sábado, 31 de diciembre de 2016

Mi hijo Raúl Pellegrin 3



Mi hijo Raúl Pellegrin 3

1976-1983: Exilio en Cuba
Dejamos atrás muchos amigos alemanes y chilenos que permanecieron por años en Frankfurt. Alejandro, aunque no nos decía nada, tenía muy claro lo que iba a hacer de su vida. Llegando a La Habana, yo ignorante de todo, al mismo tiempo que tramitaba en el Ministerio de Educación el ingreso a un colegio para Carla, recorría la Universidad de La Habana. Trataba de matricular a los hijos mayores. En Periodismo a Andrea e Ingeniería Civil a Alejandro. Al terminar el trámite me enteré que él se incorporaría a la formación militar junto a muchos jóvenes llegados de otros países.
Estudió en la Academia General Antonio Maceo en Ceiba del Agua. Formó parte del grupo inicial desde 1976. Perteneció al contingente de Tropas Generales en la especialidad de Ciencias Sociales y Políticas. Todo había sido planeado entre Alejandro, Raúl padre y el Partido Comunista de Chile. La madre quedaba al margen y compartimentada como me mantuvieron durante todos los años siguientes. La revolución tenía a la mujer como socia minoritaria.
En Cuba mi hijo estudió hasta 1979. Al comienzo de ese año Fidel Castro reunió al contingente de militares chilenos y les planteó la necesidad de ir a apoyar al Frente Sandinista en su lucha contra Anastasio Somoza. La mayoría de los jóvenes, con gran alegría y orgullosos de la tarea que se les encomendaba, lanzaron sus gorras al aire y cantaron La Internacional. Una vez terminado el encuentro, quedaron a la espera
80 de la decisión superior. A unos se les pasó por la mente ¿y si los viejos del Partido dicen que no? Pero estaban decididos a partir porque era una tarea internacionalista con un claro objetivo. Todos querían ser de los primeros.
Alejandro partió en el segundo vuelo. Me contaron que el grupo iba en el avión como si no se conocieran. Pero sus safaris, trajes de manga corta, y los maletines eran todos del mismo corte, sólo de color diferente. Cada militar chileno iba del brazo de una joven del Ministerio del Interior.
Así, desde el Punto Cero21 en La Habana, clandestinamente partió el contingente de chilenos a Nicaragua. Nosotros no supimos de ellos hasta después que habían partido. Veíamos las noticias en la TV y no se nos ocurría que en esa guerra sandinista estaba Alejandro y el papá de nuestro nieto Ángel. Después nos llegaron unas mochilas con sus ropas de trabajo y recién ahí nos entró la preocupación.
Pasó un tiempo y por una carta en que nos comunicaba que se casaría el 26 de julio, nos enteramos de la existencia de Panchita. Se casaron en 1979 en el Registro Civil de Chinandega, y supe que muchos compañeros, amigos y comandantes presenciaron la ceremonia. Me enteré también que cuando tuvo que decir su nombre, para favorecer el futuro del niño que venía en camino, hizo salir a todos y solo al juez que oficializaba el matrimonio le mostró el carné de conductor en el que aparecía su nombre legal: Raúl Pellegrin. Esta acción significó que Carla Iskra pudo ser reconocida como hija de un ejecutado político chileno, luego que el caso de Alejandro formó parte del Informe Rettig. Años después fue favorecida con la Beca Presidente de la República de Chile.
Durante el embarazo de Panchita, tejí un número exagerado de chalecos y gorritos. A ningún hijo le había tejido tanto, tan prolijo y tan lindo. La búsqueda de lana o hilo no era difícil. Muy pocas mujeres cubanas tejían. Estaban acostumbradas a comprar la canastilla con toda la ropita hecha. Así que yo no tenía problemas en conseguir material y lo tejía todo. Cada día de la semana iba de copiloto de Raúl entre Alamar y el Comité Estatal de la Construcción, donde trabajábamos en esa época. En el trayecto de ida y vuelta, alcanzaba a hacer un chalequito en pocos días.




21 Centro de Entrenamiento e instrucción militar para lucha irregular.
A Alejandro le correspondía ir cada cierto tiempo a La Habana. Yo 81
suponía que era de vacaciones. Se asombró de ver tanta y tan linda ropita que le hice a la niña. Como habíamos contado la noticia a nuestras amigas alemanas, aumentaron la canastilla con piluchos y vestiditos europeos. Alcanzó a llegar antes que naciera la niña. Volvió radiante a Managua con su maleta llena de ropa para la niña. Al tiempo nos llevó unas fotos de Carlita Iskra que me emocionaron. Una hermosa nieta. Mandamos pasaje a Panchita y a ella para que vinieran a pasar un tiempo con nosotros… Alejandro, por teléfono, nos dijo que era el mejor regalo que podíamos haberle hecho en su vida. Llegaron solas el día 25 de diciembre de 1981, el mismo día del primer cumpleaños de Carlita y pudimos celebrárselo
con torta y una velita.
Vivimos dos años y medio con ellos en La Habana. Como Alejandro y Panchita iniciaron una beca que les permitía llegar a casa solo los fines de semana, a la niña, que nos conquistó a todos, la cuidábamos la tía Andrea y nosotros, los abuelos.

Regaloneos a su hija

Relata su hermana Andrea:
En 1982 nos tocó vivir una situación familiar poco usual. Mi hermano, la Panchita y Carlita, su hija, llegaron desde Nicaragua a pasar un tiempo en La Habana. El Alejo llegaba todas las tardes temprano de su trabajo, a encargarse de la niña.
Le preparaba la comida, comían juntos y, cuando había algo que a ella no le gustaba, para convencerla de que siguiera comiendo, inventaba cualquier cosa sorprendente. Varias veces lo vi subirse a un sillón, aletear y piar como un pajarito, Otras, le cantaba o contaba un cuento.
Cuando ya caía la tarde, salíamos a caminar por el tranquilo y aislado barrio de Aldabó, a varios kilómetros de La Habana. Generalmente dábamos vueltas a la manzana. Yo llevaba en brazos a mi hijo de 6 meses, y él se encargaba de la Carlita. Como toda niña, aprovechaba de subirse a cada banco y se lanzaba a la calle. Recorría las vereditas, y nos dirigía en los juegos. Esos fueron los momentos en que pudimos conversar él y yo, sobre todo cuando ella
82 encontraba algún juego solita y nos daba permiso para sentarnos a descansar.
Algunas tardes salíamos en familia: con mis padres y cuñada. En esas ocasiones, la niña nos cantaba, nos recitaba, nos hacía corear las canciones y poesías que le enseñaban en el Círculo Infantil. Y nosotros le cantábamos canciones chilenas. Aprendía rápidamente desde “Caballito Blanco”, “Gallito de la Pasión”, “Pin Pon es un muñeco” hasta “Amarillo es el canario”.
Nos organizaba en la calle para que no nos perdiéramos. Nos juntaba de a dos, hacía que nos tomáramos las manos y camináramos cantando. Ella, Carlita, encabezaba este paseo, para gran sorpresa de los vecinos del barrio. El que más la celebraba era Alejandro; tenía verdadera chochera con la niña.
Cuando caía la noche, la bañaba, le ponía su pijama, le preparaba la “pacha” (mamadera) y la hacía dormir con canciones y cuentos.


Se despidió de Panchita y su hija cuando la niña tenía tres años. Fue en el tiempo en que a nuestra familia le levantaron la prohibición de entrar al país y retornamos a Chile. No podíamos llevar a Carlita con nosotros.
Alejandro partiría a Chile en esa misma época. Por eso Panchita 83 y la niña se volvieron a Nicaragua. Fue a dejarlas al punto en que las recogerían para llevarlas al aeropuerto. Creo que no se vieron más.
Cuando regresó a la casa, lloramos abrazados.
Al dejar Cuba, los sentimientos de alegría porque regresábamos al nido donde teníamos tanta familia se entremezclaban con mucha tristeza. Nos alejábamos de los dos hijos menores, de ese nuevo y querido velloncito, hija de Alejandro y Panchita, y de tantos amigos cubanos. Antes de irnos a Chile pasamos una semana en casa de Panchita, en Managua. Disfrutamos a la nieta y nos empeñamos en apoyar a esa nueva familia que se nos sumaba. Raúl padre compró herramientas y todos trabajamos fabricando muebles y repisas. Recuerdo la impresión de ver a Panchita con el fusil al hombro aserruchando una tabla. Trabajaba todo el día fuera y aunque llegaba como a las siete de la tarde, se sumaba a nuestro trabajo de carpintería.
Teníamos que turnarnos, porque Carlita pedía que la “chineáramos” y la pasábamos de los brazos de uno a otro. Además de ser muy regalona se ponía celosa de Ángel, su primito de once meses que vivía cargado por Andrea, su mamá.

Sobre los estudios de Raúl Alejandro

Rafael Muñoz, el menor de los amigos de Alejandro, me cuenta que él era un niño de quince años cuando entró a la carrera militar. Como amigo y compañero de estudios de Alejandro llegó a nuestra casa, donde fue recibido con mucho cariño. Dijo que revisando sus diplomas recordó que solo Roberto Nordenflicht, Alejandro y él fueron calificados como sobresalientes al final de la carrera, un diploma verde y variopinto en que la palabra “sobresaliente” aparece en un rojo violento. Para eso, en los años de estudio siempre obtuvieron las mejores notas. Solo un par de veces en toda la carrera Alejandro, Roberto y él tuvieron un 4,0 (Bien), siendo el máximo de 5,0 (Sobresaliente). En algunas oportunidades fueron juntos a escuchar conferencias en que él no entendía “ni jota”. Recuerda una en que Carlos Lage22 hablaba sobre la situación política del momento. Al salir, Alejandro le explicó todo con tal claridad que se asombraba por no haber captado nada. Cuando su amigo le explicaba,

22 Dirigente político del gobierno cubano.
84 lo hacía con una sencillez maravillosa, era poseedor de la cualidad de “hablar en fácil”.
Me explicó que podía comunicarse en distintos niveles de profundidad, hablar en un lenguaje técnico con expertos y a la vez explicar con gran sencillez al nivel de la persona más modesta. Sin duda era un excelente comunicador. Conversaban en el trayecto de Alamar a la “guagua” del Parque Central y de ahí a Ceiba del Agua, donde quedaba la escuela. Pasaron muchos años juntos. Rafael lo fue conociendo y comprendió el porqué del gran respeto que le tenían.
Su inteligencia y modestia en imponerse por lógica le daba gran autoridad. Siempre estaba pensando más allá del momento que vivían. Tenía el respeto ganado por la autoridad que imponía con argumentaciones. Se tomaba el tiempo que fuera necesario para transmitir sus ideas. Era el único que tenía la capacidad de líder y jefe por sobre los demás. Para él no era preocupación el poder. Más que un jefe era un líder.
Alejandro eligió la especialidad de “Político Militar”. Correspondía a un jefe militar de tropas, con el agregado de ser un ejemplo como militante comunista. En suma, era la formación como líder militar y líder político. Esto tiene su origen en la escuela soviética. Se formaban cuadros del Partido como jefes militares, pero lo preponderante era su rol de líder.
Estudia en la Escuela Inter-Armas General Antonio Maceo. Se gradúa de subteniente con diploma de “Sobresaliente”.
Era muy bueno para la talla, que las echaba sin inmutarse. No lo vi nunca, pero sí supe de alguna ocasión en que, por supuesto, necesitaba desconectarse, tomaba algún trago.
Yo recordé una fiesta de protocolo en que Fidel Castro invitó a la colonia chilena en Cuba. Alguien contó que Alejandro no rechazaba los daiquiris, pero apenas podía, regaba con su trago algún gomero.

De la Escuela Inter-Armas General Antonio Maceo

Isidro y Rafael me cuentan que el Partido Comunista de Chile les planteó a los jóvenes de esa colectividad repartidos por el mundo, la necesidad de que se integraran a una “tarea de gran responsabilidad”. La mayoría, muy disciplinados, partieron a La Habana sin tener claro
a lo que iban. Fueron desde muchos países, en que algunos vivían el 85
exilio de sus padres o estaban becados estudiando carreras profesionales. Rafael venía de México e Isidro desde el sur de la Unión Soviética, donde estudiaba para técnico agrícola. Dice: “Yo iba a ser agrónomo, pero no se pudo”. A los mayores los destinaron a un curso de un año de Superación de Oficiales. Los demás fueron a la Escuela de Cadetes “General Antonio Maceo”, donde recibieron una preparación de tres años.
Alejandro, Isidro y Rafael fueron de la primera promoción, con especialidades distintas. Relatan que las especialidades fueron elegidas por un coronel cubano amigo del dirigente máximo de la “Tarea Militar” y que no tenía ninguna experiencia en la materia. Por eso le pidió ayuda al coronel cubano. Este fue designando a los jóvenes aspirantes a cadetes de acuerdo a lo que trabajaban en Chile. Al que era mecánico, lo propuso para tanquista; a un cartero, para comunicaciones, y así se seleccionó a los cuarenta de la primera hornada. Isidro, muy buen deportista, fue de infantería; Rafael Muñoz, ingeniero zapador, y Alejandro, político.
Cuentan que después de cortarles el pelo, les dieron los uniformes.
Parecíamos payasos vestidos de verde olivo. Con las manos en los bolsillos, la gorra de cualquier forma y parados sin ninguna prestancia. Éramos civiles vestidos de milicos. En tres semanas nos enseñaron a marchar, a pararnos, girar. Paso a paso en forma muy metódica. Así llegamos a estar en “forma y aspecto militar” como correspondía.
Me dijeron que algunos no pudieron aguantar y se fueron. Rafael dijo que de los siete compañeros que llegaron con él desde México, seis se devolvieron.
El dirigente del Partido Comunista Jacinto Nazal cuenta la siguiente anécdota:
Vinieron a verme padre e hijo. Alejandro estaba tan deseoso de entrar a la tarea militar que le repetía al padre “por favor, cállate, que no quiero perder la posibilidad de incorporarme a esta tarea”.
Jacinto señala que de todos los que realizaron la tarea fue el único que pidió el ingreso. Los demás fueron motivados por los dirigentes a cumplir este trabajo. Desde el inicio marcó la diferencia.
Me pormenorizaron cómo era un día en la escuela: De noche se hacía guardia dos horas y cuatro para descansar. Luego se incorporaban al conjunto. Lo cotidiano o normal era: a las seis de la mañana, despertar
86 con el grito del cadete de guardia: ¡De pie! Se levantaban de un salto, hacían la cama y cinco minutos después al baño. Afuera, durante veinticinco minutos, se desarrollaba el matutino. Consistía en ejercicio físico estacionario, ejercicio físico con fusil, dos veces a la semana carrera de 3 km. en 11 minutos. Otro día iban al Campo de Obstáculos, otro al Campo de Lucha y así cada día diferentes actividades. Ese era el comienzo del día. Desde el punto de vista físico, una enorme exigencia. La presión síquica y física era parte de la formación. Era una preparación minuciosa y de lujo. Esto los hacía sentirse fuertes, capaces. Los cadetes salían con mucha seguridad en sí mismos. Luego, una jornada de estudio o práctica de tiro. La misma actividad en la tarde para terminar rendidos en la noche. Y de todas formas el grupo de chilenos se hacía tiempo para tener, después de la jornada de trabajo, reuniones políticas. Relatan que cuando estaban recién aprendiendo lo que era un fusil, Alejandro propuso estudiar el ataque de los soviéticos a los nazis en la Batalla de Berlín en la Segunda Guerra Mundial.
Isidro dice que él era “cero horizonte”. Pensaba en el día a día y lo que podría hacer en el fin de semana. Era “picado de la araña”, abrutado, preocupado de las mujeres… Alejandro, al contrario, siempre estaba pensando aprovechar al máximo el día, estudiando, leyendo lo que les sería útil en el futuro. Tenía claro adónde había que llegar. Su gran capacidad de síntesis hacía que las reuniones fueran ágiles. En las conclusiones incluía los aportes de cada uno, lo cual también les daba seguridad en sí mismos.
Recuerdan que Alejandro anduvo siempre impecable, abrochado hasta el último botón, botas muy lustradas y la gorra en la posición exacta que debía estar. De observarlo en el montón, se veía que era un jefe. Recuerdan que además de ser muy disciplinado, de una inteligencia aguda, ellos sentían que era un intelectual que estaba en el cuartel por accidente. Los demás eran más rudos, hablaban con palabrotas. Siempre fue muy correcto. Lo describen así desde que lo conocieron hasta siempre.
87




















A mí lo único que no me gustaba era correr –dice Rafael–. En un examen que debía rendir y que Alejandro sabía a la hora que iba a pasar y por dónde, fue a ayudarme. Con un amigo cubano me estaban esperando en un tramo. Me fueron empujando. Me dio esa manito y logré obtener un “sobresaliente”. Tiene que haber sido harto rápido para correr. Alejandro se preocupaba de estar en muy buen estado físico. Practicaba todos los deportes. Yo también, dice Rafael, pero en natación, en los 100 metros me ganaba por media piscina.

89







En Nicaragua





Sobre el contexto histórico, explica su compañero “Miguel”:
Tita querida: Me habría gustado encabezarla con una cita de Onetti que está en su primer libro El pozo. Creo que es del año 39. Las palabras de Onetti expresan la idea de que “de todas las formas de mentir, la peor es decir la verdad, toda la verdad, despojando de alma a los hechos”. Citar documentos políticos de esos años, con la rigidez que obligaba la subordinación al Partido Comunista, da una idea sesgada de la vitalidad y frescor de nuestra lucha.
La etapa autónoma es demasiado breve y cargada de urgencias. La muerte inesperada nos niega respuestas.
No puedo rememorarle. Imágenes rotas, encuentros breves, casi eléctricos y palabras de campaña. Clandestinidad. Un propósito claro, común, hermanando hombres tan distintos como todos los hombres.
Nombrarle es la dificultad inicial. Primero borrar su nombre, olvidar la amistad de nuestras madres, disolver el prólogo de una pelea ineludible. Raúl, Alejandro, Benjamín, Rodrigo, José Miguel. De los primigenios, se desprende con 20 años en el sur de Nicaragua. Es Benjamín, organizando el nuevo ejército de una revolución victoriosa. Viviendo en plenitud la felicidad del triunfo. Instante de realización en el que lo personal y colectivo es parte de lo mismo,
90 indistinguible. No es el despertar al horror de la guerra. El horror ha asolado su adolescencia testigo de la masacre de Chile.
El contingente que integra llega al frente pocos días antes de la huida de Somoza. Combate junto a la frontera de Costa Rica. Entra en Managua uno de esos días que justifican la vida entera. Todo es nuevo, complicado y estimulante. Violeta Chamorro, Alfonso Robelo, Moisés Hassan, Sergio Ramírez y Daniel Ortega forman la Junta de Reconstrucción Nacional. El Frente Sandinista no tiene caudillo. Son nueve jefes, tres de cada fracción. No hay ensañamiento con los derrotados. Implacables en el combate, generosos en la victoria, repiten los nuevos gobernantes. Y cumplen…

Benjamín trabaja en León, al occidente del país a las órdenes de 91 Dora María Téllez, la Comandante Dos de la Toma del Palacio Nacional, que, como él, tiene poco más de 20 años. Es asesor de
una región militar.
Se enamora de Francisca Herrera y tiene su única hija: Carla Iskra. Combina el nombre de su hermana menor con una palabra que significa chispa en ruso. La chispa que inicia la revolución y mueve su vida.

Panchita, su esposa, escribe sobre la experiencia nicaragüense

El tiempo transcurría rápido y a veces muy lento. El día era de explosiones, disparos, ráfagas de ametralladoras… Ese día ya oscurecía; eran como las cuatro de la tarde cuando llegó un nuevo contingente para reforzar nuestra columna. Entre ellos, Benjamín (Raúl Alejandro Pellegrin).
En el puesto de mando fueron recibidos por el jefe Laureano Mairena y, justo cuando él me daba órdenes de ir a las posiciones de un jefe de pelotón (Jonás, otro aguerrido combatiente panameño de la Brigada Victoriano Lorenzo), el jefe ordenó que esperara mientras conversaba con el recién llegado. Se presentó como Benjamín. Lo observé de pies a cabeza. Estaba muy limpio, impecable con su uniforme verde olivo, un bolso de cuero y un mapa en la mano. Pensé: “No durarás mucho tiempo así”.Pero mis pensamientos se quedaron ahí.
Laureano y él se sentaron a la orilla de una trinchera. Benjamín hablaba bajito; tenía una gorra puesta que apenas permitía que se le vieran los ojos, azules profundo, como el océano. En lo personal, sentí curiosidad por el recién llegado, pero me di la vuelta no sin antes advertirles que justo en ese lugar, como a veinte metros, había caído una granada de mortero por la mañana y que tuvieran cuidado. Al parecer, no me habían prestado atención. Es más, después confirmé que no lo habían hecho… Me senté en una trinchera a esperar que terminara la conversación. A los diez minutos, se escuchó una explosión justo en el lugar que les había avisado. Pensé que no había quedado nada de ellos. ¡Dios, pero si acababa
92 de llegar! Con la rapidez del pensamiento, salimos a ver. Estaban justo dentro de la trinchera Laureano y Benjamín, este último tal y como me imaginé que quedaría: el recién llegado lleno de lodo. No les pasó nada, solo el susto. Entonces, le dije: “Te acaban de dar la bienvenida”. Me quedó mirando fijo a los ojos, molesto. No le gustó ni un poco la broma, pensé yo. Se tendrá que ir acostumbrando. Yo me sentía toda una combatiente experimentada, pero era apenas una chica que acababa de cumplir 16 años y Laureano también me hizo una mueca de desaprobación. “Ay, ¡qué considerado!” pensé ante el reproche de la mirada de mi jefe. Di la vuelta sin darle importancia. “Se le pasará”, pensé. Ahí mismo me dieron la orden de llevarlo a conocer mis posiciones en el terreno.
Comenzamos a caminar por una trocha. Estaba cayendo la noche y yo iba a protestar, pero mi jefe no me dio ni tiempo para que rezongara. Benjamín se quedó escuchando la orden y dijo que nos acompañaría a las posiciones donde estaban los demás compañeros. Después de un profundo silencio, llegamos al primer punto. Benjamín preguntó algo. El sitio ya estaba muy oscuro y era difícil apreciar la configuración del borde delantero de nuestra defensa, como decía él, muy experimentado. Dejamos a un grupo de muchachos y regresamos al puesto de mando.
En nuestra primera conversación, me preguntó cómo me llamaba, qué edad tenía y cuánto tiempo llevaba ahí; si tenía más hermanos. Yo respondí lo justo; no tenía ánimos de hacer conversación y él era de muy pocas palabras. Luego lo ubicaron y, al día siguiente, continuamos con nuestro recorrido.
Este segundo día fue muy agitado. Eran como las tres de la tarde y nos habían llamado a un punto para comunicarnos la situación; en especial, el desarrollo de la guerra y las disposiciones del Mando. De pronto, escuchamos una explosión demasiado cerca para nosotros y vimos caer lentamente al suelo a Laureano y Jonás. Estaban heridos. Benjamín estaba al otro lado de la trinchera.
La cosa se puso fea: nos mataron a varios combatientes, otros fueron heridos de gravedad y nos quedamos sin jefe. “Hay que evacuar a los heridos”, dijo Benjamín, que, con la velocidad de un rayo, tomó el mando. Me dijo que atendiera a los heridos. Había que dar primero atención básica a quien se podía para sacarlo de inmediato, ver quién era el más grave. Él tomó las llaves de un vehículo y
empezó a evacuar heridos; entre ellos, a Laureano. Salíamos de 93 una situación y entrábamos a otra. Luego llegaron compañeros a reforzarnos y también salieron heridos.
En este día agitado habíamos superado nuestra pelea porque él había dado opiniones sobre mi persona a Laureano, que si iba o no iba; en fin, yo sabía que él había metido su cuchara y estaba muy molesta por lo patudo que había sido… Pero cuando todo se había calmado, eran ya como las 7 de la noche. Nuestra situación estaba restablecida y las posiciones cubiertas. Comenzamos a recorrer las posiciones de las demás escuadras preguntando cómo estaban ellos. No sabían que habíamos quedado sin jefe. Comenzó a llover. Benjamín pensaba que ningún lugar era seguro, ya que por doquier se escuchaban explosiones de granadas de morteros. Nos sentamos en una trinchera y nos abrazamos. Ahí estábamos: habíamos sobrevivido a un largo día de combate.
Al día siguiente, mandaron un nuevo jefe: Pardillo, otro guerrero como Laureano. Creo que su nombre era Julián; dicen que era del Norte. Lo recuerdo muy alto… realmente no sé si un metro ochenta… pero así es mi recuerdo de su estatura, grande muy grande, un gran guerrero. Su temple era de campesino, con un acento al hablar, de voz pausada y firme. Escuchaba atentamente al joven combatiente Benjamín que le informaba sobre la situación del día anterior. Ahí estaban los dos, trabajando juntos.
Habían enviado a las doctoras chilenas, Elena y Guissel… Elena era bajita, medio rubia, muy dulce… llegó a ayudar a varios compañeros que habían sido heridos por la madrugada. Al amanecer, conocimos al Chino. Su cara era de Fu Manchú (así le decía Benjamín). Franklin Bassetti y Bomba eran los sobrevivientes de la escuadra, pero estaban heridos. El más grave murió en brazos de la doctora, quien lo atendía con dedicación, aun sabiendo su nivel de gravedad. A la escuadra le había llegado una granada de mortero o de obuses.
En poco tiempo, Benjamín se había ganado la simpatía de todos los compañeros. Era un combatiente como los nuestros, valiente: ni un paso atrás. Mientras trascurrían los días de lucha, conversamos un poco sobre su familia. La preocupación de morir o vivir no es algo de jóvenes… pero, a pesar de ser tan joven, había algo que le preocupaba: morir en lejanas tierras y que su familia no supiera dónde estaría… Me hizo hacer la promesa de que si moría le avisaría
94 a sus padres. “Si muero, diles a mis padres que lo hice feliz y recuerda dónde me entierren para que, cuando ellos pregunten, tú les puedas decir dónde estaré”. Era algo desagradable de hablar, porque nosotros, los nica, teníamos la emoción y la seguridad de vivir. Se lo expliqué porque sentí una sensación muy extraña. Nadie pensaba en que moriríamos. Le dije: “Estás loco, nadie va a morir”. Pero, repitió: “No se sabe, tú me lo tienes que prometer”…y así fue que se lo prometí. Él afirmaba que no tenía temor de morir porque al fin y al cabo uno asume los riesgos y se está claro de ellos, pero sí le preocupaban sus padres en especial, como decía con acento muy chileno: “mis padres”. Nosotros decimos: “mi mama o mi papa”. Era tan silencioso… Siempre estaba pensando. Siempre tenía la cara de quien quería descubrir algo. La pregunta era si era nuestra idiosincrasia o el misterio de la vida o de la muerte o de la entrega de la amistad, la camaradería, la lealtad. Todo lo que pueden llevar consigo días de combates.
Un día, apareció con la mano en la boca… ¿Qué había pasado? Nada más y nada menos que había sido picado por abejas y las picaduras se le comenzaron a hinchar. Se hizo el valiente, pero la boca se le fue hinchando tanto que insistimos en que fuera a ver a los médicos para que le dieran algo… Contó que le dieron antialérgicos. Pero los nicas23 siempre nos reímos de nuestras desgracias y de las ajenas así es que no se salvó el chileno. Nos reíamos a carcajadas y él solo cambiaba de colores. “Son los gajes del oficio”, le decían. Así, fuimos compartiendo días de relativa calma y días agitados de combate. A veces, él me buscaba y yo también. Entonces, comencé a sentir miedo de que le llegara a suceder algo. Me di cuenta de que estaba enamorada…











23 Nicaragüenses.
95
















Su esposa Panchita y su hija en Nicaragua.
Al triunfo de la revolución, el 20 de julio de 1979, marchamos en una caravana de camiones. En las entradas de los pueblos la gente ovacionaba a los muchachos. Unos lloraban, otros agitaban las manos y muchos las banderas roja y negra vitoreando: ¡Viva el Frente Sandinista de Liberación Nacional! Con la mirada fija en las caras de los combatientes, buscaban reconocer, tal vez, a un hermano, un hijo o un pariente. Así transcurrió nuestro viaje a Managua, un viaje lento en el que la meta era llegar al bunker de Somoza. La caravana se detuvo en la ciudad de Granada. Unos bailaban y reían. Todo era fiesta. Nosotros nos quedamos debajo del camión esperando que llegara la hora de partir. Salimos tarde, pero llegamos a la plaza (Hoy Plaza 19 de Julio). La emoción era infinita. Algunas calles estaban con humo, con barricadas, destruidas y olían a pólvora. Se escuchaban ráfagas esporádicas, explosiones que celebraban el triunfo. Los combatientes que querían ver a sus padres pidieron permiso pero no regresaron. Se quedaron con la familia.
Eran momentos inolvidables. La pregunta para muchos era bueno,
¿y ahora qué?
Los que dirigían lo sabían, pero los combatientes no. Benjamín sí estaba pensando. Desde lo más obvio: ¿dónde quedarse, dónde ubicarnos, comer y dormir? Él era parte del movimiento de todos. Lo primero que se le ocurrió fue que yo debía ver a mi familia. A mí me
96 pareció una gran idea. El punto era en qué ir… No sé cómo lo hizo, pero entre él y dos compañeros consiguieron un vehículo, un permiso y salimos a ver a mi familia. Recorrimos 138 kilómetros hacia el occidente. Todo el trayecto me molestaba o creo que en realidad pensaba que mi familia era campesina y que me estarían esperando con caballos y candiles y me molestaba. Yo no le respondía sus provocaciones, solo le hacia la pregunta: ¿y si no están y si les pasó algo? En fin, él me molestaba para que no pensara lo peor. Efectivamente, llegamos y ahí estaban todos. Recién habían llegado de un campo de refugiados en el vecino país. Me emocioné, pero Benjamín y yo queríamos que supieran que estaba viva. Mi familia no era campesina, vivía en la ciudad, pero eran gente humilde, trabajadora. La situación en que se encontraban se veía que no era muy favorable. Benjamín, discretamente, me llamó y me dio un dinero para que se lo diera a mi mamá. Me pareció el gesto más lindo, sobre todo porque él no conocía a mi familia. Sólo me dijo “ve y dáselo a tu mama”. Simpatizó con mi hermano menor. Le presenté a todos. Siempre respetó mucho a mi mama y siempre se dirigió a ella con mucho rendimiento y consideración.
A medida que transcurría el tiempo, fuimos asumiendo responsabilidades en el proyecto revolucionario. Al Benja lo enviaron a trabajar a León con la comandante Dora María Téllez. Él no la conocía pero sí sabía de su heroicidad en la lucha. León queda a 90 kilómetros de la capital al occidente del país. A Benjamín le gustaba occidente porque decía que recorrer todo ese trayecto le recordaba su Cordillera de los Andes… Se refería a la cordillera de los Maribios, formada por una cadena de volcanes, cerros y valles que se extiende a lo largo del Océano Pacífico frente a Nicaragua. Siempre recordaba su cordillera y el Cajón del Maipo.
Trabajó con mucha abnegación. Sentía que este proyecto también era suyo, pero, además, quería conocer la clave, el secreto de la revolución, y se dedicó a hacer un estudio sobre el movimiento sandinista y sobre las estrategias que le dieron el triunfo al FSLN que condujo a su pueblo a la victoria.
97







De regreso a Chile





“Chino” Rojas responde mis dudas

“¿Como es nombrado Rodrigo primer jefe del Frente Patriótico Manuel Rodríguez?
A fines de 1981, después de años de espera y en medio de contradicciones acerca de qué hacer con los cuadros profesionales, la Dirección del Partido Comunista decidió –fundamentalmente debido a las presiones y exigencias del propio contingente y producto de los reclamos de los dirigentes que ya estaban en la lucha clandestina– incorporar un reducido número de cuadros al interior del país. Esa decisión iría acompañada de otra. Los cuadros iban a conducir y reorganizar las incipientes estructuras que desde antes de 1980 venían forjándose en la lucha clandestina.
Serían apenas doce los primeros “autorizados” a regresar a Chile. La elección de los cinco compañeros y de quién sería el jefe del pequeño destacamento –de entre más de un centenar de posibles candidatos– recaería en la jefatura del contingente de chilenos en Nicaragua.
La Dirección Política del Partido Comunista, muy distante de todos esos acontecimientos, no podría influir en esta elección. En muy breve tiempo el pequeño grupo se transformaría en un torrente de cuadros militares que regresarían al país. Según varios participantes de aquellos
98 acontecimientos fue el propio compañero Salvador, en ese entonces jefe indiscutido de toda la misión en Nicaragua, quien descubriría las extraordinarias cualidades de Rodrigo, proponiéndolo como jefe de la futura estructura. Tal es así que unos cuántos años más tarde, en 1987, y con ocasión de la separación del fpmr del Partido Comunista, Salvador se subordinaría a Rodrigo, quien continuaría como jefe del fpmr al momento de iniciar la organización su azarosa vida independiente.

Conductor y constructor
Rodrigo fue solo parte en la elaboración de las políticas y de la “idea” inicial que originó al fpmr. El mérito indiscutido y su papel principal que jugaría en la construcción de la nueva organización fue la materialización de esa idea enriquecida en el choque con la realidad. Tampoco construyó de la nada. No poca importancia tuvo en esta tarea la jefatura de todo el trabajo militar del Partido Comunista, la llamada Comisión Militar, a la cual se subordinaba el fpmr.
Pocos sabían que Rodrigo pertenecía como miembro pleno a esa estructura comunista y a través de ella se subordinaba a la propia dirección política de ese partido.
Recursos, medios, hombres y un debate y búsqueda permanente en la compleja misión que se emprendía nacieron de esa participación en la Comisión Militar. No obstante la relación con el Partido Comunista, en general, ni fue diáfana ni de una comprensión instantánea. No pocos dirigentes de diferentes niveles se oponían y complicaban la construcción de la nueva organización. Otros prestaban un apoyo decidido.
En esos pocos años del 83 al 86, la “corriente” que respaldó al trabajo militar y al empleo de la lucha armada, en medio de un escenario de efervescencia popular y aislamiento de la dictadura, lograría una correlación favorable que permitiría el flujo de recursos y nuevos combatientes propiciando un acelerado desarrollo y crecimiento del fpmr.

¿Cuál fue su forma de trabajo?
Rodrigo puso su sello, independiente de sus aciertos y errores, construyó estructuras y forjó a los hombres, planificó misiones combativas y sentó las bases de un estilo propio de dirección y conducción que a la postre significó un rasgo distintivo en la imagen del fpmr.
Una pequeña jefatura dirigía toda la incipiente organización, que 99
nacía con contados grupos operativos y las imprescindibles estructuras de aseguramiento logístico y de infraestructura. Es imposible saber cuántos hombres ingresaron a la organización “enviados” por el Partido Comunista. A poco andar y a partir de los primeros grupos y cuadros probados, Rodrigo hizo crecer al Frente a partir de sus propias fuerzas ya organizadas. Si en un comienzo la inmensa mayoría de 105 combatientes y cuadros provenían del partido, poco a poco irían incorporándose jóvenes de otras organizaciones o simplemente “rodriguistas” nacidos en las barricadas y poblaciones más combativas.
Incansable, tenaz y dotado de una voluntad desmedida para lograr lo que se proponía, revisaba planes y orgánicas hasta el más mínimo detalle. Independiente de que con el transcurrir del tiempo estas se irían complicando, a fines de 1984 ya contaba con una Dirección Nacional que le permitía dirigir toda la creciente organización. Podía controlar estructuras con tres o cuatro niveles inferiores.
En pequeños esquemas –que después quemaba– hechos con su diminuta letra, organizaba las diversas estructuras de logística, exploración, instrucción, infraestructura, propaganda y difusión; jefaturas zonales o regionales de donde dependían numerosos grupos operativos y sus propias pequeñas unidades de aseguramiento.
Con paciencia preguntaba por todos los jefes y combatientes con sus respectivas chapas e historia particular.
Conocía con detalle los recursos disponibles y sabía exactamente dónde estaban los más variados medios materiales con que contaba la organización.
Inquiría hasta el detalle tratando de descubrir errores o “cruces”
–fatales en la lucha clandestina– entre grupos o estructuras que debían estar absolutamente compartimentadas las unas de las otras.
Preciso, detallista, intentaba prever hasta las casualidades y los imponderables que siempre generó ese tipo de enfrentamiento. Metódico, estudioso, trabajador incansable, conductor y formador de cuadros, de los cuales aprendía y se retroalimentaba.
Con argumentos sólidos y a fuerza de tesón logró el talento del jefe. Así modeló el espíritu de combate de su gente e inculcó en todos una confianza total.
En períodos críticos de esos años “urgentes”, al momento de preparar operaciones importantes o en tiempos tensos ante la caída de algún jefe o combatiente, un día de Rodrigo podía ser de un agotamiento infernal.
100 Los que vivieron la experiencia –y él era un ejemplo– saben cuán distinto es la vida de un guerrillero en el “monte”, con sus inmensas dificultades y privaciones, a un combatiente de la clandestinidad.
Cada uno de esos escenarios está plagado de increíbles privaciones y sacrificios, pero un jefe, atendiendo tantas direcciones de trabajo simultáneamente en la ciudad, y con el método impuesto por Rodrigo, requiere de una capacidad a prueba de las más insoportables tensiones. Y siempre tratando de ser sereno, como que a cada uno de los que veía era el primero y el más importante de sus encuentros. Un “vínculo” con un subordinado precedía a otro y a otro más.
De cuando en cuando reuniones con jefaturas enteras o las más frecuentes reuniones de la Dirección Nacional.
Cada plan operativo lo revisaba hasta en sus más mínimos detalles y los controlaba y seguía antes, durante y después de cada operación, fuera ésta exitosa o no.
Así, su labor se transformaba en una secuencia interminable de días, semanas, meses y años de trabajo clandestino en casas de seguridad o en los más insospechados lugares públicos. Y sin perder la calma que le permitiera con serenidad “chequear” un posible seguimiento “pegado” por el último de los entrevistados.
Quienes atendieron la infraestructura personal de Rodrigo recuerdan una planificación ordenada de todos esos encuentros, pero también recuerdan esos angustiosos días de hombres “perdidos”, de jefes desaparecidos, de caídas y asesinatos masivos de combatientes del fpmr.
En esos momentos las previsiones eran las mínimas y Rodrigo se multiplicaba hasta lo imposible intentando neutralizar los golpes que de cuando en cuando recibía la organización.
La ciudad se empequeñecía en “topes” apremiantes (encuentros rápidos) corriendo de un sector a otro, tomando medidas, escondiendo y protegiendo hombres y estructuras, inquiriendo por el golpe recibido, organizando y dando indicaciones para limitar las pérdidas en medios y armamento tan difíciles de conseguir en la lucha clandestina.
No podía ser de otra manera, y como consecuencia de toda esa odisea, en varias ocasiones Rodrigo estuvo muy cerca de los agentes de la dictadura. En contados casos –sobre todo en los primeros años– hasta entró en casas de seguridad “chequeadas” por la represión. En ocasiones simplemente se les escapó a sus perseguidores.
Es posible que esos represores nunca supieran cuán cerca estuvieron del Comandante José Miguel.
Ese era el constructor, el jefe operativo que actuaba bajo una línea política general dada por el Partido Comunista. Eran esos años duros y apremiantes del 83 al 86, donde prácticamente todo lo que se hiciera contra la dictadura estaba bien visto por la inmensa mayoría del pueblo chileno.
No obstante, en cada oportunidad que la situación lo permitía, con creatividad promovía el debate político ideológico. Mostraba una preocupación constante por el contexto político del país y cómo repercutirían en él las acciones combativas planificadas.
El gran empeño teórico-ideológico de Rodrigo afloró en la misma medida que se agudizaron las contradicciones con la dirección del Partido a mediados de 1986.

Contradicciones con el Partido Comunista
Fue quien más se resistiría al virtual desmantelamiento del fpmr ante el brusco giro que da la política del partido desde fines de ese año y claramente en el primer semestre del 87.
La Dirección Interior de los comunistas encontró en Raúl Pellegrin a un militar capaz, consecuente con la línea política trazada, pero esencialmente encontraron a un político de nuevo tipo, comprometido en primer lugar con la revolución.
Dos grandes empeños teóricos prácticos elaboraría Rodrigo entre los años 87 y 88.
El llamado “Rediseño Político Interno” y la “Estrategia de la Guerra Patriótica y Nacional”. Dos grandes esfuerzos por sentar las bases de una nueva organización y diseñar una estrategia genuinamente rodriguista. Al releer esos materiales descubrimos un hilo conductor.
Poco a poco Rodrigo, con la colaboración de un reducido número de cuadros especialistas, iba consolidando un pensamiento propio que el mismo definiría: “El Rodriguismo es la aplicación del Marxismo Leninismo a las realidades de Chile”.
No pocos documentos se han elaborado intentando desentrañar esos materiales y sus resultados prácticos. La propia Dirección Nacional que se organizó después de su caída, pasados unos años, evaluó políticamente tales diseños.
101
102 En el ensayo “La gpn (Guerra Patriótica Nacional), una estrategia abortada”, aparecen esas reflexiones.
Hoy recordando a Rodrigo solo se puede criticar con la vergüenza de estar vivos y la mesura que otorga la calma y la seguridad de saber que han transcurrido casi dos décadas de aquellos acontecimientos.
Rodrigo simplemente no tuvo tiempo para consolidar y corregir diseños y políticas nacidas entre renuncias, traiciones y nadando en medio de realidades políticas apremiantes y complejas.
Sabía con claridad meridiana que por el camino que se estaban dando los acontecimientos en 1988 se iban a perpetuar en nuestro país la dictadura y principalmente su sistema.
Él quiso atravesarse en ese camino y no se equivocó en lo medular. El diseño de país nacido en dictadura, con matices y remiendos, es el de hoy.

¿Por qué los rodriguistas querían y respetaban a Rodrigo?
Porque era un ejemplo vivo. Porque era un jefe sensato que gozaba de autoridad no solo en el éxito, también en el revés. Era en esos momentos cuando más estaba con los combatientes.
Lo respetaban porque no eludía el peligro que soportaban sus subordinados. Porque sabía lo que hacía; no eran aventuras rebuscadas ni huidizas emociones, y sentía el porqué luchaba.
Lo querían por su preocupación por cada hombre o mujer de la organización. Si de él dependía, nadie quedaba “tirado”.
Por su profunda seriedad y responsabilidad ante todo aquello que organizaba y conducía.
Porque sabía reír cuando era necesario.
Porque amó a Tamara con la misma fidelidad que defendió sus pensamientos.
Por su austeridad.
Por su entrega sin límites a una causa que de llegar a ser cierta, solo le reportaría más sacrificios y privaciones. Todo a cambio de puras satisfacciones del espíritu, a cambio del goce que otorga la consecuencia con sus ideas, todo a cambio de la dicha que le daba ser un hombre digno.
Lo respetaremos siempre porque murió por todos esos valores juntos y por otras tantas razones que nadie de sus más cercanos seguidores podría explicarse jamás”24.

Su regreso a Chile

No se cuál fue la vía de Alejandro para entrar al país, pero alguno de sus compañeros contó que generalmente hacía trasbordo en Brasil.
Todo lo que sé de su vida en Chile lo he preguntado o lo leí en alguna entrevista que transcribo. Suponía que Alejandro habría llegado a Chile antes que nosotros. Un tiempo atrás en La Habana me había hecho ir a Girón, donde estaba la Escuela de Medicina, a buscar a Carla para despedirse. Pero no supimos de él hasta un largo tiempo después.
Por una carta que alcancé a recibir en La Habana supe que desde su lugar de trabajo podía ver la cordillera. Luego, una amiga llamó a la casa preguntando cómo estábamos y nos dimos cuenta que era de parte de Alejandro, preocupado por nuestra llegada a Chile.
Desde que supe que estaba en el país sufrí mucha angustia por lo que le podría pasar. En los recados que me traían, siempre me mandaba a decir que no me preocupara porque sabía cuidarse muy bien. Yo me tranquilizaba porque le creía, tenía mucha confianza en él. De todos modos, usaba mis cábalas. Cuando debía viajar a Cuba para acompañar a Carla, que estaba a punto de tener su primer bebé, no fui capaz de ir. Sentía que si yo estaba cerca de mi hijo, lo protegía. Y que conmigo en la ciudad, a Alejandro no le iba a pasar nada. Y no fui. Pasaron muchos años antes que mi hija me perdonara.

Carta de Alejandro a Panchita

Panchita:
Amor mío (3-8-83)
Te escribo estas poquitas líneas a pocas horas de habernos separado, pero no quiero dejar de decirte lo mucho que he pensado en ustedes y cuánto los quiero y necesito a las dos. Como verás en la carta que envié con la familia de ESM estoy muy bien, feliz y contento de estar en este hermoso país, en casa de unos parientes. Los trámites de la
103

24 Del libro en preparación: “Sublevación Imaginada”, del autor Luis Rojas.
104 Universidad van muy adelantados y me meteré de cabeza a estudiar como siempre he anhelado.
Pienso a veces con inquietud de ustedes al leer y escuchar las noticias de los problemas que existen en tu país, pero al mismo tiempo con inmensa confianza en ti y en todo lo que fuimos hablando y previendo. En tu capacidad y tenacidad para superar las dificultades que se presenten. Se me hace difícil decir todo lo que siento.
Pienso que tú eres partícipe de todo esto, de mi vida y yo de la tuya, cuando existe plena identidad en todos los sentidos. Desde aquí donde estoy hasta la luna es el tamaño de mi amor por ti y por Carlita. Pienso a cada rato en qué estará haciendo, en sus nuevas gracias, tu amistad con ella, los “li li”, los paseos que deben hacer las dos. Espero que hayas resuelto los problemas que tenías (casa, escuela, etc.) y solo les digo que te cuides mucho y también a ella, para cuando nos volvamos a encontrar.
Por ahora con la promesa de otra carta más larga, abrazos para las dos de quien las adora
JUAN ESTEBAN

Otras acciones

Su compañero “Miguel” cuenta:
A mediados de 1983 retorna en forma clandestina a Chile junto a un puñado de sus camaradas. En medio de las protestas populares se organiza el nuevo grupo que comandará hasta su muerte: el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
En Nicaragua, hay convocadas elecciones que solo serán reconocidas si los sandinistas pierden. No importa el fallo del Tribunal de la Haya condenando la injerencia estadounidense, los tres ministros sacerdotes, la libertad de prensa ni el pluralismo político. Ronald Reagan vende armas a Irán para financiar un ejército contrarrevolucionario que golpea desde Honduras. Dirige la operación el embajador John Negroponte.
En Chile, Benjamín pasó a llamarse Rodrigo. Le vi por primera vez después del rescate de Salomón y, por supuesto, no sabía que era el jefe máximo. Me detendré unos instantes en este episodio que lo retrata fielmente.
Salomón era la chapa de Fernando Larenas, combatiente porteño. Había recibido un tiro en la cabeza cuando estaba al volante de un vehículo. Sin previo aviso. Alcanzó a levantar el antebrazo en un gesto instintivo de protección. La lesión cerebral irreversible le condenó a un estado vegetativo y a depender de ayuda externa por el resto de sus días. A pesar de eso, fue torturado y desatendido por sus captores.
Rodrigo organizó el rescate y puso al mando de la operación a Ramiro, el mejor jefe. Superó la reticencia de los pragmáticos que planteaban no destinar esfuerzo y recursos a un objetivo poco claro. Para ellos. Rodrigo se la jugó por la libertad de un hombre que había cumplido arriesgadas misiones. El primero de junio de 1985 Salomón fue sacado por Ramiro y su grupo de la Clínica Las Nieves.
Vuelvo al instante del encuentro. Recuerdo su indumentaria de oficinista, unos lentes grandes y la sonrisa que no terminaba de cuajar.
Venía con Roberto Nordenflicht, que usaba Juan Carlos como chapa. Tomamos un café, me preguntó cómo estaba y comentó cosas relacionadas con mi trabajo en ese momento. Usó palabras precisas y me citó para el día siguiente.
A la hora establecida, comencé a caminar por una calle concurrida. Al verle, hice la señal de normalidad y él se acercó a saludarme. Me pidió que le acompañara y, después de un recorrido de control, abordamos su automóvil y nos dirigimos al oriente de la ciudad. Conducía tranquilo, hablando de la actualidad, nuestra lucha y sus perspectivas. Siempre sobrio, contenido, en un tono de voz que requería máxima atención. Desprendía seguridad y timidez al mismo tiempo. La situación era extraña y probablemente inevitable. Clandestinidad entre conocidos.
Desde el primer momento quedó clara su autoridad. Actuaba con maneras suaves y contundentes; mando efectivo; sin cartón piedra y, a veces, con palabras que aludían a una Habana remota o algún lugar de Nicaragua. Lejos del calvinismo proletario, con una dosis espléndida del gran olvidado del movimiento comunista internacional: sentido del humor.
Recuerdo una letra pequeñísima. Y recuerdo la impresión que me causó el encargo que todos soñábamos. Estudiar la posibilidad de ejecutar a Pinochet. Sólo un jefe muy importante podía encomendar
105
106 algo así. Exaltación amorosa es lo único que acude en mi auxilio para explicar lo que sentí…
Era evidente que el palacio de La Moneda, el edificio Diego Portales y la Escuela Militar eran los puntos de partida del trabajo.
Inicié lo que denominábamos “estudio de la situación operativa”, que era un prolijo examen del terreno y el enemigo. Rodrigo consultaba detalles y sugería variantes de investigación. Miraba divertido los croquis en la pantalla de un computador Sinclair. Me lo había dado para trabajar junto al plano de Santiago.
Un atleta entrenaba incansable en el Stade Francais, esperando el paso de alguna comitiva para describirla y anotar la hora. Otros exploradores elaboraban minuciosos informes entre los que debía buscar la información útil. Ellos desconocían el objeto de su trabajo y describían todo, absolutamente todo. En medio de 30 páginas repletas de semáforos cronometrados, carabineros de ronda, vendedores ambulantes con lentes Ray Ban, aparecía mencionada una caravana de vehículos circulando veloz por Américo Vespucio. Rodrigo insistía en la compartimentación y el uso del ingenio para recabar información y para desalentar espontáneos. El Chile de los 80 estaba lleno de magnicidas potenciales.
Después de leer la prensa de la última década, buscando rutinas, encontré otras posibilidades. Cada año Pinochet inauguraba la FISA, visitaba Iquique, Chillán, presidía el desfile militar de septiembre en el Parque O’Higgins y se asomaba a su casa de calle Presidente Errázuriz para escuchar un orfeón de chupamedias marciales que maltrataban Lili Marlen, rancheras e himnos de guerra.
También la nonagenaria Avelina Ugarte propiciaría una visita al cementerio como la que había realizado a los entierros de Carevic, Roger Vergara y Carol Urzúa. Esperar o provocar su visita.
Rodrigo insistía en definir una dirección principal, pero escuchaba con atención todas las variantes e iba moldeando el proyecto para hacerlo digerible por el Partido Comunista.
No solo era necesario encontrar la solución del problema, sino conseguir respaldo y apoyo de la organización política que, en la práctica, deshojaba la margarita de la violencia sin mucho entusiasmo.
Después de 1986 el Partido Comunista de Chile se baja del barco que jamás abordó plenamente. Se podría decir que baja del pescante, desentendiéndose de su responsabilidad, siempre insistiendo en la
inocencia de sus mártires no mancillados por la lucha armada. A lo más que llegaba era a expresar su comprensión por el combate de quienes no reconocía como parte de sí mismo.
“Todas las formas de lucha” era la forma de jugar a caballo ganador. Si había que contar con una parte del ejército, como explicaban sus textos sagrados escritos en un contexto incomparable, se mencionaba las fuerzas que teníamos dentro del ejército.
Me estoy adelantando, pero la proclama de la Operación Siglo XX es un tributo a esta concepción. No puedo citar palabras de Rodrigo. Lo poco que escribió está condicionado por la errática política de los comunistas chilenos de los 80 y por la clandestinidad. En su último año de vida, cuando el Frente rompe amarras, pesa la búsqueda de un nuevo camino y el llamado a todos los militantes comunistas convencidos de la necesidad de enfrentar la dictadura.
Vuelvo a 1985 con los primeros planes de ajusticiamiento de Pinochet. Una larga lista. En plaza Egaña, la plaza Egaña de 1985, preparé una emboscada que llegó a la fase avanzada de planificación. Cerca del lugar, en una casa de La Reina, una maqueta del sector ocupaba la principal habitación. Minuciosa, a la escala que imponían los pequeños automóviles de juguete que representaban la comitiva presidencial. Rodrigo recorría la maqueta con un puntero e iba preguntando con sencillez sobre la idea operativa.
(N. de la A. Una arquitecta amiga que lo apoyaba en la infraestructura nos contó que Alejandro se detenía frente a su tablero de dibujo y le hacía preguntas precisas sobre los planos. Ella pensaba que él había sido arquitecto y por eso se interesaba tanto. Muchos años después se enteró de que desde niño Alejandro había tenido contacto a través de sus padres arquitectos con la arquitectura.)
En aquel año, Américo Vespucio a la altura de Irarrázaval tenía una especie de bandeja central donde estacionaban vehículos en venta. En la esquina nororiente, un edificio de poca altura ofrecía una vista de toda la zona. La idea era colocar autos con explosivos en esa bandeja central simulando estar en venta. Desde el edificio se accionaría el dispositivo y dos grupos de combatientes irrumpirían sobre los restos de la caravana para rematar a Pinochet. Los vehículos fueron comprados. Recuerdo un Peugeot 404 y un Oldsmobile de 1958.
Otros dos cacharros alcanzaron a ser preparados para colocarles cargas direccionales. De pronto, el desastre. Bulldozers, grúas,
107
108 excavadoras. Recuerdo el día que aparecieron las máquinas de demolición. Solo faltaba seleccionar combatientes, ultimar detalles y actuar.
Todo el escenario se modificó en un momento.
El edificio fue derribado, la calle Américo Vespucio comenzó a ampliarse, desapareciendo el lugar donde debíamos apostar los autos. La maqueta preparada con mimo por una estudiante de arte que desconocía la finalidad, pasó a no representar nada.
Rodrigo apareció en la casa, me miró a los ojos y dijo algo parecido a la pregunta, ¿todo controlado?
Sentí bochorno por tamaño imprevisto. Me miró con afecto y puso manos a la obra con lo urgente: destruir la maqueta, deshacerse de la casa, los vehículos y trabajar en el plan alternativo. Remató el encuentro con una broma sobre el correcaminos y el coyote que arrancó mi primera sonrisa de la jornada.
Existía más de un plan alternativo. Recuerdo al experto en aeromodelismo diseñando una especie de misil que se estrellaría con la tribuna de la Parada Militar. En los ensayos, un arco de fútbol representaba el blanco y el principal problema de dirigir el artilugio se resolvía con una pequeña cámara. Recuerdo la sustitución de objetos por cargas explosivas en inauguraciones o entierros y la insistencia de Rodrigo por evitar víctimas inocentes. Rodrigo supervisó en solitario las variantes. El Partido Comunista era un eco de objeciones que no colaboraba con el objetivo que decía perseguir.
Ni siquiera el tiranicidio movilizó a alguno de sus jefes a visitar el terreno. Nunca. La única reunión a la que asistí con miembros de la dirección clandestina del PC fue un monográfico surrealista sobre la Perestroika y la Glasnost. No podía creer que en pleno barrio alto esos jefes desarmados no tuvieran plan de evacuación en caso de llegada de la policía. Y era más increíble aun la técnica infalible que utilizaban para no comprender la actualidad política: mirar para otro lado.
Recuerdo cómo el año 1986 empezó con la explosión del trasbordador espacial. En abril, los soviéticos vencieron definitivamente en la emulación de desastres tecnológicos con Chernobyl.
Después de las grandes inundaciones de ese invierno, construimos un túnel justo frente a Las Vizcachas y por debajo de un puesto de empanadas.
Rodrigo supervisó cada detalle. La caída del material que se iba a emplear en este nuevo plan condicionó Siglo XX. Finalmente, emboscamos a Pinochet en la cuesta Achupallas el 7 de septiembre de 1986.
Rodrigo tomó las decisiones claves. Nombró como jefe de la emboscada a Ernesto (José Valenzuela Levy). Supervisó la selección de los combatientes y aprobó un plan de retirada sorprendente: abandonar la carretera G-25 por la propia carretera, pasando frente al retén de carabineros, simulando ser policías.
Factor sorpresa como protagonista de toda la acción. Si esta iniciativa hubiera fallado, los estrategas, analistas y expertos habrían triturado la impericia de combatientes inexpertos.
Cuando le volví a ver, una semana después, me felicitó. Debíamos realizar otras acciones para más adelante, retomar el plan de eliminar al dictador.
Ya había sido publicitado un parte de guerra que inventaba militares entre nosotros. Lo interpreté como un peaje a pagar para continuar golpeando al enemigo. Pinochet condecoró a sus escoltas con las máximas distinciones al valor. Es fácil comprender el curso acelerado de escepticismo histórico que recibí en unas horas.
Recuerdo a Rodrigo tomando otras decisiones que me sorprendieron. En ese año 86, de máxima actividad revolucionaria, se produjeron muchas acciones en poblaciones, tendidos eléctricos, puestos policiales en Santiago y provincias.
Para las operaciones urbanas, era imprescindible recuperar vehículos. Robarlos. Se usaban para casi todo y muchos combatientes se especializaban.
(N. de la A. Todos los testimonios coinciden en que la prioridad de las instrucciones de mi hijo remarcaban siempre que, por todos los medios, había que impedir la muerte de inocentes.)
Recuerdo el robo simultáneo de varios automóviles. Después de estudiar el objetivo, se acondicionaba un lugar donde meterlos para evitar ser detectados por los helicópteros de carabineros. La consigna era circular el menor tiempo posible por calles que rápidamente eran controladas por las fuerzas represivas. Asistí a la reunión en que Rodrigo recibía el informe del robo simultáneo de cuatro coches. Los jefes lucían satisfechos por el éxito y daban detalles. Rodrigo les escuchó con atención y preguntó por un quinto auto cuyo ladrón había caído detenido. Preguntó si el combatiente había resistido
109
110 la detención. Le respondieron que sí, a balazos. Cayó herido al batirse. Circuló demasiado tiempo por la ciudad, alegó su jefe. Falló la preparación de un escondite cercano, continuó argumentando. Rodrigo les felicitó por el éxito y les ordenó abandonar en la calle los 4 vehículos. Ante nuestra extrañeza, explicó que el combatiente preso había cumplido su parte del compromiso: resistir la detención. Pasaría por delincuente común y tendría un tratamiento más benigno por sus captores. Si, por el contrario, alguno de los autos sustraídos participaba en acciones de guerrilla urbana, le condenábamos a ser torturado y sometido a condiciones mucho más rigurosas de detención. Parecía evidente el razonamiento, pero no había pasado por mi mente, ni por la de los sorprendidos jefes que aceptaban la fuerza demoledora de la ética rodriguista. La organización tenía un compromiso con su pueblo y con quienes entregaban su esfuerzo en la lucha. La fuerza estaba en el apoyo popular y este se cimentaba en un comportamiento irreprochable. También con el enemigo. No se puede citar un solo ejemplo de uso indiscriminado de la violencia bajo su jefatura.
Los recuerdos que atesoro de Rodrigo vuelven por ráfagas. Uno de los más conmovedores tiene relación con mi madre. A mediados de los 80 le diagnosticaron un cáncer. Las estrictas normas de clandestinidad impedían el contacto con familiares directos.
Una tarde, Tamara me explicó que la gravedad de la situación aconsejaba romper la regla, tomando medidas de seguridad. Rodrigo y Tamara eran pareja aunque no lo supe hasta después de su muerte.
Pasé parte de 1987 fuera de Chile y viví desde lejos la masacre que se denominó Operación Albania. Al regresar, mientras preparaba una operación sufrí un accidente y, en mayo de 1988, fui herido. En esos momentos viví la preocupación de Rodrigo por cada detalle de mi protección y atención médica. Finalmente viajé a la Argentina para ser tratado en mejores condiciones.
El día de la herida, apareció por la noche para ver cómo me encontraba. Bromeó con los años de gimnasia borrados de un plumazo y con el largo descanso que me esperaba. Tamara llegó después con ropa limpia, un hermoso sweater de cachemira y su sonrisa maravillosa.
En Buenos Aires, me hicieron una radiografía que mostró la gravedad de la lesión. Viajé poco después a La Habana para curarme
y hacer la rehabilitación. En la ciudad donde habíamos crecido le vi por última vez. Compartí la casa de protocolo donde se alojó durante unos pocos días y le acompañé a casi todas las entrevistas que sostuvo con autoridades cubanas.
Con algunas, mostró sintonía y con otras marcó una distancia que me sorprendió. Independencia feroz. Creo que el Ministerio del Interior le apoyaba incondicionalmente mientras el Departamento América apostaba por el Partido.
Fueron los días de mayor acercamiento. A pesar de que solo dos años nos separaban, sentí su enorme autoridad. La capacidad para buscar soluciones, organizar y sacar lo mejor de cada combatiente.
Por esos días, un médico argentino soñaba con incorporarse a la lucha revolucionaria chilena. No lograba superar la maraña burocrática que impedía su incorporación. Recuerdo que le pedí como favor que lo escuchara y aceptara en nuestras filas. Con sobriedad, Rodrigo le dio la bienvenida y agradeció su disposición de lucha. Necesitábamos prepararnos para la nueva etapa que se iniciaría en octubre de 1988.
Rodrigo estaba entusiasmado con participar en la irrupción de la Guerra Patriótica Nacional. Pensábamos que Pinochet solo convocaba el plebiscito para ganarlo, para legitimar el continuismo. Con la victoria del No, la organización quedó descolocada. Y con el brutal asesinato de Rodrigo se cerró la etapa decisiva de su historia.
Veinte años después de su muerte, le recuerdo emocionado. Por haber seguido el dictado de su conciencia; por su generosidad; por la integridad de su comportamiento ante la realidad que enfrentó con solo 30 años. No vivió la caída del muro de Berlín, los fusilamientos de La Habana, el final de los países socialistas, el naufragio lamentable de la revolución sandinista y muchos cambios que marcaron la última década del siglo XX. Sus compañeros se extraviaron y muchas veces invocaron su nombre en vano. Solo puedo hablar con respeto de una vida segada prematuramente. La vida de un hombre brillante que no aceptó el tiempo de terror que le tocó vivir. Una existencia consagrada a la lucha por la libertad. Una presencia que brota cuando el desaliento gana terreno. Como Manuel Rodríguez, el guerrillero”.

No hay comentarios:


Estadisticas web

Archivo del blog

Mi foto
Iquique, Primera Región, provincia de Tarapacá., Chile