lunes, 15 de agosto de 2016

IMPOSTURAS INTELECTUALES. A. Sokal y J. Bricmont.

 
IMPOSTURAS INTELECTUALES 1 (Tomado de Hugo Montesino A.)


1. R. J. Sternberg y T. I. Lubart, La creatividad en una cultura conformista
2. T. Engelhardt, El fin de la cultura de la victoria
3. L. Grinspoon y J. B. Bakalar, Marihuana
4. P. Singer, Repensar la vida y la muerte
5. S. Turkle, ha vida en la pantalla
6. R. J. Sternberg, Inteligencia exitosa
7. J. Horgan, El fin de la ciencia
8. S. I. Greenspan y B. L. Benderly, El crecimiento de la mente
9. M. Csikszentmíhalyi, Creatividad
10. A. Sokal y J. Bricmont, Imposturas intelectuales
11. H. Gardner, Mentes líderes
12. H. Gardner, Inteligencias múltiples
13. H. Gardner, Mentes creativas
ALAN SOKAL JEAN BRICMONT

IMPOSTURAS INTELECTUALES

PAIDÓS
Barcelona Buenos Aires México
Título original: Intellectual impostures
Publicado en inglés (1998) por Profile Books, Londres
El cap. 11 («.. .Bergson y sus sucesores») se ha traducido de la edición francesa (1997), publicada por Editions Odile Jacob, París
Traducción de Joan Caries Guix Vilaplana Revisión técnica de Miguel Candel
Cubierta de Víctor Viano

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por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

© 1998 by Alan Sokal and Jean Bricmont
© 1999 de la traducción, Joan Caries Guix Vilaplana
© de todas las ediciones en castellano, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona y Editorial Paidós, SAICF,
Defensa, 599 - Buenos Aires http://www.paidos.com

ISBN: 84-493-0531-4
Depósito legal: B-13.061/1999

Impreso en A & M Gráfic, s.L,
08130 Sta. Perpetua de Mogoda (Barcelona) Impreso en España - Printed in Spain
Sumario


Prefacio a la edición castellana 13
Introducción 19
¿Qué queremos mostrar? 22
Sí, pero 24
Plan de la obra 34
1. Jacques Lacan 35
La «topología psicoanalítica» 35
Los números imaginarios 41
La lógica matemática 43
Conclusión 50
2. Julia Kristeva 53
3. Intermezzo: el relativismo epistémico en la filosofía de la
ciencia 63
Solipsismo y escepticismo radical 65
La ciencia como práctica 68
10 IMPOSTURAS INTELECTUALES
La epistemología en crisis 72
La tesis de Duhem-Quine: La subdeterminación 80
Kuhn y la incommensurabilidad de los paradigmas 82
Feyerabend: «Todo vale» 88
El «programa fuerte» en la sociología de la ciencia 95
Bruno Latour y sus Reglas del Método 101
Consecuencias prácticas 106
4. Luce Irigaray 113
La mecánica de los fluidos 117
Las matemáticas y la lógica 122
5. Bruno Latour 129
Post scriptum 135
6. Intermezzo: la teoría del caos y la «ciencia posmoderna» 139
 
10. Algunos abusos del teorema de Gódel y de la teoría de
conjuntos 175
11. Un vistazo a la historia de las relaciones entre la ciencia y la filosofía: Bergson y sus sucesores
Duración y simultaneidad Vladimir Jankélévitch Maurice Merleau-Ponty Gilíes Deleuze
Fin de un error y un error sin fin
SUMARIO 11
Apéndice A: Transgredir las fronteras: hacia una
hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica 231
La mecánica cuántica: Indeterminación, complementariedad, discontinuidad e interconexión 233
Hermenéutica de la relatividad general clásica 238
La gravedad cuántica: ¿cuerda, tejido o campo
morfogenético? 242
Topología diferencial y homología 246
Teoría de las variedades: conjuntos/agujeros í(w)holes]
y fronteras 248
Transgredir las fronteras: hacia una ciencia liberadora 250
Obras citadas 262
Apéndice B: Comentarios sobre la parodia 275
Introducción 276
La mecánica cuántica 277
La hermenéutica de la relatividad general clásica 278
Apéndice C: Transgredir las fronteras: un epílogo 283
Bibliografía 295
índice analítico y de nombres 311

Epílogo
201
Por un verdadero diálogo entre las «dos culturas» , . 202
¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
209
La función de la política
215
¿Qué importancia tiene?
223
¿Qué vendrá después?
227
Prefacio a la edición castellana

La publicación en Francia de nuestro libro Impostures intellectue- lles1 parece haber provocado una pequeña tempestad en determinados círculos intelectuales. Según Jon Henley en The Guardian, demostramos que «la filosofía francesa actual es una sarta de bobadas».2 Según Robert Maggiori en Liberation, somos unos científicos pedantes y sin sentido del humor que se dedican a corregir errores gramaticales en cartas de amor.3 Nos gustaría explicar brevemente por qué ambas caracterizacio• nes de nuestro libro son erróneas y responder tanto a nuestros críticos como a nuestros seguidores superentusiastas. Queremos, en definitiva, deshacer unos cuantos malentendidos.
El libro surgió de la ya famosa broma por la que uno de nosotros pu• blicó, en la revista norteamericana de estudios culturales Social Text, un ar• tículo paródico plagado de citas absurdas, pero desgraciadamente auténti• cas, sobre física y matemáticas, tomadas de célebres intelectuales franceses  y estadounidenses.4 No obstante, sólo una pequeña parte del dossier reu• nido por Sokal en su investigación bibliográfica pudo ser incluida en la pa• rodia. Tras mostrar esa recopilación a amigos científicos y no científicos, nos fuimos convenciendo (lentamente) de que quizá valiera la pena poner• lo al alcance de un público más amplio. Queríamos explicar, en términos no técnicos, por qué las citas son absurdas o, en muchos casos, carentes de sentido sin más; y queríamos también examinar las circunstancias cultura• les que hicieron posible que esos discursos alcanzaran tanta fama sin que nadie, hasta la fecha, hubiera puesto en evidencia su vaciedad.
1. Éditions Odile Jacob, París, octubre de 1997. 2. Henley (1997).
3. Maggiori (1997).
Pero, ¿qué es exactamente lo que sostenemos? Ni demasiado ni de• masiado poco. Mostramos que famosos intelectuales como Lacan, Kriste- va, Irigaray, Baudrillard y Deleuze han hecho reiteradamente un empleo abusivo de diversos conceptos y términos científicos, bien utilizando ideas científicas sacadas por completo de contexto, sin justificar en lo más mí• nimo ese procedimiento -quede claro que no estamos en contra de extra• polar conceptos de un campo del saber a otro, sino sólo contra las extrapo• laciones no basadas en argumento alguno-, bien lanzando al rostro de sus lectores no científicos montones de términos propios de la jerga científi• ca, sin preocuparse para nada de si resultan pertinentes, ni siquiera de si tienen sentido. No pretendemos con ello invalidar el resto de su obra, punto en el que suspendemos nuestro juicio.
Se nos acusa a veces de ser científicos arrogantes, pero lo cierto es que nuestra visión del papel de las ciencias duras es más bien modesta. ¿No se• ría hermoso (precisamente para nosotros, matemáticos y físicos) que el teo• rema de Gódel o la teoría de la relatividad tuvieran inmediatas y profundas consecuencias para el estudio de la sociedad? ¿O que el axioma de elección pudiera utilizarse para estudiar la poesía? ¿O que la topología tuviera al• go que ver con la psique humana? Pero por desgracia no es ése el caso.
Un segundo blanco de ataque de nuestro libro es el relativismo epis• témico, a saber, la idea -que, al menos cuando se expresa abiertamente, está mucho más extendida en el mundo de habla inglesa que en Francia- según la cual la ciencia moderna no es más que un «mito», una «narra• ción» o una «construcción social» entre otras muchas.5 Amén de algunos abusos de grueso calibre (como en el caso de Irigaray), desentrañamos cierto número de confusiones bastante frecuentes en los círculos posmo-

4. Sokal (1996a), traducción castellana incluida en la presente edición como Apéndice A. La historia del montaje se explica con más detalle en la Introducción.
5. Quisiéramos recalcar que nuestra discusión se limita al relativismo epistémico o cognitivo; no nos ocupamos de las cuestiones, mucho más delicadas, del relativismo moral o estético.
demos y de estudios culturales: por ejemplo, la apropiación indebida de ideas procedentes de la filosofía de la ciencia, tales como la subdetermi- nación de la teoría por los datos o la dependencia de la observación res• pecto de la teoría, todo con el propósito de apoyar el relativismo radical. Este libro, por tanto, está constituido por dos obras distintas (aunque relacionadas) reunidas bajo una misma cubierta. En primer lugar, está la recopilación de abusos más extremados, descubiertos, de manera un tan• to azarosa, por Sokal: son las «imposturas» de nuestro título. En segun• do lugar, está nuestra crítica del relativismo epistémico y de las erróneas concepciones sobre la «ciencia posmoderna»; estos otros análisis son considerablemente más sutiles. El nexo entre esas dos críticas es princi• palmente sociológico: los autores franceses de las «imposturas» están de moda en muchos de aquellos mismos círculos académicos de habla in• glesa en donde el relativismo epistémico es moneda corriente.6 Existe también un débil nexo lógico: si uno acepta el relativismo epistémico, tiene menos razones para indignarse por la torcida representación de las
ideas científicas, que en todo caso no son más que otro «discurso».
Obviamente, no hemos escrito el presente libro sólo para señalar unos cuantos abusos aislados. Apuntamos a blancos más importantes, pero no necesariamente aquellos que se nos atribuyen. El presente libro se ocupa de la mistificación, del lenguaje deliberadamente oscuro, la confusión de ideas y el mal uso de conceptos científicos. Los textos que citamos pueden ser la punta de un iceberg, pero el iceberg deberá definirse como un con• junto de prácticas intelectuales, no como un grupo social.
Supongamos, por ejemplo, que un periodista descubre documentos que prueban que ciertos políticos muy apreciados son corruptos, y pu• blica dichos documentos. (Insistimos de nuevo en que esto es una mera analogía y que no consideramos que los abusos aquí descritos sean de gravedad comparable.) Algunos saltarán, sin duda, a la conclusión de que la mayoría de los políticos son corruptos, y ciertos demagogos que tratan de sacar provecho político de esta idea los animarán a ello.7 Pero una tal extrapolación sería errónea.

6. La coincidencia, con todo, no es perfecta. Los autores franceses analizados en el presente li• bro están sobre todo de moda, en el mundo de habla inglesa, en los departamentos de literatura, es• tudios culturales y estudios feministas. El relativismo epistémico se ha extendido de forma bastante más amplía y está difundido, también en ámbitos como la antropología, la pedagogía y la sociología de la ciencia, que manifiestan escaso interés por Lacan o Deleuze.
7. Los políticos sorprendidos in flagrante delicto promoverán también esta interpretación de las intenciones de los periodistas, por diferentes (pero obvias) razones.

De manera análoga, ver el presente libro como una crítica generaliza• da de las humanidades o de las ciencias sociales -tal como algunos críti• cos franceses hicieron- no sólo sería comprender mal nuestras intenciones, sino que constituiría una curiosa asimilación, a la par que revelaría, en las mentes de dichos críticos, una actitud despectiva hacia esos ámbitos de estudio.8 Por lógica, o bien las humanidades y las ciencias sociales son coextensivas con los abusos denunciados en el presente libro, o bien no lo son. Si lo son, estaríamos atacando -por lo menos implícitamente- di• chos ámbitos en bloque, pero lo haríamos justificadamente. Y si no lo son -como creemos nosotros-, no hay ninguna razón para atacar a un es• tudioso por lo que dice otro de la misma especialidad. Dicho más en ge• neral: cualquier interpretación de nuestro libro como un ataque general a X -tanto si X es el pensamiento francés como si es la izquierda cultural norteamericana o cualquier otra cosa- presupone que la totalidad de X se halla impregnada de los malos hábitos intelectuales que denunciamos, y esa acusación corresponde probarla a quien la hace.
Los debates suscitados por la broma de Sokal han acabado abarcan• do un espectro cada vez más amplio de cuestiones cada vez más tenue• mente relacionadas entre sí, referentes no sólo al estatuto conceptual del conocimiento científico o a los méritos del postestructuralismo francés, sino también a la función social de la ciencia y la tecnología, al multicul- turalismo y a la «corrección política», a la oposición entre izquierda y de• recha académicas y a la oposición entre izquierda cultural e izquierda económica. Queremos recalcar que el presente libro no trata de la mayo• ría de esos temas. Concretamente, las ideas en él analizadas tienen poca o ninguna conexión conceptual o lógica con la política. Cualquiera que sea la opinión que uno tenga de las matemáticas lacanianas o del carácter teórico-dependiente de la observación, puede sostener, sin miedo a con• tradecirse, cualquier opinión sobre el gasto militar, los sistemas de pro• tección social o el matrimonio homosexual. Existe, desde luego, un víncu• lo sociológico -aunque con frecuencia se exagera su importancia- entre las corrientes intelectuales «posmodernas» que criticamos y algunos sec• tores de la izquierda académica norteamericana. Si no fuera por la exis• tencia de ese vínculo, no haríamos alusión alguna a la política. Pero no queremos que nuestro libro se vea como una andanada más en la penosa
«Guerra de las Culturas», y menos aún como una andanada disparada

8. Marc Richelle, en su interesantísimo y equilibrado libro (1998), manifiesta su temor a que algunos lectores (y especialmente no lectores) de nuestro libro salten a la conclusión de que la tota• lidad de las ciencias sociales son un sinsentido. Pero tiene cuidado en recalcar que ésa no es nuestra opinión.
desde la derecha. El pensamiento crítico sobre la injusticia de nuestro sistema económico y sobre la opresión racial y sexual ha ido en aumento en muchas instituciones académicas desde los años sesenta y ha sido ob• jeto, en los últimos años, de burla y de injustas críticas. No hay nada en nuestro libro que pueda ni remotamente interpretarse en ese sentido.
Nuestro libro se enfrenta a contextos institucionales muy diferentes en Francia y en el mundo de habla inglesa. Mientras que los autores que criticamos han tenido un gran impacto en la enseñanza superior france• sa y cuentan con abundantes discípulos en los medios de comunicación, las editoriales y los medios intelectuales en general -de ahí algunas de las furiosas reacciones contra nuestro libro-, sus homólogos angloamerica• nos son todavía una minoría duramente combatida dentro de los círculos intelectuales (aunque muy bien atrincherada en algunas plazas fuertes). Esto tiende a hacerlos parecer más «radicales» y «subversivos» de lo que realmente son, tanto a sus ojos como a los de sus críticos. Pero nuestro li• bro no va contra el radicalismo político, sino contra la confusión intelec• tual. Nuestro objetivo no es criticar a la izquierda, sino ayudarla a defen• derse de un sector de ella misma que se deja arrastrar por la moda. Michael Albert, escribiendo en Z Magazine, lo resumía muy bien: «No hay nada veraz, sabio, humano ni estratégico en confundir la hostilidad a la injusticia y a la opresión, que es de izquierdas, con la hostilidad a la ciencia y a la racionalidad, que es un sinsentido».9

La presente edición castellana es básicamente la traducción de la edición inglesa de la que procede este Prefacio. Se ha incluido, no obstante, con el número 11, el capítulo sobre Bergson y otros autores que aparecía en la edición francesa, por su presumible interés para el público de len• gua española. Se han hecho también algunas pequeñas adiciones y co• rrecciones a la versión inglesa. Siempre que ha sido posible, se han tenido en cuenta las traducciones castellanas ya existentes para las citas de los autores criticados, si bien en no pocos casos nos hemos visto obliga• dos a apartarnos de ellas para evitar pequeños (y no tan pequeños) erro• res de traducción que algunas de ellas contienen. La paginación de las ci• tas se corresponde siempre con el original francés o inglés, según el caso. Uno de nosotros (Sokal) ha revisado personalmente el texto castellano.
En el curso de la redacción del libro nos han sido de gran provecho los innumerables debates mantenidos, así como las numerosas muestras de

9. Albert (1996, pág. 69). Volveremos a estos aspectos políticos en el Epílogo.
18 IMPOSTURAS INTELECTUALES

aliento y, también, las críticas recibidas. Aunque no nos es posible dar las gracias individualmente a todos aquellos que han contribuido, queremos manifestar nuestra gratitud a todas aquellas personas que nos han ayuda• do indicándonos referencias y revisando críticamente distintas partes del manuscrito: Michael Albert, Robert Alford, Roger Balian, Louise Barre, Paul Boghossian, Raymond Boudon, Pierre Bourdieu, Jacques Bouveresse, Georges Bricmont, James Robert Brown, Tim Budden, Noam Chomsky, Nuno Crato, Helena Cronin, Bérangére Deprez, Jean Dhombres, Cyrano de Dominicis, Pascal Engel, Barbara Epstein, Roberto Fernández, Vincent Fleury, Julie Franck, Alian Franklin, Paul Gérardin, Michel Gevers, Mi- chel Ghins, Yves Gingras, Todd Gitlin, Gerald Goldin, Sylviane Goraj, Paul Gross, Etienne Guyon, Michael Harris, Géry-Henri Hers, Gerald Holton, John Huth, Markku Javanainen, Gérard Jorland, Jean-Michel Kantor, Noretta Koertge, Hubert Krivine, Jean-Paul Krivine, Antti Ku- piainen, Louis Le Borgne, Gérard Lemaine, Geert Lernout, Jerrold Levin- son, Norm Levitt, Jean-Claude Limpach, Andrea Loparic, John Madore, Christian Maes, Francis Martens, Tim Maudlin, Sy Mauskopf, Jean Maw- hin, María McGavigan, N. David Mermin, Enrique Muñoz, Meera Nanda, Michael Nauenberg, Hans-Joachim Niemann, Marina Papa, Patrick Pec- catte, Jean Pestieau, Daniel Pinkas, Louis Pinto, Patricia Radelet-de Grave, Marc Richelle, Benny Rigaux-Bricmont, Ruth Rosen, David Ruelle, Patrick Sand, Mónica Santoro, Abner Shimony, Lee Smolin, Philippe Spindel, Héctor Sussmann, Jukka-Pekka Takala, Serge Tisseron, Jacques Treiner, Claire Van Cutsem, Jacques Van Rillaer, Lo'ic Wacquant, Nicky White, George White, M. Norton Wise, Nicolás Witkowski, y Daniel Zwanziger. Quede claro, sin embargo, que estas personas no tienen necesariamente por qué estar de acuerdo con el contenido o incluso con la intención del presente libro. Específicamente para esta edición española, nos ha sido de gran ayuda la previa traducción al castellano del texto del artículo publi• cado en Social Text (véase el Apéndice A), realizada por Cynthia Golzman y Ernesto Martínez.
Por último, damos las gracias a Marina, Claire, Thomas y Antoine por habernos soportado durante los tres últimos años.-----------------------------------------------------------------
 
 
Introducción

Mientras la autoridad inspira un temor respetuoso, la confusión y lo absur• do potencian las tendencias conservadoras de la sociedad. En primer lugar, porque el pensamiento claro y lógico comporta un incremento de los cono• cimientos (la evolución dejas ciencias naturales constituye el mejor ejemplo) y, tarde o temprano, el avance del saber acaba minando el orden tradicional. La confusión de ideas, en cambio, no lleva a ninguna parte y se puede man• tener indefinidamente sin causar el menor impacto en el mundo.
STANISLAV ANDRESKI, Social Sáencies as Sorcery,
1972, pág. 90.




El origen de este libro estuvo en una broma. Desde hace años, es• tamos asombrados e inquietos por la evolución intelectual que han ex• perimentado ciertos medios académicos norteamericanos. Al parecer, amplios sectores pertenecientes al ámbito de las humanidades y de las ciencias sociales han adoptado una filosofía que llamaremos -a falta de un término mejor- «posmodernismo», una corriente intelectual carac• terizada por el rechazo más o menos explícito de la tradición raciona• lista de la Ilustración, por elaboraciones teóricas desconectadas de cualquier prueba empírica, y por un relativismo cognitivo y cultural que considera que la ciencia no es nada más que una «narración», un
«mito» o una construcción social.
En respuesta a este fenómeno, uno de nosotros, concretamente Sokal, decidió emprender un experimento no ortodoxo (y, forzoso es admitirlo, no controlado). Consistía en presentar una parodia del ti• po de trabajo que ha venido proliferando en los últimos años a una revista cultural norteamericana de moda, Social Text, para ver si acep• taban su publicación. El artículo, titulado «Transgredir las fronte• ras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica»,1 estaba plagado de absurdos, adolecía de una absoluta falta de ló• gica y, por si fuera poco, postulaba un relativismo cognitivo extremo: em• pezaba ridiculizando el «dogma», ya superado, según el cual «existe un mundo exterior, cuyas propiedades son independientes de cualquier ser humano individual e incluso de la humanidad en su conjunto», para pro• clamar de modo categórico que «la "realidad" física, al igual que la "rea• lidad" social, es en el fondo una construcción lingüística y social». Acto seguido, mediante una serie de saltos lógicos desconcertantes, llegaba a la conclusión de que «la % de Euclides y la G de Newton, que antiguamente se creían constantes y universales, son ahora percibidas en su ineluctable historicidad». El resto del texto era del mismo tono.
Pese a todo, el artículo fue aceptado y publicado. Pero eso no fue lo peor, sino que además se insertó en un número especial de Social Text de• dicado a rebatir las críticas vertidas por distinguidos científicos contra el posmodernismo y el constructivismo social.2 Difícilmente podrían en• contrar los editores de Social Text una forma más radical de tirar piedras sobre su propio tejado.
Poco después, el mismo Sokal se encargó de desvelar la broma, sus• citando un gran escándalo tanto en la prensa popular como en las publi• caciones académicas.3 Han sido muchos los investigadores en el campo de las humanidades y las ciencias sociales que han escrito a Sokal, en to• no a veces muy emotivo, para darle las gracias por su iniciativa y expre• sar también su rechazo de las tendencias posmodernas y relativistas que invaden sus respectivas disciplinas. Así, por ejemplo, un estudiante que se había pagado los estudios tenía la impresión de haber gastado el dine• ro en la compra de los hábitos de un emperador que, tal y como sucedía en la fábula, estaba desnudo. Otro decía que tanto sus compañeros como

1. Reproducimos este artículo, debidamente traducido al castellano, en el Apéndice A, segui• do de un breve comentario en el Apéndice B.
2. Entre estas críticas, véanse por ejemplo Holton (1993), Gross y Levitt (1994), y Gross, Le- vitt y Lewis (1996). El número especial de Social Text iba presentado por Ross (1996). La parodia es• tá en Sokal (1996a). Las motivaciones de la parodia se exponen con más detalle en Sokal (1996c), que reproducimos en el Apéndice C, y en Sokal (1997a). Para algunas críticas anteriores del posmo• dernismo y el constructivismo social desde una perspectiva política algo diferente -a las que, sin em• bargo, no se hacía referencia en el número de Social Text- véanse, por ejemplo, Albert (1992-1993), Chomsky (1992-1993) y Ehrenreich (1992-1993).
3. La broma fue revelada en Sokal (1996b). El escándalo apareció (para nuestra gran sorpresa) en la portada del New York Times (Scott, 1996), del International Herald Tribune (Landsberg, 1996), del Observer de Londres (Ferguson, 1996), de Le Monde (Weill, 1996), y en muchos otros diarios im• portantes. Entre las reacciones véanse en particular los análisis de Frank (1996), Pollitt (1996), Wi- llis (1996), Albert (1996), Weinberg (1996a, 1996b), Boghossian (1996) y Epstein (1997).
INTRODUCCIÓN 21

él estaban encantados con la parodia, pero pedía que no se revelara su identidad porque, aunque le gustaría ayudar a cambiar su disciplina, no podría hacerlo hasta que no hubiese conseguido un empleo fijo.
Pero, ¿por qué tanto ruido? Pese al escándalo en la prensa, el mero hecho de que la parodia se publicase no demuestra gran cosa; como má• ximo, pone en evidencia los estándares intelectuales de una publicación de moda. Lo verdaderamente revelador era el contenido de la parodia.4 Si se analiza con mayor profundidad, se observa que se construyó a partir de citas de eminentes intelectuales franceses y norteamericanos sobre las presuntas implicaciones filosóficas y sociales de las ciencias naturales y de las matemáticas; citas absurdas o carentes de sentido, pero que, no obstante, eran auténticas. En realidad, el artículo de Sokal no es más que una «argamasa» -de «lógica» intencionadamente fantasiosa- que «pega» unas citas con otras. Los autores en cuestión forman un verdadero pan• teón de la «teoría francesa» contemporánea: Gilíes Deleuze, Jacques De- rrida, Félix Guattari, Luce Irigaray, Jacques Lacan, Bruno Latour, Jean- Francois Lyotard, Michel Serres y Paul Virilio.5 En el artículo también se cita a prominentes académicos norteamericanos, especialistas en estudios culturales y otras disciplinas afines, pero éstos, por lo menos en parte, suelen ser discípulos o comentaristas de sus maestros franceses.
Dado que las citas reproducidas en la parodia eran bastante cortas, Sokal reunió posteriormente una serie de textos más largos que permi• tían juzgar mejor el trato que los autores en cuestión daban a las ciencias, y luego distribuyó estos extractos entre sus colegas. La reacción fue una mezcla de hilaridad y consternación. Apenas podían creer que alguien -y mucho menos intelectuales de prestigio- pudiese escribir sandeces se• mejantes. Sin embargo, cuando lectores no científicos leían el material, pedían que se les explicase con lenguaje llano en qué radicaba exacta• mente lo absurdo de dichos textos. A raíz de esto, nosotros dos hemos


4. Si se desea una exposición más detallada, véase Sokal (1998).
5. En esta obra hemos añadido en la lista ajean Baudrillard y a Julia Kristeva. Cinco de los diez filósofos franceses «más importantes» citados por Lamont (1987, nota 4) son Baudrillard, Deleuze, Derrida, Lyotard y Serres. Tres de los seis filósofos franceses elegidos por Mortley (1991) son Derri- da, Irigaray y Serres. Cinco de los ocho filósofos franceses entrevistados por Rótzer (1994) son Bau• drillard, Derrida, Lyotard, Serres y Virilio. Estos mismos autores figuran entre los treinta y nueve pensadores occidentales entrevistados por Le Monde (1984a, b) y reencontramos a Baudrillard, De• leuze, Derrida, Irigaray, Kristeva, Lacan, Lyotard y Serres entre los cincuenta pensadores occiden• tales contemporáneos seleccionados por Lechte (1994).
El término «filósofo» se emplea aquí en un sentido amplio; para ser más precisos quizás habría que hablar de «intelectuales filosófico-literarios».

colaborado en la realización de una serie de análisis y comentarios sobre los textos, cuyos resultados constituyen el presente libro.


¿QUÉ QUEREMOS MOSTRAR?

Este libro se propone contribuir, de modo limitado aunque original, a la crítica de ese declaradamente nebuloso Zeitgeist* que llamamos pos- modernismo. No pretendemos analizarlo exhaustivamente, sino más bien llamar la atención sobre algunos aspectos poco conocidos: a saber, el abuso reiterado de conceptos y términos procedentes de las ciencias fí• sico-matemáticas. También examinaremos ciertas confusiones de pensa• miento muy extendidas en los escritos posmodernos y que tienen que ver con el contenido o la filosofía de las ciencias naturales.
Para ser más precisos, la palabra «abuso» puede designar aquí una o varias de las características siguientes:

1. Hablar prolijamente de teorías científicas de las que, en el mejor de los casos, sólo se tiene una idea muy vaga. La táctica más común es emplear una terminología científica -o pseudocientífica- sin preocupar• se demasiado de su significado.
2. Incorporar a las ciencias humanas o sociales nociones propias de las ciencias naturales, sin ningún tipo de justificación empírica o concep• tual de dicho proceder. Si un biólogo quisiera utilizar en su campo de in• vestigación nociones elementales de topología matemática, de la teoría de conjuntos o de geometría diferencial, se le pedirían explicaciones y sus colegas no tomarían demasiado en serio una vaga analogía. Sin em• bargo, en el transcurso de esta obra veremos cómo, para Lacan, la estruc• tura del neurótico coincide exactamente con la del toro** (¡es la mismí• sima realidad!, véase si no, la pág. 37), para Kristeva, el lenguaje poético puede teorizarse en términos de la cardinalidad del continuo (pág. 54) y para Baudrillard, las guerras modernas tienen lugar en un espacio no eu- clidiano (pág. 151): todo ello sin la menor explicación.
3. Exhibir una erudición superficial lanzando, sin el menor sonrojo, una avalancha de términos técnicos en un contexto en el que resultan ab• solutamente incongruentes. El objetivo, sin duda, es impresionar y, sobre

* «Talante de la época» (N. del t.).
** En sentido geométrico (N. delt.).
INTRODUCCIÓN 23

todo, intimidar al lector no científico. Por lo demás, algunos comentaristas académicos y de los medios de comunicación han picado el anzuelo: Ro- land Barthes está impresionado por la precisión del trabajo de Julia Kris• teva (pág. 53) y Le Monde admira la erudición de Paul Virilio (pág. 169).
4. Manipular frases sin sentido. Se trata, en algunos autores mencio• nados, de una verdadera intoxicación verbal, combinada con una sobe• rana indiferencia por el significado de las palabras.

Los autores mencionados hablan con una arrogancia que su competen• cia científica no justifica. Lacan se vanagloria de utilizar «la topología más reciente» (pág. 38) y Latour se pregunta si acaso no habrá enseñado algo a Einstein (pág. 135). Quizá se creen capaces de aprovechar el prestigio de las ciencias naturales para dar un barniz de rigor a sus discursos. Y pare• cen convencidos de que nadie se va a dar cuenta del mal uso que hacen de los conceptos científicos. Nadie va a exclamar: «¡el rey está desnudo!».
Nuestro propósito es, precisamente, éste: decir que el rey está desnu• do (y la reina también). Seamos claros. No pretendemos atacar a la filo• sofía, las humanidades o las ciencias sociales en general; al contrario, con• sideramos que dichos campos son de la mayor importancia y queremos poner en guardia a quienes trabajan en ellos y, muy especialmente, a los estudiantes frente a algunos casos manifiestos de charlatanería.6 Concre• tamente queremos «desconstruir» la reputación que tienen ciertos textos de ser difíciles porque las ideas que exponen son muy profundas. En la mayoría de los casos demostraremos que, si parecen incomprensibles, es por la sencilla razón de que no quieren decir nada.
Justo es señalar que existen muy diversos grados de abuso. En un ex• tremo encontramos extrapolaciones de conceptos científicos fuera de su ámbito de validez y que son erróneos, pero que lo son por motivos suti• les, y en el otro, numerosos textos carentes de sentido, pero sembrados de terminología erudita. Es obvio, por demás, que también existe un con- tinuum de discursos que ocupan la zona intermedia entre estos extremos. Aunque aquí vamos a centrarnos en los abusos más patentes, también abordaremos brevemente algunas confusiones menos evidentes relacio• nadas con la teoría del caos (capítulo 6).
Dejemos bien claro que no hay nada vergonzoso en ignorar el cálculo infinitesimal o la mecánica cuántica. Lo que criticamos es la pretensión de

6. Si nos abstenemos de dar ejemplos de buenos trabajos en estos campos -como algunos lectores nos han sugerido que hagamos- es porque hacer exhaustiva tal lista excede con creces nuestra capacidad, y una lista parcial nos atascaría en detalles irrelevantes («¿por qué mencionan ustedes a X y no a Y?»).

algunos celebrados intelectuales de ofrecer pensamientos profundos sobre temas complejos que solamente conocen, en el mejor de los casos, a nivel divulgativo.7
A estas alturas el lector naturalmente se podrá preguntar: ¿se trata de fraudes conscientes, de autoengaño o, tal vez, de una mezcla de ambas cosas? No podemos ofrecer una respuesta categórica a esta pregunta, de• bido a la falta de datos accesibles al público. Pero, lo que es más impor• tante, debemos reconocer que no nos parece una cuestión de mayor in• terés. Nuestro objetivo es despertar una actitud crítica, no simplemente hacia ciertos individuos, sino hacia una parte de la intelligentsia, tanto en Europa como en los Estados Unidos, que ha tolerado e incluso fomenta• do este tipo de discursos.

Sí, PERO...
Antes de proseguir, respondamos a algunas objeciones que, sin nin• gún género de dudas, acudirán a la mente del lector:

1. El carácter marginal de las citas
Se nos podría acusar de buscar los tres pies al gato criticando a au• tores que, evidentemente, carecen de formación científica y que quizás hayan cometido el error de aventurarse en terreno desconocido, pero cuya contribución a la filosofía o a las ciencias humanas sigue siendo importante y no pierde en absoluto su validez como consecuencia de los «ligeros errores» desvelados en este ensayo. A ello responderíamos, ante todo, que no se trata, ni mucho menos, de «simples errores», sino de una profunda indiferencia, o incluso desprecio, por los hechos y la lógica. No es, pues, nuestra intención burlarnos de los críticos literarios que cometen errores cuando se refieren a la teoría de la relatividad o al teorema de Gódel, sino defender los cánones de la racionalidad y de la honradez intelectual que son, o deberían ser, comunes a todas las disci• plinas.

7. Varios comentaristas (Droit, 1997; Stengers, 1997; Economist, 1997) nos han comparado con profesores de escuela que ponen malas notas en matemáticas y física a Lacan, Kristeva, etc. Pe• ro la analogía es incorrecta: en la escuela uno está obligado a estudiar ciertas materias, pero nadie obligó a estos autores a recurrir en sus obras a conceptos técnicos de las matemáticas.
INTRODUCCIÓN 25

Ni que decir tiene que no somos competentes para juzgar los aspectos no científicos de la obra de esos autores. Somos perfectamente conscientes de que sus «intervenciones» en las ciencias naturales no constituyen el núcleo esencial de sus trabajos. Sin embargo, cuando se descubre una deshonesti• dad intelectual (o una manifiesta incompetencia) en una parte, aunque sea marginal, de los escritos de un autor o autora, es natural querer examinar más críticamente el resto de su obra. No queremos prejuzgar los resultados de dicho análisis, sino simplemente disipar el aura de profundidad que ha di• suadido en ocasiones a estudiantes -y profesores- de llevarlo a cabo.
Cuando las ideas son aceptadas por la fuerza de la moda o del dogma, son especialmente sensibles a la puesta en entredicho aun de sus aspectos marginales. Por ejemplo, los descubrimientos geológicos de los siglos xvill y XIX mostraron que la Tierra es mucho más antigua que los 5.000 años que se le atribuyen en la Biblia; y aunque esos descubrimientos contradecían sólo una pequeña parte de la Biblia, tuvieron el efecto indirecto de socavar su credibilidad global como exposición de hechos históricos, de modo que hoy en día muy poca gente (excepto en los Estados Unidos) cree en la Bi• blia literalmente como lo hicieron la mayoría de los europeos hasta hace apenas unos siglos. Consideremos, en cambio, la obra de Isaac Newton: se estima que el 90 % de sus escritos trata de alquimia y mística. Sin embar• go, ¿qué importa? El resto sobrevive porque está basado en sólidos argu• mentos empíricos y racionales. Asimismo, la mayor parte de la física de Descartes es falsa, pero algunas de las cuestiones filosóficas que planteó son aún pertinentes en nuestros días. Si pudiera decirse lo mismo de la obra de los autores aquí tratados, los hechos que señalamos tendrían sólo una importancia secundaria. Pero si estos escritores se han convertido en figuras internacionales más por razones sociológicas que intelectuales, y en parte porque son maestros del lenguaje y saben impresionar a su au• diencia con la hábil manipulación de una rebuscada terminología -tanto científica como no científica-, entonces las revelaciones contenidas en es• te ensayo pueden tener repercusiones significativas.
Subrayemos que existen grandes diferencias entre los autores citados respecto a su actitud hacia la ciencia y la importancia que le otorgan. No hay, pues, que encasillarlos a todos en la misma categoría, y queremos pre• venir al lector ante una interpretación de esta índole. Pongamos un ejem• plo: aunque el texto de Derrida citado en la parodia de Sokal es bastante divertido,8 constituye un caso aislado de abuso, dado que no hay en la

8. La cita completa se puede encontrar en Derrida (1970, págs. 265-268).
 
obra de Derrida un mal uso sistemático de la ciencia (ni siquiera se le presta mucha atención); por lo tanto, no hemos incluido ningún capítulo sobre Derrida en nuestro libro. Sin embargo, los trabajos de Serres están repletos de alusiones, más o menos poéticas, a la ciencia y a su historia, pero sus afirmaciones, pese a ser muy vagas, en general no carecen total• mente de sentido ni son totalmente falsas y, por lo tanto, no las vamos a discutir en detalle.9 Los primeros trabajos de Kristeva se apoyaban fun• damental -y abusivamente- en las matemáticas, pero hace ya veinte años que decidió abandonar este enfoque; criticamos aquí dichos trabajos por• que los consideramos sintomáticos de cierto estilo intelectual. Los otros autores, en cambio, han invocado a la ciencia a lo largo de sus obras. Los escritos de Latour aportan una buena cantidad de grano al molino del re• lativismo contemporáneo y se fundan en un análisis, supuestamente rigu• roso, de la práctica científica. Las obras de Baudrillard, Deleuze, Guatta- ri y Virilio rebosan de referencias aparentemente eruditas a la relatividad, la mecánica cuántica, la teoría del caos, etc., y es obligado decir que dicha erudición resulta muy superficial. Por otro lado, facilitaremos referencias bibliográficas complementarias de algunos autores, en las que el lector en• contrará numerosos abusos del mismo estilo.


2. No entender el contexto
Los defensores de Lacan, Deleuze y otros podrían argumentar que es• tas referencias a conceptos científicos son válidas e incluso profundas, y que nuestra crítica yerra el tiro porque no comprendemos el contexto. Después de todo estamos dispuestos a admitir que no siempre entendemos el resto de las obras de estos autores. ¿No seríamos científicos arrogantes, de mentes estrechas, que hemos pasado por alto algo sutil y profundo?
Ante todo, responderíamos que cuando conceptos matemáticos o fí• sicos aparecen en un ámbito de estudio distinto, es preciso aportar algún argumento para justificar su pertinencia. En todos los casos citados aquí hemos comprobado la ausencia de semejantes argumentos, ya sean junto a los textos citados o en otro lugar del artículo o libro.
Hay ciertas «reglas empíricas» que se pueden usar para decidir cuándo los conceptos matemáticos han sido introducidos con un auténtico propó-

9. Véanse, no obstante, el capítulo 10 y las págs. 240-241 y 278 para algunos ejemplos de cla• ros abusos en la obra de Serres. 

sito intelectual y cuándo sólo para impresionar al lector. Ante todo, en ca• so de uso legítimo, el autor necesita tener un conocimiento adecuado de las matemáticas que se propone aplicar -en particular, no ha de incurrir en groseros errores- y tiene la obligación de explicar lo más claramente posi• ble las nociones técnicas necesarias en términos comprensibles para el lec• tor (que presumiblemente no será un científico). Segundo, puesto que los conceptos matemáticos tienen asimismo significados precisos, las matemá• ticas son útiles sobre todo en ámbitos en los que los conceptos tienen asi• mismo significados más o menos precisos. Es muy dudoso que la noción matemática de espacio compacto pueda ser aplicada fructíferamente a al• go tan poco definido como el «espacio de goce» en psicoanálisis. Tercero, resulta particularmente sospechoso que conceptos matemáticos abstrusos (como el axioma de elección en la teoría de conjuntos), usados raramente en física -y ciertamente nunca en química o biología-, se vuelvan milagro• samente pertinentes en las humanidades y las ciencias sociales.

3. La licencia poética
Si un poeta emplea expresiones como «agujero negro» o «grado de li• bertad» fuera de su contexto, sin saber a ciencia cierta de qué se trata, no nos molesta en absoluto. De igual modo, si un autor de ciencia-ficción utiliza unos pasadizos secretos en el espacio-tiempo para enviar a sus personajes a la época de las cruzadas, nos podrá gustar o no esa técnica literaria, pero se tratará sólo de una cuestión de gustos.
En cambio, insistimos en que los ejemplos citados en este libro no tienen nada que ver con licencias poéticas. Estos autores hacen discursos supuestamente serios sobre filosofía, psicoanálisis, semiótica o sociolo• gía, y sus trabajos son objeto de innumerables análisis, exégesis, semina• rios y tesis doctorales.10 Tienen la clara intención de hacer teoría y bajo ese supuesto los criticamos. Por lo demás, su estilo casi siempre es pesa• do y pomposo, lo que hace muy poco verosímil la idea de que su objeti• vo sea esencialmente literario o poético.

10. Para ilustrar mejor que sus afirmaciones se toman en serio, al menos en ciertos sectores académicos anglófonos, citaremos bibliografía secundaria que desarrolla, por ejemplo, la topología y la lógica matemática según Lacan, la mecánica de los fluidos según Irigaray y las invenciones pseu- docientíficas de Deleuze y Guattari.
 
4. La función de las metáforas
Algunos objetarán que nuestra interpretación de estos autores es de• masiado literal y que lo que tomamos por argumentos lógicos no son sino metáforas. Es verdad que, en ciertos casos, se da un uso indudablemente metafórico de la «ciencia», pero, ¿cuál es el objeto de esas metáforas? Al fin y al cabo, la función de una metáfora suele ser la de aclarar un concep• to poco familiar relacionándolo con otro más conocido, y no a la inversa. Si, por ejemplo, en un seminario de física teórica, intentáramos explicar un concepto muy técnico de teoría cuántica de los campos comparándolo con el de aporía en la teoría literaria derridiana, nuestro auditorio de físicos se preguntaría, justificadamente, si dicha metáfora -apropiada o no- tiene otro propósito que exhibir nuestra erudición. Tampoco vemos la ventaja de invocar, aunque sea metafóricamente, nociones científicas que uno no domina al dirigirse a un público en su mayoría no especializado. En reali• dad, ¿no se tratará de hacer pasar por profunda una afirmación filosófica o sociológica banal revistiéndola de una jerga con apariencia científica?

5. La función de las analogías
Muchos autores, incluidos algunos de los aquí citados, tratan de argu• mentar por analogía. No tenemos nada en contra del intento de estable• cer analogías entre distintos campos del pensamiento humano, todo lo contrarío: mostrar la existencia de una analogía válida entre dos teorías puede con frecuencia ser muy útil para el desarrollo posterior de ambas. Sin embargo, en este caso nos hallamos, a nuestro modo de ver, ante ana• logías entre teorías bien establecidas (en ciencias naturales) y teorías ex• cesivamente vagas como para ser verificadas empíricamente (por ejemplo, el psicoanálisis lacaniano). Uno no puede evitar la sospecha de que la fun• ción de esas analogías es ocultar las debilidades de la teoría más vaga.
Hay que dejar bien claro que no se puede suplir la falta de rigor de una teoría a medio formular, ya sea en física, biología o ciencias sociales, envolviéndola en símbolos o fórmulas. El sociólogo Stanislav Andreski ha expresado esta idea con su ironía habitual:

La receta para hacerse un nombre en una empresa de este tipo es tan senci• lla como provechosa: se toma un manual de matemáticas, se copian las par• tes menos complejas, se les añade algunas referencias a obras de alguna que otra rama de la sociología, sin preocuparse en lo más mínimo de saber si las fórmulas transcritas guardan relación alguna con las auténticas acciones hu• manas y, por último, se da un título rimbombante al producto, que sugiera a quienes lo lean que se ha descubierto la clave de una ciencia exacta del com• portamiento colectivo (Andreski, 1972, págs. 129-130).
Inicialmente, la crítica de Andreski iba dirigida a la sociología cuantitati• va norteamericana, pero también es aplicable a determinados textos que citamos en esta obra, especialmente los de Lacan y Kristeva.

6. ¿Quién es competente?
Muchas veces nos han formulado la pregunta siguiente: ustedes quie• ren impedir que los filósofos hablen de ciencia porque no están en pose• sión de los títulos y diplomas requeridos, pero, ¿qué títulos y diplomas tienen ustedes para hablar de filosofía? La pregunta deja traslucir varios malentendidos. Para empezar, no queremos impedir a nadie que hable de lo que desee. En segundo lugar, el valor intelectual de una intervención depende de su contenido, no de la identidad de quien la hace, y mucho menos de sus títulos.11 Tercero, existe una clara asimetría: no pretende -

11. Un testimonio del lingüista Noam Chomsky ilustra perfectamente esta idea:
En mi propia actividad profesional he abordado una gran variedad de campos del saber. He trabajado en lingüística matemática, por ejemplo, sin tener ninguna credencial profesional en matemáticas; soy completamente autodidacta, y no demasiado bueno, en esta materia. Pero a menudo las universidades me han invitado a hablar de lingüística matemática en seminarios y coloquios de ciencias exactas. Nunca nadie me ha preguntado si tenía las credenciales ade• cuadas para disertar sobre estos temas: los matemáticos prescinden completamente de ello y lo que realmente les importa es lo que voy a decir. Nunca nadie ha discutido mi derecho a ha• blar preguntándome si tenía un doctorado en matemáticas o si había realizado cursos avanza• dos en esa materia. Ni siquiera les pasó por la cabeza esa idea. Querían saber si tenía razón o estaba equivocado, si el tema era o no interesante y si era posible plantear los problemas de otra manera mejor -la discusión se basaba siempre en el tema, no en mi derecho a tratarlo.
Por el contrario, en los debates relativos a cuestiones sociales o de la política exterior norteamericana, Vietnam u Oriente Medio, el asunto se plantea continuamente, a menudo de modo muy agresivo. Es habitual que se objeten mis credenciales y se pregunte qué for• mación especializada poseo para poder hablar de estas cosas. Se presupone que gente co• mo yo, considerados como profanos desde un punto de vista profesional, no están capaci• tados para hacerlo.
Comparemos las matemáticas y las ciencias políticas: es sorprendente. En ciencias exactas y en física, el auditorio se preocupa de lo que dices, no de tus diplomas. Pero para hablar de la realidad social, necesitas certificados, especialmente si te sales de los modos de pensar establecidos. Hablando en general, parece que se puede decir que, cuanto más rico es el contenido intelectual de una disciplina, menos preocupan los títulos y más el conteni• do (Chomsky, 1979, págs. 6-7).

30 IMPOSTURAS INTELECTUALES

mos juzgar el psicoanálisis de Lacan, la filosofía de Deleuze o los traba• jos concretos de Latour en sociología; nos limitamos a los enunciados que se refieren a las ciencias físicas y matemáticas y a problemas elemen• tales de filosofía de la ciencia.


7. ¿No se apoyan ustedes también en argumentos de autoridad?

Si afirmamos que las matemáticas de Lacan no tienen sentido, ¿cómo podría juzgarlo el lector no especialista? ¿No tendría necesariamente que fiarse de nuestra palabra?
No del todo. Antes que nada, hemos intentado dar explicaciones de• talladas de los fundamentos científicos, de manera que el lector no espe• cializado pueda juzgar por qué una afirmación concreta es errónea o ca• rente de sentido. Puede que no tengamos éxito en todos los casos: el espacio es limitado y la pedagogía científica es difícil. El lector está per• fectamente autorizado a reservarse la opinión en los casos en que nuestra explicación sea insuficiente. Es, sin embargo, importante recordar que nuestra crítica no pretende tanto señalar los errores como poner de ma• nifiesto la irrelevancia de la terminología científica para el supuesto objeto de investigación. En todas las reseñas, debates y correspondencia privada que hemos mantenido tras la publicación de nuestro libro en Francia, na• die ha aportado el menor argumento en favor de la pertinencia de esa ter• minología.


8. Vero estos autores no son «posmodernos»...

Es cierto que no todos los autores franceses que tratamos en este li• bro se definen como «posmodernos» o «postestructuralistas». Algunos de estos textos son anteriores a la aparición de esas corrientes intelec• tuales y algunos de los autores incluso niegan cualquier relación con ellas. Más aún, los abusos intelectuales criticados en este libro no son homogéneos; se pueden clasificar, muy someramente, dentro de dos ca• tegorías distintas correspondientes de manera aproximada a dos perío• dos distintos de la vida intelectual francesa. El primer período, que se extiende hasta principios de los años setenta, es el del estructuralismo extremo: los autores pretenden desesperadamente dar, mediante adere• zos matemáticos, un barniz de «cientificidad» a vagos discursos provenientes de las ciencias humanas. La obra de Lacan y los primeros escri• tos de Kristeva pertenecen a esta categoría. El segundo período es el del postestructuralismo, que empieza a mediados de los años setenta: se abandona toda pretensión de «cientificidad» y la filosofía predominan• te (hasta lo que se puede discernir) se orienta hacia el irracionalismo o el nihilismo. Los textos de Baudrillard, Deleuze y Guattari ejemplifican esta actitud.
De hecho, la idea de que existe un «pensamiento posmoderno» está mucho menos extendida en Francia que en el mundo de habla inglesa. Si empleamos, por comodidad, este término es porque todos los autores que analizamos aquí se han utilizado como referencias básicas en el discurso posmoderno de habla inglesa y porque algunos aspectos de sus escritos (jerga enmarañada, rechazo implícito del pensamiento racional, abuso de la ciencia como metáfora, etc.) son rasgos comunes del posmodernismo anglo-norteamericano. Sea como fuere, la validez de nuestras críticas no puede depender en absoluto del uso de una palabra, sino que se debe eva• luar en el contexto de la obra de cada autor e independientemente de su vinculación, tanto si está justificada conceptualmente como si es simple• mente sociológica, con el conjunto de la corriente «posmoderna».

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