Santos Rubio: "Yo recuerdo bien que a la Violeta Parra no la quería nadie"
La Tercera. A casi dos meses de la muerte del músico de Pirque, publicamos los extractos de una conversación inédita. Juan Manuel Vial
A Santos Rubio le gustaba contar un par de anécdotas que demostraban que el haber nacido ciego no fue una maldición que lo hubiese inhabilitado para ciertas actividades que, supuestamente, sólo un vidente podía llevar a cabo. La primera aludía a cierto episodio de juventud, cuando, pasajero casual en la cabina de un camión repleto de curagüillas ("yo andaba con la tremenda amigdalitis, así es que, con suerte, pude tomarme media bebida en no sé cuántas horas"), terminó manejando la máquina una vez que el chofer y el copiloto se quedaron dormidos. La proeza fue considerable, pues bajo su conducción y las instrucciones que le iba dando un primo desde atrás, el vehículo cruzó el puente sobre el río Maipo y se detuvo a la orilla del camino por su cuenta.
En otra ocasión, al interior de una picada de Estación Central en que se reunían los músicos tras actuar, El Copeta alentó al grupo, unas 11 personas, a tomarse una fotografía. Todos habían bebido bastante, lo cual no impidió el siguiente ritual: cada uno de los presentes se puso de pie frente al resto, enfocó lo mejor que pudo y disparó el obturador de la máquina. De pronto, alguien se quejó de que nunca aparecían juntos y ahí fue cuando Santos Rubio, hombre de buena voluntad, se ofreció a tomar la foto: "En eso se para mi amigo El Copeta, el que me pagaba, y me pone derechito frente a los retratables: 'Cuando yo te diga, conchalí, apretái este botón'. Y así lo hice. Les voy a sacar otra por si acaso, y saqué dos". Un mes más tarde, Santos volvió a encontrarse con los parroquianos y les preguntó por la fotografía. Al unísono ellos soltaron la risotada. "¿Y de qué se ríen?, les pregunté. Uno respondió: 'Las únicas fotos buenas fueron las que sacó usted, así es que usted no salió. Las demás, todas movidas'".
Fotógrafo certero, chofer de emergencia, barbero prolijo, incansable caminante solitario, narrador detallista del paisaje que lo rodeó, buen marido y padre de familia, el folclorista murió en Pirque el 24 de mayo, a los 73 años, producto de un cáncer. Sostener que Santos Rubio se paseó por esta vida con los ojos bien abiertos no es una exageración. Y en cuanto a sus talentos musicales, bueno, ahí lo tendremos por siempre como habitante ilustre del cielo en que creía, ubicado entre los muertos más eminentes de nuestro firmamento melódico, probablemente, al lado de Violeta Parra y Víctor Jara, sus más distinguidos admiradores. Santos Rubio no tan sólo cantaba y tocaba la guitarra, el acordeón de botón, el arpa, el acordeón de tecla, la mandolina, el rabel y el cuatro venezolano, sino que fue maestro y salvador del guitarrón chileno, aquel instrumento de 21 cuerdas, más cuatro diablitos, que es único en el mundo.
El guitarrón chileno tiene el encordado más complejo de todas las guitarras que se crearon en América y, a no ser por el empeño que pusieron en tocarlo un puñado de fieles cultores, estuvo a punto de desaparecer para siempre de la faz de la tierra. Hacia el año 1956, época en que Santos Rubio comenzó a relacionarse con él, casi no existían intérpretes. "Acá en Pirque llegamos a tocarlo sólo tres personas: Manuelito Saavedra, del Huingán; Osvaldo Ulloa, del Principal, y yo. Digan lo que digan y por mal que les parezca a los demás, es innegable que el guitarrón se quedó en Pirque y de aquí renació". Santos Rubio fue un hombre sumamente orgulloso de su patria pirqueña, y no pircana, como le dicen ahora, pues pircano se le llama al habitante de Pirca.
Usted que llevaba música y canto a los velorios de niños, ¿podría explicarme en qué consistía ese ritual que, visto a la distancia, suena un poco macabro?
En esta zona de Pirque siempre existió la tradición de cantarle a los angelitos, que es como se les llama a los niños que mueren. Así también sucedía en Aculeo, Melipilla, Curicó y Teno. A los angelitos se les sentaba en una silla, bien adornaditos y emperifollados con sus respectivas alitas. Después, la costumbre se fue prohibiendo y aunque yo nunca he estado en contra de las tradiciones, esta vez estuve un poco a favor: mejor que se haya acabado ese cuento, porque hay que quebrarlos pa' echarlos al cajón, y eso era un poco sacrílego. Ahora los ponen en un altarcito, acostaditos.
¿Y los funerales de adultos?
A veces nos invitan, si es que así lo pidió el finado. Ahí se canta a lo divino, aunque en ocasiones, especialmente cuando uno ha conocido harto a la persona fallecida, es posible hacer una décima improvisada, dirigida a lo que ésta hizo en vida. Me acuerdo del velorio en Santa Rita de un amigo mío, que había sido futbolista en su juventud y después se dedicó a los caballos y corría. Apenas entré a la iglesia, un amigo me vio y me pegó el grito: "¿Venís preparado Santos Rubio?". Yo le respondí, "si no vengo preparado, me preparo". Y ahí mismo solté una décima. No sé por qué la retuve hasta hoy, pero dice: "Hay un rodeo en el cielo/ y hay gente de todas partes/ a Segundo Cornejo Hiriarte/ también lo invitó San Pedro/ voy a correr y hecho bueno/ me aplaude la Virgencita/ haré atajadas muy bonitas/ voy a quedar muy contento/ porque aquí yo represento/ a los huasos de Santa Rita".
Hoy, las décimas de Violeta Parra no tan sólo se escuchan, sino que también se leen como poesía. ¿Qué le parecería que sus canciones fueran leídas en vez de oídas?
Mientras no se me eche al olvido, bien está que sea de una manera o la otra. Pero sí, funciona bien en ambos casos. Lo que a mí me da risa es que hablamos con harto orgullo del Víctor Jara y de la Violeta, porque aquí en Chile nos encanta que la gente pase a ser importante después de muerta. Pero yo recuerdo bien que a la Violeta no la quería nadie. Aquí en Chile cuesta meterse, más aún si es con tradición. La persona se muere y pasa a ser un símbolo. Al menos, a su familia la figura de la Violeta le ha servido como tarjetita. Y también a los payadores: cuando quieren conseguir un aplauso más grande, te meten a la Violeta y listo. Yo la evito. Y al Víctor también. El aplauso me lo consigo yo, o no me lo consigo. Al Víctor, vaya novedad, tampoco lo quería nadie: pa' empezar, estudió teatro: lo echaron de la compañía de teatro; luego fue uno de los fundadores del Cuncumén, por allá por 1957: lo echaron de ahí también. Adonde iba lo echaban. Si no me equivoco, creo que además formó el Quilapayún, y de ahí también lo corrieron pa'l lado. Pudo haber sido por envidia e ignorancia. Pudo.
Las décimas son poesía dura, con métrica y rima. Pero hoy por hoy, en la poesía reina el verso libre.
A Dios gracias en Chile hay buenos decimistas. Al igual que en Cuba, Argentina y Uruguay. Y bueno, la métrica es una y de ahí no te puedes salir.
Entiendo, pero igual suena bastante complicado: improvisar mientras se calcula la métrica no es algo fácil de hacer. Yo no podría hacerlo sin lápiz ni papel.
Para mí no lo es tanto: Yo contesto tu pregunta/ aquí en medio de la plaza/ para saber lo que pasa/ pa' eso hicimos esta junta/ la cosa es como una yunta/ yo te lo explico, Manuel/ tú tienes que comprender/ porque yo lo he comprobado/ aunque eres muy educado/ te falta lápiz y papel.
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