Acerca de la constituyente en venezuela (I y II)
José Luis Pacheco
La necesidad de convocar una ANC surge de la agudización in extremis de la contradicción universal y antagónica, entre el interés y la sobrevivencia de un estado periférico como el nuestro y la política de un Sistema como el Capitalista, que, en su agonía, necesita destruir los estados territoriales que pretendan ser soberanos, para que reine el capital financiero. Por ello lo que se requiere no es una ANC como las precedentes, que se adecuaron al Sistema. Debería ser un corte revolucionario para implantar una nueva institucionalidad, acorde con un Proyecto País liberador, audaz y revolucionario, que suelte las fuerzas creativas de nuestro pueblo mediante la participación de todos los sectores activos en el territorio. Pienso la constituyente como un gran foro nacional donde desnudemos la actual institucionalidad, un espacio para criticar y definir lo concreto hundiéndonos en el detalle, para construir ámbitos donde el dar y recibir y sobre todo donde el compromiso sea la norma, pues ya basta de proclamas que se contradicen con los hechos y que no encontremos el mecanismo para la participación responsable de todos, tanto en el diseño como en la práctica política.
Muchas personas, subyugadas por la cultura capitalista dominante, la tradición y el formalismo, se muestran temerosas ante la posible liberación del genio que está en la botella y plantean que la próxima ANC debe regirse por las normas morales y jurídicas del sistema histórico imperante, empezando por la convocatoria de la misma. Se olvidan que la actual Constitución, a pesar de todos sus avances, fue elaborada dentro de la institucionalidad sistémica y sujeta a sus normas. Sin embargo, por un diablillo que se escapó a los juristas –quizás Chávez– colocaron un capítulo especial para normar la manera de convocar al soberano para diseñar una nueva constitución. En los tres artículos finales (347, 348 y 349) que forman el Capítulo III y trata «De la Asamblea Nacional Constituyente» no se exigen referéndums, ni consultivo para la convocatoria ni aprobatorio para la validación final, cosa que si hace para la reforma y la enmienda, aparte de que en las actas de la ANC está claro que los constituyentes consideraron que no era ni necesario ni conveniente.
Pienso que lo hicieron así porque –al igual que Bolívar, quien pensó en Constituciones cada diez años– comprendieron que cuando se están fundando republicas durante un cambio histórico, las fuerzas del sistema vigente, tanto internas como externas, se oponen a ultranza utilizando todos los medios, aun los más extremos, tal como lo estamos viendo en los casos de Libia, Irak, Siria, Indonesia y Venezuela. Son fuerzas extraordinariamente poderosas que solo el pueblo puede enfrentar y es en una ANC donde éste puede verdaderamente expresarse, sobre todo si esa ANC se elije sobre bases comiciales que reflejen la forma como la población realmente vive y trabaja en el territorio, esto es, grupos de estatus o identitarios como comunas, sindicatos, sectores, etc., y también por delegados de los estados, municipios, etc., de acuerdo a la actual geometría territorial de nuestro país. Ante el antagonismo político, ciego y prepotente, tanto de algunos gobiernos prosistema como de una porción de la oposición interna que solo aceptan tomar el poder inmediatamente, no queda otra alternativa que adelantar el proceso constituyente aceptando someter la constitución futura a un referéndum aprobatorio. No era necesario pero, políticamente, es conveniente en aras de un mayor apoyo participación. Esta es mi en este momento ante la controversia sobre la legalidad de la convocatoria. Considero la convocatoria y la realización de una Constituyente como un acto fundamentalmente político, en base a la realidad y perspectivas del combate entre el Imperio Colectivo y su cultura colonial/imperial y Venezuela con su rol histórico/libertario; creo que ese es el asunto y que la discusión en base a una abstracción legal es echarnos polvo en los ojos.
Como bien sabemos una Constituyente, o mejor, un proceso constituyente, es un instrumento socio/cultural que usa el ámbito político para institucionalizar el diseño de un Proyecto País o para modificar sustancialmente la Constitución vigente –que también fue en su momento producto del diseño de un Proyecto País– dado que la trayectoria histórica ha planteado retos y metas que no pueden alcanzarse dentro del marco institucional vigente. El proceso constituyente es consecuencia del desarrollo de la crisis sistémica en un estado territorial determinado que no ha culminado, más bien se encuentra en estado efervescente y busca detener la acometida de las clases peligrosas que violenta y sistemáticamente buscan imponer su proyecto país a cualquier precio, proyecto que puede ser, según el caso, progresista o retrógrado, como en nuestro presente. En los países semiperiféricos y periféricos, cuando un grupo revolucionario o sencillamente progresista alcanza el poder ejecutivo, las clases altas y medias alienadas son las peligrosas, se resisten al cambio y su ideología racista les impide tolerar que se destinen recursos y energía a corregir las desigualdades y empoderar al pueblo, además de no admitir que se actúe soberanamente, puesto que creen que su nacionalidad es un error espacial de la cigüeña al depositarlos en un lugar equivocado. Ellos no se sienten ciudadanos de este país, piensan y actúan como miembros de una clase imperial. Los estados capitalistas son cultural y estructuralmente racistas, necesitan, para reproducir el Sistema, crear, como en efecto han creado, una cultura donde el colonizado acepte los valores del colonizante; sin ello el sistema no puede mantenerse. Por eso Venezuela, donde nos estamos liberando cada vez más de esa mente colonial, es uno de los enemigo a vencer.
La constitución de 1999 y el marco socio/cultural
En Venezuela estamos viviendo un proceso constituyente continuo desde 1999, cuando Hugo Chávez alcanzó la Presidencia de la Republica ondeando un Proyecto País contenido en su programa de gobierno –La propuesta de Hugo Chávez para trasformar a Venezuela, una revolución democrática– que establecía cinco polos (o ámbitos) a desarrollar en su gobierno: el político, el territorial, el internacional, el social y el económico. Ese fue su compromiso electoral y empezó a cumplirlo desde el mismo día en que fue juramentado. Si hacemos un ejercicio y buscamos en internet, precisamente en youtube, las entrevistas y escritos hechos por los candidatos en esa campaña, recomiendo la entrevista que le hizo Marcel Granier a Chávez, pues allí se observa, visto desde nuestro presente, que por primera vez en la historia de Venezuela un candidato habla con honestidad, claridad y firmeza de su Proyecto País. No engañó a nadie, habló por el pueblo, su pueblo: habló por los pardos. Este solo hecho lo pintaba como antisistema: un enemigo del orden establecido.
La rebelión militar de 1992 precipitó la crisis del Proyecto Político de la partidocracia iniciado en 1959, acelerando la implosión del sistema institucional y del liderazgo partidista que impulsaba la democracia liberal, que fue y es, por su propia naturaleza, excluyente y representativa. Desde que inventaron el concepto “pueblo″ durante la Revolución Gloriosa de 1649 en Inglaterra –que derrocó al Rey e instauró un gobierno parlamentario por primera vez en la historia– las clases dominantes han buscado que el pueblo oprimido sea representado por los notables, los de arriba, de cada momento histórico; caso particularmente notorio es el proceso para crear la forma de gobierno y el proceso electoral en Estados Unidos de Norteamérica después de la independencia, donde buscaron y rebuscaron las formas más certeras de evitar que las clases peligrosas –los desposeídos en todas sus formas –obreros, campesinos granjeros, intelectuales, técnicos profesionales, pequeños y medianos empresarios, etc.– pudieran organizarse y defender electoralmente sus intereses y, potencialmente, ser gobierno. Por eso el liberalismo –como ideología del capitalismo– excluye del real ejercicio del poder a las mayorías y lo hace mediante la implantación de la democracia representativa, que en el fondo es un instrumento para crear la ilusión de que al votar cada cierto tiempo se está ejerciendo el poder. Chávez hablaba de la democracia participativa y protagónica como la herramienta para construir el poder comunal territorial, garantizando de esta manera a las mayorías, a los de abajo, el ejercicio del poder diario y permanente. No es un asunto de ir cada cierto tiempo a elegir representantes entre los candidatos que nos muestra e impone el poder fáctico/comunicacional, sino el ejercicio continuo y permanente de decidir sobre la solución a nuestros problemas.
La constitución de 1999 se hizo con la composición y correlación de fuerzas propias del momento, pues con Chávez llegamos al gobierno un conjunto de individualidades y grupos políticos que arropaban, por una parte, al conjunto de luchadores por la revolución de los últimos cincuenta años –grupo abigarrado con diferentes proyectos nacionales, pues incluso dentro del equipo que desarrolló el programa de gobierno habían diferencias importantes– y por la otra a los grupos militares que lo apoyaron tanto en la insurgencia militar como en la contienda electoral y a muchos grupos que solo buscaban acrecentar sus negocios con el estado. El encuentro entre esas corrientes fue posterior a la llegada de Chávez a la jefatura del Estado.
El movimiento liderado por Hugo Chávez fue considerado “peligroso″ desde que emergió en 1992 y, en consecuencia, combatido por los sectores que se beneficiaban y sostenían el poder durante la IV Republica, desde los integrantes de los grupos de estatus que componían el Estado hasta una amplia capa de las clases medias cooptados por la ideología liberal e infectados por el racismo. El problema era Chávez y sus grupos más cercanos, pues eran pardos, miembros de una clase para ellos inferior y por ende incapaces de gobernar. El fantasma, un gobierno de los pardos, que durante doscientos años los amenazaba y desvelaba, volvía a aparecer después del fiasco de la partidocracia. Allí estaban otra vez los pardos y en esta oportunidad su dirigente no era un pardo con máscara blanca, era un pardo auténtico que tal vez no pudieran neutralizar. Ese era y es el problema con el gobierno bolivariano, no tanto las cosas que realmente hace.
Deseosos de moverse dentro de una nueva institucionalidad que permitiera adelantar el proceso revolucionario en relativa paz, Hugo Chávez y su equipo se lanzaron simultáneamente a impulsar la constituyente y a atender los graves problemas que venían arrastrando los de abajo. Es un problema que siempre se repite: cuando los mecanismos que sostienen al poder constituido, que es fáctico y simbólico implosiona, los de abajo irrumpen al foro político sembrando el desconcierto entre las capas socio/culturales del centro hacia arriba, que tiemblan y vacilan entre sostener el proceso de cambio o respaldar al viejo orden político. Si respaldan el viejo orden el proceso que emerge puede ser detenido mediante un golpe militar, cuestión que estuvo planteada y que Chávez neutralizó moviendo las fichas militares, caso de la designación temprana del General Raúl Salazar como Ministro de la Defensa. Esa situación tan compleja e inédita, precipitó, tanto la convocatoria como la corta duración de la Asamblea Constituyente. Recuérdese que frente a un cambio abrupto, los poderosos siempre necesitan tiempo para que ellos y sus cuadros recuperen el prestigio y la legitimidad que antes tenían. Chávez no les dio ese tiempo. Mirando al pasado con visión socio-histórica vemos que la implantación de constituciones había sucedido muchas veces, pues desde 1811 hasta 1961 se promulgaron más de treinta Constituciones, pero ninguna había provocado la incorporación de los de abajo, de los pardos, como sujeto histórico. Implantar ese nuevo sujeto histórico pacíficamente, tal como lo intentó Chile en 1973, es el mayor reto al universalismo euro centrista que los abajo podemos hacer.
Otro tema socio-histórico a resolver fue la necesaria incorporación de un Proyecto Nacional antisistema a la Constitución, lo cual no se hizo, sencillamente porque no se tenía; estaba y está todavía en construcción, pues lamentablemente fue y es una construcción lenta, ya que la agenda política lo coloca al margen. Esa es, a mi juicio, la mayor dificultad que tenemos para poder realizar un amplio debate a nivel nacional, debate que empezaría, para crear masa crítica mediante la convocatoria del archipiélago izquierdista a la tarea de diseñar ese proyecto político. Si se tuviese una propuesta para ponerla en la mesa, las conversaciones podrían organizarse en forma práctica y llegar a un Proyecto estratégico común de la izquierda, lo cual permitiría un juego de agrupaciones o partidos que contendieran por aplicar el Proyecto según sus visiones tácticas y procedimentales, compartiendo las líneas estratégicas de la Revolución. Habría un juego de actores de izquierda donde unos serían gobierno y otros oposición, reconociéndose como tales y abriendo espacios de respeto y entendimiento. De esta manera se rompería la polarización con la derecha como el único adversario, sería una arena política pluripolar y romperíamos la tendencia a que todos los descontentos vayan a nutrir a esa derecha que no reconoce a los pardos. Entonces el descontento y el deseo de cambio inherente a vivir en sociedades capitalistas, se imputaría a las causas verdaderas y no al gobierno revolucionario.
Es bueno recordar la constitución de 1961 que precedió a la bolivariana. Esa Constitución pretendió modificar el diseño institucional del período propiamente perezjimenista, iniciado en 1953 cuando éste fue designado Presidente por la Asamblea Constituyente de ese año, pero realmente solo tocó detalles que pretendían atacar los problemas políticos del momento, como era la designación del nuevo Presidente, manteniendo la exclusión de las mayorías y robusteciendo el carácter presidencialista del Estado Venezolano, sobre todo cuando la Constitución de 1961 mantuvo lo establecido en la Constitución de 1953 en el artículo 99: “ Lo relativo al Gobierno y a la Administración Nacionales no atribuidos por esta Constitución a otra autoridad, compete al Poder Ejecutivo Nacional ″
Recordemos el proceso ocurrido entre el 23 de enero de 1958 y el 23 de enero de 1961 cuando se promulgó la nueva Constitución. Se inició el primero de diciembre con el levantamiento militar del Comandante Hugo Trejo, que duró un día al ser detenido el dos de diciembre. Su acción detonó las contradicciones entre Pérez Jiménez y la oligarquía nacional, el clero y los Estados Unidos; al visualizarse la crisis en el estamento dominante los de abajo se lanzaron a la calle a manifestar su descontento y reclamar un cambio, todo lo cual condujo a una inestabilidad del régimen militar que se fue profundizando hasta culminar el 23 de enero con la huida de Pérez Jiménez. Cuando los propietarios, el clero y USA lograron sacar a Pérez Jiménez, los de abajo irrumpieron con fuerza y hubo de implantarse un controvertido “plan de emergencia″ que dirigió el posteriormente mirista Celso Fortoul (el ingeniero poeta), el cual, unido a la efervescencia popular que deseaba un cambio profundo y estructural creó una situación revolucionaria, que solo la rápida implantación de unas elecciones liberales el mismo año 1958, unida a la “ceguera″ de la izquierda que disolvió la junta patriótica ampliándola con diversos elementos de las clases medias altas, pudo contener el avance de la Revolución, dando tiempo para preparar la contrarrevolución que adelantaron los sucesivos gobiernos del pacto de puntofijo, pero sobre todo los gobiernos de Betancourt y Leoni que lo hicieron a sangre y fuego. No se planteó, como lo hizo Chávez, adelantar primero una Constituyente y luego la elección, pues la rapidez con que se implantara el juego electoral desarmaba a la izquierda ante el liderazgo tradicional, tal como ocurrió. La constitución de 1961 la hizo un Congreso elegido bajo las normas de la Constitución de 1953 y al pueblo, a los de abajo, no se les permitió participar, fueron a las gradas en un estadio donde se diseñaba el futuro.
La constitución de 1999 y el Proyecto Nacional actual.
El Movimiento bolivariano se lanzó a convocar la Asamblea Constituyente del 99 sin tener claridad sobre su Proyecto Nacional y sus objetivos territoriales, esto es, el diseño institucional y la organización socio/cultural a construir para crear una nueva territorialidad. Repartió sus cuadros entre los constituyentistas y el equipo de gobierno, con pocos vasos comunicantes entre ellos y así, mientras en el gobierno se luchaba por definir los elementos del Proyecto Nacional, desde el punto de vista del modelo territorial socioproductivo e institucional, en la Asamblea se buscaba darle forma al Estado desde la visión social, jurídica y política: nos dejamos atrapar por el principio capitalista de las dos culturas y no establecimos una base interdisciplinaria y un Proyecto Cultural compartido. Como no hubo claridad acerca de lo que se buscaba, se apuró el término de la constituyente y fuimos a elecciones para elegir los cinco nuevos poderes que conformaban el andamiaje del Estado. Había mucho de nuevo en lo social y en el espíritu democrático que lo impregnaba todo, pero poco en la geometría del poder y en el diseño de la estructura del nuevo modelo territorial/productivo. La lucha que se libró fuera de la constituyente para direccionar al gobierno fue intensa y se manifestó en derivas cambiantes en cuanto al modelo socio/productivo y sus soportes infraestructurales: lo energético, los transportes, las comunicaciones, lo hídrico y el hábitat (sistema de ciudades o sistema urbano regional)
También debemos considerar cómo evolucionaba el Sistema Capitalista Mundial, por aquello de que quien se desarrolla y camina por la historia es el sistema mundial, cambiando la cultura hegemónica y la división axial del trabajo entre los países que lo integran, no los Estados por separado. Ese fue nuestro caso en la década de 1970 cuando el Sistema Mundo sufrió un ajuste en su estructura debido a las consecuencias de la revolución cultural de 1968, que materializaba la merma de la hegemonía estadounidense: USA se salió del patrón oro, denuncio los acuerdos de Bretton Woods dando inicio a la financiarización (dominio del capital financiero sobre el industrial, de la economía casino sobre la material) como nueva etapa del Capitalismo. Una vuelta a la tuerca. Sobre nuestro país se abatió el boom petrolero de 1973, inundándonos de divisas por la subida del precio del petróleo y, paradójicamente, endeudándonos mediante préstamos abundantes, producto de de esos mismos petrodólares que a escala mundial se concentraron en la banca occidental, la cual, en jugada maestra fríamente diseñada, los irradió al mundo como los préstamos que crearían el mundo de la deuda externa nacional. Fue un diseño del Capital para estatizar las deudas y de esa manera abatir la soberanía de los estados territoriales al subordinarlos a las redes financieras. En Venezuela el punto de inflexión para precipitar la caída abrupta, ocurrió en 1983 con la primera gran devaluación de nuestro signo monetario y la caída bajo el dominio de la financiarización, que marcó el dominio del Capital bancario en nuestra economía, provocando la contracción y prácticamente desaparición de la economía material y el florecimiento de la economía especulativa tipo casino. Privó una subcultura dominada por valores especulativos y transnacionales en cabeza de la Oligarquía y las nacientes nuevas clases medias, quienes estaban ligadas al sector importación/exportación/financiero especulativo por intermedio del aparato burocrático, tanto del sector estatal como del privado, que estaba y está formado por actores que tienen un origen semejante, parecida educación y la misma subcultura.
La Constitución fue un gran avance, pienso que el posible, dada la correlación de fuerzas existente y la falta de un Proyecto Nacional concreto como guía, pero abrió el camino, fue una cajita de pandora que abrió paso al pueblo y la revolución. El pensamiento prosistema, ideario en general de la derecha se movió a sus anchas, contenido única y objetivamente por la cultura parda del Presidente Chávez, quien, por su imaginario y valores, desconfiaba y muchas veces discrepaba del sentido común reinante, con lo cual representaba en buena medida el pensamiento antisistema. Una anécdota: recuerdo el Consejo de Ministro donde se discutió la última de las leyes habilitantes del 2001, la ley de pesca, que sometida a debate generó varias posiciones, destacándose la de Luis Miquelena que la negaba, afirmando, además, que sería el detonante para una situación de crisis; sometida a votación fue aprobada con su solo voto en contra; lo demás es historia: al concluir el Consejo de Ministros en diciembre 2001 el Presidente llamó a cadena nacional de radio y televisión e informó a la nación sobre la aprobación de las 41 leyes, en enero renunció Miquelena y ya estaba en camino el golpe de abril.
Constitución y Proyecto Nacional
El golpe de abril del 2002 significó un quiebre en la historia política de Venezuela, pues si bien es cierto que desde la Independencia Caracas es el símbolo del Poder, pues allí está la sede de los poderes públicos incluyendo la presidencia, la irrupción de la clase media alta en poderosas manifestaciones (sobre todo en la capital) muy politizadas, puso de manifiesto la presencia de un nuevo actor político que no suele aparecer en los análisis tradicionales y que emerge de la dinámica misma del Sistema Mundial. Creo que esto se debe a que los Estados territoriales, los cuales conforman los elementos más importantes de la estructura del Sistema Capitalista Mundial y que por la naturaleza de sus redes ocupan lugares diferentes en la pirámide distributiva de la riqueza: los países centrales (los anteriormente colonizantes) extraen riqueza de los periféricos (las antiguas colonias) y son cada vez más ricos; a la par la población urbana tiende cada vez más a concentrarse, pero esta concentración también es desigual y en sentido contrario, es mayor en los países periféricos y semiperiféricos que en los centrales y la distribución de la pirámide clasista en los espacios urbanos también es diferente.
No vamos a discutir en profundidad las características de las ciudades en Venezuela, lo haremos en un próximo trabajo, pero sí quisiéramos decir que nuestro «sistema regional/urbano» emergió bajo el patrón de los países periféricos del Sistema Capitalista Mundial (economía mundo según Wallerstein y Espacio/tiempo/cultural/mundial según la unidad de trabajo que propongo) y ha evolucionado demoniacamente hacia una concentración de la población en pequeñas y determinadas regiones del territorio, al extremo que el eje norte-costero concentra más del 70% de la población total de nuestro país. Como además de periférico –y por ende conectados con los países centrales mediante relaciones de intercambio desiguales– somos desde hace un siglo una región petrolera y un Estado presidencialista que concentra el aparato para distribuir la renta en el área metropolitana (de Guarenas-Guatire hasta la Victoria y desde el mar Caribe hasta la cordillera de la costa) conformando un atractor para toda la población, pero sobre todo para las clases medias altas con su componente tecno-profesional y las muy pobres acuciadas por la miseria. Hemos llegado, en consecuencia, a abrigar en la gran Caracas más del 60% de la población del eje norte-costero, esto es, unos doce millones de habitantes, distribuidos en dos Caracas (propongo una ciudad capital, dos Caracas históricas: una al oeste de Chacaíto y otra al este) que podríamos estimar en 60% para la Caracas del oeste y 40% para la del este. Si el tramo poblacional para las clases medias y la Oligarquía es de un 40% a escala nacional, en la Caracas del este sería mayor (debido a la condiciones petrolero/rentista), digamos un 50%; entonces estaríamos hablando de ± 2,400.000 personas, que como conjunto socio/cultural, internaliza el racismo más profundo y el desprecio por lo nacional, por lo que con dinero y apoyo no debiera ser difícil concentrar, en momentos de arrebato político, ingentes multitudes de más de medio millón de personas que clamen por un cambio –su cambio– cifra que está lejos de lo logrado hasta ahora por esta corriente que apoya al sistema dominante, que apenas llega a concentrar unas treinta o cuarenta mil personas.
Podemos concluir que la evolución negativa del Estado rentista se ha exacerbado en los últimos diez y ocho años, sobre todo por el abandono del proyecto de desconcentración territorial que formó parte del Proyecto Político primigenio de Hugo Chávez y la prolongación del patrón histórico de concentración/colonial de nuestros espacios, creando, así, una fuerte inestabilidad institucional que facilita la política de nuestro real enemigo, el Imperio y la clase imperial.
El nuevo marco socio/cultural
Durante los últimos 18 años Venezuela ha sido un ejemplo indeseable y peligroso para el Sistema Capitalista Mundial, pues su lucha en defensa de la soberanía de los estados, su papel en el diseño de mecanismos para la integración de Suramérica y el Caribe, así como sus éxitos en la lucha contra la pobreza y la desigualdad mediante la aplicación de la nueva democracia participativa y protagónica, más su inserción exitosa al nuevo orden mundial pluripolar que emerge como alternativa al Sistema Mundial hegemonizado por la triada Imperialista (USA, Europa y Japón), nos convirtieron en un símbolo, tanto para las naciones oprimidas como para los de abajo en todas las latitudes. Es más que suficiente para que las oligarquías del mundo nos odien e intenten liquidarnos.
El proceso bolivariano emerge al mundo en 1992 con la rebelión militar comandada por Hugo Chávez y, desde ese momento, alumbra la historia como llama revolucionaria, como un movimiento político con profundas raíces en el imaginario Suramericano y del Caribe, que se enraíza con la gesta libertadora del siglo XIX. En ese momento el neoliberalismo reinaba en el Sistema Capitalista Mundial: habían pasado 27 años de la visita de Nixon a China, 26 del retiro de USA de la dependencia del patrón oro y del golpe contra Allende y 23 del golpe de Videla en Argentina, eventos que son galones del caminar hacia la imposición de la ideología liberal al Mundo, como base ideológica de la hegemonía estadounidense en el Sistema Capitalista Mundial. Allí se instaló la nueva política estadounidense de eliminar la soberanía de los estados territoriales, para que la financiarización, como economía de casino, reinara sobre la economía material (real) de países como China, Brasil, Rusia e India en el rol de semipérifericos, es decir, el Imperio colectivo maneja las finanzas, los semipérifericos la producción material y los periféricos suministran las materias primas. Fue la década del fin de la historia (Fucuyama), del no hay alternativas (Margaret Tacher y Ronald Reagan) y de la Agenda Venezuela (Rafael Caldera), un momento sombrío para los pueblos oprimidos del mundo, pues realmente, viendo la guerra criminal contra Irak, parecía que no había esperanzas ni alternativas, sin embargo, de esas sombras, emergió el movimiento bolivariano con Hugo Chávez a la cabeza. No es poca cosa.
En estos 18 años el proceso bolivariano ha impactado al mundo motorizando los movimientos antisistémicos y acelerando el tiempo histórico, pues el tiempo socio/cultural no es igual al cronológico, se acelera en los momentos de bifurcación sistémica cuando pequeñas causas generan grandes efectos. Así fue: cambió el mapa político, sobre todo en nuestra América y una ola de movimientos de izquierda llegaron al poder político y muchos de ellos se plantearon procesos constituyentes (Bolivia y Ecuador) para marcar la ruta transformadora. Pero también se proyectó a otras latitudes y está presente en las luchas populares de Francia, España y muchos otros países.
Ahora en 2017 el mundo es otro y las institucionalidad que creamos en 1999 ya no ayuda a manejar positivamente la crisis socio/cultural que cada vez es más profunda y más compleja, tanto en el Sistema Mundo, como en América y en nuestro país. Necesitamos una nueva institucionalidad, otro marco constitucional, diseñado teniendo presente las faltas que impidieron que la Constitución de 1999 sea aplicable a la nueva geometría socio/política que necesitamos. No podemos olvidar que ni el Imperio ni la clase imperial reconocieron nuestro derecho a gobernar, nunca lo han aceptado: bolivianos, ecuatorianos, nicaragüenses, guatemaltecos, cubanos y venezolanos no pueden gobernar para sus pueblos, somos, para ellos, aves de paso, unos intrusos que deben eliminarse.
Las tareas que enfrentamos desde 1999 son muy difíciles, pues en una época de transición de un sistema social a otro u otros, reina tanto la incertidumbre como la creatividad y es el momento del pensamiento científico riguroso, que es complejo y participativo. Tenemos que cambiar nuestra percepción del mundo y actuar en consecuencia, y operar con los tres niveles dialécticamente concatenados –la verdad, lo bello y lo bueno– que permiten tener una nueva percepción de la vida, esto es, analizar lo más científica y sistémicamente posible la totalidad en busca de la verdad, apoyarnos en los sentimientos y las emociones, para, como personas morales y éticas que somos, buscar el bien y la belleza y, finalmente, como políticos, y con los pies en la tierra y mirada lejana, unificar los tres patrones de valor, histórica y culturalmente creados.
Creemos que adelantar un proceso constituyente que culmine en una nueva constitución es el camino correcto, pero, debido a la situación política nacional y regional, no solo debemos blindarlo trabajando con transparencia, sino convertirlo en un foro político-socio/cultural donde se debata con amplitud, no solo entre los constituyentes, también y simultáneamente con funcionarios del gobierno y con intelectuales y dirigentes sociales. Debe ser un foro nacional e internacional (debería invitarse a intelectuales y dirigentes importantes) de pensamiento, planificación y acción que llene de luz a Venezuela y a nuestra América y apunte con fuerza a esa nueva institucionalidad que los países periféricos reclaman.
No creo que el proceso constituyente deba ser breve, al contrario, necesitamos tiempo para que ese gran foro se desarrolle y culmine la gran tarea encomendada, que no es otra que diseñar el Proyecto Nacional de nuestra moderna revolución, de tal manera que influya en todos los países del mundo y ayude a canalizar su camino. Ese es nuestro verdadero escudo.
Una sugerencia para los constituyentes.
Como dijimos el elemento fundamental de esta constituyente debería ser la elaboración y puesta en funcionamiento del actual y nuevo Proyecto Nacional, pues en él se compendian todos los temas que nos afectan. Veamos cuales son los ámbitos donde desarrollar la planificación radical. Son nueve, todos territoriales, cuatro operan sobre el territorio y cinco son las infraestructuras que los interconectan con el mismo, ellas son:
1.- Actividades productivas. Comprenden: agricultura, ganadería, explotación forestal, pesca, minería, construcción e industria de transformación.
2.- Servicios sociales. Comprenden: salud, educación, información y entretenimiento, redes de protección social, turismo y deportes.
3.- Instrumento de gestión económica y social. Comprenden: la asignación de recursos, justicia y seguridad, representación política, actores sociales y reglamentación internacional.
4.- Intermediación comercial y financiera. Sistema bancario, tanto estatal/nacional como regional/local. Todo el sistema dirigido por el Banco Nacional de Desarrollo bajo la guía del Ministerio de Planificación o de una Comisión presidencial supraministerial.
5.- Las cinco infraestructuras territoriales. Son la energía, el agua, los transportes, los asentamientos humanos y los sistemas de comunicación e información.
Todos estos elementos están concatenados, se interconectan e interinfluyen constante y permanentemente, pues son partes de un todo en eterno movimiento. Conforman un sistema complejo vivo y por eso, si queremos estudiar uno de los ítems, por ejemplo la salud en el punto 2, vemos que el resto de los elementos de ese punto están profundamente relacionados, pero también lo están los componentes de los otros puntos. Total, no podemos ni analizarlo y mucho menos actuar sobre él, sin tomar en consideración la totalidad. Por eso la planificación es fundamental, es como construir un cerebro que maneje todo el cuerpo social. En el cerebro está todo y ese es el reino de la cultura. La cultura es lo humano, su impulso vital; allí decidimos qué es un bien o un servicio, qué es bueno o malo, qué es bello y qué no lo es y qué es verdadero o falso. No olvidemos que los sistemas vivos se estimulan, no se dirigen, y que si pretendemos regir linealmente los procesos en los diferentes ámbitos de la Reproducción Social fracasaremos, al igual que lo han hecho todos los países que integran el Sistema Mundial donde muchos han crecido pero ninguno ha dinamizado plenamente la potencialidad humana.
El elemento vital, lo que mueve este proceso es el cambio cultural, la revolución cultural de la que tanto hablamos y pareciera que poco comprendemos, pues de manera extraña pero constante, usamos el concepto para referirnos a las artes, poniendo de esta manera el mundo al revés. En verdad la Cultura es una amplia red de conversaciones que trasmiten significados y es lo que determina la interpretación que damos a lo que percibimos del mundo en que vivimos; todo cuanto nos estimula, desde una sensación del medio natural hasta una conversación o una imagen, son manejados por procesos cerebrales y se convierten en una percepción, donde intervienen tanto nuestros sentimientos y emociones como nuestra racionalidad y la historia de la especie, por eso la percepción que tenemos del mundo es histórica, contextual y relativa. Si aceptamos esta visión, debemos concluir que el diseño de un Proyecto país es una tarea que requiere un cambio revolucionario en las estructuras de nuestro espacio/tiempo/cultural. Esa es la Revolución que está planteada y los lineamientos que surjan de la Asamblea Nacional Constituyente, tomados desde el emocionar y la racionalidad concreta, se deben materializar en objetos materiales e inmateriales, tales como libros, arte, obras de ingeniera, deportes y las tantas cosas que componen el mundo de la cultura.
Ojalá no cometamos los mismos errores que en 1999 y sepamos repartir las tareas entre la constituyente y el conocimiento acumulado por la revolución. El trabajo es en dos frentes: gobierno elaborando los contenidos sistémicos del Proyecto Nacional para que la Revolución avance, mediante una amplísima consulta que provoque debates creadores, y la ANC acogiendo estas propuestas para estudiarlas y convertirlas en disposiciones político/jurídicas. Recordemos lo que dice Evo Morales sobre un proceso revolucionario: no mentir, explicar claramente las cosas que hacemos y deslastrarnos de vicios como la triquiñuela y la componenda.
El proceso constituyente que estamos iniciando, es fruto de las transformaciones ocurridas, tanto en el Espacio-tiempo/cultural mundial como en nuestra América y en Venezuela. Hemos sido actores en este proceso y actores importantes, por consiguiente el análisis de nuestros aciertos y errores en ese caminar es trascendente. Nos ven y nos vemos como una rica provincia extractivista con una historia gloriosa que vive una profunda crisis política, la cual, a nuestro juicio, es consecuencia de la contradicción entre tener una fuente de riqueza que solo se realiza en el mercado mundial y depende del desarrollo de la ciencia y la tecnología en ese ámbito, y las necesidades integrales de la población que realmente vive en nuestro territorio con la cultura impuesta por el pasado colonial/rentista. El cambio hacia una cultura que nos delinee desde el ahora un Proyecto país con una política territorial e institucional que busque la soberanía alimentaria y la consecución de los bienes salariales, mediante el desarrollo industrioso tanto del campo como de la ciudad, servidos por una red bancaria nacionalizada y desconcentrada y que rediseñe el modelo minero, petrolero y gasífero, nos hará salir revolucionariamente de la crisis
Acerca de la constituyente (II)
Estamos avocados a un nuevo proceso constituyente, que debería abrirnos la vía para profundizar las transformaciones socio/económicas guiadas por el cambio cultural que Venezuela, nuestra América y el mundo, reclama y necesita. Venezuela ha sido muchas veces ejemplo y guía de trasformaciones que el mundo demanda, caso de nuestra gesta independentista donde Bolívar no buscó arreglos con los Imperios y las oligarquías sino la construcción de un grande y poderoso estado; del período medinista donde reivindicamos nuestra soberanía e iluminamos a las provincias petroleras, tanto con la imposición del 60-40% a las transnacionales como con la creación de la CVP, y ahora con el proceso bolivariano donde luchamos por la soberanía, la pluripolaridad y el volcamiento de la reproducción social hacia el humano y su dignidad.
A los procesos socio/temporales los guía la cultura mediante su red de conversaciones, la cual, a su vez, está sustentada en la memoria histórica. Por eso, en el momento crucial que vivimos es necesario hablar de historia y de categorías cognitivas, pues se trata de evaluar y sopesar con mucho cuidado las acciones que debemos tomar ante el inmenso reto que tenemos por delante. Hablemos entones de las revoluciones en presente, pasado y futuro.
Brevísimo acercamiento al pasado
Los revolucionarios con raíces marxistas discutieron, durante muchos años, acerca de cuándo la porción de la especie humana que ocupa un determinado territorio, un Espacio/tiempo cultural, se encuentra en una situación revolucionaria. Este tema se planteó con más fuerza entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, cuando se afianzó la era del imperialismo y los países centrales del Sistema Capitalista Mundial –que siempre tienen vocación imperialista– entraron en un profundo choque de intereses geopolíticos, que nos llevó a dos guerra mundiales interimperialistas (guerra de los 15 años).
Lenin planteó con mucha fuerza que la red conformada por países centrales y periféricos se rompería en la periferia, pues era allí donde se exacerbaban las contradicciones inherentes al sistema: desigualdad, pobreza profunda en las capas bajas y medias, daño ecológico sensible, desfasamiento tecnológico, etc., con lo cual, la desestabilización política, fruto de la presión de los dominados y enfrentamientos con y entre los dominantes, se haría insostenible para el estado territorial (que no necesariamente nacional) y el país en cuestión estaría maduro para la revolución. Había que prever, entonces, el advenimiento de una situación revolucionaria para diseñar y practicar la estrategia y las tácticas pertinentes.
También jugaban otras ideas atribuidas al marxismo, como aquella de que todos y cada uno de los países debían vivir etapas de “desarrollo” inexorables semejantes a la vía histórica europea: comunidad primitiva, modo de producción esclavista, estadio feudal, sistema capitalista y por ultimo modo comunista. Era necesario entonces impulsar al capitalismo hasta que éste se convirtiera en un freno para el desarrollo de las fuerzas productivas, entonces, y solo entonces, se podría pasar del capitalismo al comunismo mediante una transformación que dirigiría el proletariado como clase revolucionaria y ya mayoritaria en el cuerpo social
Muchos revolucionarios de raigambre marxista compartieron esa idea y para sostenerla se apoyaban en algunos escritos de Marx, como el Tomo I del Capital, mientras olvidaban o desconocían otros escritos de Marx, como los manuscritos económico-filosóficos que fueron escritos en 1844 y publicados por primera vez en 1932 en Alemania y también, por ejemplo, la carta de noviembre de 1877 dirigida a la revista donde el populista ruso N.K. Mijailovskii hizo una crítica a sus ideas sobre la perspectiva revolucionaria en Rusia, y donde puntualizaba:
«El necesita convertir mi ensayo histórico sobre la aparición del capitalismo en Europa occidental en la teoría histórico-filosófica con un único camino, por el que de manera fatídica están condenados a pasar todos los pueblos independientemente de cuáles fuesen las condiciones históricas en que se encontrasen, para llegar, al final de cuentas, a la formación económica que les permita, junto con un gran florecimiento de las fuerzas productivas y del trabajo social, un mayor y profundo desarrollo de la persona. Pero yo le pido a él disculpas. Esto sería al mismo tiempo demasiado halagüeño y demasiado vergonzoso para mí»
Esa carta tuvo una interesante historia, fue escrita en noviembre de 1877, pero no fue enviada a la revista y permaneció sin publicar hasta que años después, tras la muerte de su autor, fue encontrada por Engels entre sus papeles y enviada por éste, en marzo de 1884, una copia a Vera Zasulinch, quien por aquel entonces se encontraba exiliada en Ginebra. Fue finalmente publicada en la revista Vestnik Narodnoi Voli número 5, en 1886 en Ginebra: aquí se cita según texto integro en: http://www.ismat. Php?menu=1&action=1&ítem=167 Citado por Antonio Fernández Ortiz «Octubre contra el Capital» Ediciones Viejo Topo 2010. Págs. 81-82.
Entre la muerte de Marx y la Revolución Rusa en 1917 mediaron 34 años y corrió mucha agua debajo de los puentes, los diversos acontecimientos fueron diferenciando las corrientes marxistas y separando más y más sus posiciones políticas, hasta llegar en 1903 a la división entre mencheviques (minoría socialdemócrata de derecha) y los bolcheviques (mayoría socialdemócrata de izquierda) cuya diferencia fundamental fue que los bolcheviques planteaban que el camino ruso no era el capitalista y que el proletariado en el poder debía marcar un rumbo distinto, mientras que los mencheviques decían que el proletariado debía respaldar y presionar por mejoras a la burguesía nacional.
Estas diferencias marcaban dos vías a seguir: la pacífica/electoral/parlamentaria de los mencheviques y otros partidos, contra la parlamentaria/insurreccional de los bolcheviques, apoyándose ambas en el trabajo socio/político en los sindicatos y otras organizaciones obreras y populares. Eran dos vías que estaban determinadas por el sujeto revolucionario, que en ambos casos era el proletariado, los obreros fabriles, como la clase que llevaba en su seno el germen de la nueva sociedad: la formación económico/social comunista. Es bueno traer al debate, que de acuerdo al materialismo histórico, el ser determina la consciencia y que el movimiento de la lucha de clases dentro del capitalismo transforma a la clase obrera de agrupaciones dispersas sin consciencia de su destino, en clase en sí primero y luego en clase para sí, es decir, en una clase claramente diferenciada que genera una ideología que la guía en su accionar: dicha ideología es el marxismo que la reconoce como elemento mesiánico y redentor. Pero el marxismo no brota espontáneamente de la clase obrera, pues la anomia a que la condena sus condiciones de vida no lo permite, es necesario, entonces, que la intelectualidad, en perfecta simbiosis con el proletariado, cree y difunda la ideología proletaria, de tal manera que ella encarne en el proletariado y sus aliados y los guíen en su caminar hacia la toma del poder político y la puesta en marcha de la Revolución
Claro, estos planteamientos lo hacían intelectuales comprometidos con la revolución, como lo fueron el propio Marx, Lenin, Trosky, Plejánov, Mao, Ho Chi Ming y muchos más, pero como ellos no emergían ni vivían en el seno de los proletarios y éstos no demostraban querer y entender la revolución, siempre estuvo presente la necesidad de crear una organización que insuflara la ideología revolucionaria entre los proletarios y sus aliados y los dirigiera entre las complejidades del proceso. Esta idea derivaría hacia la conformación de partidos políticos de tipo socialdemócratas y “leninista”, los primeros con organizaciones abiertas donde un militante debía pertenecer a una organización ligada al partido, mientras que en los segundos un militante era el que trabajaba en un organismo del partido: los primeros eran partidos abiertos y los segundos partidos cerrados (tipo militar).
Surgieron dos tesis para definir qué es una revolución y cuándo puede producirse: la socialdemócrata y la comunista. Ambas planteaban como primer paso la toma del poder ejecutivo o político, para luego, y desde allí, impulsar la transformación revolucionaria. Ambas coincidían, aparentemente, en que la Revolución tenía como objeto cambiar las estructuras capitalistas que engendraban desigualdad creciente, por otras que terminaran con la explotación del hombre por el hombre e inauguraran una nueva época donde el problema del día fuera abrirle paso al hombre nuevo, que a las personas se las viera y respetara en y por su dignidad. Diferían abiertamente en la vía, en el proceso vital necesario para alcanzar esos objetivos, para los socialdemócratas y liberales era trabajar pacíficamente dentro de las instituciones vigentes, pulseando políticamente con las autoridades desde el parlamento y otras instancias para concientizar y organizar al proletariado en sindicatos y otras organizaciones, a fin de acceder pacífica y electoralmente al poder y desde allí, mediante el juego de actores en las instituciones iniciar un proceso de cambio; los comunistas decían que la vía electoral si bien no imposible era muy difícil de transitar y que la actividad política debía utilizarse para concientizar y organizar al proletariado preparándolo para tomar el poder pacifica o violentamente, al momento de presentarse una crisis socio/política total. Los comunistas y otras agrupaciones de izquierda creían que ese tiempo podría medirse en meses o quizás en años, pero que realmente se prolongaría hasta que la correlación de fuerzas incline la balanza de poder hacia uno u otro bando y pueda resolverse la crisis pacifica o violentamente.
La primera gran controversia se desarrolló entre los social demócratas dirigidos por el checoslovaco Karl Kautsky y el ruso Gueorgui Plejánov, quienes sostenían que no podía plantearse una revolución socialista sin que la burguesía previamente desarrollara el capitalismo, y los revolucionarios con Lenin a la cabeza, quienes afirmaban que en una situación revolucionaria los revolucionarios podían y debían tomar el poder y dirigir la transformación que la burguesía no podía llevar adelante. La segunda controversia se desarrolló en dos planos, por una parte entre los mencheviques aliados con la dirección de los bolcheviques en Rusia y por la otra Lenin y Trosky quienes unificaron sus posiciones en las llamadas tesis de abril, llave que abrió el camino a la toma del poder ejecutivo y al inicio de un proceso revolucionario en Rusia que fue lo que fue. Lo demás es historia real que debemos estudiar y comprender bajo la visión sistémica de la vida y no con la linealidad del pensamiento tradicional.
Esta pequeña narrativa trata de poner sobre el tapete la vieja controversia entre Reforma y Revolución, que en el fondo no es otra cosa que un enfrentamiento entre dos visiones de los procesos históricos: la economicista y la cultural, la primera es la percepción de los de arriba y la segunda la de los de abajo. Célebres son las tesis de Rosa Luxemburgo para diferenciar reforma de revolución, así como la controversia entre Trotsky y Lenin, plasmada entre la «revolución permanente» apoyada en la teoría del «desarrollo desigual y combinado» del primero y la revolución por etapas del segundo, donde el proletariado tomaría el poder político para cumplir las tareas que las burguesías de los territorios periféricos no podían adelantar. Las diferencias entre Lenin y Trotsky se conciliaron en las «tesis de abril» donde Lenin se identificó con la revolución permanente, se enfrentó al Comité Central del Partido y dirigió el golpe de Estado, que montado sobre una situación revolucionaria, llevó a los bolcheviques al Poder en 1917. Esta fue una magnifica demostración de genio revolucionario y de comprensión de las limitaciones de los humanos para percibir la compleja realidad socio/cultural que cubre los procesos políticos/sociales, así como de humildad y firmeza revolucionaria.
Porque, en el fondo, el asunto está en visualizar, en cada etapa del tiempo histórico, qué es y cuándo estamos en una situación revolucionaria. A nuestro juicio, y dentro del marco del sistema capitalista mundial, es un intervalo de tiempo donde en un determinado territorio se exacerban las contradicciones del sistema en una crisis que no tiene solución dentro del mismo. Es un momento concreto y pasajero. Es una crisis cultural donde la percepción de la realidad tiene que saltar sobre los viejos valores y, dentro de una nueva visión de la complejidad, definir un nuevo proyecto político/territorial y las acciones pertinentes para alcanzarlo. Si esto se hace, el pensamiento político/sistémico vence la entropía cultural enquistada en el pasado, y eleva la acción a un plano mayor de complejidad con nuevos y revolucionarios planteamientos.
Nuestro momento histórico
Es, en este sentido, que nos atrevemos a afirmar que Venezuela se encuentra en una situación revolucionaria, pues las viejas concepciones del devenir histórico se enfrentan y, en su conflicto, o derivan hacia el estancamiento que nos llevaría al encuadramiento sistémico, o, tal vez y ojalá, mediante un gigantesco esfuerzo de humildad revolucionaria, emulemos al Lenin de abril de 1917 y adoptemos, en nuestro tiempo histórico, la percepción del mundo compleja y ecológica para comprender y debatir, que una revolución es una transformación de las estructuras sistémicas y socio/culturales, una mutación de la institucionalidad y de los patrones políticos, es pasar de una cultura patriarcal a otra matríztica y plantearnos un nuevo Proyecto Nacional territorial, antisistema y ecosocialista.
Para ubicarnos adecuadamente ante nuestra realidad debemos dejar de hablar de “reconciliarnos″ y trabajar por un compromiso real (no solo mediático) entre las capas revolucionarias y la capas medias objetivamente progresistas que siendo muy difusa podría acercarse a la revolución si vence el racismo y su mente colonizada, en lugar de establecer puentes estratégicos con las clases imperiales: la oligarquía y la clase media alta; de “reindustrializarnos″ y enfocar nuestros esfuerzos en construir un tejido industrioso de carácter endógeno sobre el territorio con la gente que en él vive y labora; de eliminar el esquema que niega la participación activa y protagónica de los sectores medios industriosos y preparados permitiéndoles que cumplan su rol histórico junto a los pobres; internalizar que el enemigo principal es la financiarización, el mundo del Capital, con su banca transnacional y que sólo endogenizándonos sobre una base territorial podremos construir la red industriosa que ligue producción, transportes, distribución, mercadeo y consumo. Lo anterior requiere de nuevos sujetos o remozados sujetos culturales, socio/económicos y políticos, toda vez que la oligarquía dominante desde Páez, con sus capas medias rentistas que la acompañan, llegaron a rechazar hasta el proyecto nacional/desarrollista de Pérez Jiménez que solo pretendía crear una burguesía nacionalista y productiva. Allí, precisamente, la oligarquía demostró su carácter de clase imperial y su imposibilidad de dirigir hegemónicamente cualquier proyecto nacional En fin, debemos revisar, rápido y a fondo, nuestros esquemas mentales y librarnos de los ecos del pasado que impidieron que tantas revoluciones deseadas y posibles se realizaran, y derivaran más bien hacia una inserción más profunda en el sistema capitalista mundial, fortaleciéndolo y prolongándolo en el tiempo.
El reto es abandonar la vieja forma de hacer política y apartar a los viejos políticos, que no lo son por edad, sino por sus esquemas mentales y su visión de que las luchas socio/culturales son campañas mediáticas y que la subjetividad puede sustituir a la realidad. Es un tema de contemporaneidad y de práctica política.
Finalmente, debemos insistir en que diferenciemos la contradicción antagónica con el Imperio, la clase imperial y los partidos y agrupaciones neofascistas, de la contradicción no antagónica sectores populares y capas medias progresistas. No es lo mismo. Es difícil comprender cómo dirigentes de izquierda prefieren retratarse con los neofascistas y desdeñan a los bolivarianos, y también, cómo es que el gobierno y el PSUV negocian con los neofascistas y no pueden conversar con las izquierdas. Entiendo que puede haber un tema de juego institucional y de imagen, pero la Revolución debe estar por encima de esas minucias históricas. También hay vías secretas.
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