domingo, 24 de septiembre de 2017

Las cartas desconocidas de Violeta Parra

 
Amparo Claro recuerda a su amiga Violeta Parra en su centenario: “Violeta siempre tuvo el germen del suicidio”

 
Amparo Claro (77) conoció a Violeta Parra cuando era adolescente. La autora de Gracias a la vida era muy amiga de su mamá, a quien la cantautora calificaba como “momia y pituca”. A mediados de los ‘60, Amparo y Violeta coincidieron en París y desarrollaron una profunda amistad no exenta de aventuras: ambas realizaron un viaje en busca del amor de Violeta a bordo de un Volkswagen. Amparo fue testigo de ese mágico reencuentro con Gilbert Favre en una boite de Ginebra. Tras ese viaje, las amigas tomaron caminos distintos y pocas veces se volvieron a ver. Pero mantuvieron una correspondencia fluida, a través de cartas, que, vistas hoy, permiten entrar en el mundo privado de Violeta.

¿Cómo conociste a la Violeta?
-Tenía como trece años cuando conocí a la Violeta Parra. Mi mamá, que se llamaba Sofía Izquierdo, arreglaba sus muebles con el Mono, el marido de la Violeta, y ahí se hicieron amigas. La Violeta empezó a ir a mi casa a visitarnos a menudo. Me acuerdo que cocinábamos mucho con la Violeta. Era muy creativa en la cocina. Hacíamos rábanos blancos, de esos largos, y le quedaban tan lindos: los rebanaba como ostias y después les ponía un hilito a cada uno. Entonces, quedaba una fuente llena de hilos blancos preciosos en que le ponía algunos arreglos. Era muy entretenido estar con ella, muy agradable.

¿Viste a la Violeta enojada?
-Sí. Muchas veces. Era dura, explosiva. No recuerdo que se haya enojado conmigo, pero seguramente sí. Pero, fíjate, que la imagen que tengo de ella no es estando enojada, sino que alegre. Tenía un gran sentido del humor. Pero no le aparecía tanto. Era de decir cosas no para hacerse la graciosa, pero le terminaba saliendo gracioso igual. Yo le tengo mucho cariño a ella. Me enseñó a tocar un poco la guitarra. Cuando crecí, la vi un poco nomás, pero siempre mantuvo una relación de amistad con mi mamá, a pesar de que a mi mamá ella la calificaba de cuica y momia, ja, ja, ja. Bueno, no estaba equivocada la Violeta: mi mamá era bastante momia y pituca.

Siendo que venían de mundos distintos, ¿por qué Violeta se hizo amiga de tu mamá?
-Violeta se relacionaba con todo el mundo, no hacía diferencias sociales. Pero ella tenía una visión, una actitud y una comprensión política muy clara. No se perdía. O sea, es cosa de escuchar sus letras. Yo creo que se hicieron amigas, porque mi mamá era una persona bien especial también. Sería momia, pero había una cosa en ella de generosidad y de acogida con Violeta muy grande. Le regalaba ropa, y esto que lo otro, y la hacía cantar con sus amistades antes que la Violeta fuera famosa. Me acuerdo que tomábamos café y la Violeta siempre nos decía que hiciéramos cosas, que creáramos cuestiones, no soportaba que la gente no hiciera nada. A mí siempre me decía “por qué no escribes”. Ella te impulsaba a hacer cosas. Pa qué decir con Ángel y la Isabel, era tremenda, les exigía un montón. Yo creo que el hecho de que ellos sean famosos, es porque le deben un 50% a la Violeta por la exigencia. Para ella, la creación era muy fundamental: Si estaba deprimida, ella tenía que sacarse la cosa, pero lo hacía creando. Ahora, el problema de la Violeta eran los cambios de estados de ánimo que tenía. Hoy le podrían decir maníaca depresiva o qué sé yo, porque cuando estaba con mucha energía hacía funcionar todo, sacaba las cosas adelante, y cuando estaba deprimida todo estaba mal. Ella no ocultaba sus sentimientos. Se mostraba tal como estaba.

¿Cómo pasó de ser la amiga de tu mamá a tu amiga?
-Nos hicimos amigas cercanas cuando nos encontramos en París. Ella venía de exponer en el Louvre y era ya famosa. Estaba dedicada a hacer las arpilleras, tratando de venderlas, pero sin mucho éxito.

¿En qué andabas tú?
-En ese tiempo estaba casada con un arquitecto que se había ganado una beca para estudiar allá. Y yo fui a acompañarlo. Y, como tenía tiempo libre, me juntaba mucho con la Violeta. En ese tiempo, como en el año 64, ella vivía en la Rue Monsieur le Prince, una calle que subía por l’Odéon, en una pieza bien mínima, en un estado pobrísimo.

Ella siempre pasó por penurias económicas.
-Sí. Siempre. En todo caso, ella siempre tenía esa capacidad de arreglárselas sin que la pobreza o las dificultades de la vida la botaran. Al contrario, ella era una persona tremendamente fuerte y muy capaz.

¿Qué hacían en París?
-Íbamos mucho al café Le Danton frente al metro l’ Odeón. En ese tiempo, Violeta estaba enamoradísima de Gilbert Favre, quien había regresado a Ginebra donde sus padres. Ella no dejaba de pensar en él. Un día me cuenta que quería ir a Ginebra a buscar a Gilbert, pero que no sabía cómo. Se había comprado un auto pero no sabía manejar. Yo me ofrecí a llevarla y ella encantada. Y partimos ese viaje.

Debe haber sido como un viaje a lo Thelma y Louise.
-Algo así, ja, ja, ja. Pero nos fuimos directo. No recuerdo que hayamos parado, no había posibilidad de parar con la Violeta, ja, ja, ja. Había que llegar de todas maneras como fuera ese mismo día. Mira, la Violeta estaba en un estado de ansiedad. Solo pensaba en llegar a Ginebra y ver a Gilbert. Lo demás no importaba. Se le había metido en la cabeza que él la estaba engañando y que lo pillaría in fraganti con otra mujer. Entonces, era mucha la ansiedad, no te imaginas lo que era, una cosa muy fuerte, casi obsesiva. Así nos fuimos todo el viaje. Le tuve que contar como cuatro películas divertidas para sacarla de ese estado, ja, ja, ja. Pero siempre volvía a la cosa ansiosa.

Dicen que Violeta tuvo varios amantes, pero él que más le movió el piso fue Gilbert.
-No me extraña. Gilbert tenía una cosa media ingenua y encantadora. No era un macho recio -lo que puede ser muy atractivo también-, sino que era un tipo más gentil, más suave, más femenino. Una persona muy agradable. También era muy buen músico. Tocaba muy bien la quena, la flauta dulce. Gilbert tenía una cosa receptiva muy agradable y encantadora. Y que tú no encuentras tanto en los hombres. En general, los hombres son medios abrutados, son poco empáticos.

¿Qué pasó cuando llegaron a Ginebra?
-Lo que pasó cuando llegamos fue muy interesante. Para mí, de verdad, una de las cosas más interesantes que he visto de la Violeta Parra. Me acuerdo que fuimos a una boite que estaba en un sótano y para llegar había que bajar una escalera muy larga. Y yo iba bajando con la Violeta y, de repente, ella se da cuenta que Gilbert la está esperando abajo. ¡Y no te imaginas cómo se transformó la Violeta! Cuando vio a Gilbert, cambió físicamente de una manera que yo jamás he visto en nadie. O sea, si tenía 48 años, de repente parecía que tenía 30: la cara se le estiró, se volvió una jovenzuela enamorada, loca de amor y felicidad. Eso me dejó más que asombrada. Es como si esta mesa café de repente se pusiera azul. Una cosa que te sorprende de manera increíble.

¿Y él?
-No me fijé tanto en él. Pero él estaba feliz y se dieron un gran abrazo. Fue un encuentro como de esas películas donde los protagonistas se encuentran por fin con ese gran amor de toda la vida. Fue muy bonito poder ser testigo de eso.

¿Qué pasó contigo?
-Apenas se saludaron, Violeta me miró y dijo: ándate de inmediato, desaparece, no te quiero ver más, ja, ja, ja. Yo no lo tomé mal, estaba sobrando de verdad y me fui, pues. Eran las nueve de la noche, estaba nevando y viajé a Nimes. Me acuerdo que me morí de frío, la cosa más atroz, porque el auto no tenía calefacción y me tuve que poner doble pantalón.

Cuando Gilbert la deja por otra, fue tremendo para la Violeta.
-No me tocó ver eso, porque con Violeta estábamos ya distanciadas. Pero, conociéndola, debe haber sido tremendo. Ella daba todo por él.

¿La diferencia de edad era tema para ella?
-No la complicaba la edad. Pero todo el mundo tiene esas dudas, por supuesto. Si te metes con un tipo diez años menor que tú, de repente te puedes pasar esos rollos.

¿Ese viaje que hicieron juntas se volvió a repetir?
-Después nos tocó hacer otro viaje desde Ginebra a Lausana. Fuimos a ver a una mujer encantadora con la que comimos. Recuerdo que durante el trayecto nos pilló un viento terrible y unas arpilleras salieron volando por el auto. Tuvimos que bajarnos a recogerlas. Tengo los mejores recuerdos de la Violeta. Después nos vimos poco. Ella volvió a Chile durante un tiempo, y yo me quedé en París. Luego me fui a Estados Unidos y ella estaba en Europa. Pero siempre nos mantuvimos informadas. Nos empezamos a mandar cartas.

LAS CARTAS
En las cartas contigo era muy tierna. Te decía mi querida colorina.
-Ella era muy cariñosa. Y me contaba cosas muy íntimas en sus cartas, era muy abierta, yo no lo era tanto con ella, no porque no quisiera, no me nacía, guardaba más mis cosas. Y, bueno, nos empezamos a cartear también intentando ver si yo podía encontrar a gente que le comprara sus arpilleras. Algo que nunca me resultó, nunca le pude vender ni una sola arpillera. Me acuerdo que cuando yo estaba en París, estuve trabajando como empleada doméstica o planchaba ropa para tener plata, porque no teníamos un cinco, y ella en las cartas me decía que no dejara que los patrones me explotaran, que ellos podían hacer sus cosas solos. Era muy brava.

¿Cuándo fue la última vez que viste a Violeta?
-Una vez fui a la carpa en La Reina poco tiempo antes que se suicidara. Había más gente y no compartimos casi nada. Ella estaba preocupada de atender a otros.

En sus cartas, ella le cuenta del sentimiento de culpa que tenía como madre y dejar abandonada a su hija Carmen Luisa.
-Sí, por la hija que se murió. Ella tenía un sentimiento de culpa por ella. Siempre hablaba de ella. La recordaba, quería estar con ella.

Ella fue poco convencional para la época. Se separó, porque no quería estar en la casa sirviéndole a su marido.
-Ella no transó nunca. Ella tenía que cumplir con un propósito que tenía en la vida. Y lo cumpliría contra viento y marea, aunque eso la hiciera dejar cosas de lado. Bueno, los grandes creadores son así. Antes que la pasión de un amante, ella estaba completamente agarrada por la pasión de crear. Violeta era una tremenda genia.

¿Ella se sentía genia?
-Yo creo que sí, aunque no creo que se haya denominado genia. Pero ella sabía que era muy buena. Lamentablemente, la gente no se dio cuenta a tiempo de eso.

Ella sufrió el rechazo.
-Esta es una imagen muy mía y puedo estar completamente equivocada, pero creo que ella si se sentía aprobada o rechazada por la gente, no dependía totalmente su estado de ánimo de eso. En ella había una especie de seguridad profunda, creía en lo que hacía. “Si tú me rechazas, bueno, ándate a la mierda. Pero a mí no me importa”, era así.

Pero igual eso la terminó por afectar. ¿O no?
-Eso es cierto. Se suicida porque estaba desesperada de tener problemas económicos y tener que seguir con un lugar que no funcionaba, y sin un amor, porque la habían dejado. Entonces, pa qué más, basta. Y Violeta siempre tuvo el germen del suicidio. A mí me tocó presenciarlo. Cuando recién iba a mi casa, una vez mi mamá la acogió durante unos días. Violeta había llegado con las muñecas medias cortadas con signos de haberse intentado suicidar. Ahí nos dimos cuenta que ella tenía una tendencia al suicidio. Fue tremendo.

Entonces, su suicidio no fue una sorpresa para ti.
-Cuando murió, yo ya no estaba enchufada con la Violeta, nos habíamos perdido la pista. Es como cuando has conocido a alguien, te has metido en algo profundo durante un tiempo, pero de repente eso pasa en tu vida y queda como una etapa, un paréntesis, y te alejas. Eso nos pasó con la Violeta. Pero por sus tendencias suicidas anteriores, eso se esperaba absolutamente. No me extrañó, sobre todo analizando luego en el estado en que estaba ella. Deben haber sido muy tristes sus últimos días, considerando el grado de intensidad, pasión y desesperación con la que ella vivía.

¿Alguno de sus hijos heredó su personalidad?
-Nadie. Violeta Parra era única.
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Misivas a su gran amiga Amparo Claro

A fines del año ’64, Violeta Parra dejó todo para vivir al lado de Gilbert Favré, el último gran amor de su vida. Ambos tenían en mente recorrer Europa, mostrando su música a bordo de una camioneta: Gilbert la manejaría y Violeta estaría a cargo de cocinar. Era el único sueño de la pareja. En ese corto período, Violeta desplegó toda su creatividad a nivel musical y pictórico. Quería exponer en el Museo de Arte Moderno de París y que Picasso le comprara sus obras. Con sus hijos lejos, y pasando por penurias económicas, Violeta se desahogaba con su única amiga de ese tiempo, Amparo Claro. A ella le mandaba cartas, que aquí mostramos, contándole desde detalles cotidianos hasta sus grandes sufrimientos.

A principios de enero de 1965, Violeta Parra estaba viviendo con su amado Gilbert Favre, su novio 19 años menor, el gran amor de su vida, en Ginebra. Había dejado París para ir en su búsqueda. Su amiga Amparo Claro la acompañó en ese viaje de reencuentro. Violeta tenía sospechas infundadas de que el suizo le era infiel y quería pillarlo infraganti. Pero nada de eso ocurrió: Gilbert la esperaba con los brazos abiertos. Ella aprovechó que sus hijos estaban en Chile para quedarse una temporada con Gilbert. Se fueron a vivir a la rue Voltaire a una casa con un viejo patio donde en las tardes se sentaban a tocar guitarra y Violeta pintaba sus cuadros. Ella irradiaba alegría por los poros.  Macarena Gallo 18 Sept, 2017

Con unos ahorros que tenía, Violeta se compró una camioneta para cumplir el sueño de ambos: recorrer toda Europa difundiendo su música y arte. “Ese es nuestro único y definitivo sueño”, le contaba a su amiga. Pero los problemas no tardaron en aparecer. No le quedaba más plata para poner el auto circulación y que además tenía problemas con el motor. Solo le quedaban 40 francos. Tenía licencia, pero Violeta no sabía manejar. Gilbert era un as al volante y no contaba con permiso para conducir: acumulaba una decena de multas anteriores por manejar sin documentos, sin frenos y contra el tránsito. “Qué lata, Amparito, no tener jamás la libertad para vivir”, se lamentaba.

Violeta tenía que reunir dinero para ponerse en marcha. Le habían ofrecido un contrato para una gira por Europa y debía contratar músicos. “La lesera es que no sé cuánto hay que cobrar”, se quejaba. Violeta estaba amarrada de pies y manos. Pero se aferraba a la esperanza de que Amparo le vendiese algunos tapices y esperaba que un amigo chileno le comprara una guitarra. Estaba angustiada.

Para más remate, se enteró que su hijo Ángel “cayó en pecado mortal”: “No pagó una deuda mía. Estoy furiosa, porque yo personalmente pago mis cuentas. Me jugó la talquina este condenado de dulces ojos, que es mi hijo querido, yo le dije el cheque…y él, ahí lo tienes. Milagrosamente sufre su jugarreta”, le contaba a su amiga.
Pronto llegarían buenas noticias.

EN GINEBRA
Mientras esperaba la llegada de dinero y poder emprender el viaje, en una carta que le escribió a Amparo a inicios de febrero de 1965, Violeta le cuenta a su amiga que vivía un proceso creativo al lado de Gilbert. “En el muro no cabe nada más. ¡Diez cuadros nuevos! Y de nuevo estilo. En relieve. Se trabajan lentamente, pero el resultado es satisfactorio. Gran colorido, excepto uno que es en blanco y negro. Se llama Rayos X”.

En la misiva, de seis páginas, que iba escribiendo en sus ratos libres, se le ocurrió una gran idea: su amiga debía instalarse a vender sus arpilleras afuera de los grandes hoteles para captar posibles compradores. “El capitalismo es una buena mierda (perdone el vocablo). La iglesia retarda el avance de la cultura de los pueblos. Estos misioneros dejan la tendalada, si acaso no se comulga en masa. La inquisición en España me tiene furiosa. Los conquistadores en Chile me la tienen que pagar algún día. Tengo un cuadro casi listo, contra todo esto. Inés de Suárez se llamará”.

Al fin de la carta, le cuenta que recibió la mejor noticia: acababan de depositarle casi 700 suizos. Esa noche, Violeta celebró con un fondue bourguigmignon y un buen vinito a la salud de Amparo. Y pudo pagar el seguro del auto. También guardó plata para comprarse una máquina de escribir y sacar adelante un libro de poesía popular Se vinieron buenos días para la cantautora, de tranquilidad económica y descanso: “Escucho un disco de música colérica, bastante buena. Completamente encamada. Cierto desorden en la pequeña y modesta casita, pero con los cajones repletos de mercadería. Increíble, hay desde crema de castaña, hasta el tocino, y sin olvidarse de los langostinos. Todo va bien”, le cuenta una semana después.

Tras el descanso, Violeta retoma la composición musical preparando sus recitales en Europa. “El repertorio, abundante: 20 temas, 17 son composiciones mías. Una composición cada día por medio, aproximadamente”. Estaba motivadísima con su gira. “El primer país será Italia. Luego los otros. Anunciaremos nuestra llegada al son de la quena y la guitarrilla. La gente saldrá a la ventana, algunos se acercaran a la camioneta. Muchos se reirán de mis pinturas, pero muchos no”, le cuenta a su amiga que está en París

Le entusiasmaba viajar acompañada de su amado Gilbert. “Imagínate lo contenta que estaré cuando vaya a París con él al volante. Yo prepararé alguna comidita. Pararemos en algún arbolito y destaparemos la ollita. Mejor si estás con nosotros. Te serviré en un plato bien lindo. Te sentarás atrasito para que no te moleste nadie. Enseguida, estaré yo con mi olla y mi anafe, y adelante el chofer, también con su regio plato en la mano. Afuera algunos pajarillos y algunos cerros, seguramente. El auto tendrá todos sus espejos correspondientes y mucha bencina”.

El viaje nunca se concretó.
En esos días, Violeta también retomó la pintura, de la que no quería saber nada por esos días, cuando solo se dedicaba a la música. Estaba viviendo un proceso creativo como nunca y eso se lo traspasaba a su amiga Amparo. La animaba a que dejara de ser solo dueña de casa: “La vida no es tan solo tener su Julio y dos niñas preciosas. Eso lo consigue cualquier mujer y hay algunas que tienen diez preciosuras de niños. Y hay también algunas que han vivido 55 años con su Julio y yo no sé para qué baten ese record…”. Con Gilbert, por otra parte, las cosas funcionaban bien. Aunque, de repente, aparecían los celos incontrolables de Violeta: “Gilbertito el mismo bueno de siempre, yo la misma mañosa. Lástima que al carácter no se le puede poner una lata de yeso”.

Pero el dinero se esfumaba y volvían las penurias económicas. Para revertir la situación, le daba consejos a su amiga para que vendiera sus tapices. “No descuides a ninguna de las personas que te recomendé ver. Son amigos fenomenales. Seguramente, van a comprar. Tienes que saber entrar con ellos. Pero como eres tan encantadora, lo conseguirás”. Cuando se trataba de cobrar plata, Violeta era cosa seria: “Son bastante divertidos los franceses cuando tienen que pagar una deuda. ¡Se olvidan los perlas! Cuesta mucho encontrar en este mundo personas comme il faut. Yo soy chilena a penas, pero no me olvido que debía una platita a un Danielito y le mandé la plata al Danielito”.

Por esos días, Violeta también planeaba montar una gran exposición en París. O era en grande o nada, decía. Tenía mucha fe en los últimos cuadros que había realizado. “Con estos trabajos nuevos, voy a entrar como bala en el Museo de Arte Moderno. Estoy segura”. Le pidió a su amiga que se reuniera con el director del museo y le llevara de regalo una arpillera pequeña para estrechar vínculos.

Pero hubo cambio de planes. Violeta recibió malas noticias desde Santiago de Chile.

EL REGRESO
Durante el tiempo que vivió en Ginebra con su Gilbert, no tuvo noticias de su familia en Chile. No sabía nada del paradero del antipoeta y sus hijos brillaban por su ausencia. “Estos cabros me ponen el corazón langucho”. A fines de marzo, recibió una misiva de su hija Chabela en que le daba a entender que las cosas no iban bien. “Me llaman. Me necesitan. Están llorando. Tienen pena. Entonces tengo que ir a Chile a ver a mis grandotes, Me están llamando Amparito. ¡Son mis cuatro guaguas!”. Violeta cayó en una angustia. No sabía qué hacer. Tampoco tenía dinero para comprar un pasaje y reunirse con sus retoños. “Necesito hasta el último cobre para ver a mis chiquillos. De haber sabido hubiera guardado todo el dinerillo que ha caído a mis manos. Solo tengo 500. Es una miseria, porque tengo que volver con todos ellos. ¡Puchas que estoy apenada!”. A su amiga le suplicaba que la ayudara a cobrar la plata que le debían: “Ayúdame Amparito. Apúrese en ubicar a esa gente, que su amiga está muy triste por sus hijos. ¡Tengo que ir luego, Amparito! El cristiano no tiene jamás tranquilidad. Tan bien que estaba trabajando y todo pasó en este momento”.

En su desesperación, Violeta agendó incluso una reunión con el pintor Pablo Picasso y se amononó para ese encuentro. “Le llevaré un gran paquete con una muestra de cada trabajo, una carta del 1 y nada más. ¡Ojo! Si acaso me va bien, las tapicerías subirán a las nubes. Estoy a punto de mandarme este round con el maestro”. Un encuentro que no resultó como esperaba: el pintor no le compró ninguna obra.

La carta de Isabel significó el preludio de lo que se le venía. Dejó a Gilbert en Ginebra, con quien después terminaría de la peor manera, y partió a París intentando vender sus arpilleras. A los pocos meses, cuando pudo reunir dinero, tomó un vuelo a Santiago y se incorporó a la Peña de Los Parra. Era el comienzo del fin.

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