sábado, 31 de diciembre de 2016

Mi hijo Raúl Pellegrin 2



Mi hijo Raúl Pellegrin 2
“Piedra en la piedra”

En el ascenso a Machu Picchu, el santuario inca, cruzamos entre los árboles de la selva que veíamos a través del techo transparente del tren. La impresión de una ciudadela abandonada, solitaria, en la que habría vivido una gran población nos sobrecogió. Sentíamos en la pureza del aire cómo el camino de ascenso a la montaña, el Huayna Pichu, nos elevaba. Una lluvia sorpresiva nos impidió llegar a la cumbre pero recorrimos calles y plazas. No dejábamos de impresionarnos con la prolijidad que cada piedra calzaba. Una con otra por todos sus lados.
 
Caminando entre esos pasadizos bordeados por muros grises, sin ruido, de pronto nos enfrentaba alguna llama de colores claros que armonizaba con el paisaje. Los niños aprendieron algunas estrofas de “Alturas de Machu Picchu” y las repetían imitando la voz nasal de Neruda que ya habían escuchado en los discos de vinilo de sus abuelos:
 
Piedra en la piedra, el hombre ¿dónde estuvo? 
Aire en el aire, el hombre ¿dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre ¿dónde estuvo?…
 
Comprendían parte del contenido de los versos. Sentían que la atmósfera, las rocas y la ausencia eran lo que el poeta nombraba… Los hijos se sentían en el extranjero, les gustaba mucho el mundo de los indígenas, que los miraban a los ojos. Les sonreían y ellos les devolvían una suave sonrisa. Años después, en 1974, ya exiliados en Frankfurt, escuché una conversación entre Rauli y sus hermanas en que recordaban contentos que, por suerte, antes de tener que salir de Chile, habían alcanzado a conocer Machu Picchu.

Protección a la hermana chica

“El hijo estudiante partía cada mañana puntual, y de impecable uniforme azul con chaqueta sin solapas”. Así lo recordaría muchos años después el papá en la liturgia que se le hizo de despedida. Caminaba hasta Américo Vespucio al bus para ir a la Alianza Francesa. A veces con algún amigo y siempre con su hermana Carla, cuatro años menor, a la que quería mucho y cuidaba con autoridad. En ocasiones demasiado brusco. Le decía: Tú, camina dos pasos delante de mí. No debes escuchar la conversación de hombres.
 
Quería proteger su inocencia. Que no aprendiera los garabatos que intercalaban en las conversaciones. También vigilaba su integridad física al atravesar las calles. Era su forma de quererla sin evidenciar los celos que sufrió cuando nació, en que le quitó los privilegios de hermano menor. Ese amor y amistad lo vivieron día a día durante los veinticinco años que compartieron: familia, alegrías, cantos, bailes, mascotas, viajes y orgullo por múltiples éxitos en los estudios y también tristezas, que incluían accidentes de gatitos y conejos.

Dirigiendo a la tropa.

En la Alianza Francesa, donde cursó la Enseñanza Media, tuvo grandes amigos. Entre ellos recuerdo a Lucho Weinstein, Emilio Lamarca, Roberto Bendersky y Benjamín Galemiri.
Benjamín Galemiri6, compañero del colegio, escribe: Hicimos muchas películas con mi querido amigo Raúl Pellegrin Friedmann, la mayoría sólo en la mente por supuesto. Para nosotros el mundo era pura virtualidad. La vida era un gran Cd Rom con el que se podía jugar, trampear, reír, divertir. Habíamos venido a la tierra a reírnos. La risa de Raúl la tengo aún en mi memoria como una explosión de bendiciones y también de mucha picardía.
 
En esa deslumbrante época, compañeros de la Alianza Francesa, el mundo era completamente nuestro, y todas las quimeras, desde las más complejas hasta las más simples, estaban a nuestra disposición. Yo estaba filmando un largometraje imposible en 8 mm y teníamos tomada la Alianza Francesa como único set, motivado exclusivamente en llamar la atención de las extasiantes compañeras de clases. Raúl seguía mis delirios como si yo fuera el mismísimo Orson Welles. Hablamos de cientos de guiones, de cientos de historias, en la que siempre había una mujer que era la deseada y la obsesivamente perseguida.
 
A pesar de que ambos éramos los de menor altura del curso, con esa patética espiritualidad de la adolescencia, nos creíamos Don Juanes en potencia, y estábamos convencidos de que éramos más seductores que Alain Delon y Jean Paul Belmondo juntos. Nunca pasé mejores y más vibrantes momentos que junto a Raúl, por su desarmante sentido del humor, el humor de las palabras, con las que jugábamos todo el día, en paradojas hasta la crueldad del humor negro. De alguna manera formábamos una especie de dupla humorística tipo hermanos Marx, ya que a nuestra manera hacíamos la revolución de las palabras, que es la que yo seguí en mi vida.Raúl tenía libertad de reírse de medio mundo porque era un genio. Todo se le estaba permitido gracias a su fascinante luz interna. No he conocido nunca más a nadie tan poderoso mentalmente y espiritualmente.
 
Primero que nada, era un huracán en matemáticas, en física, en química, en todas aquellas materias más duras, bajo el agobiante aunque a veces vanamente inútil rigor francés.
 
Prestigioso dramaturgo chileno.
 
Él era nuestro héroe, el chileno que reivindicaba el nombre de los sudamericanos ante la a veces arrogancia y desprecio europeos. No de todos; tuvimos muchos profesores franceses maravillosos y generosos. De alguna manera Raúl, con ese humor virulento y sabiéndose el mejor alumno, utilizó sus métodos de crítica a la burocracia escolar como una forma de administrar el poder. También porque en el fondo era muy tímido, se escudaba del sufrimiento con todo ese talento innato y su carisma arrollador. Yo miraba a Raúl, y pensaba: llegará a ser Premio Nóbel de Química. Sentir auténtica devoción y ser tan fans de un amigo no lo he vuelto a vivir en mi vida como con Raúl.
 
No estoy inventando nada cuando digo que era el más generoso de todos, contaré incluso infidencias inescrupulosas, pero las pruebas de matemáticas que eran el momento crucial del sadomasoquista tormento francés, él las hacía en menos de cinco minutos, y luego se dedicaba a enviarnos a través de sofisticados sistemas a todos los de su entorno, una copia con variaciones para que las replicáramos como si fueran originales de nuestras pobres mentes insuficientemente científicas…
 
Ya había desarrollado su alma de líder en pleno colegio, y conocía muy bien los recovecos del poder y cómo subsumir todas las adversidades, pero su alma vibrante y su sentido del humor universal podían contra todo y contra todos, aunque escondía al más solitario de todos los hombres en el mundo, ya que él fraguaba en su interior su retiro de la vida burguesa casi como una dulce condena que nos estremecería a todos años después.
 
Todo el grupo de sus amigos de la Alianza Francesa esperábamos de él todo también: Premio Nóbel de Química. Secretario de Naciones Unidas. Presidente de Chile, Premio Palma de Oro al Mejor actor en Cannes (era de un histrionismo mundial.) Seductor, tenía un arrastre impresionante con las mujeres, aunque el pobre nunca lo supo y sufría un poco más por la imaginación del desprecio femenino por su apariencia tan menuda y falsamente frágil, este pequeño gran niño hombre con sus ojos azules penetrantes y la chispa y la cósmica lucidez de los profetas de la Biblia. Después de salir de la Alianza Francesa, muchas veces pregunté por Raúl, y lo que me devolvían esas preguntas eran secretos, misterios, llaves que abrían a otras llaves, encriptaciones que eludían un manantial incontrolable de vida, de lucha, de pasión, de silencios y señales que conducían a lugares desconocidos.
 
Ahora comprendo: eran todos caminos del mismo camino que presagiaban el terrible momento que íbamos a vivir los que sentíamos un auténtico fervor por él, hasta que una tarde horrible abro el diario La Segunda y leo que mi entrañable amigo y mi compañero de banco de colegio, apareció flotando masacrado por las fuerzas militares, tomado de la mano de Cecilia Magni en el río Tinguiririca. El asesinato de Raúl y de Cecilia Magni tiene mucho de shakesperiano, pero sobre todo de bíblico, de mosaico o de destino del gran Moisés. Él nos llevó a la Tierra Prometida, a la democracia, aunque con su pavoroso sacrificio le fue privado ver el nuevo amanecer chileno después de las tinieblas. Shalom querido Raúl, Shalom.

La sociedad de las codornices

Su primo Rafael cuenta: A los 13 años tuve mi primera experiencia empresarial. El “socio” era mi primo Raúl de 14 años, mateo cabezón, quien mandaba. Obviamente mi opinión no la di nunca. Él ponía el capital intelectual y yo el laboral.  El negocio era criar codornices. Raúl determinó que el lugar más apropiado para el criadero era mi casa. Había que llevar las jaulas seis cuadras de distancia entre su casa y la de mi familia. No era un tema menor. Él dijo: “No te preocupes, me conseguí el auto de la Tita”. Yo, ingenuamente, pensé que el auto incluía a la Tita. Aún recuerdo la emoción de lo prohibido. Raúl era más bajo que yo; no me acuerdo si usó un cojín para asomarse por el parabrisas o se encaramó sobre su ego. El resultado fue que finalmente trasladamos nuestra inversión por seis cuadras con excelente conducción. La sociedad terminó a finales de 1973.
 
Después de mucho esperar, nuestras ponedoras entregaron una escuálida pero equitativa producción: dos huevitos. Con dos trozos de “plumavit” fabriqué un embalaje para el huevito de Raúl y se lo entregué a la carrera en el aeropuerto cuando partía con su familia al exilio.
Nuestras obreras, al igual que Raúl, se fueron volando. El primero fue nuestro macho estrella, que cuando pudo se fugó al enorme parque de nuestros vecinos. Luego, mi falta de perseverancia y consecuencia como socio me hizo abrir la jaula de las hembras, que por falta de macho se estaban matando entre ellas.

En la edad del pavo

Andrea, su hermana mayor cuenta: Como empecé a pololear precozmente, mis padres le pidieron un par de veces a mi hermano que nos acompañara al cine o a la micro cuando yo iba a dejar a mi pololo. Siempre se negó. Una vez que teníamos planificado ir al cine con el Bolo, mi pololo, y por alguna razón él me avisó que no podía ir, le pedí a mi hermano que me acompañara porque yo tenía muchas ganas de ver esa película. Y se negó: “Yo no soy rueda de repuesto de nadie”, me dijo. La diferencia de edad entre nosotros no era mucha, pero como mujer, me desarrollé emocionalmente antes. Siempre me sentí mucho mayor que Alejandro. De todas formas, en la adolescencia no me cuidaba abiertamente, pero siempre estaba preocupado de mi vida sentimental. Mientras él jugaba fútbol, andaba en bicicleta y leía los Cuadernos de Marta Harnecker, editados por Quimantú8, yo iba a “malones”, los “carretes” de ahora. Era muy metódico, y por lo mismo, todo lo que se proponía lo lograba.
 
Cientista política chilena.
Editorial chilena creada durante el gobierno de la Unidad Popular.
 
Fue preclaro en la globalización: a los 12 años –en 1970– escribió una carta a alguna dirección en China para que le mandaran dos paletas de ping pong súper modernas para la época… ¡y le llegaron!
Igualmente descubrió que criar codornices era un buen negocio. Instaló una jaula al fondo del jardín, estudió la forma de alimentarlas y hasta noviembre de 1973, cuando la casa fue allanada por los milicos, estuvieron vivas e incluso se reprodujeron. Luego quedaron de herencia en casa de los primos.

Tomates en Rengo

Pocos meses antes del Golpe Militar, en el verano de 1973, mis hijos fueron al campo. Participaron en los trabajos voluntarios de recolección de tomates. Andrea a Rancagua y Rauli a Rengo.
Él era el menor de todos. Los voluntarios trabajaban duramente muchas horas bajo el sol. Se alojaban en una pequeña escuela, donde por la noche descansaban en sacos de dormir. Por las tardes iban a mirar televisión (en blanco y negro) en una casa del sector, que se repletaba de espectadores. Fue entusiasta de excursiones, exploraciones, escalamiento de cerros, lo cual le sirvió, sin saberlo, de preparación para el camino que iba a seguir en su vida.
Más importante que recoger tomates, le pareció hacer un tranque. Palearon toneladas de tierra hasta que lograron dejarlo adelantado para que lo terminaran los campesinos de Rengo. Les ayudaría para el riego de sus chacras.
50 Cartas a la familia


Querida mami: 27/1/73
Por primera vez me puedo hacer un tiempo para escribirles (Yo ya dije que soy fome para escribir)
No tengo mucho tiempo ya que ahora tengo que ir a bañarme pero en síntesis esto es lo principal:
Tal como dijo la mami, los primeros días fueron duros. La comida es 51
bien mala pero a pesar de que me las arreglo para no pasar hambre, voy a llegar bien flaco.
Mi “gran” problema es que la ducha es helada, entonces al volver con el cuerpo caliente del trabajo, me enfrío (actualmente “no puedo ni respirar” del dolor de garganta)
La Andre está feliz y muy bien. Yo también, ya que estoy en una brigada de puros JJCC9 que ya me convencieron para ingresar a la JJCC, e incluso salgo a hacer rayado con ellos.
Nosotros, sencillitos, hemos recibido al presidente Allende y a Lucho Figueroa, secretario general de la CUT10 (que se mandaron feroz discurso).
En todo caso lo estoy pasando regio. Yo les voy a avisar cuándo llego a Santiago.
Cariños a todos, RAUL
P.D. Todavía no me roban nada
P.D. Nótese que la pala me ha puesto torpe la mano y no sé ni escribir. 2-2-73

Querida mami:
Nuevamente me logro hacer un tiempo para escribir. Aprovechando que un grupo se va para Santiago. Esta ha sido una semana muy agitada. El lunes después de trabajar dijeron que había un caso de gonorrea (enfermedad “venérea contagiosa” de origen evidente), por lo cual nos revisaron a todos.
El martes nos cambiaron a una villa “El Coigüe”, a una pequeña escuela muy bonita. En general las cosas más impactantes son que estoy en plena fiesta del tomate, en la cual se tiran tomates. Yo estoy bien pero me siento desvitaminizado, por lo cual aparte de pedirle al médico algunas vitaminas, me he preocupado de conseguirme leche condensada. Hoy día no pude trabajar ya que estaba demasiado débil.
Estoy encargado de la venta de “El Siglo” y “Ramona” y en las noches tengo que hacer guardia (de 2 a 4 AM). No hay protección alguna contra los del FN Patria y Libertad.


9 Juventudes Comunistas de Chile.
10 Central Unica de Trabajadores.
52 Todos muy cansados, ya muchos han desertado. Yo me vuelvo el próximo viernes 9 en bus a la hora que les diré el miércoles o jueves por teléfono. Tomates hemos comido por miles. Mi único problema es hacer caca, ya que los baños son pozos negros muy poco higiénicos.
El canal está bien avanzado. El canal:
Objetivo hecho
/ l_l–l_l
En vista de que tanta gente se va, no quiero irme pero ya no puedo más. Tengo miles de cosas que contarles (pero un día después de llegar, ya que el 1er día voy a comer y dormir).
Los echo mucho de menos. Especialmente a ti y al papi.
Los llamo el Miércoles 7 o Jueves 8 como a las 5, les dejo recado. Cariños
RAÚL

Sergio Rodríguez, uno de sus compañeros, me cuenta que en esos trabajos voluntarios en Rengo él era encargado de la enseñanza media por parte de las Juventudes Comunistas.
En febrero de 1971 llegó Andrea al campamento. Ellos ya se conocían y le pidió que incorporara a su hermano chico, de 14 años.
Sergio lo autorizó y lo integró. Allí conoció a Raúl Pellegrin y fue testigo de sus inicios como militante. Dice que era serio, estudioso y colaborador. Eso implicaba responsabilidades, como cumplir la norma de trabajo, organización y orden del campamento; estudio, venta de revistas y periódicos y la preparación de recepción a posibles visitas.
En ese campamento recibieron a personajes de gobierno como el general Carlos Prats y otros.
El 11 de septiembre de 1973 en Isla de Pascua 53

Fue en la época de su estadía en Isla de Pascua, el viaje de fin de curso, cuando ocurrió el Golpe de Estado. Estábamos a miles de kilómetros de nuestro hijo. Ni a través de radioaficionados pudimos comunicarnos. Eso aumentó la angustia de todos.
Su amigo Emilio Lamarca nos contó cómo habían vivido esos momentos: caminaron y caminaron por la Isla conversando hasta la madrugada, Raúl estaba tan afligido por lo que significaba el Golpe Militar para el país como por lo que podía haberle pasado a su familia.

Solo el diecisiete de septiembre pudimos encontrarnos en casa de mi hermana, donde nos habíamos refugiado. Lo trajo a nosotros Nico Weinstein, papá de nuestros amigos, y sólo ahí Raúl padre y Raúl hijo lloraron abrazados. Él nos imaginaba muertos o presos.
El día del Golpe yo estaba trabajando en la oficina del Paseo Bulnes. Llevaba siete años en inditecnor, donde mi ventana enfrentaba La Moneda. Presencié a los aviones Hawker Hunter volando a muy baja altura sobre el techo. Bombardeando el Palacio de Gobierno y elevándose para pasar por sobre nosotros. No se me ocurrió la posibilidad de que alguna de las bombas cayera en el edificio. Era tan increíble, el estampido, las llamas, los gritos, que me parecía estar viendo una película. Mujeres
54 residentes en el edificio gritaban a los militares que ya llenaban las calles: “¡Arriba hay un francotirador!”.
Hasta el momento en que escuché el discurso de Salvador Allende, no comprendía la gravedad de lo que estaba sucediendo.
En el trabajo no discutíamos asuntos políticos. Yo se lo decía especialmente a un ingeniero que me provocaba, y que para mi sorpresa después del Golpe apareció uniformado.
El gobierno popular sucumbía. En mi calidad de jefa, no permití que se fueran. Había que permanecer en el lugar de trabajo. Lo dijo el Presidente en su discurso y lo hice cumplir al pie de la letra. Algunos me discutían, muchos se reían con disimulo para que no los viera. La mayoría era contraria a la Unidad Popular. Sabían de mi militancia y la de mi marido en el Partido Comunista.
Alguna vez habíamos hablado con Raúl sobre la remota posibilidad de que esto sucediera y acordamos que, de ocurrir, nos encontraríamos en Independencia, en la casa de sus papás. Relacioné esa conversación con el gran afiche de Allende que teníamos pegado en la ventana hacia la calle Puerto de Palos. Eso pasaba a delatarnos en la nueva situación. Muchas noches Raúl papá dejó correr por horas el agua de la manguera sobre el techo por las amenazas de bombas. A algunos vecinos amigos les habían quemado la casa.
Recordé que los niños estaban solos. Decidí que era mejor partir y organizamos la salida de la oficina. Los hombres, en un solo grupo, bajaron por las escaleras. Algunas mujeres que vivían en el edificio, a gritos, los acusaron de francotiradores. Fueron apresados por militares. Los llevaron al Ministerio de Defensa. Desconocíamos que uno de ellos era hermano de un general. Logró que lo contactaran con él y a los pocos días fueron liberados.
Cuando pude regresar al trabajo, cuatro días después, me enteré de lo que había sucedido con los compañeros de oficina… Sus familias, desesperadas, los habían dado por desaparecidos.
El director de inditecnor me llamó a su oficina y aseguró que mientras nadie me denunciara él no lo iba a hacer. Le era necesaria en la labor que cumplía. Trabajé con sobresaltos un par de meses más.
Tuve que dar dinero para la “Reconstrucción de Chile” y a pesar de varias otras humillaciones seguí dirigiendo. Solo algunas secretarias no me respetaban. Me mantuve digna. No les aceptaba discusiones.
Era doloroso ver en ruinas el Palacio de La Moneda. Los hijos, como siempre, iban a verme en horas de trabajo y también se impresionaban.
Muchas veces vieron que al pasar frente a la fachada destruida, nos 55 cruzábamos con amigos, que ellos conocían desde chicos, pero no nos saludábamos por razones de seguridad.
Fue estremecedor ver, quince días después del Golpe, frente al Ministerio de Obras Públicas en la primera cuadra de Morandé, un enorme micro verde de uniformados. Se aculató contra la puerta para que los detenidos no fueran vistos y subieran por la parte de atrás. Era muy alta. Los militares los obligaban a saltar a patadas. Con Raulito estuvimos mirando la escena toda una mañana. Subían uno a uno, colegas y conocidos.
Doce años después, trabajando allí, supe que fueron delatados por sus compañeros del ministerio. Los torturaron y a muchos los mandaron al Estadio Nacional. Eran unos sesenta profesionales de la Unidad Popular. Después de un tiempo los trasladaron a diversos centros de detención. En casa era difícil mantenerse con un solo sueldo. A mi marido lo echaron el mismo día del Golpe Militar. Trabajaba en cimec y era profesor e investigador en el Instituto de Investigaciones de la Construcción de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Chile. Rápidamente la
creatividad de Raúl le permitió conseguir trabajo y salimos adelante.
En esas circunstancias aún manteníamos nuestra militancia. Aunque no quisiéramos involucrarlos, los niños adivinaban los riesgos asumidos. Recuerdo la cara de reproche con que me recibió Raulito cuando llegué con Mireya Baltra11 (la tía Leonor) y le facilitamos su dormitorio. Ella pensaba que estaba irreconocible, con una peluca igual a su pelo.
Al poco tiempo fui a buscarle lentes de contacto para disimular el azul de sus ojos. No alcancé a entregárselos. Unos amigos la llevaron a asilarse a una embajada. Como tardaba mucho en regresar, la señora Carmen me preguntaba asustada si habrían ido a entregarla por la recompensa que ofrecían en un diario. Ella sabía que la tía Leonor era Mireya, quien siempre estuvo convencida de que no sería reconocida.
En noviembre de 1973 allanaron nuestro hogar con violencia. A la señora Carmen la hicieron llamarme por teléfono para que nos presentáramos inmediatamente: “Tiene visitas que la esperan”, me dijo.
No fui, pero llamé a la vecina de la casa del frente, profesora del Colegio San Gabriel. Me explicó lo que veía desde el segundo piso:


11 Ministra del Trabajo durante el gobierno de Salvador Allende.
56 Hay unos quince militares y están recorriendo el jardín y bayoneteando todo el césped. Gritan garabatos y uno salió con el arco y flecha con plumas. Lo estuvo probando y dijo que se lo llevaba. Que era un arma. Llevan como media hora. Muchos están dentro de la casa y otros están saliendo con el televisor y otras cosas. Una bolsa grande de plástico transparente con fotos sueltas y álbumes.
La señora Carmen le contó después a mi hermana por teléfono que los militares, luego de hacerle preguntas durante mucho rato, la encerraron en el baño. Querían los nombres, edades y colegios a los que iban los niños. Dejaron un papel firmado por el capitán Fuentes. La orden era que nos presentáramos a las cinco de la tarde en el Ministerio de Defensa.
Recordó la señora Carmen que cuando se fueron y pudo salir del baño, vio en medio del living un cerro con la ropa y libros que habían sacado de los clósets, de las camas, veladores y cómodas. Que los sintió trajinar por la cocina y que comieron jalea y se tomaron el jugo que ella había preparado. Dejaron una gran mancha en la alfombra. También dijo que tal vez no alcanzaron a prender fuego porque los habían llamado y salieron corriendo.
Al entender lo que pasaba, llamé por teléfono a Raúl, que había ido a vender el auto. No alcanzó a hacerlo. Nos juntamos y fuimos al colegio a retirar a los niños. En días anteriores, creyendo que eran bromas de mal gusto, no tomamos en cuenta las amenazas telefónicas que decían que harían desaparecer a Raulito.
No nos presentamos en el Ministerio de Defensa. Sabíamos que por el subterráneo del edificio pasaron, entre muchos otros, ministros del Gobierno de Salvador Allende, dirigentes de los partidos políticos que fueron confinados a las lejanas Isla Dawson, Isla Quiriquina, Pisagua y otros apartados lugares de reclusión.
El allanamiento violento a la casa y la citación al Ministerio nos forzaron a buscar asilo. Reunidos los cinco, empezamos a recorrer Santiago para encontrar un lugar donde refugiarnos. Fuimos a casas de parientes y amigos y vimos tanto miedo en sus caras que desistimos de pedirles alojamiento.
En vista de eso nos dedicamos a llamar por teléfono buscando ayuda. En la Embajada de Bélgica conocían a Raúl por su trabajo de interventor en la industria Pizarreño. Llamamos al hijo del pintor José Perotti, que ya vivía en Suecia y era amigo de las autoridades de ese país; al embajador
de Israel, Samuel Goren, amigo de juventud de mi papá; al rector de la 57
Alianza Francesa, donde estudiaban mis hijos.
No resolvimos nada. Ya era noviembre y las embajadas estaban repletas de gente que había buscado protección. El rector de la Alianza llamó al embajador de Francia, pero este se excusó porque: tenía a sus “innumerables visitas durmiendo en colchones hasta en los pasillos”,

“Ahora soy Alejandro”.
Asilo en la embajada de la República Federal de Alemania

Nuestra aflicción nos llevó a seguir dando vueltas por Santiago y por una casualidad nos encontramos con una gran amiga: Eliana B. Al explicarle lo que estábamos viviendo, ella se contactó con el encargado de Asuntos Sindicales de la Embajada de la República Federal de Alemania, quien logró que nos permitieran asilarnos allí.
Nos juntamos con él frente a la iglesia El Golf. Lo seguimos hasta la calle Augusto Leguía, donde dejamos estacionado el auto. Caminando llegamos a la avenida Presidente Errázuriz. Hicimos el operativo según sus indicaciones y aunque con riesgo, pudimos ingresar a la sede diplomática. Fue difícil, porque un par de carabineros hacía guardia permanente. Habíamos acordado que cuando abrieran el portón al encargado de Asuntos Sindicales, él entraría con su auto lentamente. Nosotros apuramos el paso y cruzamos la frontera. Los niños iban con sus bolsones y uniformes. Ya dentro, en el antejardín, estábamos en territorio alemán, por lo que no pudieron detenernos.
Raulito tenía quince años. Ahí declaró su independencia dando fin a la niñez. Dijo:
No quiero que me digan más Raúl ni Raulito. Soy Alejandro para siempre.
Nuestra familia se asiló en noviembre de 1973. Hasta la fecha del allanamiento pensábamos que no tendríamos problemas. Aunque los amigos se asombraban al encontrarnos, creíamos que no sería necesario irnos del país. Estábamos equivocados. Nos consideraron un peligro para el régimen militar por ser militantes del Partido Comunista y por nuestra estada en Cuba. También afirmaban que teníamos instrucción militar. Nos hicieron pasar a un salón pequeño de la gran casona donde nos esperaba la Comisión de Recepción. Para nuestra tranquilidad estaba
58 formada por José Miguel Varas12, amigo nuestro, y María Ester Férez13. Eran las seis de la tarde. Nos dieron la bienvenida y nos llevaron al patio, donde, alrededor de una gran mesa, estaban reunidos sirviéndose el “Abend Brot”. Eran casi sesenta refugiados. Jóvenes y viejos, políticos conocidos y desconocidos, alcaldes, el militante socialista Rafael Merino y sus hijos, el intendente de Concepción Vladimir Chávez y muchas autoridades del gobierno de la Unidad Popular, profesionales y obreros. Parejas y personas solas como el abogado y diputado Luis Tejeda y el doctor Manuel Sanhueza. La primera gran impresión fue ver al embajador lanzando apetitosas salchichas a sus enormes perros. Un feroz contraste con lo que habíamos vivido. El desabastecimiento por el que comerciantes acaparadores obligaban a las familias a organizarse en largas colas frente a los supermercados. Y también en las jap14.
Durante el Gobierno Popular habíamos organizado campañas de propaganda para que la ciudadanía se acostumbrara a comer pescado. Recuerdo fiestas en las que trabajaba toda la familia. Cocinábamos merluza con la fórmula judía del “Gefüllte Fish”, que era muy bien recibida. Los tres hijos repartían por el barrio las invitaciones, que incluían la receta para su elaboración. Sobre cada papel ellos mismos dibujaban peces y estrellas de mar para hacerlos más llamativos.
Fueron días duros los que vivimos en la Embajada. Lo novedoso no impedía darnos cuenta de la gravedad. De un momento a otro nos vimos obligados a dejar nuestra casa, la familia, los amigos, los colegios, los trabajos.
Lo más angustiante era saber que teníamos que dejar Chile. Dejarlo todo.
Algunas veces vimos desde una ventana del segundo piso de la Embajada llorar a Anita, mi mamá, que iba a vernos y no la dejaban entrar. Muchas noches nos mantenían despiertos y asustados los disparos de metralleta en la misma acera. Eran desconcertantes los días que nos pedían que nos recluyéramos en el segundo piso de la Embajada.. Debíamos permanecer a oscuras y en absoluto silencio para que alguien perseguido pudiera ingresar a la sede. Saltaban por arriba de la reja que colindaba con la calle Augusto Leguía. Más de alguna mujer con su guagua en brazos lo hizo. Debía seguir a su pareja que ya
12 Periodista y escritor, Premio Nacional de Literatura 2006.
13 Directora del Trabajo en uno de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia.
14 Junta de Abastecimientos y Precios.
estaba asilada. Luego del pánico del primer momento, comenzábamos 59
el acoso de preguntas al nuevo huésped. Queríamos saber qué ocurría en la ciudad.
Otros días, a la hora de almuerzo, debimos encerrarnos en silencio en los dormitorios para que el embajador alemán, junto a Harald Edelstam15, embajador de Suecia en Chile, atendiera a sus colegas en recepciones. Explicaba que las organizaba para convencerlos de que aceptaran refugiar a algunos “huéspedes”, como los nombraba él. Estaba consciente del horror que se vivía afuera.
Los embajadores se asombraban de la tranquilidad de la casona, sin imaginar lo que vivíamos en otros momentos. La casa de dos pisos, de unos trescientos metros cuadrados, tenía el parquet cubierto por colchones que traspasaban de una a otra las elegantes salas y salones, dormitorios y pasillos.
Se disponía sólo de tres baños para todos, lo que hacía más incómoda la convivencia No había más espacio y lo mismo sucedía en las demás embajadas.
Las sedes de los países socialistas habían sido cerradas el 11 de septiembre, por lo que no se podía contar con ellas.
Pasábamos muchas horas sin nada más que hacer que comer y dormir. Había una pequeña piscina, pero ese noviembre no fue tan caluroso como para bañarse. Solo los niños se arriesgaban, y como estaban alterados, no faltaron las peleas que terminaron en odios de familia. Había poco ánimo y se discutía mucho y fuerte, en especial de política. No se alcanzaba a llegar a los golpes, pero se estaba en el límite. Muchas veces al día se analizaba qué sectores políticos habían cometido los errores para llegar a esta situación. Alejandro estaba pendiente de todo.
Las parejas también discutíamos. Alguno preguntaba: ¿Por qué no nos presentamos a la citación del Ministerio de Defensa? o ¿no será peor dejar a los niños sin padres? Pocos comprendían el alcance de la derrota del proceso sociopolítico.
Sin embargo, además de ver tv, se organizaron clases de idiomas: alemán, que enseñaba Arnaldo, economista, y José Miguel Varas, inglés. También se alfabetizaba a los que lo necesitaban.
El jardín se fue deteriorando con los partidos de fútbol. Solo permanecieron en pie, con una simetría germana, los laureles de olor, sin

15 Diplomático que cumplió una resaltante labor en defensa de los derechos humanos.
60 flores, que enmarcaban los senderos. Lo mismo pasó con las alfombras persas. Persas de verdad. Los jugadores entraban con los pies embarrados y también las deterioraban bailando cueca.
Alejandro se aplicaba con el idioma alemán. Conversaba con los mayores, especialmente con los políticos. Por los demás huéspedes era considerado muy serio, demasiado agrandado para sus quince años, así que se desquitó con una broma que los descolocó a todos. Una tarde hablaba por teléfono con un primo. Un grupo de asilados hacía fila para establecer alguna comunicación con familiares que enfrentaban a la intemperie el nuevo clima que se había apoderado de Chile desde el 11 de septiembre.
Eran conversaciones casi públicas. Inevitablemente, mientras los demás esperaban, aquellos diálogos a medias llegaban a todos los oídos. A menudo inconexo, ambiguo, en las que unos y otros intentaban usar claves que el interlocutor no comprendía y que dejaban más dudas que certezas.
Como esa tarde, en la fila para comunicarse con los de afuera, Alejandro tenía el teléfono pegado a la oreja, gritó: “¡Soy padre, soy padre!”
Los que esperaban lo miraron estupefactos; igual el funcionario alemán de la Embajada que mantenía una discreta vigilancia.
“¡Soy padre, soy padre!”, repetía eufórico. Lo miraban con ojos muy abiertos: ¿Se habían equivocado? ¿Ese niño había sido padre? ¿Tan precoz era? Colgó el teléfono y corriendo llegó donde nosotros sin darse por enterado de las miradas de asombro que lo rodeaban. Nos reveló que el primo con quien conversaba le había contado que los huevitos de codorniz puestos a empollar por una gallina clueca, habían dado crías. Esas crías eran de las que se sentía padre. Él era socio en la producción.
Una madrugada, cuando ya el gobierno militar otorgó los salvoconductos a la mayoría de los residentes, nos llevaron al aeropuerto en un micro Matadero-Palma. Rodeados de efectivos militares nos despedíamos de Santiago. Custodiaban a este grupo de chilenos sumidos en un mundo de confusiones, entre miedo y tristeza de dejar familias y amigos y con esperanzas de volver a recuperar la normalidad. Pasamos frente al Parque Forestal y en nuestros rostros surgieron muestras de alegría, dentro del silencio obligado, al ver que quedaban registradas consignas en los tajamares del río Mapocho, las mismas que guardaron durante algún tiempo la maestría y colorido del pintor Roberto Matta,
que enseñó a las Brigadas Ramona Parra16. También vimos murales 61 alusivos al Presidente Allende. Mientras miraba por última vez los grandes murallones que dirigían el cauce del río, pensé que el regreso sería pronto,
unos seis meses o a lo más un año. Más tristes habríamos partido si hubiéramos adivinado que pasarían once años hasta poder volver.





































16 Brigada Ramona Parra de pintores murales durante el gobierno de la Unidad Popular.

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1973-1976: Exilio en Frankfurt-Am-Main





Con grandes interrogantes, preocupaciones y tristeza llegamos al aeropuerto de Frankfurt-Am-Main, República Federal de Alemania. Nos esperaba una multitud de alemanes antifascistas con ramos de claveles rojos y fotógrafos de varios periódicos. Entre llantos y risas nos abrazamos con los futuros amigos. Ninguno sabía hablar castellano. Teníamos a Arnaldo y Fernando, que dominaban los dos idiomas, y así intercambiamos algunas palabras de agradecimiento, cariño y amistad. No pudimos dar entrevistas a los periodistas, pero al día siguiente salimos en una gran foto en la revista Stern y el periódico Frankfurter Rundschau.
Estuvimos unas horas en los trámites de rigor, en que incluso nos preguntaban qué religión profesábamos. Yo no dije que era judía, lo que después me perjudicó. Cuando tiempo más tarde pedí al rabino de la ciudad que hiciera algo por David Silbermann17, judío, me contestó que no, que no tenía derecho a solicitar nada porque no había declarado la religión al ingresar a Alemania.
También nos plantearon que de lo que recibiríamos de la ayuda social nos comprometiéramos con un porcentaje para la Evangeliche Kirche. Creo que ninguno lo hizo.

17 Ingeniero, vicepresidente de la mina de Cobre de Chuquicamata. Detenido desaparecido el 11 de septiembre de 1973.
64 De la Oficina de Policía Internacional, pasamos a una sala de reuniones donde nos recibieron las organizaciones sociales y del gobierno.
El Estado alemán había destinado piezas para cada familia en la ciudad de Frankfurt, en la Kiefernstrasse. Allí compartíamos, a veces no muy amigablemente, con refugiados de Polonia, Rumania, Unión Soviética y de otros países socialistas. Nosotros éramos cinco personas y nos correspondió una habitación de cuatro literas, una mesa, cuatro sillas y una cocina con lavaplatos y cocinilla. El baño, wc y lavatorio quedaban al final de un pasillo y eran compartidos por varias familias. La bañera y la lavadora estaban en el sótano y eran controladas con llave por un administrador. La pequeña mesa ubicada entre las literas tendría unos sesenta por ochenta centímetros y era usada en primer lugar por Alejandro para su estudio del nuevo idioma. La grabación del curso de alemán, que por horas escuchaba atentamente, nos obligaba a permanecer en silencio.
Todos debíamos aprender, aunque ninguno era tan perseverante cómo él. En esa mesa también se hicieron las primeras tarjetas de saludo de Año Nuevo, Día Internacional de la Mujer y muchas otras, con dibujos de araucarias, rejas de cárcel y banderas. Toda la familia, con la ayuda de los amigos alemanes que nos visitaban, fue componiendo y compaginando el Libro Negro de la Dictadura, que se publicó en alemán.
Tarjeta de saludo por el Año Internacional de la Mujer.
En esta especie de refugio (los más exaltados lo llamaban ghetto) 65 vivimos los meses siguientes hasta que el municipio fue asignando departamentos. En el departamento en la Dortelweiler Strasse, nuestra familia estuvo menos hacinada, pero pasamos frío y nos faltaba el agua caliente. Resolvíamos el problema yendo a bañarnos y lavarnos el pelo
a una gran piscina temperada a unas cuadras de la casa.
Organizamos nuestra vida en torno a clases aceleradas de alemán en la Volkshochshule y trabajos de solidaridad con Chile. Muy pronto los mayores comenzamos a buscar trabajo. Alejandro y dos amigos fueron elegidos y contratados para servir las tradicionales lentejas o garbanzos con salchicha a la comunidad de exiliados. Entregaban los vales, servían los platos, los distribuían y recogían de las mesas. Eran de papel de aluminio desechable (novedad para nosotros en esa época), así que no tenían que lavar platos.
Las mujeres formamos un grupo de apoyo a los niños chilenos que se llamó Kinderhilfe Chile18. Las amigas alemanas nos cuentan que aún hoy, en el año 2008, sigue funcionando. Ahora, para ayudar a los niños de Irak.
Los jóvenes reconstruyeron las organizaciones a las que pertenecían en Chile. Al mismo tiempo intentaban adaptarse a la vida en Alemania. Luego formaron el conjunto de bailes y cantos “Víctor Jara”. Nuestros tres hijos se integraron.
Algunos de sus amigos recuerdan que fue en esa época que Alejandro asumió que era indispensable aprender y prepararse para ir a combatir a la dictadura. No había logrado obtener su diploma de enseñanza secundaria. Dejó el colegio antes de terminar el año escolar 1973, en plena primavera austral.
Al llegar a Alemania, el año escolar estaba por la mitad. Solo en 1975, en Darmstadt, pudo incorporarse a un Instituto Tecnológico Metalúrgico. Obtuvo las mejores notas, especialmente en matemáticas. Aunque sus compañeros alemanes se organizaron solidarizando para proteger al chileno estudioso, fue eliminado sin explicaciones en el segundo semestre.
Después de haber deambulado buscando alternativas, decidió intentar estudiar en Francia. Para eso viajó a París con su amigo Fernando.



18 Kinderhilfe Chile: Agrupación de mujeres alemanas y chilenas para ayuda a los niños de Chile.
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Primera actuación del conjunto Víctor Jara.


Estudios por correspondencia

Relata su amigo Fernando:
Conocí a Alejandro Pellegrin apenas llegado a Frankfurt. Pasó un día, quizás, para que estuviéramos hablando como amigos y preguntándonos, yo por las condiciones de vida en Alemania y él por la situación en Chile. Recorríamos juntos, en el recuerdo, las calles y barrios de Santiago. Nos hicimos muy amigos. La edad y la coincidencia de no haber terminado nuestra educación secundaria nos acercaron y nos hizo tramar juntos posibles soluciones. No aceptábamos el destino de bajar unos cuántos grados en el sistema de enseñanza alemán. Así surgió la idea de ir a probar suerte en Francia.
Alejandro tenía la formación escolar de la Alianza Francesa. Hablaba francés y se notaba entusiasmado con la idea de irnos a París. Íbamos a preparar el baccalauriat19. Nos estarían esperando familiares y amigos. En el tren nos contábamos chistes y hacíamos comentarios de nuestros amigos y compañeros en Frankfurt. Nos reíamos con las historias de malentendidos, confusiones y desgracias causadas por el cambio cultural. Estábamos en eso cuando nos

19 Correspondiente a los estudios de Preuniversitario.
abordó un policía de frontera galo. Alejandro me sorprendió con su 67
francés fluido, la posición fruncida de sus labios y una entonación, a mi parecer, “francesa total”. Me hizo admirarlo más y me dio la seguridad de hallarme con el compañero de viaje ideal.
En Metro llegamos a la casa de una familia amiga que nos acogió. Trabajaban o estudiaban. Se hacía difícil encontrarnos, salvo en los desayunos, que me maravillaban por esa atmósfera francesa, ese gusto por desayunos con queso, paté, un exquisito café y lo más importante, un pan de baguette y croissant que juntos con Raúl comprábamos en la panadería del barrio.
No nos fue bien en los trámites escolares. Alejandro tenía ventajas con relación a mí. Sin embargo, las soluciones no eran auspiciosas, no más que en Alemania. Al menos allá estaban nuestras familias. El rechazo no nos afectó en lo más mínimo y lo recibimos como un dato. En este viaje Alejandro me enseñó a entender y a conocer París. Era una especie de anfitrión y no escatimaba esfuerzos para hacer de nuestra visita una experiencia plena, muy bien aprovechada. Me hablaba de las distintas escuelas y ciclos del arte en el “Museo Impresionista” y me obligaba a ver en los ojos de la Mona Lisa, mientras visitábamos el Louvre, una expresión en ella que no correspondía con mis observaciones. “¡Pero concéntrate!”, me decía.
Hablábamos de política francesa sentados en los cafés de Les Champs Elissés y nos paseábamos por el socialismo real de cuya génesis histórica él manejaba con cierto conocimiento. Era gran lector de literatura política. Filosofamos sobre el tipo de régimen político que había en la Alemania Federal, pasando por la democracia, las condiciones objetivas y subjetivas de la revolución, el sentido de la caridad, y otros. Cuando nuestra mente aterrizaba en Chile recuerdo que reía con aquél vaticinio histórico de que “se acerca el ocaso de la dictadura”. Era un político culto y prolijo, estratega y activista. Asombroso si se piensa que tenía 16 años y era capaz de vivir aquella emergencia con una madurez admirable y con un sentido de la realidad que no siempre coincidía con el lenguaje romántico de los tiempos. Cuando el tema era Chile, siempre hablaba de la “necesidad de prepararse para recuperar la democracia primero y después veremos”.
68 Recuerdo que al regreso de Francia Alejandro nos comunicó que estudiaría por correspondencia en un Instituto de Ingeniería en París. Al mes comenzó a llegar abundante material a la casa y se encerraba todo el día en su dormitorio a estudiar.
Al mediodía aparecía pidiéndome el almuerzo para luego volver a sus libros hasta las seis de la tarde. A esa hora se iba a reuniones de las juventudes comunistas, al Centro Juvenil de extranjeros o a ensayos del Conjunto Folklórico Víctor Jara. Con otros chilenos y jóvenes de diferentes lugares del mundo, formó el Centro. Además del acercamiento e intercambio de experiencias que significó, les permitió concentrar sus actividades en un solo lugar.

“Ese chilote marino” del Conjunto Víctor Jara

En una reunión de los jóvenes chilenos, se adoptó la idea de crear un conjunto folclórico para acompañar las actividades que se hacían en solidaridad con Chile.
Su amigo Jussi nos cuenta:
Nos dimos un tiempo prudente para aprender bailes nacionales y confeccionar la vestimenta. Nos reuníamos hasta cuatro veces a la semana. Tuvimos la ventaja de contar con gente muy capaz para enseñarnos. Aprendimos a bailar, a cantar, y los más atrevidos
comenzamos a tocar instrumentos musicales, ya sea el bombo, 69 las panderetas, maracas y varios la guitarra. Esto no era señal de empezar de cero, porque el núcleo de cantores y bailarines ya estaba conformado…
El caso de Raúl y el mío, era de primerizos. Nos asignaron a los bailarines. En los primeros ensayos demostramos que no pertenecíamos al grupo de los más desabridos… Los dos preferíamos los bailes chilotes.
La primera actuación del Conjunto Víctor Jara fue impactante para nosotros, los papás. Los tres hijos bailando, cantando y tocando la guitarra. Se veían muy nerviosos. Después que se abrieron las cortinas del teatro, pasó un buen rato hasta que salieron al escenario. Se hizo un gran silencio en la sala. Pareció que con un empujón empezaron la actuación. Alejandro salió bailando cueca bien chilota, con poncho y a pie pelado, mucho empeño y la cara bien colorada.
Al terminar bajó a la platea y presencié cómo Raúl, su padre, muy emocionado, abrazándolo le dijo: “Lo felicito, compañero hijo”.
Continúa Jussi:
Las ropas que nos habíamos confeccionado eran cuidadas por todos con mucha dedicación. Sólo al principio hubo bromas para aquellos que no lavaban sus vestimentas ni lustraban sus bototos. Alejandro era uno de los que más entusiasmaba al resto, logrando risotadas en nuestros largos viajes por el país. Era un amante de las papas fritas y la coca cola, que en muchas oportunidades fue nuestro único alimento. A veces también una bratwurst, la típica salchicha de cerdo asada a la parrilla. Cuando bailábamos, teníamos una apuesta entre varios bailarines. Que el que se equivocaba o no sacaba una sonrisa durante la actuación, tenía que pagar las papas fritas y la bebida. Nunca, que recuerde, Alejo tuvo que pagar esta penitencia. Las actividades fueron creciendo y en un año ya habíamos presentado alrededor de ciento cincuenta funciones. En los fines de semana llegábamos a cuatro o cinco. Pronto nos hicimos muy conocidos.
Otra de nuestras tareas era juntar dinero para mandar a Chile. Después de cada actuación, bajábamos del proscenio con alcancías y una postal con foto del conjunto folklórico. Recorriendo entre los asistentes solicitábamos ayuda. Alejandro disfrutaba dando autógrafos, sobre todo a las jovencitas de nuestra edad. Cuando
70 había que entregar agradecimientos por la solidaridad con Chile, era él quien lo hacía, por su capacidad política e idiomática. Pronto comenzó el peregrinar del conjunto por otras ciudades de Alemania. Las organizaciones a las que se debía agradecer eran muchas, políticas, sociales, sindicales, culturales y humanitarias. Grandes amigos fueron los de grupos folclóricos turcos, griegos, eslavos y españoles. Otros latinoamericanos residentes en Frankfurt no formaron conjuntos musicales. Eran nuestros admiradores.
César, otro bailarín recuerda:
El año 1975 se organizó el conjunto folklórico Víctor Jara en Frankfurt. Participaban niños desde los 12 años, adolescentes y algunos adultos jóvenes.
Alejandro fue designado jefe del conjunto. Le correspondía organizar las actividades, los lugares y horarios de las actuaciones, el transporte, los alojamientos y los contratos. También bailaba.
A mí me daba la impresión de que lo hacía venciendo vergüenzas. Lucirse de esa forma no iba con su carácter. Tampoco le gustaban las fotos y lo encontré sólo usando una lupa, semioculto en algunas que tengo guardadas. Alejandro asumía las responsabilidades y tenía todo organizado.
En una ocasión, estando programado un acto, yo tenía que dar examen de alemán. El grupo entero me esperaba sentado en el bus que nos transportaría a una ciudad fuera de Frankfurt. De pronto, se abrió la puerta de la pieza en donde yo rendía mi examen y apareció él diciendo: “¿Se podrían apurar un poco con el examen? Estamos atrasados, esperando a César”.
La Comisión se quedó sin habla, pero el examen se acabó y salí aprobado…
En otra ocasión volvíamos de madrugada de un acto, nos detuvimos en un local de la carretera a comer y beber algo. De pronto llegó la policía y pidió los documentos a todos. Nos pusimos nerviosos, pero Alejandro enfrentó a gritos a los polis, quienes andaban a la siga de otro grupo que también estaba en el local.
De la vida en Frankfurt 71

Su amigo Jussi continúa contándonos:
Una de nuestras actividades habituales era asistir los sábados por la mañana a un centro deportivo en la ciudad de Neu Isemburg, en la periferia de Frankfurt. Jugábamos baby fútbol junto a jóvenes chilenos que vivían en la zona. Allí, después de jugar, nos sentábamos durante horas a conversar de lo que haríamos para entusiasmar a los nativos de ese país con la solidaridad hacia Chile.
Llevábamos apenas dos meses en Alemania, aún no resignados a un exilio que para algunos duraría más de una década, cuando un sector de la juventud social-demócrata invitó a jóvenes y niños chilenos a compartir tres semanas de verano en la localidad de Maubuisson, en la costa noreste de Francia. En el bus que salió de Frankfurt viajaron, entre otros, Raúl con sus hermanas.
En el campamento, ubicado entre los árboles de hermosos bosques, transcurría nuestra vida: deportes, bailes, actos. Teníamos tiempo para conversar con otros jóvenes chilenos que habían llegado con sus padres al exilio a otros países.
Durante la mayor parte del día disfrutábamos bañándonos en la playa. Alejandro era nuestro vínculo hacia la dirección del campamento
A pesar de ser yo mayor que él, me instó a aprender fotografía en el taller del campamento.
Por las noches paseábamos por la ciudad y los Pellegrin hacían de traductores, ya que hablaban perfecto el francés.
En el acto que hicimos por Chile, presentamos algunos bailes y cantos y fue Alejandro quien hizo el discurso, en alemán, para explicar lo que sucedía en nuestro país.
Me hablaba con mucho cariño de Cuba, donde había vivido sus primeros años, país que llegué a querer sin conocerlo. También explicábamos nuestras tareas a otros jóvenes: nuestras responsabilidades como chilenos en la lucha solidaria.
En los tiempos libres, Alejandro leía, sobre todo los periódicos, para mantenernos informados, y entre su literatura estaba un libro soviético, que en esa época todo joven comunista conocía: Así se templó el acero. Me lo prestó después de haberlo leído.
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Me acuerdo de una noche en que jugamos a las adivinanzas con los más pequeños. Entre ellos estaban su hermana chica y mi hermano. No sé de dónde sacaba tantas adivinanzas y problemas matemáticos entretenidos. Lo más asombroso era su capacidad de explicarles a los pequeños para que los entendieran. Tenía respuesta para todo, y cuando no la sabía, la inventaba.
En ese campamento Alejandro compartió mucho con los alemanes más que con el resto de los chileno. Tanto en el viaje para Maubuisson como en el de vuelta, queríamos que el bus pasara por París y Alejandro era nuestro intermediario con los choferes. Viajó siempre sentado con ellos. Cada vez que entraba a una nueva zona por Francia decía por los altoparlantes del bus “esta región es conocida por el vino y sus mujeres, aparte de sus perfumes”.
En ese viaje me di cuenta de dos detalles que hacía atípico a Alejandro con respecto a los demás jóvenes. No bebía alcohol, pero a diferencia mía, tampoco fumaba. Lo conocí más y lo aprendí a admirar por su consecuencia revolucionaria, por su alegría de vivir y por todo el respeto que guardaba hacia su familia, en especial a sus padres. Entonces conocí sus capacidades de dirigente político, sus habilidades deportivas, y sus esfuerzos por aprender nuestros bailes folclóricos.
Tenía el convencimiento de que era posible construir una sociedad más digna y más justa que la que estábamos viviendo. A los antifascistas que nos rodearon les era natural la solidaridad con los pueblos Para ellos esto formaba parte de su quehacer diario. Fue uno de los aspectos que más nos asombró al vivir en Alemania. En esa época Chile surgió ocupando un privilegiado lugar junto a lo que quedaba aún por realizar a favor de Viet Nam y la causa del pueblo palestino. La cantidad de organizaciones solidarias con nuestro país fue enorme y de una u otra forma había que agradecer y asumir los caminos de dirección que se necesitaba. En una ocasión en que realizábamos un mural en una universidad alemana que además tenía contemplado un foro sobre la realidad chilena, la inquietud
de algunos estudiantes era hacia dónde iban los dineros que se 73
recaudaban en las actividades de solidaridad.
Alejandro, dice Jussi, respondió más o menos así:
“El golpe de Estado en Chile, aunque no era una sorpresa que se gestaba, igual nos pilló desprevenidos. Fueron muchos los ejecutados en los primeros días y miles los que estuvieron en campos de concentración –sin contar a los que están en las largas listas de desaparecidos políticos–. Gran cantidad de ellos, además, eran jefes de familia a las que mantenían. Hubo organizaciones que perdieron sus instrumentos de trabajo o bien la capacidad de conectarse con la población para esclarecer lo que estaba sucediendo. Pero también estaban los partidos políticos que fueron golpeados, con alevosía, por la dictadura. Se necesitaba ponerlos de pie rápidamente para que pudieran dirigir –junto a las organizaciones sindicales y humanitarias– las actividades de repudio a la cruel realidad a la que tenía sometida la dictadura de Pinochet. Por esta razón, en los próximos días haremos funcionar otra entrada financiera para nuestro pueblo y será la de un conjunto musical folclórico, formado por nosotros, los jóvenes chilenos que hemos llegado a vivir a este país. El dinero se envía a Chile a través de una organización en Roma, llamada Chile Democrático”.
Al regreso a Frankfurt, fuimos introduciéndonos en el ambiente estudiantil y juvenil de la zona de Essen. Participábamos en los actos culturales y deportivos que se programaban dentro del contexto de actividades solidarias con Chile.
Nos gustaba bañarnos en una piscina temperada que quedaba cerca de su casa, en la calle Dortelweiller Strasse. Hacíamos competencias que él siempre ganaba. También al ping-pong era el mejor de todos nosotros.
74 Testimonio de Ruth Kries20:

Yo lo percibí como un niño que está pasando a la etapa de la adolescencia, más en lo psíquico que en lo físico en ese entonces. Lo veo ante mí, su sonrisa suave con una pequeña dosis de picardía, sus ojos claros, los signos evidentes de la pubertad: su voz que aún no se afirma y que alterna de vez en cuando el tono ronco del adulto con uno que otro gallito.
Rauli era niño y adulto a la vez, y a nosotros, los mayores, de verdad nos desconcertaba y hacía un poco complicado el trato con él. Nadie de su edad podría haber intentado ya en la embajada aprender el idioma que nos esperaba.
Mientras la mayoría de los asilados nos manteníamos de una u otra manera agarrados a la patria herida y a los propios dolores, él se preparaba ya para enfrentar los desafíos que a todos nos esperaban.
Estudiaba y aprendía con una rapidez que daba envidia la Deutsche Sprache…
Al llegar a Frankfurt estaba ya en condiciones de entender y hablar alemán, más que todos los que llegamos junto a él. Rauli era más serio y más maduro que lo que podría esperarse a su edad. Pero también podía ser un niño juguetón y divertido. Así lo viví cuando me ayudaba a entretener y distraer a mis cuatro pequeños. Su preferido fue Daniel; con él se entendía mejor, quizás porque Dani, con sus tres años recién cumplidos, era el único que no podía esconder su dolor ante la ausencia de su padre. Rauli lo hizo “su compadre”. Así se llamaban mutuamente y cada vez que podía, dedicaba un tiempo para jugar con mis hijos o para contarles cuentos.

“No humillarnos nos hizo bien a todos”

En Frankfurt, la situación familiar tanto anímica como económica era cada vez más difícil. Raúl padre dictaba clases en la Universidad sobre “Industrialización de la Arquitectura en los Países Subdesarrollados”. Las impartía en inglés y un arquitecto guatemalteco las traducía al alemán. También trabajó en la Municipalidad de Darmstadt.
20 Doctora viuda de Hernán Henríquez, director del Hospital de Temuco, detenido- desaparecido en 1973.
El resto de la familia estudiaba y trabajaba políticamente. Varias veces 75 fuimos Raúl y yo a buscar trabajo como arquitectos y nos ofrecían el salario de uno por los dos.
En esas empresas de arquitectura no me contrataban sola por ser mujer, de piel y pelo oscuro, judía y comunista. Las tenía todas en mi contra. En realidad, aparte del grupo solidario que nos apoyaba, la xenofobia era fuerte por las calles de Frankfurt.
En el Metro, las mujeres alemanas no respetaban que un extranjero estuviera sentado y ellas sostener al perro en su falda. En varias ocasiones a Alejandro y los demás muchachos, con un solo grito, los hicieron ceder su asiento, para poner sobre una toallita a sus mascotas.
En el Comité de Solidaridad con Chile de Frankfurt-Am-Main, la psiquiatra Neomicia Lagos, esposa del historiador Luis Vitale, nos reunió en una sesión de terapia colectiva. Dijo: “En el idioma que sea, ustedes se defienden. A la violencia verbal de las personas que los agredan, les gritan las groserías que se les ocurran y en el idioma que puedan se las largan, sin reprimirse”.
Lo mismo en el Metro o en el bus, uno escuchaba gritos con tremendos garabatos en español y sabía que por ahí andaba un chileno. No humillarnos nos hizo bien a todos. Los chilenos también se distinguían por el chaleco que usábamos. Se reconocía los puntos, el grosor de la lana y el cariño con que se lo habían tejido. Nosotros compramos una máquina de coser para hacer banderas chilenas y de la Unidad Popular y artesanías de todo tipo.
Lo más especial que hicimos fue el Soporopo. Se le ocurrió a Ruth que copiáramos el muñeco que habían creado las mujeres presas en Chile. Fue el regalo de Pascua de 1973 que ellas mandaron a sus hijas y a los compañeros que estaban en las cárceles. Para hacerlos deshacían algunas faldas con que confeccionaron los cuerpos, abrieron colchonetas para rellenar los muñecos con estopa o algodón y desbarataron chalecos de lana para hacerles el pelo.
Mis hijos se rieron siempre de este trabajo. Decían que eran muñecos feos, que les faltaban los brazos y que perdíamos tiempo en ellos. Pero igual nos ayudaban. Vendíamos toda la producción. Trabajábamos de noche y en la mañana aunque hubiera frío y nieve los llevábamos a las ferias de Navidad. Rosaura Torres redactó una carta muy emotiva, que alguna amiga solidaria tradujo al alemán. La entregábamos junto al Soporopo. Tiempo después, en La Habana, Beatriz, hija del Presidente
76 Salvador Allende, nos contó que le pusieron ese nombre por “sopa de porotos”. Para que fuera bien chileno.

Le pintábamos la cara reflejando la emoción que sentíamos cada una. Al principio muchos muñecos tuvieron lágrimas y en la espalda les escribíamos: Prisionero de Guerra 1973. Luego, nos pusimos de acuerdo en que ninguno expresara tristeza.
Además, como el Golpe Militar no fue una guerra (no hubo posibilidad de respuesta del pueblo a los militares), cambiamos las palabras de la espalda y pusimos nombres de campos de concentración donde estaban nuestros compañeros: Chacabuco, Ritoque, Villa Grimaldi y muchos otros. Hicimos flores de papel crepe, grandes como las mexicanas. También manjar blanco hirviendo tarros de leche condensada. Los amigos alemanes no lo conocían, así que con una linda etiqueta diseñada por Raúl vendíamos toda la producción del bautizado “Chilenische Süssiskeit”. Debajo de la lata nos desmentía un “Made in Holland”.
Los colegas cubanos nos llamaban muy seguido a Frankfurt. Pedían que volviéramos. En el Ministerio de la Construcción guardaban nuestros puestos de trabajo desde 1964 e insistían que los hijos podrían continuar mejor sus estudios allí. A raíz de sus insistentes y cariñosos llamados y nuestra mala situación, decidimos irnos a Cuba.
Eso sí tuvimos que esperar casi un año la autorización de la Dirección 77
Central del Partido Comunista de Chile, que residía en Moscú. Pero por fin llegó a fines de 1976. Nos explicaron que demoró porque como familia hacíamos un gran trabajo de solidaridad que no era posible desarrollar en Cuba. La organización Kinderhilfe Chile y el Conjunto Víctor Jara recolectaban mucho dinero. Este se mandaba al país a través de Roma por el Comité Chile Democrático que dirigía el ex presidente del Partido Radical Benjamín Teplizky.
Recuerdo el año 75 en que hicimos la gran campaña “Un Barco para Chile”. Este barco partió del puerto de Hamburgo. Fue recogiendo toneladas de paquetes para esa Navidad. Los chilenos exiliados en toda Europa juntamos zapatos, ropa y juguetes. Los llevábamos a los puertos donde atracaría el barco.
Nunca supimos qué pasó con esa carga. Es probable que ninguno de nuestros compañeros en Chile se enterara de esta campaña.

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