lunes, 15 de agosto de 2016

IMPOSTURAS INTELECTUALES 8. A. Sokal y J. Bricmont.

 IMPOSTURAS INTELECTUALES 8. A. Sokal y J. Bricmont.  
Epílogo

En este último capítulo, abordaremos diversas cuestiones generales históricas, sociológicas y políticas, que surgen naturalmente de la lectu• ra de los textos citados a lo largo de este libro. Nos limitaremos a expo• ner nuestro punto de vista sin justificarlo en detalle. Ni que decir tiene que no nos arrogamos ninguna competencia específica en historia, so• ciología o política. Todo lo que decimos debe entenderse como una con• jetura más que como una sentencia definitiva. Si no nos hemos resigna• do a guardar silencio sobre estas cuestiones es, sobre todo, para evitar que se nos atribuyan ideas o intenciones que no son en absoluto nues• tras, algo que, dicho sea de paso, ya ha sucedido, y para mostrar que, respecto a un buen número de problemas, mantenemos una posición bastante moderada.
Durante las dos décadas pasadas se ha derramado mucha tinta acerca del posmodernismo, corriente intelectual que supuestamente ha suplanta• do al pensamiento racionalista moderno.1 Sin embargo, el término «pos-

1. No queremos vernos implicados en disputas terminológicas en torno a las diferencias entre
«posmodernismo», «postestructuralismo», etc. Algunos autores usan el término «postestructuralis-

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modernismo» abarca una galaxia poco definida de ideas, que van desde el arte y la arquitectura hasta las ciencias sociales y la filosofía, y no tenemos la menor intención de discutir todos esos campos.2 Nos ceñimos a ciertos as• pectos intelectuales del posmodernismo que han influido en las humanida• des y en las ciencias sociales: la fascinación por los discursos oscuros, el re• lativismo epistémico unido a un escepticismo generalizado respecto de la ciencia moderna, el interés excesivo por las creencias subjetivas indepen• dientemente de su veracidad o falsedad, y el énfasis en el discurso y el len• guaje, en oposición a los hechos a que aluden, o, peor aún, el rechazo de la idea misma de la existencia de unos hechos a los que es posible referirse.
Empecemos por reconocer que muchas ideas «posmodernas», expre• sadas con moderación, aportan una corrección necesaria a un modernismo ingenuo (creencia en un progreso indefinido y continuado, cientificismo, eurocentrismo cultural, etc.). Criticamos la versión radical del posmoder• nismo, así como un cierto número de confusiones mentales presentes en las versiones más moderadas del posmodernismo, heredadas, en cierto modo, de la versión radical.3
Empezaremos por analizar las tensiones que siempre han existido en• tre las «dos culturas», pero que parecen haberse agravado en el trans• curso de estos últimos años, así como las condiciones para un diálogo fructífero entre las humanidades, las ciencias sociales y las ciencias natu• rales. A continuación, analizaremos algunas de las fuentes intelectuales y políticas del posmodernismo y, por último, discutiremos sus aspectos ne• gativos tanto para la cultura como para la política.


POR UN VERDADERO DIÁLOGO ENTRE LAS «DOS CULTURAS»

La época en que vivimos parece estar marcada por el signo de la inter- disciplinariedad. Aunque algunos temen que la dilución de la especialización


mo» (o «antifundacionalismo») para denotar un conjunto particular de teorías filosóficas y sociales, y «posmodernismo» (o «posmodernidad») para referirse a un conjunto más amplio de tendencias de la sociedad contemporánea. Por mor de la simplicidad, vamos a usar el término «posmodernismo», pero insistiendo en que nos concentraremos en los aspectos intelectuales y filosóficos y en que la va• lidez o invalidez de nuestros argumentos no podrá depender en ningún caso del uso de una deter• minada palabra.
2. De hecho, no tenemos una opinión formada acerca del posmodernismo en arte, arquitectu• ra o literatura.
3. Véase también Epstein (1997) para una útil distinción entre las versiones «débil» y «fuerte» del posmodernismo.
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pueda acarrear un descenso de los niveles de rigor intelectual, no se pueden ignorar las aportaciones de conocimiento que cada campo puede hacer al otro. Lejos de intentar inhibir la interacción entre las ciencias físico-mate• máticas y las ciencias humanas, nuestro objetivo es hacer hincapié en algunas condiciones previas indispensables para instaurar un auténtico diálogo.
Durante los últimos años se ha puesto de moda hablar de una «guerra de las ciencias».4 Pero esta expresión es bastante desafortunada. ¿Quién está haciendo la guerra y contra quién?
Desde hace mucho tiempo, la ciencia y la tecnología han suscitado de• bates políticos y filosóficos: sobre el armamento y la energía nucleares, el proyecto del genoma humano, la sociobiología, entre otros muchos temas. Pero estos debates no constituyen en modo alguno una «guerra de las ciencias». De hecho, muchas y diversas posturas razonables han sido de• fendidas en dichos debates, tanto por científicos como por no científicos, mediante argumentos -científicos y éticos- que todas las personas intere• sadas, cualquiera que sea su profesión, pueden juzgar racionalmente.
Desgraciadamente, algunos acontecimientos recientes pueden hacer temer que estemos asistiendo a un proceso completamente distinto. Por ejemplo, los investigadores de ciencias sociales pueden sentirse amena• zados, legítimamente, por la idea de que la neurofisiología y la sociobio• logía desplazarán sus disciplinas. Recíprocamente, los investigadores que trabajan en ciencias naturales se pueden sentir atacados cuando Feyera- bend habla de la ciencia como de una «superstición particular»5 o cuan• do determinadas corrientes de la sociología de la ciencia dan la impre• sión de poner la astronomía y la astrología en un mismo plano.6
Para aliviar esos temores, hay que distinguir entre las pretensiones de los programas de investigación, que tienden a ser grandiosas, y las realiza-

4. Al parecer, esta expresión la empleó por primera vez Andrew Ross, uno de los editores de
Social Text, quien afirmó (tendenciosamente) que:

la Guerra de las Ciencias [es] un segundo frente abierto por los conservadores entusiasmados por el éxito de sus legiones en la guerra santa de las culturas. Buscando explicaciones a su pér• dida de reputación en la opinión pública y el descenso de la financiación pública para sus pro• yectos, los conservadores de la ciencia se han unido al contragolpe contra los (nuevos) sospe• chosos al uso -rojillos, feministas y multiculturalistas (Ross, 1995, pág. 346).

La expresión fue usada posteriormente como título del número especial de Social Text en el que se publicó el artículo paródico de Sokal (Ross, 1996). En Europa, Isabelle Stengers la utilizó como tí• tulo del primer tomo de su serie Cosmopolitiques (1996).
5. Véase Feyerabend (1975, pág. 308).
6. Véase, por ejemplo, Barnes, Bloor y Henry (1996, pág. 41), y para una sólida crítica véase Mermin (1998).

ciones efectivas, que son generalmente bastante modestas. Hoy en día, los fundamentos de la química se basan íntegramente en la mecánica cuántica, es decir, en la física; y, sin embargo, la química como disciplina autónoma no ha desaparecido (aun cuando algunas de sus ramas se han aproximado más a la física). De igual modo, si llegase el día en que la base biológica de nuestro comportamiento se comprendiera lo suficiente como para funda• mentar el estudio del ser humano, no habría razón para temer que las dis• ciplinas actualmente llamadas «ciencias humanas» desaparecieran o se convirtieran en simples ramas de la biología.7 De modo semejante, los cien• tíficos no tienen nada que temer de una visión realista -histórica y socioló• gica- de la actividad científica, con tal de evitar un cierto número de con• fusiones epistemológicas.8
Dejemos, pues, a un lado la «guerra de las ciencias» y veamos qué tipo de enseñanzas pueden extraerse de la lectura de los textos citados en este libro y referentes a las ciencias humanas y sus relaciones con las ciencias naturales.9


1. Saber de qué se habla

Todo aquel que quiera hablar de las ciencias naturales -y nadie está obligado a hacerlo-, ha de estar bien informado sobre el tema y evitar ha• cer afirmaciones arbitrarias sobre las ciencias o su epistemología. Aun• que esta advertencia pueda parecer obvia, los textos citados en este libro demuestran que se suele ignorar muy a menudo, incluso (o especialmen• te) por intelectuales reconocidos.
Es legítimo, por supuesto, reflexionar filosóficamente sobre el conte• nido de las ciencias naturales. Muchos de los conceptos utilizados por los científicos, como por ejemplo las nociones de ley, de explicación o de causalidad, encierran profundas ambigüedades, y una reflexión filosófi• ca acerca de estas nociones puede ayudar a clarificar las ideas. Sin em• bargo, para tratar estas cuestiones con sentido, hay que conocer a fondo,

7. Lo que no significa que no resultaran profundamente modificadas, como lo ha sido la química.
8. Véase Sokal (1998) para una extensa, aunque no exhaustiva, lista de lo que consideramos ta• reas válidas para la historia y la sociología de la ciencia.
9. Insistimos en que lo que sigue no pretende ser una lista exhaustiva de las condiciones nece• sarias para tener un diálogo fructífero entre las ciencias exactas y las ciencias humanas, sino senci• llamente pretende ser una reflexión sobre las lecciones que podemos extraer de los textos citados en este libro. Evidentemente, se pueden hacer muchas otras críticas de ambas -de las ciencias exactas y las ciencias humanas-, pero están más allá del ámbito de esta discusión.
a un cierto nivel técnico indispensable, las teorías científicas de que se trate;10 no será suficiente una comprensión vaga, a nivel divulgativo.


2. No todo lo oscuro es necesariamente profundo

Hay una enorme diferencia entre los discursos que son de difícil acce• so por la propia naturaleza del tema tratado y aquellos en los que la oscu• ridad deliberada de la prosa oculta cuidadosamente la vacuidad o la bana• lidad. (Este problema no es en absoluto exclusivo de las ciencias humanas o sociales; muchos artículos de física o matemáticas emplean un lenguaje más complicado de lo estrictamente necesario.) No siempre, por supuesto, es fácil determinar el tipo de dificultad con la que uno se tropieza, y los au• tores acusados de usar un lenguaje confuso responden a menudo que las ciencias naturales utilizan también un lenguaje técnico que sólo se puede dominar tras un prolongado estudio. Sin embargo, nos parece que hay al• gunos criterios que ayudan a distinguir entre los dos tipos de dificultades. En primer lugar, en los casos de dificultad auténtica, se suele poder expli• car en términos simples, a un cierto nivel elemental, cuáles son los fenó• menos que la teoría intenta analizar, cuáles son sus principales resultados y cuáles son los argumentos más poderosos a su favor.11 Por ejemplo, aunque ninguno de nosotros ha estudiado biología podemos seguir, hasta cierto ni• vel básico, los avances en ese campo a través de la lectura de buenos libros de divulgación sobre el tema. En segundo lugar, en esos casos se puede in• dicar un camino claro, quizá muy largo, que conduzca a un conocimiento más profundo del tema en cuestión. Por el contrario, frente a ciertos dis• cursos oscuros, solemos tener la impresión de que, para poder acceder a su comprensión, se nos está invitando a dar un salto cualitativo o a vivir una experiencia parecida a una revelación.12 Una vez más, uno no puede dejar de pensar en el traje nuevo del emperador.13

10. Como ejemplos positivos de esta actitud, citaremos, entre otros, los trabajos de Albert (1992) y de Maudlin (1994) sobre los fundamentos de la mecánica cuántica.
11. Por poner algunos ejemplos, citaremos a Feynman (1965) en física, a Dawkins (1986) en biología y a Pinker (1995) en lingüística. No estamos necesariamente de acuerdo con todo lo que es• tos autores dicen, pero los consideramos modelos de claridad.
12. Para un comentario similar, véanse los planteamientos de Noam Chomsky recogidos por Barsky(1997,págs. 197-198).
13. No queremos ser demasiado pesimistas sobre la probable respuesta a nuestro libro, pero recordemos que el cuento del traje nuevo del emperador concluye así: «Y los chambelanes conti• nuaron arrastrando la inexistente cola».

3. La ciencia no es un «texto»

Las ciencias naturales no son un mero depósito de metáforas listas para ser utilizadas en ciencias humanas. Los no científicos pueden sen• tirse tentados de intentar aislar de una teoría científica ciertos «temas» generales que se pueden resumir en pocas palabras, como «indetermina• ción», «discontinuidad», «caos» o «no linealidad», para luego analizar• los de manera puramente verbal. Pero las teorías científicas no son como las novelas; en un contexto científico esos términos tienen un significado preciso, que se diferencia, de forma sutil pero crucial, de su significado co• tidiano, y que sólo es comprensible dentro de una compleja trama de teo• ría y experimentación. Si se emplean sólo como metáforas, se acaba fá• cilmente llegando a conclusiones sin sentido.14


4. No copiar miméticamente las ciencias naturales

Las ciencias sociales tienen sus propios problemas y sus propios mé• todos; no precisan seguir cada «cambio de paradigma» -real o imagina• rio- de la física o la biología. Por ejemplo, aunque en la actualidad las le• yes físicas a nivel atómico se expresan en un lenguaje probabilista, eso no impide que las teorías deterministas puedan ser válidas -con una buena aproximación- en otros niveles, como en mecánica de los fluidos o in• cluso -aunque aproximadamente- para ciertos fenómenos sociales o eco• nómicos. A la inversa, aun cuando las leyes fundamentales de la física fueran perfectamente deterministas, nuestra ignorancia nos obligaría a introducir gran número de modelos probabilísticos a fin de estudiar fe• nómenos de otros niveles, como los gases o las sociedades. Además, aun adoptando una actitud filosófica reduccionista, uno no está obligado a suscribir el reduccionismo como prescripción metodológica}'' En la prác• tica, existen tantos órdenes de magnitud que separan los átomos de los fluidos, los cerebros o las sociedades, que los modelos y métodos utiliza• dos para estudiarlos son enormemente diferentes entre sí, y el estableci-

14. Por ejemplo, una amiga socióloga nos ha preguntado, no sin razón, si no es contradictorio que la mecánica cuántica hable a la vez de «discontinuidad» e «interconectividad» . ¿Acaso estas propiedades no son opuestas entre sí? La respuesta, en breves palabras, es que dichas propiedades caracterizan la mecánica cuántica en sentidos muy específicos, que requieren un conocimiento mate• mático de la teoría para ser bien comprendidos, y que, en esos sentidos, dichas nociones no son con• tradictorias.
15. Véase, por ejemplo, Weinberg (1992, capítulo III) y Weinberg (1995).
miento de vínculos entre esos diferentes niveles de análisis no es necesa• riamente una tarea prioritaria. Dicho de otro modo, el tipo de enfoque en cada ámbito de investigación habrá de depender de los fenómenos es• pecíficos estudiados. Los psicólogos, por ejemplo, no necesitan apoyarse en la mecánica cuántica para sostener que en su ámbito de saber «el ob• servador influye sobre lo observado»; esto es una perogrullada, indepen• dientemente del comportamiento de los electrones o los átomos,
Es más, existen tantos fenómenos, incluso en física, que se compren• den de manera imperfecta, al menos por el momento, que no hay ningu• na razón para imitar a las ciencias naturales cuando se desean abordar problemas humanos complejos. Es perfectamente legítimo recurrir a la intuición o a la literatura para obtener algún tipo de comprensión, no científica, de aquellos aspectos de la experiencia humana que escapan -al menos por el momento- a un conocimiento más riguroso.


5. Desconfiar del argumento de autoridad

Si las ciencias humanas quieren beneficiarse de los indudables éxitos de las ciencias naturales, en lugar de hacerlo extrapolando directamente sus conceptos técnicos, se podrían inspirar en todo lo que de positivo hay en sus principios metodológicos, empezando por éste: medir la vali• dez de una proposición en función de los hechos y los razonamientos que la apoyan, no de las cualidades personales o el estatuto social de sus de• fensores o detractores.
Esto es sólo un principio, por supuesto, y dista mucho de ser umver• salmente acatado en la práctica, incluso en las ciencias naturales. Los científicos, después de todo, son seres humanos y no son inmunes a las modas o a la adulación como genios. Eso no impide que hayamos here• dado de la «epistemología de la Ilustración» una desconfianza totalmen• te justificada hacia la exégesis de textos sagrados -y textos que no son religiosos en el sentido habitual del término pueden desempeñar perfec• tamente esta función- y hacia el argumento de autoridad.
En París, encontramos un estudiante que, tras haber finalizado bri• llantemente sus estudios de licenciatura en física, empezó a leer filosofía, centrando su atención en Deleuze. Se esforzaba denodadamente por comprender Diferencia y repetición y, tras haber leído los fragmentos ma• temáticos que aquí analizamos (págs. 161-163), admitió que no tenía idea de hacia dónde pretendía llegar Deleuze. Sin embargo, era tanta la fama

de profundo de que gozaba dicho filósofo, que se resistía a sacar la con• clusión lógica: que, si alguien como él, que había estudiado durante años el cálculo diferencial e integral, era incapaz de comprender aquellos tex• tos, supuestamente consagrados a ese tema, probablemente era porque no tenían mucho sentido. Creemos que este ejemplo debería haberlo ani• mado a analizar de manera más crítica el resto de la obra de Deleuze.


6. No confundir escepticismo específico con escepticismo radical

Hay que distinguir con sumo cuidado entre dos tipos de críticas de la ciencia: las que se oponen a una teoría concreta en función de argumentos específicos y las que repiten, bajo una u otra forma, los argumentos tradi• cionales del escepticismo radical. Las primeras pueden ser interesantes, aunque también pueden ser refutadas, mientras que las segundas son irre• futables, pero carentes de interés, justamente por su universalidad. Es fun• damental no mezclar ambos tipos de argumentos, porque si uno quiere contribuir a la ciencia, sea natural o social, es preciso abandonar las dudas radicales concernientes a la viabilidad de la lógica o a la posibilidad de co• nocer el mundo mediante la observación o el experimento. Es evidente que siempre se puede dudar de una teoría concreta, pero los argumentos escépticos generales propuestos para apoyar esas dudas son absolutamen• te irrelevantes, debido precisamente a su generalidad.


7. La ambigüedad utilizada como subterfugio

Hemos visto hasta aquí numerosos textos ambiguos que se pueden interpretar de dos modos diferentes: como afirmaciones verdaderas pero relativamente banales, o como afirmaciones radicales pero manifiesta• mente falsas. Y en un considerable número de casos, no podemos dejar de pensar que estas ambigüedades son deliberadas. De hecho, ofrecen una gran ventaja en las justas intelectuales: la interpretación radical per• mite atraer lectores u oyentes relativamente inexpertos; y si, llegado el momento, se pone en evidencia su absurdidad, el autor siempre puede defenderse alegando que ha sido mal entendido y retornar a la interpre• tación inocua.
¿CÓMO SE HA LLEGADO HASTA AQUÍ?

En los debates suscitados por la publicación en Social Text de la pa• rodia de Sokal, a menudo se nos ha preguntado cómo y por qué se han desarrollado las corrientes intelectuales que criticamos. Se trata de una cuestión complicada que atañe a la historia y la sociología de las ideas, sobre la que ciertamente no tenemos una respuesta definitiva. Nuestro propósito es, más bien, avanzar algunas posibles respuestas, insistiendo en la naturaleza conjetural de éstas, así como en su carácter incompleto (sin duda existen otros elementos que habremos subestimado o incluso pasado por alto). Además, como siempre sucede en este género de fenó• menos sociales complejos, se mezclan causas muy diversas. En esta sec• ción nos limitaremos a las fuentes intelectuales del posmodernismo y el relativismo, dejando los aspectos políticos para la siguiente.


1. El olvido de lo empírico

Durante mucho tiempo ha estado de moda denunciar el «empiris• mo», y si esa palabra se refiere a un método supuestamente inmutable que permite extraer teorías de los hechos, estamos completamente de acuerdo. La actividad científica siempre ha comportado una interacción compleja entre observación y teoría; es algo que los científicos saben des• de hace mucho tiempo.16 La ciencia llamada «empírica» no es sino una caricatura propia de los malos manuales escolares.
Sin embargo, necesitamos justificar de un modo u otro nuestras teo• rías relativas al mundo físico o social; y si descartamos el apriorísmo, los argumentos de autoridad y la referencia a textos «sagrados», poco más nos queda como no sea la confrontación sistemática de las teorías con las observaciones y los experimentos. No hace falta ser un popperiano es• tricto para admitir que toda teoría necesita el apoyo, siquiera indirecto, de argumentos empíricos para ser tomada en serio.
Algunos de los textos citado en este libro hacen totalmente caso omi• so del aspecto empírico de la ciencia y se concentran exclusivamente en el formalismo teórico y el lenguaje. Al leerlos, se tiene la impresión de que un discurso es «científico» cuando parece superficialmente coheren-


16. Para una buena ilustración de la complejidad de la interacción entre observación y teoría, véanse Weinberg (1992, capítulo V) y Einstein (1949).

te, aunque nunca se le someta a pruebas empíricas. O, peor aún, que bas• ta con colocar fórmulas matemáticas sobre los problemas para que la in• vestigación avance.


2. El cientificismo en las ciencias sociales

Este segundo punto puede parecer extraño: ¿acaso el cientificismo no es el pecado de los físicos y los biólogos que quieren reducirlo todo a materia en movimiento, selección natural y ADN? Pues sí y no. Defini• remos el «cientificismo» -a efectos de la presente exposición- como la ilusión de que determinados métodos simplistas pero supuestamente
«objetivos» o «científicos» nos permitirán resolver problemas muy com• plejos (existen otras definiciones igualmente posibles). El problema que inevitablemente surge cuando se sucumbe ante semejantes quimeras es que se olvidan partes importantes de la realidad sólo porque no encajan en el marco establecido a priori. Lamentablemente, en las ciencias socia• les abundan los ejemplos de cientificismo: pensemos, entre otras, en cier• tas corrientes de la sociología cuantitativa, de la economía neoclásica, del conductismo, del psicoanálisis y del marxismo.17 Con frecuencia, lo que ocurre es que se parte de un conjunto de ideas que poseen una cierta va• lidez en un ámbito dado y, en lugar de intentar verificarlas y pulirlas, se extrapolan más allá de todo límite razonable.
Por desgracia, el cientificismo se ha confundido muy a menudo -tanto por parte de sus defensores como de sus detractores- con la actitud cien• tífica propiamente dicha. Como resultado de ello, la reacción, completa• mente justificada, contra el cientificismo en las ciencias sociales ha dado lugar, en más de una ocasión, a una reacción igualmente injustificada con• tra la ciencia como tal. Por ejemplo, en Francia, después de mayo de 1968, la reacción contra el cientificismo de algunas variantes, más bien dogmáti• cas, del estructuralismo y del marxismo fue uno de las factores, entre otros muchos, que contribuyó al nacimiento del posmodernismo (la «increduli• dad frente a los metarrelatos», por citar el célebre lema de Lyotard).18 Una evolución similar tuvo lugar en los años noventa entre ciertos intelectua• les de los antiguos países comunistas. Por ejemplo, el presidente checo Václav Havel escribió:

17. Podemos encontrar ejemplos más recientes, e incluso más extremos, de cientificismo en las supuestas «aplicaciones» de las teorías del caos, de la complejidad y de la autoorganización en so• ciología, en historia y en gestión de empresas.
18. Lyotard (1979, pág. 7).
La caída del comunismo se puede ver como un signo de que el pensamiento moderno -basado en la premisa de que el mundo es objetivamente cognos• cible y que el conocimiento así obtenido puede ser generalizado absoluta• mente- ha llegado a su crisis final (Havel, 1992, pág. E15).

(Uno se pregunta por qué un renombrado pensador como Havel es inca• paz de hacer una distinción elemental entre la ciencia y la injustificada pretensión de los regímenes comunistas de poseer una teoría «científica» de la historia de la humanidad.)
Cuando se combina el olvido de lo empírico con una buena dosis de dogmatismo cientificista, se puede caer en las peores lucubraciones, algo de lo que hemos encontrado ejemplos más que suficientes. Pero también se puede caer en una especie de desmoralización: ya que éste o aquel mé• todo (simplista) en el que se ha creído dogmáticamente no funciona, en• tonces nada funciona, todo conocimiento es imposible o subjetivo, etc. Así se pasa fácilmente del clima de los años sesenta o setenta al posmo• dernismo. Pero esto es fruto de una errónea identificación de la fuente del problema.
Uno de los avatares recientes de la actitud cientificista en ciencias socia• les es, paradójicamente, el «programa fuerte» de la sociología de la ciencia. Intentar explicar el contenido de una teoría científica sin tener en cuenta, ni siquiera en parte, la racionalidad interna de la actividad científica, supone eliminar a priori un elemento de la realidad y, a nuestro entender, privarse de toda posibilidad de llegar a una comprensión efectiva del problema. Por des• contado, todo estudio científico ha de hacer simplificaciones y aproximacio• nes; en ese sentido, el enfoque del «programa fuerte» sería legítimo si sus de• fensores dieran argumentos empíricos o lógicos que mostraran que, en efecto, los aspectos no tomados en cuenta tienen poca importancia para la comprensión de los fenómenos estudiados. Pero no se da ningún argumen• to de este tipo; el principio se enuncia a priori. En realidad, el programa fuer• te intenta hacer virtud de la necesidad (aparente): puesto que, para los so• ciólogos, es difícil estudiar la racionalidad interna de las ciencias naturales, se declara «científico» ignorarla. Es algo parecido a intentar completar un rompecabezas sabiendo que falta la mitad de las piezas.
Creemos que la actitud científica, entendida en un sentido muy am• plio como el respeto de la claridad y la coherencia lógica de las teorías y la confrontación de las mismas con los datos empíricos, resulta tan pertinente en las ciencias naturales como en las sociales. Pero hay que ser muy prudente ante las pretensiones de cientifícidad de las ciencias

sociales; y eso vale también (o sobre todo) para las corrientes predo• minantes actualmente en economía, sociología y psicología. Los pro• blemas que tratan las ciencias sociales son extremadamente complejos y, a menudo, los datos empíricos que apoyan sus teorías son bastante débiles.


3. El prestigio de las ciencias naturales

Sin duda las ciencias naturales gozan de un enorme prestigio, incluso entre sus detractores, debido a sus éxitos teóricos y prácticos. Es cierto que, a veces, los científicos abusan de ese prestigio, haciendo gala de un sentimiento de superioridad injustificado. Es más, algunos científicos de renombre utilizan a veces las obras de divulgación para exponer ideas muy especulativas como si estuviesen perfectamente establecidas, o ex• trapolar sus resultados fuera del contexto en el que se han verificado. Por último, existe una perniciosa tendencia, exacerbada sin duda por exi• gencias comerciales, a ver una «revolución conceptual radical» en cada innovación. La combinación de todos estos factores da, al público culti• vado, una imagen deformada de la actividad científica.
No obstante, sería menospreciar a los filósofos, psicólogos y sociólo• gos suponer que están indefensos ante esa clase de científicos y que los abusos denunciados en este libro son, en cierto modo, inevitables. Es evi• dente que nadie, y mucho menos un científico, ha obligado a Deleuze o a Lacan a escribir como lo hacen. Nada impide ser psicólogo o filósofo y hablar de ciencias naturales con conocimiento de causa o no hablar de ello y ocuparse en otros menesteres.


4. El relativismo «natural» en las ciencias sociales

En algunas ramas de las ciencias sociales, y especialmente en antro• pología, una cierta actitud «relativista» es metodológicamente natural, sobre todo cuando se estudian los gustos o las costumbres: el antropólo• go intenta comprender la función de esos gustos y costumbres en una so• ciedad determinada y es difícil ver qué ganaría involucrando sus propias preferencias estéticas en la investigación. De igual modo, cuando estudia ciertos aspectos cognitivos de una cultura, como por ejemplo la forma en que operan las creencias cosmológicas de esa cultura en el marco de su
organización social, no se interesa, prioritariamente, por saber si esas creencias son verdaderas o falsas.19
Pero en ocasiones esta actitud metodológica razonable lleva, como re• sultado de confusiones lingüísticas y de pensamiento, a un relativismo cog• nitivo radical, es decir, a la tesis de que las afirmaciones de hecho -como, por ejemplo, los mitos tradicionales o las teorías científicas modernas- pueden ser considerados verdaderos o falsos sólo «en relación con una cultura par• ticular», lo que equivale a confundir las funciones psicológicas y sociales de un sistema de pensamiento con su valor cognitivo y a ignorar la fuerza de los argumentos empíricos que se pueden esgrimir a favor de uno u otro sistema. Veamos un ejemplo de este tipo de confusiones. Existen, al menos, dos teorías distintas sobre el origen de los indígenas americanos. Según el con• senso científico, fundado en numerosos datos arqueológicos, sus antepasa• dos procedían de Asia y llegaron hace unos 10.000 o 20.000 años cruzando el estrecho de Bering. En cambio, muchos mitos creacionistas indígenas afirman que sus ancestros siempre han vivido en América, desde el mo• mento mismo en que surgieron de un mundo subterráneo habitado por es• píritus. Pues bien, en un reportaje publicado en el New York Times (22 de octubre de 1996) se afirma que muchos arqueólogos, «debatiéndose entre su temperamento científico y su aprecio por la cultura nativa (...) se han vis• to arrastrados a una especie de relativismo posmoderno para el que la cien• cia es sólo un sistema de creencias más». Por ejemplo, Roger Anyon, un ar• queólogo británico que ha trabajado y vivido con los zunis, ha dicho que:
«(...) la ciencia sólo es una forma entre otras de conocer el mundo. (...) So• bre la prehistoria, [la visión del mundo de los zunis] es tan válida como la perspectiva arqueológica».20
Quizá la cita tergiverse las ideas de Anyon,21 pero lo cierto es que es• ta clase de aseveraciones es bastante frecuente hoy día, por lo que nos gustaría analizarlas. Señalemos primero que la palabra «válida» es ambi• gua: ¿se entiende en sentido cognitivo o en algún otro? Si es lo segundo, no tenemos nada que objetar; pero la referencia a «conocer el mundo»

19. No obstante, esta última cuestión es un tanto sutil. Todas las creencias, incluso las míticas, están condicionadas, por lo menos en parte, por los fenómenos a los que se refieren. Como hemos visto en el capítulo 3, el «programa fuerte» de la sociología de la ciencia, que es una especie de rela• tivismo antropológico aplicado a la ciencia contemporánea, yerra precisamente porque descuida es• te aspecto, que desempeña una función preponderante en las ciencias naturales.
20. Johnson (1996, pág. C13). Puede encontrarse una exposición más detallada de las opinio• nes en Anyon eí al. (1996).
21. Pero lo más probable es que no, ya que en Anyon et al. (1996) se expresan posturas esen• cialmente idénticas.
214 IMPOSTURAS INTELECTUALES

sugiere lo primero. Ahora bien, en filosofía, como en el lenguaje cotidia• no, se distingue entre el conocimiento (entendido, grosso modo, como creencia verdadera justificada) y la mera creencia; por ello, el «conoci• miento» tiene una connotación positiva mientras que el sentido de «creen• cia» es más neutro. ¿Qué quiere decir, entonces, Anyon con «conocer el mundo»? Si piensa en el sentido tradicional de la palabra «conocer», en• tonces su afirmación es falsa sin más: las dos teorías en cuestión son mu• tuamente incompatibles, por lo que ambas no pueden ser verdaderas (ni siquiera aproximadamente verdaderas).22 Si, por el contrario, sólo está señalando que diferentes personas tienen creencias diferentes, entonces su afirmación es verdadera -y banal-, pero en tal caso es engañoso utili• zar la palabra «conocimiento».23
Lo más probable es que el arqueólogo se haya dejado llevar, simple• mente, por sus simpatías políticas y culturales desvirtuando con ellas sus teorías. Pero no existe ninguna justificación para semejante confusión in• telectual: podemos recordar perfectamente a las víctimas de un horrible genocidio y apoyar a sus descendientes en sus objetivos políticos válidos sin tener que aceptar acrítica (o hipócritamente) sus mitos creacionistas tradicionales. (Después de todo, para apoyar las reclamaciones territo• riales de los indígenas americanos, ¿es realmente importante saber si és• tos han permanecido en Norteamérica «siempre» o sólo 10.000 años?). Más aún, la actitud relativista es extremadamente condescendiente: trata una sociedad compleja como si fuese un todo monolítico, olvida los con• flictos que la dividen y hace como si sus representantes más oscurantistas fueran los únicos portavoces legítimos.


22. Con ocasión de un debate en la Universidad de Nueva York, donde se mencionó este ejemplo, un buen número de personas parecía no comprender ni aceptar esta observación elemen• tal. Seguramente, el problema viene, en parte, del hecho de que han redefinido la «verdad» como una creencia «localmente aceptada como tal», o incluso como una simple «interpretación» que cum• ple una cierta función psicológica y social. Es difícil decir qué nos choca más: que alguien crea que los mitos creacionistas son verdaderos -en el sentido usual de la palabra- o que alguien se adhiera sistemáticamente a dicha redefinición del término «verdadero». Para un planteamiento más detalla• do de este ejemplo, y en particular de los posibles significados de la palabra «válido», véase Bo- ghossian (1996).
23. Cuando se les reta en este sentido, los antropólogos relativistas suelen negar que exista una distinción entre el conocimiento (es decir, la creencia verdadera y justificada) y la mera creencia, ne• gando que las creencias -incluso las creencias cognitivas sobre el mundo externo- puedan ser ver• daderas o falsas objetivamente (transculturalmente). Pero es difícil tomar en serio semejante afir• mación. ¿Acaso millones de indígenas americanos no murieron realmente durante el período posterior a la invasión europea? ¿Es ésta meramente una creencia considerada verdadera entre los individuos de algunas culturas?
EPILOGO 215

5. ha formación filosófica y literaria tradicional

No es nuestro deseo criticar esta formación en sí misma, ya que es probable que se ajuste a los objetivos que persigue. Sin embargo, puede ser un lastre cuando uno se enfrenta a textos científicos, por dos razones.
En primer lugar, el autor y la literalidad del texto tienen, en literatura o incluso en filosofía, una importancia de la que carecen en la ciencia. Se puede aprender perfectamente física sin leer a Galileo, Newton o Eins• tein, y estudiar biología sin leer una línea de Darwin.24 Lo que cuenta son los argumentos teóricos y factuales que proponen estos autores, y no las palabras que han utilizado para expresarlos. Por otro lado, sus ideas pue• den haberse visto profundamente modificadas, e incluso superadas, por la evolución posterior de sus disciplinas. Además, las cualidades personales de los científicos y sus creencias extracientíficas no tienen la menor perti• nencia para la evaluación de sus teorías. El misticismo y la alquimia de Newton, por ejemplo, son importantes para la historia de la ciencia y, más en general, para la del pensamiento humano, pero no para la física.
El segundo problema deriva de la preeminencia otorgada a las teo• rías sobre los experimentos, correlativa de la preeminencia otorgada a los textos respecto de los hechos. A menudo, el vínculo entre una teoría científica y su verificación experimental es extremadamente complejo e indirecto. En consecuencia, un filósofo tratará de enfocar preferente• mente las ciencias a través de sus aspectos conceptuales (también noso• tros). Pero todo el problema proviene precisamente de que, si no se to• man también en cuenta los aspectos empíricos, el discurso científico se convierte efectivamente en un «mito» o en una «narración» más, entre muchas otras.


LA FUNCIÓN DE LA POLÍTICA

Según parece, no somos nosotros quienes dominamos las cosas, sino que son las cosas las que nos dominan a nosotros. Pero esto sólo es así porque algunos hombres utilizan las cosas para dominar a otros hombres. Sólo


24. Lo que no quiere decir que el estudiante o el investigador no pueda sacar provecho de la lectura de los textos clásicos. Evidentemente, eso dependerá de las cualidades pedagógicas de los au• tores en cuestión. Los físicos de hoy en día pueden leer, por ejemplo, a Galileo y a Einstein tanto por el placer que ofrece su lectura como para profundizar su conocimiento. Los biólogos pueden, cier• tamente, hacer lo mismo con Darwin.
216 IMPOSTURAS INTELECTUALES

conseguiremos liberarnos de las fuerzas de la naturaleza cuando nos libere• mos de la violencia humana. Si queremos aprovechar, en forma humana, nuestro conocimiento de la naturaleza, deberemos complementarlo con el conocimiento de la sociedad humana (Bertolt Brecht, 1965 [1939-1940], págs. 42-43).

Los orígenes del posmodernismo no son puramente intelectuales. El relativismo filosófico, así como la obra de los autores analizados en este li• bro, han ejercido una atracción particular sobre ciertas tendencias políti• cas que podríamos calificar (o se califican a sí mismas), en un sentido muy amplio, de izquierda o progresistas. Además, la llamada «guerra de las Ciencias» se considera, a menudo, como un conflicto político entre «pro• gresistas» y «conservadores».25 Es obvio que existe también una larga tra• dición antirracionalista en algunas corrientes políticas de derecha, pero lo que resulta nuevo y curioso en el posmodernismo es que constituye una forma antirracionalista de pensamiento que ha seducido a una parte de la izquierda.26 Intentaremos analizar cómo se ha establecido este vínculo so• ciológico y explicar por qué, en nuestra opinión, es el fruto de varias con• fusiones conceptuales. Nos limitaremos, principalmente, al estudio de la situación en los Estados Unidos, donde el nexo entre el posmodernismo y ciertas tendencias políticas de izquierda es especialmente manifiesto.
Cuando se examina un conjunto de ideas, como el posmodernismo, desde un punto de vista político, hay que distinguir cuidadosamente en• tre su valor intelectual intrínseco, la función política objetiva que de• sempeñan y los motivos subjetivos por los que distintas personas las de• fienden o atacan. Ahora bien, muchas veces ocurre que un grupo social determinado comparte dos ideas o conjuntos de ideas, A y B. Suponga• mos que A sea una idea relativamente válida, que B lo sea mucho menos y que no exista ninguna conexión lógica entre ambas. Quienes forman parte del grupo intentarán a menudo legitimar B invocando la validez de A y la existencia de un nexo sociológico entre A y B. Recíprocamente, sus detractores harán todo lo posible para desacreditar A apelando a la falta de validez de B y al mismo nexo sociológico.27
La existencia de un vínculo de este género entre la izquierda y el pos• modernismo constituye, a primera vista, una grave paradoja. A lo largo


25. Se pueden encontrar versiones extremas de esta idea, por ejemplo, en Ross (1995) y Har- ding (1996).
26. Pero no sólo la izquierda: véase más arriba la cita de Václav Havel en la pág. 211.
27. La misma observación es aplicable cuando un individuo célebre defiende ideas de tipo A y B.
EPÍLOGO 217

de los dos últimos siglos, la izquierda se ha identificado con la ciencia y contra el oscurantismo, por creer que el pensamiento racional y el análi• sis sin cortapisas de la realidad objetiva (natural o social) eran instru• mentos eficaces para combatir las mistificaciones fomentadas por el poder
-además de ser fines humanos perseguibles por sí mismos-. Sin embar• go, durante los últimos veinte años un buen número de estudiosos de las humanidades y científicos sociales «progresistas» o de «izquierda» (aun• que prácticamente ningún científico natural, de cualesquiera ideas polí• ticas) se han apartado de esta herencia de la Ilustración e, impulsados por ideas importadas de Francia tales como la desconstrucción, y por doctrinas de cosecha propia, como la epistemología de orientación femi• nista, se han adherido a una u otra forma de relativismo epistémico. Pues bien, precisamente las causas de este giro histórico son las que ahora nos interesa explicar.
Distinguiremos a continuación tres tipos de fuentes intelectuales rela• cionadas con el nacimiento del posmodernismo en el seno de la izquierda política:28


1. Los nuevos movimientos sociales

En los años sesenta y setenta surgieron nuevos movimientos sociales (antirracistas, feministas, por los derechos de los homosexuales, etc.), que luchaban contra formas de opresión que, durante mucho tiempo, la izquierda tradicional había subestimado. Más recientemente, algunas tendencias nacidas de estos movimientos han llegado a la conclusión de que el posmodernismo, bajo una u otra forma, es la filosofía que respon• de de un modo más adecuado a sus aspiraciones.
Aquí hay dos temas de reflexión independientes. Uno es conceptual:
¿existe un nexo lógico, en un sentido u otro, entre los nuevos movi• mientos sociales y el posmodernismo? El otro es sociológico: ¿hasta qué punto los componentes de estos movimientos se identifican con el pos• modernismo y por qué razones?
Un factor que ha conducido a los nuevos movimientos sociales hacia el posmodernismo fue, sin duda, el descontento con las viejas ortodoxias de la izquierda. La izquierda tradicional, en sus variantes marxista y no marxista, se ha visto habitualmente a sí misma como la heredera legítima

28. Para exposiciones más detalladas, véanse Eagleton (1995) y Epstein (1995, 1997).
218 IMPOSTURAS INTELECTUALES

de la Ilustración y como la encarnación de la ciencia y lia racionalidad. Más aún, el marxismo ha vinculado explícitamente el materialismo filo• sófico con una teoría de la historia que daba la primacía —en algunas ver• siones, la casi exclusividad- a las luchas económicas y de clases. La evi• dente estrechez de esta última perspectiva llevó, comprensiblemente, a algunas corrientes de los nuevos movimientos sociales 'A rechazar, o al menos desconfiar, de la ciencia y la racionalidad.
Sin embargo, éste es un error conceptual, simétrico ail cometido por la izquierda marxista tradicional. De hecho, nunca se pueden deducir lógicamente las teorías sociopolíticas concretas de esquemas filosóficos abstractos; y a la inversa, no hay una única posición filosófica compati• ble con un programa sociopolítico dado. En particular,, como observó Bertrand Russell hace mucho tiempo, no hay ninguna conexión lógica entre el materialismo filosófico y el materialismo histórico marxista. El materialismo filosófico es compatible con la idea de que: la historia está determinada en primera instancia por la religión, la sexualidad o el cli• ma (lo cual iría en contra del materialismo histórico); y a la inversa, los factores económicos podrían ser los determinantes primarios de la his• toria humana aun cuando los procesos mentales fueran suficientemen• te independientes de los procesos físicos como para hacer falso el ma• terialismo filosófico. Russell concluye: «Tiene su importancia darse cuenta de hechos como éste, pues de otro modo las teorías políticas son objeto de apoyo o de rechazo por razones harto irrelevantes, y se utili• zan argumentos de filosofía teórica para solventar cuestiones que de• penden de hechos concretos de la naturaleza humana. Semejante mezcla perjudica tanto a la filosofía como a la política, de ahí la importancia de evitarla».29
El nexo sociológico entre el posmodernismo y los nuevos movi• mientos sociales es en extremo complejo. Un análisis satisfactorio re• queriría, cuando menos, desentrañar las diversas hebras que compo• nen el tejido posmodernista (dado que las relaciones lógicas entre éstas son bastante débiles), tratando individualmente cada nuevo mo• vimiento social (puesto que sus historias son muy diferentes), clasifi• cando las distintas corrientes que integran estos movimientos y distin• guiendo las funciones desempeñadas por sus activistas y sus teóricos. Este problema requiere (¿osaremos decirlo?) una cuidadosa investiga• ción empírica que dejamos en manos de sociólogos e historiadores de


29. Russell (1949 [1920], pág. 80), reimpreso en Russell (1961b, págs. 528-529).
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la cultura. No obstante, nos atrevemos a conjeturar que la inclinación hacia el posmodernismo de los nuevos movimientos sociales es propia sobre todo del ámbito académico y es mucho más frágil de lo que tan• to la izquierda posmoderna como la derecha tradicional suelen pre• tender que es.30


2. El desánimo político

La situación desesperada y la desorientación general de la izquierda, una coyuntura que parece no tener parangón en su historia, es otra fuen• te de las ideas posmodernas. Los regímenes comunistas se han derrum• bado, los partidos socialdemócratas en el poder aplican políticas neoli• berales pasadas por agua y, en la mayoría de los casos, los movimientos políticos del Tercer Mundo, que en su día llevaron a la independencia a los países que lo integran, han renunciado a cualquier intento de desa• rrollo autónomo. Dicho en pocas palabras, la más cruda forma de capi• talismo de «libre mercado» parece haberse convertido en la implacable realidad del futuro previsible. Jamás parecieron tan utópicos como aho• ra los ideales de justicia y de igualdad. Sin entrar en un análisis de las causas de esta situación, y mucho menos proponer soluciones, es fácil comprender que genere una actitud de desánimo que se expresa, en par• te, en el posmodernismo. Noam Chomsky, lingüista y militante político norteamericano, ha descrito muy bien esta evolución:31

Si realmente pensáis: «Mira, es demasiado difícil tratar los verdaderos pro• blemas», tened en cuenta que existen muchas maneras de evitar tener que ha• cerlo. Una de ellas consiste en perseguir quimeras que carezcan de la menor importancia. Otra, en adherirse a cultos académicos alejados de cualquier rea• lidad y que permiten no afrontar el mundo tal como es. Esto es algo muy ha• bitual, incluso en la izquierda. Con ocasión de un viaje a Egipto, hace algunas semanas, tuve la ocasión de ver algunos ejemplos deprimentes. Allí tenía que hablar de asuntos internacionales. En aquel país existe una comunidad inte• lectual muy dinámica y cultivada, formada por personas muy valientes, que pasaron años encarceladas bajo el régimen de Nasser, que fueron torturadas casi hasta la muerte y que consiguieron salir para continuar luchando. Pero actualmente, en el conjunto del Tercer Mundo, abundan la desesperación y el

30. Para una exposición más detallada, véase Epstein (1995, 1997).
31. Véase también Eagleton (1995).
220 IMPOSTURAS INTELECTUALES

desánimo. La forma en la que todo esto se manifestaba en aquel país, entre los medios cultivados vinculados a Europa, consistía en sumergirse completa• mente en las últimas locuras de la cultura parisina y concentrarse absolu• tamente en ellas. Así, por ejemplo, cuando daba conferencias sobre la situa• ción actual, incluso en institutos de investigación dedicados al análisis de problemas estratégicos, los asistentes querían que eso se tradujera en términos de jerga posmodernista. Por ejemplo, en lugar de pedirme que hablara de los detalles de la política norteamericana o de Oriente Medio, donde ellos viven, algo demasiado sórdido y falto de interés, querían saber cómo la lingüística moderna brinda un nuevo paradigma discursivo sobre los asuntos internacio• nales que sustituirá al texto postestructuralista. Eso era lo que les fascinaba, y no lo que revelaban los archivos ministeriales israelíes sobre su planificación interior. Es verdaderamente deprimente (Chomsky, 1994, págs. 163-164).

De este modo, los restos de la izquierda han contribuido a clavar el últi• mo clavo en el féretro de los ideales de justicia y de progreso. Modesta• mente, proponemos dejar dentro siquiera una pizca de aire, con la espe• ranza de que, algún día, el cadáver despierte.


3. La ciencia como blanco fácil

En esta atmósfera de desánimo general, se puede caer en la tentación de atacar cualquier cosa que esté suficientemente vinculada al poder es• tablecido como para no resultar muy simpática, pero lo bastante débil como para constituir un blanco más o menos accesible, dado que la con• centración del poder y del dinero están fuera de alcance. La ciencia reú• ne todas estas condiciones y eso explica, en parte, los ataques de que es objeto. Para analizarlos, es esencial distinguir, como mínimo, cuatro sen• tidos diferentes del término «ciencia»: un empeño intelectual que aspira a una comprensión racional del mundo; un conjunto de ideas teóricas y experimentales aceptadas; una comunidad social con tradiciones, insti• tuciones y vínculos sociales propios; y, por último, la ciencia aplicada y la tecnología (con la que a menudo se confunde la ciencia). Con demasiada frecuencia, críticas válidas de la «ciencia» entendida en uno de estos sen• tidos se confunden con argumentos contra la ciencia entendida en un sentido diferente.32 Así, por ejemplo, es innegable que la ciencia, como

32. Para un ejemplo de tal confusión véase el ensayo de Raskin y Bernstein (1987, págs. 69- 103); y para una buena disección de estas confusiones, véanse las respuestas de Chomsky en el mis• mo volumen (págs. 104-156).
EPÍLOGO 221

institución social, está vinculada al poder político, económico y militar, y que, con frecuencia, la función social que desempeñan los científicos es perniciosa. También es verdad que la tecnología tiene efectos contradic• torios -en ocasiones, desastrosos- y que en raras ocasiones aporta las so• luciones milagrosas que sus defensores más entusiastas prometen a cada paso.33 Por último, la ciencia, considerada como un cuerpo de conoci• mientos, siempre es falible y, a veces, los errores de los científicos se de• ben a todo tipo de prejuicios sociales, políticos, filosóficos o religiosos. Estamos a favor de las críticas razonables de la ciencia entendida en to• dos estos sentidos. En particular, las críticas a la ciencia vista como un cuerpo de conocimientos -al menos aquellas que son más convincentes- suelen seguir una pauta uniforme: primero se muestra, mediante argu• mentos científicos convencionales, por qué la investigación criticada es defectuosa con arreglo a los cánones ordinarios de la buena ciencia; en• tonces, y sólo entonces, se intenta determinar cómo los prejuicios socia• les de los investigadores (que probablemente no sean conscientes de ello) condujeron a la violación de dichos cánones. Se puede estar tentado de pasar directamente a la segunda fase, pero en ese caso la crítica pierde una gran parte de su fuerza.
Por desgracia, algunas críticas van más allá del ataque a los peores as• pectos de la ciencia (militarismo, sexismo, etc.) y atacan sus aspectos más positivos: el intento de alcanzar una comprensión racional del mundo y el método científico entendido en un sentido amplio como el respeto de los datos empíricos y de la lógica.34 Es ingenuo creer que la actitud ra• cional en concreto no es lo que cuestiona el posmodernismo. Es más, este aspecto constituye un blanco fácil, porque, cuando se ataca la racionali• dad, se encuentran innumerables aliados: todos los que creen en supers• ticiones, tanto las tradicionales (por ejemplo, el integrismo religioso), co• mo las de la New Age.15 Y si a eso le añadimos una fácil confusión entre ciencia y tecnología, nos encontramos con una lucha relativamente po• pular, aunque no especialmente progresista.

33. No obstante, hay que subrayar que, a menudo, la tecnología es censurada por algunos efec• tos que se deben más a peculiaridades de la estructura social que a ella misma.
34. Digamos de paso que precisamente la insistencia en la objetividad y la verificación es lo que ofrece la mejor protección contra la tendenciosidad ideológica disfrazada de ciencia.
35. Según encuestas recientes, el 47 % de los norteamericanos creen en la creación del mundo tal como la cuenta el Génesis, el 49 % creen en la posesión por el diablo, el 36 % en la telepatía y el 25 % en la astrología. Por suerte, sólo el 11 % cree en la comunicación con los muertos y el 7 % en el poder curativo de las pirámides. Para más detalles y referencias a las fuentes originales, véase So- kal (1996c, nota 17), reimpreso aquí como Apéndice C.

222 IMPOSTURAS INTELECTUALES

Quienes están investidos de poder político o económico preferirán, como es natural, los ataques a la ciencia y la tecnología como tales, por• que contribuyen a disimular las relaciones de fuerza en las que se funda su poder. Por otro lado, atacando la racionalidad, la izquierda posmo- derna se priva de un potente instrumento para criticar el orden social ac• tual. Chomsky observa que, en un pasado no tan lejano:

Los intelectuales de izquierda participaban activamente en la vida cultural de la clase obrera. Algunos intentaban compensar el carácter clasista de las instituciones culturales mediante programas educativos dirigidos a los tra• bajadores o escribiendo obras divulgativas de gran éxito sobre matemáticas, ciencias y otras materias. Llama la atención que, en la actualidad, sus here• deros de izquierda intenten, a menudo, privar a los trabajadores de estos instrumentos de emancipación, informándonos de que el «proyecto de la Ilustración» está muerto, que debemos abandonar las «ilusiones» de la cien• cia y de la racionalidad -un mensaje que llenará de gozo el corazón de los poderosos, que ansian monopolizar estos instrumentos para su propio uso (Chomsky, 1993, pág. 286).

Para terminar, haremos un breve repaso de las razones subjetivas de quienes se oponen al posmodernismo. Son bastante difíciles de analizar, y las reacciones derivadas de la publicación de la parodia de Sokal aconse• jan una prudente reflexión. Muchas personas se han enojado ante la arro• gancia y la vacía verborrea del discurso posmoderno y ante el espectáculo de una comunidad intelectual en la que todo el mundo repite frases que nadie entiende. Como es lógico, compartimos, con matices, esta actitud.
Pero otras reacciones, menos gratas, ilustran perfectamente la confu• sión que existe entre los vínculos sociológicos y los lógicos. Así, por ejemplo, el New York Times ha presentado «el caso Sokal» como un de• bate entre conservadores que creen en la objetividad, al menos como me• ta, e «izquierdistas» que la niegan. Evidentemente, la situación es más compleja. No todos los que se identifican con la izquierda política re• chazan el ideal (aunque imperfectamente realizado) de la objetividad36 y no existe, en todo caso, un vínculo lógico simple entre las opiniones epis• temológicas y las políticas.37 Otros comentarios relacionan el tema con

36. Véase, por ejemplo, Chomsky (1992-1993), Ehrenreich (1992-1993), Albert (1992-1993, 1996) y Epstein (1997) entre muchos otros.
37. Mucho más adelante, en el artículo del New York Times (Scott, 1996), se mencionan las po• siciones políticas de izquierda de Sokal y que enseñó matemáticas en Nicaragua durante el gobierno sandinista. La contradicción ni se advierte ni, mucho menos, se resuelve.
EPÍLOGO 223

los ataques al «multiculturalismo» y a lo «políticamente correcto». Dis• cutir en detalle estas cuestiones nos llevaría demasiadlo lejos, pero quere• mos dejar bien claro que no rechazamos en absoluto» la apertura a otras culturas o el respeto de las minorías, que con frecuencia se ven ridiculi• zadas mediante este tipo de ataques.


¿QUÉ IMPORTANCIA TIENE?

El concepto de «verdad», entendido como dependiente de unos hechos que escapan ampliamente del control humano, ha sido urna de las vías por las que, hasta la fecha, la filosofía ha inculcado la necesaria dosis de humildad. Cuando se suprime este freno a la soberbia, se da un paso más en la vía ha• cia cierto tipo de insania: la borrachera de poder que se apoderó de la filo• sofía con Fichte y a la que el hombre moderno, filósofo o no, se siente incli• nado. Estoy convencido de que esa borrachera es el mayor de los peligros de nuestra época, así como lo estoy de que toda filosofía que, aun sin querer, contribuya a ella hará que crezca el peligro de un gram desastre social (Ber- trand Russell, History of Western Philosophy,l9bl, pág. 782).

¿Por qué hemos decidido dedicar tanto tiempo a denunciar estos abu• sos? ¿Representan un peligro real los posmodernos? Desde luego, para las ciencias naturales no, al menos por el momento. Los problemas con que se enfrentan hoy las ciencias naturales están relacionados fundamen• talmente con el financiamiento de la investigación y, concretamente, con la amenaza que supone para la objetividad científica la progresiva susti• tución de la financiación pública por el patrocinio privado. Pero el pos• modernismo tiene muy poco que ver con todo esto.38 Son más bien las ciencias sociales las que sufren cuando los sinsentidos; y los juegos de pa• labras a la moda sustituyen el análisis crítico y riguroso de las realidades sociales.
El posmodernismo tiene tres efectos negativos principales: una pérdi• da lastimosa de tiempo en las ciencias humanas, una confusión cultural que favorece el oscurantismo y un debilitamiento déla izquierda política. En primer lugar, el discurso posmoderno, ilustrado por los textos aquí citados, funciona en parte como un callejón sin salida en el que se


38. Sin embargo, obsérvese que los posmodernos y los relativistas no están en la mejor posición para criticar esta amenaza a la objetividad científica, desde el momento en que niegan la objetividad incluso como meta.

han perdido algunos sectores de las ciencias humanas y sociales. Ningu• na investigación, tanto si trata del mundo natural como del social, puede progresar sobre una base conceptualmente confusa y radicalmente aleja• da de los datos empíricos.
Se nos podría objetar que los autores de los textos aquí citados no tie• nen un impacto real en el trabajo de investigación propiamente dicho, porque en los medios académicos es bien conocida su falta de seriedad profesional. Pero esto sólo es verdad en parte: depende de los autores, de los países, de los ámbitos de investigación y de las épocas. Por ejemplo, las obras de Barnes-Bloor y de Latour han tenido una innegable influencia en la sociología de la ciencia, aunque dicha influencia nunca haya sido hege- mónica. Lo mismo se puede decir de Lacan y Deleuze-Guattari en ciertas áreas de la teoría literaria y de los estudios culturales, y de Irigaray en lo concerniente a los estudios feministas.
Lo que es más grave, a nuestro entender, es el efecto nefasto que tie• ne el abandono del pensamiento claro sobre la enseñanza y la cultura. Los estudiantes aprenden a repetir y adornar discursos de los que casi no entienden nada. Hasta pueden, con suerte, llegar a ser profesores uni• versitarios sobre esa base, convirtiéndose en expertos en el arte de mani• pular una jerga erudita.39 Al fin y al cabo, uno de nosotros consiguió, en tan sólo tres meses de estudio, dominar suficientemente el lenguaje pos- moderno como para publicar un artículo en una prestigiosa revista. Co• mo ha señalado sagazmente la comentarista norteamericana Katha Po- llitt, «el aspecto cómico del incidente Sokal reside en que sugiere que ni siquiera los posmodernos comprenden realmente lo que escriben sus co• legas, y que se desplazan a través de los textos pasando de un nombre o de una noción familiar a otra como una rana que cruza un sombrío es• tanque saltando de nenúfar en nenúfar».40 Los discursos deliberadamente oscuros del posmodernismo y la falta de honradez intelectual que gene• ran envenenan una parte de la vida intelectual y fortalecen el antiintelec- tualismo fácil, demasiado extendido ya entre el público.
La dejadez en materia de rigor científico que encontramos en Lacan, Kristeva, Baudrillard o Deleuze tuvo un innegable éxito en Francia du-


39. Este fenómeno no es, ni mucho menos, una innovación debida al posmodernismo -An- dreski (1972) lo ilustró brillantemente respecto a las ciencias sociales tradicionales-, y las ciencias de la naturaleza, aunque en menor medida, tampoco están exentas de ello. Sin embargo, la oscuridad de la jerga posmodernista y la debilidad de su contacto con las realidades concretas no hacen sino exacerbar esta situación.
40. Pollitt (1996).
rante el decenio de los setenta, y aún tiene allí una notable influencia.41 Durante los años ochenta y noventa, esta forma de pensar se ha difundi• do fuera de Francia, principalmente en el mundo de habla inglesa. Por el contrario, el relativismo cognitivo se desarrolló, durante los años seten• ta, principalmente en el mundo anglosajón (por ejemplo, con el comien• zo del «programa fuerte») y más tarde se extendió a Francia.
Estas dos actitudes son, por supuesto, conceptualmente distintas, y se puede adoptar cualquiera de ellas prescindiendo o no de la otra. Sin embargo, están relacionadas indirectamente: si es posible poner en boca del discurso científico cualquier cosa, o casi cualquier cosa, ¿por qué ha• bría que tomar la ciencia en serio como explicación objetiva del mundo? Y recíprocamente, si se adopta la filosofía relativista, los comentarios ar• bitrarios sobre las teorías científicas parecen legítimos. El relativismo y el descuido intelectual se fortalecen mutuamente.
Pero las consecuencias culturales más graves del relativismo proce• den de su aplicación en las ciencias sociales. El historiador inglés Eric Hobsbawm ha denunciado en términos elocuentes:

el crecimiento de las modas intelectuales «posmodernas» en las universida• des occidentales, sobre todo en los departamentos de literatura y antropo• logía, que hacen que todos los «hechos» que aspiran a una existencia objeti• va sean, simplemente, construcciones intelectuales. Resumiendo, que no existe ninguna diferencia clara entre los hechos y la ficción. Pero en realidad la hay y, para los historiadores, incluidos los antipositivistas más acérrimos de entre todos nosotros, es absolutamente esencial poder distinguirlos (Hobs• bawm, 1993, pág. 63).

En la continuación del texto, Hobsbawm muestra cómo un trabajo his• tórico riguroso permite refutar los mitos proclamados por los nacionalis• tas reaccionarios en la India, Israel, los Balcanes y otros países, y cómo la actitud posmoderna nos desarma ante esas amenazas.
En una época en que la superstición, el oscurantismo y el fanatismo nacionalista y religioso se extienden por muchos lugares del mundo
-incluido el Occidente «desarrollado»-, es, como mínimo, una irres• ponsabilidad tomarse con tanta ligereza aquello que, históricamente,


41. En la edición francesa escribimos: «pero indudablemente esto ya es algo passé»; sin em• bargo, diversos contactos que hemos tenido desde la publicación de nuestro libro nos han llevado a replanteárnoslo. Por ejemplo, el lacanismo es extraordinariamente influyente en la psiquiatría fran• cesa.

ha sido el principal valladar contra esas locuras, es decir, una visión ra• cional del mundo. Sin duda alguna, no es intención de los autores pos• modernos favorecer el oscurantismo, pero es una consecuencia inevita• ble de su enfoque.
Por último, para todos los que nos identificamos con la izquierda po• lítica, el posmodernismo tiene especiales consecuencias negativas. En primer lugar, el enfoque extremo en el lenguaje y el elitismo vinculado al uso de una jerga pretenciosa contribuyen a encerrar a los intelectuales en debates estériles y a aislarlos de los movimientos sociales que tienen lu• gar fuera de su torre de marfil. Cuando a los estudiantes progresistas que llegan a los campus norteamericanos se les enseña que lo más radical -in• cluso políticamente- es adoptar una actitud de escepticismo integral y sumergirse por completo en el análisis textual, se les hace malgastar una energía que podrían dedicar fructíferamente a la actividad investigadora y organizativa. En segundo lugar, la persistencia de ideas confusas y de discursos oscuros en determinados sectores de la izquierda tiende a de• sacreditarla en bloque; y la derecha no pasa por alto la oportunidad para utilizar demagógicamente esta conexión.42
Pero el problema más importante estriba en que cualquier posibili• dad de realizar una crítica social que pudiera llegar a quienes no están convencidos de antemano -cosa absolutamente necesaria, dado el actual tamaño infinitesimal de la izquierda norteamericana- resulta lógicamen• te imposible a causa de los prejuicios subjetivistas.43 Si todo discurso no es más que un «relato» o una «narración» y si ninguno es más objetivo o más verdadero que otro, entonces no queda otro remedio que admitir las teorías socioeconómicas más reaccionarias y los peores prejuicios racis• tas y sexistas como «igualmente válidos», al menos como descripciones o análisis del mundo real (suponiendo que se admita la existencia de éste). Obviamente, el relativismo es un fundamento extremadamente débil pa• ra erigir una crítica del orden social establecido.
Si los intelectuales, y especialmente los que se sitúan a la izquierda, quieren hacer una contribución positiva a la evolución de la sociedad, lo mejor que pueden hacer es clarificar las ideas predominantes y desmisti• ficar los discursos dominantes, no añadir a éstos sus propias mistifica-

42. Véanse, por ejemplo, Kimball (1990) y D'Souza (1991).
43. El término «lógicamente» tiene aquí su importancia. En la práctica, un cierto número de individuos que utilizan el lenguaje posmoderno se oponen a los discursos racistas o sexistas recu• rriendo a argumentos absolutamente racionales. En nuestra opinión, existe una incoherencia entre su práctica y la filosofía que profesan (algo que, a fin de cuentas, quizá no sea demasiado grave).
ciones. Un pensamiento no se convierte en «crítico» por el mero hecho de ponerse esa etiqueta, sino en virtud de su contenido.
Es evidente que los intelectuales tienden a exagerar la importancia de su influencia en la cultura de la mayoría, y nosotros no queremos incurrir en ese error. Pensamos, no obstante, que las ideas -incluso las más abs- trusas- que se enseñan y debaten en las universidades tienen a la larga efectos culturales más allá del entorno académico. Es innegable que Ber- trand Russell exageraba al denunciar los efectos sociales perversos de la confusión y el subjetivismo, pero sus temores no eran totalmente infun• dados.


¿QUÉ VENDRÁ DESPUÉS?

«Un espectro recorre la vida intelectual estadounidense: el espectro del Conservadurismo de izquierdas.» Eso proclamaba el anuncio de una reciente conferencia en la Universidad de California en Santa Cruz, don• de se nos criticó, a nosotros y a otros colegas,44 por nuestra oposición al
«trabajo teórico antifundacionalista [es decir, posmoderno]» y -horror de los horrores- por un «intento de crear un consenso (...) basado en no• ciones de lo real». Se nos presentó corno marxistas socialmente conser• vadores que intentábamos marginar la política feminista, homosexual y de justicia racial y que compartíamos los valores del comentarista norte• americano de derechas Rush Limbaugh.45 ¿No podría decirse que estas escabrosas acusaciones son todo un signo, aunque un tanto extremo, de que algo no funciona bien en el posmodernismo?
A lo largo de este libro hemos defendido la idea de que existe algo que llamamos datos fehacientes y que líos hechos cuentan. Sin embargo, muchas preguntas de vital interés -especialmente las referidas al futuro- no pueden responderse de manera concluyente sobre la base de los datos y de la razón, lo que hace que los humanos se entreguen (con mayor o menor información) a las especulaciones. Quisiéramos concluir este libro con unos gramos de especulación de nuestra cosecha sobre el futuro del posmodernismo. Como hemos señalado repetidamente, el posmodernis• mo es un entramado de ideas tan complicado -con tan sólo unos débiles

44. Especialmente las escritoras feministas Barbara Ehrenreich y Katha Pollitt y el realizador de cine de izquierdas Michael Moore.
45. Se pueden encontrar informes de la conferenicia sobre el conservadurismo de izquierdas en Sand(1998),Williseí«/. (1998), Dumm et al. (1998) y Zarlengo (1998).
228 IMPOSTURAS INTELECTUALES

nexos lógicos entre ellas- que resulta difícil caracterizarlo con mayor precisión que como un vago Zeitgeist. Pese a ello, no es difícil identificar las raíces de ese Zeitgeist, raíces que se remontan a comienzos del dece• nio de 1960: ataques a las filosofías empiristas de la ciencia por Kuhn, críticas de las filosofías humanistas de la historia por Foucault, desilusión de los grandes proyectos de cambio político. Como toda nueva corriente intelectual, el posmodernismo, en su fase inicial, topó con la resistencia de la vieja guardia. Pero las nuevas ideas poseen la ventaja de tener a la juventud de su lado, y la resistencia resultó inútil.
Casi cuarenta años después, los revolucionarios han envejecido y la marginalidad se ha institucionalizado. Ideas que, bien entendidas, conte• nían algo de verdad han degenerado en una vulgata que mezcla increí• bles confusiones con banalidades absolutas. Creemos que el posmoder• nismo, fuese cual fuese originalmente su utilidad como correctivo de ortodoxias encallecidas, está pasado de época y se dirige a su fase termi• nal. Pese a que el nombre escogido no era el más idóneo para sugerir un sucesor (¿qué podría venir después de pos-?), no podemos evitar la im• presión de que los tiempos están cambiando. Un signo de ello es que los ataques no vienen hoy día sólo de la retaguardia, sino también de gentes que no son ni positivistas empedernidos ni marxistas pasados de moda y que entienden los problemas con los que se enfrentan la ciencia, la ra• cionalidad y la política de izquierda tradicional, pero que creen que la crítica del pasado ha de iluminar el futuro, no contentarse con contem• plar las cenizas.46
¿Qué vendrá después del posmodernismo? Dado que la principal lección que debemos aprender del pasado es que resulta muy arriesgado predecir el futuro, lo único que podemos hacer es enumerar nuestros te• mores y nuestras esperanzas. Una posibilidad es que haya una reacción que nos lleve a alguna forma de dogmatismo, misticismo (por ejemplo, ti• po New Age) o integrismo religioso. Esto puede parecer poco probable, al menos en círculos académicos, pero la abdicación de la razón ha sido lo bastante radical como para allanar el camino a formas aún más extre• mas de irracionalismo. De ser así, la vida intelectual iría de mal a peor. Una segunda posibilidad es que los intelectuales se vuelvan reacios (al menos durante una o dos décadas) a emprender cualquier crítica a fondo del orden social existente y se conviertan en sus serviles abogados -como


46. Otro signo alentador es que algunos de los comentarios más perspicaces han sido realiza• dos por estudiantes, tanto en Francia (Coutty, 1998) como en los Estados Unidos (Sand, 1998).

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