miércoles, 21 de diciembre de 2016

A 15 años de la rebelión argentina. Radiografía de una insurrección

Martín Azcurra
 
El 20 de diciembre de 2001 tuvo lugar, en Argentina, una jornada de lucha que superó los planes conspirativos del aparato político institucional, materializado en el PJ, y abrió una nueva etapa política y económica que todavía sigue latente.

1. Carlos “Petete” Almirón (24) era uno de esos pibes que sienten culpa por dormir con frazada en invierno y comer dos veces al día. Tal vez por eso estaba tan flaco. El 19 se despidió de su mamá, Marta, que le dice que se cuide como tantas otras veces en los últimos años de su militancia social. El 20 por la tarde, en Bernardo de Irigoyen y Av. de Mayo, un policía de la Fuerza 2 del Cuerpo de Operaciones Federales, al mando del subcomisario Weber, descargó su arma no reglamentaria en el pecho de Petete. Fue el mismo grupo que asesinó a Gastón Riva (30) y Diego Lamagna (26), muertos ese día. Tiempo después, durante el gobierno de Kirchner, Weber fue ascendido a comisario. El cuerpo de Petete, aún con vida, fue arrastrado por la gente hasta Hipólito Yrigoyen, donde pasaban las ambulancias, que lo trasladaron hasta el Hospital Argerich. A eso de las 19, en medio de los festejos, un compañero de Petete que no podía festejar, se comunicó con la madre para decirle que su hijo estaba muy herido. Petete siguió luchando, pasó la primera operación pero no la segunda. Extrañamente, la pueblada del 20 de diciembre nos dejó un sabor a victoria y a la vez un sabor a derrota. Los responsables de los 38 muertos siguen libres, y a la sociedad no parece importarle demasiado. Marta dice: “Que se vayan todos, y están todos menos los que murieron”. Pero algo más dejó Petete en su batalla, algo más portaban sus piedras, la semilla de un germen que, creemos, crece en las cañerías de un pueblo tan ardiente como complejo.

2. Los hormigueros empezaron a explotar el 12 de diciembre. El pueblo que atravesaba una de las peores crisis económicas, decidió no quedarse en su casa mirando el plato vacío, como le habían querido enseñar con años de terrorismo de Estado, sino salir a las calles en malón aunque sea para asaltar el monopolio comercial de los hipermercados. De todas formas, allí donde los desocupados estaban mejor organizados, fue donde se registró la menor cantidad de saqueos a comercios. En ese clima social, nació la revuelta popular que cambió la historia de este país. Duró 24 horas, del 19 al 20, y concluyó con la renuncia del gobierno aliancista. Según testimonios y cálculos estimativos, se podría decir que el 19 al atardecer, tras el anuncio desafortunado de Estado de Sitio por parte del presidente Fernando De la Rúa , unas 200 mil personas se movilizaron como torrente desde los barrios para congregarse en torno a la Casa Rosada y el Congreso Nacional, estableciendo un corredor permanente entre uno y otro. Pero la movilización fue mucho más grande, en cada barrio de la Capital , en la Quinta de Olivos y casas de funcionarios, los porteños encendieron fogatas e hicieron sonar las cacerolas. Juliana, estudiante universitaria, cuenta: “ La Quinta de Olivos era como un capítulo de los Simpson, toda la gente del pueblo estaba en situación de lucha... el de las alfombras caceroleando, mi profe de guitarra tirando piedras al portón, mi vieja gritándoles ¡Nazis! a los polis que nos tiraban a los perros encima...” En total, unas 800 mil personas se habrían movilizado y protestado con fuerza el 19.

Era medianoche y De la Rúa no sabía todavía cómo apaciguar el fuego del pueblo que parecía seguir creciendo. Entregó la cabeza del ministro de Economía, Domingo Cavallo, pero la gente seguía allí. Frunció el ceño, revisó el manual del gran represor, una costumbre radical desde la Patagonia Trágica, y encendió la máquina policial. Fue el mayor despliegue represivo desde el inicio de la democracia, que incluyó el uso de gases lacrimógenos con fecha de vencimiento de 1983, balas de goma y algunas de plomo, una de las cuales impactó sobre Jorge Cárdenas (52) en las escalinatas del Congreso, quien falleció meses después. A partir de las 2 de la mañana, el grueso de la gente se empezó a retirar a sus casas, pero quedó un sector considerable, unas 30 mil personas, con mucha bronca, enfrentando a la policía con piedras, rompiendo e incendiando símbolos del neoliberalismo como Bancos, Mc Donalds, Empresas de Servicios, etc., durante toda la noche hasta eso de las 6 de la madrugada. Todavía se escuchaban ruidos de cacerolas.

3. La historia quiso que ese día fuera un jueves. Las Madres de Plaza de Mayo debían concurrir a su ronda habitual a las 15, pero tomaron una decisión que iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos: ocuparon la plaza desde temprano, a eso de las 9, conscientes de que ese día no iba a ser tan “habitual”. La policía, acuartelada en el Banco Nación, esperaba la orden para reprimir. ¿Qué habrán pensado esa mañana, mientras se ajustaban el pañuelo por el cuello frente al espejo? ¿Habrán respirado hondo y se habrán mirado profundamente a los ojos? Días atrás, se había realizado una Marcha de la Resistencia memorable, repleta de luchas, con pibes encapuchados que escucharon la arenga emocionante de Hebe de Bonafini. La mañana del 20, ellas se habían comunicado con grupos militantes para organizar el aguante. La Plaza, con las palmeras todavía echando humo de la noche anterior, debía ser del pueblo. Desde muy temprano, oficinistas y amas de casa protestaban frente al vallado que cercaba la Casa Rosada desde la Pirámide de Mayo, exigiendo la renuncia del presidente. Las Madres sabían lo que podía pasar. Fueron la única organización que planificó y ejecutó la chispa de la revuelta popular para echar a De La Rúa.

“Me acuerdo que Lito Malatesta, que era un colaborador directo de Hebe de Bonafini, nos llama diciendo que Hebe decía que había que ganar la plaza temprano… Llegamos y las Madres ya estaban allí junto a los compañeros de San Telmo y de la Universidad. Por entonces teníamos una estrecha relación con Hebe, Sergio Schoklender y Lito. Hablamos con ellos para saber qué pensaban y era notable, por la presencia policial, que se iba a pudrir. Hacía tiempo que no veía la montada que fue ganado espacio y llegó hasta el lugar mismo donde estábamos concentrados. La reacción de todos fue proteger a las Madres, Lito trató con su cuerpo de frenar la atropellada, recuerdo que Rubén Saboulard de San Telmo empujó e hizo caer al caballo con su jinete... Las Madres con su humanidad firmes en su lugar, insultando hasta desgañitarse las gargantas, con los puños crispados, seguramente recordando los tiempos de la dictadura… Hubo confusión, como es habitual en esos casos, pero todo estaba siendo televisado y lejos de quedar arrinconados y derrotados, la indignación nos fue alimentando y notablemente la calle se iba caldeando, la gente se iba quedando en la calle sin llegar a los lugares de trabajo, el paisaje se vestía aceleradamente de protesta, de cacerolas, de compañeros, de argentinos pariendo una pueblada”, cuenta Fernando Esteche, de la agrupación MPR Quebracho.

Hasta el 19 a la noche, todo podía terminar con el pueblo como víctima y una salida institucional negociada entre el PJ y la resquebrajada Alianza. Las Madres lograron que el protagonista fuera el pueblo en la calle. Ellas fueron el foco. La fuerza política del pañuelo, los fantasmas de sus hijos luchadores, todos allí, enfrentando a los caballos y los carros hidrantes como en las viejas épocas. Las “viejas”, dando una lección de resistencia. Todos sabíamos que esa provocación no era más que un llamado a la batalla, ante un gobierno que era muy posible derrocar. Una acción a la medida de las posibilidades.

Las Madres debieron soportar los gases vencidos, el agua y los caballos. Silvia, fotógrafa de la Agencia de Noticias Red-Acción, cuenta: “Mientras todos iban hacia la 9 de Julio, quedó una Madre parada, rodeada de gases. Es la famosa foto que después recorrió el mundo, ella sola tomándose la cara. Yo estaba tan ahogada que no pude socorrerla, pero alcancé a ver que dos hombres se la llevaban. De pronto, a nuestras espaldas patrulleros de la policía, con medio cuerpo afuera de la ventanilla, disparaban sus armas largas”.

La televisión transmitió esas imágenes y miles de personas se autoconvocaron para recuperar los espacios públicos, símbolos históricos del poder político. Durante todo el día, entre las 11 y las 19, unas 150 mil personas enfrentaron a la policía, atosigándola permanentemente y reduciéndola, en un radio circular de 500 cuadras del microcentro, entre la calle Juncal por el norte, y las avenidas Leandro Alem por el Este, Independencia por el Sur, y Pueyrredón por el Oeste. El saldo en Capital fue de más de 100 heridos y 6 muertos, que se sumaron a otros 32 asesinados por fuerzas de seguridad en el resto del país. Unas 4.500 personas fueron detenidas en todo el territorio nacional y liberadas progresivamente hasta el 21 de diciembre. Los estallidos se repitieron, con distintos grados de violencia, en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Neuquén, Chubut, Río Negro, Tucumán, Corrientes, Misiones y Mendoza, en todas con el mismo objetivo político: la renuncia de De la Rúa.

4. Los movimientos de trabajadores desocupados no movilizaron en su conjunto, pero sus grupos de militancia más activos, provenientes del Conurbano y de zonas pobres de la Capital, participaron enérgicamente, con mayores conocimientos y disposición para la lucha urbana, armando barricadas infranqueables con baños químicos y teléfonos públicos, usando gomeras con munición de plomo, incendiando vehículos policiales con bombas molotov, cruzando cables en las calles para tirar a los caballos, entre otras cosas. No se registraron armas de fuego por parte del pueblo.

Pablo, de la Coordinadora Aníbal Verón de Lanús, cuenta cómo se organizaron para marchar hacia la Capital: "El 20 a la mañana nos convocamos en asamblea en el barrio La Fe de Monte Chingolo. Pedro trajo el televisor de la casa y era la hora donde pasó lo de los caballos a las Madres. Son esos momentos que te quedan grabados, una de las asambleas de opinión más maduras que presencié en mi vida… De cuarenta salimos treinta; telefoneamos a los compañeros de Brown, Solano y La Plata para ver quién estaba yendo. Como hay que cruzar Camino General Belgrano que divide Lanús de Avellaneda, nos marcaron las patrullas, porque éramos un grupo grande y hubo saqueos el día anterior. Nos dispersamos un poquito, llegamos a la terminal y nos pedimos un colectivo, como hacíamos siempre. Nos siguieron dos patrullas y una se cruzó adelante. Pispearon desde abajo con las itakas y le dijeron al chofer: ‘¿Vos sos el que tomaron el colectivo los piqueteros?’ El flaco titubeó un poquito y contestó: ‘No, acá son pasajeros’. Y seguimos. Si no, íbamos presos todos. Pero como éramos treinta, todos sentaditos y prolijos… después nos arrimamos a hablar con el chabón: ‘Che, gracias loco’... ‘No, sabés que pasa, a veces ustedes joden, pero entre ustedes y estos…’ Al final, nos llevó él mismo hasta la Capital.”

En colectivos, en tren o en camionetas, los movimientos del sur del conurbano se hicieron presentes ese día. Unos 250 militantes del MTR, encabezado por Roberto Martino, y otros movimientos del sur del conurbano llegaron en el Roca a Constitución, luego marcharon en Subte, a pesar de la custodia policial que encontraron en todo el trayecto. Apenas pusieron un pie en Plaza de Mayo empezó la segunda represión, que si bien contó con una primera resistencia, logró dispersar a los manifestantes, que se dividieron en grupos pequeños para seguir actuando. En uno de esos primeros grupos estaba Petete.

Alejandro, del MTD Cláypole, describe la acción de los grupos piqueteros: “Cuando llegamos al monumento de Roca, en Diagonal Sur, y vimos el despliegue policial, pensamos en descentrar el conflicto de la Plaza de Mayo y expandirlo hacia todos los lugares del micro y macro centro, destrozar principalmente los bancos y grandes empresas. Invitamos a algunos y nos encontramos con un grupo del MTD de Lanús, entre quienes estaban Darío Santillán y Pablo Solana, con quienes constituimos rápidamente una alianza y formamos un grupo de 30. Nos fuimos por Perú hacia hasta México, y en el camino encontramos una obra en construcción con unos baños químicos, que los hicimos arder en medio de la calle. De la misma obra conseguimos cables que cruzamos de lado a lado para impedir el paso de la policía motorizada, que nos enteramos que estaban dando vueltas por ahí. Después salimos hacia la 9 de Julio, recuerdo que tratamos de frenar a jóvenes que querían quemar kioscos de diarios. Arrancamos un poste de la calle y conformamos una especie de arriete para destrozar la puerta de entrada de un banco. Al frente estaba Darío, ciego, dándole con todo, Pablo atrás empujando, y mi viejo en el medio mirando para todos lados, para ver si venía la cana, una actitud típica de tres generaciones distintas. Lograron romper la puerta y entraron todos, rompieron computadoras y todo lo que encontraban. En un momento sale una compañera del MTD Lanús con el botiquín del banco y dice que ahora es patrimonio del área de Salud del Movimiento. Todos aplaudimos. De ahí nos fuimos a romper un negocio de autos, hasta que pasan patrulleros disparando balas de plomo en dirección a Av. de Mayo y nos tenemos que replegar. Ya eran las 4 de la tarde.”

5. Si bien es cierto que la revuelta porteña tuvo un fuerte carácter espontáneo, durante el día se fueron complementando acciones planificadas de pequeños grupos con las masas que se movían entre estas iniciativas y las respuestas represivas. Como la idea común era recuperar la Plaza de Mayo, todos se movieron en ese sentido, formándose tres columnas principales que fueron las más nutridas, desde la 9 de Julio, por Diagonal Sur, Avenida de Mayo y Diagonal Norte, hacia una o dos cuadras de la plaza que estaba custodiada por el grueso de la policía. Es decir que los combates más fuertes ocurrieron en esos recorridos, y los pasillos de conexión entre uno y otro.

El Congreso Nacional también fue un foco fuerte de enfrentamientos, lo que permitió ampliar el radio de acción de la protesta hacia zonas más despejadas y dispersar a las fuerzas policiales que tuvieron que dividirse en varios grupos para actuar. Guillermo cuenta: “Había demasiados focos de conflicto y demasiada gente en cada uno. La policía no podía avanzar porque el frente se les abría mucho y no tenían efectivos suficientes. Pegaban, disparaban. Sin mucho plan, agarraban algún grupito y lo molían a palos, resistían en la línea de la Av. 9 de Julio, en el bajo, y de golpe aparecía algún grupo donde podía concentrar más número y derrotar a los manifestantes.”

La división de los activistas en grupos de 20 o 30 por todo el microcentro, armando barricadas en las esquinas y atacando símbolos de la crisis, fue efectiva para el asedio permanente a la policía y para mostrar el carácter político de la revuelta. El grupo más grande lo constituyó el sindicato de motoqueros SIMECA, que desplegó 2 mil mensajeros motorizados, distribuidos en tres grupos principales, 500 en Diagonal Norte, 500 en Av. de Mayo, 300 en Diagonal Sur, y el resto dividido en pequeños grupos que realizaron golpes aislados en todo el microcentro y acciones de asistencia y contrainteligencia para el conjunto de los movilizados (ver recuadro).

El despliegue de la Policía Federal fue enorme pero tuvo también cierto desorden, particularidad de las represiones de tipo “defensivas”, a diferencia de la represión “ofensiva” como la que se realizó el 20 de junio de 2002 en Avellaneda. El 20, la represión comenzó con los pelotones de la Federal avanzando por las avenidas principales, decenas de caballos, la motorizada recorriendo las calles laterales, el helicóptero persiguiendo a los grupos más numerosos, y la dispersión de las multitudes con gases lacrimógenos en mal estado y balas de goma. Los patrulleros salían desde las Comisarías 2ª, 3ª y 4ª barriendo el microcentro con disparos al cuerpo. Avanzada la tarde, a medida que el radio de combate se iba ampliando, fueron recibiendo refuerzos en colectivos. “Vi bajar de un bondi a tipos que parecían civiles, pero luego sacaron la 9 mm y dispararon a mansalva a la gente”, cuenta Leonardo, estudiante de Trabajo Social de Lanús. A las 4 de la tarde, cuando el cansancio de los efectivos amenazaba con bajar la guardia y los vecinos se negaban a convidarles agua, se hizo evidente una decisión política que cambió el carácter de la represión. Uno de los grupos comenzó a utilizar balas de plomo. Autos de civil de la policía se sumaron a la cacería, disparando a la multitud, al tiempo que los custodios de seguridad acuartelados en los bancos también dieron un paso al frente. A esa misma hora, el presidente apareció por televisión, haciendo un llamado a la unidad nacional, ofreciéndole al peronismo un esquema de coalición. El entonces titular del Senado, Ramón Puerta, quien sería el presidente sucesor, fue el encargado de comunicar la negativa del PJ, algo así como empujar a De la Rúa con el dedo hacia el precipicio.

Fernando relata el momento máximo de la represión: “Cerca de la media tarde, estábamos ganando la Av. de Mayo pero la policía mandaba cada tanto un guanaco o autos civiles o patrulleros disparando a la gente. Había un Gol, un Polo y una camioneta gris que solían meterse entre la gente amedrentando y disparando… Vimos caer varios compañeros, algunos tropezando, otros con postas de goma, nos fuimos auxiliando. El compañero Gustavo Bendetto (30) murió allí asesinado por la gente que salió desde dentro del Banco HSBC… Un auto enfilaba contra la gente disparando y eso aceleraba la desorganización y desbandada… Fueron instantes, porque en general la calle estuvo en control de la gente, pero esos momentos, aquel lugar por el que se pretendió desde el gobierno cuidar la plaza, fue un infierno. Petete fue fusilado allí, otro compañero quedó también asistido por varios más, luego supimos que también falleció Diego. Todos tratábamos de protegernos y proteger a los nuestros, pero los criminales fueron letales con algunos cumpas. Llegaban las ambulancias y no sabíamos si dejarlas pasar o apedrearlas por temor a que trajeran vigilantes emboscados. Fueron de mucha confusión esos minutos fatales. Esa avanzada represiva desde el HSBC hasta los fusilamientos de Bernardo de Yrigoyen fueron parte del mismo momento y del mismo grupo civil policial y parapolicial”.

Que las muertes no hayan amedrentado a los manifestantes fue una muestra clara de la conciencia de lucha. La acción de los grupos militantes, unidos por afinidad geográfica, afectiva o ideológica, fue clave en la batalla. Miles de destacamentos dispersos pero con idea de conjunto, provenientes de la militancia social y política, que durante todo el día acorralaron a la policía devolviéndole las granadas de gases lacrimógenos, arrojándole piedras y armando barricadas con basura y otros elementos. Pequeños agrupamientos, parte de un movimiento social o de una organización política mayor, que de alguna manera ya estaban preparados psicológicamente para soportar la represión e incluso las muertes a su alrededor, por haber participado de piquetes y grandes represiones, activistas ya templados en la lucha callejera, y que venían analizando seriamente la posibilidad de una insurrección popular. Cuenta Natalia Vinelli, docente y periodista: “Cada tanto la gente desde los balcones, o los que te cruzabas, te iban diciendo cosas, ahí nos fuimos enterando de los muertos, eso nos indignaba y nos empujaba a seguir, la bronca crecía cada vez más con eso, en vez de asustarnos, la cosa crecía en bronca”.

¿Qué puede hacer un funcionario como De la Rúa en esos momentos, cuando se pone a prueba el material con que está hecho? Sudar, tomarse la cara con las manos, temblar, agitarse, volcar la taza de café frío sobre papeles importantes… El canciller Rodríguez Giavarini le entregó una hoja en blanco y le pidió que escribiera la renuncia con puño y letra, tratando de no mirarlo a los ojos. Eran las 19:30. La sombra de la tarde empezaba a enfriar el asfalto, todavía ardiente y ensangrentado.

5. La actitud de la izquierda institucional durante la jornada merece un punto aparte. Los partidos de izquierda y la CTA habían convocado a una movilización a las 14 frente al Congreso Nacional, con el fin de instalarse como interlocutor político del conflicto. Pero su rol pasivo le jugó en contra y hasta el día de hoy debe pagar el costo de sus actos. Los partidos trotskistas como el PO y el PTS, que meses atrás habían declarado una especie de situación pre-revolucionaria, y habían anticipado fuertes estallidos para fin de año, no parecían preparados para el combate. Acostumbrados a las marchas testimoniales, sólo atinaron a movilizarse pacíficamente, repudiando la violencia popular, y apartándose finalmente de los focos principales de lucha. Natalia recuerda: “En un momento empezamos a juntar piedras y vino uno de un partido trotskista, estábamos al final de su columna en un instante de descanso, y nos preguntó ‘¿para qué están juntando esas piedritas?’… Un boludo… Me acuerdo también que en una apedreada a un banco, uno de ellos nos gritó ‘no tiren piedras’ y otro que le respondió ‘¿qué, tenés una cuenta?’”. Guillermo cuenta que la izquierda tradicional estaba en otra sintonía: “La gente quería pelear, cosa que no es muy común. Cuando llegó la izquierda al obelisco muchos jóvenes les decían ‘al fin vinieron, dejen de hablar y peleen’”. Algunos militantes sueltos, en cambio, no se pudieron aguantar las ganas y se sumaron al torrente de violencia popular. Sólo la agrupación Convergencia Socialista demostró cierta preparación, con tácticas grupales de autodefensa: “Tenían tachos con arena para tapar las granadas de gas, y cada vez que disparaban se tiraban al suelo, ya que el gas sube… estaban muy organizados”.

La CTA, por su parte, liderada por el estatal porteño Víctor De Genaro, que había convocado a un paro desde las 0 horas, realizó una maniobra de repliegue que también fue repudiada. Norberto Señor, de la conducción combativa de ATE Gran Buenos Aires Sur, recuerda: “Llegamos con una columna de 70 compañeros al Congreso y ya hubo enfrentamientos con la policía, pero mucho más amargo que esos hechos fue la conducta de las direcciones del sindicato que inmediatamente se enojaban con los compañeros que se tapaban el rostro y que mostraban más disposición a confrontar, los sacaban afuera de los cordones. Eso duró muy poco, porque terminaron encerrándose en el mismo local en el que habían convocado y se fueron caminando despacito y de a uno. Los dirigentes de ATE, se fueron sin ningún tipo de escaramuza, ni de movilización, ni de nada, fueron a desensillar hasta que aclare, tomando cerveza fresca en el local de ATE, mientras ya teníamos 3 o 4 muertos por lo menos”.

Eduardo Lucita, quien formaba parte de la Comisión de Economía de la CTA, cuenta: “El 20 fui a la convocatoria de la CTA, llegué temprano y allí me enteré por algunos dirigentes que la orden era dispersarse e ir cada uno a su sindicato mientras los dirigentes se reunían con algunos diputados para debatir ‘el problema institucional’. Discutimos fuerte y llegamos hasta el local donde funcionaba el movimiento de la Consulta Popular, a dos cuadras del Congreso. Efectivamente en el fondo estaban Elisa Carrió y probablemente otros diputados. Me retiré y regresé a la esquina de Rivadavia y Callao, allí había dos compañeros de la CTA, de los viejos, de los que veníamos de los ’70, tan enojados como yo, tratando de frenar a unos grupos de jóvenes que en realidad provocaban a la policía hasta que llegó la motorizada… Un par de días después, en la reunión del Seguro de Empleo y Formación, se intentó hacer un balance y sacar un documento que muchos allí rechazamos, días más tarde uno de los principales dirigentes decía ‘Nos robaron los tres millones de votos’, no comprendía, o no quería hacerlo, que lo sucedido era una instancia superadora. Esa noche tomé la decisión de retirarme definitivamente de la CTA. El grupo vivió con preocupación por la represión y los compañeros asesinados, pero también con la sensación de haber sido protagonistas de jornadas no previstas, una de esas excepcionalidades que la historia da de vez en vez. Jornadas en que lo extraordinario se vuelve cotidiano. Como pasó durante varios meses posteriores.”

Durante las noches siguientes, con cada presidente que asumía, la gente se autoconvocaba para decir presente, para que los gobernantes supieran que el pueblo no confiaba, que seguía despierto cada movimiento de la clase política. Pablo Llonto, periodista, lo ilustra como un río de gente hacia la Plaza de Mayo: “Por las noches, veíamos avanzar las asambleas por la avenida Rivadavia, ir caminando desde Caballito o Almagro hasta Plaza de Mayo. La gente era mucha, pero no compacta, eran bloques de gente, en grupos, pero un río, con separaciones entre grupo y grupo. En otra de esas noches, la de putear a Grosso, llegamos primeros con mi compañera, bien temprano. Veníamos de casa y estábamos cerca, Ana quiso pintar la pirámide y un viejo se le acercó a decirle que no dañara los símbolos patrios. Y un pibe que venía atrás le dijo ‘señora pinte nomás, no le haga caso al viejo ese que solo viene a la plaza a cuidar sus ahorros’”.

6. La persistencia y la pasión con que las masas pelearon ese día fueron los factores que cambiaron la historia, que desbordaron los planes conspirativos del peronismo, que transformaron un ciclo de revueltas en una insubordinación popular, que le ganaron de mano al golpismo justicialista, hicieron que el sucesor, que por un momento se creía un salvador, se sintiera un acusado… de ahí en más, cualquier nuevo gobierno debía concederle muchas más cosas a este pueblo enardecido.

El 20 cerró un ciclo de luchas ascendente que comenzó con los saqueos de 1989, donde los choques fueron entre particulares, y tiene un salto importante en el Santiagazo de 1993, donde ya se apuntó al Estado y la clase política, y en 1997 en Cutral Có y Mosconi, donde el desocupado se organizó y luchó con fuerza, asumiendo una conciencia de clase, sobre todo cuando combinó su acción con las huelgas generales.

Fue el primer golpe de estado popular de la historia argentina. Más allá de las teorías sobre la conspiración pejotista (que existió), fue la acción de los sectores más dinámicos de la sociedad la que puso en jaque la decisión final de un jefe de Estado (es cierto) semi derrotado. Lo que es claro, es que el sabor a victoria generó una conciencia de ejercicio del poder que, si bien no fue canalizado hacia una salida popular, representó una lección en toda la sociedad. Otra vez en la historia, los sectores dominantes temblaron. El pueblo trabajador empobrecido superaba una oscura etapa de inmovilidad generada por el terrorismo de Estado tres décadas atrás.

La titubeante clase media argentina, trabajadores que habían ahorrado toda su vida, los tantos despedidos de una década infame que habían confiado en los bancos para guardar sus dobles indemnizaciones, los (cada vez más) pequeños comerciantes víctimas de la caída abrupta del consumo y la proliferación de shoppings, se sintió estafada por el propio Estado y le otorgó al reclamo popular el elemento pequeño burgués que le faltaba para ejercer un poder capaz de voltear un gobierno.

Las tres centrales sindicales (CGT-MTA-CTA) formaron un bloque contra el gobierno, realizando 8 huelgas generales, a las que se sumó la Asamblea Nacional de Piqueteros con cortes de ruta en los principales accesos a las ciudades. Sin embargo, aquel 20 de diciembre, las centrales sindicales cumplieron roles diferentes. Ante el desborde popular, la CGT (liderada desde 1996 por Rodolfo Daer) llamó al paro general en horas de la tarde con el fin de impedir el afluente de activistas a la Ciudad de Buenos Aires. El MTA (liderado por el entonces díscolo Hugo Moyano) recién se sumó al paro el 21. El peronismo, que había incitado a los saqueos en varias provincias para derrocar a De la Rúa, ahora estaba dando marcha atrás.

Una combinación de estas características, con la división evidente en el seno de la burguesía en torno al agotamiento del plan de convertibilidad, produjo una crisis de hegemonía que duró varios años, y que las organizaciones populares supieron aprovechar para crecer y consolidarse.

En 2002, las movimientos de desocupados obligaron al Estado a entregar 2 millones de subsidios al desempleo que los engordaron, les facilitaron la inserción social y les impusieron una lucha sistemática (a pesar de las contradicciones clientelistas que sufrieron muchas de ellas) que les permitió ubicarse en la ofensiva de una lucha nacional. Con el correr de los años, el kirchnerismo pudo hacerlos retroceder, no solo con la recuperación parcial del empleo, sino con una política de concesiones asistenciales a nivel general y la cooptación de grandes grupos con la dádiva de subsidios millonarios. De todas formas, y debido al avance de conciencia que significó el proceso de puebladas en su conjunto, nuevas formas de construcción y de lucha permitieron sobrevivir a la fragmentación y crecer territorialmente a los movimientos sociales que se mantuvieron autónomos del Estado y sobre todo a aquellos que se esforzaron por tener un crecimiento sin depender de los planes sociales. Por otra parte, el desplazamiento de la ayuda social que administraban los movimientos de vuelta hacia el Estado, les permitió concentrarse en tareas de tipo más políticas.

Desde ese punto de vista, el 20 de diciembre hizo que las luchas previas tengan un saldo positivo en la conciencia, un campanazo en la subjetividad, una ruptura en el miedo de los 80 y la apatía de la sociedad civil en los 90, un aprendizaje acelerado sobre las formas de ejercicio de poder de las acciones de masas, del pueblo haciendo historia, etc. Sin embargo, este complejo proceso de concientización, que el kirchnerismo supo aprovechar para una politización generalizada a su favor, no pudo cristalizarse, por sus propias limitaciones y contradicciones, en formas orgánicas que pudieran encarar un proyecto alternativo al de las clases dominantes. Aquellos que vieron en este proceso las condiciones de un doble poder sufren hoy la sensación de una derrota. El trotskismo argentino, que agitó hasta el cansancio la falsa consigna del “Argentinazo” y consideró los límites de la pueblada en términos de ausencia de una dirección revolucionaria, confundió claramente las tareas de la etapa y cayó en prácticas vanguardistas que profundizaron su sectarismo latente. En realidad, los límites de la pueblada tenían que ver justamente con el rechazo a la idea de política en términos generales, a las formas orgánicas (sobre todo institucionales, pero también populares) de poder. Límites que explican la incapacidad del pueblo trabajador organizado por conformar una alternativa a corto plazo a medida que la clase dominante fue recomponiendo su crisis de hegemonía. Lo cierto es que tampoco se podía forzar un proceso que sólo podía darse a partir de una relación amistosa entre lo social y lo político. El saldo positivo de las puebladas no podía ser otro que un proceso subterráneo a largo plazo, en los márgenes de la conciencia, para la conformación de un espíritu revolucionario en las generaciones que todavía hoy están resurgiendo de las derrotas político-militar de los 70 y político-económica de los 80 y 90. En los hechos, en estos diez años, el pueblo exorcizó la política, ejerciendo grandes dosis de deliberación y movilización permanente. Si concebimos a las rebeliones como procesos complejos y contradictorios, que siembran conciencia para procesos nuevos, la pueblada del 20 es una victoria de la esperanza.

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“Sin las motos, no hubiera durado tanto el enfrentamiento”
Entrevista con Luciano Schillaci, del Sindicato Independiente de Mensajeros y Cadetes (SIMECA).
Según Luciano, más de 2 mil motoqueros lucharon ese 20 de diciembre, el 10% de los que trabajan en toda la capital. Se dividieron en 3 grupos principales: alrededor de 500 por Diagonal Sur, 500 por Av. de Mayo y 300 por Diagonal Norte. El resto se dividió en grupos y realizó acciones aisladas por todo el microcentro. Gastón Riva (30), un motoquero humilde de Ramallo, con tres hijos, recibió un disparo en el pecho mientras combatía en Av. de Mayo. Algunos hablan de otro motoquero asesinado, pero no hay registros comprobables, “es una leyenda”. Luciano luchó todo el día, cuando volvía se desmayó sobre la moto, a causa de los gases absorbidos. Se despertó al día siguiente en terapia intensiva, rodeado por la enfermera y un policía. Por suerte se recuperó rápido, pero cuenta que el 20 “volvió a nacer”.

-¿Cómo tomaron la decisión de ir a la plaza?
-El 19 a la tarde se hace una asamblea donde se decide, en conjunto con la organización HIJOS, movilizar a la Plaza de Mayo porque nos parecía que había que salir a la calle para enfrentar la crisis que atravesaba el país, para pelear por más justicia. Entonces, el 19 a eso de las 20 fuimos una de las primeras organizaciones que entró a la plaza. El 20 a la mañana, empezó como un día laboral para nosotros. El sindicato tenía organizados unos veinte compañeros activos y una periferia de unos 30 compañeros más. Pero ese día unos 8 o 9 se empezaron a congregar en el local de la calle México, que nos prestaba HIJOS. Cuando comienza la represión a las Madres, en vez de ir directamente a la Plaza , salen a juntar compañeros, a recorrer las paradas de motoqueros del microcentro, informando a la gente sobre la represión y convocando a la plaza, hasta que después de un par de vueltas se forman las columnas de más de 300 mensajeros en moto que se dirigieron a la plaza por la Av. Roque Sáenz Peña, donde ya comienzan los enfrentamientos con la policía. Yo llegué después de las 11 y ya había una columna de más de 500 motos, con miles de personas atrás, en Av. de Mayo y 9 de Julio. Para los mensajeros ese era nuestro lugar de trabajo, el microcentro, con nuestra herramienta que es la moto. O sea, luchamos en nuestro lugar de trabajo con nuestras herramientas. El enfrentamiento más grande, en ese momento, se dió sobre Diagonal Norte, donde la columna de motos se dividió en dos, unos 300 en cada lado, en una acción premeditada, para cercar a la columna policial, y ahí se produjo un enfrentamiento muy fuerte. Los compañeros me cuentan que le tiraban a la policía con botellas de Rutini, llenas, uno de los vinos más caros, porque lo que había a la mano era una vinoteca. La frase era ¡¡le tiramos con Rutini!!

-¿En qué consistieron las acciones de lucha de los motoqueros?
-Yo venía por Corrientes y ya desde Av. Pueyrredón se sentían los gases, me picaban los ojos. En la 9 de Julio y Rivadavia me encontré con tres compañeros y uno de ellos me dijo ¡vos manejá!, me encapuché con la remera, cargamos un casco con piedras y nos fuimos por Av. de Mayo hasta delante de todo; pusimos la moto de costado y le empezamos a tirar piedras a la policía, y ellos nos tiraban balas de goma. Entonces, lo que más hice yo ese día fue llenar el casco con piedras, ir hasta adelante, tirárselas a la policía y volver. A veces nos bajábamos de la moto, porque nos cansamos, y nos sumábamos a la gente que iba a pie. Fueron momentos de mucha tensión, donde salían heridos, a mi compañero le pegaron un balazo de goma muy fuerte en un brazo que lo lastimó mucho, vimos sacar gente con sangre sobre la Av. 9 de Julio, heridos de bala de plomo, fue un día muy furioso. Después nos sumamos a las columnas del Obelisco, que combatían contra un retén policial en Diagonal Norte, después nos fuimos por 9 de Julio hasta Bartolomé Mitre, donde participamos de un saqueo al Supermercado Norte, que prácticamente se vació. De ahí sacamos las provisiones: agua, limones para resistir los gases, galletitas para que coma la gente. Salían los changuitos llenos y quedaban ahí, la gente venía y se agarraba. Yo tenía uno lleno de botellas de agua, y salimos a repartirlas, que venían muy bien.

Los combates se registraron mayormente en Av. de Mayo, donde la policía retrocedía una cuadra, y nosotros íbamos y veníamos. El momento más largo fue cuando la policía hizo una barricada con camionetas sobre el semáforo que da sobre la plaza, para no retroceder más de ahí. Lo que pasa es que nosotros, en un momento, debíamos ser más de 500 motos, pero teníamos miles de personas a pie detrás de nosotros.

Ese día, la rebeldía de los motoqueros estuvo a flor de piel. Convivimos con la muerte todos los días, con la bronca de que el patrón le robe, entonces ese día descargó todo. El motoquero está muy acostumbrado al compañerismo, a la solidaridad. Por eso ese día tomó ese rol de repartir limones, ayudando a los que se caían, etc. Yo me acuerdo muy bien del mano a mano con la policía. Poníamos la moto como escudo y teníamos al tipo a 50 metros apuntándote con la escopeta de balas de goma, o que sacaba el chumbo y te apuntaba y vos ya sabías que había siete muertos. Gastón Rivas, nuestro compañero, ya había muerto sobre Tacuarí, a 100 metros de nosotros. Era una situación muy violenta, la muerte estaba muy cerca, pero primó la solidaridad con el pueblo. Los motoqueros fuimos parte de un todo, pusimos nuestro granito de arena, hubo grupos de motos por todo el centro todo el día…

-¿Cumplían funciones que otros no podían cumplir?
-Sí, de repente se alejaban del centro, agarraban una verdulería y traían los limones para repartir, llevar agua, la resistencia contra algunos coches de la policía que venían muy fuerte, con elementos contundentes, recorrer el centro y saber por dónde venía la cana, porque a veces aparecía por los costados y te cerraba, había un grupo de 15 o 20 motos, los más militantes del sindicato, que recorrían mucho, entonces llevaban la información de donde venía la fuerte, la mala. Fue una tarea solidaria no entre motoqueros sino con el pueblo. Los cóctel molotov que llevábamos no eran de los motoqueros. Vino un grupo de gente con eso y nos dijeron “vamos con ésta que viene la pesada” y los subíamos atrás. Hubo miles de enfrentamientos donde venía la gente y te decía “vamos que tengo ésto” y bueno, “subí”. Cumplimos un eslabón importante. Yo nunca estuve muy de acuerdo con la idea de que éramos la caballería del pueblo, pero de alguna manera fue algo así, el rol de desplazamiento rápido como fuerza contundente. Recalco la juventud de los pibes del sindicato, jugada a todo o nada, cuando ya hablábamos de muertos, incluso arriba de una moto, y los pibes no se iban. Y hubo momento en que la policía rebasaba la 9 de Julio, cientos de policías, y atrás teníamos un pueblo, docentes, desocupados, pibes de otros lugares, bancarios. Y el motoquero unió a todo ese grupo de gente desbandada. Y se generó un espíritu de cuerpo muy grande. La participación de motos el 20 de diciembre superó muchísimo la participación que tenía el sindicato en las actividades gremiales, superando ampliamente la capacidad organizativa del SIMECA. Y ver una columna de 500 motos da miedo, el ruido solo de los motores da miedo.

-¿Y le dio al pueblo una idea de protección?
-Y, lo que se daba es que iban las motos adelante y el pueblo atrás, entonces en cada columna donde se generaba un polo de resistencia había alrededor de 300 motos adelante y el pueblo que se iba sumando atrás tuyo. Le daba un valor importante a la lucha. Yo creo que sin las motos no hubiera durado tantas horas el enfrentamiento. Incluso, cuando se ponía jodida te tirabas atrás de la moto y ahí aguantabas los balazos de goma.

-¿Los caballos de la policía cómo reaccionaban ante las motos?
-Los caballos con las motos no se metían. Las motos estuvieron bien usadas. Hubo compañeros que se fueron por San Telmo y le prendieron fuego a la moto de un policía desprevenido. Cerca de ahí, otro patrullero que había quedado sin conductor lo agarraba el grupo de 20 motos que había quedado dando vueltas y de repente pum lo cagaban a piedrazas y se escapaban, y así todo el tiempo acciones que iban dando fuerza. Capaz vos estabas en una esquina resistiendo solo y de repente caían 20 o 30 motos y se mandaban una de comboy, y le iba dando fuerza a todo el conjunto, la policía nunca se esperó lo que podía pasar con las motos.

-¿El sindicato se sintió más unido después de esto?
-El gremio se sintió más unido, el sindicato se fortaleció, creció la solidaridad, y el orgullo de decir que aguantamos la parada, no nos fuimos, yo paraba laboralmente en Av. de Mayo y 9 de Julio, y la defendimos, no nos corrieron, pagamos con la muerte de un compañero, pero nos quedó la dignidad de haber estado ese día.

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"El infierno son los otros"

Entrevista con el periodista Hernán López Echagüe
-¿Hasta qué punto la pueblada de diciembre de 2001 fue una jugada del PJ o fue obra del mismo pueblo?
-Te confieso que nunca lo tuve muy claro. En todo caso, me inclino por una conjunción de factores. La crisis política y económica era insoportable. Todas las grietas y fisuras del sistema, y de esta democracia imprecisa, habían brotado. Por otra parte, la actitud de Ruckauf, Duhalde y algunos intendentes justicialistas del conurbano, fue obscena. Un par de meses ante de la caída de De la Rúa , Duhalde anunciaba en Estados Unidos que al final del año se iba a hacer cargo del gobierno; Ruckauf se la pasaba anunciando el caos. Hugo Moyano no hacía más que amenazar con una revuelta. El intendente de Moreno, Mariano West, incitó los saqueos en su región. La lista es larga.

El PJ en general tuvo una conducta por lo menos desdeñosa, le importaba un bledo la democracia, las instituciones.

Tampoco podemos olvidarnos de Alfonsín. En su departamento de la avenida Santa Fe se reunían periódicamente Leopoldo Moreau, Rodolfo Daer y Armando Cavallieri; Carlos West Ocampo, secretario de prensa de la CGT ; Ignacio De Mendiguren, Pedraza, Ruckauf y Duhalde, para tramar el cambio de gobierno.

Por supuesto, las organizaciones sociales autónomas que comenzaron a salir espontáneamente de su territorio y llegaron a la plaza, tuvieron también un papel importante. Las mismas organizaciones que semanas después el gobierno de Duhalde empezó a reprimir y perseguir con brutalidad, con la complacencia de los benditos ahorristas.

En esos días, en fin, hubo una miscelánea de propósitos, de reclamaciones, de intereses, que, al menos a mí, me cuesta mucho definir.

-¿Por qué a De la Rúa ? ¿Qué clase de político representa?
-De la Rúa fue otro de los factores. Un tipo insípido, conservador, pusilánime. El protagonista de la historieta Las puertitas del señor López. Salvo sus amigos, familiares y unos cuantos trasnochados que lo votaron porque creían ver en él a un hombre inteligente, con viveza y resolución, el resto de los votos, la mayor parte de los votos que obtuvo, estuvieron fundados en el hastío, en el cansancio, en la decisión de sacarse de encima a ese neomenemismo que representaban Duhalde-Palito Ortega. Es decir, no fueron votos a favor de algo, de una propuesta de cambio, menos aún fruto del carisma de De la Rúa , sino contra algo, votos de rechazo. Y eso le quita legitimidad a cualquier gobierno.

De la Rúa era un señor con campera de gamuza que no tenía capacidad ni para administrar la vida en un edificio. Y ganó las elecciones. Eso habla más de la ingenuidad de las personas que lo votaron, que de la ausencia de solidez de él.

-¿Por qué siguieron presentes algunas figuras nefastas a pesar del rechazo popular?
-Es que, como dije antes, fue un rechazo por razones disímiles y encontradas. Ahorristas, empresarios, dirigentes políticos, organizaciones sociales, sindicatos, movimientos de trabajadores desocupados, todos coincidieron en la urgencia de acabar con ese gobierno amorfo. No sólo se quedaron todos, sino que además buena parte de esos dirigentes y empresarios formó parte de los distintos gabinetes de Duhalde. Un crimen perfecto. Y los sectores sociales que de modo genuino habían salido a la calle y exigían que se fueran todos, se convirtieron en la presa exclusiva. Porque también tenemos que recordar que durante el 2002 las protestas callejeras continuaron, y la respuesta fueron balas y gases. A partir del asesinato de Kosteki y Santillán, esas protestas declinaron, por razones obvias, hasta quedar en el recuerdo. Salir a la calle a exigir un puesto de trabajo y un poco de comida, se convirtió en un acto temerario. Nadie se toma a la ligera la posibilidad de recibir un escopetazo en la espalda.

-¿Por qué este país no es capaz de juzgar a los responsables políticos de los asesinatos del 19 y 20 de diciembre? ¿Es una cuenta pendiente de la democracia?
-Es una sociedad que tiene el terrible hábito de tomar como lógicos o correspondientes a derecho los crímenes que comete el Estado, porque así nos lo enseñaron los medios de comunicación y en las escuelas y en las facultades durante muchos años, y se vuelve histérica, con arranques de puro fascismo, cuando el crimen lo comete un loco suelto. Pensemos, por ejemplo, en las movilizaciones que causó el caso Blumberg. El solipsismo del argentino medio, medio en todo aspecto, medio de entendimiento y de interés por lo que le ocurre al vecino, medio de fidelidad e infidelidad, medio de billetera y del sacrosanto consumo de gansadas, el argentino medio que vive en una soledad absoluta y que tiene a la relación con el otro como un hecho fuera de concierto. El infierno son los otros. Me acuerdo ahora de una reflexión de León Rozitchner sobre la conducta de la clase media ante las protestas: “Quieren una protesta sin ruido, una acción sin presencia, una existencia sin huella: una protesta que no exista como protesta. Quieren que los despojados y condenados a la lenta pena capital del hambre, la enfermedad y la muerte jueguen al oficio mudo: sin hablar y sin reír, como juegan los niños. Que no ejerzan una presencia que disturbe ese sueño sin pesadillas de los justos”.

-¿Qué significa un asesinato político para nuestra sociedad, después de haber padecido el terrorismo de Estado?
-Significa exactamente eso: un crimen político, es decir, un crimen que la mayor parte de la gente supone que no le compete. Una suerte de ajuste de cuentas entre el Estado y una organización política. Nada que ver con su vida. Cosas que pasan. Creo que la esencia del por algo será, continúa intacta, quizá más cautelosa, más disfrazada por una cuestión de decoro. La política, que a mi juicio debería tomarse como un oficio y nunca como una profesión o un empleo, está teñida de actividad en la que caben los gajes del oficio, es decir, si hacés política algo te puede ocurrir. Entonces, bancátela.

A veces me parece que al haber encapuchado y secuestrado a 30 mil personas, la dictadura logró encapuchar y secuestrar la identidad y el libre albedrío de millones. Lleva mucho tiempo recuperarse a sí mismo, reencontrarse. Además, no todos padecimos el terrorismo de Estado. Algunos, lo gozaron; a otros les sirvió para ganarse un sitio en la escala social y para hacer negocios. Las mayores fortunas, incluso la de varios dirigentes políticos, se construyeron durante esa época.

-¿Qué papel jugaron los símbolos en la pueblada? Me refiero a la plaza de mayo, a las madres, al helicóptero, a los bancos, al Mc Donalds, etc.
-Símbolos, nada más que símbolos, que como todos los símbolos tienden a ser equívocos y evanescentes. Lemas, banderas, emblemas. No se puede sacar nada en limpio de un conjunto de imágenes. Sirven para recordar, para traernos a la memoria determinados momentos de la historia, pero allí mueren si uno no se pone a hurgar en ese símbolo, a intentar descubrir todo lo que esa imagen inmóvil sugiere y aviva: el mundo circundante e invisible que le otorga alma y sentido a la escena. ¿Qué puede decirnos una imagen del Che en la bandera de un sindicato que tiene a un mafioso como líder? ¿Y en el hombro de un tipo que según los soles apoya a Menem o a Fidel? Símbolos, nada más que símbolos. ¿Qué nos quiere decir Alfredo Leuco, por ejemplo, cuando en un editorial trata de figurarse la trascendencia que tendría Walsh, hoy, escribiendo en Clarín? Los símbolos confunden, son utilizados para ocultar otras cosas. Engañan, los símbolos. Cosifican. Crean un entusiasmo falso. Se usan para lavar culpas. Para excusarse de ciertas responsabilidades. Los muertos de diciembre, y Kosteki y Santillán y el Pocho Lepratti, por ejemplo, no pueden ser símbolos, no podemos relegar esos hechos a la nebulosa del símbolo. Representan mucho más, representan una entrega, un modo de vida, de relación con el otro, de cierta generosidad, digamos.

-Al día de hoy pareciera que la crisis política del 2001 fue solo un sueño. ¿Por qué le cuesta tanto a la izquierda argentina presentar una alternativa?
-No fue un sueño. Fue una espantosa realidad que tuvo como culminación el asesinato de más de 30 personas, la llegada a la presidencia de la nación de un personaje como Duhalde, la transferencia de la deuda privada al Estado y otras delicias. Hace tiempo que la izquierda perdió el norte, si es que alguna vez lo tuvo. Los partidos de izquierda cometieron la estupidez de llevar hacia su interior los mismos vicios y las mismas taras que son el rasgo más distintivo de los partidos burgueses y conservadores. Peleas internas por candidaturas, discursos huecos, la declamación y el énfasis, y la retórica en lugar de palabra directa.

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Entrevista con Atilio Borón

“La pueblada asustó mucho a la clase dominante”
-¿Se puede decir que la pueblada produjo un cambio de modelo económico?
-No, el modelo económico, en lo esencial, se ha mantenido, a lo largo de los años. Cuando digo lo esencial qué te estoy diciendo, un modelo en donde se privilegia la extranjerización de la economía. Ahora habría una tentativa de la presidenta de poner límite a eso en materia agropecuaria, pero las dos apariciones públicas de Cristina (Fernández) en el medio empresarial fue en la General Motors y en otra fábrica del sur, una fábrica recuperada que quedó en manos de una empresa extranjera. O sea, la extranjerización es un rasgo decisivo del viejo modelo neoliberal, la concentración de ingresos es un rasgo decisivo que sigue su curso; la Argentina hoy tiene un índice de polarización económica en donde el 10% más rico gana 27 veces más que el 10% más pobre, y eso que el gobierno hizo un esfuerzo para bajar esto, porque estaba en 32 o 33, pero cuando empezamos el período democrático estábamos en 13. O sea que hoy en día tenés un orden económico-social que es el doble de injusto de lo que era hace 30 años atrás. Otro rasgo decisivo del modelo neoliberal es una estructura impositiva profundamente regresiva, en la que si por ejemplo vos tenés un autito, un Renault 12 modelo 75, y lo vendés en Florencio Varela, tenés que pagar un impuesto a la transferencia de activo, una tasa municipal, que fluctúa entre el 5 y el 7%, depende del caso. Pero si vendés una gran empresa como YPF, como se la vendió a Repsol en 16 mil millones de dólares, y eso generó un impuesto “cero” para el Estado. Pagás ganancia si sos un maestro o un camionero, pero si sos un depositante de plazo fijo que al cabo de un año tiene una ganancia muy sustancial, no pagás ni un peso, porque el plazo fijo está excento del pago de ganancias. Son todos los rasgos típicos del modelo neoliberal, que lamentablemente todavía persisten entre nosotros.

-¿Qué cambios políticos se produjeron a partir del 20 de diciembre?
-Hubo cambios importantes, pero no te olvides que el 20 de diciembre pone fin a un caso de aplicación rabiosa de neoliberalismo, que da lugar luego a la aplicación de un modelo neoliberal mucho más pulcro y mejor ordenado. No te olvides que quien se hace cargo de la reestructuración del modelo económico es el ministro (Roberto) Lavagna, que fue el ministro de los primeros dos años del gobierno de (Néstor) Kirchner, o sea que hay un elemento de continuidad indiscutible. Hubo algunos cambios importantes que hizo el gobierno, pero no cambiaron la estructura fundamental del modelo neoliberal. ¿Cuáles fueron? Primero y más importante, la quita de los bonos de la deuda externa. El segundo cambio importante es la Asignación Universal por Hijo, que de hecho era una bandera de la oposición al kirchnerismo los primeros años y que luego por suerte la presidenta adoptó ese programa sin preocuparse de quién lo había propuesto y gracias a eso se produjo una mejoría muy significativa de un sector muy importante del campo popular. Aparte, cambiaron algunos elementos como la reestatización de las AFJP, cuya privatización había sido votada por gente de este mismo gobierno. Es decir, son cambios importantes, pero que no alteran las estructuras fundamentales del modelo neoliberal, que todavía tiene, como uno de sus puntales, la ley de entidades financieras, que rige todo el sistema financiero y bancario de la Argentina , que es la ley de Martínez de Hoz. Esto es importante, para señalar la magnitud de las tareas aún por hacer en el terreno económico.

-¿Se recompuso la hegemonía de la clase dominante, que estaba bastante rota en aquel momento?
-Se recompuso ciertamente, pero teniendo que hacer una serie de concesiones. Porque la pueblada del 19 y 20 de diciembre los asustó mucho, entonces estuvieron dispuestos a aceptar cosas que antes no aceptaban, pero de todas maneras hay un dato muy significativo, que más allá del debate que algunos sectores en algún momento pueden tener con el gobierno nacional, pensá el debate con los campestres en el 2008, no en la actualidad, lo que uno nota es que la clase dominante ha respaldado de manera muy fuerte la gestión del actual gobierno. Incluso las declaraciones de Franco Macri hace ya tiempo diciendo que éste es el mejor gobierno, la forma en que actúa Ignacio de Mendiguren en la Unión Industrial Argentina, y algo mucho más contundente todavía, fijate cómo fue el voto agrario en las provincias en los distritos sojeros que fue abrumadoramente favorable a Cristina. Más allá de chisporroteos ocasionales, que son inevitables, hay una muy buena relación entre el Estado y las clases dominantes.

-¿Qué diferenciás de los saqueos del 89 con respecto a esta pueblada?
-Ahora ha habido una situación de mejoría que es indiscutible. La Argentina ha tenido 8 años de crecimiento económico muy significativo, que no se puede atribuir solo al viento de cola del comercio internacional, que existe, pero que el gobierno supo aprovechar muy bien, es un mérito del gobierno. Que ha implementado políticas sociales de alcance universal muy significativas, no solamente la Asignación , sino también la extensión del régimen jubilatorio a amas de casa y a personas que, debido a la informalidad en la relación laboral de la Argentina , no tenían cobertura provisional. O sea que ha habido una serie de medidas concretas que favorecieron a los sectores más postergados de la sociedad argentina y eso explica la posición tan impresionante que tuvo la presidenta en las elecciones del 23 de octubre. Y en ese contexto, respondiendo a tu pregunta, lo que antes aparecía como única alternativa al saqueo, producto de la hiperinflación, hoy en día aparece como una alternativa absolutamente marginal, poco atractiva, y totalmente innecesaria.

-Este proceso de puebladas que tuvo el país en la década pasada, ¿se corresponde con procesos similares en otros países de Latinoamérica?
-Yo diría que lo de las puebladas tiene que ver con una serie de cambios que se fueron produciendo en América Latina, sin ninguna duda, que tienen que ver con la emergencia de un fenómeno como el chavismo en Venezuela, la experiencia de Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, la misma supervivencia de la Revolución Cubana , demostrando que si vos te apartás de las políticas neoliberales no necesariamente te caés en el infierno, Y yo creo que el 19 y 20 en ese sentido estuvo favorecido por todo eso que estaba ocurriendo y que por ejemplo ya habían ocurrido los grandes incidentes en Seattle, en la Asamblea Conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, había transcurrido la primera edición del Foro Social en Porto Alegre. O sea, había un clima de ascenso de la lucha de masas en América Latina que se reflejó en Argentina y el carácter reaccionario del gobierno de De la Rúa , la torpeza con la cual se implementaron esas políticas y el grado muy fuerte de insatisfacción popular, provocó lo contrario. 
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Por Mariano Pacheco
A las 00.00 horas del 20 de diciembre de 2001 unas 100 mil personas entonaron el Himno Nacional en la Plaza de Mayo y a los veinte minutos caravanas de manifestantes se concentraron simultáneamente en la Quinta de Olivos y en Palermo, frente al domicilio del ministro de Economía que, media hora mas tarde, ya no lo sería. A las 0.50 comenzó la represión en Plaza de Mayo: cientos de personas resistieron a cascotazos las balas de goma y gases lacrimógenos. Minutos más tarde comenzaban a arder las palmeras de la Plaza, y con ellas, el país entero se encendía: se había iniciado la insurrección.

Se estipula que fueron 122 los supermercados y comercios del Gran Buenos Aires saqueados durante el día 19, y 17 los de la Capital Federal. Según las noticias de primera hora del 20, el día había amanecido con siete nuevos muertos. Las protestas y saqueos se habían multiplicado con el correr de las horas en distintos lugares del país y el Partido Justicialista, a través de Carlos Saúl Menem, Carlos Ruckauf y Eduardo Duhalde, habían expresado su apoyo al estado de sitio decretado por el presidente Fernando De La Rúa la noche anterior.

A las 10.15 una muchedumbre se concentró en Plaza de Mayo. A los 15 minutos, la montada avanzó sobre las Madres de Plaza de Mayo. A las 13 se cumplieron 12 horas desde la renuncia de Domingo Cavallo. El mismo que siendo ministro de Economía durante la presidencia de Menem había implantado el Plan de Convertibilidad. El mismo que promovió las privatizaciones para cancelar la deuda y generar un nuevo endeudamiento del país. A las 14 horas se desarrollaron enfrentamientos en Mar del Plata, Córdoba, Río Negro, Mendoza, Neuquén y Chubut. Desde entonces el micro-centro porteño fue epicentro de un acontecimiento inédito en la historia del país: durante horas, miles de personas sostuvieron enfrentamientos callejeros con las fuerzas de represión del Estado, que ese día agotaron sus municiones de balas de goma.

Para entonces, el “ejercito de pobres” (según expresiones del propio diario Clarín) se había incrementado durante el último año en 3 millones de personas, es decir, a un ritmo de 8.260 por día.

Un semestre intenso
La inmensa movilización del 3 de julio de 2002, desde el Puente Pueyrredón (al Sur del Conurbano Bonaerense) hacia el centro mismo de la ciudad de Buenos Aires (Plaza de Mayo), para repudiar los asesinatos de los jóvenes militantes Maximiliano Korteki y Darío Santillán (ocurridos el 26 de junio del mismo año durante la denominada “Masacre de Avellaneda”), fueron tal vez la última expresión de la insurrección de diciembre de 2001. Ese día importantes sectores de la sociedad argentina se movilizaron (o brindaron activo apoyo y muestras de simpatías con los movilizados) para decirle No a la represión y frenar los intentos del régimen por imponer su fase autoritaria.

Pero los trágicos episodios también pusieron pusieron un claro límite al ascendente movimiento de protesta, que había tenido al movimiento piquetero como eje dinamizador del conflicto social, pero que incluía además a estudiantes secundarios y universitarios, vecinos de barrios de sectores medios agrupados en las Asambleas Populares, asalariados que habían ocupado sus lugares de trabajo y los habían puesto a funcionar bajo la modalidad “cooperativa” o de “control obrero” y otros tantos que, desde sus gremios, seguían con la basta tradición de lucha del movimiento obrero argentino (como los estatales y los docentes).

Luchas por mayor salario, por la defensa del empleo, contra el hambre y la represión pero que enlazaron durante meses con un cuestionamiento al orden social y el régimen político.

Por algunos meses la crisis se llevó puesto a los partidos políticos, a la mayoría de los sindicatos, en fin, a los modos tradicionales de hacer política en al Argentina. En este sentido, las jornadas del 19/20 colocaron a la política misma en otro lugar. De algún modo, la insurrección permitió hacernos nuevamente la pregunta acerca de qué es, qué entendemos por política.

Es que las crisis suelen funcionar como momentos de desperezo, de apertura de la historia. Por eso suelen ser enormemente productivos y se erigen como un reto enorme para el pensamiento político crítico y las prácticas cuestionadoras del orden social. ¿Es posible permanecer actuando y pensando en el interior mismo de la crisis? Esa, de algún modo, es la pregunta que el kirchnerismo buscó anular, o al menos, tramitar solo de un modo estatal (el lugar estabilizador por excelencia, y por lo tanto, contrario a la crisis –recordemos que etimologicamente la palabra estado deriva de estatio–).

Pensar desde la crisis, en cambio, implica concebir que el motor de los cambios está en el conflicto y que, precisamente porque es el conflicto el motor del cambio, no podemos saber, de antemano, cuales pueden llegar a ser los resultados. En este sentido, diciembre de 2001 opera como símbolo generacional y una determinada porción del campo popular de nuestro país (generacional y no etario, puesto que hay, por ejemplo, tanto setentista como adolescentes que se identifican con él).

¿Qué queda hoy de las jornadas de aquel diciembre de una década y media atrás? Solo huellas de un cierto imaginario insuergente, y también, el fantasma de la crisis entendida como desorden que hay que limitar. De allí que para mucha gente 2001 sino sinónimo del infierno, de aquello que hay que conjurar, a lo que no hay que regresar. Sin embargo, las militancias que se identifican con él, no deberían apresurarse en traducir esa fecha en término de ceremonia de recordatorio (rememorar es reactualizar, recordar es la más de las veces quedarse anclado en la impotente nostalgia). Porque aquellos días (semanas, meses) fueron momentos de apertura a la impugnación del orden social, de sus clasificaciones y jerarquizaciones, de sus lenguajes, y por lo tanto, un breve período de aceleración temporal, donde el orden fue desnaturalizado, conmovido, puesto en cuestión, y la política, vivenciada por miles de personas lejos de las coordenadas de la mera gestión.

La larga década
Por primera vez en medio siglo los nombres de Perón y Evita fueron los grandes ausentes y, el peronismo, no gravitó la política popular durante ese primer semestre de 2002.

De algún modo, eso que pasó con el tiempo a llamarse kirchnerismo fue quien mejor leyó esa situación, y su irrupción implicó un retorno a lo conocido pero dando cuenta de los cambios acontecidos. Un peronismo pasado por derechos humanos y que se pasó por alto la década neoliberal. Desde el primer momento Néstor Kirchner leyó lo que las Madres de Plaza de Mayo habían implicado para la subjetividad de los argentinos desde los momentos mismos de la última dictadura, hasta entonces y sobre todo, lo que la figura de Hebe de Bonafini había implicado para las luchas de la post-dictadura (la de los organismos en particular, pero sobre todo, la del movimiento popular en general). También la necesidad de irse para atrás en el tiempo en la reivindicación del peronismo, sobre todo del tercero (ese que el historiador Alejandro Horowicz fechó entre el inicio de la campaña del “Luche y vuelve” hasta la caída de Héctor J. Cámpora de la presidencia de la Nación). Algo similar sucedió con los sindicatos, que habían perdido centralidad en la protesta y en las calles (no es casual que apareciera Hugo Moyano como principal referencia del mundo obrero, el camionero que sí participó de las protestas y las luchas en las calles en los años 90) incluso con el aparato partidario peronista, que con aire sureños comenzó a ser llamado Frente para la Victoria (“De estos y otros materiales se nutre la discusión que de inmediato emerge en las áreas de la izquierda y el peronismo”, escribió alguna vez Horacio González, quien aclara que el debate se refiere a si Kirchner “irrumpe para clausurar el gesto creativo de las asambleas o si la necesaria cuota de institucionalidad que él restituye, lleva en su esencia lo más activo del asambleismo”).

Sindicatos, partidos integrados al sistema político parlamentario y organismos de derechos humanos apoyando políticos de Estado: el reverso progresista de las jornadas de diciembre de 2001.

La izquierda liberal, por su parte –tan afecta a los lamentos y las quejas– encontró en el concepto de “cooptación” su palabra-clave para explicar todos los males. También para disfrazar sus incapacidades. La denominada “Nueva Izquierda”, fuerte en la protesta callejera y la organización social de base durante esos meses, adolecía de una proyección política más de largo plazo, pero por sobre todas las cosas, no tenía condiciones históricas para llevar el proceso más allá (precariedad estructural de sus bases, escasa experiencia de sus cuadros, corto recorrido de existencia, ausencia de respaldo histórico sobre el cual apoyarse, entre otros elementos).

Durante la última larga década el 2001 permaneció bajo el modo de huellas en un gran número de prácticas micro-políticas que, sin embargo, no lograron prácticamente expresarse en la dimensión macro-política. También hubo importantes luchas populares, e incluso muchas de ellas protagonizadas por organizaciones que partían de un suelo existencial y simbólico ligado a las jornadas del 19 y 20: la consigna zapatista “desde abajo y a la izquierda” puede servir para sintetizar aquel ethos, centrado en la des-burocratización de las instancias de participación, la ligazón del proyecto estratégico con la cotidianeidad y el intento de no-escisión entre ética y política. Así, de organizaciones que lucharon contra el hambre en los noventa, surgieron durante los años kirchneristas algunas experiencias ligadas a la autogestión del trabajo y otras esferas de la vida social: cooperativas de producción y consumo de las cuales se alimentaron y “beneficiaron” miles de familias; Bachilleratos Populares que garantizaron (con título oficial otorgado por Estado incluso) el egreso del colegio secundario de otras cientos de personas (sobre todo en la provincia de Buenos Aires); nuevos colectivos de comunicación y cultura popular; promoción de políticas de género y diversidad sexual al interior de estos nuevos movimientos sociales e incluso esbozo de construcciones de un sindicalismo de base. Pero no lograron coagular en movimientos de masas e, incluso algunas de sus expresiones más radicalizadas, terminaron la década asimiladas a las lógicas políticas dominantes.

Hubo, desde luego, algunas excepciones: el movimiento de luchas en defensa de los bienes comunes, el de las luchas por la vivienda digna y en defensa de la educación pública. El primero encontró en la Unión de Asambleas Ciudadanas (UAC) su herramienta organizativa más visible (2006-2016) y en el bloqueo producido a la empresa multinacional Monsanto en Córdoba (2013-2016) su cara más radicalizada. El segundo tuvo su mayor grado de visibilización en la “Carpa villera” que se instaló durante 53 días en plena Ciudad Autónoma de Buenos Aires (2014). El tercero libró numerosas luchas en distintas ciudades del país (con epicentro en La Plata, Buenos Aires y Córdoba), cuyos protagonistas fueron a algunas veces los estudiantes secundarios, otras los universitarios y en ocasiones ambos juntos (palabras aparte merecería el conflicto docente en la Patagonia, cuyo rostro más trágico podemos encontrarlo en el asesinato del maestro Carlos Fuentealba). Más ligados a las izquierdas y sobre todo a su fracción “independiente”, fueron los Foros de Educación para el Cambio Social, pero a pesar de su masividad no lograron salirse del plano discursivo y con el paso de los años cayeron, como tantas otras experiencias, en nuevos modos de ensimismamiento. Y esta, tal vez, es una palabra que pueda ayudarnos a entender por qué ninguna de las experiencias mencionadas pudo erigirse en un movimiento de masas que impusiera agenda en la coyuntura, que referenciara con sus luchas a otros atores y, ni que hablar, que pudiera acaudillar otros sectores populares.

El largo año
El primer semestre macrista encontró al movimiento popular con poca capacidad de reacción, si bien desde diciembre de 2015 los trabajadores del Estado y otras fracciones del movimiento obrero dieron pelea contra los despidos que fueron el primer golpe de la gestión encabezada por el ingeniero Mauricio Macri.

El segundo semestre del año encontró a diferentes sectores populares peleando en las calles e incluso se produjeron algunos cruces inéditos en la historia reciente de nuestro país, como la confluencia en movilizaciones de trabajadores encuadrados en la CGT (También en las CTA) y ese gran precarizado que tiene en la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) su herramienta más visible y numerosa (aunque existen otras, y también, numerosas organizaciones territoriales).

Desde principios de año un cierto afán nostálgico pesó sobre las miitancias de diverso origen e identificación ideológica, y fue la de asociar el embate macrista con el neoliberalismo menemista y, por lo tanto, con agitar ciertas imágenes del pasado de las resistencia. De ser una operación destinada a reconstruir un imaginario de resistencia, entiende este cronista, dichas operaciones podrían tener cierta eficacia, sin van acompañadas por creativas medidas políticas que puedan dar cuenta de la situación concreta que hoy atravesamos como pueblo. De lo contrario, serán una más de las tantas actitudes que no logran entender que nunca una situación política es igual a otra del pasado y que por más radicalizadas que sean las consignas y las imágenes que se utilicen, solo serán disruptivas aquellas iniciativas que logren reactualizar la rebelión en términos de contagiar indignación contra lo que sucede, transformar la bronca en peleas en las calles y la protesta en resistencia. A partir de allí, seguramente, pueda hablarse de un 2001 que no pueda ser asimilado por las clases dominantes: un diciembre que funcione como fantasma insurrecto. Entonces los muertos de aquellos días dejarán de pertenecer al botín de guerra de los que casi siempre han ganado en la historia, para pasar a ser estandarte que alimente los deseos de transformación social. ************************************************


Revista Venceremos Dic. 2016

Desde aquel 20 de diciembre, ya nada sería igual. Apenas tenía 16 años y alguna que otra movilización encima, pero los que vivimos aquella jornada no lo dudamos jamás, sabíamos que ese día no era uno más. El estado de sitio decretado por el presidente De la Rúa, luego de todo un día de saqueos fogoneados desde el PJ pero protagonizados por un pueblo hambriento que desde hacía años ya no se dejaba ocultar, fue el detonante de la bronca acumulada luego de años de resistencia. De a cientos salíamos a la calle la noche del 19, algunos quedaban en las esquinas de los barrios prendiendo fuego basura y otros nos agolpábamos en las avenidas, era una marea humana que avanzaba a Congreso y luego a Plaza de Mayo. Allí nos recibió la policía a gases lacrimógenos y balas de goma, dando inicio a una batalla que duraría hasta largas horas de la noche y se reiniciaría al otro día hasta que por la tarde el helicóptero se llevase al renunciante presidente, sin antes dejar decenas de los nuestros muertos tirados por las calles. Por primera vez, había visto a la policía retroceder, una y otra vez, esa imagen quedo grabada en mi conciencia y me acompaña desde aquellos días la certeza de que cuando un pueblo se decide a avanzar nada lo puede detener.
 
Aquellas jornadas, representaron el fin del modelo neoliberal noventista. Este proceso abarcó a casi toda la región sudamericana con distintas manifestaciones. En nuestro país, el estallido social fue el resultado de años de resistencia, el movimiento de desocupados fue el gran protagonista. Retomando el histórico método del piquete, los marginados del sistema ponían en las rutas lo único que les quedaba, su cuerpo. Y así ganaron notoriedad los pueblos de Cutral Co, Tartagal, Matanza y tantos otros. La consigna “piquete y cacerolas, la lucha es una sola” que agitábamos en los días posteriores al estallido y que se hacía eco en el pueblo movilizado, fue la expresión de deseo de trazar un camino común entre la vieja y la nueva resistencia, entre el pueblo humilde y los sectores medios, entre el movimiento piquetero y el asambleario que formamos tras la rebelión. Claro que también confluyeron aquel 19 y 20 otras resistencias, como el santiagazo y las grandes puebladas del interior del país, los jubilados de Norma Pla y los miércoles, los estudiantes que defendimos la gratuidad de la escuela pública y que desplazamos de nuestras organizaciones a la cómplice Franja Morada, los ferroviarios y petroleros que lucharon contra las privatizaciones, los docentes y los estatales que enfrentaron la precariedad, los ahorristas estafados y tantas otras.
 
El sistema vivió una crisis orgánica en términos de Gramsci, la clase dominante perdió el consenso, el grito común de “que se vayan todos” fue la expresión más clara de ello. Sin embargo, los dominados no supimos construir un proyecto común capaz de oponérsele. El kirchnerismo tomaría varias banderas de aquellos días otorgando distintas conquistas sociales, se encargaría de reconstruir el consenso del sistema sin alterar su estructura económica dependiente ni construir herramientas que empoderen al pueblo movilizado.

En estos tiempos de nuevas derechas, se ha abierto un nuevo ciclo político en la región al cual no le caben viejas categorizaciones. Los derechos conquistados se encuentran amenazados y la resistencia vuelve a ser protagonizada por el sector que en aquellos días como en la actualidad ha demostrado ser el más dinámico de la clase trabajadora que son los marginados del sistema. Estos marginados, viejos desocupados que tuvieron que reinventarse para sobrevivir, hoy se reconocen como trabajadores y trabajadoras de la economía popular y ya no parten de cero, cuentan con una experiencia acumulada de más 20 años de lucha. Por eso recordar a quince años aquel 19 y 20 de diciembre del 2001, es un ejercicio necesario para repensar los límites del pasado, tener presentes aquellos sueños y construir el camino para hacerlos realidad.

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