lunes, 15 de agosto de 2016

IMPOSTURAS INTELECTUALES 3. A. Sokal y J. Bricmont.

IMPOSTURAS INTELECTUALES 3. A. Sokal y J. Bricmont.
Capítulo 2. Julia Kristeva

Julia Kristeva cambia el lugar de las cosas: destruye siempre el último pre• juicio, aquel en el que uno creía poder tranquilizarse y enorgullecerse; lo que ella desplaza es lo ya-dicho, es decir, la insistencia del significado, es de• cir, la tontería; lo que subvierte es la autoridad, la autoridad de la ciencia monológica, de la filiación. Su trabajo es completamente nuevo, exacto (...).
ROLAND BARTHES, 1970, pág. 19, en referencia a
Séméiotiké: Recherches pour une sémanalyse, de Kristeva.

La obra de Julia Kristeva toca diversos campos; desde la crítica li• teraria al psicoanálisis y la filosofía política. Sus primeros trabajos, de los que analizaremos algunos fragmentos, tratan de lingüística y se• miótica. Estos textos, escritos a finales de los años sesenta y mediados de los setenta, no se pueden llamar propiamente postestructuralistas; resulta más apropiado considerarlos como algunos de los peores ex• cesos del estructuralismo. El objetivo declarado de Kristeva es la ela• boración de una teoría formal del lenguaje poético. Sin embargo, es• te objetivo es ambiguo, porque, por una parte, la autora afirma que el lenguaje poético es «un sistema formal cuya teorización se puede fun• damentar en la teoría [matemática] de conjuntos», y por otra, hace constar a pie de página que esto es «sólo metafórico».
Metáfora o no, esta tarea se enfrenta a un grave problema: ¿qué re• laciones, si es que las hay, existen entre el lenguaje poético y la teoría matemática de conjuntos? Kristeva no lo explica realmente. Invoca no• ciones técnicas propias de la teoría de conjuntos, cuya pertinencia para el lenguaje poético es difícil de comprender, teniendo en cuenta sobre todo que no aporta ningún argumento que la justifique. Más aún, su ex-

posición de las matemáticas incurre en notables errores, como en el ca• so del teorema de Gódel. Hay que resaltar que Kristeva ha abandonado este enfoque hace ya muchos años; no obstante, es demasiado represen• tativo del tipo de trabajo objeto de nuestras críticas como para pasarlo por alto.
Las citas que siguen se han extraído, principalmente, del celebra• do libro de Kristeva Séméiotiké: Recherches pour une sémanalyse (Se• miótica) (1969).l Uno de sus intérpretes lo describió de este modo:

Lo más sorprendente del trabajo de Kristeva (...) es la competencia con que está expuesto, la intensa unidad de planteamiento con que se desarrolla y, por último, su rigor sutil. No escatima recursos: se invocan las teorías exis• tentes en el ámbito de la lógica y, en un momento dado, incluso la mecánica cuántica (...) (Lechte, 1990, pág. 109).

Veamos, pues, algunos ejemplos de esa competencia y de ese rigor:

(...) el procedimiento científico consiste en un desarrollo lógico fundado en la construcción griega (indoeuropea) de la frase mediante sujeto-predicado y que procede por identificación, determinación y causalidad.2 La lógica moderna, desde Frege y Peano hasta Lukasiewicz, Ackermann o Church, que se mueve en las dimensiones 0-1, e incluso la de Boole que, partiendo de la teoría de conjuntos, aporta formalizaciones más isomorfas al funciona• miento del lenguaje, son inoperantes en la esfera del lenguaje poético, don• de el 1 no constituye un límite.
Por lo tanto, es imposible formalizar el lenguaje poético con los proce• dimientos lógicos (científicos) actuales sin desnaturalizarlo. Una semiótica literaria se debe elaborar a partir de una lógica poética, en la que el concep-


1. Una comentarista de Kristeva, Toril Moi, explica el contexto:

En 1966, París fue testigo no sólo de la publicación de los Ecrits de Jacques Lacan y de Les Mots et les choses de Michel Foucault, sino también de la llegada, procedente de Bulgaria, de una joven lingüista. A los 25 años, Julia Kristeva (...) tomó la Rive Gauche al asalto. (...) La investigación de Kristeva en lingüística pronto llevó a la publicación de dos importan• tes libros: Le Texte du román y Séméiotiké, y culminó con la publicación de su extensa te• sis doctoral: La Kévolution du langage poétique, en 1974. Esta producción teórica le valió una cátedra de lingüística en la Universidad de París VII (Moi 1986, pág. 1).
2. Esta afirmación parece referirse implícitamente a la «tesis de Sapir-Whorf» en lingüística, es decir, grosso modo, a la idea de que nuestro lenguaje condiciona radicalmente nuestra visión del mundo. Actualmente, esta tesis está siendo muy criticada por algunos lingüistas: véase, por ejemplo, Pinker (1995, págs. 57-67).
to de potencia del continuo^ englobaría el intervalo de 0 a 2, un continuo donde el 0 denota y el 1 está transgredido implícitamente (Kristeva, 1969, págs. 150-151; cursivas de la autora).

En este fragmento, Kristeva enuncia una verdad y comete dos errores. La verdad consiste en que, en general, las frases poéticas no se pueden evaluar según los criterios verdadero/falso. Ahora bien, en lógica mate• mática los símbolos 0 y 1 se emplean para designar respectivamente los conceptos «falso» y «verdadero»; es éste el sentido en que la lógica de Boole utiliza el conjunto {0,1}. Así pues esta alusión de Kristeva a la ló• gica matemática es correcta, aunque no añade nada a la observación ini• cial. Sin embargo, en el segundo párrafo la autora parece confundir el conjunto {0,1}, que está constituido por los dos elementos 0 y 1, con el intervalo [0,1], que comprende todos los números reales comprendidos entre 0 y 1. Este último, a diferencia del primero, es un conjunto infini• to que, además, posee la potencia del continuo (véase la nota 3). Por otro lado, Kristeva concede una gran importancia al hecho de tener un conjunto (el intervalo de 0 a 2) que «transgrede» el 1, aunque desde el punto de vista que ella pretende adoptar, es decir, el de la cardinalidad (o potencia) de los conjuntos, no existe ninguna diferencia entre el in• tervalo [0,1] y el intervalo [0,2], ya que ambos tienen la potencia del continuo.
En el texto que sigue, estos dos errores se hacen mucho más evidentes:

En esta «potencia del continuo» del cero al doble específicamente poético, se percibe que «lo prohibido» [interdit] (lingüístico, psíquico, social) es 1 (Dios, la ley, la definición), y que la única práctica lingüística

3. La «potencia del continuo» es un concepto perteneciente a la teoría matemática de los con• juntos infinitos, elaborada por Georg Cantor y otros matemáticos a partir del decenio de 1870. Re• sulta que existen conjuntos infinitos de muchos «tamaños» (o «cardinalidades») diferentes. Algunos reciben el nombre de «enumerables»: por ejemplo, el conjunto de los números enteros positivos: 1, 2, 3, etc., o, más en general, todos aquellos conjuntos cuyos elementos se pueden poner en corres• pondencia «uno-a-uno» con el conjunto de los números enteros positivos. Por otro lado, Georg Cantor demostró en 1873 que no existe correspondencia «uno-a-uno» entre los números enteros y el conjunto de todos los números reales. Luego éstos son en cierto sentido «más numerosos» que los enteros. Se dice que los números reales tienen la «cardinalidad (o potencia) del continuo», al igual que todos los conjuntos que se pueden poner en correspondencia uno-a-uno con ellos. Vale la pena señalar que, aunque a primera vista pueda parecer asombroso, es posible establecer una correspon• dencia uno-a-uno entre los números reales y los números reales comprendidos en un intervalo: por ejemplo, los comprendidos entre cero y uno, o los comprendidos entre cero y dos, etc. De un modo más general, se puede demostrar que cada conjunto infinito se puede poner en correspondencia uno-a-uno con algunos de sus subconjuntos.

que «escapa» a esta prohibición es el discurso poético. No es por casuali• dad que las insuficiencias de la lógica aristotélica en su aplicación al len• guaje hayan sido puestas de manifiesto, de un lado, por el filósofo chino Chang Tung-sun, que procedía de otro horizonte lingüístico (el de los ideogramas) en el que en lugar de Dios se despliega el «diálogo» Yin- Yang, y de otro, por Bajtín, que intentó ir más allá de los formalistas me• diante una teorización dinámica construida en una sociedad revoluciona• ria. Para él, el discurso narrativo, que asimila al discurso épico, es una prohibición, un «monologismo», una subordinación del código al 1, a Dios. En consecuencia, la épica es religiosa, teológica, y todas las narra• ciones «realistas» que obedecen a la lógica 0-1 son dogmáticas. La nove• la realista a la que Bajtín llama monológica (Tolstoi) tiende a evolucionar en este espacio. La descripción realista, la definición de un «carácter», la creación de un «personaje», el desarrollo de un «tema»: todos estos ele• mentos descriptivos del relato narrativo pertenecen al intervalo 0-1; son, pues, monológicos. El único discurso en el que la lógica poética 0-2 se de• sarrolla en su integridad sería el del carnaval: el carnaval transgrede las reglas del código lingüístico, al igual que las de la moral social, adoptan• do una lógica de ensueño.
(...) A partir del término dialogismo, que puede adoptar la semiótica li• teraria, se dibuja un nuevo enfoque de los textos poéticos. La lógica que im• plica el «dialogismo» es a la vez: (...) (3) una lógica del «transfinito»,4 un concepto que hemos tomado de Cantor y que introduce, partiendo de la
«potencia del continuo» del lenguaje poético (0-2), un segundo principio de formación, a saber: una secuencia poética es «inmediatamente superior» (no deducida causalmente) a todas las secuencias precedentes de la serie aristo• télica (científica, monológica, narrativa). Entonces, el espacio ambivalente de la novela se presenta ordenado por dos principios de formación: el mo- nológico (cada secuencia está determinada por la precedente) y el dialógico (secuencias transfinitas inmediatamente superiores a la serie causal prece• dente). [Kristeva hace la siguiente precisión en una nota a pie de página:] Hay que destacar que la introducción de nociones de la teoría de conjuntos en una reflexión sobre el lenguaje poético sólo es metafórica, y es posible porque se puede establecer una analogía, por una parte, entre las relaciones lógica aristotélica/lógica poética y, por otra, entre enumerable/infinito (Kristeva, 1969, págs. 151-153; cursivas de la autora).

Al final del pasaje, Kristeva admite que su «teoría» no es más que una metáfora. Pero ni siquiera a este nivel ofrece justificación alguna, sino

4. En matemáticas, el término «transfinito» es, más o menos, sinónimo de «infinito» y se suele emplear para caracterizar un «número cardinal» o un «número ordinal».
que, lejos de establecer una analogía entre «lógica aristotélica/lógica poé• tica» y «enumerable/infinito», se limita a citar los nombres de estos con• ceptos matemáticos sin dar la menor explicación de lo que significan y, sobre todo, de qué relación -aunque sea metafórica- pueden tener con la
«lógica poética». Por lo demás, la teoría de los números transfinitos no tiene nada que ver con la deducción causal.
En pasajes ulteriores, Kristeva retorna a la lógica matemática:

Para nosotros, el lenguaje poético no es un código que englobe a los demás, sino una clase A que tiene la misma potencia que la función <§{xx... xj del in• finito del código lingüístico (véase el teorema de existencia, pág. 189), y to• dos los «demás lenguajes» (lenguaje «usual», «metalenguajes», etc.) son co• cientes de A sobre dominios [étendues] más restringidos (limitados por las reglas de la construcción sujeto-predicado, por ejemplo, como base de la ló• gica formal), y camuflan, como consecuencia de esta limitación, la morfolo• gía de la función
El lenguaje poético (al que, de ahora en adelante, designaremos por las
iniciales lp) contiene el código de la lógica lineal. Además, podemos descu• brir en él todas las figuras combinatorias que el álgebra ha formalizado en un sistema de signos artificiales y que no se exteriorizan al nivel de la mani• festación del lenguaje usual. (...)
Por consiguiente, el lp no puede ser un subcódigo. Es el código infinito ordenado, un sistema complementario de códigos de los que se puede aislar (por abstracción operatoria y mediante la demostración de un teorema) un lenguaje usual, un metalenguaje científico y todos los sistemas artificiales de signos -que en realidad no son, todos ellos, sino subconjuntos de este infi• nito, que exteriorizan las reglas de su orden sobre un espacio restringido (su potencia es menor en relación con la del lp que les ha sido sobreyectado)- (Kristeva, 1969, págs. 178-179).

Aunque Kristeva ha conjugado hábilmente una serie de términos mate• máticos, estos párrafos carecen de sentido. Pero la cosa va a más:

Habiendo admitido que el lenguaje poético es un sistema formal cuya teorización se puede fundamentar en la teoría de conjuntos, podemos cons• tatar, al mismo tiempo, que el funcionamiento de la significación poética obedece a los principios enunciados por el axioma de elección, que estable• ce la existencia de una correspondencia unívoca, representada por una cla• se, que asocia uno de sus elementos a cada conjunto no vacío de la teoría (del sistema):

(3A) {Un(A) • (x) [~Em(x) • 3 • (3y) [yex • (yx) eA]]}
[Un(A) - «A es unívoco»; Em{x) - «la clase x es vacía».]
O dicho en otras palabras, se puede elegir simultáneamente un elemen• to en cada uno de los conjuntos no vacíos de los que nos ocupamos. Así enunciado, el axioma es aplicable en nuestro universo Edel Ip, y precisa có• mo cada secuencia lleva consigo el mensaje del libro (Kristeva, 1969, pág. 189, cursivas de la autora).

Estos párrafos y los siguientes ilustran con brillantez los sarcásticos co• mentarios del sociólogo Stanislav Andreski citados en la Introducción (págs. 28-29). Kristeva jamás explica la pertinencia que pueda tener el axioma de elección para la lingüística (en nuestra opinión, ninguna). El axioma de elección dice que, si se tiene una colección de conjuntos y cada uno de ellos contiene, por lo menos, un elemento, entonces existe un conjunto que contiene exactamente un elemento «elegido» de cada conjunto inicial. Este axioma permite afirmar la existencia de determi• nados conjuntos sin construirlos explícitamente (no se dice cómo se efectúa la «elección»). La introducción de este axioma en la teoría ma• temática de conjuntos está motivada por el estudio de conjuntos infini• tos o de colecciones infinitas de conjuntos. ¿Dónde se puede encontrar este tipo de conjuntos en poesía? Es absurdo decir que el axioma de elección «precisa cómo cada secuencia lleva consigo el mensaje del li• bro» -no sabríamos decir si esta afirmación violenta más a las matemá• ticas o a la literatura.
Aun así, Kristeva continúa:

La compatibilidad del axioma de elección y de la hipótesis generalizada del continuo5 con los axiomas de la teoría de conjuntos nos sitúa al nivel de un razonamiento a propósito de la teoría: una metateoría (y ése es el estatus del razonamiento semiótico) en la que los metateoremas han sido puestos a punto por Gódel (Kristeva, 1969, pág. 189; cursivas de la autora).


5. Como vimos más arriba, en la nota 3, existen conjuntos infinitos de diferentes «tamaños» (llamados cardinales). El cardinal infinito más pequeño, llamado «enumerable», es el que corres• ponde al conjunto de todos los enteros positivos. Un cardinal mayor, llamado «cardinal del conti• nuo», es el que corresponde al conjunto de todos los números reales. La hipótesis del continuo (HC), introducida por Cantor a finales del siglo XIX, afirma que no hay cardinal «intermedio» entre el enumerable y el continuo. La hipótesis generalizada del continuo (HGC) es una extensión de es• ta idea a conjuntos infinitos mucho mayores. En 1964, Cohén probó que la HC (así como la HGC) es independiente del resto de los axiomas de la teoría de conjuntos, en el sentido de que ni ella ni su negación son demostrables utilizando dichos axiomas.
Una vez más, Kristeva intenta impresionar al lector con términos erudi• tos. En efecto, cita importantes (meta)teoremas de lógica matemática, pero sin explicar el contenido de los mismos y mucho menos su relación con la lingüística. (No olvidemos que el conjunto de todos los textos es• critos a lo largo de toda la historia de la humanidad es un conjunto fini• to. Más aún, cualquier lenguaje natural -por ejemplo, el castellano o el chino- posee un alfabeto finito, y una frase, o incluso un libro, es una su• cesión finita de letras. Por lo tanto, incluso el conjunto de todas las suce• siones finitas de letras de todos los libros imaginables, sin restricción al• guna de longitud, constituye un conjunto infinito enumerable. Resulta difícil imaginar cómo la hipótesis del continuo -que se refiere a los con• juntos infinitos no enumerables- podría aplicarse a la lingüística.)
Sin embargo, eso no impide a Kristeva seguir adelante:

Y llegamos precisamente a los teoremas de existencia, que no es nuestra in• tención desarrollar aquí, pero que nos interesan en la medida en que pro• porcionan conceptos que permiten plantear de un modo nuevo -imposible sin ellos- el objeto que nos interesa: el lenguaje poético. Como es sabido, el teorema generalizado de existencia postula que:
«Si (p(x¡,..., xn) es una función proposicional primitiva que no contiene ninguna otra variable libre excepto xv..., xn, sin necesidad de que las con• tenga todas, existe una clase A que, cualesquiera que sean los conjuntos xlt
..., xn, (xu ..., xn) £ A. = . (pU1;..., xn) ».6
En el lenguaje poético, este teorema denota las diferentes secuencias co• mo equivalentes a una función que las engloba a todas. De ello se despren• den dos consecuencias: Io estipula el encadenamiento no causal del lengua• je poético y la expansión de la letra en el libro; 2° pone el acento en el alcance de esta literatura que enuncia su mensaje en secuencias diminutas: el significado (q>) está contenido en el modo de unir las palabras, las frases...
Lautréamont fue uno de los primeros en practicar conscientemente este teorema.7
La noción de constructibilidad implicada por el axioma de elección, aso• ciado a todo lo que acabamos de exponer con relación al lenguaje poético, ex-


6. Éste es un resultado técnico de la teoría de conjuntos de Gódel-Bernays (una de las varian• tes de la teoría axiomática de conjuntos). Kristeva no explica la relación que pueda tener con el len• guaje poético. Por otro lado, hacer preceder un enunciado tan técnico como éste por la expresión
«como es sabido» Yon le sait] es un típico ejemplo de terrorismo intelectual.
7. Es altamente improbable que Lautréamont (1846-1870) hubiese podido «practicar cons• cientemente» un teorema de la teoría de conjuntos de Gódel-Bernays (desarrollado entre 1937 y 1940) o ni siquiera la mismísima teoría de conjuntos (desarrollada a partir de 1870 por Cantor y otros). Por lo demás, un teorema no se puede «practicar», aunque sí se puede demostrar o aplicar.

plica la imposibilidad de establecer una contradicción en el espacio del len• guaje poético. Esta constatación se aproxima a la de Gódel, relativa a la impo• sibilidad de establecer la contradicción de un sistema a través de medios for• malizados en ese sistema (Kristeva, 1969, págs. 189-190; cursivas de la autora).

En este fragmento, Kristeva demuestra no haber entendido los conceptos matemáticos que cita. En primer lugar, el axioma de elección no implica ninguna «noción de constructibilidad», sino todo lo contrario: permite enunciar la existencia de determinados conjuntos sin disponer de una re• gla para «construirlos» (véase más arriba). En segundo lugar, Gódel ha demostrado exactamente lo contrario de lo que afirma Kristeva, es decir, la imposibilidad de probar, por medios formalizables dentro de un cierto sistema, su propia coherencia (es decir, su «o-contradicción).8
Kristeva también ha intentado aplicar la teoría de conjuntos a la filo• sofía política. La cita siguiente ha sido extraída de su libro La Révolution du langagepoétique (1974):

Se esboza aquí un descubrimiento de Marx sobre el que no se ha insistido lo suficiente. Si cada individuo o cada organismo social representa un conjun• to, entonces, el conjunto de todos los conjuntos, que debería ser el Estado, no existe. El Estado como conjunto de todos los conjuntos es una ficción, no puede existir, como tampoco existe el conjunto de todos los conjuntos en la teoría de conjuntos.9 [En una nota a pie de página, Kristeva añade lo siguien• te:] En este sentido, véase Bourbaki,10 y por lo que se refiere a las relaciones


8. Gódel, en su célebre artículo (1931), demostró dos teoremas relacionados con la incomple- titud de ciertos sistemas lógico-matemáticos, tan complejos, por lo menos, como el de la aritmética. El primero presenta una proposición que no es ni demostrable ni refutable en el sistema formal da• do, a condición de que dicho sistema sea no contradictorio. (Sin embargo, mediante razonamientos no formalizables en el sistema, se puede ver que dicha proposición es verdadera.) El segundo teore• ma de Gódel afirma que, si el sistema es no contradictorio, es imposible demostrar esa propiedad utilizando los medios formalizables en el sistema.
Por otro lado, es muy fácil inventar sistemas de axiomas internamente contradictorios y, cuan• do un sistema es contradictorio, siempre se puede demostrar dicha incoherencia con los medios for• malizados en el sistema. Pese a que esta demostración puede resultar difícil de encontrar, siempre existe, de un modo casi trivial, por la propia definición de «contradictorio».
Véase Nagel y Newman (1958) para una excelente introducción al teorema de Gódel.
9. Véase la nota 12, pág. 46. Hay que subrayar que no se plantea ningún problema respecto a los conjuntos finitos, como por ejemplo el de los individuos de una sociedad.
10. Nicolás Bourbaki es el seudónimo de un colectivo de importantes matemáticos franceses que, desde la década de los treinta, han publicado una treintena de volúmenes de la serie Éléments de mathématique. Pese al título, estas obras distan mucho de ser elementales. Tanto si Kristeva ha leí• do o no a Bourbaki, esta referencia sólo tiene la función de impresionar al lector.
entre la teoría de conjuntos y el funcionamiento del inconsciente, véase tam• bién D. Sibony, «L'infini et la castration», en Scilicet, n° 4,1973, págs. 75-133.) [Luego, sigue diciendo:] En puridad, el Estado no es más que una colección de todos los conjuntos finitos. Pero para que esta colección exista, y para que existan también los conjuntos finitos, es necesario que exista algún infinito: las dos proposiciones son equivalentes. El deseo de formar el conjunto de todos los conjuntos finitos hace entrar en escena el infinito, y viceversa. Marx, que constató la ilusión de que el Estado sea el conjunto de todos los conjuntos, vio en la unidad social, tal y como la presenta la República burguesa, una colec• ción que constituye, sin embargo, en sí misma un conjunto (al igual que la de los números ordinales finitos constituye un conjunto si se plantea como tal) al que le falta algo: en efecto, su existencia o, si se quiere, su poder es tributario de la existencia del infinito, que ningún otro conjunto puede contener (Kris• teva, 1974, págs. 379-380; cursivas de la autora).

Pero la erudición matemática de Kristeva no se limita exclusivamente a la teoría de conjuntos, sino que, en su artículo «Du sujet en linguistique», la autora también aplica el análisis matemático y la topología al psicoanálisis:

En las operaciones sintácticas posteriores al estadio del espejo, el sujeto está ya seguro de su unicidad: su fuga hacia el «punto °°» en la significación se ha de• tenido. Pensamos, por ejemplo, en un conjunto C0 sobre un espacio usual R5, en el que para toda función F, continua en R3, y para todo entero n > 0 el con• junto de puntos X, donde F(X) es mayor que n, está acotado y las funciones de C0 tienden a 0 cuando la variable X retrocede hacia la «otra escena». En estos topos, el sujeto situado en C0 no alcanza ese «centro exterior del lenguaje» del que habla Lacan y donde se pierde como sujeto, una situación que traduciría el grupo relacional que la topología designa como anillo (Kristeva, 1977, pág. 313; cursivas de la autora).

He aquí uno de los mejores ejemplos del intento de Kristeva de impresio• nar al lector con una terminología rebuscada que no comprende. Andres- ki «aconsejaba» al científico social en ciernes copiar los fragmentos menos complicados de un manual de matemáticas. Sin embargo, la definición an• terior del conjunto de funciones C0(R3) ni siquiera está copiada correcta• mente y los errores saltan a la vista de cualquiera que conozca el tema.11

11. El espacio C0(R3) comprende todas las funciones continuas, con valores reales, definidas en R3, que «tienden a cero al infinito». Pero, en la definición precisa de este concepto, Kristeva hubie• se tenido que decir: a) \F(X)\ en lugar de F(X); b) «es mayor que 1/n» en lugar de «es mayor que n»; y c) «que comprende todas las funciones F continuas en R3, tales que» en lugar de «en el que para to• da función F, continua en R3».
62 IMPOSTURAS INTELECTUALES

Con todo, el verdadero problema consiste en que la pretendida aplicación al psicoanálisis es un sinsentido. ¿Cómo un «sujeto» podría estar «situa• do en C0»?
Entre los demás ejemplos de terminología matemática usada sin ex• plicación e injustificadamente, podemos citar Kristeva (1969): análisis es- tocástico (pág. 177), finitismo de Hilbert (pág. 180), espacio topológico y anillo abeliano (pág. 192), reunión (pág. 197), leyes de idempotencia, con- mutatividad, distributividad, etc. (págs. 258-264), estructura deDedekind con ortocomplementos (págs. 265-266), espacios infinitos funcionales de Hilbert (pág. 267), geometría algebraica (pág. 296), cálculo diferencial (págs. 297-298), así como Kristeva (1977): conjunto de articulación en la teoría de grafos (pág. 291), lógica de predicados (a la que llama -quién sa• be por qué razón- «lógica proporcional moderna»)12 (pág. 327).

En resumen, nuestra valoración de los abusos científicos de Kristeva es semejante a la que hemos hecho respecto a Lacan. En general, podría• mos decir que Kristeva tiene, al menos, una vaga idea de las matemáticas a las que alude, aunque, obviamente, no siempre comprende el signifi• cado de los términos que emplea. Sin embargo, el problema principal que plantean sus textos reside en que no hace ningún esfuerzo por jus• tificar la pertinencia del uso de esos conceptos matemáticos en los cam• pos que pretende estudiar (lingüística, crítica literaria, filosofía política, psicoanálisis, etc.), lo cual, en nuestra opinión, se debe simple y llana• mente a que carecen de toda pertinencia. Desde luego, sus frases tienen más sentido que las de Lacan, pero en lo que respecta a la superficiali• dad de su erudición, incluso le supera.

12. Es probable que esta metedura de pata sea el resultado de la combinación de dos errores: por una parte, parece como si Kristeva hubiese confundido la lógica de predicados con la lógica pre• posicional; y por otra, ella o sus editores han debido de introducir el error tipográfico «proporcio• nal» en lugar de «proposicional».

Capítulo 3
Intermezzo', el relativismo epistémico en la filosofía de la ciencia

No he escrito este trabajo sólo para puntualizar unas cuantas cosas, sino que me dirijo, más generalmente, a aquellos de mis contemporáneos que, toman• do con frecuencia sus deseos por realidades, se han apropiado de algunas ideas de la filosofía de la ciencia y las han puesto al servicio de causas socia• les y políticas a las que no se adaptan en absoluto. Feministas, propagandis• tas religiosos (incluidos los «científicos creacionistas»), gente procedente de la contracultura, neoconservadores y otros muchos sorprendentes compañe• ros de viaje han pretendido que la inconmensurabilidad y la subdetermina- ción de las teorías científicas llevaran el agua a su molino. La sustitución de la idea de que lo que cuenta son los datos y los hechos por la de que todo se reduce a intereses y puntos de vista subjetivos es, después de las campañas políticas norteamericanas, la manifestación más visible y más perniciosa de antiintelectualismo en nuestra época.
LARRY LAUDAN, Science andRelativism, 1990, pág. x.


Puesto que son muchos los autores posmodernos que coquetean con una u otra forma de relativismo cognitivo o invocan argumentos que podrían fomentar ese relativismo, nos ha parecido útil incluir aquí una discusión epistemológica. Somos conscientes de que estamos abor• dando problemas complejos sobre la naturaleza del conocimiento y de la objetividad, que han preocupado a los filósofos desde hace siglos. Queremos advertir al lector que no tiene por qué estar necesariamente de acuerdo con nuestras posturas filosóficas para aceptar el resto de nuestra argumentación. En este capítulo criticaremos ideas que nos pa• recen erróneas, aunque algunas de ellas -no todas- lo son de forma su• til, a diferencia de los textos que criticamos en el resto del libro. Nues• tra argumentación filosófica será, en todo caso, bastante minimalista y, por tanto, no abordaremos los debates epistemológicos más delicados

que enfrentan, por ejemplo, a las formas moderadas del instrumentalis- mo y del realismo.
Nos interesa un conglomerado de ideas, a menudo formuladas con descuido, a las que podríamos poner la etiqueta genérica de «relativismo» y que en la actualidad tienen bastante influencia en determinados secto• res de los estudios humanísticos y de las ciencias sociales. Este Zeitgeist relativista es el resultado, en parte, de la lectura de ciertas obras contem• poráneas de filosofía de la ciencia, como ha estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn o Contra el método de Paul Feyerabend, y en parte, de extrapolaciones abusivas cometidas por sus sucesores.1 Es obvio que no pretendemos examinar toda la obra de estos autores, ya que sería una tarea imposible, sino que nos limitaremos a analizar algunos textos que ilustran ideas bastante extendidas. Pondremos de manifiesto que, con frecuencia, los textos en cuestión suelen ser ambiguos y que, como míni• mo, se pueden hacer dos lecturas de ellos: una «moderada», que lleva a aseveraciones que, o bien merecen ser discutidas, o bien son verdaderas pero triviales; y otra «radical», que conduce a afirmaciones sorprendentes pero falsas. Por desgracia, la interpretación radical es la que se suele to• mar no sólo como la «correcta», por así decirlo, del texto original, sino también como un hecho probado («X ha demostrado que...») -conclu• sión, ésta, que criticaremos sin reservas-. Se nos podría replicar, por su• puesto, que nadie suscribe esta interpretación radical, y si es así, tanto me• jor; pero las numerosas discusiones que hemos mantenido, en el curso de las cuales se nos ha argüido que la observación está sesgada por la teoría, o que ésta se halla subdeterminada por los hechos, o que se da una pre• sunta inconmensurabilidad de los paradigmas, todo ello para justificar posiciones relativistas, nos han llenado de escepticismo. Para mostrar que no criticamos a un fantasma de nuestra imaginación, al final de este capí• tulo incluiremos algunos ejemplos del relativismo que se extiende por los Estados Unidos, Europa y parte del Tercer Mundo.
Grosso modo, entendemos por «relativismo» toda filosofía que pretende que la veracidad o falsedad de una afirmación es relativa a un individuo o a un grupo social. Atendiendo a la naturaleza del enunciado, podemos distin• guir diversos tipos de relativismo: el relativismo cognitivo o epistémico, cuan• do se trata de una afirmación de hecho (es decir, de lo que existe o se da por existente); el relativismo ético o moral, cuando se trata de un juicio de valor


1. Evidentemente, existen muchas otras fuentes del Zeitgeist relativista, desde el Romanticis• mo hasta Heidegger, aunque aquí no nos ocuparemos de ellas.
(de lo que es bueno o malo, deseable o censurable); y el relativismo estético, cuando se trata de un juicio artístico (de lo que es bello o feo, agradable o desagradable). Aquí nos ocuparemos sólo del relativismo epistémico y no del relativismo ético o estético, que suscitan problemas muy diferentes.
Somos conscientes de que se nos reprochará nuestra falta de forma• ción filosófica académica. Ya hemos explicado en la Introducción por qué este tipo de objeciones nos deja impasibles, pero en este caso resulta par• ticularmente irrelevante. En efecto, no hay duda de que la actitud relati• vista entra en contradicción con la idea que los científicos tienen de su propia práctica. Mientras éstos intentan conseguir un conocimiento obje• tivo de ciertos aspectos del mundo,2 los pensadores relativistas les dicen, esencialmente, que están perdiendo el tiempo y que una empresa de este tipo es, por principio, una ilusión. Se trata, pues, de una cuestión de fon• do y, como físicos que llevamos mucho tiempo reflexionando sobre los fundamentos de nuestra disciplina y del conocimiento científico en gene• ral, nos parece importante intentar aportar una respuesta razonada a las objeciones relativistas, pese a no ser licenciados en filosofía.
Empezaremos por esbozar nuestra actitud ante el conocimiento cien• tífico3 y a continuación pasaremos una breve revista a algunos aspectos de la epistemología del siglo XX (Popper, Quine, Kuhn, Feyerabend). Nues• tro objetivo principal será disipar algunas confusiones relacionadas con nociones como la «subdeterminación» y la «inconmensurabilidad». Por último, estudiaremos críticamente algunas tendencias de la sociología de la ciencia (Barnes, Bloor, Latour) y daremos varios ejemplos prácticos del relativismo contemporáneo.


SOLIPSISMO Y ESCEPTICISMO RADICAL

Cuando mi cerebro suscita en mi alma la sensación de un árbol o de una ca• sa, digo, sin vacilar, que, fuera de mí, existe realmente un árbol o una casa,

2. Con matices, claro está, sobre el sentido del término «objetivo», que se reflejan, por ejem• plo, en la oposición entre doctrinas tales como el realismo, el convencionalismo y el positivismo. Sin embargo, pocos científicos estarían dispuestos a admitir que el conjunto del discurso científico es una mera construcción social. Como ha escrito uno de nosotros (Sokal, 1996c, pág. 94, reproduci• do aquí en el Apéndice C), no queremos ser los Emily Post de la teoría cuántica de los campos (Emily Post escribió un manual de etiqueta social ya clásico en Norteamérica).
3. Limitándonos a las ciencias naturales y tomando la mayoría de los ejemplos de nuestro cam• po científico, o sea, la física. No trataremos la delicada cuestión de la cientificidad de las distintas ciencias humanas.

de los que incluso conozco el emplazamiento, el tamaño y otras propieda• des. No es posible encontrar ningún ser, hombre o animal, que dude de es• ta verdad. Si un campesino quisiera dudar de ella, si dijera, por ejemplo, que no cree en la existencia de su señor, aunque lo tuviese ante sí, sería conside• rado como un loco y con razón: pero desde el momento en que un filósofo afirma cosas semejantes, espera que admiremos su saber y su sagacidad, que superan infinitamente los del pueblo llano (Leonhard Euler, [1761], 1911, pág. 220).

Empecemos por el principio. ¿Cómo es posible llegar a conseguir un co• nocimiento objetivo del mundo, aunque sólo sea aproximado y parcial? Nunca tenemos acceso directo al mundo, sólo a nuestras sensaciones.
¿Cómo sabemos que existe algo fuera de ellas?
La respuesta es muy simple: no tenemos ninguna prueba de ello; só• lo es una hipótesis perfectamente razonable. El modo más natural de ex• plicar la permanencia de nuestras sensaciones, y en especial de las que son desagradables, consiste en suponer que proceden de agentes exte• riores a nuestra conciencia. Casi siempre podemos modificar a nuestro antojo las sensaciones que son un mero producto de nuestra imagina• ción, pero no podemos poner fin a una guerra, ahuyentar a un león o poner en marcha a un automóvil averiado sólo con el pensamiento. No obstante, merece la pena subrayarlo, este argumento no refuta el solip- sismo. Si alguien se obstinara en creerse un «clavecín que toca solo» (Diderot), no habría ningún modo de convencerle de su error. Sin em• bargo, nunca hemos encontrado un solipsista sincero y dudamos mucho que exista realmente.4 Esto ilustra un importante principio que utiliza• remos en más de una ocasión en este capítulo: el simple hecho de que una opinión sea irrefutable, no implica en absoluto que exista la menor razón para creer que sea verdadera.
Otra postura que, de vez en cuando, se manifiesta en lugar del solip- sismo es el escepticismo radical: «Desde luego que existe un mundo ex• terno, pero nunca podré llegar a tener un conocimiento fidedigno del mismo». Se trata en esencia del mismo argumento del solipsista: a lo úni• co que tengo acceso, de un modo inmediato, es a mis sensaciones. Sien• do así, ¿cómo puedo saber si reflejan fielmente la realidad? Para estar se• guro de ello, tendría que recurrir a un argumento a priori, como, por


4. Bertrand Russell (1948, pág. 196) cuenta esta divertida historia: «Un día recibí una carta de una lógica eminente, la señora Christine Ladd Franklin, en la que decía que era solipsista y que le sorprendía que no hubiera otros». Hemos tomado esta referencia de Devitt (1997, pág. 64).
ejemplo, la prueba de la existencia de una divinidad benévola en la filo• sofía de Descartes, argumentos que, en la filosofía moderna, han caído en el descrédito (por toda suerte de buenas razones que no tenemos por qué repetir aquí).
Este problema, así como muchos otros, fue bien formulado por Hume:

Es una cuestión de hecho saber si las percepciones de los sentidos están pro• ducidas por objetos exteriores que se les parecen: ¿cómo se resolverá esta cuestión? Pues mediante la experiencia, como todas las demás cuestiones de naturaleza similar. Pero, en este caso, la experiencia permanece, y no puede hacer otra cosa, en silencio. Lo único que la mente tiene presente son las percepciones, y es imposible que obtenga ninguna experiencia de su cone• xión con los objetos. Por lo tanto, la suposición de una tal conexión no se funda en la razón (David Hume, An Enquiry Concerning Human Unders- tanding, Sección XII, Parte I, 1988 [1748], pág. 138).

¿Qué actitud hay que adoptar ante el escéptico radical? La observa• ción crucial es que dicho escepticismo se aplica a todos nuestros conoci• mientos: no sólo a la existencia de los átomos, de los electrones o de los genes, sino también al hecho de que la sangre circula por nuestras venas, que la Tierra es -aproximadamente- redonda y que al nacer salimos del vientre de nuestra madre. De hecho, incluso los conocimientos más co• rrientes de la vida cotidiana -hay un vaso de agua sobre la mesa, frente a mí- dependen completamente de la hipótesis de que nuestras percepcio• nes no nos engañan sistemáticamente y están realmente producidas por objetos exteriores, a los que, de algún modo, se asemejan.5
La universalidad del escepticismo humeano es también la causa de su debilidad. Desde luego, es irrefutable, pero, dado que nadie es sis• temáticamente escéptico -cuando es sincero- respecto al conocimiento ordinario, habría que preguntarse por qué se rechaza el escepticismo en este ámbito y por qué, sin embargo, ha de ser válido aplicado a algún otro ámbito, como por ejemplo al conocimiento científico. Ahora bien, la razón por la que rechazamos el escepticismo sistemático en la vida cotidiana es bastante obvia y similar a la que nos lleva a rechazar el so- lipsismo. La mejor manera de explicar la coherencia de nuestra expe• riencia consiste en suponer que el mundo exterior corresponde, por lo

5. Mantener esto no significa en absoluto que pretendamos tener una respuesta enteramente satisfactoria a la cuestión de cómo se establece una correspondencia de este tipo.
menos de un modo aproximado, a la imagen que nos dan de él nuestros sentidos.6

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