lunes, 15 de agosto de 2016

IMPOSTURAS INTELECTUALES 2 A. Sokal y J. Bricmont.

  
 IMPOSTURAS INTELECTUALES 2  A. Sokal y J. Bricmont.
9. ¿Por qué criticar a estos autores y no a otros?

Se nos ha sugerido una larga lista de «otros», tanto en la prensa co• mo a través de cartas: dicha lista comprende prácticamente todas las aplicaciones de las matemáticas a las ciencias sociales (por ejemplo la economía), las especulaciones ofrecidas por físicos en sus libros de di• vulgación (por ejemplo Hawking, Penrose), la sociobiología, la ciencia cognitiva, la teoría de la información, la interpretación de la mecánica cuántica según la escuela de Copenhague y el uso de conceptos y fór• mulas científicos por Hume, La Mettrie, D'Holbach, Helvetius, Condi- llac, Comte, Durkheim, Pareto, Engels y muchos otros.12
Permítasenos empezar diciendo que esta cuestión es irrelevante para la validez o invalidez de nuestros argumentos; en el mejor de los casos, se puede usar para sembrar sospechas sobre nuestras intenciones. En el su• puesto de que hubiese otros abusos tan exagerados como los de Lacan o Deleuze, ¿cómo se podrían justificar éstos con aquéllos?


12. Véanse, por ejemplo, Lévy-Leblond (1997) y Fuller (1998).

No obstante, ya que se nos pregunta tan a menudo sobre las bases de nuestra «selección», intentaremos responder brevemente. Ante todo, no pensamos escribir una enciclopedia en diez volúmenes sobre el «sinsen- tido desde Platón» ni tenemos capacidad para hacerlo. Nuestro alcance es limitado: en primer lugar a los abusos en aquellos campos en los que podemos hacer valer alguna competencia, es decir, en matemáticas y físi• ca;13 en segundo lugar, a los abusos que están de moda en ciertos círculos intelectuales influyentes; y tercero, a abusos que no han sido analizados previamente en detalle. No obstante, incluso bajo estas restricciones, no afirmamos que nuestro conjunto de ejemplos sea exhaustivo o que cons• tituya un «género natural». Sokal simplemente tropezó con muchos de estos textos durante la redacción de su parodia y decidimos, tras refle• xionar, que valía la pena hacerlos públicos.
Sostenemos que hay profundas diferencias entre los textos aquí ana• lizados y casi todos los otros ejemplos que nos han sido sugeridos. Es evi• dente que los autores citados en este libro no tienen más que una vaga comprensión de los conceptos científicos que invocan y, lo que es más importante, que no dan ni un solo argumento que justifique la pertinen• cia de esos conceptos científicos para los temas que pretenden estudiar. Lo que hacen es dejar caer términos, más que razonar erróneamente. De modo que, aunque es muy importante evaluar críticamente los usos de las matemáticas en las ciencias sociales y las afirmaciones filosóficas o es• peculativas hechas por científicos naturales, dichas tareas son diferentes y mucho más delicadas que la nuestra.14
Una pregunta relacionada es:


10. ¿Por qué escribir un libro sobre ese tema y no sobre asuntos más serios? El posmodernismo, ¿es un peligro tan grande para la civilización?

En primer lugar, ésta es una pregunta bien extraña. Supongamos que alguien descubriese documentos sobre la historia de Napoleón y escri-

13. Sería interesante llevar a cabo un proyecto similar sobre el abuso de la biología, la infor• mática o la lingüística, pero dejamos esta tarea a personas más cualificadas que nosotros.
14. Citemos de paso dos ejemplos del segundo tipo de crítica, debidos a uno de nosotros: un aná• lisis detallado de los libros de divulgación de Prigogine y Stengers sobre el caos, la irreversibilidad y el sentido del tiempo (Bricmont, 1995a), y una crítica de la interpretación de Copenhague de la mecáni• ca cuántica (Bricmont, 1995b). En nuestra opinión, Prigogine y Stengers ofrecen al público una visión distorsionada de los temas que tratan, pero sus abusos ni se acercan siquiera a los que analizamos en este libro. Por su parte, las deficiencias de la interpretación de Copenhague son mucho más sutiles.
INTRODUCCIÓN 33

biese un libro. ¿Se le ocurriría a alguien preguntarle si piensa que ese te• ma es más importante que la Segunda Guerra Mundial? Su respuesta, y la nuestra, sería que un autor escribe sobre un tema por dos motivos: porque es competente y porque puede hacer alguna contribución origi• nal. Su tema no coincidirá, a menos que sea particularmente afortunado, con el problema más importante del mundo.
No creemos, por supuesto, que el posmodernismo sea un gran peli• gro para la civilización. Visto a escala mundial, es un fenómeno más bien marginal, y hay otras formas mucho más peligrosas de irraciona- lismo -como, por ejemplo, el integrismo religioso-. Sin embargo, cree• mos que la crítica del posmodernismo es útil por razones intelectuales, pedagógicas, culturales y políticas; retomaremos estas cuestiones en el Epílogo.

Por último, para evitar polémicas estériles y «refutaciones» fáciles, queremos insistir en el hecho de que esta obra no es un panfleto dere• chista contra intelectuales de izquierda, ni un ataque imperialista norte• americano contra la intelligentsia parisina, ni siquiera una simple llama• da al «sentido común». De hecho, el rigor científico que postulamos conduce a menudo a resultados ajenos al «sentido común»; el oscuran• tismo, la confusión mental, las actitudes anticientíficas y la veneración cuasi religiosa de los «grandes intelectuales» no son atributos de la iz• quierda; y basta con observar el entusiasmo de una parte de la intelli• gentsia norteamericana por el «posmodernismo» para darse cuenta de que el fenómeno es de alcance internacional. Queremos resaltar muy especialmente que nuestra crítica no está en modo alguno inspirada por ese «nacionalismo y proteccionismo teórico» que el escritor francés Di- dier Eribon cree haber detectado en los trabajos de determinados críti• cos estadounidenses.15 El deseo que nos anima es muy simple: denunciar la impostura y la deshonestidad intelectuales, cualquiera que sea su pro• cedencia. Si una parte importante del «discurso» posmoderno de los medios académicos ingleses y norteamericanos contemporáneos es de inspiración francesa, es igualmente cierto que, desde hace tiempo, los intelectuales de lengua inglesa le han dado a ese discurso un acento real• mente autóctono.16


15. Eribon (1994, pág. 70).
16. Retomaremos estos temas culturales y políticos en el Epílogo.
34 IMPOSTURAS INTELECTUALES PLAN DE LA OBRA
El plan de esta obra se resume en pocas palabras: hacer un análisis de los textos, autor por autor. Para facilitar la comprensión a los lectores no especialistas, hemos incluido, en notas a pie de página, breves explica• ciones de los conceptos científicos pertinentes, así como referencias bi• bliográficas a buenas obras de divulgación o semidivulgación.
Habrá quien piense que nos tomamos estos textos demasiado en se• rio, y en cierto sentido están en lo cierto. Pero como hay mucha gente que los toma en serio, creemos que vale la pena analizarlos con el máxi• mo rigor. En algunos casos, y aun a riesgo de aburrir al lector, incluire• mos citas bastante largas con el fin de convencerle de que no hemos de• formado en absoluto su sentido tomando frases fuera de contexto.
Además de los abusos en sentido estricto, también hemos analizado determinadas confusiones científicas y filosóficas que subyacen en gran parte del pensamiento posmoderno. En primer lugar, abordaremos el problema del relativismo epistémico, mostrando cómo una serie de ideas procedentes de la historia y de la filosofía de las ciencias carecen de aquellas consecuencias radicales que con frecuencia se les ha atribuido (capítulo 3). A continuación, nos detendremos en algunos malententidos relativos a la teoría del caos y la denominada «ciencia posmoderna» (ca• pítulo 6). En el Epílogo, por último, situaremos nuestra crítica en un contexto cultural más amplio.

Capítulo 1

Jacques Lacan

Lacan dota, finalmente, al pensamiento de Freud de los conceptos científi• cos que exige.
LOUIS ALTHUSSER, Écrits sur la psychanalyse, 1993, pág. 50.

Como él mismo dice, Lacan es un autor cristalino.
JEAN-CLAUDE MILNER, L'ceuvre claire, 1995, pág. 7.

Jacques Lacan fue uno de los psicoanalistas más famosos y más influ• yentes de nuestro siglo. Cada año se dedican decenas de libros y artícu• los al análisis de su obra. Según sus discípulos, Lacan ha revolucionado la teoría y la práctica psicoanalíticas; en opinión de sus detractores, es un charlatán y sus escritos son pura palabrería. No vamos a entrar en el de• bate sobre la parte propiamente psicoanalítica de sus trabajos, sino que nos limitaremos a analizar sus numerosas referencias matemáticas con el fin de demostrar que Lacan ilustra a la perfección, en diferentes pasajes de su obra, los abusos citados en la introducción.

LA «TOPOLOGÍA PSICOANALÍTICA»

El interés de Lacan por las matemáticas se centra principalmente en la topología, rama que estudia (entre otras cosas) las propiedades de los objetos geométricos -superficies, sólidos, etc.- que permanecen inmu• tables cuando el objeto se deforma sin romperse ni desgarrarse. (Según la broma clásica, un topólogo es incapaz de distinguir entre un anillo y
una taza, ya que ambos son objetos sólidos con un solo orificio.) En los escritos de Lacan de los años cincuenta existen ya algunas referencias a la topología, pero la primera discusión extensa y publicada data de 1966, en ocasión de una célebre conferencia sobre The Languages ofCri- ticism and the Sciences of Man, celebrado en la Universidad de Johns Hopkins (Estados Unidos). Veamos un extracto:

Este diagrama [la cinta de Moebius]1 se puede considerar como la base de una especie de inscripción fundamental en el origen, en el nudo que consti• tuye el sujeto. Esto llega bastante más lejos de lo que imagináis a primera vista, ya que podéis buscar el tipo de superficie capaz de recibir esta clase de inscripciones. Quizá veréis que la esfera, aquel viejo símbolo de la totalidad, no se presta a ello. Un toro, una botella de Klein, una superficie entrecruza• da (cross-cut),2 son capaces de recibir un corte de esas características. Y esta diversidad es muy importante, porque explica muchas cosas acerca de la es• tructura de la enfermedad mental. Si se puede simbolizar el sujeto median• te este corte fundamental, del mismo modo se puede mostrar que un corte en un toro corresponde al sujeto neurótico, y en una superficie entrecruza• da, a otro tipo de enfermedad mental (Lacan, 1970, págs. 192-193).

Seguramente el lector se estará preguntando qué relación existe entre estos distintos objetos topológicos y la estructura de las enfermedades mentales. Nosotros también; y el resto del texto de Lacan no aporta na• da que clarifique la cuestión, pese a que el propio autor insiste en que su topología «explica muchas cosas». En el debate que siguió a su exposi• ción aparece el diálogo siguiente:

Harry Woolf: ¿Puedo preguntar si esa aritmética fundamental y esa topolo• gía no son, en sí mismas, un mito o simplemente, en el mejor de los casos, una analogía para explicar la vida de la mente?
Jacques Lacan: ¿Analogía de qué? «S» designa algo que puede ser escrito exactamente como S. Y he dicho que la «S» que designa al sujeto es instru• mento, materia, para simbolizar una pérdida. Una pérdida que tú experi• mentas como sujeto (y yo también). En otras palabras, ese hiato que existe

1. Una cinta de Moebius se puede construir con una tira rectangular de papel, girando uno de sus lados cortos 180° y uniéndolo al otro lado corto. Se consigue así una superficie de una sola cara cuyos «anverso» y «reverso» están conectados por un recorrido continuo.
2. Un toro es la superficie formada por un neumático hueco. Una botella de Klein es algo pa• recido a una cinta de Moebius, pero sin borde; sólo se puede representar en un espacio euclidiano de, como mínimo, cuatro dimensiones. El cross-cap (gorro entrecruzado), al que Lacan llama cross- cut, seguramente por un error de transcripción, es otro tipo de superficie.
JACQUES LACAN 37

entre una cosa que tiene unos significados marcados y esta otra cosa que es mi discurso real, el que intento colocar en el lugar en el que estáis, voso• tros no como otros sujetos, sino como personas que sois capaces de com• prenderme. ¿Dónde esta lo análogo? Esa pérdida existe o no existe. Si existe, sólo es posible designarla mediante un sistema de símbolos. En to• do caso, la pérdida no existe antes de que esta simbolización indique su ubicación. Esto no es una analogía. Es realmente, en alguna parte de las realidades, esta especie de tofo. Este toro existe en realidad y constituye exactamente la estructura del neurótico. No se trata de un análogo; tam• poco es una abstracción, pues una abstracción es una especie de reducción de la realidad, y yo pienso que es la mismísima realidad (Lacan, 1970, págs. 195-196).

Una vez más, Lacan no aporta ningún argumento para sostener su afir• mación perentoria, según la cual el toro «constituye exactamente la es• tructura del neurótico» (signifique esto lo que signifique). Además, cuan• do se le pregunta explícitamente, ¡niega que se trate simplemente de una analogía!
A medida que pasaban los años, el gusto de Lacan por la topología iba en aumento. Una conferencia de 1972 empieza jugueteando con la etimología del término (del griego topos, lugar + logos, palabra):

En este espacio de goce [jouissance], tomar algo acotado o cerrado [bor• ne, fermé] constituye un lugar [lieu\, y hablar de ello constituye una topología (Lacan, 1975a, pág. 14; seminario celebrado en 1972).*

En esta frase, Lacan utiliza cuatro términos matemáticos («espacio»,
«acotado», «cerrado» y «topología»), pero sin tener en cuenta su signifi• cado. Desde un punto de vista matemático, esta frase no quiere decir na• da. Por lo demás -y ello es lo más importante-, Lacan no explica nunca la pertinencia de estos conceptos matemáticos para el psicoanálisis. Aunque el concepto de «goce» tuviera un significado claro y preciso, La• can no aporta ninguna razón que permita considerarlo como un «espa• cio» en el sentido técnico de esta palabra en topología. Aun así, prosigue diciendo:

En un escrito que pronto será publicado y que es el filo del cuchillo de mi dis• curso del año pasado, creo demostrar la estricta equivalencia de topología y

* Citamos con algunas modificaciones la traducción castellana. El seminario, libro XX, Aún, 1972-1973, Barcelona, Paidós, 1995. (N. dele.)

estructura.3 Si nos guiamos por esto, es una geometría lo que distingue al ano• nimato de aquello de lo que hablamos como goce, o sea de lo que el derecho ordena. Una geometría es la heterogeneidad del lugar, es decir, que hay un lu• gar del Otro.4 De este lugar del Otro, de un sexo como Otro, como Otro ab• soluto, ¿qué nos permite afirmar el desarrollo más reciente de la topología?

3. Según la nota del traductor y según Roustang (1986, pág. 91), la referencia a «mi discurso del año pasado» es a Lacan (1973). Así pues, hemos releído este artículo y buscado la «demostra• ción» prometida de «la estricta equivalencia de topología y estructura». Pues bien, el artículo con- 'tiene largas meditaciones (francamente extravagantes) en las que se mezclan topología, lógica, psi• coanálisis, filosofía griega y prácticamente toda otra disciplina que uno sea capaz de imaginar -más abajo citaremos un breve extracto (págs. 47-50)-, pero por lo que respecta a la supuesta equivalen• cia entre topología y «estructura», sólo existe el pasaje siguiente:

La topología no está «hecha para guiarnos» en la estructura. La estructura lo es en sí mis• ma -como una retroacción del orden secuencial en que consiste en lenguaje.
La estructura es lo aesférico oculto en la articulación lingüística en tanto un efecto de su• jeto se apodera de ella.
Es evidente que, por lo que se refiere al significado, éste «se apodera» de la subfrase, pseu- domodal, se refleja desde el objeto mismo que, como verbo, envuelve en su sujeto gramatical, y que hay un falso efecto de sentido, una resonancia de lo imaginario inducida por la topología, según que el efecto de sujeto cree un torbellino de aesfera [sic] o que lo subjetivo de este efec• to se «refleje» a partir de él.
Hay que diferenciar aquí la ambigüedad que se inscribe del significado, o sea, del bucle del corte, y la sugestión del orificio, es decir, de estructura, que da sentido a dicha ambigüedad (Lacan, 1973, pág. 40).
Debido a la extrema oscuridad del lenguaje de Lacan reproducimos el texto original en francés: La topologie n'est pas «faite pour nous guider» dans la structure. Cette structure, elle l'est
-comme rétroaction de Fordre de chaine dont consiste le langage.
La structure, c'est l'asphérique recelé dans l'articulation langagiére en tant qu'un effet de sujet s'en saisit.
II est clair que, quant á la signification, ce «s'en saisit» de la sous-phrase, pseudo-modale, se repercute de l'objet méme que comme verbe il enveloppe dans son sujet grammatical, et qu'il y a faux effet de sens, résonance de l'imaginaire induit de la topologie, selon que l'effet de su• jet fait tourbillon d'asphére ou que le subjectif de cet effet s'en «réfléchit».
II y a ici á distinguer l'ambigüité qui s'inscrit de la signification, soit de la boucle de la cou- pure, et la suggestion de trou, c'est-a-dire de structure, qui de cette ambigüité fait sens (Lacan, 1973, pág. 40).

Si dejamos a un lado las mistificaciones de Lacan, es fácil comprender la relación entre topología y estructura, aunque depende de lo que se entienda por «estructura». En un sentido amplio -o sea, in• cluyendo las estructuras lingüísticas, sociales, etc., así como las estructuras matemáticas-, esta no• ción, evidentemente, no se puede reducir al concepto puramente matemático de «topología». En cambio, en un estricto sentido matemático, se ve fácilmente que la topología constituye un tipo de estructura, pero que existen otros muchos: estructura de orden, estructura de grupo, estructura de espacio vectorial, estructura de variedad, etc.
4. En todo caso, si estas dos frases tienen algún sentido, no guardan ninguna relación con la geometría.
Introduciré aquí el término de «compacidad».5 Nada más compacto que una falla, suponiendo aceptado que la intersección de todo lo que allí se en• cierra existe en un número infinito de conjuntos, de donde resulta que la in• tersección implica ese número infinito. Esta es la definición misma de com• pacidad. (Lacan, 1975a, pág. 14).

En absoluto: aunque Lacan usa varias palabras clave de la teoría mate• mática de la compacidad (véase la nota 5), las mezcla arbitrariamente y sin preocuparse de su significado. Su «definición» de la compacidad no es sólo falsa, sino que está desprovista de sentido. Por lo demás, este «de• sarrollo más reciente de la topología» se remonta a 1900-1930.
Jacques Lacan sigue diciendo lo siguiente:

Esta intersección de la que hablo es la misma que presenté antes como lo que cubre o hace de obstáculo a la supuesta relación sexual.
«Supuesta» solamente, pues declaro que el discurso analítico no se sos• tiene sino en el enunciado de que no existe tal cosa, de que es imposible es• tablecer [poser] la relación sexual. En ello estriba el avance del discurso ana• lítico, y así es como determina cuál es realmente el estatuto de todos los demás discursos.
Denominamos aquí el punto que cubre la imposibilidad de la relación sexual como tal. El goce, en tanto que sexual, es fálico, es decir, no se rela• ciona con el Otro en cuanto tal.
Sigamos aquí el complemento de esta hipótesis de compacidad.
La topología que califiqué de más reciente, partiendo de una lógica construida sobre la interrogación del número, que conduce a la institución


5. La compacidad es un concepto técnico importante en topología, pero algo difícil de explicar. Digamos solamente que, en el siglo XIX, los matemáticos (Cauchy, Weierstrass y otros) asentaron el análisis matemático sobre bases sólidas al dar un sentido preciso al concepto de límite. En un princi• pio, dichos límites se utilizaban para las series de números reales. Poco a poco, se vio que había que hacer extensiva esta noción a los espacios defunciones (por ejemplo, para estudiar las ecuaciones di• ferenciales o integrales). La topología nació, hacia el año 1900, en parte gracias a estos estudios. Aho• ra bien, entre los espacios topológicos cabe distinguir los espacios compactos, que son (simplificamos un poco, limitándonos a los espacios métricos) aquellos en los cuales toda sucesión de elementos ad• mite una subsucesión que posee un límite. Otra definición más general, pero de la que se puede de• mostrar la equivalencia con la primera en el caso de los espacios métricos, dice que un espacio es com• pacto si toda familia de conjuntos cerrados cuya intersección es vacía posee una subfamilia finita cuya intersección es igualmente vacía. Una tercera definición, equivalente a la segunda, dice que un espa• cio es compacto si todo recubrimiento por conjuntos abiertos posee un subrecubrimiento finito. En el caso especial de los subconjuntos de los espacios euclidianos de dimensión finita, un conjunto es com• pacto si y sólo si es cerrado y acotado. Subrayemos que todas las palabras anteriores que aparecen en cursiva son términos técnicos con definiciones muy precisas, que descansan en general sobre una ca• dena bastante larga de definiciones y teoremas.

de un lugar que no es el de un espacio homogéneo, nos proporciona una fór• mula. Tomemos el mismo espacio acotado, cerrado, que se supone institui• do, el equivalente de lo que hace poco establecí como intersección que se extiende hasta el infinito. Si lo suponemos recubierto de conjuntos abiertos, es decir, que excluyen su límite -para darles una imagen rápida, el límite es lo que se define como algo más grande que un punto, más pequeño que otro, pero en ningún caso igual ni al punto de partida ni al punto de llega• da-6 se demuestra que es equivalente decir que el conjunto de estos espacios abiertos permite siempre un subrecubrimiento de espacios abiertos, que constituye una finitud, o sea, que la serie de los elementos constituye una se• rie finita.
Podrán notar que no he dicho que se puedan contar. Y, sin embargo, eso es lo que implica el término finito. A la postre, los contamos, uno por uno. Pero antes de hacerlo, será necesario encontrarles un orden y no podemos, sin más, suponer que este orden pueda encontrarse.7
En todo caso, ¿qué implica la finitud demostrable de los espacios abier• tos capaces de recubrir el espacio acotado y cerrado en el caso del goce se• xual? Que dichos espacios pueden tomarse uno por uno -y ya que estoy ha• blando del otro polo, pongámoslo en femenino- una por una.
Es precisamente esto lo que sucede en el espacio del goce sexual, que por ello resulta ser compacto (Lacan, 1975a, págs. 14-15).

Este texto ilustra perfectamente dos «fallas» en el discurso de Lacan. To• do se funda -en el mejor de los casos- en analogías entre topología y psi• coanálisis que no están justificadas por ningún argumento. Pero, en rea• lidad, incluso los enunciados matemáticos carecen de sentido.
A mediados de la década de los setenta, las preocupaciones topo- lógicas de Lacan se orientaron hacia la teoría de los nodos: véanse, por ejemplo, Lacan (1975a, págs. 107-123) y, sobre todo, Lacan (1975b-e). Si se desea profundizar en la historia detallada de las obsesiones topo- lógicas de este autor, recomendamos Roudinesco (1993, págs. 463-496). Los discípulos de Lacan han realizado exposiciones completas de su to• pología psicoanalítica: véanse, por ejemplo, Granon-Lafont (1985, 1990),



6. En esta frase, Lacan da una definición incorrecta de conjunto abierto y una «definición» de límite desprovista de sentido. Pero eso no son sino aspectos de segundo orden si se comparan con la confusión global del discurso.
7. Este párrafo es pura pedantería: es evidente que si el conjunto es finito, en principio se puede «contar» y «ordenar». Todas las discusiones matemáticas sobre la enumerabilidad (véase no• ta 3, pág. 55) o acerca de la posibilidad de ordenar los conjuntos están motivadas por los conjuntos infinitos.
Vappereau (1985, 1995), Nasio (1987, 1992), Darmon (1990) y Leupin
(1991).


LOS NÚMEROS IMAGINARIOS

La predilección de Lacan por las matemáticas no es, ni mucho me• nos, marginal en su obra. Ya en los años cincuenta, sus escritos estaban repletos de grafos, fórmulas y «algoritmos». Entre las referencias mate• máticas, citaremos, a modo de ejemplo, este extracto de un seminario ce• lebrado en 1959:

Si me permitís utilizar una de esas fórmulas que se me ocurren cuando es• cribo mis notas, la vida humana se podría definir como un cálculo en el que el cero sería irracional. Esta fórmula no es más que una imagen, una metá• fora matemática. Cuando digo «irracional», no me refiero a cualquier esta• do emocional insondable, sino precisamente a lo que se denomina un nú• mero imaginario. La raíz cuadrada de menos uno no se corresponde con nada que esté sometido a nuestra intuición, con nada real -en el sentido ma• temático del término- y, no obstante, se debe conservar con toda su función (Lacan, 1977a, págs. 28-29, seminario celebrado en el año 1959).

En esta cita, Lacan confunde los números irracionales con los números imaginarios, aunque pretende ser «preciso». En realidad, ambos tipos de números no tienen nada que ver entre sí.8 Subrayemos que el significado matemático de los términos «irracional» e «imaginario» no tiene nada que ver con su significado ordinario o filosófico. Es cierto que, en este caso, Lacan habla prudentemente de metáfora, aun cuando no es fácil ver la función teórica que dicha metáfora (la vida humana como «cálcu• lo en el que el cero sería irracional») pueda desempeñar. Sin embargo, un año después, desarrolló un poco más el papel psicoanalítico de los nú• meros imaginarios:

Por nuestra parte, empezaremos por lo que se articula en la sigla S(0), que es, ante todo, un significante. (...) Y puesto que la batería de significan-

8. Un número se llama «irracional» cuando no se puede expresar como la razón de dos nú• meros enteros: por ejemplo, la raíz cuadrada de 2, o 7t. (En cambio, cero es un número entero y, por tanto, necesariamente racional) Los números «imaginarios», por su parte, se introducen como so• luciones de las ecuaciones polinómicas que tienen soluciones entre los números reales: por ejemplo x2 + 1 = 0, una de cuyas soluciones será i = V^T y la otra -i.

tes, en cuanto tal, es por eso mismo completa, este significante no puede ser más que un trazo que se traza desde su círculo sin que se pueda contar co• mo parte de él. Puede simbolizarse mediante la inherencia de un (-1) en el conjunto total de los significantes.
Como tal, es impronunciable, pero no así su operación, ya que ésta es la que se produce cada vez que es pronunciado un nombre propio. Su enun• ciado se iguala a su significado.
Así, calculando ese significado según el método algebraico que utiliza• mos, tendremos:

S (significante) / • j \
—; . ,r.—5—r- = s (enunciado), s (significado)

siendo S = (-1), da como resultado: s = V-l
(Lacan, 1971a, pág. 181; seminario celebrado en 1960).

Aquí, Lacan se burla del lector. Incluso si su «álgebra» tuviera algún sen• tido, es evidente que el «significante», el «significado» y el «enunciado» que allí aparecen no son números, y la barra horizontal (símbolo elegido arbitrariamente) no indica la división de dos números. Por consiguiente, sus «cálculos» son pura fantasía.9 Sin embargo, dos páginas más adelan• te, Lacan retoma este mismo tema:

No hay duda de que Claude Lévi-Strauss, comentando a Mauss, ha queri• do reconocer en él el efecto de un símbolo cero. Pero, en nuestro caso, más bien parece tratarse del significante de la falta de dicho símbolo cero. Y por eso hemos indicado, aun a riesgo de atraer sobre nosotros un cierto grado de opro• bio, hasta dónde hemos llevado la distorsión del algoritmo matemático para adaptarlo a nuestro uso: el símbolo y-1, que todavía se representa mediante una / en la teoría de los números complejos, sólo se justifica, evidentemente, por el hecho de no aspirar a ningún automatismo en su uso subsiguiente.
(...)
Es así como el órgano eréctil viene a simbolizar el lugar del goce, no en sí mismo, ni siquiera en forma de imagen, sino como parte que falta en la imagen deseada: de ahí que sea equivalente al V^l del significado obtenido más arriba, del goce que restituye, a través del coeficiente de su enunciado, a la función de falta de significante: (-1) (Lacan, 1971a, págs. 183-185).



9. Para una exégesis del «algoritmo» de Lacan, casi tan ridicula como el original, véase Nancy y Lacoue-Labarthe (1990, parte I, capítulo 2).
Tenemos que reconocer que es preocupante ver cómo nuestro órgano eréctil se identifica con V^T. Eso nos hace pensar en Woody Alien, quien, en El dormilón (Sleeper, 1973), se opone a la reprogramación de su cere• bro con las palabras siguientes: «¡No podéis tocar mi cerebro, es mi se• gundo órgano favorito!».


LA LÓGICA MATEMÁTICA

En algunos textos, Lacan ejerce menos violencia sobre las matemáti• cas. En la cita siguiente, por ejemplo, menciona dos problemas funda• mentales de la filosofía de las matemáticas: la naturaleza de los objetos matemáticos y, en particular, de los números naturales (1,2 , 3...), y la va• lidez de los razonamientos por «inducción matemática» (si una propie• dad es verdadera para el número 1 y si se puede demostrar que el hecho de que sea verdadera para el número n implica que también sea verdade• ra para el número «+1 , entonces se puede deducir que la propiedad es verdadera para todos los números naturales):

Después de quince años, he enseñado a mis alumnos a contar como máximo hasta cinco, lo que ya es difícil (cuatro es más fácil), y por lo menos lo han comprendido. Pero esta tarde permitidme que no pase de dos. Obviamente, de lo que nos ocuparemos ahora es de la cuestión del entero, y hay que de• jar bien sentado que la cuestión de los enteros no es sencilla, como bien sa• ben -creo- muchas de las personas aquí reunidas. Sólo es necesario tener, por ejemplo, un cierto número de conjuntos y una correspondencia de uno a uno. Es verdad, por ejemplo, que en esta sala hay exactamente tantas per• sonas sentadas como sillas hay. Sin embargo, para constituir un entero, o lo que se ha dado en llamar un número natural, hay que disponer de una co• lección compuesta de enteros. Desde luego, en parte es natural, pero sólo en el sentido de que no entendemos por qué existe. Contar no es un hecho em• pírico y es imposible deducir el acto de contar a partir de datos exclusiva• mente empíricos. Hume lo ha intentado, pero Frege ha demostrado perfec• tamente la inutilidad del intento. La verdadera dificultad procede de que cada entero es, en sí mismo, una unidad. Si tomo el dos como unidad, las co• sas son muy agradables, hombre y mujer por ejemplo -¡el amor más la uni• dad!-, pero transcurrido algún tiempo, todo se acaba, después de esos dos no hay nadie más, quizás un niño, pero se trata de otro nivel y engendrar tres ya es otra cosa. Cuando intentáis leer las teorías de los matemáticos relativas a los números, encontráis la fórmula «n más 1» («+1) como la base de todas las teorías (Lacan, 1970, págs. 190-191).

Hasta aquí, nada grave: los que están familiarizados con el tema pueden reconocer las vagas alusiones a los debates clásicos (Hume/Frege, induc• ción matemática) y diferenciarlas de las afirmaciones discutibles (por ejemplo, ¿qué quiere decir «la verdadera dificultad procede de que cada entero es, en sí mismo, una unidad»?). Pero a partir de aquí, el razona• miento de Lacan se hace cada vez más oscuro:

Esta cuestión del «uno más» es la clave de la génesis de los números, y en lu• gar de esta unidad unificadora que constituye el dos en el primer caso, pro• pongo que consideréis la verdadera génesis numérica del dos.
Es necesario que este dos constituya el primer entero que aún no ha naci• do como número antes de que aparezca el dos. Y lo habéis hecho posible, ya que el dos está ahí para dar existencia al primer uno: poned el dos en lugar del uno y, consiguientemente, en el lugar del dos veréis aparecer el tres. Lo que te• nemos aquí es algo a lo que puedo llamar marca. Ya tenéis algo que está mar• cado o algo que no está marcado. Con la primera marca tenemos el estatuto de la cosa. Exactamente de este modo Frege explica la génesis del número; la cla• se que está caracterizada por ningún elemento es la primera clase; tenéis el uno en el lugar del cero y luego es fácil comprender cómo el lugar del uno se transforma en el segundo lugar, que deja sitio para el dos, tres y así sucesiva• mente (Lacan, 1970, pág. 191; cursiva del autor).10

Y en este momento de oscuridad Lacan introduce, sin explicación, el pretendido nexo con el psicoanálisis:

Para nosotros, la cuestión del dos es la cuestión del sujeto, y es aquí donde llegamos a un hecho de la experiencia psicoanalítica, dado que el dos no completa el uno para hacer dos, sino que debe repetir el uno para hacer po• sible la existencia del uno. Basta con esta primera repetición para explicar la génesis del número y esta única repetición basta para constituir el estatuto del sujeto. El sujeto inconsciente es algo que tiende a repetirse, pero sólo es necesaria una repetición para constituirlo. No obstante, analicemos más de• tenidamente lo que se necesita para que el segundo repita al primero con el fin de que podamos tener una repetición. No debemos responder demasia• do rápido a esta cuestión. Si respondéis demasiado rápido, diréis que hace


10. Esta última frase quizá sea una alusión, bastante confusa, a un procedimiento técnico que se emplea en lógica matemática para definir, en términos de conjuntos, los números naturales: se identifica 0 con el conjunto vacío 0 (es decir, el conjunto que no tiene ningún elemento); luego se identifica 1 con el conjunto (01 (o sea, el conjunto cuyo único elemento es 0); luego se identifica
falta que sean los mismos. En este caso, el principio del dos sería el de los gemelos -y, ¿por qué no de los trillizos o quintillizos?-. En mi época se en• señaba a los niños que no tenían que sumar, por ejemplo, micrófonos y dic• cionarios, aunque eso es completamente absurdo, pues si no fuésemos ca• paces de sumar micrófonos y diccionarios o, como dice Lewis Carroll, coles y reyes, no tendríamos suma. La identidad no está en las cosas, sino en la marca que permite la suma de cosas sin considerar sus diferencias. El efecto de la marca consiste en borrar la diferencia, y eso es la clave de lo que le ocu• rre al sujeto, el sujeto inconsciente en la repetición. Puesto que sabéis que el sujeto repite algo especialmente significativo, el sujeto está aquí, por ejem• plo, en esta cosa oscura a la que llamamos, en algunos casos, trauma o pla• cer exquisito (Lacan, 1970, págs. 191-192; cursiva del autor).

A continuación, Lacan intenta relacionar la lógica matemática con la lin• güística:

Sólo he analizado el comienzo de la serie de los enteros, porque consti• tuye un punto intermedio entre el lenguaje y la realidad. El lenguaje está constituido por el mismo género de rasgos unitarios que he utilizado para explicar el uno y el uno más. Pero en el lenguaje, este rasgo no es idéntico al rasgo unitario, puesto que en él tenemos una colección de rasgos dife• renciales. En otras palabras, podemos decir que el lenguaje está constitui• do por un conjunto de significantes -por ejemplo, ba, ta, pa, etc.-, un con• junto finito. Cada significante es capaz de sostener el mismo proceso respecto al sujeto, y es muy probable que el proceso de los enteros sólo sea un caso particular de esta relación entre significantes. Esta colección de sig• nificantes se puede definir diciendo que constituyen lo que denomino el Otro. La diferencia que ofrece la existencia del lenguaje consiste en que ca• da significante (al contrario del rasgo unitario del número entero) es, en la mayoría de los casos, no idéntico a sí mismo -precisamente porque tene• mos una colección de significantes y en dicha colección un significante pue• de designarse o no a sí mismo-. Es algo bien conocido y constituye el prin• cipio de la paradoja de Russell. Si cogéis el conjunto de todos los elementos que no se pertenecen a sí mismos,

x £ x

el conjunto formado por estos elementos conduce a una paradoja que, como sabéis, acaba en contradicción.11 En términos simples, eso sólo significa que
2 con el conjunto {0,(0}} (es decir, el conjunto que tiene los dos elementos 0 y (01); y así sucesiva• mente.
11. La paradoja a la que alude Lacan se debe a Bertrand Russell (1872-1970). Ante todo, ob• servemos que la mayoría de los conjuntos «normales» no se contienen a sí mismos como elementos.

en un universo de discurso no hay nada que contenga el todo,12 y aquí en• contráis de nuevo el hiato que constituye el sujeto. El sujeto es la introduc• ción de una pérdida en la realidad, aunque nada puede llevar a cabo esa in• troducción, porque, por su propio estatuto, la realidad es tan plena como es posible. La noción de pérdida es el efecto producido por el ejemplo del ras• go, que es lo que sitúa, con la intervención de la letra que determinéis -pon• gamos por caso a1; a2, a3-, y los lugares son espacios, para una falta (Lacan, 1970, pág. 193).

En primer lugar, a partir del momento en que Lacan pretende expresar• se «en términos simples», todo se oscurece. Pero lo más importante es que no se da ningún argumento para enlazar estas paradojas, que perte• necen a los fundamentos de las matemáticas, con «el hiato que constitu• ye el sujeto» en psicoanálisis. ¿Es posible que sólo se trate de impresio• nar al auditorio con una erudición superficial?
En resumen, este texto ilustra perfectamente los abusos 2 y 3 de nuestra lista: por un lado, Lacan hace alarde de sus conocimientos de lógica matemática ante un público no experto, pero, desde un punto de vista matemático, su exposición no es ni original ni pedagógica y, por otro, el vínculo con el psicoanálisis no se apoya en ningún argu• mento.13
En otros textos, incluso el contenido supuestamente «matemático» carece de sentido. Por ejemplo, en un artículo escrito en 1972, Lacan enuncia su célebre máxima -«n o hay relación sexual»- y traduce esta verdad evidente en sus famosas «fórmulas de sexuación»:14



Por ejemplo, el conjunto de todas las sillas no es una silla, el conjunto de todos los números natura• les no es un número natural, etc. Consideremos ahora el conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos como elementos. ¿Se contiene a sí mismo? Si se responde afirmativamente, entonces no puede pertenecer al conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos y, por lo tanto, la respuesta tendrá que ser negativa. Pero si se responde negativamente, entonces debe pertenecer al conjunto de todos los conjuntos que no se contienen a sí mismos y, por lo tanto, la res• puesta deberá ser afirmativa. Para solucionar esta paradoja, los lógicos han sustituido el concepto in• genuo de conjunto por diferentes teorías axiomáticas.
12. Quizá sea una alusión a una paradoja diferente (pero afín), desarrollada por Georg Cantor (1845-1918), sobre la no existencia del «conjunto de todos los conjuntos».
13. Véanse, por ejemplo, Miller (1977-1978) y Ragland-Sullivan (1990) para comentarios re• verentes sobre la lógica matemática de Lacan.
14. Puesto que el lenguaje de Lacan es sumamente oscuro y frecuentemente no respeta las nor• mas gramaticales, reproducimos íntegro el texto francés después de un intento de traducción.
Se puede mantener que todo se desarrolla alrededor de lo que yo pro• pongo sobre la correlación lógica de dos fórmulas, cuya expresión matemá• tica es Vx • <&x y 3x • <í>x, y que se enuncian como sigue:15
la primera, para cualquier valor de x, C>x se cumple, lo que se puede tra• ducir como V, que denota valor de verdad. Y esto, traducido al discurso analítico -el arte de dar sentido a las cosas- «quiere decir» que todo sujeto, por el hecho de ser tal, ya que es ahí donde radica el envite de este discurso, se inscribe en la función fálica para prevenir la ausencia de relación sexual (el arte de dar sentido a las cosas consiste precisamente en referirse a este sentido ausente);*
la segunda, existe por excepción el caso -familiar en matemáticas (el ar• gumento x = 0 en la función exponencial í/x)— según el cual existe una x pa• ra la que la función
Precisamente de ahí conjugo el todo de lo universal, más modificado de lo que uno puede imaginar en el paratodo del cuantor, al existe un con el que el cuántico le empareja, siendo patente su diferencia con lo que impli• ca la proposición a la que Aristóteles llama particular. Las conjugo partien• do de que ese existe un, que limita al paratodo, es lo que lo afirma o lo con• firma (lo que un proverbio ya objeta a la proposición contradictoria de Aristóteles).
(...)
Que yo enuncie la existencia de un sujeto para el poner de un decir que no a la función proposicional x, implica su inscripción de un cuan• tor del que la función se encuentra cortada porque, en este punto, no tie• ne ningún valor que se pueda denotar como verdadero, aunque tampoco como erróneo, lo falso sólo se puede considerar falsus en el sentido de fra• casado, algo en lo que ya hice hincapié.
En la lógica clásica, piénsese en ello, lo falso se percibe sólo como in• verso de la verdad y también designa a ésta.
Por lo tanto, es justo escribir, como yo escribo: Ex • Ox. (...)
En este caso, que el sujeto se proponga ser llamado mujer depende de dos modos. Son los siguientes:

Ex • í>x y Ax • Ox.


15. En lógica matemática, el símbolo Vx significa: «para cualquier valor de x», y el símbolo 3x significa: «hay, por lo menos, un valor x tal que»; se denominan, respectivamente, «cuantificador universal» y «cuantificador existencial». Más adelante, Lacan designa los mismos conceptos me• diante Ax y Ex.
* «ab-sens»: expresión que juega con el doble significado de «falto de sentido» y «ausente»
(N.delt.).

Su inscripción no se usa en matemáticas.16 Negar, tal y como lo indica la barra sobre el cuantor, negar que existe un es algo que no se hace, y menos aún que úparatodo se convierta en noparatodo.
Sin embargo, es ahí donde se desprende el sentido del decir, de lo que, conjugándose el nyania que emite sexos en compañía, sustituye la falta de relación entre ellos.
Eso hay que interpretarlo no en el sentido de que, reduciendo nuestros cuantifícadores a la lectura aristotélica, igualaría el noexistun al nadiees de su universal negativa, recuperaría el (J,f| Ttócvtec;, el notodo (que, no obstante, ha sabido formular), para dar fe de la existencia de un sujeto que dice que no a la función fálica, y ello suponiéndolo de la mencionada contrariedad de dos particulares.
No está allí el sentido del decir, que se inscribe de estos cuantores.
Está en el hecho de que para introducirse como mitad enunciable de las mujeres, el sujeto se determina de aquello que, sin existir una suspensión de la función fálica, aquí se pueda decir de ello todo, aun lo que pueda proce• der de la sinrazón. Pero es un todo fuera del universo, que se lee de golpe del segundo cuantor como notodo.
El sujeto en su mitad determinada por los cuantores negados consiste en que nada existente ponga límites a la función, que no sabría cómo asegurar• se cosa alguna de un universo. Fundadas, pues, en esta mitad, «ellas» no son notodas, con la consecuencia, por ello mismo, de que ninguna de ellas es tampoco toda (Lacan, 1973, págs. 14-15 y 22; cursiva del autor).

Tout peut étre maintenu á se développer autour de ce que j'avance de la corrélation logique de deux formules qui, a s'inscrire mathématiquement Vx
• Ox et 3x • Ox, s'énoncent:
la premiére, pour tout x, Ox est satisfait, ce qui peut se traduire d'un V notant valeur de vérité. Ceci, traduit dans le discours analytique dont c'est la pratique de faire sens, «veut diré» que tout sujet en tant que tel, puisque c'est la l'enjeu de ce discours, s'inscrit dans la fonction phallique pour parer á l'absence du rapport sexuel (la pratique de faire sens, c'est justement de se reférer a cet ab-sens);
la seconde, il y a par exception le cas, familier en mathématique (l'argu- ment x = 0 dans la fonction exponentielle l/x), le cas oü il existe un x pour


16. Es exacto. La barra superpuesta indica la negación («es falso que») y, en consecuencia, só• lo se aplica a las proposiciones completas y no a cuantifícadores (Ex o Ax) aislados. Se podría supo• ner que, en este caso, Lacan quiere decir Ex • Ox y Ax • Ox -que, de hecho, serían lógicamente equi• valentes a las proposiciones de salida Ax • Ox y Ex • Ox-, pero da a entender que esta reescritura banal no es su intención. Todo el mundo es libre de introducir una nueva notación, siempre, claro está, que explique su significado.
lequel Ox, la fonction, n'est pas satisfaite, c'est-á-dire ne fonctionnant pas, est exclue de fait.
C'est précisément d'oú je conjugue le tous de l'universelle, plus modifié
qu'on ne s'imagine dans le pourtout du quanteur, á Vil existe un que le quan- tique lui apparie, sa différence étant patente avec ce qu'implique la propo- sition qu'Aristote dit particuliére. Je les conjugue de ce que Vil existe un en question, á faire limite au pourtout, est ce qui l'affirme ou le confirme (ce qu'un proverbe objecte deja au contradictoire d'Aristote).

Que j'énonce l'existence d'un sujet á la poser d'un diré que non á la fonction propositionnelle Ox, implique qu'elle s'inscrive d'un quanteur dont cette fonction se trouve coupée de ce qu'elle n'ait en ce point aucune valeur qu'on puisse noter de vérité, ce qui veut diré d'erreur pas plus, le faux seulement á entendte falsus comme du chu, ce oú j'ai deja mis l'accent.
En logique classique, qu'on y pense, le faux ne s'apercoit pas qu'á étre de la vérité l'envers, il la designe aussi bien.
II est done juste d'écrire comme je le fais: Ex • Ox.

De deux modes dépend que le sujet ici se propose d'étre dit femme. Les voici:

Ex • Ox et Ax • Ox.

Leur inscription n'es pas d'usage en mathématique. Nier, comme la ba• rre mise au-dessus du quanteur le marque, nier qu existe un ne se fait pas, et moins encoré que pourtout se pourpastoute.
C'est la pourtant que se livre le sens du diré, de ce que, s'y conjuguant le nyania qui bruit des sexes en compagnie, il supplée a ce qu'entre eux, de rapport nyait pas.
Ce qui est á prendre non pas dans le sens qui, de réduire nos quanteurs á leur lecture selon Aristote, égalerait le nexistun au nulnest de son univer- selle négative, ferait revenir le uf| Tcávxeq, lepastout (qu'il a pourtant su for- muler), a témoigner de l'existence d'un sujet á diré que non á la fonction phallique, ce á le supposer de la contraríete dite de deux particuliéres.
Ce n'est pas la le sens du diré, qui s'inscrit de ees quanteurs.
II est: que pour s'introduire comme moitié á diré des femmes, le sujet se determine de ce que, n'existant pas de suspens á la fonction phallique, tout puisse ici s'en diré, méme a provenir du sans raison. Mais c'est un tout d'hors univers, lequel se lit tout de go du second quanteur comme pastout.
Le sujet dans la moitié oú il se determine des quanteurs niés, c'est de ce que rien d'existant ne fasse limite de la fonction, que ne saurait s'en assurer

quoi que ce soit d'un univers. Ainsi á se fonder de cette moitié, «elles» ne sont pastoutes, avec pour suite et du méme fait, qu'aucune non plus n'est toute (Lacan, 1973, págs. 14-15, 22).

Entre otros ejemplos de términos eruditos arrojados a la cabeza del lector, citaremos, en primer lugar, los que aparecen en Lacan (1971b): reunión (en lógica matemática) (pág. 206), teorema de Stokes (un caso de especial desvergüenza por parte de Lacan) (pág. 213). En Lacan (1975a): Bourbaki (págs. 30-31,46), quark (pág. 37), Copérnico y Kepler (págs. 41- 43), inercia, leyes de grupo, formalización matemática (pág. 118). Y en La• can (1975c): gravedad «inconsciente de la partícula» (pág. 100) y (1978): teoría del campo unificado (pág. 280).


CONCLUSIÓN

¿Cómo hay que valorar las matemáticas lacanianas? Los comentaris• tas no han logrado ponerse de acuerdo sobre las intenciones de Lacan:
¿hasta qué punto intentaba «matematizar» el psicoanálisis? No podemos dar una respuesta definitiva a esta pregunta, cosa que, en último térmi• no, tiene escasa importancia, pues las «matemáticas» de Lacan son tan fantasiosas que no pueden desempeñar ninguna función útil en un análi• sis psicológico serio.
No se puede negar que este autor tiene una vaga idea de las matemáti• cas a que alude. Pero sólo eso: vaga y poco más. Desde luego, con sus lec• ciones un estudiante no aprenderá qué es un número natural o un conjun• to compacto, a pesar de que sus afirmaciones, en lo poco que hay de comprensible en ellas, no siempre son falsas. Sin embargo, se supera, por decirlo de algún modo, en el segundo tipo de abuso que hemos menciona• do en nuestra introducción: sus analogías entre el psicoanálisis y las mate• máticas alcanzan el summum de la arbitrariedad, y ni aquí ni a lo largo de toda su obra da la menor justificación empírica o conceptual de las mis• mas. Por último, en cuanto se refiere a la ostentación de una erudición su• perficial y a la manipulación de frases carentes de sentido, creemos que los textos que hemos analizado anteriormente hablan sin duda por sí mismos. Concluyamos con algunas observaciones generales sobre la obra de Lacan. Queremos dejar bien claro que estas observaciones van bastante más allá de lo que podemos dar por probado en este capítulo, por lo que habrán de considerarse como simples conjeturas plausibles merecedoras
de un examen más minucioso. El aspecto más asombroso de Lacan y de sus discípulos es, sin duda, la actitud que mantienen respecto a la cien• cia, privilegiando hasta el extremo la «teoría» (es decir, en realidad, el formalismo y los juegos de palabras) en detrimento de la observación y de la experiencia. Al fin y al cabo, el psicoanálisis, suponiendo que ten• ga una base científica, es una ciencia relativamente joven. Antes de aventurarse en grandes generalizaciones teóricas, quizá sería prudente verificar la adecuación empírica de, por lo menos, algunas de sus pro• posiciones. No obstante, en los escritos de Lacan se encuentran princi• palmente citas y análisis de textos y de conceptos.
Los defensores de Lacan (y de otros autores estudiados en este libro) tienden a responder a estas críticas con una estrategia que podríamos lla• mar de «ni/ni»: esos escritos no se deben valorar ni como científicos, ni como filosóficos, ni como poéticos, ni... Nos hallamos ante lo que se po• dría denominar «misticismo laico»: misticismo, porque el discurso in• tenta producir efectos mentales que no son puramente estéticos, pero sin apelar a la razón; laico, porque las referencias culturales (Kant, Hegel, Marx, Freud, matemáticas, literatura contemporánea, etc.) no tienen na• da que ver con las religiones tradicionales y son atractivas para el lector moderno. Por lo demás, los escritos de Lacan adquirieron, con el tiem• po, un carácter cada vez más críptico -característica común de muchos textos sagrados-, combinando los juegos de palabras y la sintaxis fractu• rada, y sirviendo de base para la exégesis reverente de sus discípulos. Es, pues, legítimo preguntarse si no estamos, al fin y al cabo, en presencia de una nueva religión.

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