IMPOSTURAS INTELECTUALES 6. A. Sokal y J. Bricmont. Capítulo 5
Bruno Latour
Bruno Latour, sociólogo de la ciencia, es muy conocido por su obra Science in Action, que hemos analizado brevemente en el capítulo 3. En cambio, se conoce mucho menos su análisis semiótico de la teoría de la relatividad, en el que «el texto de Einstein se interpreta como una con• tribución a la sociología de la delegación» (Latour, 1988, pág. 3). En es• te capítulo examinaremos esa interpretación de la relatividad y mostra• remos que ilustra a la perfección los problemas con los que tropieza el sociólogo que quiere analizar el contenido de una teoría física que, por lo demás, no comprende muy bien.
Latour considera su artículo como una contribución enriquecedora al programa fuerte de la sociología de la ciencia, según el cual «el contenido de una ciencia es social de principio a fin» (pág. 3). Para él, dicho programa ha tenido «un cierto grado de éxito en las ciencias empíricas», pero menos en las ciencias matemáticas (pág. 3). En su opinión, es deplorable que los análisis sociales de la teoría de la relatividad de Einstein anteriores al suyo hayan «evitado los aspectos técnicos de la teoría» y no hayan sido capaces de dar ninguna «indicación de cómo la teoría de la relatividad propiamente dicha pueda considerarse social» (págs. 4-5; cursivas del original). Latour se
autoasigna la ambiciosa tarea de vindicar esta última idea, la cual se propo• ne realizar redefiniendo el concepto de lo «social» (págs. 4-5). En aras de la brevedad, no vamos a discutir en detalle las conclusiones sociológicas que el autor pretende extraer de su análisis de la relatividad, sino que, simple• mente, demostraremos que sus argumentos adolecen de varios errores fun• damentales en lo que respecta a la propia teoría de la relatividad.1
Latour basa su análisis de la teoría de la relatividad en una lectura se• miótica de la obra de divulgación de Einstein: Sobre la teoría de la relati• vidad especial y general (1920). Después de haber pasado revista a unas cuantas nociones semióticas, como las de «embrague» {shifting in) y «de• sembrague» {shifting out) de los narradores, el autor intenta aplicar estos conceptos a la teoría einsteiniana de la relatividad especial. Pero al hacer• lo malinterpreta el sentido de la noción de «sistema de referencia» en físi• ca. Para demostrarlo, realizaremos una breve digresión.
En física, un sistema de referencia es un esquema que asigna coordena• das espaciales y temporales (x, y, z, t) a «sucesos». Por ejemplo, un suceso acaecido en Nueva York se puede situar diciendo que se ha producido en la esquina de la 6a avenida (x) y la calle 42 (y), a 30 metros por encima del nivel del suelo (z), a las doce del mediodía del 1 de mayo de 1998 {t). En general, un sistema de referencia puede visualizarse como un bastidor rec• tangular y rígido formado por metros y relojes que, en conjunto, permiten asignar coordenadas de lugar y de tiempo a cualquier suceso.
Es obvio que para establecer un sistema de referencia hay que hacer una serie de elecciones arbitrarias: por ejemplo, dónde situar el origen de las coordenadas espaciales (en este caso, avenida 0 y calle 0 a nivel del suelo), cómo orientar los ejes espaciales (en nuestro ejemplo, este-oeste, norte-sur, arriba-abajo) y dónde colocar el origen del tiempo (aquí, me• dianoche del 1 de enero del año 0). Sin embargo, esta arbitrariedad es re• lativamente trivial, ya que, si elegimos cualquier otra alternativa, existen fórmulas muy sencillas que facilitan el paso del antiguo al nuevo sistema. La situación adquiere un mayor interés cuando se consideran dos sis• temas de referencia en movimiento uno respecto al otro. Por ejemplo, uno de los sistemas de referencia podría estar unido a la Tierra y el otro a un automóvil que se desplaza en relación a la Tierra a una velocidad de 100 metros por segundo y en dirección Este. Una buena parte de la his-
1. Citemos, sin embargo, la observación del físico Huth (1998), que también ha realizado un análisis crítico del artículo de Latour: «En (este artículo, ha ampliado de tal modo el sentido de los términos "sociedad" y "abstracción" para adaptarlos a su interpretación de la relatividad, que pier• den toda semejanza con sus sentidos habituales y no arrojan luz alguna sobre la teoría misma».
toria de la física moderna -a partir de Galileo- está relacionada con la cues• tión de saber si las leyes de la física adoptan la misma forma en sistemas de referencia diferentes y qué ecuaciones hay que utilizar para transformar las coordenadas antiguas (x, y, z, t) en las nuevas (x\ y', z', t'). La teoría de la re• latividad de Einstein trata, precisamente, de estas dos cuestiones.2
En las exposiciones pedagógicas de la teoría de la relatividad, a me• nudo los sistemas de referencia se suelen identificar con un «observa• dor», o dicho de un modo más preciso, un sistema de referencia equiva• le a un conjunto de observadores, cada uno de ellos colocados en un punto del espacio, todos ellos en reposo los unos respecto a los otros y dotados de relojes adecuadamente sincronizados. No obstante, es esen• cial señalar que dichos «observadores» no tienen por qué ser necesaria• mente humanos: un sistema de referencia se puede construir íntegramen• te con máquinas, como se hace siempre hoy día en los experimentos de física de altas energías. Por otro lado, un sistema de referencia tampoco tiene por qué «construirse», en el sentido literal del término, sino que es perfectamente posible concebirlo unido a un protón que sufre una coli• sión a altas energías.3
Volvamos al texto de Latour. En su análisis se pueden distinguir tres errores. En primer lugar, el autor parece pensar que la relatividad trata de la posición relativa, y no del movimiento relativo, de diferentes sistemas de referencia. O, por lo menos, eso es lo que sugieren pasajes como éstos:
Utilizaré el diagrama siguiente, en el que dos (o más) sistemas de referen• cia indican distintas posiciones en el espacio y el tiempo (...) (Latour, 1988, pág. 6).
Por muy lejos que envíe a los observadores, todos ellos envían informes que se pueden superponer (...) (Latour, 1988, pág. 14).
O bien mantenemos el espacio y el tiempo absolutos y las leyes de la natura• leza resultan diferentes en lugares diferentes (...) (Latour, 1988, pág. 24).
Con tal que se acepten las dos relatividades [especial y general], se podrá ac• ceder, reducir, acumular y combinar un mayor número de sistemas de refe-
2. Para una buena introducción a la teoría de la relatividad, véanse, por ejemplo, Einstein (1960 [1920]), Mermin (1989) o Sartori (1996).
3. De hecho, analizando la colisión entre dos protones respecto a un sistema de referencia vin• culado a uno de ellos, se pueden obtener datos importantes acerca de la estructura interna de los protones.
rencia con menos privilegios, se podrán enviar observadores a más lugares en lo infinitamente grande (el cosmos) y lo infinitamente pequeño (los elec• trones), y los datos que transmitan serán comprensibles. El libro [de Eins- tein] se podría titular: «Nuevas instrucciones para traer de regreso a los via• jeros científicos enviados a grandes distancias» (Latour, 1988, págs. 22-23).
Es posible que este error se deba a una falta de precisión en el estilo de Latour. Un segundo error, que nos parece más grave, y que está relacionado indirectamente con el primero, consiste en la confusión aparente entre los conceptos de «sistema de referencia» en física y de «actor» en semiótica:
¿Cómo se puede decidir si una observación efectuada a bordo de un tren, sobre una piedra que cae, puede hacerse coincidir con una observación rea• lizada sobre la misma piedra, pero esta vez desde el andén? Si sólo hay uno o incluso dos sistemas de referencia, no existirá ninguna solución (...) La so• lución de Einstein consiste en considerar tres actores: uno en el tren, otro en el andén y un tercero, el autor [enunciador] o uno de sus representantes, que intenta superponer las observaciones codificadas que le envían los otros dos (Latour, págs. 10-11; cursivas del original).
En realidad, Einstein nunca considera tres sistemas de referencia; las transformaciones de Lorentz4 permiten establecer una correspondencia entre las coordenadas de un suceso en dos sistemas de referencia distin• tos, sin tener que pasar jamás por un tercero. Latour parece creer que el tercer sistema tiene una importancia crucial desde un punto de vista físi• co, ya que escribe lo siguiente en una nota:
La mayoría de las dificultades relacionadas con la historia antigua del prin• cipio de inercia tienen que ver con la existencia de dos únicos sistemas de referencia; la solución consiste siempre en añadir un tercer sistema que re• coja la información enviada por los otros dos (Latour, 1988, pág. 43).
Einstein no sólo no menciona jamás un tercer sistema de referencia, sino que éste tampoco aparece en la mecánica de Galileo y de Newton, a las que Latour alude, probablemente, al hablar de «la historia antigua del prin• cipio de inercia».5
4. Digamos de pasada que Latour copia mal estas ecuaciones (1988, pág. 18, figura 8). Habría que poner v/
5. Mermin (1997b) indica correctamente que algunos argumentos técnicos de la teoría de la re• latividad exigen comparar tres (o más) sistemas de referencia. Pero esto nada tiene que ver con la pretensión de Latour de un «tercer sistema que recoja la información enviada por los otros dos».
En este mismo sentido, Latour insiste mucho en la función de los ob• servadores humanos, que además analiza en términos sociológicos, invo• cando la supuesta obsesión de Einstein
por el transporte de /«formación mediante ¿rawrformaciones sin deforma• ciones; su pasión por la superposición precisa de datos; su pánico ante la idea de que los observadores enviados al exterior puedan traicionar, puedan reservarse privilegios y enviar informes que no sea posible utilizar para am• pliar nuestros conocimientos; su deseo por disciplinar a los observadores delegados y transformarlos en piezas inseparables del aparato, que lo único que hacen es observar la coincidencia de las agujas con las muescas (...) (La• tour, 1988, pág. 22; cursivas del original).
Ahora bien, para Einstein, los «observadores» son una ficción pedagógi• ca y se pueden sustituir perfectamente por aparatos. Por consiguiente, no existe ninguna necesidad de «disciplinarlos». Latour continúa con estas palabras:
La capacidad de los observadores delegados para enviar informes que se puedan superponer es fruto de su total dependencia e incluso de su estupi• dez. Sólo se les pide que observen atenta y obstinadamente las agujas de sus relojes (...) Es el precio que tienen que pagar por la libertad y la credibilidad del enunciador (Latour, 1988, pág. 19).
En los pasajes precedentes, al igual que en el resto del artículo, La• tour incurre en un tercer error, al insistir en la supuesta función del
«enunciador» (el autor) en la teoría de la relatividad. Pero ello se basa en una grave confusión entre la pedagogía expositiva de Einstein y la teoría de la relatividad en sí misma. Einstein describe cómo, mediante las trans• formaciones de Lorentz, se pueden traducir las coordenadas espacio- temporales de un suceso de un sistema de referencia a otro. En todo es• to, ningún sistema desempeña un papel privilegiado; ni siquiera el autor (Einstein) existe en absoluto -ni mucho menos constituye un «sistema de referencia»- en la situación física por él descrita. De algún modo, se pue• de decir que el sesgo sociológico de Latour le ha llevado a malinterpre- tar uno de los principios fundamentales de la relatividad, a saber, que ningún sistema de referencia inercial ocupa una posición de privilegio respecto de otro.
Por último, Latour hace una distinción, muy razonable, entre «relati• vismo» y «relatividad»: en el primero, los puntos de vista son subjetivos e
irreconciliables, mientras que en la segunda, las coordenadas de espacio- tiempo se pueden traducir, sin el menor atisbo de ambigüedad, de un sis• tema de referencia a otro (págs. 13-14). Con todo, más tarde afirma que
«el enunciador» desempeña una función central en la teoría de la relativi• dad, y eso lo expresa tanto en términos sociológicos como incluso econó• micos:
Sólo cuando se tiene en cuenta el beneficio del enunciador, revela la diferen• cia entre relativismo y relatividad su significación más profunda. (...) El enunciador tiene el privilegio de acumular todas las descripciones de todos los escenarios en los que ha dispuesto observadores. El dilema anterior aca• ba convirtiéndose en una lucha por el control de privilegios, para disciplinar cuerpos dóciles, como habría dicho Foucault (Latour, 1988, pág. 15; cursivas del original).
Y de modo aún más tajante:
Estos combates contra los privilegios en economía o en física son, literal• mente, no metafóricamente, los mismos.6 (...) ¿Quién se beneficiará del envío de todos esos observadores delegados a los andenes, a los trenes, a los rayos de luz, al Sol, a las estrellas cercanas, a los ascensores acelerados, a los confi• nes del cosmos? Si el relativismo es correcto, todos ellos se aprovecharán por igual. Si la relatividad es correcta, sólo uno de ellos (concretamente, el enun• ciador, es decir, Einstein o algún otro físico) podrá acumular en un sitio de• terminado (su laboratorio, su despacho) los documentos, los informes y las mediciones enviados por todos sus delegados (Latour, 1988, pág. 23; cursivas del original).
Este último error es de cierta importancia, pues las conclusiones socioló• gicas que Latour quiere extraer de su análisis de la relatividad se fundan en la función privilegiada que atribuye al enunciador, lo cual está rela• cionado a su vez con la noción de «centros de cálculo».7
Resumiendo, Latour confunde una exposición pedagógica de la rela• tividad con el «contenido técnico» de la teoría misma. Su análisis de la obra divulgativa de Einstein podría, en el mejor de los casos, ilustrar las estrategias pedagógicas y retóricas de dicho autor, un proyecto cierta-
6. Señalemos que, al igual que Lacan (véanse las págs. 36-37), Latour insiste en el carácter li• teral de lo que, como mucho, podría pasar por una vaga metáfora.
7. Noción que aparece en la sociología de Latour.
mente interesante, aunque muchísimo más modesto que mostrar que la relatividad es «social de principio a fin». Con todo, aunque sólo se pre• tenda analizar la pedagogía expositiva, hay que entender la teoría subya• cente para poder distinguir las estrategias retóricas del contenido físico en el texto de Einstein. El análisis de Latour está radicalmente viciado por su falta de comprensión de la teoría que Einstein intenta explicar.
Fijémonos cómo Latour rechaza con desprecio los comentarios que algunos científicos han realizado acerca de su trabajo:
Para empezar, las opiniones de los científicos sobre los science studies tienen muy poca importancia. En nuestras investigaciones sobre la ciencia, los científicos son los informantes, no nuestros jueces. La visión que desarrolla• mos de la ciencia no tiene por qué parecerse a lo que los científicos piensan de la ciencia (...) (Latour, 1995, pág. 6).
Se puede estar de acuerdo con esta última frase, pero, ¿cuál debería ser nuestra opinión sobre un «investigador» que no comprende lo que dicen sus «informantes»?
Latour concluye su análisis de la teoría de la relatividad preguntando modestamente:
¿Le hemos enseñado algo a Einstein? (...) Según mi tesis, sin la posición del enunciador (oculto en la exposición de Einstein) y sin la noción de centros de cálculo, el argumento técnico de Einstein es incomprensible (...) (Latour, 1988, pág. 35).
POST SCRIPTUM
Casi simultáneamente a la publicación de nuestro libro en Francia, la revista norteamericana Physics Today publicó un ensayo del físico N. Da• vid Mermin en el que se propone una lectura favorable del artículo de La• tour sobre la relatividad y que discrepa, al menos implícitamente, de nues• tros análisis, más críticos.8 Básicamente, Mermin afirma que las críticas de los errores de Latour en su interpretación de la relatividad dejan de lado el meollo de la cuestión, el cual, según su «cualificadísima hija Liz, que ha trabajado en estudios culturales durante varios años», es el siguiente:
8. Mermin (1997b).
Latour sugiere traducir las propiedades formales de los argumentos de Eins- tein a las ciencias sociales, con el propósito de ver qué pueden aprender los científicos sociales acerca de la «sociedad» y de cómo usan dicho término, y qué pueden aprender los profesionales de las ciencias duras acerca de sus propios presupuestos. Intenta explicar la relatividad sólo en tanto que desea arribar a una lectura formal («semiótica») de aquélla, que pueda ser transfe• rida a la sociedad. Latour busca un modelo de comprensión de la realidad social que ayude a los científicos sociales en sus debates: los cuales tienen que ver con la posición e importancia del observador, con la relación entre el «contenido» de la actividad social y el «contexto» (para usar sus propias palabras), y con el tipo de conclusiones y reglas que se pueden extraer me• diante la observación (Mermin, 1997b, pág. 13).
Ésta es una verdad a medias. Latour cita, en su introducción, dos obje• tivos:
Nuestro propósito (...) es el siguiente: ¿de qué maneras podemos, median• te la reformulación del concepto de sociedad, ver la obra de Einstein como algo explícitamente social? Y, en relación con ello, ¿cómo podemos apren• der de Einstein a estudiar la sociedad? (Latour, 1988, pág. 5, cursivas del original; véanse afirmaciones similares en las págs. 35-36).
Para abreviar, nos hemos abstenido de analizar la medida en que Latour alcanza uno u otro de esos objetivos y nos hemos limitado a señalar las equivocaciones fundamentales sobre la relatividad que socavan ambos proyectos. Pero, puesto que Mermin ha suscitado la cuestión, planteé• mosla: ¿ha aprendido Latour de su análisis de la sociedad algo que «pue• da ser transferido a la sociedad»?
En un plano puramente lógico, la respuesta es no: la teoría de la rela• tividad no tiene ninguna consecuencia para la sociología. (Supongamos que mañana un experimento en el CERN demostrara que la relación en• tre la velocidad de un electrón y su energía es ligeramente diferente de la predicha por Einstein. Este descubrimiento provocaría una revolución en la física. Pero, ¿a santo de qué habría de obligar a los sociólogos a cambiar sus teorías acerca del comportamiento humano?) Obviamente, la conexión entre la relatividad y la sociología es, cuando más, de simple analogía. Tal vez, gracias a la comprensión de las funciones de los «ob• servadores» y los «sistemas de referencia» en la teoría de la relatividad, Latour pueda aclarar problemas del relativismo sociológico y temas afi• nes. Pero la cuestión es quién habla y a quién. Supongamos que las no-
ciones sociológicas utilizadas por Latour pueden ser definidas con tanta precisión como los conceptos de la teoría de la relatividad y que alguien familiarizado con ambas puede establecer alguna analogía formal entre ellas. Dicha analogía podría ayudar a explicar la teoría de la relatividad a un sociólogo familiarizado con la sociología de Latour, o explicar dicha sociología a un físico, pero, ¿qué sentido tiene usar la analogía con la re• latividad para explicar la sociología de Latour a otros sociólogos} Des• pués de todo, incluso concediéndole a Latour un completo dominio de la teoría de la relatividad,9 no hay por qué presumir que sus colegas soció• logos posean semejante conocimiento. Normalmente, la comprensión que éstos puedan tener de la relatividad -a menos que hayan estudiado física- estará basada en analogías con conceptos sociológicos. ¿Por qué Latour no explica las nuevas nociones sociológicas que quiere introducir mediante referencias directas a la cultura sociológica de sus lectores?
9. Mermin no va tan lejos: concede que «hay, sin duda, muchos enunciados oscuros que pare• cen referirse a la física de la relatividad y que podrían perfectamente ser malas interpretaciones de puntos técnicos elementales» (Mermin, 1997b, pág. 13).
Capítulo 6
Intermezzo: la teoría del caos y la «ciencia posmoderna»
Llegará el día en que, mediante un estudio de varios siglos, las cosas que ac• tualmente están ocultas aparecerán con toda claridad, y la posteridad se asombrará de que se nos hayan escapado verdades tan manifiestas.
SÉNECA, hablando del movimiento de los cometas, citado por Laplace (1986 [1825], pág. 34).
En escritos posmodernos se encuentra a menudo la idea de que avan• ces científicos más o menos recientes no sólo han modificado nuestra vi• sión del mundo, sino que también han provocado cambios filosóficos y epistemológicos profundos: en definitiva, que la naturaleza misma de la ciencia ha cambiado.1 Los ejemplos más frecuentes que se suelen citar a fa• vor de esta tesis son la mecánica cuántica, el teorema de Gódel y la teoría del caos, pero también se citan la flecha del tiempo, la autoorganización, la geometría fractal y el Big Bang, entre otras teorías.
Creemos que estas ideas se basan principalmente en confusiones, eso sí, mucho más sutiles que las que encontramos en Lacan, Irigaray o De- leuze. Necesitaríamos muchos libros para intentar desentrañar todos los malentendidos y hacer justicia a los núcleos de verdad que, en ocasiones, se esconden en su interior. En este capítulo esbozaremos esa crítica limi• tándonos exclusivamente a dos ejemplos: la «ciencia posmoderna» según Lyotard y la teoría del caos.2
1. En la parodia de Sokal se citan numerosos textos de este género (véase el Apéndice A).
2. Véase también Bricmont (1995a) para un estudio detallado de las confusiones relacionadas con la «flecha del tiempo».
Una formulación ya clásica de la idea de revolución conceptual pro• funda se encuentra en un capítulo de La condición posmoderna, de Jean- Frangois Lyotard, dedicado a «la ciencia posmoderna como búsqueda de las inestabilidades».3 En dicho capítulo, Lyotard examina algunos aspec• tos de la ciencia del siglo XX que, en su opinión, indican una transición hacia una nueva ciencia «posmoderna». Examinemos algunos de los ejemplos que él ofrece para sustentar esa interpretación.
Tras una fugaz alusión al teorema de Gódel, trata el problema de los límites de la predecibilidad en física atómica y cuántica. Por un lado, re• salta la imposibilidad práctica de conocer, por ejemplo, las posiciones de todas las moléculas en un gas, debido a su enorme número.4 Sin embargo, éste es un hecho más que sabido y constituye la base de la física estadísti• ca desde, por lo menos, las últimas décadas del siglo XIX. Por otro lado, cuando Lyotard parece tratar la cuestión del indeterminismo en la mecá• nica cuántica, para ilustrarla se vale de un ejemplo totalmente clásico: la no• ción de densidad (cociente masa/volumen) de un gas. Citando un pasaje del físico francés Jean Perrin, extraído de un libro de divulgación sobre física atómica,5 Lyotard observa que la densidad de un gas depende de la escala con la que se trabaja. Por ejemplo, si se considera una región cuyas dimen• siones son comparables a las de una molécula, la densidad puede variar en• tre cero y un valor muy grande, según exista o no una molécula en dicha re• gión. Pero semejante observación es banal: la densidad es una cantidad macroscópica y sólo tiene sentido en aquellas situaciones en las que entra en juego un gran número de moléculas. No obstante, las conclusiones concep• tuales que Lyotard extrae son más bien radicales:
Así, pues, el conocimiento de la densidad del aire se resuelve en una multi• plicidad de enunciados absolutamente incompatibles, y éstos sólo se vuelven compatibles si se relativizan respecto a la escala elegida por el enunciador (Lyotard, 1979, pág. 92).
En esta observación se aprecia un tono subjetivista que no se justifica con el ejemplo citado. Evidentemente, la veracidad o falsedad de un enun• ciado depende del sentido de los términos usados, y cuando el significa• do de esos términos -como la densidad- depende de la escala utilizada,
3. Lyotard (1979, capítulo 13).
4. En cada centímetro cúbico de aire hay aproximadamente 2,7 x 10" (= 27 trillones) de mo• léculas.
5. Perrin (1970 [1913], págs. 14-22).
la veracidad o falsedad del enunciado también depende de ella. Los
«múltiples enunciados» sobre la densidad del aire, expresados con el de• bido esmero (especificando con claridad la escala a que se refiere cada enunciado), son perfectamente compatibles.
En un pasaje posterior del mismo capítulo, Lyotard menciona la geo• metría fractal, que trata de objetos «irregulares», como copos de nieve y líneas costeras. Estos objetos poseen, en un cierto sentido técnico, una dimensión geométrica que no es un número entero.6 Asimismo, cita la teoría de las catástrofes, una rama de las matemáticas que se dedica, di• cho someramente, a clasificar las cúspides de ciertas superficies (y obje• tos similares). Estas dos teorías matemáticas son ciertamente interesantes y han tenido algunas aplicaciones en ciencias de la naturaleza, espe• cialmente en física.7 Al igual que todos los avances científicos, han proporcionado nuevas herramientas y llamado la atención sobre nue• vos problemas. Pero no han cuestionado jamás la epistemología cien• tífica tradicional.
Lo que cuenta, en último término, es que Lyotard no aporta ningún argumento que apoye sus conclusiones filosóficas:
La conclusión que extraemos de estas investigaciones (y de muchas otras que aquí no mencionamos) es que la preeminencia de la función continua derivable,8 como paradigma de conocimiento y de predicción, está a punto de desaparecer. Al interesarse por los indecidibles, los límites de la precisión del control, los cuantos* los conflictos originados por la información incom• pleta, los «fracta», las catástrofes y las paradojas pragmáticas, la ciencia pos- moderna desarrolla la teoría de su propia evolución como discontinua, ca-
6. Los objetos geométricos ordinarios (suaves) pueden clasificarse según su dimensión, que es siempre un número entero: por ejemplo, la dimensión de una recta o de una curva suave es igual a 1, mientras que la de un plano o de una superficie suave es igual a 2. En cambio, los objetos fracta- les son más complicados y requieren que se les asigne varias «dimensiones» distintas para describir diferentes aspectos de su geometría. En consecuencia, mientras la «dimensión topológica» de un ob• jeto geométrico (suave o no) es siempre un número entero, la «dimensión de Hausdorff» de un obje• to fractal es por lo general un número no entero.
7. No obstante, algunos físicos y matemáticos creen que se les ha dado una publicidad excesi• va para su real valor científico: véanse, por ejemplo, Zahler y Sussmann (1977), Sussmann y Zahler (1978), Kadanoff (1986) y Amol'd (1992).
8. Son conceptos técnicos del cálculo diferencial: una función se denomina continua (simplifi• cando mucho la explicación) si se puede dibujar su gráfica sin levantar el lápiz del papel, mientras que una función posee una derivada (en cuyo caso se llama derivable) si en cualquier punto de su grá• fica existe una y sólo una recta tangente. Hay que decir también que toda función derivable es for• zosamente continua, y que la teoría de las catástrofes se basa en unas matemáticas de gran belleza re• lacionadas (irónicamente para Lyotard) con las funciones derivables.
tastrófica, no rectificable9 y paradójica. Cambia el sentido del término saber a la vez que explica cómo se puede producir ese cambio. No crea lo conoci• do , sino lo desconocido, y sugiere un modelo de legitimación que no es el de máximo rendimiento, sino el de la diferencia entendida como paralogía (Lyotard, 1979, pág. 97).
Dado que este párrafo es citado muy a menudo, examinémoslo con aten• ción.10 Lyotard mezcla, al menos, seis ramas de las matemáticas y de la física, que, en realidad, están conceptualmente muy alejadas entre sí. Además, confunde la introducción de funciones no derivables (o inclu• so discontinuas) en los modelos científicos con una supuesta evolución
«discontinua» o «paradójica» de la ciencia propiamente dicha. Por des• contado que las teorías que menciona Lyotard han dado lugar a nuevos conocimientos, pero sin cambiar el significado del término.11 A fortiori, generan lo conocido, no lo desconocido -excepto en el sentido trivial de que los nuevos descubrimientos plantean nuevos problemas-. Por último, el «modelo de legitimación» sigue siendo la confrontación de la teoría con las observaciones y los experimentos, no una «diferencia en• tendida como paralogía» -suponiendo que esta expresión tenga algún sentido.
Centrémonos ahora en la teoría del caos.12 Trataremos tres clases de confusiones: las relacionadas con las implicaciones filosóficas de la teoría, las que derivan del uso metafórico de los términos «lineal» y «no lineal», y las que proceden de las aplicaciones y extrapolaciones precipitadas.
¿De qué trata la teoría del caos? Existen muchos fenómenos físicos regidos13 por leyes deterministas y, por tanto, predecibles en principio, pero que en la práctica son impredecibles a causa de su «sensibilidad a las condiciones iniciales». Eso quiere decir que dos sistemas que se rigen por las mismas leyes pueden hallarse, en algún momento, en estados muy
9. «No rectificable» es otro término técnico del cálculo diferencial, que se aplica a algunas cur• vas irregulares.
10. Véase también Bouveresse (1984, págs. 125-130), para una crítica en términos similares.
11. Con un levísimo matiz: los metateoremas de la lógica matemática, como el teorema de G6- del o los teoremas de independencia en teoría de conjuntos, poseen un estatuto lógico algo diferente al de los teoremas matemáticos convencionales. Pero hay que subrayar que estas ramas tan especiales de los fundamentos de la matemática tienen muy poca influencia en el grueso de las investigaciones que se realizan en las ciencias exactas, y casi ninguna en ciencias naturales.
12. Para una exposición más profunda, sin llegar a ser técnica, véase Ruelle (1991).
13. Al menos con un alto grado de aproximación.
parecidos -pero no idénticos- y, después de un período de tiempo rela• tivamente corto, hallarse en estados muy diferentes. Este fenómeno se expresa de modo gráfico diciendo que el batir de las alas de una maripo• sa que se produce hoy en Madagascar podría desencadenar dentro de tres semanas un huracán en Florida. Evidentemente, poco puede hacer una mariposa por sí sola, pero si se comparan los dos sistemas constitui• dos por la atmósfera terrestre, con y sin el batir de alas de la mariposa, se deduce que, a las tres semanas, el resultado puede ser muy distinto (con huracán o sin él). Una consecuencia práctica de esto es la imposibilidad de predecir el tiempo más allá de algunas semanas.14 En efecto, habría que tener en cuenta tal multitud de datos, y con tanta precisión, que ni los más gigantescos y potentes ordenadores imaginables podrían abordar siquiera la tarea.
Para ser más exactos, consideremos un sistema cuyas condiciones ini• ciales no se conocen a la perfección (que es lo que siempre ocurre en la práctica). Es obvio que esta imprecisión de los datos iniciales se reflejará en la calidad de las predicciones que seamos capaces de hacer sobre el es• tado futuro del sistema. En general, la inexactitud de las predicciones au• mentará con el tiempo, aunque Informa en que aumente la imprecisión diferirá de un sistema a otro: en algunos sistemas aumentará lentamente y en otros muy rápidamente.15
Para explicar esto, imaginemos que queremos lograr una determina• da precisión en nuestras predicciones finales y preguntémonos durante cuánto tiempo seguirán siendo lo bastante exactas. Supongamos, ade• más, que una mejora técnica nos permite reducir en un 50 % la impreci• sión de nuestro conocimiento del estado inicial. Para el primer tipo de sistema (en el que la imprecisión aumenta lentamente), esta mejora nos permitirá duplicar el tiempo durante el que se puede predecir el estado del sistema con la precisión deseada. En cambio, para el segundo tipo de sistema (en el que la imprecisión aumenta rápidamente), dicho incre• mento en la precisión de los datos sólo permitirá aumentar nuestra «ven• tana de predecibilidad» en una cantidad fija: por ejemplo, una hora o
14. Lo que, a priori, no excluye la posibilidad de predecir estadísticamente el clima futuro, co• mo por ejemplo los valores medios y las variaciones de temperatura y de precipitaciones en España para el decenio 2050-2060. Evidentemente, la modelización del clima planetario -un problema científico difícil y controvertido- es de una extraordinaria importancia para el futuro del género hu• mano.
15. Dicho en términos técnicos: en el primer caso la imprecisión crece de forma lineal o poli- nómica, y en el segundo caso de forma exponencial.
una semana más, dependiendo de las circunstancias. Simplificando, lla• maremos «no caóticos» a los primeros sistemas y «caóticos», o «sensibles a las condiciones iniciales», a los segundos. Así pues, los sistemas caóti• cos se caracterizan por el hecho de que su predecibilidad está muy limi• tada, ya que incluso una mejora espectacular en la precisión de los datos iniciales (por ejemplo, en un factor de 1.000) sólo supone un incremento más bien mediocre del período de tiempo durante el que se mantiene la validez de nuestras predicciones.16
No nos puede extrañar que un sistema muy complejo, como la atmós• fera terrestre, sea difícil de predecir. Lo que resulta más asombroso es que un sistema que se puede describir con un pequeño número de variables (por ejemplo, dos péndulos unidos entre sí) y que obedece a ecuaciones deterministas simples pueda, no obstante, tener un comportamiento muy complicado y una enorme sensibilidad a las condiciones iniciales.
De todos modos, no es aconsejable extraer conclusiones filosóficas precipitadas.17 En muchas ocasiones, por ejemplo, se afirma que la teoría del caos ha mostrado los límites de la ciencia. Sin embargo, muchos siste• mas naturales son no caóticos, e incluso cuando los científicos estudian sistemas caóticos no se encuentran en un callejón sin salida o delante de una barrera en la que diga «prohibido ir más allá». La teoría del caos abre un vasto campo para futuras investigaciones y descubre múltiples nuevos objetos de estudio.18 Por otro lado, los científicos sensatos siempre han sabido que no podían esperar predecirlo o calcularlo «todo». Es tal vez desagradable descubrir que un determinado objeto de interés (el tiempo que hará dentro de tres semanas, por ejemplo) escapa a nuestra capacidad predictíva, pero eso no detiene en absoluto el desarrollo de la ciencia. Por ejemplo, los físicos del siglo XIX sabían perfectamente que era imposible en la práctica determinar las posiciones de todas las moléculas de un gas. Pero eso los incitó a desarrollar los métodos de la física estadística, que han permitido comprender muchas de las propiedades de los sistemas compuestos por un gran número de moléculas, como los gases. En la ac-
16. Es importante añadir una precisión: para determinados sistemas caóticos, la cantidad fija que se gana en las previsiones cuando se duplica la precisión de las medidas iniciales puede ser muy elevada, lo que hace que, en la práctica, estos sistemas sean predecibles durante mucho más tiempo que la mayoría de los sistemas no caóticos. Algunos trabajos recientes, por ejemplo, han demostra• do que las órbitas de algunos planetas tienen un comportamiento caótico, pero, en este caso, la «can• tidad fija» es del orden de varios millones de años.
17. Kellert (1993) ofrece una introducción muy clara a la teoría del caos y un sobrio estudio de sus implicaciones filosóficas, aunque no coincidimos con todas sus conclusiones.
18. Atractores extraños, exponentes de Liapunov, etc.
tualidad, también se utilizan métodos estadísticos similares para analizar los fenómenos caóticos. Sobre todo, el objetivo último de la ciencia no só• lo es predecir, sino también comprender.
Una segunda confusión tiene que ver con Laplace y el determinismo. Merece la pena subrayar que en este debate secular siempre ha sido esencial distinguir entre determinismo y predecibilidad. El determinis• mo depende del comportamiento de la naturaleza (independientemente de nosotros), mientras que la predecibilidad depende, en parte, de la na• turaleza y, en parte, de nosotros. Para entender esto, imaginemos un fe• nómeno perfectamente predecible (el movimiento de un reloj, por ejem• plo), que, sin embargo, se halla en un lugar que nos es inaccesible (en la cima de una montaña, por ejemplo). El movimiento del reloj es imprede- cible para nosotros, porque no tenemos la menor posibilidad de conocer sus condiciones iniciales. Pero sería ridículo decir que deja de ser deter• minista. Consideremos ahora otro ejemplo: un péndulo. Cuando no exis• te ninguna fuerza exterior, su movimiento es determinista y no caótico. Cuando se le aplica una fuerza periódica, su movimiento puede llegar a ser caótico y, en consecuencia, mucho más difícil de predecir. Pero, ¿de• ja de ser determinista?
Es importante observar que, con frecuencia, la obra de Laplace se comprende mal. Al presentar el concepto de determinismo universal,19 añade inmediatamente que nosotros siempre permaneceremos «infinita• mente alejados» de esa «inteligencia» imaginaria, así como de su conoci• miento ideal de «la situación respectiva de los seres que componen» el mundo natural, es decir, en lenguaje moderno, de las condiciones inicia• les precisas de todas las partículas. Laplace distinguía claramente entre el comportamiento de la naturaleza y el conocimiento que tenemos de ella. Por otro lado, el autor enuncia este principio en las primeras páginas de un ensayo sobre la teoría de las probabilidades. Ahora bien, ¿qué es la teoría de las probabilidades para Laplace? Tan sólo un método para ra• zonar en situaciones de ignorancia parcial. El significado de su texto quedaría completamente desvirtuado si se imaginara que Laplace espera• ba llegar un día a un conocimiento perfecto, a una predecibilidad uni• versal, ya que la finalidad de su ensayo era, precisamente, explicar cómo
19. «Una inteligencia que, en un instante dado, conociera todas las fuerzas que animan la natu• raleza y la situación respectiva de los seres que la componen, si, por lo demás, fuese lo bastante am• plia como para someter estos datos a análisis, comprendería en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del más ligero de los átomos: nada sería incierto para ella y, a sus ojos, el futuro, al igual que el pasado, sería presente» (Laplace, 1986 [1825] págs. 32-33).
hay que proceder en ausencia de ese conocimiento perfecto, como se ha• ce, por ejemplo, en física estadística.
En las tres últimas décadas se han hecho notables progresos en la teo• ría matemática del caos, pero la idea de que algunos sistemas físicos pue• den ser sensibles a las condiciones iniciales no es nueva. Veamos lo que decía James Clerk Maxwell en 1877, después de haber enunciado el prin• cipio del determinismo («una misma causa produce siempre el mismo efecto»):
Existe otra máxima que no se debe confundir con la precedente, que di• ce que «causas parecidas producen efectos parecidos».
Eso es verdad tan sólo si pequeñas variaciones en las condiciones inicia• les producen únicamente pequeñas variaciones en el estado final del siste• ma. En un gran número de fenómenos físicos se satisface esta condición, pe• ro hay otros casos en los que una pequeña variación de las condiciones iniciales produce cambios importantes en el estado final del sistema, como cuando el desplazamiento de los «puntos» hace que un tren se lance contra otro en lugar de seguir su camino (Maxwell, 1952 [1877], págs. 13-14).20
En lo que respecta a las previsiones meteorológicas, el texto siguiente, que escribiera Poincaré en 1909, es sorprendentemente moderno:
¿Por qué les cuesta tanto a los meteorólogos predecir el tiempo con certi• dumbre? ¿Por qué los chubascos y las tormentas parecen llegar por casua• lidad, de modo que mucha gente considera natural rezar para que llueva o para que haga buen tiempo, mientras que juzgarían ridículo pedir un eclip• se mediante la oración? Observamos que, en general, las grandes perturba• ciones se producen en las regiones donde la atmósfera está en equilibrio inestable. Los meteorólogos ven claramente que el equilibrio es inestable, que un ciclón se va a formar en algún lugar, pero no están en condiciones de decir exactamente dónde; una décima de grado más o menos en un punto geográfico cualquiera y el ciclón estalla aquí y no allí, y extiende su furia por comarcas que, de otro modo, hubieran quedado intactas. De ha• ber conocido esa décima de grado, habrían podido saberlo con antelación, pero las observaciones no fueron ni lo bastante amplias ni lo bastante pre• cisas, y por eso todo parece debido a la intervención del azar (Poincaré, 1909, pág. 69).
20. El propósito de esta cita es, obviamente, clarificar la distinción entre determinismo y pre- decibilidad, no probar que el determinismo es verdadero. El mismo Maxwell no fue, aparentemen• te, un determinista.
Pasemos ahora a las confusiones relativas al empleo abusivo de los términos «lineal» y «no lineal». En primer lugar, queremos destacar que, en matemáticas, «lineal» tiene dos sentidos distintos que es importante no confundir. Por una parte, se habla de una función (o ecuación) lineal: por ejemplo, las funciones f{x) = 2x y f(x) = -\lx son lineales, mientras que/(x) = x2 yf(x) = sen x son no lineales. En términos de modelización matemática, una ecuación lineal describe una situación en la que (sim• plificando un poco) «el efecto es estrictamente proporcional a la cau• sa».21 Por otra parte, se puede hablar de un orden lineal:22 eso significa que se ordenan los elementos de un conjunto de manera que, para cada pareja de elementos a y b, tenemos o a < b, o a = b, o bien a > b. Así pues, en el conjunto de los números reales existe un orden lineal natu• ral, pero no así en los números complejos.23 Ahora bien, los autores pos• modernos, sobre todo los anglosajones, han añadido un tercer sentido a este término, vagamente relacionado con el segundo, pero que muchas veces confunden con el primero: se trata del pensamiento lineal. A pesar de que nunca han dado una definición exacta del mismo, está claro que se refieren al pensamiento lógico y racionalista de la Ilustración y de la llamada ciencia «clásica» (acusados, a menudo, de un reduccionismo y de un numericismo extremos). A esta forma de pensamiento vetusto oponen un «pensamiento no lineal» posmoderno. Su contenido preciso tampoco se ha explicado nunca claramente, pero podríamos decir que se trata en apariencia de una metodología que va más allá de la razón, insistiendo en la intuición y la percepción subjetiva.24 A menudo se pre• tende que la denominada «ciencia posmoderna», y en particular la teo• ría del caos, justifica y fundamenta este nuevo «pensamiento no lineal». En
21. En realidad, esta formulación verbal confunde la linealidad con la causalidad, dos cuestio• nes muy diferentes. En una ecuación lineal, el conjunto de todas las variables obedece a una relación de proporcionalidad. No hay ninguna necesidad de distinguir qué variable(s) representa(n) «el efec• to» y qué variable(s) representa(n) «la causa». Y, de hecho, en muchos casos (por ejemplo, los siste• mas con retroalimentación), esta distinción carece de sentido.
22. También se suele llamar orden total.
23. [Para expertos:] Aquí «natural» significa «compatible con la estructura de campo», en el sentido que a, h>0 implica ab>0, y a>b implica a+ob+c.
24. Señalemos de pasada que es falso decir que la intuición no interviene para nada en la cien• cia llamada «tradicional». Muy al contrario, dado que las teorías científicas son creaciones de la mente humana y casi nunca están «escritas» en los datos experimentales, la intuición desempeña un papel de primer orden en este proceso creativo de invención de teorías. Sin embargo, la intuición no puede desempeñar ninguna función explícita en los razonamientos que constituyen la verificación (o la falsación) de las teorías propuestas, ya que este proceso debe ser siempre independiente de la sub• jetividad individual de los científicos.
realidad, esto no es sino una confusión entre los tres significados de la palabra «lineal».25
Debido a estos abusos, es muy común encontrar autores posmoder• nos que ven la teoría del caos como una revolución contra la mecánica newtoniana, a la que etiquetan de «lineal», o que citan la mecánica cuán• tica como ejemplo de teoría no lineal.26 En realidad, el llamado «pensa• miento lineal» newtoniano emplea ecuaciones perfectamente no linea• les; por eso gran número de ejemplos de la teoría del caos provienen de la mecánica de Newton y, a decir verdad, el estudio del caos representa un cierto renacimiento de la mecánica newtoniana como objeto de in• vestigación de punta. En cambio, en la mecánica cuántica, que a menu• do se cita como ejemplo de «ciencia posmoderna», su ecuación funda• mental -la ecuación de Schródinger- es absolutamente lineal.
25. Por ejemplo:
Estas prácticas [científicas] estaban arraigadas en una lógica binaria de sujetos y objetos her• méticos y en una racionalidad lineal y teleológica (...). La linealidad y la teleología están a pun• to de ser sustituidos por modelos de no linealidad, en la teoría del caos, y por un énfasis en la contingencia histórica (Lather, 1991, págs. 104-105).
En oposición a determinismos más lineales (históricos, psicoanalíticos y también científicos) que tienden a excluirlos como anomalías al margen del curso generalmente lineal de las cosas, ciertos determinismos anteriores incorporaban el caos, la turbulencia incesante, el puro azar, en interacciones dinámicas afines a la moderna teoría del caos. (...) (Hawkins, 1995, pág. 49)
A diferencia de los teleológicos sistemas lineales, los modelos caóticos se resisten al cierre, abriéndose a infinitas «simetrías recursivas». Esta carencia de cierre privilegia la incertidum- bre. Una teoría o un «significado» concretos se diseminan en infinitas posibilidades (...) Aque• llo que alguna vez se consideró encerrado en la lógica lineal empieza a abrirse a una serie sor• prendente de nuevas formas y posibilidades (Rosenberg, 1992, pág. 210).
Quede claro que no criticamos a estos autores por utilizar la palabra «lineal» en un sentido peculiar: las matemáticas no tienen el monopolio de esta palabra. Criticamos cierta tendencia posmoderna a confundir ese sentido de la palabra con el matemático, y a establecer conexiones con la teoría del caos que carecen de argumentos válidos. Dahan-Dalmedico (1997) parece perder esto de vista.
26. Por ejemplo, Harriett Hawkins se refiere a «las ecuaciones lineales que describen el movi• miento regular y en consecuencia predecible de los planetas y cometas» (Hawkins, 1995, pág. 31), y Steven Best alude a «las ecuaciones lineales utilizadas en la mecánica newtoniana e incluso en la me• cánica cuántica» (Best, 1991, pág. 225). Así, pues, incurren en el primer error, pero no en el segun• do. En cambio, Robert Markley afirma que «la física cuántica, la teoría del bootstrap [«lengüeta»] hadrónico, la teoría de los números complejos [!] y la teoría del caos tienen en común la hipótesis de base según la cual la realidad no se puede describir en términos lineales, y que las ecuaciones no lineales -e irresolubles- son el único modo posible de describir una realidad compleja, caótica y no determinista» (Markley, 1992, pág. 264). Este pasaje merece un premio por comprimir el mayor número de confusiones en el menor número de palabras. Véanse las págs. 281-282 para una breve discusión al respecto.
Por otro lado, la relación entre linealidad, caos y resolubilidad ex• plícita de una ecuación es algo que con frecuencia se entiende mal. En general, las ecuaciones no lineales son más difíciles de resolver que las li• neales, pero no siempre: existen problemas lineales harto complejos y problemas no lineales muy sencillos. Así, por ejemplo, las ecuaciones de Newton para el problema de Kepler con dos cuerpos (el Sol y un plane• ta) son no lineales y, sin embargo, explícitamente resolubles. Por su par• te, para que se produzca el caos es necesario que la ecuación sea no lineal y -simplificando un poco- no resoluble explícitamente, pero estas dos condiciones no son en absoluto suficientes -ni por separado ni en con• junto- para producir el caos. Contrariamente a lo que se suele creer, un sistema no lineal no tiene por qué ser necesariamente caótico.
Las dificultades y las confusiones se multiplican cuando se trata de aplicar la teoría matemática del caos a situaciones concretas en ciencias físicas, biológicas o sociales.27 En efecto, para hacer esto de manera sen• sata es necesario tener una cierta idea de las variables pertinentes y del ti• po de evolución al que obedecen. Desafortunadamente, a menudo es di• fícil hallar un modelo matemático que sea lo bastante simple corno para ser analizable y, al mismo tiempo, capaz de describir adecuadamente el objeto considerado. Estos problemas se plantean, de hecho, para cual• quiera que intente aplicar una teoría matemática a la realidad.
En ocasiones, las supuestas «aplicaciones» de la teoría del caos rozan el absurdo, como en el caso de las aplicaciones a la gestión empresarial o al análisis literario.28 Y para complicar aún más las cosas, la teoría del caos, bien desarrollada matemáticamente, se confunde a menudo con las teo• rías aún emergentes de la complejidad y de la autoorganización.
Otra grave confusión se produce al mezclar la teoría matemática del caos con la sabiduría popular respecto a las pequeñas causas que pueden tener grandes efectos: «si la nariz de Cleopatra hubiese sido más cor• ta...», o la historia de la falta de una uña que propició la caída de un im• perio. Una y otra vez oímos discursos sobre la teoría del caos «aplicada» a la historia o a la sociedad. Pero las sociedades humanas son complica• dos sistemas que contienen un gran número de variables, para los que re• sulta imposible escribir (al menos hasta el presente) ecuaciones razona• bles. Hablar del caos en relación con estos sistemas no nos conducirá
27. Véase Ruelle (1994) para una exposición más detallada.
28. Para una crítica cuidadosa de las aplicaciones en literatura de la teoría del caos, véase, por ejemplo, Matheson y Kirchhoff (1997) y van Peer (1998).
150 IMPOSTURAS INTELECTUALES
mucho más lejos que si recurrimos a la intuición ya contenida en la sabi• duría popular.29
Un último abuso procede de la confusión, intencionada o no, de los múltiples sentidos del término «caos» -extremadamente evocador-: en• tre su sentido técnico en la teoría matemática de la dinámica no lineal
-donde es considerado, aunque no con exactitud, como un sinónimo de
«sensibilidad a las condiciones iniciales»- y sus significados más amplios en sociología, política, historia y teología, en las que a menudo se emplea como sinónimo de desorden. Como veremos, Baudrillard y Deleuze- Guattari explotan con especial desvergüenza esta confusión verbal (o, simplemente, caen en ella).
Capítulo 7
Jean Baudrillard
Jean Baudrillard realiza un trabajo sociológico que desafía y provoca a todas las teorías actuales. A fuerza de irrisión, pero también de extrema precisión, desmonta con tranquila seguridad y gran sentido del humor las descripcio• nes sociales establecidas.
Le Monde (1984b, pág. 95; cursivas nuestras).
Jean Baudrillard, sociólogo y filósofo, es bien conocido por sus re• flexiones sobre los problemas de la realidad, la apariencia y la ilusión. En este capítulo centraremos la atención en un aspecto poco destacado de su obra: el uso frecuente de terminología científica y pseudocientí- fica.
En algunos casos, se trata claramente de metáforas. Veamos un ejem• plo. A propósito de la guerra del Golfo, Baudrillard escribió lo siguiente:
29. No negamos que, de conocer mejor estos sistemas -lo suficiente como para poder escribir ecuaciones que los describan de manera siquiera aproximada-, la teoría matemática del caos nos po• dría enseñar cosas interesantes sobre estos sistemas. Pero la sociología y la historia están lejos, hoy por hoy, de haber alcanzado este nivel de desarrollo (y es posible que siempre lo estén).
Lo más extraordinario es que las dos hipótesis, la apocalipsis del tiempo real y de la guerra pura y el triunfo de lo virtual sobre lo real, se producen al mismo tiempo, en un mismo espacio-tiempo, persiguiéndose la una a la otra de modo implacable. Es la señal de que el espacio del acontecimiento se ha convertido en hiperespacio de refracción múltiple, que el espacio de la guerra ya es definitivamente no euclidiano (Baudrillard, 1991, pág. 49; cursivas del original).
Parece existir una tradición que consiste en utilizar nociones matemáticas fuera de su contexto. Para Lacan, son los toros y los números imaginarios,
para Kristeva, los conjuntos infinitos, y aquí los espacios no euclidianos.1 Pero, ¿qué significado podría tener esta metáfora? Por otro lado, ¿cómo sería un espacio euclidiano de la guerra? Notemos de pasada que el con• cepto de «hiperespacio de refracción múltiple» no existe ni en matemáti• cas ni en física: es una invención baudrillardiana.
Los escritos de este autor están atestados de metáforas semejantes tomadas de las matemáticas y la física. Por ejemplo:
En el espacio euclidiano de la historia, el camino más recto entre dos puntos es la línea recta, la del Progreso y la Democracia. Pero eso sólo es vá• lido para el espacio lineal de la Ilustración.2 En nuestro espacio no euclidia• no de finales de siglo, una curvatura maléfica desvía invenciblemente todas las trayectorias. Ligada, sin duda alguna, a la esfericidad del tiempo (visible en el horizonte de finales de siglo como la de la tierra en el horizonte al caer el día) o a la sutil distorsión del campo gravitacional. (...)
Debido a esta retroversión de la historia hacia el infinito, a esta curvatura hi• perbólica, el mismo siglo escapa a su propio fin (Baudrillard, 1992, págs. 23-24).
A esto, sin duda,, le debemos ese efecto de «física recreativa»: la impre• sión de que los acontecimientos colectivos o individuales se precipitan por un orificio de la memoria. Este desvanecimiento está causado, sin lugar a dudas, por ese movimiento de reversión, por esa curvatura parabólica del espacio histórico (Baudrillard, 1992, pág. 36).
Sin embargo, no toda la física de Baudrillard es metafórica. En sus es• critos más filosóficos parece tomar la física -o por lo menos su versión de la misma- al pie de la letra, como en su ensayo he fatal, ou l'imminence reversible, dedicado al tema del azar:
Esta reversibilidad del orden causal, esta reversibilidad del efecto sobre la causa, esta precesión y este triunfo del efecto sobre la causa son funda• mentales. (...)
1. ¿Qué es un espacio no euclidiano? En la geometría euclidiana del plano -la que se aprende en la escuela secundaria-, para toda recta R y todo punto p que no pertenezca a R, existe una única paralela a R (es decir, una recta que no corta a R) que pasa por p. Por el contrario, en las geometrías no euclidianas puede, según el caso, existir una infinidad de paralelas o ninguna. Estas geometrías se remontan a los trabajos de Bolyai, Lobachevskii y Riemann, en el siglo XIX, y en 1915 Einstein las aplicó a su teoría de la relatividad general. Para una buena introducción a las geometrías no eucli• dianas (sin sus aplicaciones militares), véanse Greenberg (1980) o Davis (1993).
2. Véase nuestra exposición (pág. 147 de este libro) sobre los empleos abusivos del término
«lineal».
Esto es lo que entrevé la ciencia cuando, no satisfecha con cuestionar el principio determinista de causalidad (eso es una primera revolución), pre• siente, miás allá del principio de indeterminación, que todavía desempeña una función como hiperracionalidad -el azar es una flotación de las leyes, lo que ya es, de por sí, extraordinario-, pero eso que, en lo sucesivo, presiente la ciencia em los confines físicos y biológicos de su ejercicio, consiste, en reali• dad, en que no sólo existe una flotación, una incertidumbre, sino una rever• sibilidad posible de las leyes físicas. Ese sería el enigma absoluto: no una ul- trafórmula o metaecuación del universo (lo que todavía era la teoría de la relatividad), sino la idea de que toda ley puede reversibilizarse (no sólo la par• tícula en la antipartícula, la materia en la antimateria, sino las leyes en sí mis• mas). Dicha reversibilidad -las grandes metafísicas siempre han desarrollado esta hipótesis- es la regla fundamental del juego de las apariencias, de la me• tamorfosis de las apariencias, contra el orden irreversible del tiempo, de la ley y del ¡sentido. Pero resulta fascinante observar cómo la ciencia llega a las mismas hipótesis, contrarias como son a su propia lógica y a su propio fun• cionamiento (Baudrillard, 1983, págs. 232-234; cursivas del original).
Es difícil saber qué entiende Baudrillard por «reversibilizar» una ley de la física. Es cierto que en física se habla de la reversibilidad de las leyes, una fórmula con densada que se usa para designar su «invariancia respecto a la inversión del tiempo».3 Pero esta propiedad era ya bien conocida en la me• cánica newtoniana, teoría determinista y causal por excelencia, y no tiene nada que ver con la incertidumbre ni se sitúa, en absoluto, en los «confines físicos y biológicos» de la ciencia. (Por el contrario, precisamente la no re• versibilidad de las leyes de las «interacciones débiles», descubierta en 1964, constituye una novedad aún no bien comprendida.) En todo caso, la re• versibilidad de las leyes no guarda relación alguna con una supuesta
«reversibilidad del orden causal». Finalmente, las confusiones -o fanta• sías- científicas de Baudrillard le conducen a hacer aserciones filosóficas injustificadas: no aporta ningún argumento para apoyar su idea de que la ciencia llega a hipótesis «contrarias (...) a su propia lógica».
Esta pauta de pensamiento la retoma una vez más en el ensayo titula• do Instabilité et stabilité exponentielles:
3. Para ilustrar este concepto, imaginemos un conjunto de bolas de billar sobre una mesa, evo• lucionando según las leyes de la mecánica newtoniana (sin fricción y con colisiones elásticas), y fil• memos su movimiento. Al proyectar la película al revés, veremos que este movimiento invertido tam• bién se ajusta a las leyes de la mecánica newtoniana. Este hecho se enuncia diciendo que las leyes de la mecánica newtoniana son invariaintes respecto a la inversión del tiempo. En realidad, todas las le• yes físicas conocidas, excepto las relativas a las interacciones llamadas «débiles» entre partículas subatómicas, poseen esta propiedad de invariancia.
Todo el problema del discurso sobre el final (el final de la historia, en par• ticular) consiste en tener que hablar, a la vez, del más allá del término y de la imposibilidad de terminar. Esta paradoja deriva del hecho de que en un espa• cio no lineal, en un espacio no euclidiano de la historia, el final es inidentifi- cable. Efectivamente, el final sólo se concibe en un orden lógico de la cau• salidad y la continuidad. Ahora bien, los acontecimientos mismos, por su producción artificial, por su vencimiento programado o la anticipación de sus efectos, sin contar su transfiguración mediática, anulan la relación de causa a efecto y, por ende, toda continuidad histórica.
Esta distorsión de los efectos y las causas, esta misteriosa autonomía de los efectos, esta reversibilidad del efecto sobre la causa, que engendra un de• sorden o un orden caótico (es exactamente nuestra situación actual: la de una reversibilidad de la información sobre lo real, que engendra un desor• den de los acontecimientos y una extravagancia de los efectos mediáticos) no deja de evocar la teoría del caos y la desproporción entre el batir de alas de la mariposa y el huracán que desencadena en las antípodas del planeta. No deja de evocar tampoco la paradójica hipótesis de Jacques Benveniste sobre la memoria del agua. (...)
Quizá haya que considerar la historia misma como una formación caóti• ca en la que la aceleración pone fin a la linealidad, y donde las turbulencias generadas por la aceleración alejan definitivamente la historia de su final, al igual que alejan los efectos de sus causas (Baudrillard, 1992, págs. 155-156).
En primer lugar, la teoría del caos no invierte de ningún modo la relación entre el efecto y la causa. Incluso en los asuntos humanos, ¡mucho duda• mos de que una acción del presente pueda afectar a un acontecimiento del pasado! En segundo lugar, la teoría del caos no tiene nada que ver con la hipótesis de Benveniste sobre la memoria del agua.4 Y, finalmente, la última frase, aunque construida a base de terminología científica, carece de sentido desde el punto de vista científico.
El texto continúa en un crescendo de sinsentido:
Nunca llegaremos al destino, aunque se trate del Juicio Final, ya que estamos separados de él para siempre por un hiperespacio de refracción variable. La
4. Los experimentos del grupo de Benveniste sobre los efectos biológicos de soluciones alta• mente diluidas, que parecían aportar una base científica a la homeopatía, se han visto pronto desa• creditadas tras haber sido precipitadamente publicadas por la revista Nature (Davenas et al., 1988). Véase Maddox et al. (1988); y para una exposición más amplia, véase Broch (1992). Más reciente• mente, Baudrillard ha opinado que la memoria del agua es «el estadio último de la transfiguración del mundo en información pura» y que «esta virtualización de los efectos está plenamente en con• sonancia con la ciencia más reciente» (Baudrillard, 1995a, pág. 105).
retroversión de la historia se podría perfectamente interpretar como una tur• bulencia de esta clase, debida a la precipitación de los acontecimientos que in• vierte su propio curso y traga su propia trayectoria. Ésta es una de las versio• nes de la teoría del caos, la de la inestabilidad exponencial y de sus efectos incontrolables, que da perfecta cuenta del «final» de la historia, interrumpida en su movimiento lineal o dialéctico por esta singularidad catastrófica (...)
Pero la versión de la inestabilidad exponencial no es la única; la otra es la de la estabilidad exponencial, que define un estado en el que, cualquiera que sea el punto de partida, siempre se acaba llegando a ese mismo punto. Poco importan las condiciones iniciales o las singularidades originales, ya que todo tiende al punto Cero -un atractor extraño por sí mismo.5 (...)
De hecho, las dos hipótesis -inestabilidad y estabilidad exponencia• les-, aunque incompatibles, son simultáneamente válidas. Más aún, nues• tro sistema, en su curso normal -normalmente catastrófico-, las conjuga a la perfección. En efecto, conjuga una inflación, una aceleración galo• pante, un vértigo de movilidad, una excentricidad de los efectos, un ex• ceso de sentido y de información, con una tendencia exponencial hacia la entropía total. Así, pues, nuestros sistemas son doblemente caóticos, ya que funcionan en la inestabilidad y en la estabilidad exponenciales al mis• mo tiempo.
De este modo, nunca existiría un final, porque nos hallamos en un ex• ceso de final: transfinito -en una superación de las finalidades: transfina• lidad. (...)
Nuestros sistemas complejos, metastáticos, virales, consagrados exclusi• vamente a la dimensión exponencial (tanto si se trata de la inestabilidad co• mo de la estabilidad exponenciales), a la excentricidad y a la escisiparidad fractal indefinida, no pueden tener ya un final. Entregados a un intenso me• tabolismo, a una intensa metástasis interna, se agotan en sí mismos y dejan de tener destino, final, alteridad, fatalidad. Están condenados precisamente a la epidemia, a las excrecencias sin fin de lo fractal, y no a la reversibilidad y a la resolución perfecta de lo fatal. Sólo conocemos los signos de la catás• trofe, no conocemos ya los signos del destino. (Por lo demás, la teoría del caos, ¿se ha ocupado del fenómeno inverso, asimismo extraordinario, de la hiposensibilidad a las condiciones iniciales, de la exponencialidad inversa de los efectos con relación a las causas, de los huracanes potenciales que aca• ban en un batir de alas de mariposa?) (Baudrillard, 1992, págs. 156-160; cursivas del original).
5. ¡En absoluto! Cuando cero es un atractor, es lo que se llama un «punto fijo»; estos atracto- res, así como otros conocidos como ciclos-límites, se conocen desde el siglo XIX, mientras que el tér• mino «atractor extraño» se ha introducido precisamente para designar atractores de otra clase. Véa• se, por ejemplo, Ruelle (1991).
156 IMPOSTURAS INTELECTUALES
El último párrafo es baudrillardiano por excelencia. El lector no podrá dejar de advertir la alta densidad de términos científicos y pseudocientífi- cos6 que saturan unas frases, por lo demás, vacías de significado.
No obstante, es justo decir que estos textos son atípicos en la obra de Baudrillard, pues aluden, aunque sea de modo confuso, a ideas científi• cas más o menos bien definidas. Lo habitual es toparse con frases como la siguiente:
No existe una topología más hermosa que la de Moebius para designar esa contigüidad de lo próximo y de lo lejano, de lo interior y de lo exterior, del objeto y del sujeto en la misma espiral, donde se entrelazan también la pantalla de nuestros ordenadores y la pantalla mental de nuestro propio ce• rebro. Según el mismo modelo, la información y la comunicación vuelven siempre sobre sí mismas en una circunvolución incestuosa, en una indistin• ción superficial del sujeto y del objeto, de lo interior y de lo exterior, de la pregunta y de la respuesta, del suceso y de la imagen, etc. -algo que sólo se puede resolver en un bucle, simulando la figura matemática del infinito (Baudrillard, 1990, págs. 62-63).
Como señalan Gross y Levitt, «esto es tan pomposo como carente de sentido».7
Resumiendo: en los trabajos de Baudrillard se encuentra una profu• sión de términos científicos empleados sin ningún miramiento por su sig• nificado y, sobre todo, situados en un contexto en el que son totalmente irrelevantes.8 Tanto si se interpretan como metáforas como si no, resulta difícil ver qué función desempeñan, salvo la de dar una apariencia de profundidad a observaciones banales sobre sociología o historia. Más aún, la terminología científica está mezclada con una terminología acien- tífica utilizada con la misma ligereza. Cabría preguntarse, a fin de cuen• tas, qué quedaría del pensamiento de Baudrillard si quitáramos todo el barniz verbal que lo recubre.9
6. Son ejemplos de lo último: hiperespacio de refracción variable y escisiparidadfracial.
7. Gross y Levitt (1994, pág. 80).
8. Para otros ejemplos, véanse las referencias a la teoría del caos (Baudrillard, 1983, págs. 221- 222), al Big Bang (Baudrillard, 1992, págs. 161-162) y a la mecánica cuántica (Baudrillard, 1995b, págs. 30-31 y 82-85). Este último libro contiene innumerables alusiones científicas y pseudocientíficas.
9. Para una crítica más detalllada de las ideas de Baudrillard, véase Norris (1992).
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