus espaldas. O de hambre y de frío. Son insomnes devueltos del averno para reencontrarse en la fe y la peregrinación. Los hijos del terremoto no tienen sexo, ni color. Su deidad trata por igual al pobre o al rico, quienes son atropellados por una naturaleza avasallante y demoledora. Del lado de la frontera con Agfanistán (donde el imperio más homicida de la tierra ensangrenta kilómetros de pueblos y caseríos con “bombardeos inteligentes”) los prefiguro deambulando sin destino fijo, dando vueltas en el mismo circulo, sin retorno ni partida, fugitivos a la manera de Rimbaud en Una temporada en el infierno:

“Por los caminos, en las noches de invierno, sin albergue, sin ropa, sin pan, una voz me oprimía el corazón helado: Debilidad o fuerza, aquí estás, es la fuerza…”

La fuerza es la moral. El sentido profético de actuar con santidad y devoción; aun más allá de lo inimaginable: tal como lo proclama el Apóstol cubano José Marti: “Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad, que es robarle a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana.”

Nunca estuvieron mejor dichas unas palabras para describir en cuerpo y alma a la Brigada Médica Cubana Henry Reeve. Verdaderos bastiones de la hermandad, el desprendimiento y el trabajo en condiciones adversa en apoyo de centenares de miles de personas de todas las zonas acabadas por el terremoto en Pakistán.

Elegidos y bienamados por Fidel ((( he tenido la curiosa oportunidad de participar en tres reuniones que el Comandante en Jefe ha hecho para despedir a médicos internacionalistas cubanos. La primera vez fue el 10 de febrero del año 2004, oportunidad en que venían a Venezuela más de cien odontólogos para incorporarse a la Misión Barrio Adentro. La segunda, ocurrió el 11 de Diciembre del año 2005, día en que surgió la invitación de visitar y conocer en el lugar de los acontecimientos, la labor de la Brigada Henry Reeve acantonada en Pakistán. Y en el tercer encuentro de despedida, tuve la fortuna de ser también uno de los que marchaban en la tarea humanitaria… pero no como médico. Fui como testigo de excepción de una de las epopeyas más simbólicas y trascendentales que la medicina cubana ha realizado en toda su historia. Lo visto y sentido en esa experiencia única, ha inspirado estas páginas marcadas por una sincera admiración y profundo respeto a la labor sin precedentes que cumplen los honorables miembros de la Brigada Henry Reeve, en territorio asiático. En cada uno de esos adioses temporales, Fidel modela un ambiente, funda un clima, una estación de cálida evocación e inolvidable magisterio, donde sus palabras y su sola presencia ya implica un compromiso y un significado especialísimo a la convocatoria de ese fugaz hasta luego))). El exclusivo lugar que en los sentimientos de Fidel tienen esos contactos de despedida, explica la preocupación que él siente por los que parten hasta en el más mínimo detalle. A semejanza de los padres milenarios, enseña con el ejemplo desde la sobriedad, el sortilegio de vivir eternamente en el alma de todos nosotros. Fidel los despide y parece entregar sus más íntimas emociones en el recinto que los convoca: habla, aconseja, pregunta, responde. Atesora esos momentos de un “hasta luego” con sabor a glorioso regreso como si estuviera nuevamente a las puertas del Moncada o en la entrada inolvidable de La Habana. Titánico en la construcción de una nación que se agiganta frente a las ruinas del egoísmo de las superpotencias que avergüenzan con sus crímenes a la humanidad…

A contracorriente está Cuba, escribiendo para la posteridad junto a los médicos de la dignidad, uno de los hitos más impresionantes que hayamos conocido en esta contemporaneidad caracterizada por el odio, la violencia, el acabamiento de la vida humana; gracias a prácticas letales que van desde la destrucción ecológica, hasta las guerras promovidas por el gran capital con el fin de sojuzgar a los “condenados de la tierra”.

A contracorriente va Cuba con los honorables miembros de la Brigada Henry Reeve, verdadera vanguardia del humanismo revolucionario en el mundo entero. Van en ellos, varias generaciones de profesionales de la medicina (los que estuvieron como Tomás Romero, anestesiólogo de 55 años, en Angola, Etiopia, la República Árabe Saharaui, Honduras y Pakistán; junto a médicos recién graduados o estudiantes del ultimo año de medicina de un poco más de 20 años de edad). A contracorriente se alza indómita Cuba, al frente “van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana…”.

Y en ellos va también un trozo entrañable y perenne de nuestra original Revolución Bolivariana, la que con heroísmo y desprendimiento lidera el querido Presidente Chávez erguido y victorioso junto a millones de venezolanos frente a la amenaza imperialista de aniquilar (sin nunca jamás conseguirlo) a la patria de Bolívar y Guaicaipuro, de Sucre y Miranda, de Zamora y Simón Rodríguez, de José Antonio Anzoátegui y Cayaurima, de Pío Tamayo y Fabricio Ojeda.

El mismo presidente Chávez resurrecto contra todo pronóstico de las catacumbas del 11 de Abril. Irreverente y para siempre joven en la luminosidad del 4 de Febrero. Sembrado como nadie pudo hacerlo en el espíritu de los desamparados de mi pueblo. Protector, junto a Fidel, de los médicos Cubano-Venezolanos de Misión Barrio Adentro, hoy por hoy diseminados con orgullo criollo en Kahuta, en Battal, tal cual lo han hecho, previo a ser llamados en el camino del oriente anzoatiguense, antes de partir hacia el arcano: hacia un destino inexorable e irrepetible al sur de los valles nevados, sin trineos navideños, con el chocolatín y los turrones y las cartas de amor para acompañar el sentimiento de los enfermos, de los desválidos, de los solitarios, de los indigentes, de los golpeados, de los fracturados, de los que padecen el asma heredada por la leyenda inmortal del “Che”; con el luto en los ojos y en el rostro originario de siglos de impiedades; arrastrando consigo la medialuna de millones de años en los hombros prematuramente cansados de estos nómadas vestidos de turbantes azules y negros y rojos y blancos; de estrellas que se apagan y se encienden en las sonrisas impresionantes de miles y miles de niños pakistaníes que nos siguen a Bruno, a Iván, a Rolando, a Douglas, a todos y cada uno de nosotros, en los campamentos, en los hospitales, en los mercados, en las esquinas, en los campos de refugiados; millares de niños acompañándonos asombrosamente por todas partes simbolizando la esperanza de los oprimidos del mundo…

¡Señor, cuantos murieron atrapados sin retorno en los barrancos!
¿Por qué la muerte no discrimina
cuando azota su furia incendiaria?

Los niños del infortunio son flores secas
de un paraíso

que pugna por no marchitarse.

Los niños del infortunio vivirán en mi corazón hasta el último instante de mi vida. Ellos, de la mano de míticos ancianos, pastoreando cabras en antiguos sembradíos abandonados. Orando en silencio cerca de los campamentos y hospitales; desde una voz melancólica atravesando la distancia ya diluida en la resonancia de los altavoces: “En el nombre de Allah, el compasivo, el misericordioso.”

Ellos, junto a los misioneros revolucionarios y los montañeses
y las mujeres con sus cicatrices y el ganado pastando
a la orilla de las carreteras
y los mercaderes
en medio de los poblados derrumbándose y la camioneta como una serpiente bajando y subiendo montañas
abismos        pendientes que caen
ululantes
más allá del sonido
espectral
de los ríos atormentados del
Himalaya
centinelas nocturnos
de dos hombres arrodillados         suplicantes y entregados
al breve incendio que los desvanece
en medio de la suprema inmensidad

II

Los Niños del Infortunio
Sin padres
los niños del infortunio
vagan como estrellas solitarias como fósforos encendidos como luces de bengala
que no cesan
como ángeles caídos sin casas
ni puertas
ni ventanas….
Vagan a sus anchas en medio de la niebla
del frío       del escampado a la intemperie
a ras del suelo sonrientes
no parecen ser las víctimas más feroces del temblor
Lanzados de un modo inclemente a la nada. Como si estuviesen de pronto flotando en lo inasible del espacio sideral: los niños del infortunio, en la esfera indetenible  de los pesares parecieran reflexionar:
¿Por qué nosotros?
¿qué hacer ahora luego
de perder hasta el aire que respiro?
¿dónde guardarme en el abrazo de mis seres queridos?
¿dónde los que me arruyaban en medio de una digna pobreza?

sus cuerpos yacen esparcidos en la cima de la montaña
estoy ahora lejos de sus tumbas aquí entre los muros destruidos de Muzaffarabad
Expatriado en otra vida,
en otro tiempo,
en otro lugar…
(((Me asedian las imágenes y el drama de los huerfanos. Irónicamente los hijos más desválidos del terremoto))). Pudiera ser esta la voz de Karim Al Zamabad. Lo recreo haciendo un inventario de la tragedia universal que nos toca de cerca:
¿Qué hago aquí?
¿Quién soy?
¿Con quién aprender este signo?

La interrogante que me devuelve al lugar donde mis ocho años
es esta incierta senda lanzado contra el viento como una libélula
como el ala
de una luciérnaga incendiada en medio de la gran oscuridad
Los niños del infortunio
vagan parecidos a las flores del abismo sin padres
sin hermanos sin amigos
despojados de la luz de la habitación
que atesoró ancestralmente sus penas
Con el recuerdo del olor a manantial atravesando sus almas
Los niños de Muzaffarabad y Balakot cierran los ojos
y sienten ser todavía
el vuelo agraciado de los pájaros que el frío invernal desmorona imaginan estar bajo el techo
de madera
dentro de las casas de piedra jugando
protegidos
por una tierra de abrigos
con el tímido sopor de las canciones saliendo de un antiguo Corán
alegres   en    medio    de   una    salva   de aplausos

Ajenos
al inminente ocaso de la tierra y a su fatídico fulgor
¡Señor enséñame a consolarlos y que así puedan sanar
sus almas para siempre!
Ahora que los he conocido de cerca,
soy en lo inasible,
en la distancia
de millares de llanuras y casas,
el celoso guardián
de sus horas en vela.
Parecidos, y sin embargo más reales, que los personajes sobrevivientes a aquella tierra arrasada de Pedro  Páramo: los niños del infortunio fueron despojados de cuajo, sin solicitud, ni permisos, ni anuencias de ningún tipo: y reaparecen como aves sobrevolando un idílico jardín. Uno tras otro, plenan multitudinariamente los campos de refugiados en Manshera, Battal, Chatar Plaim. Alegres, duermen en el suelo, sin zapatos; algunos con el rostro quemado, los sostiene en sus precarias moradas  el afecto y el cariño de los médicos cubanos. Tristes por el futuro inexpugnable que les aguarda; semejantes a una película de Buñuel, de Wenders, de James Dean…
Humanizando la tragedia que los arrojará, aún más, al vacío, cuando los misioneros del Henry Reeve ya no estén más con ellos aquí…
Los médicos internacionalistas forjados al calor del salitre y el trópico caribeño, han recorrido los siete mares de continentes enteros para llegar a lugares donde jamás ningún galeno ha llegado. Es una verdad universal que algún día reconocerán sin mezquindades todos los pueblos del planeta.
Aquí, sin reparar en sacrificios, ni limitaciones. Venciendo el tiempo glacial de remotas heredades; adaptados a
costumbres, comidas, usos, y horarios de una estirpe distinta a la de nuestros pueblos latinoamericanos.
Vistiendo los ropajes de un clima hostil, derrotadas las incomodidades de diferentes signos. Asumida colectivamente la profética sabiduría de Fidel, para internalizar de modo impresionante, el más humano sentido de la hermandad y el deber. Testimoniado con creces en la defensa irreductible de los centenares de miles de víctimas del terremoto pakistaní.
Sin excepción, los he visto sonreír y trabajar sin reproches, ni amarguras: los misioneros y misioneras de la Brigada Internacional Henry Reeve, por la vía de la ternura son padres y madres de los niños del infortunio: en Cachemira y en la provincia del Nor Oeste (NWFP).
Son además, el exclusivo consuelo de millares de  familias en las zonas montañosas azotadas por el gélido invierno y la demolición. He rastreado humildemente como un aprendiz de arqueología las huellas de estos héroes anónimos.
Bondadosos. Sensibles ante el sufrimiento de un pueblo martirizado históricamente. Tengo la gracia de haber conocido jóvenes recién graduados en las Escuelas de Medicina de Cuba, ahora dispersos en los treinta y dos hospitales de campaña cubanos, ubicados en cuarenta y cinco lugares afectados por el terremoto. Laborando ejemplarmente con otra generación de médicos internacionalistas que han asistido a indefensos de todas las edades, en remotos espacios de África y Asia, y por supuesto, de toda nuestra América, con Venezuela al centro del corazón.
Han fundado hospitales en Paquistán con el nombre de nuestro Libertador Simón Bolívar: los he visto a los ojos y me he sentido junto a ellos más bolivariano, más martiano, más guevariano. Dos generaciones de médicos cubanos abrazados como dignos discípulos del humanismo que forjó nuestra identidad y se proyectó con hidalguía por el mundo entero. Entre ellos, mis paisanos médicos de Misión Barrio Adentro de El Tigre, Estado Anzoátegui: Daneya Sánchez, Yolaine Martín, Yaneth Madrigales, Iriani Crespo, conmigo enlazados bajo el  cielo pakistaní, mojados por la lluvia y la nieve, con la certeza del reencuentro en el oriente venezolano, más temprano que ayer….
II
A nuestro paso por Cachemira, en el tramo que va de Muzaffarabad a Garhi Habibullah, bajo del vehículo con el presentimiento de verlos muy de cerca. Alguien advierte: “No, no podemos bajarnos en este lugar”.
Nuestros fieles custodios, Pedro, Andrés y Raudel, se convierten en guías intermitentemente sorprendidos y en guardia por las ocurrencias que promuevo, movido  por las misteriosas intuiciones de la sensibilidad.
Las corazonadas son idénticas a los destellos luminosos del destino. Cuando una fuerza interior se hace tan latente hasta alcanzar vida propia, entonces debemos atender sin razonamientos los dictados del espíritu.
Bajo de la camioneta roja, y lo que es una calle de concreto, jamás prefigura nuestro hallazgo: al momento de descender el declive rodeado de hierba, de arbustos y pequeños árboles, nos encontramos de pronto con imágenes oscilantes entre el infierno de Dante y las tragedias de Prometeo encadenado:

“PROMETEO: ¡Si al menos no hubiera precipitado bajo tierra, más allá del Hades hospitalario a los muertos, hasta el Tártaro infranqueable, echándome ferozmente en cadenas insolubles, de suerte que ni un dios ni nadie se regocijará de ello! Pero ahora juguete  de los vientos, miserable, sufro para escarnio de mis enemigos”.

Más allá de cualquier retrato imaginable. Aquí. Aquí está la verdad del horror: En este campo de refugiados (((a pocos metros de la residencia oficial de un alto magistrado de la Corte Suprema de Justicia de Cachemira, donde vivía Fazel Hashma en el mismo sitio donde estuvimos parados oyendo a Nadeem Islam narrar el impacto mortal del terremoto. Frente a los escombros de una vivienda oficial con sus salones, dormitorios y patios aplastados por las piedras: “Allí detrás de la foto murieron dos personas, nunca pudieron ser rescatadas y allá a la derecha murieron tres”)))… Aquí,  en   el   campo  de   refugiados  de  Yilalabat,   que rememora                 a    los  guethos  palestinos  asediados  por  el ocupante invasor: aproximadamente resisten el hambre, el insomnio, el frío y la sed, dos mil trescientos niños recluidos junto a mil setecientos adultos más.
¿Cómo imaginar
que son más de tres millones los damnificados del desastre?

¿Cómo aceptar
que murieron de un fogonazo más de cien mil personas
Y que fueron afectadas más
de cuatrocientas sesenta mil casas.
Y que sobreviven para siempre
marcados como en un estigma más de doscientos mil heridos?
Le digo a Bruno que a pesar de ser un lugar restringido para nosotros, el bajar así, sin vigilancia, ni anuncios, ni protocolos, hace que absorbamos toda la estación doliente fundada en ese prohibido y oculto lugar. Habitantes fantasmales de una resignada amargura nos reciben como si fuéramos una curiosa representación de la fraternidad humana. Pregunto sobre sus existencias malogradas, sus parientes enterrados en los patios de  sus casas tapiadas. Quiero saber de la suerte de sus hijos, de sus padres, de sus abuelos, de sus esposos y esposas. La voluntad de saberlo todo y transitar, aunque sea brevemente el túnel sin salida de sus biografías: conquista momentáneamente un instante para la solidaridad, el abrazo y las fotos de la ternura.
Sugra de 28 años me recibe al final de la pendiente y me encuentra husmeando en un improvisado fogón.  La  carpa de lona está impregnada de hollín. Una cacerola achatada y hundida, a la vez, contiene los restos de un arroz quemado como única evidencia de alimentación en ese dantesco lugar. Sugra vivía en Muzaffarabad, en un lugar conocido como Yelalabad. Ahora es una más de las millares de evacuadas, con sus seis hijos a cuestas,
cuatro varones y dos hembras; perdió su casa hace tres meses, pero salvó la vida de su familia; desde entonces vive ahora aquí con su esposo y sus hijos. Come sólo arroz y pan. Nos confiesa algo que de por sí ya lo imaginaba: los hijos del terremoto pakistaní, “no han podido dormir más”… ella tiene frío y perdió el apetito, también su pequeña tienda donde vendía cigarros y tabacos: “lo perdí todo y ahora no sé lo que nos irá a pasar”.
Su futuro es similar al de Mir Osancha de sesenta  y cinco años, un militar jubilado. Relata que en la montaña de Baelilom, muchas casas se movían y los pueblos se hundieron bajo la tierra mientras una muchedumbre desesperada corría orientados hacia ninguna parte. Tiene también seis hijos, cuatro varones y dos hembras. Sus
ahorros, guardados en su vida de milicia, yacen (junto a  la gran mayoría de sus amigos) sepultados en las montañas. Hoy no sabe como hará para mantener su familia.
Su incertidumbre jamás sobrepasará a la de Gulan Rubani, de veinte años, quien vivía en Nilom Belli, zona montañosa de Cachemira; él, casado, con hijos, me impresiona por su parecido con un personaje de la película La última tentación de Cristo, aquel ciego a quien Jesús de Nazareth le restituye la vista y minutos después, en una dramática secuencia termina  cruelmente asesinado….
Gulan Rubani usa una túnica cai deshecha  por  el hedor. Sin entender nada, él se me acerca y me abraza desconsolado. Intento calmarlo y alguien cerca nos comenta que Rubani ha perdido la razón: su locura es de una inocencia parecida a la de los niños del infortunio. Reparó en él y fugazmente lo transformo en mi hermano. Caminamos abrazados por el campo de refugiados. Abel, nuestro inseparable compañero de viaje (un pakistaní que residió por más de 20 años en España) reduce las distancias del idioma, al traducir del urdu al español. Hablo con Rubani, le transmito mis sentimientos de pesadumbre y de fe…
Así emprendemos nuestra marcha a Balakot. Ascendemos la cuesta de pequeños árboles, de  arbustos, de árida grama, mágicamente acompañados por una multitud embargada por un profundo sentimiento de amor. Al llegar apenas a la acera, cerca de la caravana de vehículos, Bruno me advierte que un  anciano en muletas se desplaza con asombrosa rapidez en un intento por despedirse. Me abrazó a él. Es Leticha, dice tener 50 años, pero aparenta 70. El terremoto le partió la pierna izquierda. Me cuenta que habitaba en Catayehogali, montaña de Cachemira. Leticha tiene esposa y siete hijos, una de ellas perdió tres varones, sepultados por la catástrofe: “soy un pobre pero quise venir a verlo. Me operaron de la pierna en Muzaffarabad”. Nos la muestra, está tatuada por las cicatrices y a pesar de todo, alaba a Dios con un gesto alzando sus brazos al cielo. Sereno e implorante dice: “No tengo casa, no tengo nada, que se haga la voluntad de Dios”. Mi retirada silenciosa, revela el impacto de los sentimientos encontrados, al conocer en la intimidad diurna, los azares de
millares de seres humanos en el campo de refugiados de Yilalabat. Bajo el vidrio de la ventanilla y le doy mi mano amiga a Gulam Rubani quien nos acompañó ferviente y cariñoso hasta el vehículo para despedirnos…
(((Señor, si pudieras salvarlos con tu gracia divina. Si al menos dentro del mundo irreal en que sobreviven, existiese la remota posibilidad de un reencuentro fugaz con sus seres queridos para una mínima despedida)))
Si pudieran las aguas del Indus
del Jhelum del Kunjar
devolverles a Muna a Bicharat
a Mohamed Fiaz a Bibizema
a Amma
a Mahmud con sus nueve siete
ocho seis
y tres años a cuestas
con la alegría
de ver a sus padres vivos por última vez para arrojar a su paso granos de maíz
a la identidad de una carroza si pudieran los fosos
de los suelos deshechos reconstruirse
para no quedarse en la conciencia la imagen perforada
del suplicio
la inclemencia y el temor
Si pudieran volver los padres
de los niños
si pudieran regresar
de la sal de los cementerios

Adiós padre
tus barbas blancas serán mi consuelo
en las noches solitarias cobijarán el frío
que amenaza con hacerme brasa de hielo
en estas lejanas arenas de Dios
Adiós madre
regazo de mis sueños arroyo para el miedo que turba mi vigilia madre de mis días adiós a tu mundo solar
donde entraba a descansar abrazado a tu misericordia eterna

¿Quién programa en el mundo terrenal
allí donde el destino cuece su noria
los desencuentros las separaciones las despedidas?

Todas tienen un halo de suave melancolía atadas al aroma
de la llovizna cuando roza la tierra las flores
el rocío
la madera
Cuando nos vamos para nunca más volver
entramos en un bosque de eucaliptos
de cedros de sándalos
de pinos silvestres
y emprendemos un viaje sin retorno
al paraíso perdido susurrando

¿Cómo se escribe el deseo de irse?

Atrás el humo expansivo de las fogatas atrás el misterio marcado
de un futuro señalado por la desdicha
atrás la vasta soledad de las tinieblas
atrás el eco mudo de las piedras
atrás la memoria de un reino crucificado por las tumbas

atrás el ocaso
de un porvenir que no llega
atrás la fría llovizna el dolor infinito
de una trunca despedida
atrás un campamento de nómadas
donde queman sus varas al viento abandonados a la suerte de Dios

Allí yacerán eternamente los niños del infortunio…

III

Veo un tronco flotar en lo más hondo del Kunjar

Quisiera imaginar
que es un pequeño tronco en forma de barca
navegando
en los confines
de las aguas nevadas

sin hojas sin ramas sin flores

Un pequeño tronco en forma de barca
aterido de cruzar precipicios rebotando
al paso veloz de rocas blancas

precipitándose
hacia el fondo de las montañas hasta ser una línea invisible
en el horizonte de Yaret…

El débil tronco
es el cuerpo de una niña que debió llamarse Zahra o tal vez Sara Kipur

(((yo corría
corría
todo cedía bajo mis pies descalzos Vi caer árboles
paredes
balcones enteros con abuelas dentro
escapé del terremoto más no vencí mi destino de inocencia ahogada en las frías corrientes del río Kunjar

Ahogada
no sepultada bajo techos y ladrillos pude haber sido madre
de unos niños que el mediodía celebra

niños tostados de fiebre cazadores
de manchas solares en los estanques
donde el color de millares de peces iluminan mis ojos…

No pudo ser los juegos las muñecas de trapo los triciclos
no pudo ser la salvación
nadie me auxilió
en medio de la separación de los suelos y el desplome de los sueños)))

Sara Kipur de diez años arrasada
por los escombros multiplicados como hongos fantasmales
se abrió paso
al crujir de la tierra por Manshera,
por Hatian,
por Rawala Kot…

Ahora vaga rauda
y aceleradamente por las tormentosas riberas del río Kunjar

aguas azules azul cobalto
plomizo que perturba el alma

Su cuerpo de madera infantil flota ligeramente
junto a restos de búfalos becerros
trozos de carreteras
y murallas
que cayeron
al paso de la catástrofe

Pero ella no estuvo íngrima en el cerco del abandono. Los ángeles guardianes también visten sus propios ropajes sin alas. Simulan ser como cualquier otro, cuando la solidaridad engrandece la tierra, enmudeciendo el asombro:

De La Habana, de Matanzas, de Santa Clara, de Ciego de Ávila, sembraron sus canciones y sus himnos de fe. De Pinar del Río, de Holguin, de Granma, de Santis Espiritu, en fin de todas las provincias de Cuba, cruzando océanos, continentes, escalas y cráteres; hasta instalar los treinta y cuatro hospitales donde más nadie imagino que otro mortal ajeno al terremoto estuviera: allí estaban ellos y ellas, con sus ritos de abnegación infinita; con la bandera de Cuba y de Fidel en el alma, en los ojos, en la palabra; curando, asistiendo al desvalido, al traumatizado.

Como una liturgia de encendida fe por la humanidad, golpeada en las llanuras inmoladas de Pakistán. Los restos abandonados al final de los caudalosos y helados ríos, reaparecen en la ternura y el consuelo de los miembros de la heroica Brigada Henry Reeve…

Irene Garrotes (Camagüey, Cuba) limpia su bata de medicina, recupera su mochila de cabalgar serranías, cruzadas sus manos con pacientes y enfermos. Como en Angola, donde estuvo en al año 1978: “Angola como experiencia médica fue un paso adelante en medio de la guerra de liberación. Nuestra presencia como médicos internacionalistas es la misma, es el mismo deber revolucionario, el mismo compromiso con la revolución cubana; pero en otro contexto, acá en Pakistán hemos tenido el testimonio de colocar casi dos mil quinientos colaboradores en el terreno del desastre. Una respuesta rápida. Incluso en lugares de esta tierra donde jamás habían visto un médico en su vida” A diferencia de Irene Garrotes, han venido como expedicionarios de la solidaridad, un impresionante número de jóvenes médicos recién graduados. Sus rostros denotan la voluntad, la mística, el coraje y el desprendimiento que ha caracterizado el espíritu de cooperación internacional edificado por la revolución cubana desde principios de los años sesenta. La solidaridad y sensibilidad humana, forma parte integral de su formación científica y de su espíritu internacionalista.

Liane Casas (24). Camaguey. Jamás imaginó cumplir años el cinco de enero de 2006 en Pakistán. Su prueba de fuego como internacionalista, la encontró aquí rodeada de gente que la ha hecho sentir como en casa. Me relata que en Cuba los cumpleaños los celebran echando agua. “Aquí en cambio lanzan nieve”. Liane está recién graduada (septiembre 2005) y esta es su primera misión. No tiene palabras para describir su experiencia: “En un país islámico, con un idioma diferente, en medio de una región devastada y un pueblo muy pobre, me siento muy útil. Le he enviado fotos y cartas a mi familia; también correos por Internet. Me responden que siga adelante, que cumpla bien lo que me encomendó el Comandante Fidel. Me dan ánimo y soy feliz al ver la gratitud de este pueblo que agradece que hayamos salvado tantas vidas”

Sin lugar a dudas, todos ellos practican la vieja enseñanza martiana que “hacer patria es hacer humanidad”. Cantan, leen y estudian. Su voluntad de trabajo es legendaria. A muchos pueblos del mundo, a muchos hombres y mujeres que regresaron del dolor, les consta su voluntad de sacrificio, de entrega, sin importar horario, condiciones, ni lugar, del globo terráqueo que requiera su bondad. Los patriotas venezolanos, el heroico pueblo de Bolívar, Libertador de naciones, tiene en los voluntarios de la Misión Barrio Adentro el testimonio más trascendental de esta tradición que comenzara en el año de 1962 en Argelia, en pleno proceso de liberación del yugo colonialista. El Presidente Chávez se ha convertido en un protector por excelencia de este contingente que ha logrado fundirse con el pueblo venezolano, en la recuperación de la vida y del carácter redentor de nuestros héroes….

No en balde, ahora, luego de dieciocho vuelos aéreos que trasladaron a las zonas devastadas por el terremoto en Pakistán, a aproximadamente dos mil quinientos médicos, paramédicos y personal de apoyo (orgullosamente de ellos, cuatrocientos son miembros de la ya legendaria Misión Barrio Adentro venezolana, y por si fuera poco de este contingente cubano-venezolano, ochenta médicos forman parte del grupo de voluntarios del Estado Anzoátegui, y para mayor satisfacción aún trece prestan su invalorable servicio humanitario en El Tigre, mi querida ciudad natal ) : la presencia de estos singulares hombres y mujeres (51,3% del total general) ha sido aceptada de manera natural y entusiasta en una tierra cuya tradición cultural y religiosa, jamás había conocido un respaldo tan desinteresado, capaz de vencer las resistencias propias de mundos paralelos. Es edificante saber que destacan dentro del grupo de colaboradores, cuatrocientos jóvenes cuyas edades oscilan entre los diecinueve y los veinticinco años (los demás tienen entre 36 y 49 años). Para la primera semana de enero del año 2006, fecha de nuestra llegada a territorio pakistaní, los brigadistas del Henry Reeve habían atendido a más de cuatrocientos veinte mil pacientes, de los cuales ciento novena y nueve mil son mujeres. No deja de ser asombroso saber que el treinta y seis por ciento fueron examinados por los médicos cubanos en sus propias casas, o a la vera del camino. De aproximadamente cuatro mil quinientas operaciones realizadas, más del cincuenta por ciento corresponden a intervenciones de cesáreas, hernias, apendicitis, fracturas del fémur y otras mal consolidadas, de las cuales el treinta y tres por ciento de las mismas fueron practicadas a menores de quince años.

Impresiona saber que hay en territorio pakistaní presencia de médicos cubanos en cuarenta y cuatro lugares, garantes de la salvación de vidas humanas. Combatir los brotes de fiebre tifoidea, hepatitis, infecciones respiratorias agudas, así como enfermedades de la piel y del estómago, más allá de las propias intervenciones quirúrgicas: han impactado hasta esa primera semana de enero del año 2006, a nada más y a nada menos que dos millones trescientos mil habitantes de manera gratuita, casualmente en un país con uno de los servicios de medicina más onerosos del continente asiático.

Mientras la ONU no concluye su promesa de donar los recursos prometidos el pasado diecinueve de diciembre del año 2005: cuando anunció el aporte de quinientos veinticinco millones de dólares para paliar las consecuencias terribles de la catástrofe; entregando irónicamente tan sólo el quince por ciento del monto prometido: Cuba, bloqueada, embargada, asediada criminalmente por el imperio más poderoso de la tierra, ha desplegado como ningún otro país del universo, lo mejor de sus recursos (más de ciento veinte toneladas entre medicamentos e instrumental y más de ciento ochenta toneladas de equipamiento médico), de sus saberes y de su compromiso con la humanidad, para dejar indeleble en muchas generaciones de pakistaníes la huella de una fraternidad que trascenderá por los siglos.

Otras Saras Kipur reencontradas en la atención y el cariño de Irene, de Miriam Soto, de Heriberto Hernández (y de centenares de profesionales que conforman la Brigada Henry Reeve) han sanado su dolor, han atenuado su temprano martirio. Aquí el paisaje nos acerca a una frontera del corazón donde morir es vivir, más a allá de cualquier pesar o nostalgia. En definitiva la medicina cubana amaneció un día en los campamentos y dejó su estela gloriosa para siempre. Cerca de los ríos azules y las montañas. Más allá del luto y los picos de nieve; tan lejos y tan cerca de los troncos navegando solitarios bajo los puentes; donde yace Sara Kipur hecha flor de lodo, junto al ganado marino, salida de una de las Tragedias de Esquilo, marchándose, temblando como Electra:
“Escucha, pues, padre en respuesta a mis luctuosos pesares. Tus dos hijos sobre la tumba gimen un treno: un sepulcro nos acoge, suplicantes e igualmente desheredados”

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