Las
últimas visiones de Violeta Parra. Patricio Manns
La primera vez que vi a Violeta Parra fue a fines del año 1965. Acababa de bajar la pasarela de un barco que la traía de Europa a Valparaíso después de varios años de ausencia. Fueron a buscarla al Puerto y la condujeron directamente a la Peña. Llevaba varios años ausente de Chile y poco o nada sabía del Movimiento de la Nueva Canción Chilena y de la existencia de la Peña de Carmen 340, centro neurálgico de la música y las artes chilenas en aquel momento. Todo estaba pasando allí. 18 Septi. 2017
Violeta se incorporó activamente a nuestras actividades y duró unos seis meses. Poco a poco quiso asumir tareas de dirección en el seno de la Peña, sin comprender que éramos un organismo colegiado que tomaba sus decisiones en forma colectiva, baja la égida de Ángel Parra. Esto causó lentamente la aparición de tensiones y condujo de manera inexorable al alejamiento de Violeta, que partió a configurar su proyecto de la Carpa de La Reina.
En el intertanto habíamos organizado una amistad muy sólida y creativa. Porque la noche de su primera llegada a la Peña, las cosas fueron diferentes. Llegó, la sentamos entre el público y le cantamos nuestras nuevas canciones. Cuando llegó mi turno interpreté mi tema sobre la muerte en los minerales de carbón, en Lota y el Golfo de Arauco. Era una canción funeraria, “En Lota la noche es brava”. Violeta escuchó atentamente y después de los aplausos del público, manifestó en voz alta y con cierta soberbia:
-Este huevón canta boleros.
Lo que estaba muy lejos de la verdad, pues el tema empieza como una seguidilla española y termina como un parabién algo acelerado.
Cuando organizó la Carpa tuvo que enfrentar varios problemas, algunos de difícil solución. El armatoste se lo regaló el alcalde Fernando Castillo Velasco. Estaba asentado en un sitio eriazo, lejos de las casas, y no había ninguna clase de movilización, especialmente durante la noche, horario de funcionamiento de este tipo de establecimientos. Nosotros, Patricio Manns y Voces Andinas, que éramos cinco músicos, teníamos que dejar contratado previamente un taxi para que nos fuera a recoger a las cinco o seis de la mañana, para regresar a Santiago. Para el público era un verdadero calvario asistir a las funciones de Violeta y sus amigos, y poco a poco el público dejó de ir. Esta situación socavó mucho la moral de Violeta, que vio poco a poco como su proyecto estrella se hundía y desaparecía.
Una noche -que para mí es memorable-, Violeta anunció:
-Ahora voy a cantarles las últimas canciones de Violeta Parra- (así se llamó su último disco). Comenzó a cantar “Volver a los diecisiete”, “Run Run se fue pal norte” y “Gracias a la vida”. En la mitad de la presentación, olvidó el texto y se lo dijo al público. Rápidamente se dirigió a su dormitorio y volvió con algunas hojas manuscritas. -Estas canciones están recién salidas del horno- explicó- y todavía no están bien cocidas.
Vivía sola en la Carpa. Eventualmente alguna de sus hijas menores pasaba la noche allí. Aparecía también el uruguayo Alberto Zapicán, a quien Violeta dedicó su canción “El Albertío”, una de sus venganzas sangrientas y más injustas. Alberto era un buen compañero suyo. Para ilustrar el carácter lúdico de Violeta (y provocador a la vez), narraré lo que sucedió en un vuelo que efectuamos a Arica. Resulta que a la delegación de “Chile Ríe y Canta”, dirigida por René Largo Farías, se había incorporado el cura Ugarte, con sus canciones de resonancias evangélicas. El cura Ugarte era un sacerdote católico. En aquella ocasión iba sentado al otro lado del pasillo, con relación a los asientos que ocupábamos Violeta y yo. De pronto Violeta alzó la voz y mirando al cura le gritó: – ¡Oye, Pico Lacio, préstame la Biblia!
Esto se repitió dos veces más. El cura Ugarte, sumamente nervioso, se refugiaba en su libro, apoyado contra la ventana y con la cabeza hundida. Los pasajeros comenzaron a mirar a Violeta que gesticulaba como poseída en su asiento. De pronto, se abrió la puerta de la cabina de mando y surgió un aeromozo. Se trataba de un muchacho joven e imberbe, sin duda intimidado por la Violeta. -Señora- le dijo respetuosamente-, le ruego que modere su vocabulario. Hay señoras y niños en el avión. Comenzó a alejarse. Entonces Violeta le lanzó un almohadón botándole la gorra entre las risas de los pasajeros.
Poco tiempo después comenzamos la preparación de una gira por el sur de Chile, que comprendía Punta Arenas como destino final. René Largo citó a una reunión en su departamento para estudiar en conjunto los detalles de la expedición. Sólo faltaban Eduardo Carrasco y Violeta Parra. Por razones que desconozco, Carrasco sostiene que nunca estuvo allí. Yo voy a asegurar, pues, que, aunque sed encontraba presente, nadie lo vio entre la asistencia.
Violeta apareció igual a sí misma: Vestida de negro, con un chal sobre los hombros, un charango colgando al cuello y los ojos empapaditos de agua o de lluvia. En todo caso era un agua amarga. Que le venía de adentro. Se escucharon los informes pertinentes, se discutieron algunos puntos y finalmente Violeta pidió la palabra;
-Para hacerlo corto- dijo- anoche vino una puelchada (un golpe de viento puelche del este), y me botó la Carpa. No se imaginan el desastre que hay allá. Bajo tal circunstancia, me permito pedir a los compañeros que tengan a bien aumentar mi salario en el curso de esta gira, pues a mi regreso debo poner la Carpa en pie, pues ella es mi único sustento.
Tras un silencio ominoso, una voz cavernosa dijo: -Ello no parece posible pues afectará gravemente el ingreso de otros compañeros. -Muy bien- dijo René Largo-, votemos. Primero las manos que están en contra. Casi todas las manos se alzaron. En un único movimiento colectivo. Violeta soltó un gemido. -Ya dije que este año venía podrido- murmuró.
-El caso está resuelto- dijeron.
Alcé la mano. -Yo tengo suficiente con la mitad de lo que gano. La otra mitad va para la Carpa. Total, a veces canto ahí.
Hubo murmullos de desaprobación. Me hallaba sentado de espaldas a la puerta de salida.
-Cada cual es dueño de hacer de su poto un pito y de su tambembe un tambor- lancé desafiante. Se estaban metiendo con mi propio dinero. El caso es que Violeta se levantó montada sobre la yegua cólera. Se dirigió a la puerta. Al pasar junto a mi, me aferró la cabeza y me besó en la boca. -En éste me despido de todos ustedes- dijo fríamente.
Y desapareció golpeando con fiereza la puerta al salir. Tres días más tarde, me encontraba tomando un poco de vino instalado en la terraza del Barbas, en Coyhaique. Faltaba muy poco para la primera función.
De pronto veo venir tropezando contra las mesas a René Largo Farías. – ¡Manns: ¡Se mató la Violeta Parra! Dejé entrar la puñalada, que era muy violenta. Esa noche creo que todos cantamos borrachos. ¡Qué cagada más intempestiva! Lástima grande que los principales testigos de lo que cuento están muertos. Y otros no quieren haber estado allí. De manera que tendrán que creer o no creer en mi palabra. Pero yo no miento. Me basta con las cosas que me suceden diariamente. The Clinic
A exactos noventa años de su nacimiento, la artista chilena más famosa en el extranjero no tiene un lugar para mostrar su alabada obra plástica, y muchos de sus discos, jamás reeditados en CD, son joyas de coleccionista. Cantamos de memoria “Gracias a la vida” pero no sabemos dónde buscar datos biográficos básicos sobre su autora. Chile no supo apreciar el talento de Violeta cuando lo tuvo al frente, y tampoco ha sido justo en el trato póstumo de su legado. Su hermano Nicanor, su hija Isabel, su último aliado y algunos admiradores intentan aquí dar con la razón de por qué Violeta Parra sigue siendo para sus compatriotas un nombre lejano.
Por Marisol García C. Rolling Stone-Chile, sept 2007.
Un tono inusual de lila cubre las bases de árboles y de la fuente de agua emplazada al centro de la Plaza de Armas en el sureño pueblo de San Carlos. Es un color suave y atípico, no muy sentador, que al menos ayuda a que el lugar se distinga de los cientos de idénticas plazas de pueblos de provincia desperdigadas por Chile. Pero costaría darle a ese morado pálido un significado cultural concreto. A no ser, claro, que a uno le cuenten que se escogió como tributo a la ciudadana más ilustre en la historia de esta comunidad de la provincia de Ñuble, 365 kilómetros al sur de Santiago. “Color violeta, como Violeta”, nos explican. No habernos dado cuenta antes.
Hay en las manzanas aledañas a la fuente color violeta otros recordatorios físicos del nacimiento de la autora de “Gracias a la vida”. Pero no son demasiados, y los turistas extranjeros que alguna vez han llegado al pueblo buscando pistas biográficas de la admirada artista se han ido decepcionados. Una figura sencilla de yeso. Un liceo con su nombre. Una anunciada escultura para la Plaza de Armas que no alcanzará a estar lista este año. La casa de su nacimiento, en calle El Roble, es una fachada de adobe sin ingreso al público, y cuya restauración está recién gestionándose gracias a un Fondart que permitió elaborar un presupuesto de trabajo. De ahí habría que esperar dineros del MOP, el Serviu o algún mecenas. Al menos, hace dos años una donación del Ayuntamiento de Baena (España) permitió salvar la casa de la venta y demolición.
Precisamente esa falta de señas termina siendo el mejor símbolo de la desidia patrimonial y glorificación vacía en la que hemos dejado a nuestra mejor cantautora, y no sólo en su pueblo natal. La primera latinoamericana que expuso en el museo del Louvre, incansable recolectora de música campesina chilena y promotora de nuestro folclor en Europa, la compositora de himnos eternos de la canción en español y primer referente fiero del canto político. A exactos 90 años de su nacimiento y 40 de su muerte, esa mujer no tiene en Chile un museo en el que pueda mostrarse su obra ni un solo proyecto estatal con su nombre. Tampoco una discografía en forma ni con la debida recaudación de derechos. Incluso muchos de quienes la admiran no logran tararear más que dos o tres melodías suyas. Su rostro en blanco y negro sigue inspirando más distancia que dulzura, y los venideros proyectos en torno a su memoria son apuestas aisladas por regalarle algo de color. Quizás no haya culpables, y quizás sea en el silencio del afecto anónimo donde Violeta ha elegido estar. Pero incluso sus cercanos no pueden contener hoy la frustración por la suerte de ese talento inabarcable que fue Violeta Parra, tan incomprendido en vida como abandonado tras su muerte.
Ignorante indiferencia Isabel Parra se encoge de hombros y emite un suspiro cada vez que se entera de un nuevo obstáculo en los planes que elabora como directora de la Fundación Violeta Parra. Le pasa bien seguido. Administrar el legado de su madre le ha granjeado una fama de mujer complicada que ella no sólo reconoce sino que defiende a la luz de las decepciones acumuladas con el círculo local de poder político y cultural desde que regresó de su exilio, hace veinte años. Sus esfuerzos por recolectar, preservar y difundir la obra de Violeta han ocupado sus mejores esfuerzos desde entonces, sin por eso interrumpir la aplaudida labor de cantautora que inició como adolescente junto a su madre, la hizo estrella de la Nueva Canción Chilena y hoy la tiene a punto de publicar un nuevo álbum. A Isabel, el pelambre en su contra le importa “nada, nada, nada”, y dice que es la propia obra de la artista a la que conoció tan íntimamente la que la anima a diario en su cruzada.
—Ser hija de la Violeta me da fuerzas para volver a creer, para volver a ser confiada, para ilusionarme con que “ahora sí”. Quizás se me pase la vida en esto, pero no quisiera morirme sin darme cuenta de que hubo un grupo de gente que dijo: “Oye, córtenla con esta cuestión, pongan a la Violeta Parra donde se lo merece”; sobre todo en un país que tiene dinero para financiar cuanta estupidez existe. No me gusta la oda al quejido, pero a veces hago el ejercicio de analizar todo esto desde fuera, y desde lejos mirar a mi mamá y la indiferencia hacia ella; y entonces más rabia me da.
Varias veces dijo Violeta en público que lo que hacía con su talento –tanto en música como en otras áreas artísticas— era “para los chilenos”. Isabel a veces repara en tanta obra aún embodegada, sin aliados influyentes para su difusión, y se pregunta si acaso su madre no habrá sido demasiado optimista.
“Siempre pienso: todo el mundo adora a la Violeta, pero la gente que la adora no puede hacer nada por ella, salvo adorarla. Nunca he conocido a un chileno con poder para este tipo de cosas que tenga otro tipo de mirada o de voluntad como para plantearse y decir: Es el colmo que la Violeta Parra no tenga un museo. Este patrimonio, el valor de esta obra, no pueden depender de si te cae mal la Isabel o el Ángel, o si Violeta era comunista, o si tenía mal genio y le pegó con el bombo a no sé qué caballero en París. Por eso creo que, primero, es una indiferencia que viene de la ignorancia: de no conocerla, de no profundizar en la persona, y de no tener conciencia de que hay un valor tremendo en esta mujer que está mucho más valorada afuera de Chile que aquí.
—¿Por qué?
—Yo tampoco puedo contestar esa pregunta. ¿Será la mezquindad que tenemos los chilenos, la poca visión, la frivolidad, la banalidad que nos cubre? Serán miles de cosas que nos tienen convertidos en una sociedad antipática, una sociedad sin identidad, mezquina, conservadora, etcétera. Pero contra esa indiferencia me he tenido que mover durante este tiempo, porque para mí esto es muy importante.
Desde su nacimiento, en 1991, la Fundación Violeta Parra ha sido una organización sin fines de lucro ni financiamiento estatal de ningún tipo, y hoy ni siquiera cuenta con una oficina en la cual gestionar actividades o atender al público. Su sede original, la casona de Carmen 340 que albergó la antigua Peña de los Parra, debió ser vendida por falta de recursos para su mantención. El Partido Comunista mantiene hoy allí el centro cultural Gladys Marín.
Los logros de la Fundación han sido importantes, pero “no suficientes”, según la propia Isabel. A la edición de un cancionero y un venidero catálogo de la obra plástica de Violeta —ni sus recientes biografías ni el documental Viola chilensis, de Luis Vera, han sido ediciones autorizadas por la Fundación—, se han sumado antologías de canciones y recientes gestiones judiciales por reparar la lamentable situación de regalías en las que hasta hoy se encuentra su discografía. Un embrollo de contratos perdidos y/o abusivos hace que Violeta Parra reciba hoy un dinero irrisorio por la venta de sus discos. Hace cinco años, la sucesión de la artista vino a saber que su contrato con Odeon consideraba regalías por el 1,5 por ciento de las ventas, “que si ahora es increíble, para los años sesenta era inusitadamente bajo”, explica el abogado experto en derechos de propiedad e intelectuales Tito Muñoz. El profesional adelanta que a nombre de la familia espera además la resolución de una demanda de la SCD contra Pedro Valdebenito para también querellarse por lo que cree fue un “apropiamiento” del master y los derechos de Las últimas composiciones, el último disco de Violeta Parra y el único que ella grabó para la compañía IRT. El catálogo de esa desaparecida firma discográfica —clave en el movimiento de neofolclore y otros éxitos musicales de los años sesenta— está en manos de Valdebenito desde el Golpe de Estado de 1973, y hasta hoy nunca ha pagado los debidos derechos de venta, según los hijos de Violeta. A nuestro propio Sgt. Pepper’s… (en el último disco de Violeta venían “Gracias a la vida”, “Volver a los 17” y “Run Run se fue pa’l norte”, entre otras) lo envuelve un lío incomprensible para un disco de su importancia.
El esquivo museo
Como una liebre jabonosa, se ha escapado una y otra vez la principal meta de la Fundación Violeta Parra, que es contar con un museo que albergue, preserve y dé a conoer la obra de la universal artista. El frustrado recorrido de esa empresa parece, a veces, una comedia de equivocaciones, y hasta daría para el sarcasmo si no fuese porque involucra a grandes personajes de la política y los negocios en la desconsideración hacia tan indiscutible legado patrimonial. Al menos dos alcaldes de Santiago (Jaime Ravinet y Joaquín Lavín) y el conocido empresario Carlos Cardoen han comprometido públicamente su colaboración con el museo, para luego desdecirse.
Lo anterior no son rumores sino promesas de sobra documentadas, y adornadas con firmas, fotos y abrazos. El 3 de septiembre del año 2003, los diarios del país incluyeron la sorpresiva imagen de Joaquín Lavín, Carlos Cardoen e Isabel Parra sonriéndoles juntos a los lentes de la prensa. Confirmaban con esa foto un acuerdo de trabajo por el cual el edificio a sus espaldas, el llamado “castillito” del Parque Forestal, albergaría en menos de veinte meses el primer museo de Violeta Parra creado alguna vez en Chile. El alcalde cedía el lugar por treinta años, Cardoen prometía gestionar los 350 millones de pesos para la ampliación y remodelación necesarias, y la hija mayor de Violeta les respondía a los suspicaces por tan improbable sociedad que “estos milagros los produce la propia Violeta. Mi madre nos enseñó a ser abiertos de criterio, porque ella se relacionaba con todo el mundo”. La Cuarta creyó conveniente titular: “GRACIAS A LA VIDA, VIOLETA TENDRÁ SU MUSEO”.
De eso han pasado cuatro años. No sólo “el castillito” sigue ocupado por oficinas, sino que sobre el Museo no hay siquiera discusión. El acuerdo entre las fundaciones Violeta Parra y Carlos Cardoen se anuló “de manera cordial” en julio del 2005 luego de que los herederos legales de Violeta comprobaran los sucesivos aplazamientos del plan original por falta de recursos. Isabel Parra explicó más tarde su desazón, con la imagen de “un globo que se desinfló antes de inflarse”.
Lo que se pinchaba en realidad era una nueva esperanza por darle al legado de Violeta Parra el tratamiento público que merece. Tampoco funcionó en 1992 la promesa de la Municipalidad de Santiago (entonces con Jaime Ravinet como alcalde) de reconstruir la Peña de los Parra hasta darle forma a un anfiteatro y salas de conciertos y exposiciones. El anuncio de ese mismo año de que la estación San Pablo del Metro se rebautizaría como “estación Violeta Parra” quedó, también, en nada. Recién el próximo 8 de noviembre, el Centro Cultural Palacio La Moneda inaugurará la exposición de algunas de las arpilleras con que la chilena hizo historia en los salones del Louvre, en París. La familia ha cedido en comodato parte de ese legado para su muestra gratuita en no más de 130 metros cuadrados.
Algo es algo, pero quién podría decir que es suficiente. Quedan óleos, esculturas, partituras, fotos, manuscritos y cartas; además de grabaciones inéditas en vivo y para radios. Todo aquello que ha sobrevivido a viajes, mudanzas, apropiaciones indebidas y persecución miltar. El depósito del valioso trabajo de recopilación de folclor chileno que Violeta acometió en los años cincuenta es otro misterio. Cerca de Concepción, el Museo de Hualpén tiene en exhibición algunos bienes suyos (su vitrola, instrumentos) donados por ella durante su breve residencia en la zona. No deja de ser sorprendente que la falta de apoyo que fue matando lentamente a Violeta Parra siga de modo póstumo y ya con su talento convertido en convicción unánime.
Nicanor Parra bien puede ser el hombre que mejor la conoció. Se ha escrito muchas veces sobre la complicidad entre ambos hermanos, la guía artística que le ofreció el poeta y físico a la creadora, y lo profunda que fue su relación adulta. “La Viola y yo somos la misma persona”, llegó a escribir, en su muy personal antimodo, el autor de “El hombre imaginario”. A su vez, de la artista se conoce la frase “sin Nicanor, no hay Violeta”. A él estaba destinada la única carta manuscrita encontrada junto a su cadaver, el 5 de febrero de 1967.
—Sobre la marcha, le puedo decir lo siguiente: —Nicanor toma vuelo y se larga, esta vez para nosotros y desde Las Cruces— ella sigue siendo una desconocida. ¿Por qué se lo digo? Hace un par de meses escuché una canción suya que yo no conocía. Y si yo no la conozco, imagínese. Se llama “La víspera de San Juan”. La reduje a dos cuartetas: “Salieron cuatro palomos, volando del palomar / en busca de la semilla, pa’poder desayunar. / Se escuchan cuatro disparos, la víspera de San Juan / Las viudas de los palomos los salieron a buscar / Les dicen a sus pichones: no salgan del palomar / De nuevo cuatro disparos, la víspera de San Juan”. Mire qué maravilla.
También Nicanor ha pensado muchas veces gestionar un centro de exhibición para la obra de su hermana más talentosa. Una nota de febrero de 1982 en el suplemento “Buen Domingo”, de La Tercera, consigna que ya en 1969 el antipoeta contaba de sus planes de exhibir en su casa de La Reina arpilleras que él había recuperado en Europa. Según la nota de Hernán Miranda, “por aquella fecha, la acogida de los organismos oficiales chilenos no había sido muy generosa”. Cita a Nicanor sobre una oferta suya al escritor Roque Esteban Scarpa, entonces director de Bibliotecas y Museos, para que se habilitara una sala especial en el Museo de Bellas Artes, idea que el funcionario “recibió con frialdad”. Al momento de la citada entrevista, Nicanor tenía en mente un museo de Violeta en Conchalí, sobre el cual nunca hubo luces concretas.
Hoy, al teléfono desde Las Cruces, el poeta resume con gracia su propia aventura por recuperar parte de la obra de su hermana luego de su fallecimiento. Cuenta, por ejemplo, que “los cuadros que Violeta expuso en el Louvre quedaron luego en manos de una amiga suya, una condesa no sé cuánto que vivía en Suiza, y otros en manos de un galerista. Eran datos vagos, pero yo me propuse dar con esas personas y recuperar esas obras. Fui a Ginebra y primero contacté al galerista, quien al principio negó todo: que él no sabía nada, que no tenía ninguna obra, que chao pescado. Entonces yo, como último recurso, me planté ahí y me puse a recitar el poema a la Violeta”, continúa Nicanor, en referencia a su famosa “Defensa de Violeta Parra”. “Eso impresionó al hombre, quien cambió por completo de actitud y me dijo: Tengo gran parte de la obra de Violeta. Queda toda a tu disposición. Además, te pondré en contacto con la condesa. Y así fue como recuperé todo sin pagar un peso: gracias al poema”.
—¿Se trajo esas obras de inmediato a Chile?
—Sí, pero tuve que arreglármelas para burlar la aduana. Como eran obras de arte, sacarlas de Suiza obligaba a pagar unos impuestos altísimos. Entonces las metí dobladas al fondo de unas bolsas de ropa sucia. “¿Y esos sacos?”, me preguntaron después en el aeropuerto en Chile. Pero abrían, veían los calzoncillos y cerraban al tiro.
Aquella poesía salvadora, por si el lector no la conoce, es un homenaje inscrito dentro de los más populares textos de Nicanor. Aunque lo parezca, no surgió como un tributo póstumo, sino como un saludo en vida escrito durante una enfermedad grave de aquel “corderillo disfrazado de lobo” que describe su hermano, y que incluso ambos grabaron juntos —él en la declamación, ella en la guitarra— para algún viejo disco de Odeón. Hoy Nicanor dice que a Violeta sigue debiéndosele una defensa “porque en vida no se le hizo justicia”.
—Y en su muerte tampoco, a juzgar por la desprotección de su legado.
—Yo no trabajo con fantasmas. Pero lo que pasa es que ella sigue siendo una carta del naipe, y los políticos la usan para beneficio propio.
Violeta pop
Durante su infancia, podría decirse que Javiera Parra no escuchaba sino que padecía la inescapable música de su abuela. “Qué pena. Saquen a esa señora”, se recuerda a ella misma rezongando. El aprecio de la música del mayor talento de su familia paterna fue un proceso lento y exigente, en el que Javiera se fue acomodando cuando “el personaje dejó de ser más grande que la abuela”, según ella.
“Me costaba mucho asumir su historia, su suicidio; me daba mucha pena”, explica. “Pero con el tiempo he ido endulzando su recuerdo, comprendiendo a la mujer que ella era por muchos más lados: frágil, dulce, tierna. Como que entender a la Viola y sus matices ha tenido que ver con entenderme a mí y a todas las mujeres”.
Su venidero disco, ya en etapa de preproducción, será la prueba no sólo de esa renovada convicción en la profundidad de su abuela, sino también un símbolo poderoso para su propia carrera como cantautora. El primer álbum de tributo a Violeta Parra de Javiera & Los Imposibles será también el primero luego del nacimiento del primer hijo de Javiera y un período de pausa en la banda que varios interpretaron como una disolución. Hasta ahora, ella y el guitarrista Cristián López han estado trabajando sobre nuevas versiones de “Arauco tiene una pena”, “Según el favor del viento” y “En los jardines humanos” (“Es una barca de amores”).
“Las canciones de la Violeta tienen un peso específico que es imposible de superar”, confirma Javiera, “y obviamente no es lo que pretendemos. Las letras le quedan como poncho a cualquiera, por su intensidad, por lo demandante que resulta cantarlas. Por eso creo que hemos ido dulcificando, sintetizando, atreviéndonos a un sonido más pop. Sí tengo clarísimo que no será un disco de rock, y hasta nos hemos ido por un lado medio easy-listening. Nunca he escuchado versiones de Violeta como éstas”.
Ya su hermano Ángel y su prima-hermana Tita habían abordado la música de Violeta en cuanto abuela (ver recuadro con discos tributo), e Isabel y Ángel, los dos únicos hijos del primer matrimonio de Violeta (con Luis Cereceda), difundieron en los años sesenta incluso versos que Violeta no llegó jamás a musicalizar. Se observa entre los cercanos a la artista casi una compulsión por dejar testimonio de su influencia, pues hay tributos a Violeta en innúmeros discos, libros, montajes escénicos y poemas. Chile tiene, incluso, un Club Deportivo Violeta Parra. Este mismo artículo debe interpretarse como un saludo entusiasta a su estatura artística, que sirve como un rasero esperanzador sobre la identidad y la expresión chilenas.
Costaría encontrar músicos latinoamericanos que no la conozcan. “Aun cuando se ponga de moda ser folclórico, Violeta Parra va a ser inabarcable” escribió Silvio Rodríguez en la introducción al cancionero Virtud de los elementos (2005). “Hay cosas que las modas no podrán alcanzar, ni los ismos ni ciertas corrientes. Se puede poner de moda una manera de cantar, de hablar, de vestirse y hasta de ser (o aparentar que se es); pero la tierra, las montañas, el mar y el cielo fueron desde hace mucho configuraciones esenciales, como la Viola y como ella dejaron su señal”. Según Charly García, “¡te juro que envidio a Violeta Parra por haber hecho ‘Volver a los 17’!”.
Como tantos artistas de idea fija y aspiraciones elevadas, Violeta Parra no estaba para minucias prácticas como la celebración de su cumpleaños. Isabel, su hija mayor, no recuerda haber pasado ningún 4 de octubre con una torta sobre la mesa familiar. Por eso, las actividades venideras en su memoria son un modo “de pagar la deuda de noventa cumpleaños”, según ella. Además de la citada exhibición de arpilleras en el subterráneo de La Moneda, se apresta ya la edición de un libro de gran formato que cataloga su obra plástica y la reedición de algunos de sus discos (ver recuadro). Una gran carpa, cómo no, acogerá ese día de octubre a familiares, amigos e invitados musicales de renombre internacional, y que la Fundación Violeta Parra ya “selecciona con pinzas” junto a tres productores profesionales. Por ahora, es algo así como un secreto. Más tarde será un estruendo. “La gente va a llegar en masa a cantar”, confía Isabel, “y brotarán muchas cosas”. Al menos ese día, el canto de todos será su propio canto.
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