domingo, 28 de agosto de 2016

Cuando la tortura tiene aroma a mujer. Megacausa DD.HH La Perla, Argentina.




Mirta “la Cuca” Antón recibió ayer la pena de cadena perpetua en el marco de la “Megacausa La Perla-La Ribera”. Es la única mujer procesada en Córdoba por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico-militar argentina.

Mirta Graciela Antón tiene 62 años, pelo corto, cara amargada. Podría pensarse que su expresión se debe a una vida dura que le tocó pasar, sin embargo, duro fue para aquellos que la conocieron durante una sesión de tortura en el Centro Clandestino de Detención donde funcionaba el Departamento de Informaciones de la Policía de la Provincia de Córdoba, popularmente conocido como la “D2”. Centro paradójicamente ubicado frente a la Catedral y a metros de la Plaza San Martín donde los ciudadanos paseaban y disfrutaban de su libertad todos los días. Antón se desempeñó allí desde 1975, cuando tenía apenas 20 años y estaba embarazada aunque eso no le impedía ensañarse en las sesiones de tortura o rematar a un detenido, según recuerdan los sobrevivientes.

“La Cuca”, como se la apodaba a Antón, es la única mujer procesada en Córdoba por delitos de lesa humanidad. “Todos los sobrevivientes de este centro la recuerdan por su brutalidad. Entre otras cosas era la encargada de darle el “tiro de gracia” a los policías que eran asesinados por los propios policías”, sostienen desde Hijos Córdoba. También está vinculada a la Comisaría de Unquillo y a la brigada operativa de Pilar. Su hermano Herminio Jesús “Boxer” Antón también recibió este jueves una pena de prisión perpetua. Fue detenido en 2009 luego de una discusión familiar, era el único prófugo por delitos de lesa humanidad que había en Córdoba.

Cuando tuvo la oportunidad de dar su palabra en el juicio, “la Cuca Antón” aseguró que “jamás empuñó un arma contra nadie”, que sólo hacía “tareas administrativas”, y que se la acusa de ser la esposa de su ex marido, el represor Raúl Bucetta. Fue sentenciada por la “Causa Barreiro” en donde se relataron secuestros, torturas y homicidios cometidos en el Departamento de Informaciones de la Policía (D2) contra 80 víctimas (13 sobrevivieron, 21 fueron halladas muertas y el resto permanecen desaparecidas) entre los años 1975 y marzo de 1976. Antón ya está cumpliendo una condena de siete años en la cárcel de Bouwer, desde julio de 2009, por la causa UP1, y seguirá allí hasta sus últimos días.

El sobreviviente Carlos “Charlie” Moore había asegurado: “La Cuca Antón no era una persona inmoral, era amoral. No tenía sentimientos de ningún tipo. Podía despedazar a una persona y daba la impresión de que eso no la perturbaba en absoluto, sino que la motivaba. Y no tenía remordimientos. Para graficar lo que digo: ella era la perfecta asesina contratada. (…) La nombro porque estuvo metida en casi todos los asesinatos que cometió el D2, y en los asesinatos de policías, ella estuvo envuelta en absolutamente todos. En realidad, esa banda del Boxer, Sérpico, Cuca y el ‘Cara con Riendas’ (el imputado Luis Alberto Lucero) eran todos iguales de asesinos”.

(*) Por María del Mar Job, para La Tinta
“El juicio ha terminado”. Esa fue la última frase que el juez Jaime Díaz Gavier pronunció al finalizar la lectura de la sentencia a 43 represores en la “Megacausa La Perla-La Ribera”. Crónica de un hito judicial histórico, que movilizó a miles de personas y enfrentó cara a cara a represores y familiares y compañeros de muertos y desaparecidos de la última dictadura cívico-militar argentina.

Tras un proceso de casi cuatro años (o 40 años según cómo se lo mire), la Justicia Federal de Córdoba dictó este jueves sentencia a 43 imputados en la “Megacausa La Perla-La Ribera”. De esos 43, el Tribunal integrado por Jaime Díaz Gavier, Julián Falcucci y José Camilo Quiroga Uriburu penó con cadena perpetua a 28 represores, otorgó cinco absoluciones y diez represores tuvieron penas de dos a 14 años de prisión.

“Olé, olé, olé, olá, como a los nazis les va pasar, adonde vayan los iremos a buscar”, comenzaron a cantar los familiares de detenidos al finalizar la lectura de la sentencia. Con emoción y lágrimas en sus ojos les gritaron “asesinos” siguiendo con su mirada a los imputados que se retiraban de la sala y alzaron las fotografías de los familiares y compañeros muertos y desaparecidos. Sin ninguna señal de arrepentimiento (tal como venían demostrando durante todo el juicio) algunos represores contestaron con amenazas y puños en alto hacia quienes los enfrentaban verbalmente.
Sin remordimientos. “Los vamos a secuestrar”, se escuchó gritar al represor condenado a prisión perpetua, Arnoldo López, dirigiéndose al gobernador de Córdoba, Juan Schiaretti, cuando se retiraba de la sala. Arnoldo José López (63 años) conocido como “Chubi” fue personal civil de Inteligencia durante la última dictadura cívico-militar argentina y estuvo prófugo de la justicia. Pando calificó al proceso como “un circo” y dijo: “Queremos pedir justicia para los dos lados. Hubieron más de 17 mil víctimas que nunca tuvieron justicia ni verdad ni memoria”.

En este juicio fue imputado en nueve causas por privación ilegítima de la libertad agravada, imposición de tormentos agravados y homicidio calificado. Al ser consultado por la prensa, el gobernador cordobés restó importancia a las amenazas: “Me tiene sin cuidado el insulto de López”. “Hemos juzgado a la dictadura genocida juzgando a los represores de Córdoba”, aseguró antes de quebrarse en llanto al recordar a una compañera desaparecida. Para marcar cartón lleno, se hizo presente en Tribunales Cecilia Pando, para acompañar a los represores imputados.

Pando calificó al proceso como “un circo” y dijo: “Queremos pedir justicia para los dos lados. Hubieron más de 17 mil víctimas que nunca tuvieron justicia ni verdad ni memoria”.
#YoVoyAlaSentencia  En las inmediaciones de Tribunales se calcula que unas 10 mil personas, entre ellas integrantes de organismos de derechos humanos, sindicatos, partidos políticos, alumnos de escuelas secundarias, estudiantes universitarios y familiares de desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado, acompañaron con aplausos y cánticos la lectura de la sentencia que se proyectó en una gran pantalla instalada en un escenario sobre la calle del edificio judicial.

Los condenados, Unos 28 represores fueron condenados a prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua como funcionario público. Entre ellos se encuentra el excomandante del III Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez, acusado por 331 casos de homicidios calificados. “Cachorro” suma 14 condenas (12 de ellas cadenas perpetua) por delitos de lesa humanidad. Fue condenado en Córdoba, Tucumán, La Rioja y San Luis por diferentes causas.

Ayer no fue una condena más para el excomandante militar. “Es histórico porque también se lo juzgó por el robo de bebés”, explicó Sonia Torres, titular de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba. A Luciano Benjamín Menéndez se lo condenó, entre otros delitos, por la desaparición de un menor de 10 años, el hijo de Silvina Parodi y de Daniel Francisco Orozco (ambos desaparecidos), el nieto de Sonia Torres que aún no recupera su identidad y se encuentra también desaparecido.

También se escucharon (y aplaudieron en las inmediaciones) las sentencias de prisión perpetua de los ex jefes de interrogadores de La Perla, Ernesto Barreiro (acusado de 264 casos de homicidios calificados) y Héctor Pedro Vergéz (por 161 casos de homicidios calificados). Para Barreiro es la primera sentencia a perpetua en estos juicios de crímenes de lesa humanidad y también se le atribuye la desaparición forzada del nieto de Sonia Torres. Se hizo Justicia.

Vergéz por su parte ya cumple prisión en la cárcel de Bouwer por causas anteriores. Su última resonancia mediática fue cuando en febrero de este año, en medio de una audiencia, apareció con una foto de Mauricio Macri y Juliana Awada enmarcada, y se puso a coserla en un paño azul que puso sobre su falda. También la única mujer procesada en Córdoba por delitos de lesa humanidad, la ex policía Mirta Graciela Antón y su hermano Herminio Jesús Antón recibieron prisión perpetua.

Además fueron condenados a cadena perpetua: Luis Santiago Martella, Jorge Eduardo Gorleri, Jorge González Navarro, Luis Gustavo Diedrichs, Jorge Exequiel Acosta, Carlos Enrique Villanueva, Miguel Ángel el “Gato” Gómez, el ex integrante del Comando Libertadores de América, Alberto Luis Lucero, Luna, Calixto Luis Flores, Juan Molina, el ex miembro del Departamento de Informaciones (D2) de la Policía de Córdoba, Carlos “Tucán” Yanicelli, Yamil Jabour, Eduardo Grandi, Héctor Romero, José “Chubi” López, Ricardo Alberto Lardone, Vega, Oreste Padován, Arnoldo López, Carlos Díaz, José Herrera, Héctor Hugo Chilo, Alberto Luis Choux.

Muchos de ellos ya computaban varias condenas de prisión perpetua por otras causas anteriores y se encuentran encarcelados. Entre los imputados absueltos se encuentran Antonio Filliz, Ángel Corvalán, José Idelfonso Vélez, Francisco Melfi y Juan Carlos Cerutti. Muchos de ellos porque ya cumplieron parte de su sentencia. Además, diez represores fueron condenados con penas de dos a 14 años de prisión.

(*) Por María del Mar Job para La Tinta. Fotografía: Colectivo Manifiesto y Goyo Rotelli.
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Argentina condena a cadena perpetua a 28 represores de la dictadura
Es por los crímenes cometidos en La Perla, el mayor centro clandestino de detención del interior del país. Mar Centenera, Buenos Aires 25 AGO 2016  ndenado el megajuicio de La Perla.
La abuela de Plaza de Mayo Sonia Torres, de 86 años, escuchó hoy desde el juzgado la condena a cadena perpetua al exgeneral argentino Luciano Benjamín Menéndez. El Tribunal Oral Federal 1 de Córdoba arrancó por él el histórico fallo del megajuicio contra 43 acusados de crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura en centros clandestinos de detención de Córdoba, entre ellos La Perla, el mayor del interior de Argentina. Entre muchos otros delitos, Menéndez fue hallado culpable por unanimidad de la apropiación del nieto de Torres, nacido en cautiverio el 14 de junio de 1976 y al que su abuela busca sin descanso desde hace 40 años. También fue condenado a cadena perpetua el jefe de torturadores de La Perla, Ernesto Nabo Barreiro, y otros 26 exaltos cargos militares por delitos perpetrados entre 1975 y 1978 contra 716 víctimas. Se trata del juicio más grande de la historia de Córdoba, que se ha prolongado durante 3 años y ocho meses.

Menéndez, de 89 años, es el represor más condenado desde que comenzaron los juicios por delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura (1976-1983). El exjefe del Tercer Cuerpo del Ejército y responsable militar de la región de Córdoba -situada en el centro del país- acumula en total 14 fallos en contra, de los cuales 12 son a cadena perpetua. Seis imputados fueron absueltos, mientras que los restantes recibieron penas de entre 2 y 14 años de prisión.  Miles de personas se acercaron hasta las puertas del juzgado para ser testigos de este veredicto histórico, como mostraban numerosas imágenes y vídeos difundidos a través de las redes sociales. En días previos, la Universidad Nacional de Córdoba emitió seis vídeos con testimonios de familiares de víctimas en los que animaban a los alumnos a concurrir al tribunal. En su interior, decenas de familiares de víctimas y referentes de derechos humanos escucharon en silencio la lectura del veredicto, que se alargó durante más de una hora, mientras sostenían en las manos imágenes de los desaparecidos.

Una de las fotografías era la de Silvina Parodi, la hija de Torres, titular de Abuelas de Plaza de Mayo en Córdoba. Silvina estaba embarazada de seis meses y medio cuando la secuestraron junto a su pareja, Daniel Orozco, el 26 de marzo de 1976, solo dos días después del golpe de Estado. Los dos están desaparecidos. Menéndez fue hallado hoy culpable por primera vez del robo de bebés, un delito por el que fueron condenados previamente también los dictadores Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, como máximos responsables de un plan sistemático. Las Abuelas de Plaza de Mayo estiman que unos 500 bebés fueron separados de sus padres al poco de nacer y entregados a familias cercanas al régimen militar bajo una falsa identidad. Fruto de una búsqueda muy activa, 120 han sido recuperados.

A lo largo de las 352 audiencias celebradas en estos años pasaron frente al tribunal casi 600 testigos, entre ellos varios supervivientes de La Perla. "Padecimos simulacros de fusilamiento, requisas con cuotas de vejación y manoseo, avasallamiento a nuestra intimidad, constantes golpizas y tormentos", relató en 2013 Liliana Deutsch a los jueces. Tenía 18 años cuando fue secuestrada y enviada a La Perla junto a sus padres y sus dos hermanas. Todo el grupo familiar sobrevivió al terror.

También logró salir con vida de La Perla Gustavo Contepomi, quien recordó durante siete horas los tormentos infligidos a él y a sus compañeros. "En 1976, en La Perla estábamos en peligro de muerte permanente. Padecíamos los gritos de los torturados y la presencia permanente del pozo... En la medida en que La Perla se llenaba, también se vaciaba. Nos pasó que de pronto algunos ya ni teníamos miedo al pozo sino a las nuevas posibles torturas, al dolor", dijo a los jueces Contepomi a través de una videoconferencia desde Barcelona, donde reside. Este superviviente recordó en 2013 cómo vio morir a varias personas, entre ellas "a una joven a la que llamaban Pampita" y con la que se ensañaron salvajemente: "no sólo la picanearon y la golpearon por todo el cuerpo sino que la ataron a un auto y la arrastraron por los caminos".
Identificación de restos óseos

De las 716 víctimas, 279 siguen desaparecidas y solo se han recuperado los restos de 71. Entre los identificados están cuatro estudiantes de Medicina y militantes de la Federación Universitaria Peronista que fueron secuestrados en un parque en 1975, antes de la dictadura. Se trata de Lila Rosa Gómez Granja, Ricardo Saibene, Alfredo Felipe Sinópoli Gritti y Luis Agustín Santillán Zevi. Sus restos fueron hallados en los Hornos de La Ochoa, la estancia donde Menéndez pasaba sus fines de semana, e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en 2014, en medio del juicio.

Los cuatro nombres formaban parte también de una lista con el nombre de 18 desaparecidos y el supuesto lugar donde podían ser encontrados que Barreiro entregó al tribunal en diciembre de 2014. El exmayor ha sido uno de los pocos que han roto el silencio mantenido por los principales altos cargos militares sobre el terrorismo de Estado. En sus últimas palabras, tanto Barreiro como Menéndez negaron las acusaciones y se mostraron provocadores. Al término de la sentencia, que fue difundida en streaming por el Centro de Información Judicial (CIJ), la calle explotó en aplausos y gritos de "asesinos" dirigidos contra los condenados.  -------------------------------------------------------


"Mi padre, el torturador y asesino": la historia del hijo de un represor. Cuando tenía 15 años, Luis Quijano fue obligado por su padre a presenciar la barbarie en La Perla. De grande, Luis lo denunció y declaró en la megacausa. La historia del poder que un padre ejerce sobre un hijo.
 
Megacausa La Perla: los números del "Nüremberg cordobés".  Luis Alberto Quijano vivió lo que no eligió. Desde la carga de tener el mismo nombre que su padre, hasta su obligada presencia, cuando tenía 15 años, en operativos militares y en el campo de concentración La Perla, donde vio a secuestrados. Un secreto familiar que no se atrevió a contar por 34 años.

“En el contexto de esa época yo creía que estaba bien. Me sentía un agente secreto. Pero a los 15 años, un hijo no puede darse cuenta de que es manipulado por su padre. Yo no estaba preparado todavía para darme cuenta de que mi padre era un ladrón, un torturador y un asesino”. Luis no tenía opción: su padre era el comandante de Gendarmería Luis Alberto Quijano, segundo mando en el Destacamento de Inteligencia, sitio del que se desprendían las órdenes sobre lo que ocurría en La Perla. Esta no es la historia del represor Luis Quijano, imputado en la megacausa La Perla por 158 secuestros, más de 100 homicidios calificados y la sustracción de un menor de 10 años.

Es la historia de Luis Quijano hijo: el hombre que con los años comprendió la magnitud del terror que había vivido de chico y denunció a su propio padre en la Justicia Federal.
Algo inédito en el país: un hijo que denuncia a su padre represor por los delitos que presenció. Luis incluso fue más allá, y en julio de 2015 testimonió en el juicio que tiene sentados a los principales imputados por delitos de lesa humanidad en Córdoba, y que este jueves llega a su fin. Es la historia que refleja el inmenso poder que un padre ejerce sobre un hijo; y de cómo ese hijo puede elegir una historia de redención. Del Gym al Destacamento. Mi padre me empezó a llevar al Destacamento porque en esa época yo iba al gimnasio provincial y me hice amigo de un chico que hacía artes marciales. Le decían “Kent”. Le conté a mi padre y a los pocos días me mostró una foto carné en blanco y negro para que reconociera a mi amigo.

Me dijo “sos un pelotudo, ¡te hiciste amigo de un tipo del ERP! Mirá si después te ‘chupan’ a vos y me tengo que entregar para salvarte”. Así que me prohibió volver al gimnasio y a los pocos días empezó a llevarme al Destacamento a trabajar. Me había dicho que yo iba a ser un agente secreto. Yo tenía 15 años y dentro del contexto creía que era correcto, porque era lo que me habían enseñado. En el Destacamento me hacían destruir cualquier cantidad de documentación de los secuestrados. De todo: títulos universitarios, apuntes, literatura, certificados, propaganda, libros.

El carné de Gendarmería del comandante Luis Alberto Quijano padre (Nicolás Bravo). De “visita” en La Perla (I). Mi padre me trajo cuatro veces a La Perla, todas en el ‘76. La primera y la cuarta me dejó esperando en el auto en el ingreso.

La segunda vez me hizo bajar y me llevó a un galpón donde había autos, muebles, televisores, heladeras, lo que se te ocurra. Todo robado. Me dio un paquete envuelto en una frazada y me dijo que lo llevara a su Taunus, y cuando lo abrí vi que era un bulto gigante de plata. Ese día fui hasta la otra parte del galpón donde depositaban las cosas robadas y me puse a charlar con un gendarme que hacía guardia. En un momento me señaló una pieza que estaba abierta y me dijo “ahí es donde les dan ‘matraca’ a los secuestrados”.  Entonces me asomé rápido y vi una cama donde torturaban a la gente. Era una cama de tropa con elástico de metal. Luego supe que al metal le enganchaban un cable pelado que era el negativo, y tocaban el cuerpo maniatado con otro cable que era el positivo. Esposaban a la persona, la mojaban y le “metían” con 220 directo (220 voltios) en los genitales.

Había un olor tan espantoso ahí adentro… Un olor como a pañal cagado. Años después, cuando mi padre estaba detenido con prisión domiciliaria, de su habitación emanaba el mismo mal olor. Y yo lo relacioné, y me dio la impresión de que es el olor que emana un cuerpo cuando está angustiado. Nunca más pude olvidarme de ese olor. Y yo me pregunto, ¿cómo es posible que un ser humano le haga tanto daño a otro?

De “visita” en La Perla (II). La tercera vez que me trajeron, mi padre me llevó al ingreso a La Cuadra (sector donde estaban los secuestrados, maniatados y vendados). Él se quedó hablando con el “Chubi” López (José López, un civil juzgado en la megacausa) y yo aproveché y miré al interior de La Cuadra. Al fondo vi una hilera de colchones con gente desnuda boca abajo, todos atados de pies y manos. Más adelante, cerca del ingreso, había otras personas sentadas en cuclillas en silencio, sobre los colchones. Mi padre me vio que estaba mirando a los secuestrados y me dijo “¿qué mirás, pelotudo?”. Y le respondí “y bueno, ¿entonces para qué me traés?”.

Luis al lado de la sala de torturas. "Salía un olor horrible, como a pañal cagado", recuerda (Nicolás Bravo). Yo tenía total conocimiento de que a esa gente la mataban. Es decir, los tiraban en un pozo y una comitiva de militares les metía balas y los enterraba. Lo sé porque mi padre hablaba de eso en mi casa. Al lado de La Cuadra había unas salas que llamaban “oficinas”. Sé que “Palito” Romero le dio acá una paliza muy grande a alguien y lo mató (aclaración: el civil Jorge Romero, juzgado en la megacausa, asesinó a golpes según sobrevivientes al estudiante Raúl Mateo Molina).

El botín de guerra que no era. Mi padre traía a la casa todo tipo de objetos robados. Pero yo, a esa edad, no podía darme cuenta de lo que significaba: para mí era un botín de guerra, como decían ellos. Pero luego, cuando yo fui militar (pertenecí a Gendarmería), supe que botín de guerra podía ser una bayoneta o un emblema que le quitaste al enemigo con el que combatiste. Pero si entrás en su casa y le robás la heladera, el tocadiscos, la ropa, los cuadros, la plata… eso no es botín de guerra, es vandalismo. Eso es un robo.

Siempre me pregunté cómo mi padre, que era un oficial jefe de una fuerza de seguridad, podía participar de un vandalismo. No lo entiendo. Porque yo también fui oficial de Gendarmería, y nunca se me hubiera ocurrido entrar en una casa y robarme todo.

No entiendo cómo se desvirtuaba mi padre en ese momento. Una vez me dijo que yo era un delincuente, y yo le repliqué “¿y vos, que robabas coches en la calle? ¿No sos un delincuente?” Le agarró un espasmo de locura, me golpeó y me gritó “¡el día que te cruces de vereda, ese día te voy a buscar y te voy a matar yo. No hará falta que te mate otro!”. Ese era mi padre. No puedo tener buenos recuerdos de él.

Cuando declaré en el juicio, mostré una foto de aquella época en la que tengo puesto un saco y una polera de lana que mi padre trajo de La Perla. Nosotros no éramos pobres, pero trajo la ropa igual porque la idea de mi padre era robar. En ese momento la defensora de los imputados me acusó de ser copartícipe de esos delitos, y yo le dije que no hay problema, que me acuse de lo que quiera, si de todos modos yo ya estaba en Tribunales declarando.  El represor Luis Quijano falleció en su casa en Villa Carlos Paz en 2015. Se salvó de la condena. Los desaparecidos. Ya de grande fui sintiendo rechazo. Sucedió que tuve hijos, y cuando uno tiene hijos se da cuenta de lo que vale una vida. Evolucionás y comprendés que no está bien matar. Incluso llego al extremo de decir ‘bueno, suponé que fusilabas durante la dictadura”, pero ¿por qué desaparecías los cadáveres? ¿Por qué robabas niños?

Mi padre estuvo a punto de traer a mi casa a una niña a la que le habían matado la madre. Era como una mascota: podía ser un perro, pero era una niña. Repito la idea: los torturaban, ¿pero por qué los mataron? Podrían haberlos metido en la cárcel. Supongamos que decidieron matarlos, pero ¿por qué desaparecieron los cuerpos? ¿Acaso esas personas no tenían familias para devolverles los restos? Desaparecer el cuerpo es el último acto infame que podés hacer con un ser humano. Mi padre me contó que cuando volvió la democracia contrataron unas máquinas que removieron los restos y los molieron y tiraron no sé dónde. “Nunca van a encontrar nada”, me dijo mi padre. Pero indudablemente siempre queda algo. La denuncia. Aclaro que yo no tengo nada en contra de las Fuerzas Armadas. De hecho, fui gendarme. Yo lo que hice fue decir la verdad acerca de lo que sé sobre 20 delincuentes, entre ellos mi padre.

La denuncia contra mi padre se gestó en una ocasión en que hablando con él, cuando tenía prisión domiciliaria, le recriminé que me haya hecho vivir semejantes cosas. Y en un momento él me dijo “yo no sé, yo no maté a nadie”. Me dio una repulsión por dentro, porque me pregunté en qué quedó ese patrioterismo y todo ese “sentir occidental y cristiano” que ellos decían defender. Entonces le grité “¿cómo me vas a decir eso a mí? ¡Si yo te he visto matar gente! Cometiste delitos muy graves y me hiciste participar en esos delitos siendo yo un niño”. Y él me dijo “bueno, andá a denunciarme”.

Y eso hice: en 2010 presenté la primera denuncia, porque me di cuenta de que en realidad era un delincuente.  Nadie me puede decir que soy parcial; declaré contra mi propio padre.

(Aclaración: el represor Quijano falleció en mayo de 2015).

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