viernes, 22 de julio de 2016

5 mitos sobre la crisis en Venezuela (y lo que pasa en realidad)

Daniel Pardo  21 julio 2016
La guardia nacional vigila una venta de huevos en Caracas.
En los últimos tres años la crisis en Venezuela pasó de castaño a oscuro.

Son los tres años que he estado como corresponsal, durante los cuales he intentando salir del país con frecuencia; para darme un aire, sí, pero también para ver la realidad con otra perspectiva.

Cada vez que salgo del país me encuentro con las preguntas de mi familia, de mis colegas, sobre si todo es realmente tan grave, tan catastrófico, como se reporta en los medios de comunicación.

¿Cuánta hambre hay realmente en la Venezuela de la "emergencia alimentaria"?

Las preguntas empiezan con "¿estás comiendo?", pasan por "¿el gobierno te censura?" y terminan en "¿tienes escoltas?"

En medio de la polarización y la politización, muchas de esas preguntas están basadas en impresiones exageradas sobre lo que pasa en un país que fue rico y ahora es pobre y nadie parece entender cómo pasó eso, entre muchos otros acertijos.

En esas conversaciones he identificado cinco mitos que parecen estar enquistados en la opinión de muchos sobre Venezuela.
1. "En Venezuela hay una hambruna"

En algunas zonas de Venezuela se pasa hambre, pero no el grueso de la población.

El 90% de los venezolanos dijeron en 2015 a la encuesta Encovi que están comiendo menos y de peor calidad.

Y este 2016 la crisis alimentaria solo se ha profundizado; se ven más colas y se reportan más desnutridos y más gente comiendo dos o menos veces al día.
 
Pero ¿hambruna?

Pero eso no es una hambruna, tal como la define el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas: que al menos 20% de los hogares sufran escasez severa; que la malnutrición sea de más del 30% y que al día mueran 2 personas por cada 10.000.

Veamos.

Según Datanálisis, la encuestadora más citada en este aspecto, la escasez en hogares es del 43%, pero se trata de productos básicos como arroz, harina o leche.

Y por muy costosos que sean, los venezolanos tienen frutas y verduras disponibles en cada esquina.

Según la Fundación Bengoa, especialista en este tema, la desnutrición está entre el 20 y el 25%.

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La verdadera dimensión de la escasez en Venezuela

Pero dos muertes al día por cada 10.000 habitantes no parece factible en este momento.

Los números más severos que se han reportado en este aspecto los dio la oposición en junio: 28 muertes al día por desnutrición.

Pero según la ONU, una hambruna en Venezuela, donde hay 30 millones de habitantes, implicaría 6.000 muertes al día por desnutrición.

Los expertos venezolanos coinciden en que lo que ocurre acá no es lo mismo de Etiopía en los 80 o Corea del Norte en los 90.

Pero más de uno me ha dicho que "pero ojo que estamos al borde de una hambruna".
2. "Venezuela es igual a Cuba"

En general, tres elementos permiten argumentar que "Venezuela se cubanizó", como dicen algunos: las colas para comprar productos racionados, la dualidad de la economía y la militarización del gobierno (donde la inteligencia y el gobierno cubanos ejercen cierta influencia).

Pero hasta ahí se puede hacer la comparación.
 
 Maduro ha tratado de mantener la relación especial con Cuba que empezó en el gobierno de Cjávez

Venezuela es un país capitalista donde el sector privado tiene cierta actividad pese a las restricciones y expropiaciones del Estado, que adquiere cada vez más control sobre la economía. En Cuba el sector privado es mínimo.

Acá el internet es el más lento de la región, pero casi todos tenemos conexión con acceso a Facebook, Netflix y medios internacionales críticos del gobierno. En Cuba no.

McDonald's -del que no hay en Cuba- tiene problemas para importar papas fritas, pero ahí está, lleno de gente comiendo helado los domingos.

En Zara o Bershka no hay ropa o está impagable, pero ahí están, en un centro comercial enorme del que los cubanos no tienen ni una versión pequeña.

Los carros último modelo ya solo se venden en dólares, pero hay gente que los compra. Y se ven por las calles. En Cuba, solo en películas de Hollywood.

Acá hay bancos españoles y estadounidenses, sucursales de las multinacionales más importantes del mundo y medios de comunicación independientes del mundo entero. No en Cuba.

Además, Venezuela es un país petrolero con enormes reservas de crudo y no es una isla, dos elementos determinantes de su condición que por muy trágica que se ponga va a generar situaciones que no pueden ocurrir en Cuba: piensen, por ejemplo, en el contrabando fronterizo.
3. "Venezuela es una dictadura"
 
 Productos de lujo todavía se consiguen en Venezuela.

Es un debate académico que lleva algunos años: si en Venezuela hay una "dictadura moderna" o un "régimen híbrido".

Pero son pocos los expertos, acá y en el exterior, que hablan de una dictadura tradicional.

Primero, dicen, porque acá hay oposición, por mucho que a los opositores les quiten los recursos de gobierno, los encarcelen o les impidan ejercer sus derechos políticos.

Y hay elecciones, aunque le quiten el poder a la Asamblea Nacional, elegida con votos, cuando es controlada por la oposición.

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Segundo, la prensa independiente en Venezuela tiene problemas para importar papel periódico, es comprada por empresas anónimas cercanas al gobierno y tiene a muchos de sus periodistas enjuiciados o en la cárcel misma. Pero periodismo opositor hay.

Algunos venezolanos dicen que los indicios de democracia son "la fachada del régimen" venezolano.

Y no cabe duda: si hay pocos analistas que hablan de dictadura, también solo la minoría reconoce una democracia con todas las letras.
 
4. "Todo el mundo odia a Maduro" Hay gente en el exterior que ve las declaraciones de Maduro y se pregunta "¿pero por qué no lo tumban?" "¿Quién quiere a ese tipo?" Según diferentes encuestas, Maduro tiene entre 20 y 30% de apoyo. He hablado con venezolanos que se consideran chavistas, que dicen apoyar a Maduro en esas encuestas, pero cuando apago la grabadora se desahogan con una serie de insultos contra el presidente. Es gente que el sentimiento de agradecimiento por los beneficios sociales del pasado le impide criticar al gobierno abiertamente. O gente que le da miedo perder la casa, la pensión o el bono de alimentación que le dan.
 
 Mientras que el apoyo a Nicolás Maduro en Venezuela está entre el 20 y 30%, el del fallecido presidente Hugo Chávez es de 60%. También hay miles de venezolanos que están "enchufaos", como dicen acá en referencia a la red de corrupción que se beneficia económicamente del gobierno. En todo caso, 30% de apoyo es más de lo que tienen los presidentes de Brasil, Chile o Colombia. Algunos dicen que el chavismo está en fase terminal, pero Chávez sigue registrando 60% de aprobación, por lo que es difícil pensar en el fin del chavismo por muy aguda que sea la crisis.
 
5. "No se puede salir a la calle" La delincuencia rampante y el miedo que ésta genera ha hecho que algunos prefiramos ver una película en la casa a salir a un bar por la noche. Pero aún hay muchos, no solo en Caracas, sino en todo el país, que salen a las discotecas, bares y restaurantes.

Paradójicamente, en el lugar donde hay más homicidios, los barrios populares, la noche es tan activa como en cualquier ciudad, pero en los sectores de clase media y alta las calles se quedan desiertas después de las 9 pm.En Venezuela hay que tener bajo perfil, no hablar por celular ni sacar una cámara en la calle. Entre más viejo sea el carro o la ropa que uno use, mejor. Tener escoltas o un carro blindado puede ser, a veces, contraproducente. Pese a esto, los centros de las ciudades y pueblos son durante el día tan o más bulliciosos, folclóricos y divertidos que en cualquier otro lugar de América Latina.

Las calles venezolanas son castañas, oscuras, verdes, amarrillas, rojas, azules. Acá, al menos durante el día, lo que hay es vida.----------
 
 
6 julio 2016  Los productos de lujo todavía tienen mercado en Venezuela.  

Es viernes en Caracas. Su hijo se despide y el padre se persigna: "¿Qué voy a hacer?", pregunta. "¿Encerrarlos?".

Golpeada por la inseguridad, la noche venezolana ha perdido vigor pero sigue siendo Venezuela, donde el alma caribeña y la fiesta a flor de piel perviven.

Este empresario de 50 años habla con BBC Mundo desde su casa en El Hatillo, una acomodada zona residencial de la capital.

Accede a conversar, pero por motivos de seguridad prefiere que su nombre no salga publicado.

Su hija también salió este viernes. Le mandará un mensaje cuando ya esté junto a sus amigas.

Más que la escasez de alimentos o medicamentos, la falta de seguridad en Caracas -que tiene una de las tasas de homicidios más altas del mundo- es quizás donde los más pudientes sienten el deterioro de la situación del país.

Se vive con el miedo constante a que pase algo, pero no por ello se deja de vivir.

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Decidido a seguir disfrutando, este empresario todavía frecuenta sus restaurantes preferidos y esta noche va a unos de los lugares más exclusivos del país: el Lagunita Country Club, un sitio donde la membresía puede alcanzar los US$100.000. Aunque no es socio, lo invitan sus amigos.

Hasta hace no mucho ganaba hasta US$30.000 al mes, pero ahora no llega a mil luego de que la producción de su compañía cayera un 90% en los últimos tiempos.

Dice que es resultado de las trabas impuestas desde el gobierno y a que prefirió hacer las cosas por derecha aunque se viera afectado. Mantiene su estilo de vida gracias a otros negocios en el exterior.
 
Estantes semivacíos, una escena común en mercados populares de Venezuela.

"¿Sabes por qué esto no termina de explotar?", me comenta un amigo suyo, whisky en mano, cerca de la pista de baile.

"Porque aun en esas colas la gente tiene esperanza… esperanza de llevarse algo de comida, el día que ni esperanza quede, esto termina de reventar", agrega.

Este amigo, que durante años trabajó en la bolsa de valores y ahora disfruta coleccionando arte, admite que podría vivir en su casa en Miami pero dice que, pese a todo, quiere vivir en Venezuela.

Es una de varias personas, de distintos estratos, que creen que cuanto peor la situación, mejor: que "todo tiene que terminar de explotar para que empiece el largo camino de la reconstrucción".
Sin colas

El empresario es uno de ellos. Vive cómodo pero, consciente de la realidad del país. Dice que la situación es insostenible.

Aunque no sufre las casi cuatro horas y media diarias que en promedio pasa un venezolano para comprar algunos de los productos regulados por el gobierno, la crisis no le es ajena.

Como el resto de las personas de su nivel, adquiere la comida por otros medios.

Suele conseguir los alimentos a través de los empleados de su empresa, pero decidió dejar de comprarles cuando quisieron cobrar 40.000 bolívares (unos US$40 en el mercado negro) por 20 kilos de Harina PAN (harina de maíz precocido ingrediente básico de las arepas).

El kilo a precio regulado cuesta 19 bolívares.

Se considera de clase media alta y no un rico. "Me siento un pela bola (pobre) al lado de mis amigos", bromea.

Su hijo, de 19 años, cuenta que hace poco secuestraron a un conocido y cuando se supo en su círculo, un amigo llegó con US$70.000 en efectivo para pagar el rescate.

Otros tienen jets para viajes al exterior y avionetas para festejar un cumpleaños por el día en el archipiélago de Los Roques.

Hay una Venezuela que todavía vive así.
 
 Algunos restaurantes siguen teniendo buena clientela en Caracas.

Una Venezuela donde los restaurantes de moda se siguen llenando, donde en las tiendas con productos importados hay cola para pagar. Donde una mujer compra un martes al mediodía unos lujosos aretes Swarovski en un centro comercial.

Una Venezuela donde los cumpleaños se siguen festejando con whisky 18 años, donde a una quinceañera le traen a los músicos J Balvin y Farruko para su fiesta y donde una señora celebra con amigas con un concierto privado de Luis Miguel.
Una clase especial

Pueden ser grandes empresarios, directores de compañías, profesionales exitosos y "boliburgueses", personas cercanas al chavismo que crearon su riqueza gracias al gobierno.

El que tiene acceso a dólares en Venezuela todavía vive cómodo, a diferencia de muchos que apenas pueden sobrevivir.

Se calcula que esta clase pudiente representa el 16% de la población, un poco menos de 5 millones de personas.

Se dividen en un segmento A/B, que pasó de ser el 3,1% en 1999 al 1,3% este año, y el C, que era el 18,2% cuando Hugo Chávez llegó al poder y ahora es el 14,8%.

Es un grupo de la población que, históricamente, se ha acostumbrado a un elevado nivel de vida en un país petrolero.

"Desde los 80 nadie ahorra en bolívares, Venezuela ha estado sobrevaluada, ganábamos dólares a borbotones y ahora tienes ahorros relevantes en divisas, mucho más que cualquier otra clase media-alta de América Latina", explica Luis Vicente León, economista y director de la encuestadora Datanálisis.

Pese a que mantienen su nivel de vida, apunta que "están perdiendo capacidad de comprar y encareciendo de manera significativa su vida. Se reducen sus ahorros y sus ingresos, su flujo de caja se paró y están viviendo de lo que hicieron, no de lo que están haciendo".
La historia conocida
 
 Protestas en Venezuela por el precio de la harina pan

La otra cara del país, la más conocida, es la de quienes necesitan recorrer cinco tiendas o supermercados para hacer las compras.

La de las personas que hacen colas y colas. Allí esperan quienes no pueden -o no quieren- recurrir al mercado negro y a los "bachaqueros" que adquieren productos a precios regulados y los comercializan a un precio muy superior en el mercado paralelo.

¿Quiénes son los "bachaqueros" que el gobierno de Venezuela culpa de la escasez?

En medio de la escasez de alimentos que atraviesa Venezuela, comida hay. Los más de 40 productos básicos que llevan 13 años con su precio regulado por el gobierno son los más difíciles de encontrar.

El resto se puede conseguir.

Entrar a un supermercado no es problema, a menos que sea para comprar uno de esos productos.

Se ven frutas y verduras en los puestos callejeros de Petare, un barrio popular en el este de Caracas, (aunque a veces la gente se resigna a seguir de largo por los precios). Y la azúcar o el café se venden en bolsitas de 100 gramos o menos a los que no les alcanza para un kilo.
 
Bolsitas de azúcar y café a la venta por gramos.

Con una inflación del 180% en 2015 y que puede llegar al 720% este año según el Fondo Monetario Internacional, la inmensa mayoría de los venezolanos no tiene el dinero suficiente para adquirirlos.

El resultado: la gente se alimenta menos y peor. Las porciones son más chicas y a veces sólo se come una o dos veces al día.

¿Cuánta hambre hay realmente en la Venezuela de la "emergencia alimentaria"?

"No entendíamos el sufrimiento de los pobres"

Una mujer de clase media-alta que vive junto a su familia en la zona residencial de Caurimare le explica a BBC Mundo que hasta hacía tres meses hacía alguna que otra cola para conseguir comida.

Dejó de hacerlo cuando la encargada del supermercado le advirtió que la cosa se había empezado a poner violenta.

Los productos mal que bien los consigue a través de contactos y en su celular tiene números de "bachaqueros", pero asegura que no los ha usado.

Su dieta ha variado un poco pero no es para alarmarse, dice, los alimentos se pueden sustituir. Donde sí hay preocupación es por la escasez de medicamentos.

"Se te mueren los pacientes porque no hay con qué tratarlos": el impacto de la escasez de medicamentos en Venezuela

Ahí las distinciones de clase se difuminan un poco.
 
 Lo que más afecta a las clases pudiente de Venezuela es la inseguridad.

"Tengo un seguro de salud en Estados Unidos pero no me voy a tomar un avión por una nimiedad, pero se puede complicar y la gente se muere por cosas que no debería morirse", explica.

Su marido es médico y no consigue los remedios para tratar la psoriasis que le afecta una mano.

Mientras tanto, al igual que el empresario, la inseguridad parece ser su mayor preocupación.

En su hogar cada vez hay menos salidas y más convivencia familiar pero dice que, pese a los riesgos, no quiere encerrar sus hijas. De noche sólo las saca en el auto blindado de su hermano.

El miedo está presente. Días atrás una amiga murió en un secuestro.

"Esto tiene que explotar pronto", afirma, pero tiene esperanza de cara al futuro.

Su hija, de 17 años, va todos los domingos a Petare a hacer tareas de apoyo escolar a niños de la zona.

"Nosotros, mi generación, no entendíamos el sufrimiento de los pobres", añade.

"Ahora, las nuevas generaciones tienen otra consciencia sobre la realidad del país", y espera que sean ellas las encargadas de sacar a Venezuela adelante.

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