domingo, 3 de mayo de 2020

LOS NIÑOS DEL INFORTUNIO Tarek William Segunda parte (Memorias de la Misión Médica Cubana en Pakistán)

Fidel en la colaboración internacional y medicina de ...

LOS NIÑOS DEL INFORTUNIO Tarek William Segunda parte (Memorias de la Misión Médica Cubana en Pakistán)

IV
Balakot renace en una ciudad de Utopía

Hay glorias que la humanidad celebra como trazos singulares de nuestra historia. La del emperador mongol Gengis Khan –cuya cronología resuena los siglos doce y trece- sin lugar a dudas, es una de ellas.
La historia secreta de los mongoles revela La Muerte de Van Khan y la derrota de los Naimanes y los Merkid, esa narración expresa anónimos destellos:
“Gengis Khan acepta el plan y ordena que enciendan
un montón de focos de fuego. Durante la noche cada guerrero prenda uno en el lugar de la acampada, de tal manera que estos sean vistos desde el campo enemigo. Los guardias de los Naimanes, al ver una multitud de fogatas, comentan entre sí: `dijeron que los mongoles eran pocos pero ahora se ven más fogatas que estrellas`…”

Meditaba en las batallas de Gengis Khan y en El arte de la guerra de Sun Tzu, de su clásica sabiduría para escoger tropas, carros blindados y soldados; o de desarmar tácticas y estrategias de enemigos que parecen mucho más fuertes y numerosos, y que luego terminan siendo abatidos en el combate cuerpo a cuerpo.
Meditaba en el viaje, en la carretera y me decía en silencio, los momentos de paz dan para innumerables reflexiones, como si guardáramos en un cofre toda la sabiduría luminosa, atesorada en las bóvedas del mundo.

No obstante, en estos parajes del sudeste asiático, la cruda realidad nos despierta a toda hora. Esta intemperie de mercados callejeros, con gente pobre vendiendo asaduras y fritangas y frutales y verduras multicolores, amenaza con tragarse las angostas y empolvadas calles de añil y con ello a nuestros pensamientos. De tanto mirar esas tiendas artesanales, decido bajar y probar de sus frutos picantes hasta los tuétanos.
Avanzo hacia mi derecha, buscando impregnarme del ambiente mercaderil, de la bulla, del desorden, del tropel de batolas que con curiosidad se detienen y nos miran y se interrogan. Y así, de pronto, una imagen salida de eras medievales, donde los presidiarios eran sacados de las cárceles para construir carreteras, produciendo sonidos semejantes al ruido metálico del condenado golpeando, golpeando con furia los suelos.

Veo a un joven muy delgado, dentro de un grupo, rompiendo el techo de lo que según él me dice era un hotel de cuatro pisos que dentro de poco iban a inaugurar. Su enjuta figura y pálido rostro de adolescente fugitivo, no concuerda con la ferocidad con que golpea y golpea el concreto para extraer las cabillas. Por un momento me olvido de él y su opresiva pesadilla. Reviso el lugar y encuentro un reloj que seguramente estuvo pegado a la pared principal del hotel, y que se detuvo en la hora exacta en que el terremoto acabó con la paz de esta nación.

Camino hacia mi mano derecha y recojo un cuaderno de un estudiante de bachillerato. Sus letras y sus números tan extraños para mi, me atraen y hacen que lo guarde como un amuleto en mi morral. Le digo a Douglas que filme a estos jóvenes que parecen esclavos insurrectos de un sistema feudal. Le quitó el mazo de hierro a Zayed y su pálido rostro escapado de los infiernos se ilumina cuando junto a él, en un sonido doble de vidas paralelas que suenan como campanas disonantes se encuentran en la fraternidad del dolor.

Él golpea primero el suelo mal herido y yo lo hago después, y los sonidos semejan el ruido monocorde de una vieja locomotora que silba en la marcha de un paisaje xerófilo y crepuscular. Mi gesto de acompañar a Zayed y a los demás obreros de este inhóspito lugar atrajo hacia mí la atención de Salim Khan, el propietario más respetado de la localidad. Salim Khan pudiera lejanamente evocar por sus nombres, al rey de los mongoles, sin embargo, su historia y la de su familia es hondamente contradictoria y fatal. El ochenta por ciento de las edificaciones de esta zona fueron diezmadas por el mortal sismo, que se llevó carnicerías, abastos, escuelas, hospitales, bancos, calles, plazas, tendidos eléctricos y todo lo que encontró a su paso.

De un envión, Salim Khan vio desplomar sus quince hoteles y sus trescientas pequeñas tiendas, valoradas en quince millones de rupias, según me confesó. Todo lo perdido le parece una hoja de papel que el viento hace volar, frente al drama que le quitó para siempre a su esposa, a su madre y a dos de sus hijos.

Me impresiona su apacible melancolía, entregada estoicamente a la resignación, conmoviéndonos a todos.

Viste al igual que su hijo, un ingeniero de veintidós años, llamado Moserhan Khan, un típico gorro pakistaní, que tiene la forma de un birrete bordado de color beige; a diferencia de todos los que lo rodean, usa camisa blanca cubierta por un suéter verde agua y un saco y pantalón de color marrón confeccionado con tela casimir.

Moserhan Khan, al igual que su padre, habla inglés y al escuchar hablar sobre los médicos cubanos en Pakistán, tímidamente se acercó y dijo conocer a Fidel, haber leído su biografía, la lucha en la Sierra Maestra, la crisis de los misiles e innumerables datos más. El viudo pakistaní de ademanes corteses nos invita a tomar té a todo el grupo que festivamente celebra. Alina Lotti, reportera de la prensa cubana que junto a Otanño y Gabriel no se han separado de nosotros con sus cámaras de fotos, sus videos y sus cálidos reportajes, expresa su complacencia por la bondad de la gente de este lugar. Todos sonreímos cuando Abdulah de 45 años, habitante en el K2, el segundo pico más alto del mundo nos agradece la ayuda prestada por los médicos cubanos a sus familiares heridos y nos recuerda que también él conoce a Fidel. Dice haberlo conocido hace treinta años y refiere que algún día quisiera a Cuba viajar. Entre nosotros expresamos el orgullo de saber que hasta en los más recónditos lugares del planeta la gente rememora al héroe de Playa Girón….

Dejar atrás a Garhi Habibullah, en medio de sus colinas de nieve, sus valles infinitos y rocas blancas, y aguas azules de cobalto plomizo, con sus médicos cubanos atendiendo la vida, con Iván Muñiz de Matanzas, cubanovenezolano de Barrio Adentro, Táchira, identificando pacientes en los lugares, hacia donde migran desde la montaña en el invierno las familias enteras de Yaret y Naran; socorriendo a las víctimas de los deslizamientos de tierra, debilitados por el hambre y la sed…

Dejar atrás al MGI Alexei Ernesto Brito García de treinta y ocho años de edad, nacido en Santis Espíritu, fundador en Venezuela de la trascendental Misión Barrio Adentro, según él evoca despedido por Fidel el dieciséis de abril del año 2003: “Salimos tres grupos de cuarenta, a mi me tocó el segundo, éramos cuarenta; primero nos congregaron en un hotel y luego nos fuimos a los barrios de Caracas, sin saber como iba a ser el recibimiento. Vivíamos en las casas de los vecinos, yo lo hice en el barrio Setenta de los Jardines de El Valle; trabajé dos años hasta el mes de marzo del año 2005. Cuando se da salud y se trabaja con la comunidad es reconfortante, la despedida es muy conmovedora. Barrio

Adentro es un proceso social donde el pueblo participa.”…

Dejar atrás el campamento de Garhi con José María Amauri Blanco, de treinta y cuatro años de edad, de Pinar del Río, también experto de Barrio Adentro, recordándome la vez que lo visité en su consultorio popular, allá en la avenida Cumanagoto, de Las Casitas, en Barcelona, Anzoátegui, contando sus experiencia en las montañas, a pie, mochila al hombro, eludiendo las grietas de las peligrosas carreteras, para dar salud donde sólo ellos y ellas han llegado…

Dejar atrás a las brigadistas del Henry Reeve, subiendo a Data, escalando cimas de más de siete mil pies de altura, todos los días, llegando a Kalish y Dana. Kalish, sitio en

que se hundió una mina y sepultó a alrededor de doscientos carboneros… chequeando pacientes, donando medicinas, retirando suturas, remitiendo a los enfermos a los hospitales cubanos de campaña, junto a Sandra Peña, mi otra paisana de Anzoátegui, misionera de Barrio Adentro, en Barcelona, en el barrio Fernández Padilla, reflexionando tiernamente: “aquí son muy agradecidos, nos besan las manos y llorando nos dicen Alah los puso en mi camino…”. Con el abrazo en el camino de los misioneros de Barrio Adentro de Aragua y de Táchira, Miguel Ángel Ramírez e Iván Muñiz.

Dejar atrás este lugar tan cerca y tan lejos de Akorakhattak, lugar donde vivió el poeta más popular de la lengua pastu, hecho leyenda y fallecido hace casi ochenta años bajo el nombre de Khushalkhan Khattak, creador de una rica obra literaria que rememora la vida de los pastum, hasta ser muy respetado en Irán….

Tantas vivencias quedan atrás ahora que el vehículo emprende su misteriosa travesía para encontrarnos a la luz diurna: el paso agridulce de escuelas destruidas, muchas con centenares de escolares adentro y pizarrones al aire de paredes derruidas y relojes guindando marcando una fatídica hora y escombros y escombros y puentes de madera sobre los riachuelos que me llevan y me llevan hacia una ciudad mítica, al paso de burritos cargando henos de trigo, alimentos para el ganado, con hombres guindados en las pendientes de las montañas picando piedras para evitar los deslizamientos de tierra, recordando que el terremoto pakistaní no sólo se llevó vidas y bienes materiales, sino que sólo en la zona norte demolió en fracciones de segundos, más de quinientos mil empleos.

(((Pienso en la dimensión humana de esta inmisericorde desgracia natural y supongo que sus efectos en tiempo y lugar son el de la caída de una bomba atómica que abisma el presente y el futuro de una patria entera prácticamente abandonada por el mundo a la suerte de Dios))).

Pienso. Pienso. Veo en el infinito como si estuviese mirando una película que no termina… asolado en la mirada fija de un horizonte irreal como el personaje que a pie camina y camina, a la orilla de una larga carretera negra y semeja ser el hombre abandonado de París Texas… pero aquí no son cadillacs viejos y descapotados que pasan con jóvenes alegres escuchando la música distante en un radio casette, de Bob Dylan, o de Crosby, Nash, Steel and Young, oyendo a Roger Watters derribar una vez más La Pared, o como en una elegía despidiendo a Sprinsteng en Nebraska junto a U2… no, no es la función de Woostok, ni de Bangladesh, ni de Lennon o de los Rolling Stones… son niños y niñas lavando alfombras en medio de las piedras a la orilla de los ríos, cruzando sembradíos de trigo en medio de casas abandonadas, con sus paredes invisibles, y entradas con puertas de hierro, todavía sostenidas asombrosamente en el cemento fracturado… un camino, un camino, imponente dentro de mi alma que me lleva a bordear riachuelos en las montañas, con casas de madera a medio construir, Choala, otro pueblo desmoronado como un terrón de azúcar antes de llegar a la ciudad de la utopía que no pudo ser y no será, y niños y niñas y niños y niñas por todos lados, por todas partes, en el centro de las azoteas de casas desplomadas a ras del suelo, rodeada de piedras grandes y pequeñas y rancherías y leños humeando y tumbas en medio de las casas y tumbas al sur de los jardines y cementerios con lápidas llenas de obsequios multicolores al borde de esta carretera que nos conduce a un puente que tiene grabado en la pared con tinta negra de cartel, el letrero del River New Hotel, destruido al igual que la colina, sin casas como el campo de refugiados emergiendo a la orilla de las calles al borde de las aceras, ahora, ahora, cuando entramos por fin a Balakot.

Balakot, destruida, carbonizada, con su historia adentro demoliéndose al paso de nuestros pies. Jamás, jamás será la ciudad de la Utopía.

La Utopía a la cual cantó Tomas Moro, ahorcado y decapitado por la barbaridad del rey.

“Quien conoce una ciudad utópica conoce las restantes”: así dijo el santo mártir al visionar las ciudades de Utopía, aquellas que aún nos quedan por fundar:

no es esa no es esa
la transfiguración de
Balakot

tampoco el dibujo plástico
y pagano
de la macabra escena de un film
en blanco
y negro
flagelado de imágenes
que asedian
y me apremian sin fundamento

(((Balakot
Balakot
no pudiste ser la ciudad de la Utopía)))

Balakot
ciudad asolada
blasfemada por el odio
por las oraciones fúnebres por el odio
por el rencor de la naturaleza por el odio
des
plo
ma
da por el odio donde vagan
perdidas
extraviadas

sin memoria

corriendo
corriendo

sin centro fijo
en su noria

corriendo
corriendo

perturbadas vestidas de negro
con sus manos agarrando sosteniendo sus cabezas

(((rebotando
rebotando))) frente a los muros blancos de una ciudad invisible demolida
por el horror
y la desesperación

de no abrigar a los niños

(((rebotando
rebotando)))

en las callejuelas
de polvo
carbonizadas
por el llanto
que seca las aguas heladas del Valle Neelum

(((Balakot
no pudiste ser
la ciudad de la Utopía no fuiste Amaurota áspera

en la majestuosa cima del Himalaya)))

no hubo carrozas de madera donde llevar
con caballos de paso a las abuelas del luto
golpeando con sus cascos los arabescos de piedra también arruinados….

con los chales
con las túnicas del duelo con las manos en la cabeza

las abuelas del luto sin conmiseración se desvanecen
en la añoranza…

V
Las abuelas del luto

¿Existimos sujetos a las variantes del destino? ¿pudiera ser que el devenir de un individuo, de un grupo humano, cambie a través de una acción concreta, expansiva, de múltiples resonancias, el futuro de su entorno, de una nación, de la sociedad, del mundo entero?

Sí. No tengo duda de ello. Basta sólo con apreciar históricamente como el hombre, desde el inicio de la civilización con sus letras cuneiformes, desde las cuevas de Altamira, desde la Babilonia de nuestros antepasados, desde la sabiduría de la Alejandría de Eratóstenes, desde el Cristo amoroso hasta Espartaco redentor de los esclavos; desde Moisés atravesando las aguas del Jordán hasta Lutero irreverente y reformador; desde Tomás Moro fundador del reino de la Utopía posible hasta Rousseau; desde Marx transformador hasta Bolívar libertador; desde Tupac Amaru hasta Martí profeta de una nación; desde el inmortal Ché Guevara hasta el martilogio de Martin Luther King: los pueblos no han cesado de luchar por transformar aquello que los explota y oprime: no han cesado de levantarse en rebelión ante toda forma de enajenación y dominio –promotor de temores, crímenes y pobreza- es el reflejo natural de las patrias irredentas, indómitas, de los hombres y mujeres que no aceptan tutelajes ni imperios que sojuzguen su voluntad de vivir, de soñar, de fundar un mañana mejor.

El haber visto, recorrido, palpado, los lugares de la inmolación pakistaní, el hecho cierto de compartir con los
familiares y sobrevivientes de ese martirio, hace que nosotros, revolucionarios latinoamericanos, leales seguidores de las sabias enseñanzas, cada vez más vigentes de Chávez y Fidel: definen que asumamos hoy la reconfirmación de la lucha por construir una civilización de iguales entre iguales.

Donde los valores de la solidaridad, la fraternidad, el decoro, la ética, así como la valentía de enfrentar la desgracia y la humillación en todas sus formas, nos comprometa infinitamente a vencer una realidad brutal, decadente e inhumana, que se multiplica hasta el delirio, cerca de Garhy Habibulah, frontera con Afganistán: un país hecho zona del espanto, donde bombarderos estadounidenses masacran sin contemplaciones aldeas, comarcas, ciudades, barriendo hospitales, escuelas, edificios, con la vacua excusa de enfrentar el terrorismo “en un oscuro lugar del planeta”: y no obstante, nación de múltiples riquezas, clave, entre otras, en el tránsito para el saqueo de los reservorios de gas, tan codiciados por los herederos de Atila y el Sepulturero Primero que torturó a Shakespeare: “¡Oh, qué sabiduría! Buenas son las horcas, sí, señor…”.


“Magníficos” son los patíbulos, decimos nosotros sarcásticamente, los campos de guerra, donde cobardemente no pelean quienes cómodamente planifican exterminios; “magníficos” los cañones, los acorazados, los aviones sin pilotos de una “guerra de las galaxias” que padecemos aquí en la tierra, aeronaves espías expertas en atacar a poblados civiles para matar niños y ancianos: como por enésima vez ocurre en este fronterizo lugar de un Pakistán condenado por los asesinos: ¡¿Quién en su sano juicio pudiera promover una aberración así?!
¿Acaso no basta que esta tierra de pacíficos ancestros, pastores de cabras y domadores de camellos, hoy estén sufriendo las consecuencias de uno de los desastres naturales más terroríficos de los últimos cien años?


El 15 de enero de 2006, un escueto cable fechado en Islamabad, por una de las serviles agencias transnacionales de noticias, las mismas que no dicen, ni dirán nada, de la imponente ayuda humanitaria, sin precedentes, que la Revolución Cubana presta en cada una de las zonas de devastación, nos informa que: “un
ataque aéreo estadounidense contra un pueblo de la frontera pakistaní mató a dieciocho civiles (…) tan sólo en la ciudad portuaria de Karachi, al menos cinco mil personas salieron a la calle a protestar con pancartas y carteles que decían `paren el asesinato de civiles inocentes` (…)”

El gobierno de los Estados Unidos, ausente en el auxilio de los sacrificados por la devastación telúrica, a pesar de su espectacular e incomparable presupuesto anual y sus inútiles reservas mil billonarias en dólares, desapareció de los lugares del desastre. Ningún niño del infortunio, ninguna abuela del luto, ningún traumatizado por el horror, conoció solidariamente el favor de la mano amiga de la superpotencia más poderosa que haya conocido el mundo jamás.

El gobierno de los Estados Unidos ausente de los escombros de Tahin, de Garhi Dupatta, de Kanshian, de Islamabad, de Bassián, de Narrah, mucho más lejos aún del apoyo a los sobrevivientes en la montaña Jo Sasha Magra o del campamento de refugiados de Kanpur: aparece de nuevo, como siempre, exterminando todo ser vivo que encuentre a su paso: No haré otra vez el inventario del horror, de la ignominia, de la impiedad; no escribiré nuevamente sobre la antología de las iniquidades más abyectas que la contemporaneidad conoció, de quienes hoy asumen ser el imperio heredero de las “glorias” de Calígula, con su cancilleres caballares y sus depredadores a sueldo. No narraré las infames ocupaciones y masacres ejecutadas durante décadas enteras en la mayoría de los países del planeta tierra, donde los latinoamericanos tenemos un tristemente célebre catálogo de matanzas, torturas e intervenciones militares, desarrolladas desde su naturaleza maléfica.

No. No valen la pena. Ni tampoco un verso de un poeta desconocido del tercer mundo. Cantaré aquí, más bien, con devoción, alegría y cariño, las hazañas del ejército pacífico de hombres y mujeres batas blancas que conforman el contingente Henry Reeve….

Ellos lograron milagrosamente derrotar la nieve, las distancias, el idioma y una cultura y una religión distante,
para transfigurar el espanto tiernamente suavizado en estas montañas turbulentas. Aquí, dentro de este campamento que alberga la decencia de noventa y ocho médicos, paramédicos y personal de apoyo cubano, fundadores dentro de la misión humanitaria de socorro a las víctimas del terremoto paquistaní, de un sistema de asistencia en las montañas nevadas a los sacrificados del cruento sismo.

Aquí, aquí, donde los misioneros del Henry Reeve en un radio de acción de muchos kilómetros a la redonda, han podido ayudar en el momento en que escribo y vivo estas memorias, a casi treinta mil personas. Aquí el borrascoso sonido del río Kunjar acompaña nuestro propio periplo y nuestra canción:
aquí en estos bellos y sombríos parajes del Asia septentrional rodeados de un alcor ovejero y de gélidas estepas en donde por azares del misterio

no veo el vuelo
de los pájaros

prófugos hacia los cálidos cielos del sur

territorio idílico del clima boreal


(((Recuerdo la antigua edad de mi infancia

tardes en que huía hacia las orillas
de apacibles aguas

Yo bajo un árbol
sentado lanzaba piedras al río hasta mirar asombrado
las ondas
temblorosas

disueltas por la corriente

Era la ceremonia fugaz de Heráclito

el ritual
donde resucitamos sin beber dos veces
el mágico fulgor del mismo río)))

El ojo humano, a simple vista, difícilmente podrá divisar la dimensión extraordinaria del Jo Sasha Magra, una cima copada de nieve, de más de ocho mil pies de altura.

Alcanzar verla, impone primero atravesar una carretera insólita por lo intrincado del sendero; como una serpiente de millares de anillos invisibles, zigzagueamos en la camioneta que amenaza a ratos precipitarse al vacío de rocas y aguas congeladas que el Kunjar devora.


Llegar al campamento de los médicos cubanos en Garhi Habibulah luego de conocer tan de cerca los testimonios plenos de pavor y esperanza de los damnificados en el campo de refugiados de Muzaffarabad:
haciendo el viaje
desde la contemplación
de casas desechas
y hogares acabados

con carpas
y carpas
y más carpas
flotando en el paisaje
de un sombrío y neblinoso

Pakistán
a pesar de las alabanzas al supremo
impotente de impedir
el abatimiento de tantas moradas calcinadas por la honda telúrica

deslumbradora

en su mortífera profanación
de la vida

portentosa al asolar viñas y quebradas
que hacen contaminar el Indus
con búfalos ahogados y caballos
y cabras
y dromedarios

y mariposas cegadas por el aire y aves escapadas del edén
y peces amarillos y azules celestes
y rojos
como un cielo
que nos abate y no cesa de aullar

en un requiem
por los niños del infortunio por las abuelas del luto mientras las chozas
y los pastos de heno

y las bestias de carga
y el trunco vergel oran por la memoria eterna
de los motañeses heridos ensangrentados bajo la nieve…
con sus obreros martillando las carreteras

talando árboles

y las vías sembradas de tiendas de campaña

donde rememoro las tristes historias de quienes allí sobreviven
en medio de la escasez de alimentos
de agua potable

sin bañarse sin dormir
gracias al frío demoledor aciaga replica de la hecatombe matando niños y ancianos
semejantes a Karimi Kamal
de ochenta y nueve años de edad habitante de las tinieblas australes sepulturera de la existencia
de toda su parentela enterrada por los cascajos que caen

y caen

y caen
sin compasión

mientras Karimi Kamal
de ochenta y nueve años de edad

residente del horror ve desaparecer sus hijos
sus hermanas

sus nietos

sus nietos

a Ibrahím a Gazel a Hicham a Laurel a Ranar

y con ellos

todos los nietos

y las nietas
de Pakistán Karimi Kamal
de ochenta y nueve años de edad
agoniza ahora
en las faldas del Jo Sacha Magra en la cima nevada
junto a sus nietos

junto a sus nietos las abuelas del luto

quieren morir

EPÍLOGO PARA CHÁVEZ Y FIDEL

“Si no hay un alma de poeta o de cantor, como cantó la poesía de Tarek, pues difícilmente se puede sentir o difícilmente a un ser humano pueda brotarle esa palabra escrita o hallada, porque las palabras, el lenguaje, son símbolos del alma”
Hugo Chávez Presidente de la República Bolivariana de Venezuela
(7 de julio de 1999. Caracas, Teatro Teresa Carreño)

El verdadero origen del presente libro tuvo su mágica luz una noche del 11 de diciembre del año 2005, en La Habana, Cuba.

Conversando con Fidel, en su despacho del Palacio de las Convenciones, me habló de entrada, de la Misión médica cubana en Pakistán. Sus ojos le brillaron de serena emoción. No era para menos, Cuba se había convertido por la vía de los hechos en el único país que, pasadas las honras fúnebres iniciales, había permanecido en la zona devastada por el terremoto de Pakistán: atendiendo enfermos, donando medicinas, llegando a las altas montañas nevadas a través de los misioneros de la brigada Henry Reeve, hecho que ninguna superpotencia mundial realizó.

Con respeto y discreción, el Comandante me sugirió como en un susurro:

-Tarek debieras ir a Pakistán y conocer sobre la Misión humanitaria que estamos desarrollando allá. Esa es una tierra milenaria que evocará tus ancestros árabes.

Debo confesar que inicialmente la idea me pareció genial, pero fue momentos después, cuando participé en la despedida de un contingente de más de cien médicos que partirían ese día hacia la nación del sudeste asiático, en que confirmé mi voluntad de encontrarme con una realidad avasallante y brutal, pero contradictoriamente humana, que marcará con fuego el resto de mis días.

Testimonios de esas vivencias han sido descritos, a mi manera, en este libro. Agradezco profundamente la confianza depositada en mí por Fidel, para el cumplimiento de esta inédita misión. Regresé a La Habana, Cuba, a principios de enero del año 2006. Pero esta vez, viví la emoción de despedirme (luego de tomar la palabra como en anteriores oportunidades, para en ese representativo auditorio enviar un mensaje de aliento a los médicos de la dignidad que partían a representar la Patria Grande de Bolívar y Martí, de Artigas y San Martín) para partir conjuntamente con un contingente de la Brigada Henry Reeve con destino a Pakistán.


Después de 22 horas de viaje, previa escala en una base militar de Portugal, llegamos a Islamabad, Pakistán, el
cuatro de enero en horas de la mañana. En la pista del aeropuerto, observamos a un “señalizador pakistaní” que con sus manos como aspas rozando el viento cortaba la fría neblina, y para sorpresa de todos, el “torrero” resultó ser el embajador cubano Rolando Gómez. Amable al igual que todo su equipo y diligente en hacernos más llevadera la estadía. Inmediatamente comencé a trabajar. Conjuntamente con la Brigada de voluntarios cubanos nos acompañó un grupo de periodistas, entre los que destacó el camarógrafo personal de Fidel, popularmente conocido como Chile. En mi mente ya traía el esqueleto del libro, el cual previamente yo le había expuesto al comandante Fidel en La Habana, antes de partir, con la expectativa de trascender en esta hermosa jornada en pro del arte y la vida.
Los textos proyectaban ser testimoniales, escritos a través de una prosa literaria cargada de imágenes sensoriales, usando los recursos de la poesía para darle mayor fuerza a la escritura. No cabe duda que en la realidad, los hechos vividos, como decía Goethe, superan con crees la ficción: allí están los relatos, los poemas, las crónicas, las historias, las reflexiones, a la espera de un solidario y sensible lector capaz de acercarse a uno de los dramas más impactantes de la contemporaneidad.

En Cachemira y en la provincia del Noroeste pakistaní, frontera con Afganistán, indagué y compartí vivencias con los médicos cubanos que permanecerán indeleblemente en mi espíritu, reafirmando mis convicciones humanistas y revolucionarias. Con ellos comí, reí, canté, leí poemas, tomé teléfonos para llamar a galenos de Barrio Adentro residentes en mi Tigre natal, y recordé con infinita devoción a Venezuela y al Anzoátegui de mis realizaciones y sueños.

La génesis de los textos que con fruición escribí, reposan en anotaciones hechas en tres libretas azules, de artesanal confección, que tomé como talismán de la sala de reuniones del Comandante Fidel. En ellas conservo todas las notas, entrevistas, versos sueltos, informaciones e imágenes, que me asediaron durante días y largas madrugadas, mientras las transformaba amorosamente en testimonios, relatos, poemas, crónicas, capaces de revelar al mundo una parte desconocida de la tragedia pakistaní que al final, termina siendo la misma tragedia de los pueblos del tercer mundo, expoliados por el imperio opresor, heroicamente consolados por un pequeño país con un pueblo gigante que ha derrotado el hostigamiento, el embargo y el bloqueo impuesto por el poder más perverso que conoció jamás la humanidad entera, durante casi cincuenta años.

Hoy, veo las fotografías y filmaciones hechas con aguda sensibilidad por mi hermano Douglas y siempre aparece como bandera en mi pecho la imagen gallarda de nuestro Comandante Chávez, presidente de todos los venezolanos y uno de los líderes más trascendentales, con el cual cuenta hoy por hoy toda la humanidad. Nuestro respeto, cariño y admiración por su lucha, que es nuestra lucha: son la inspiración de estos escritos.
Textos realizados en medio de grandes contingencias de trabajo que impone una gestión transformadora, como la que ejercemos desde el gobierno revolucionario del Estado Anzoátegui que me honró en dirigir.

Compartir las funciones del gobierno regional, estar atentos a los temas de seguridad, salud, cultura y educación, entre otros, mientras nuestra mente y corazón vivían agitados por la efervescencia de la actividad creadora, han convertido estos nueve, intensos y fieros días, en una jornada memorable que mis seres queridos han apoyado con devoción.

Fueron nueve días ininterrumpidos de creación literaria robados al sueño, luego de agotadoras jornadas laborales propias de una función gubernamental regional hiperactiva como la nuestra. Comenzar a escribir de manera febril desde la caída de la noche de un día hasta el mediodía del día siguiente se convirtió en una ceremonia especialísima, que me hizo recordar los primeros años de mi adolescencia, cuando descubrí una faceta de poeta insurgente que marcó mi existencia.

Cumplir con los postulados de solidaridad de la Revolución Bolivariana que lidera el Presidente Chávez a través de la creación de esta obra que rinde homenaje al pueblo de Cuba, representado en una buena parte de sus mejores hijos: ha sido para mí un motivo de honra y satisfacción que llevaré en mi corazón y agradeceré hasta la muerte.

La poesía, fiel a sus orígenes carbonarios, vuelve a demostrar ser invencible.





No hay comentarios:


Estadisticas web
Mi foto
Iquique, Primera Región, provincia de Tarapacá., Chile