viernes, 27 de octubre de 2017

José Bengoa/Rafael Gumucio: La piedad y la horca.


“Me resulta extraña la opinión de muchos que como Rafael Gumucio tienen tribuna en los medios y que se cierran absolutamente a los caminos políticos para la solución de estos complejos conflictos y afirman la existencia de un pueblo fantasmal”. El gesto caritativo de dar una limosna y la amenaza de ahorcar a los pobres no han sido fenómenos excluyentes, sino que han coexistido…
Bronislaw Geremek  25 Oct 2017
https://ddd.uab.cat/pub/manuscrits/02132397n9/02132397n9p374.pdf
Rafael Gumucio escribe en el número pasado de su prestigioso “Pasquín” una columna en que dice que lo que ocurre en Cataluña y el mundo Mapuche, no tiene mucha relación. Pero el asunto es sencillo y cuando escribí el libelo pensé que era inevitable. No tiene nada que ver lo de Cataluña con lo del sur mapuche de Chile, pensé. ¿Por qué? Por evidente pues: unos son catalanes y los otros mapuche(s). Unos son ricos y los otros son pobres. “Ninguna invocación a la arcadia feliz, donde los cazadores recolectores vivían en perfecta armonía con la naturaleza podrá convencerme que es lo mismo que la lucha de los ricos para intentar que sus impuestos no beneficien a los más pobres que la lucha de los pobres para que los ricos no sigan robando lo poco que les queda”. Convengamos que la frase es ofensiva para los motejados de “cazadores recolectores”. Son ni más ni menos las ideas del “sentido común” chileno. Teorías tradicionales sobre “indios”, “primitivos” y “salvajes”. “Los que confunden sus estudios de los bailes y cantos populares con algún tipo de derecho místico, con la existencia de un pueblo fantasmal…”, agrega, afirma y concluye.

El asunto es mucho más serio y bien valió el recurso literario de hacer la comparación con los catalanes. Rafael Gumucio adhiere a la Tesis de que los mapuche(s) no constituyen un “pueblo”. “Son en general pequeños propietarios de campos de subsistencia”, afirma. Es interesante. Se hace parte de una tendencia ideológica, que sin prueba alguna, sin mayor información, niegan a los mapuche(s) su carácter de Pueblo. Precisemos el punto. Tener una historia común, una lengua, una religión, cultura, sentido de solidaridad, nombre propio, y sobre todo identidad, es lo que se reconoce en todas partes del mundo como un “Pueblo”. No es necesario citar la bibliografía. Esos pueblos pueden ser minorías, mayorías regionales, tener Estado o no tenerlo, en fin, le guste o no le guste a Rafael Gumucio, todas y cada una de esas características le corresponde a los mapuche(s). Nación es un asunto diferente. Por eso yo no he hablado en este caso de Nación Mapuche. Es un concepto propio de la modernidad. Es una voluntad de un colectivo, no siempre un pueblo, de constituirse en un ente autónomo, conformar un Estado, etc… Es por eso que las naciones son “comunidades imaginadas” al decir de Benedict Anderson. Los pueblos no lo son. Los pueblos no necesitan tener banderas, ni himnos, porque la gente que pertenece a ellos se reconoce en el paseo Ahumada o en Oslo.

No entendió Rafael Gumucio este asunto. Todos los colectivos que tienen conciencia de sí mismos, que se autodenominan como “pueblos”, que son reconocidos como tales por los Estados o el derecho internacional, son parte de una misma familia de asuntos públicos. Todos ellos, de una u otra manera, tienen como aspiración la autodeterminación (manejar sus asuntos) y que lo logren o no, es un asunto de poder. Si es una pequeña minoría es diferente a si es una sociedad opulenta. Es lo que ocurre en el mundo hoy día, por ejemplo, los Kurdos no son una Nación y lo es Kosovo, que es, en cuanto pueblo, mucho menos evidente. Fui miembro doce años del Grupo de Trabajo de Minorías de las Naciones Unidas, desde su primera sesión hasta la última y la presidí en varios momentos. A cada sesión llegaban más y más minorías, pueblos oprimidos, colonizados, etc…con sus reivindicaciones y demandas de autonomía. Las Naciones Unidas, esto es, los gobiernos de los países, frente a esta situación llena de complicaciones molestas, decidieron eliminar el Grupo de Trabajo, o sea, vendieron el sillón como Don Otto.

Vivimos un tiempo en que las naciones surgidas de una pasión imaginada solamente, se resquebrajan. Ese acto de voluntarismo que es el nacionalismo, se desgaja en identidades mucho más locales, más amables, más cercanas a las personas. Eso, lo dije en el artículo, y es parte de este proceso de globalización. Por cierto que las ideas antiguallas, tanto de los facios de Rajoy, como de los socialistas del PSOE, se confunden en un maridaje vergonzoso y aducen al igual que Rafael Gumucio, que la búsqueda de independencia es una idea mentirosa de una burguesía catalana corrupta, que solamente busca bajar los niveles de impuestos, etc…Es reducir a un absurdo un asunto de tanta complejidad e importancia hoy día en todas partes del mundo. Si la corrupción es el problema habría que acabar con la Monarquía española, por cierto, con los socialistas, y más aún con los señoritos (as) del Partido Popular, que en un nacionalismo peligroso vuelven a gritar, “Arriba España”.

Y los mapuche(s) si no son un “Pueblo”, ¿qué son? son pobres nos dice Rafael Gumucio. Concede que son pobres discriminados, agregaría, como todos los pobres por cierto. Para ellos la “Piedad y la Horca” como lo señaló en ese libro extraordinario Geremek, y como de manera literal lo está haciendo el Estado chileno desde hace tiempo. Primero fueron los misioneros los encargados de “la Piedad”. Ahora es el Estado con sus bonos, subsidios, en fin, todo tipo de prestaciones porque son pobres. Y como ha ocurrido en la larga Historia, a los que no se adapten y bajen el moño, la Horca. En estos días se llama ley anti terrorista.

Rafael Gumucio adhiere a una concepción que no tiene nada de nuevo en Chile, por el contrario, es y ha sido la idea dominante. Es un camino que solo lleva al conflicto. No sirve de nada que no les guste a muchos que exista en el sur de Chile (y también en Argentina), un pueblo que tiene una Historia, una lengua, que posee una identidad fuertísima, una conciencia enorme de alteridad, y que en forma reiterada hayan planteado diversas formas de autonomía como alternativa. Así lo han declarado desde inicios del siglo veinte luego de haber perdido su independencia a fines del diecinueve. Es una larga historia que además tiene el soporte del derecho internacional, de tratados y convenios firmados por Chile, y sobre todo de experiencias exitosas en las más diversas partes del mundo. Por cierto que hay pobreza en el sur mapuche, pero la “cuestión mapuche” no es un asunto exclusivamente de otorgar bonos y subsidios, construir caminos, indemnizar los camiones quemados y meter a la cárcel a quienes no están de acuerdo con el modo como marchan las cosas. Me resulta extraña la opinión de muchos que como Rafael Gumucio tienen tribuna en los medios y que se cierran absolutamente a los caminos políticos para la solución de estos complejos conflictos y afirman la existencia de un pueblo fantasmal. Intentar tapar el sol con un dedo es una muy mala política, aunque la pluma suelta moteje con aquello de “ventrílocuos ancestrales”. Mala su columna Rafael Gumucio. Quinta columna, más bien.
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“En este mismo medio, la edición pasada, Bengoa construye a partir de una coincidencia documental un paralelo entre la guerra catalana del siglo XVII y la guerra de Arauco de esa misma época. De ahí teje una serie de ideas vagas, imprecisas o totalmente absurdas para intentar, no se sabe cómo, relacionar la lucha del pueblo mapuche con el golpe de Estado institucional que protagonizan algunos políticos catalanes ahora mismo, delante de la vista y paciencia de los tontos útiles de izquierda que creen que la democracia no tiene los mismos derechos que el autoritarismo a defenderse de sus asesinos en serie”.  Rafael Gumucio 12 Oct 2017

Nadie puede negar el profundo conocimiento de José Bengoa sobre el mundo mapuche y su historia. Sus libros, además de rigurosos, son entretenidos, vivos, urgentes y necesarios. Ahora, saber mucho de un tema no es excusa para hablar con ligereza extrema de otro del que no se sabe casi nada. En este mismo medio, la edición pasada, Bengoa construye a partir de una coincidencia documental un paralelo entre la guerra catalana del siglo XVII y la guerra de Arauco de esa misma época. De ahí teje una serie de ideas vagas, imprecisas o totalmente absurdas para intentar, no se sabe cómo, relacionar la lucha del pueblo mapuche con el golpe de Estado institucional que protagonizan algunos políticos catalanes ahora mismo, delante de la vista y paciencia de los tontos útiles de izquierda que creen que la democracia no tiene los mismos derechos que el autoritarismo a defenderse de sus asesinos en serie.

Bengoa es historiador y no es necesario recordarle que, aunque la España de los Austria lleve el mismo nombre que la democracia europea de hoy, sus realidades políticas son diametralmente distintas. Claro, España sigue teniendo un rey (Borbón ahora), pero sus autoridades son rigurosamente elegidas por sufragio universal, sus poderes son separados, su libertad religiosa y de expresión es total. También los catalanes de hoy no tienen nada que ver con “los segadores” que protagonizaron la rebelión contra el conde Duque de Olivares, al que alude Bengoa en su artículo. Aunque en este caso hay una misma obsesión histórica: Los catalanes de ayer y de hoy se rebelaron por no querer pagar los mismo impuestos que el resto de los españoles. Esa ha sido la única pasión constante del pueblo catalán, conseguir privilegios fiscales. Que yo sepa esta no ha sido nunca el centro de las reivindicaciones mapuches.

La guerra de los catalanes terminó como termina todo en Cataluña, el día en que los catalanes descubrieron que sus aliados franceses les cobraban más impuestos y despreciaban más a sus instituciones que los españoles. Como los mapuches de entonces, descubrieron que era más cómodo ser parte de un imperio plurinacional, donde todas las lenguas y culturas se mezclan, que ser parte de un Estado centralizado y fuerte que alaba tu valor indomable en público y te devuelve desprecio e ignorancia a escondidas.

Hasta ahí los paralelos entre catalanes y mapuches. La diferencia esencial entre sus luchas nace de una constatación evidente: Cataluña es una de las regiones más ricas de España. Tiene policía, bandera, himno, sanidad, educación, televisión, radio y toda suerte de instituciones “culturales” propias. La Araucanía es en cambio una de las regiones más pobres de Chile, y no goza de casi ninguna de las autonomías que a Cataluña parecen no bastarle, aunque ni la independencia puede conseguirle más atribuciones, más libertad, y más prosperidad de la que gozan. Y sí, la historia se repite, y lo más seguro que esta apuesta por más logre que Cataluña tenga menos de esa libertad que no supieron, que no quisieron -preso de dirigentes corruptos- defender. No serán franceses los que se lleven esta vez la mitad de Cataluña sino los Pujol y su familia, o sea la cara más fea de la derecha bancaria, el corrupto que usa al pueblo, sus víctimas como escondite de su botín. 

Yo sé que los amantes de las cosmovisiones, y las magias lingüistas no les gusta recordar que la gente concreta y real paga sus cuentas, sus impuestos y su comida con dinero de verdad y no con canciones y leyendas. Ninguna invocación romántica a la arcadia feliz, donde los cazadores recolectores vivían en perfecta armonía con la naturaleza, podrá convencerme que es lo mismo la lucha de los ricos, para intentar que sus impuestos no beneficien a los más pobres, que la lucha de los pobres para que los ricos no sigan robando lo poco que les queda. Los mapuches fueron víctimas de un consciente y visible expolio. Hoy sufren bajo la garra invisible de un racismo que no quiere decir su nombre, pero que es constante y sonante. En La Araucanía los mapuches son en general pequeños propietarios de campos de subsistencia. En Santiago se convirtieron en mano de obra barata, como si tuvieran que pagar un precio por llevar apellidos y colores de piel distintos a la minoría gobernante. Si a alguien se parecen en España es a los andaluces, que debieron emigrar de sus tierras secas y arruinadas a Barcelona, Bilbao y San Sebastián, siendo tratados ahí como ciudadanos de tercera. El nacionalismo catalán y vasco nació justamente del desprecio de la burguesía local por esos pobres sin zapatos que invadieron su oasis feliz. En el centro de toda su doctrina, se aloja una profunda xenofobia alimentada de la leyenda negra española que los ingleses y los franceses han sabido usar en su ventaja.

Los mapuches no han caído nunca en esa ingenuidad. Por eso muchos lucharon del lado de los españoles en la guerra de independencia. Sus hermanos gitanos en Barcelona son los más virulentos españolistas. Saben que no hay nada más peligroso para su supervivencia que los ventrílocuos que agitan el muñeco de “la autodeterminación de los pueblos”, para exigir ocho apellidos catalanes, impuestos especiales a los que les falta pureza de sangre y adhesión al Führer de turno. Saben que la idea de haber llegado antes a un territorio, que la invocación al espíritu ancestral de las lenguas, fueron en Alemania los argumentos para exterminarlos sistemáticamente. Saben que en el fondo, el nacionalismo, por más moderado que quiera ser, esconde siempre le bigote de Hitler y la calva de Mussolini.

No olviden que esos dos siniestros ventrílocuos de la voz del pueblo ancestral, se llamaban a ellos mismos socialistas. No olviden tampoco que los primeros en caer en sus garras fueron los historiadores sentimentales, los que confunden sus estudios de los bailes y cantos populares con algún tipo de derecho místico, con la existencia de un pueblo sempiterno y fantasmal que tendría derecho a atropellar y oprimir el que no quiere ser del todo ni mapuche, ni andaluz, ni chilenos tampoco, que solo pide un Estado que respete su derecho a no saber qué es, un Estado que respete su derecho a ser otro que el mismo.
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Las dos noticias que más nos impactan en estos días, han sido seguramente el conflicto en La Araucanía y la tensión por el referéndum en Cataluña: unos quieren autonomía y los otros su independencia. Curiosamente, siglos atrás, en un mismo tiempo, se desataba la Guerra de los Catalanes y la Guerra de Arauco. Pareciera que la historia se vuelve a encontrar en los temas de la modernidad: la aldea y el mundo están más cerca que nunca.

La rebelión de los campesinos con sus echonas de segadores hasta hoy se la recuerda en el himno Els Segadors, que en estos días se canta en las calles y actos masivos de Barcelona y otras ciudades catalanas. Fue una guerra sangrienta. España y Cataluña perdieron las provincias catalanas que quedaron hasta hoy en el lado francés.

Las curiosidades de la Historia son siempre notables. Hace años buscaba en los archivos el texto del Tratado de Quilín, en que los españoles dirigidos por el Marqués de Baydes, Gobernador de Chile en esos años cercanos al 1640, se habíareunido en los Llanos de Quilín con los caciques, hoy día llamados “lonkos”, en ese tiempo conocidos como araucanos y hoy conocidos como “mapuche(s)”. El auxiliar del Archivo de Indias en Sevilla me traía unos enormes fajos de papeles, amarrados con cordeles, ya que en ese tiempo uno podía acercarse a los originales y no solo a fotos digitales como hoy en día. En esos papeles agrupados por fechas, la mayoría de los documentos hablaba de tres temas: la Guerra de los Catalanes, la guerra contra Portugal y la Guerra de Arauco, que era lo que yo andaba buscando. Por cierto que me distraje y me puse a leer los papeles de esos conflictos de mediados del siglo diecisiete.

España se enfrentaba con todos los príncipes y reinos de Europa. Tenía tropas en Flandes, en Italia, y en la península trataba de anexar a Portugal e impedir que se independizara Cataluña, los catalanes como se les decía. La guerra de Flandes, lo que hoy es Holanda fundamentalmente y parte de Bélgica, estaba estancada y desangraba las arcas y población española. Italia era conquistada por Gonzalo Fernández de Córdova, Gobernador de Milán, que muere en el 1635, bisnieto del “Gran Capitán”, para muchos el primer soldado renacentista, esto es, moderno, podríamos decir. De esa vertiente provenían las tropas de Alonso de Ribera que llegaron a Chile, al Flandes Indiano, a detener la rebelión mapuche de Pelantaro que había destruido las ciudades del sur del río Biobío, que eran las de mayor desarrollo en ese momento, como Valdivia, después de Curalaba donde el segundo Gobernador de Chile, Óñez de Loyola fue derrotado y muerto. El Rey, y los reyes que lo siguieron, trataban de manejar una situación convulsionada, al igual que ahora. Curiosamente la historia unía la cuestión de los catalanes con la de los mapuche(s).

Ocurrieron tres fenómenos distintos. Portugal no fue conquistado y se mantuvo independiente hasta el día de hoy. No fue un asunto de lenguas ya que una tan parecida al portugués como la que se habla en Galicia, pasó a ser parte del dominio hispano peninsular. No funcionó la idea de un solo Rey de España y Portugal como se pretendía. Cataluña no logró lo de Portugal y fue derrotada. La rebelión de los campesinos con sus echonas de segadores hasta hoy se la recuerda en el himno Els Segadors, que en estos días se canta en las calles y actos masivos de Barcelona y otras ciudades catalanas. Fue una guerra sangrienta. España y Cataluña perdieron las provincias catalanas que quedaron hasta hoy en el lado francés. El bichito independentista, sin embargo, quedó dando vueltas por siglos. Hoy vuelve.

En una carta encontrada en esos archivos polvorientos, el Rey le dice al Virrey y éste al Gobernador del Reyno de Chile, que la Guerra de los Catalanes, impedía que se enviaran más tropas a la Guerra de Arauco. No había un doblón en las arcas reales. Llamaban al Gobernador a hacer las paces, sobre todo para prevenir que los holandeses entusiasmados por sus triunfos, ocuparan Valdivia y se instalaran en el Océano Pacífico. Son esos episodios internacionales los que dan el contexto para que se realicen las Paces de Quilín, o Parlamento del Valle de Quilín en que a nombre del Rey de España se le otorgan a los araucanos, hoy mapuche(s), favorables condiciones de independencia territorial, siendo el único pueblo indígena de América Latina que lo obtiene. Lo lograron con la fuerza de Butapichón y la astucia diplomática de Loncopichón, los dos grandes líderes. Allí se establece que el rio Biobío sería la frontera y que las tropas no lo cruzarían en son de guerra y solamente lo harían los misioneros, los jesuitas llamados “curas o padres de negro”, curi patirus, por los mapuche(s). Quilín permitió que la sociedad mapuche viviese en forma independiente por casi 250 años, lo que no es poco. Ese hecho histórico hace la diferencia. El acta resumida del Parlamento está en un libro oficial de la corona española, al lado de las actas y Tratados de Paz con los mismos catalanes y otros principados con los que en esos días se guerreaba. Después de ese primer Quilín hubo muchos parlamentos en que el Estado español volvió a ratificar los límites de la colonia. Incluso al comenzar la República de Chile, se hicieron parlamentos que ratificaban esa situación de independencia.

En la segunda mitad del siglo 19 se va a producir en Europa y muchas otras partes del mundo, un conjunto de movimientos de carácter nacionalista que promovieron la unificación de grandes territorios. España va a salir de las guerras carlistas desangrado y sin resolver su unidad nacional. La República, en la primera mitad del siglo veinte, permitió un sistema mucho más racional para una península tan diversa como la antigua Hispania. Los vascos tuvieron en Guernica su Gobierno con José Antonio de Aguirre de Lehendekari, quien en su exilio posterior a la Guerra Civil visitó Chile, y los catalanes a Lluis Companys de Presidente de la Generalitat. Franco, al vencer en la guerra, hizo de la unidad peninsular su bandera, prohibiendo incluso que se hablase en Cataluña el catalán y el euzquera en el país vasco. “¡Arriba España!” se gritó con el brazo en alto. Esos nacionalismos llevaron al paroxismo el ideario de una sola Nación, un solo Pueblo y un solo Estado, con las dramáticas consecuencias bien conocidas.

Estas ideas nacional estatistas tuvieron su expresión, también, en los países periféricos, sobre todo en los que habían territorios en manos de indígenas. Había que unificar los territorios, las naciones debían adherir al mundo “civilizado”. Es así que concomitante a esos hechos el ejército chileno y argentino avanzaron sus líneas hasta ocupar la Araucanía por lado y lado de la cordillera. A los mapuche(s) se les dijo, con fuerza por cierto, que debían ser chilenos, hablar en chileno, pensar en chileno y rezar en cristiano. La unidad nacional exigía la existencia de un solo pueblo, de acuerdo a las ideas de comienzos del siglo veinte.

Pero los ciclos de la Historia son implacables. Hoy por hoy, el bichito de las independencias y autonomías ha comenzado nuevamente a picar en casi todas partes del mundo. Vuelven a jugarse las tres alternativas, esto es, la independencia, la autonomía y la dependencia simple y pura de carácter colonial, bajo la idea de “unidad nacional”, con todos los conflictos que ello implica. La independencia se juega en Cataluña, y muchas partes del mundo. Son demandas de ruptura de los Estados soberanos, de ser partes del mundo sin intermediación. La así llamada globalización y las tecnologías que la acompañan parecen ser el contexto que provoca, explica y permite estas situaciones. Hay mucho de falta de solidaridad, por cierto, con las áreas más pobres, pero también iras con las antiguas dominaciones y centralidades; hay revancha, hay una moda, a veces histérica, además, por el tema de la identidad. No cabe muchas dudas que desde visiones centradas en las contradicciones de las clases sociales, en sus luchas e imaginarios (“la clase obrera”), se ha estado transitando a imágenes mucho más complejas en que las unidades son construidas de modo imaginario en torno a identidades lingüísticas, religiosas, en fin, espirituales y también territoriales. Es cosa de ver lo que pasa en el mundo.

Parlamento de Quilin, 1641.

No por nada surge el tema de las autonomías, sobre todo en aquellos pueblos dominados, colonizados, sometidos que buscan caminos de autodeterminación. Los dos Pactos de Derechos Humanos, el de “derechos civiles y políticos” y el de “derechos económicos, sociales y culturales”, señalan de igual manera que es un derecho inalienable de cada pueblo la autodeterminación. Estas ideas están ancladas en lo más profundo de la tradición judeo cristiana y occidental. Pensemos en los cientos de versiones de “en los ríos de Babilonia nos sentábamos llorando”. Ahí está la idea de un pueblo, de un pueblo colonizado, en el exilio, desplazado, sometido y que lucha por su liberación. Ningún colectivo, que se considere un pueblo, puede aceptar la dependencia, la subordinación, no estar a cargo de las decisiones que les competen. Es por eso que cuando se discutió en Naciones Unidas la Declaración Internacional de los derechos de los Pueblos Indígenas este asunto fue central. 
Fue más de una década en que no hubo acuerdo, al final se señaló que en el caso indígena el ejercicio del derecho a la autodeterminación es la autonomía, esto es, una semi independencia, un proceso político en que el pueblo representado toma sus decisiones internas sin ruptura con la soberanía del Estado. Cataluña en este momento transita desde una situación de autonomía parcial y relativa, otorgada a regañadientes, a una de mayor independencia; concomitantemente los mapuche(s) pasan en sus reivindicaciones desde una situación de colonialismo interno a una de relativa autonomía. Nos guste o no, son las tendencias que están ocurriendo hoy en la sociedad internacional; este oleaje va de la mano de cambios tecnológicos y de pertenencia al mundo. La idea de nación, como homogeneidad total interna, surgida en el siglo 19 comienza a perder fuerza; las patrias son más reducidas a identidades circunscritas, sobre todo en sociedades complejas, donde existen historias y trayectorias que no siempre han sido semejantes y por el contrario están llenas de violencias y discriminaciones. La relación entre la aldea y el mundo es hoy por hoy más cercana que nunca. 
Las modernidades que tanto anhelamos en Chile también traen consigo estas ideas de autonomías y autodeterminaciones de los colectivos discriminados. La cuestión mapuche mientras no se abra a estas nuevas ideas modernas, no tendrá solución. De lo contrario volveremos a la Guerra de los Catalanes y a la Guerra de Arauco, como ocurrió hace siglos. La historia se repite, dijo un sabio alemán, la primera fue tragedia, la segunda me temo, será también tragedia mezclada con algo de comedia.

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