jueves, 15 de diciembre de 2016

La generación Tironi y el fracaso de la educación


por Jaime Retamal 15 dic 2016
Mejor –antes que escribir nuevas propuestas y ensayitos– que vayan a las escuelas y las vean desde dentro. Ahí está la masa madre y con harina integral. Ahí está la levadura. Lo que pasa es que la torpeza de las políticas públicas (desde el huevo de la serpiente en los 90) destrozó el currículum, neurotizó con el Simce la experiencia escolar, jibarizó y balcanizó el rol social de los profesores y terminó por inyectar una lógica eficientista a lo que por esencia es arte pedagógico, como decía John Dewey. La jerigonza del lenguaje tecnocrático de los especialistas en educación no la entiende nadie, salvo los econometristas.

Vengo de leer el ensayito de Eugenio Tironi, escrito en su columna de opinión semanal, sobre los malos resultados que hemos tenido en la prueba PISA. En él se afirma el lugar común, la archiconocida tesis de la reproducción del capital cultural, social y económico en el interior de la escuela, al modo de resultado en una prueba estandarizada. El descubrimiento del hilo negro: los resultados escolares están ligados al origen socioeconómico de los estudiantes.

Sin embargo, lo siempre nuevo de Eugenio Tironi –no es la primera vez que escribe de educación– es la sofisticación con la que esconde el fracaso del sistema escolar chileno. Esta vez lo hace de la mano de un libro a la moda, el best seller y sensiblero Our Kids: The American Dream in Crisis, de Robert D. Putnam. A través de él, Tironi concluye que “para mejorar los resultados que muestra Chile en el test PISA quizás haya llegado la hora de intervenir más activamente sobre este tipo de factores; sobre los factores pre-PISA”

¿Por qué? Pues esta vez –ahí la sofisticación– el diagnóstico sería, en palabras de Tironi, el siguiente: los niños que “viven con sus dos padres biológicos tienen mejores resultados escolares y menos problemas de comportamiento que los que viven con un solo padre”. Esa es su pre-PISA, sus factores pre-PISA.

Obvio, los más pobres salen perdiendo en ese análisis. En la pobreza campea el monoparentalismo, la despreocupación por la crianza, campean los padres mal educados, hay menos libros, menos viajes, menos visitas a museos, menos “conexión” entre crianza y matrimonio y, por lo mismo, los niños tienen mala conducta, mal comportamiento y un largo etcétera, versus, los otros padres, los de familias acomodadas, que son cualitativamente mejores padres, más preocupados, interesados y están siempre “ahí” con sus hijos, “conectados”. Our Kids: The American Dream in Crisis, de Robert D. Putnam, termina con un sensiblero llamado; algo así como que los niños de los otros (los más pobres, los de malos padres), son todos ellos, en rigor, “nuestros” niños (nosotros, los buenos padres), y debiésemos, por tanto, preocuparnos éticamente por ellos.

Esto me recuerda un titular de hace algunos años que decía: “Investigación de la Universidad Católica: mayor talla y peso al nacer auguran un mejor rendimiento en la prueba Simce. Los autores del informe determinaron que estas variables son aún más importantes en la evaluación de matemática, en que los mejores puntajes los alcanzaron quienes pesaron sobre 3.500 gramos”. La infame eugenesia de este ejemplo va de la mano con el razonamiento de Eugenio Tironi, pues mediante el uso de la sofisticación de la evidencia empírico-analítica –casi casi– cruzan la línea hacía la hipocresía tecnocrática o el cinismo político preocupado por los niños de los malos padres pobres, o preocupado por las pobres madres pobres, mal alimentadas y sin buena leche que dar a sus recién nacidos.

La de Tironi es la generación del fracaso. Punto. Hoy lo vemos por todos lados y no precisamente por los resultados de PISA o del Simce, sino por el deterioro de toda la educación pública en primer lugar y, más profundo, por el deterioro del “sentido” de la educación pública. La suma de ambos argumentos es terrorífico: la naranja mecánica. Cuando las cosas se hacen mal en la escuela, las razones biopolíticas (tirar la pelota al corner) vienen de perilla a los arquitectos del fracaso.

Sin duda, la generación de Tironi es la generación del fracaso. El 6 de diciembre pasado, el estadístico estrella de la OCDE, Andreas Schleicher, en el Education Policy Institute, mostró el siguiente gráfico que bien resume nuestro puesto en PISA de malos resultados y desigualdad: Ahí estamos. Sin embargo, no me asombra, no me inquieta y pienso que esto es otra vuelta de tuerca más en el proceso neoliberal en el que hemos puesto a la educación chilena desde los 90. Solo que ahora estamos más sofisticados, tenemos más instrumentos y creemos que sabemos más y mejor cómo actuar con las escuelas. Creemos en el gigantesco proceso de estandarización que promueve PISA y hacemos la lectura neoliberal clásica. 

Recordemos lo siguiente. Cuando Ricardo Lagos asume el Ministerio de Educación, en el primer gobierno de la Concertación, tenía en su mano el diagnóstico de que en el Simce de 1989, las escuelas públicas tenían en castellano un 53% de logro y en matemática un 51,5%, versus los colegios particulares pagados, que tenían un 76,6% y un 76%, respectivamente. Pues bien, desde ahí, la nueva burocracia estatal que copó el Mineduc y todos sus intelectuales (todos valientes paladines antidictadura) se llenaron la boca afirmando que Pinochet mantuvo y agudizó el deterioro de la calidad y la mala distribución socioeconómica de los aprendizajes.

Su solución ante ese diagnóstico estuvo lleno narcisismo político: “nosotros sí que sabemos administrar el sistema educacional”. El huevo de la serpiente. Se puso al sistema escolar en un proceso creciente de eficiencia, competencia y perfomance; en una palabra, se lo desnaturalizó aún más que en dictadura y se lo puso en una espiral de neoliberalismo endógeno.

¿Y que tenemos hoy desde que ellos llegaron salvadores en los 90? Ahí sí que no les gusta PISA y nos desvían hacia la pre-PISA. Cuentos. Pasta base. La verdad de la milanesa escolar está en datos como que los hijitos de papá siguen –y no la pasta base de la meritocracia educacional– sentándose en los mismos sillones de las grandes corporaciones que sus papis.

Esa es la generación de Eugenio Tironi que ahora, sofisticada, bizantina, nos viene con otro cuento más, con otro relato pastabasero más. La de Tironi es la generación del fracaso. Punto. Hoy lo vemos por todos lados y no precisamente por los resultados de PISA o del Simce, sino por el deterioro de toda la educación pública en primer lugar y, más profundo, por el deterioro del “sentido” de la educación pública.

Mejor –antes que escribir nuevas propuestas y ensayitos– que vayan a las escuelas y las vean desde dentro. Ahí está la masa madre y con harina integral. Ahí está la levadura. Lo que pasa es que la torpeza de las políticas públicas (desde el huevo de la serpiente en los 90) destrozó el currículum, neurotizó con el Simce la experiencia escolar, jibarizó y balcanizó el rol social de los profesores y terminó por inyectar una lógica eficientista a lo que por esencia es arte pedagógico, como decía John Dewey. La jerigonza del lenguaje tecnocrático de los especialistas en educación no la entiende nadie, salvo los econometristas.

Chile tiene un problema serio en educación. Pero las claves están en la masa madre, no en la pre-Pisa industrial y pastabasera que la generación Tironi nos quiere vender como pomada.--------------------------------------------  //


Martes 13 de diciembre de 2016
Prepisa "El rendimiento escolar, a juicio de Putnam, se juega mucho antes que los niños pisen un aula y se topen con un profesor. Él depende en gran medida de lo que les ocurre antes que lleguen a la escuela...".
 
La última medición PISA, que deja de manifiesto el lento avance que experimenta el progreso de la calidad de la educación chilena, hace especialmente pertinente poner sobre la mesa de debate lo que sostiene el famoso sociólogo estadounidense Robert Putnam en su libro más reciente, "Nuestros chicos. El sueño americano en crisis".

El libro en cuestión se funda en tres constataciones que se observan en Estados Unidos, y que seguramente se dan también en Chile: la primera, que las competencias de las que dispone un joven de 18 años es un predictor infalible de su performance en la universidad, y con eso, de su éxito laboral, pero ellas, en su mayoría, ya estaban presentes cuando tenía 6 años, esto es, antes de entrar al sistema escolar; la segunda, que las diferencias que exhiben los niños al momento de ingresar al sistema educacional están estrechamente relacionadas con el nivel de educación de los padres y sus familias; la tercera, que esas diferencias de base se han acentuado dramáticamente en el último medio siglo, al punto que la escuela es impotente en remediarlas mitigando, por su intermedio, la desigualdad.

La capacidad de aprendizaje del niño y su futuro desempeño escolar, sostiene Putnam, están afectados por el entorno y las experiencias acumuladas en el período prenatal hasta los 18 meses. El tipo de familia no es baladí, y la misma acentúa el gap escolar entre los hijos de pobres y ricos. Quienes viven con sus dos padres biológicos tienen mejores resultados escolares y menos problemas de comportamiento que los que viven con un solo padre. Pero tal situación es cada vez menos usual, en especial en la población con baja educación, donde se agudiza la "desconexión entre crianza y matrimonio", y más en general, entre crianza y vida en pareja, sea porque la parentalidad se toma como una opción voluntaria, porque se disparan las separaciones y divorcios, y porque predominan las familias mono-parentales.

También es diferente el tiempo que destinan los padres a sus hijos, y la calidad de ese tiempo. El contraste es enorme: los niños de familias educadas aprenden de sus padres a controlar impulsos, a seguir indicaciones, y a cultivar su autonomía y autoestima; los padres poco educados, en cambio, están poco al lado de sus hijos, y ese tiempo es de peor calidad, sea porque está mediado por la pantalla de televisión, sea porque predomina una relación enfocada en la disciplina, la obediencia y la conformidad con reglas preestablecidas.

Huelga decir que los padres más afluentes gastan más en los hijos -libros, cursos privados, visita a museos, diversión, viajes-, todo lo cual repercute en mejores resultados. Cuentan también con más redes y capital social, lo que los protege mejor ante los riesgos propios de la adolescencia -" air bags ", los llama Putnam-. Ni siquiera internet iguala: los niños de familias más pobres lo emplean casi exclusivamente con fines de entretenimiento y diversión, mientras los niños de familias ricas le dan un uso mucho más diversificado.

El rendimiento escolar, a juicio de Putnam, se juega mucho antes que los niños pisen un aula y se topen con un profesor. Él depende en gran medida de lo que les ocurre antes que lleguen a la escuela, por cosas que ocurren fuera de ella, por lo que ellos traigan o no traigan consigo al colegio, lo cual está íntimamente asociado a la calidad de las relaciones parentales y familiares. Para mejorar los resultados que muestra Chile en el test PISA quizás haya llegado la hora de intervenir más activamente sobre este tipo de factores; sobre los factores pre-PISA. ----------------- //


Apareció esta semana en el prestigioso "National Bureau of Economic Research” (NBER) Hijitos de papá: investigación de Chicago boy revela que familias y colegios de origen siguen siendo determinantes para acceder a la elite

por Iván Weissman 10 dic 2016
Seth Zimmerman publicó esta semana un nuevo estudio en que revela que la probabilidad de llegar a la cima empresarial en Chile e ingresar al grupo del 0,1% más rico depende en gran medida de asistir a una universidad de la élite y aún más el haber ido a uno de 8 colegios privados top. Zimmerman, que es economista de Yale y profesor de la escuela de negocios donde aún reina el pensamiento de Milton Friedman, ya había publicado parte de estos resultados hace tres años. La nueva investigación complementa y potencia la primera versión del estudio.

El debate sobre la desigualdad y la ausencia de una real meritocracia, se tomó la agenda en Chile hace ya cinco años. El modelo que generó el mayor crecimiento promedio de un país emergente de los últimos 30 años y que dejó al país a las puertas del desarrollo (medido como PIB per cápita) no ha podido lograr que Chile salga de la lista de uno de los países más desiguales. El modelo efectivamente sacó a millones de la pobreza material, pero llegar a la cima en Chile aún depende de la cuna.

Así lo revela un estudio publicado esta semana en el prestigioso "National Bureau of Económic Researc" (NBER) por Seth Zimmerman, economista de Yale y profesor de la facultad de negocios de la Universidad de Chicago, en que queda al desnudo el mito de la meritocracia en nuestro país. El “paper” muestra de manera contundente que en Chile, asistir a una universidad de élite aumenta las probabilidades de una persona de ascender a puestos de alta dirección en las grandes empresas e ingresar al grupo del 0.1% más rico, pero sólo si también asistió a una de ocho colegios privados exclusivos antes de la universidad.

En otras palabras, una educación de élite sólo sirve para amplificar unos orígenes en la élite. El estudio reconoce que las personas procedentes de entornos desfavorecidos se benefician al recibir una buena educación, pero por regla general en Chile no ascienden tan alto como sus homólogos privilegiados. Lo que revela el estudio es importante, porque vendría a confirmar la percepción de la élite como una comunidad cerrada, endogámica, basada en la procedencia y las conexiones por encima de la educación y los logros. No se puede entrar en la élite ni siendo inteligente ni habiendo ido a las mejores escuelas, a menos que ya se sea parte de ella por su origen social y familiar, lo que contraría el principio meritocrático del ideal capitalista, al menos en los textos.

Zimmerman ya había publicado parte de esta investigación hace tres años. El nuevo estudio complementa y potencia la primera versión del estudio.
 
¿Cómo entrar al 1%?

La investigación específicamente muestra que ingresar a Derecho, Ingeniería Comercial o Ingeniería Civil en la U. de Chile o Pontificia Universidad Católica mejora notablemente las chances de llegar a la elite empresarial y económica. Esa probabilidad se dispara aún más si también esos gerentes y directores de empresas fueron alumnos del St. George, The Grange School, El Verbo Divino, Colegio Manquehue, Tabancura, San Ignacio y el colegio Craighouse. Zimmerman afirma que para quienes provienen de los colegios restantes, incluyendo el Instituto Nacional, ingresar a las carreras universitarias anteriores no afecta las chances de terminar en los directorios o cargos gerenciales de las empresas más grandes de Chile listadas en bolsa.

En 2013, en una columna que publicó en La Tercera, el economista Eduardo Engel se refirió al primer estudio de Zimmerman, y en este destaca que lo que confirma Zimmerman es que son las redes que construyen los estudiantes que provienen de colegios privados de elite durante sus años universitarios las que explican por qué su paso por la universidad hace más probable que terminen formando parte de la elite empresarial. Engel cita el hecho que la investigación del profesor de Chicago reveló que “dos egresados del mismo año de la misma carrera terminan en posiciones de liderazgo en la misma empresa a que dos egresados de distintas carreras y el mismo año o dos egresados de la misma carrera pero en años distintos terminen dirigiendo la misma empresa. La probabilidad en el primer caso es el doble que en los restantes”.

Las cifras a las que llega la investigación de Zimmerman son contundentes: titularse de una de las tres carreras mencionadas de una de las universidades de la élite (U. de Chile y PUC) aumenta en 50% el número de esos alumnos de terminar en un alto cargo ejecutivo o en el directorio y en 45% el de pertenecer al 0,1% más rico de Chile. Si a eso se suma ir a esos ocho colegios mencionados los números son aún más dramáticos y se desploman a casi a cero para estudiantes de “backgrounds” no privilegiados y otros colegios. Para su estudio Zimmerman tuvo acceso a datos entre 1980 y 2013 del censo, el DEMRE y el Servicio de Impuestos Internos. El foco de su investigación era estimar el efecto de atender a una universidad de la élite y colegio privilegiado en la probabilidad de que estas personas logren llegar a la cima del mundo empresarial y económico de Chile.

Usando esos datos el estudio muestra que mirando a cifras de entre 2005 y 2013, el 1,8% de los estudiantes que ingresaron a Derecho, Ingeniería o Administración de Empresa/Economía en la PUC o la U. de Chile acaparan el 41% de las gerencias y directorios de las mayores empresas del país y el 38% del 0,1% más rico de Chile y el 45% del 0.01% con mayores ingresos. Para esos estudiantes la probabilidad de entrar al top 0,1% de los que tienen mayores ingresos es 45% superior al resto de los estudiantes.

Uno de los objetivos de su investigación era determinar el rol de instituciones de educación en países donde la desigualdad es muy alta, como es el caso de Chile. Las cifras que usa el economista de Yale es que el top 10% en Chile acapara el 41% de los ingresos, comparado con sólo el 30,2% en EE.UU. y 25,6% en Polonia. Pero cita otros datos para sugerir que el porcentaje en Chile podría llegar al 55% si se incluye ingresos por renta financiera. Y ahí el 1% acapara el 23% de todos los ingresos del país y el 0,1% se queda con el 11%.

El estudio revela que los ingresos anuales mínimos para entrar al top 0,1% en 2013 eran de US$ 340,000. El promedio alcanzaba a US$ 550,000 y para el 0.01% era alrededor de US$ 1.4 millones. Los ingresos promedios de los egresados de esas tres carreras de la PUC y la U. de Chile es de US$ 79,000 al año. Zimmerman dice que lo revelado en su investigación tiene implicancias para poder entender mejor el rol de la educación en generar movilidad social y económica en una sociedad. Hasta ahora hay evidencia contundente que en general el acceso a la educación superior ayuda a mejorar los ingresos, y en particular para estudiantes de estratos socioeconómicos bajos, pero lo que muestra el ejemplo de Chile es que para llegar a la cima hay otros factores determinantes, entre ellos venir de un colegio/familia de la élite.

Y hace hincapié en que su investigación sugiere que los esfuerzos de las universidades de la élite en Chile de “nivelar la cancha” no han sido exitosos por el desmedido rol que la cuna y lazos familiares/colegio tiene en la sociedad chilena. Eso sí, a pesar de la contundencia de las cifras, el informe destaca que los vínculos sociales en Chile juegan un rol menos relevante que en el resto de las economías de la región.
 
 

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