sábado, 24 de junio de 2017

Héctor Mariano: “Me contrataron como jardinero y ahora soy profesor de mapudungun”

Héctor Mariano: “Me contrataron como jardinero 
y ahora soy profesor de mapudungun”
 
"Siempre necesité hablar mi lengua, porque sentía que me estaba enmudeciendo, perdiendo mi identidad. Entonces miraba a los alumnos y si me parecían mapuche me acercaba y les preguntaba si lo eran para poder conversar con ellos".

Llegué a Santiago el año 1991. Vengo de la comunidad Kurako Rankil, entre Cholchol y Galvarino, Región de La Araucanía. La migración del mapuche a la ciudad no es casual. Los jóvenes salimos, forzosamente. La pobreza nos saca del lugar. Por ejemplo mi mamá se fue a trabajar a Temuco. Ella se inscribió con el apellido Mariano, pero el de mi abuelo era Huenchumarian y me gustaría poder recuperarlo. Yo no tendría por qué haber salido de ese lugar, debería haber recuperado mi terreno, lo que era de mis abuelos.

Cuando llegué a Santiago, para mí fue otro mundo. El 92 me contrataron como jardinero en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. No sabía cortar el pasto, las ovejas cortan el pasto en el campo, ni siquiera sabía que había máquinas para hacerlo. Mi segunda lengua es el español, fui monolingüe en mi niñez. Mi mujer, con quien tengo ocho hijos, era mapuche pero había nacido en Santiago, y ella me enseñó más español. Pero siempre necesité hablar mi lengua, porque sentía que me estaba enmudeciendo, perdiendo mi identidad. Entonces miraba a los alumnos y si me parecían mapuche me acercaba y les preguntaba si lo eran para poder conversar con ellos. Ellos me respondían que no con mucho rechazo. Un día, meses después, uno de esos jóvenes volvió. Me contó que había investigado y su abuela era mapuche, pero cambió su apellido. Como él era lingüista me pidió que yo le enseñara mapudungun y a cambio él a mí gramática.

En la hora de almuerzo íbamos a una sala y estudiábamos. En las tardes él me acompañaba a la micro e íbamos hablando mapudungun. Fui aprendiendo en el camino, sin estudios ni metodología, todo así a pulso, y en silencio fui conquistando alumnos. Finalmente hicimos un taller como amigos, con los alumnos y otro profesor que me conocía. Subíamos al cuarto piso, donde había una sala con un ventanal y mirábamos el cerro, yo les iba enseñando de acuerdo a lo que estábamos viendo.

A los talleres llegaban extranjeros y chilenos. Para el primer taller, en 1994, hubo más de 80 alumnos. Les preguntamos por qué estaban ahí. Una niña rubia, de ojos azules, levantó la mano y dijo que ella era mapuche. Tenía apellido mapuche y su padre había perdido la lengua, pero dijo que cuando yo hablaba ella sentía que escuchaba a su bisabuelo. Se puso a llorar. Pensé que inevitablemente la sangre clama por su cultura, lo que me dio mucha fuerza para seguir. Entendí que mi lengua no se puede perder, que el pueblo no se puede perder, y que era mi responsabilidad hacer algo.

Cada vez llegaron más chiquillos, lingüistas, antropólogos, sociólogos, filósofos. Como jóvenes que eran, estaban entusiasmados en hacer cosas. Un día, caminando por el centro, me di cuenta de que me faltaban recursos lingüísticos para contar lo que veía. En el campo hablamos de la leña, de arar, de montar caballos, mientras que en la ciudad de tacos, transbordos, de compras en el mall. Los chiquillos me explicaron que lo que yo quería hacer era actualizar la lengua. Formamos un equipo que se llama Kom kim mapudunguaiñ waria mew, que significa “Todos vamos a aprender mapudungun en la ciudad”. Publicamos un libro para enseñar, con el cual estamos trabajando hoy, y otro que se entrega en los jardines infantiles, con un cuento mapuche que escribí.

Finalmente conseguimos hacer un curso optativo en la universidad, con créditos. Tiene harta demanda. Pero ha sido difícil. Mis jefes me preguntaban si iba a ser auxiliar o profesor, pero no era mi decisión. Yo sólo tengo la enseñanza media completa pero soy un profesor de la tierra. Creo que la interculturalidad debe respetar los saberes. En la universidad decían que yo podía hacer aseo y clases, que no me creyera el cuento, así que por mucho tiempo seguí haciendo ambas labores, porque necesito trabajar. Las autoridades nos apoyan, porque les gusta lo que hacemos, pero el sistema es discriminatorio. Recién el año pasado pasé a ser administrativo docente y ahora también hago clases en otras universidades.

Más de tres mil alumnos han pasado por nuestros cursos. Hace poco estuve de cumpleaños y por las redes sociales me saludaron como 200 personas. Hasta de Estados Unidos me han venido a entrevistar. Los chiquillos que empezaron conmigo ahora son doctorados y muchos hicieron sus trabajos en el tema mapuche. Tengo una trayectoria y mi intención es seguir. Queremos que haya una mención en la carrera, una pedagogía en mapudungun. Ojalá que en todos los colegios se enseñe la lengua, ¿por qué usted no puede aprenderla? Aunque pasen muchas generaciones, usted no deja de ser mapuche. El problema es que el país no está preparado para aprender la multiculturalidad, eso también se nota con los inmigrantes.

Tengo 50 años y el año pasado sufrí un pre-infarto, así que les estoy delegando más a mis alumnos, que también enseñan la lengua. Son mis hijos del saber y me dicen cheche (abuelo). Pero extraño el campo, no es agradable vivir en Santiago. Hay un dicho mapuche: “Si no hay tierra no hay mapuche, y si no hay tierra no hay coligüe” (porque las lanzas se hacían de coligüe). Aunque sea en cuatro tablas, no me quedo acá, tengo que volver. Quiero ser enterrado en mi tierra.

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