TARAPACA (Primera novela del salitre)
(1903) Juanito Zola. No sin cierta reticencia subtitulo este acápite, pues los estudiosos están de acuerdo en que es difícil y peligroso aseverar tal hecho. Pero el rescate de las obras de tal período, y mis investigaciones me permiten afirmar que Tarapacá es nuestra primera novela del salitre. Comparta el lector la introducción que el ficticio Juanito Zola otorga a su texto. Obsérvese que continuando con la tradición literaria de los tiempos, fecha su obra en Santiago, distanciándose ficticiamente del lugar de marras que es Iquique.
A los obreros de Tarapacá
Cuando viví en esa árida y desolada Pampa del Tamarugal, compartiendo con vosotros las viscisitudes de una experiencia triste y afrentosa, germinó en mi cerebro la idea de escribir una novela, que fuera algo así como una historia de lo que ocurre en la rica provincia de Tarapacá, teatro de muchas proezas y de grandes crímenes.
Libre ya de esa férula odiosa, que soportais con tanto estoicismo, y disfrutanto de la tranquilidad de mi hogar, del cual me apartaron las ilusiones de una juventud inexperta, he tratado de anotar en esta novela los apuntes de mi libro de memorias.
“Tarapacá” no es un monumento literario, ni siquiera una obra de mediano valor intelectual; pero posee el mérito de tener su fuente en la verdad, y de ser escrita por un hijo del pueblo, honrado y sincero como todos los hombres de su clase.
Recibid, pues, la novela que os dedico, como una muestra de compañerismo y estimación.
Juanito Zola
Santiago 1 de septiembre de 1903.
Los escritores siguen la pauta ya delineada en la novela picaresca, en el sentido de que el autor al final de sus días , “disfrutando de la tranquilidad de mi hogar,” deja a sus hijos, en este caso a sus iguales, a los obreros, “algo así como una historia de lo que ocurre en la rica provincia de Tarapacá.” La lección está en ese recuento; la enseñanza que pueda derivarse de tal lectura será la recompensa para Juanito Zola. La novela está dividida en tres libros. El Libro I comprende desde las páginas 5 a 137; el II, desde 138 a 239, y el III desde 241 a 479. El gran aliento del texto se explica por los múltiples comentarios editoriales del autor, es decir, el narrador se entromete y da su opinión sobre hechos, personas, lugares, etc. Sigue la pauta de la novela decimonónica simplemente. Lo que caracteriza a Tarapacá y seguramente antagonizó a K. Brito, es la abierta posición politica del texto: el socialismo, sus características y diferencias fundamentales con el anarquismo, que fueron las dos fuerzas ideológicas imperantes en la pampa salitrera y que corresponden al período histórico en cuestión. Lo otro, es su anticlericalismo.
Tarapacá se adscribe más a la técnica documental e historicista, que a la estrictamente literaria. Y no otra cosa persiguen los autores. Denuncian la corrupción administrativa en la provincia, los abusos patronales, que llegan hasta el asesinato en la novela, el manejo de las salitreras por los ingleses, la vida en los prostíbulos frecuentados por la burguesía iquiqueña, y como un gran trasfondo, la preparación de un movimiento huelguístico que termine de una vez para siempre con el poder omnímodo de los salitreros. En este sentido utilizo el término documental, en cuanto relata la trayectoria de personajes reales con un trasfondo sincrónico de sucesos ocurridos en la pampa salitrera. Con estos elementos, los autores representan el espacio salitrero.
Como novela de tendencia política, el autor busca la identificación del lector con la historia y el trasfondo de los hechos. Para verificarlos, basta conocer el Iquique y la pampa salitrera del 900, donde imperan las grandes compañías y su secuela de corrupción, politiquería y el caciquismo, fiel reflejo de la actividad política chilena. Agréguense las primeras huelgas en las salitreras y se observará que más que en ninguna otra región, la “cuestión social” es un problema latente en la vida
laboral nortina. La trama se desarrolla en dos planos paralelos que se confundirán al final en uno solo: el aniquilamiento de la base de sustentación del capitalismo salitrero. Uno de los planos es la vida del obrero Juan Pérez y el otro, la del empleado Luis García, un arribista que merced a favores logra convertirse en administrador de Germinal. Aunque sus vidas no se entrecruzan, sus acciones afectan sus destinos. García es atrapado por la vida fácil y el ambiente en que se mueve; Pérez, con una clara visión político-ideológica de su mundo, no sólo vence y supera su entorno, sino que lo modifica y transforma con su indoctrinación. Con el planteamiento de tales temas y motivos, resulta fácil comprender el distanciamiento que los autores buscan mediante la dedicatoria fechada en Santiago.
La síntesis de la novela la haré en base a los motivos principales que desarrollan los autores.
REBAJA DE SALARIOS.
Cuando Juanito Zola entrega su novela, según el narrador hay 15.000 obreros trabajando en la Pampa salitrera de Tarapacál. La junta de la Asociación Salitrera de Propaganda ha recibido la noticia de que “en el desierto del Sahara, existían inmensos depósitos de nitrato.”
La impresión que produjo en los salitreros las alarmantes noticias de Europa, se debía a que ellos tenían sus cálculos trazados de treinta años más de explotación, y se venían de la noche a la mañana, caídos de la nube en que encabalgaban orgullosos por los espacios siderales. Nada habían aprovechado en veinticuatro años de pingües negocios, de usura y de explotación de los operarios, arrojándolo todo por la ventana, confiados en que les quedaban mucho tiempo para pensar en el porvenir. Los millones que habían derrochado, costaban muchas vidas y miles de sufrimientos y privaciones de obreros; pero, a ellos nada les importaba las miserias de los proletarios, porque los consideraban como seres nacidos para purgar crímenes no cometidos, para vivir en la indigencia y morir en el abandono.
Media hora después de la junta de la Asociación, los capitalistas, habían olvidado los dolorosos datos, y alrededor de las mesas del Club Inglés, ahogaban los últimos recuerdos entre copas de whisky y rebanadas de queso suizo (6-7).
El plan de la junta fue “rebajar los jornales en un veinticinco por ciento (…) Al día siguiente el clamoreo de las mujeres, en las ventanas de las pulperías, era inmenso.” El párrafo siguiente, explica el mecanismo tan al uso en aquellos tiempos,
Antes de notificar a los operarios la resolución de rebajarles los jornales, los capitalistas se habían abocado al Intendente de Tarapacá, comunicándole sus temores, y consiguiendo de él, el pedido al Gobierno de dos batallones de tropa, a cuya llegada a Iquique (en el crucero Zenteno) se declararía en la Pampa una de las pestes más temidas: la bubónica, por ejemplo. El Gobierno de Santiago, fiel a su cumpromiso de tener el ejército a la disposición de los intereses extranjeros, no había trepidado en acceder a lo pedido por los ingleses y alemanes de Tarapacá. Mandaba a la rica provincia del Norte, un puñado de soldados, para que maltrataran y fusilaran a sus hermanos de infortunio (9).
Es aquí donde aparecen los comentarios editoriales, a que nos referimos anteriomente, y en que la voz del autor se hace tan patente que la del narrador desaparece,
¡Qué farsa tan grande, son las constituciones de los países! Todas reconocen los mismos derechos, a los pobres y a los ricos; pero cuando llega la ocasión de que el Capital y el Trabajo son beligerantes, la constitución no existe para los pobres, y las balas de los rifles o los yataganes, se encargan de acorralar al rebaño obrero en las propiedades del “señor” (9).
PRESENTACIÓN DEL HEROE
El narrador nos introduce rápidamente al principal protagonista o héroe de la novela. Su nombre, Juan Pérez, chileno, “un obrero valiente e ilustrado.
Juan Pérez era un fornido hijo del pueblo, alto y bien formado como todos los que han pasado su juventud en el trabajo, ejercitando los m[usculos y ganando el pan con muchas fatigas y privaciones. Nacido en Caldera, amaba el mar como a su familia, y cada año, cuando las festividades del 18 de Septiembre le permitían bajar a Iquique, su primer paseo era a Cavancha, sobre cuyas orillas rocallosas se sentaba a contemplar la tenacidad de su viejo amigo, al estrellarse contra las piedras.
El 79, cuando el clarín de la guerra llamaba a todos los chilenos a pelear por la Patria, corrió a enrrolarse a un batallón y en él hizo la campaña, desde Dolores hasta Miraflores, peleando como un león, y saliendo más de una vez con la piel agujereada. Cuando terminó la guerra, no volvió a su hogar porque supo que los ancianos que le habían dado el ser, dormían bajo la tierra fría. Se quedó en Tarapacá, en el suelo que tanta sangre chilena costaba, pensando que tenía derecho a disfrutar del bienestar que había conseguido para Chile, exponiendo su vida en varias batallas.
Pérez estaba equivocado. El bienestar lo habían monopolizado los aristócratas, los que no pusieron su pecho al frente, los que se quedaron en la capital, aglomerando los rebaños que mandaban a los mataderos de Tacna, Chorrillos y Miraflores (…). Cuando Pérez supo que los que no habían peleado, estaban despilfarrando las riquezas de Tarapacá, se mordió los labios de ira, y de su boca salieron terribles maldiciones (…) (12-13).
Una vez incorporado el protagonista, el narrador nos relata la vida disuelta de los “miembros de la burguesía. Capitalistas, jefes de casas salitreras, tenedores de libros, cajeros y demás empleados, iban noche a noche a dejar en las casas de tolerancia sus ganancias y sus sueldos (22).” Los abusos en la Oficina Germinal y la pampa, lleva a los obreros a organizarse, “pues para los pobres, no hay patria, no hay leyes, no hay justicia.”
ORGANIZACION DE LOS OBREROS
La reunión acordada por Pérez y Mendoza, se realizó en el cuarto del primero. Acudieron, aparte de los iniciadores, Manuel Retamales, Francisco Urbina y Fernando Juárez. Pérez y Retamales, eran chilenos; Urbina, boliviano; Mendoza, peruano y Juárez, argentino. Podía decirse que el elemento obrero de Chile, Bolivia , Perú y Argentina, estaban representado en esa minúscula junta (29).
Pérez fue el primero que habló (…) Los capitalistas, no contentos con habernos explotados a su antojo durante veinticuatro años, han querido sacarse con nosotros el clavo del Sahara, rebajándonos los jornales e inventando la bubónica (…). El primer paso que debemos dar, es atraernos a todos los obreros de “Germinal”, para fundar una asociación de resistencia, cuyo nombre se acordará después (…) La nueva sociedad, no necesita de estatutos, de ni cuotas de incorporación y mensuales, ni de directorio, ni de ninguna de esas patrañas que constituyen hoy día la formación de las sociedades obreras. Baste que un operario dé su palabra de honor de servir a sus hermanos, para que se le considere socio (30-31).
No olvide el lector que esta filosofía es la anarquista en esencia, aunque el narrador afirme que es socialista. Ellos fueron los adelantados en la pampa salitrera en la diseminación de su ideología. Ya formada la asociación en “Germinal,” Pérez abandona la oficina “para seguir por otras partes la propaganda empezada (…) predicando la nueva era e invitando a todos los desheredados de la fortuna a prepararse para la conquista del bienestar, a que tienen derecho todos los seres que viven sobre la tierra” (44).
IQUIQUE
En el capítulo XV se nos da a conocer otro personaje, no de la clase obrera precisamente, quien arriba al puerto en el Loa uno de los tantos barcos de cabotaje que recorrían el litoral nortino, El joven imberbe, “de frente vasta, nariz aguileña y ojos azules, contemplaba (desde la cubierta) la metrópoli del Norte, ese Iquique tan ponderado en el Sur, considerado como el país de las fortunas colosales y de la prostitución más descarada” (45). Esta última frase es uno de los motivos persistentes en la literatura naturalista, y no podía dejarla de lado nuestro Juanito Zola. Veamos la descripción del puerto, desde la bahía misma,
Desde abordo miraba los grandes caracteres que se destacaban sobre las bodegas vecinas a la playa. Leía Lockett Bros. y Ca., Inglis Lomax y Ca., Gildemeister y Ca., Gibbs y Ca., y pensaba que los ingleses y alemanes, con ese espíritu absorbente que los caracteriza, habían monopolizado la industria salitrera, convirtiendo la región del nitrato en un feudo sajón. Recordaba que el Presidente Balmaceda, aquel espíritu grande y netamente chileno, a cuya muerte se suicidó la política recta, quiso nacionalizar la industria del salitre, previendo con su clarovidencia los atropellos que cometerían esos albioneses y teutones que habían venido a Chile en busca de esclavos a quien explotar. Esos Lockett, Gibbs, Lomax e Inglis, encabezados por aquel plebeyo y soberbio que, en Inglaterra, se hizo noble debido a sus millones de libras, y que se llamó míster North, o por otro nombre el “Rey del Salitre,”fueron los que azuzaron al pueblo, el 91, a que desconociese el gobierno de Balmaceda, y facilitaron armas y dinero, para conseguir la caída del último Presidente honrado de Chile.
¡Qué fea encontraba a la ciudad, encajada en una llanura árida, sin asomos de de vegetación! Los edificios, casi todos de un solo piso, se achataban sobre la improductiva tierra, dejando paso a dos únicas eminencias, dos aristas que simbolizaban cosas distintas, pero que tenían su origen en el fanatismo: la torre de la Iglesia Parroquial y la de la Plaza Prat (45-46.
Aquí una aclaración para el lector de nuestra época. En el período en cuestión, la ideología obrera veía como “polillas que destruyen el organismo de la actual sociedad (a los) abogados, políticos, militares y curas” (42). De aquí el comentario del narrador sobre los dos prominentes edificios. Pero no se juzgue apresuradamente. Obsérvese la anotación que entrego en seguida. Refiriéndose a la fibra moral de Juan Pérez, añade, “El apostol debe ser virtuoso, para que su palabra encuentre eco entre la multitud. Cristo, halló muchos prosélitos, porque practicaba las mismas doctrinas que enseñaba.” Y luego agrega, “Hubo necesidad de que el Nazareno, naciera en un pesebre para que le escucharan aquellos a quienes redimía, enseñando una moral desconocida” (95). Continúo con la cita,
Cuando el bote que conducía a nuestro huésped, pasó frente a los muelles particulares de las empresas salitreras, presenció un espectáculo sorprendente: el drama del trabajo, representado por cientos de obreros, de constitución hercúlea y rostros atezados por las faenas marinas, que corrían sobre los muelles con sacos de tres quintales de nitrato, los hacían levantar por las grúas y los arrojaban al fondo de las lanchas, para ser conducidos a los buques que debían llevarlos a Europa, a rejuvenecer las gastadas tierras del viejo mundo (47).
Vale la pena anotar que a comienzos de siglo había más de una docena de muelles salitreros, entre los cuales se contaban los de la Grace, Granja, Gildemeister, San Jorge, Locket Brothers, Buchanan Jones, Lagunas, Fierro, Lucía, Primitiva y Gibbs Williamson.
Mencioné que entre los escritores nacionales que escribieron sobre la pampa y el puerto se encuentra Eduardo Barrios, Premio Nacional de Literatura (1946) y Ministro de Educación. A comienzos de siglo fue oficinista en Iquique, en servicios eléctricos; contador en la Oficina Santiago y administrador en la Tarapacá. En su novela Un perdido (1918), hay un párrafo sobre la visión del puerto, cuya estructura tiene varios puntos de contacto con el ya mencionado. Compare el lector,
Al observar a Iquique desde la cubierta del barco, experimentó Luis la impresión de que traía su tristeza y su desamparo a un lugar desamparado y triste. Aquel caserío de madera, chato, color de barro, desparramado sobre la lonja de arena que se estrecha entre el mar, las dunas y los montes yermos de la meseta salitrera; aquella isla Serrano, tendida a la manera de un cetáceo vigilante al extremo del molo de piedras negras; todo aquel conglomerado ingrato a los sentidos y hosco al espíritu, que parecía entumecerse arropado en una bruma sucia como harapo del cielo invernal, le deprimió en aguda melancolía de destierro. Alzábanse, verdad, columnas de humo, abundantes y presurosas; oíase un pitear contínuo, articulando la trepidación febril de pescantes y locomotoras, que vadeaban las aguas y rasgaban la atsmófera del buque; pero, no obstante estos latidos elocuentes de la actividad del trabajo, la masa plana y descolorida de los edificios, todos bajos y sin tejados, esparciéndose tras la fila de bodegones de zinc con grandes cifras y firmas de comercio inglés, alemán, eslavo, hacían pensar en un hacinamiento de cajones pringosos que los cien navíos surtos en el puerto hubiesen vomitado, a prisa y sin orden, de sus bodegas húmedas a la playa amarilla (56).
LA PAMPA
Volvamos a Juan Pérez. Ha transcurrido un año de contínua propaganda y la nostalgia del mar lo impulsa a ir al puerto,
Aprovechó el Carnaval para bajar. Asomado a una ventanilla del vagón de segunda en que venía, miraba la enorme pampa gris, dilatarse y perderse en el horizonte, como muerta, sin rastros de vitalidad. Solo al pasar por delante de alguna oficina, o al llegar a las estaciones, el paisaje perdía su monotonía y denotaba que ahí había vida. Muchas veces, de entre las grietas del suelo, se elevaban grupos de obreros que se quitaban los sombreros y saludaban a los viajeros del tren. Pérez les contestaba con agrado su saludo, adivinando en ellos a los futuros soldados del porvenir que aún ignoraban la redención por la que él trabajaba.
La pampa, sin el menor asomo de vegetación, sin ningún ejemplar de la flora animal, sin nada que se agitara, inmóvil y muda, parecía un cementerio enorme, donde las tumbas era las oficinas. Como en los sepulcros, los gusanos representados por los obreros, se movían devorando la carroña del cadáver de la burguesía. Pensaba Pérez que esa pampa, había sido testigo de infinitas escenas sangrientas, desde la batalla de Dolores y el combate de Agua Santa, en los que se derramó tanta sangre peruana y chilena, hasta los encuentros del 91, donde los chilenos, al pelear entre hermanos, mostraron un ensañamiento digno de mejor causa. Ese suelo, árido e inhospitalario, no podía convertirse aún en terreno fértil, con los cadávere conque había sido abonado, ni con el sudor y lágrimas de los veinte mil obreros que regaban diariamente sobre él. Era una tierra maldita, que se complacía en asesinar paulatinamente a los obreros.
Mientras meditaba Pérez, dirigía su vista hacia adelante, donde divisaba una enorme curva, por la que tenía que pasar el convoy. Cerca de ella, un objeto negro, pequeñito como el punto de una “i” se destacaba junto a los rieles. A medida que el tren se iba acercando, el punto crecía y tomaba formas de cuerpo humano. Pérez reconoció en él a un obrero, que iba de una oficina a otra, en busca de trabajo, y que viajaba de esa manera, porque no tenía el pasaje. Llevaba la ropa destrozada, el sombrero llenó de barro, y sobre su espalda un saco con todo su patrimonio, compuesto de una camisa, un pantalón, cigarrillos, fósforos, una marraqueta de pan, la libreta del último arreglo y una botella de agua. (…) Pérez sacó el busto por la ventanilla, y comprendiendo que ese hombre sufría horriblemente, al vagar por la Pampa, bajo un sol que achicharraba, le gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
– ¡Valor y esperanza! (95-96)
Tal vez importe informar que en Iquique, Juan encuentra a su hija Genoveva, resultado de sus amores con una joven, “cuando volvía de la campaña del Perú.” El narrador, acertadamente no nos proporciona la edad de sus personajes, pero podemos deducir la del protagonista, ya en sus cuarenta años de vida. Así se explica su madurez política y social.
BARRIOS DE IQUIQUE
En su peregrinaje por la ciudad, Juan Pérez recorre Cavancha para sus “excursiones.”
Ahí, en un banco, contemplando las olas que chocaban contra las rocas, o las blancas velas de los buques que entraban a la bahía, se abandonaba en sus ensueños de dicha y felicidad, para las dos porciones de la humanidad que ocupaban su pensamiento: los obreros y su hija. Permanecía en ese paseo, hasta que el crepúsculo recogía el último pliegue de su túnica. La luz eléctrica, corriendo por el interior de los alambres, e inflamando los focos que hay en la avenida, lo despertaba de sus meditaciones, indicándole que era la hora de que volviera a la ciudad. Tomaba el camino de la calle Baquedano, con paso mesurado, para apreciar el lujo y la opulencia en que vivían los burgueses, mientras en el Colorado, un barrio infecto, levantado en medio de muladares, se refugiaban los pobres, respirando el aire envenenado de las basuras y de los desperdicios (107).
Más adelante, nuevamente se nos describe Cavancha y esta vez con un personaje histórico de carne y hueso.
En ese tiempo Cavancha estaba en decadencia, porque habían desaparecido muchos de los negocios de lenocinio que ahí estaban establecidos. Sölo quedaba la casa de canto de Filomena Valenzuela, ex-cantinera del 79, adonde acudían los que querían divertirse, echando al coleto algunos tragos, o bailando una cueca de esas de la santa tierra (154).
El Iquique de comienzos de siglo gozaba de reputación en el área de “las niñas alegres.” Los viejos iquiqueños recordarán algunos nombres como “La Gioconda,” “La Alemana,” “La Erika,” “La Coña,” “La Jaiba,” “El Santiaguino Chico” y “El Santiaguino Grande.” Según un boletín de la Oficina del Trabajo, en ese período existían alrededor de cuarenta “casas”en Iquique, treinta y seis en Antofagasta, veintitrés en la Pampa del Tamarugal y en Huara, diez.
En otro capítulo, el narrador nos describe uno de los lugares típicos del Iquique antiguos, el conventillo de “Las Camaradas” de la calle Tacna, famoso en su época por la bravura de sus ocupantes.
DESCRIPCION DE LA OFICINA GERMINAL
En el Libro Tercero, el narrador nos introduce, mediante la llegada de un nuevo administrador, el funcionamiento de una oficina.
Luis García, llegó a la oficina Germinal, a hacerse cargo de la administración, completamente ciego en materia de salitre, al igual que muchos otros de sus colegas, que debían sus puestos a influencias de familia. Aquello fue para él como un cuento de hadas. Se vio con un poder inmenso sobre esa gran faena salitrera, y pensó que era un pequeño rey de ese territorio. Por donde quiera que extendía su vista, encontraba obreros que trabajaban afanosamente, animales que corrían llevando el caliche, locomotoras que resoplaban, poleas que chirreaban, chancadoras que desmenuzaban.
Nunca se había él figurado, que podía ser jefe de un establecimiento de esa naturaleza (…) La máquina elaboradora de salitre, fue para García una cosa nueva. Transportado del Banco a la oficina Germinal, se encontró con que, no sólo era su misión hacer anotaciones en los libros, sino también velar porque el cocimiento del salitre se hiciera en debida forma y por que en la Pampa se llevaran en buen estado los trabajos de extracción. El mayordomo de esa sección, lo recibió con mucha amabilidad; le hizo dar un paseo por el laberinto de escaleras, cañones y fierro que constituía la máquina, y le habló de las economías con que hacía el trabajo, empleando la menor cantidad posible de operarios.
Los pulperos se mostraron muy atentos con el nuevo administrador. Le hicieron presente que vendían ls mercaderías a muy alto precio, que robaban tres y cuatro onzas a cada libra, y que las ganancias de esa sección de la oficina podía competir con las mismas que producía la elaboración del salitre. Lo único que callaron, fue que gran parte de esas utilidades pasaba a sus bolsillos (…).
Al día siguiente, Luis montado en un soberbio caballo, se dirigió a la Pampa, acompañado del corrector, quien cabalgaba en una mula. Recorrió las calicheras, donde vio a los particulares hundidos en esas enormes cavernas, despedazándose las manos con los trozos de caliche y comparó su situación con la de esos infelices que se asaban vivos en la pampa, mientras él ganaba un buen sueldo, sin más trabajo que el de decir unas cuantas palabras y firmar algunos papeles (241-42-43-44).
UNA REMOLIENDA EN LA PAMPA
En la tradición de los costumbristas chilenos, el hablante nos ofrece el cuadro de una fiesta en la oficina salitrera, lo cual otorga a la narración un descanso y un punto de vista diferente. El lector podrá apreciar claramente, el rito de la cueca y sus decires, llegados al Norte Grande con los enganchados sureños.
Mientras se hacían las presentaciones del caso, llegó doña Anastasia con los convidados. Estos eran don Hermógenes y don Emeterio, las mujeres de ellos, y dos muchachas más, cuyos padres les habían dado permiso para que fueran con doña Anastasia a divertirse un momento.
Don Hermógenes y don Emeterio, eran dos entusiastas aficionados al trago y al baile. Jamá faltaban en ninguna fiesta del campamento, donde hacían divertir a los festejantes con su entusiasmo para animar la cueca y su afición a hacer uso de la palabra. Don Emeterio era el más amigo de pronunciar discursos, en los que sacaba a relucir que había hecho la campaña del 79, cosa que le desmentía don Hermógenes, armándose discusiones a las que seguían mojicones y una reconciliación de los dos amigos.
(…) Con la salida a escena del pulpero don Panchito y de doña Anastasia, que iba a bailar una cueca, terminó la porfía de los dos discutidores, y todo el mundo se echó saliva en las manos para palmotear con más fuerza.
– ¡Vamos a ver cómo se porta la veterana!
– ¿Cómo me he de portar? Como siempre. Así viejecita como soy, desafío a cualquier joven.
La concurrencia sonrió ante las palabras de doña Anastasia, quien con la mano izquierda se había levantado el traje bien alto, y con la otra, hacía jugar en el aire a un pañuelo de seda bordado. Con las exclamaciones de don Hermógenes y de don
Emeterio, la cueca fue bailada con tal animación, que el zapateo hacía temblar las débiles paredes de calamina.
– Ahora birlocho, bizcocho, maravilla, frutilla, tomate, petate, velita, velón, aroooh…
– Con uno que se pare basta.
– Echele, cumpa Meterio, un güen trago de ponche, que es mejor que ese whisky de los gringos.
– La obligo, señorita Juanita.
– Le cumplo, y obligo aquí a don Benito.
– Y la cantora tendrá la boca de caballo vigilante…?
– ¡Ay! Ispense, ña Bartolita ‘ei va el brindis de ño Hirmogio, que lo hizo pusté.
– Le pago con mucho gusto y me repito.
– Salú, ño Hirmogio, aquí ña Bartolita le güelve a comprometer.
Chiqui chiquichín, chiqui chiquichán
En el hospital de Cádiz
hay un ratón con terciana
– Ahora sobaco, macaco, trina, trena, los ojos del paco, chispa, fuego, brasero, candela, pachito de vela, hacha, fuego, a la casa de alto, a la casa de bajo, pónete la leva, quítate el paltó (253-54-55).
ESTALLIDO DE LA HUELGA
En el Capítulo XVIII la narración se centra en la huelga preparada por Juan Pérez durante más de un año. El malestar general entre los obreros había llegado a su punto culminante,
Juan Pérez, fijó el gran día, tanto tiempo acariciado en su mente, como un ideal supremo, para las fiestas patrias del 18 de Septiembre. Quiso dejar estampada esa fecha en los anales del proletariado chileno, como la de un gran movimiento, que sacudiera hasta en sus cimientos a la carcomida fortaleza de la burguesía.
Los obreros de todas las oficinas, estaban enterados de lo que se debía hacer; pero sólo uno en cada establecimiento conocía bien el plan de Pérez (…) Todos sin excepción, estaban acordes en dar el golpe, que debía decidir su suerte. Nadie preguntaba por las consecuencis. La multitud, es siempre sugestiva. Entusiasmándose por alguna cosa, va a ella, de la misma manera que la mariposa a la llama.
– ¿Para cuándo la “reclamación”?
– Para el 18.
En las explosiones populares, es fácil trazar la pauta y dar las primeras órdenes, pero después, nadie puede responder del éxito, ni fijar con exactitud lo que va a suceder. La muchedumbre en esos críticos momentos, no reflexiona. Es la ola formidable, que no respeta nada, que bate con la misma fuerza las rocas como la arena (461-62).
Si leemos con cuidado, y no con el apresuramiento conque lo hizo Fray K. Brito, nos daremos cuenta de la honesta actitud narrativa que adoptan los editores López y Polo. Conocedores a fondo del ambiente obrero, de la psicología de las masas en las incontables huelgas en el Norte Grande y en el país, cuando se presenta la “cuestión social,” no trepidan en afirmar y dejar constancia de un hecho que no admite argumentos: “en las explosiones populares, nadie puede fijar con exactitud lo que va a suceder.” Prosigamos con la historia. La petición de los obreros para el día de la reclamación consistía en solicitar la abolición de fichas, aumento de salario, libre comercio, indemnización por desgracias y enfermedades y disminución de las horas de trabajo. Quien conozca el historial obrero de la pampa, reconocerá el petitorio tantas veces esgrimido por los trabajadores, que se repite al pie de la letra en la gran huelga de 1907, y que finaliza en la Escuela Santa María de Iquique.
El capítulo XX da término a la novela y comienza con estas palabras,
En años anteriores, el 18 de Septiembre, era recibido con grandes preparativos, tanto por los operarios chilenos, como por los peruanos y bolivianos. Todos, contribuían con su bolsillo y con su persona, para hacer de ese aniversario americano una gran fiesta.
Se confeccionaban programas, en los que figuraban el himno nacional, los cohetes, globos, carpas y demás diversiones populares. Las oficinas instigaban por debajo de cuerda a los trabajadores, para que se divirtieran, con el objeto de que le compraran licores, conservas y géneros, en la pulpería.
(…) Amaneció el 18 de Septiembre, día en que debía efectuarse la gran “reclamación,” y esa vez, las banderas chilenas no flamearon sobre las bohardillas; permanecieron guardadas en los baúles, para que no presenciaran las escenas que se iban a desarrollar.
Como de costumbre, todas las faenas habían quedado en descanso. Los calderos dejaron de ver, una vez al año, sus entrañas abrasadas por el fuego; los chachuchos se enfriaron; las ruedas y poleas quedaron inmóviles, y la paz más grande reinó sobre lo que veinticuatro horas atrás, eran centros de actividad.
Los operarios despertaron bien tarde en sus lechos. Quisieron darse el lujo de dormir un poco más, vengándose del tintineo desesperante de otras veces, en que el sereno los obligaba, con el toque de la campana, a dejar la cama, en medio de un frío de cordillera.
(…) A las ocho de la mañana, los operarios de todas las oficinas, con gran alarma de los empleados, empezaron a reunirse en las plazoletas, frente a las administraciones, observando la mayor compostura. Todos guardaban silencio, revistiendo los comicios de solemnidad. algunos conversaban en voz baja, transmitiéndose las órdenes de los representantes de Juan Pérez.
Los burgueses, movidos por un mismo impulso, se dirigieron a los aparatos telefónicos, para poner sobre aviso a las guarniciones de Policía, y solicitar su presencia; pero por más que dieron vuelta a las manubrios, nadie les contestaba. Los operarios habían tenido la buena idea de destruir los alambres telegráficos y telefónicos de toda la pampa. De esa manera, las oficinas estaban incomunicadas con Iquique. Cuando las oficinas de los telégrafos del Estado, la del Ferrocarril Salitrero, y la Central de Teléfonos, notaron los cortes simultáneos de todas las líneas, dieron parte a la autoridad de lo que ocurría.
Inmediatamente salió de Iquique un convoy, compuesto de dos máquinas y muchos carros, en los que iban trescientos soldados, sacados de los cuerpos de guarniciones, inclusive de la Policía. El tren llegó hasta la estación de Carpas, y ahí se detuvo, porque la línea aparecía destruída, en una longitud de tres cuadras. Durante la noche, los futuros “reclamantes”habían quitado y despedazado los rieles, teniendo en cuenta que de Iquique subiría tropa a la Pampa.
(…) A las nueve, más o menos, los grandes grupos de trabajadores se pusieron en movimiento, guardando uniformidad, hacia los escritorios. Avisados los administradores de que la gente pedía hablar con ellos, tuvieron que presentarse, pálido y temblorosos, ante las muchedumbres de esclavos, a quienes tanto mal habían hecho.
Los delegados de los obreros expusieron en breves palabras que los operarios pampinos cansados de ser por tanto tiempo víctimas de las inícuas explotaciones e inhumanidades de los capitalistas, exigían las siguientes reformas en las oficinas:
Supresión de vales y fichas, y pago semanal.
Libre comercio.
Indemnización por muerte, heridas o enfermedad, contraídas en las faenas.
Asistencia médica gratuíta
Aumento de salario en un cincuenta por ciento.
Pago proporcional de las carretadas de caliche, rechazados por “malo.”
Habitaciones higiénicas y aseo en los campamentos.
(…) Como todos los administradores contestaron que nada podían prometer a los operarios, éstos los hicieron prisioneros, y después de ponerlos en buen recaudo, para que sus vidas estuvieran a salvo, se lanzaron sobre las casas de los empleados y las pulperías, sacando lo que había de comestibles y bebidas, y entregando lo demás a las llamas del incendio.
Grupos compactos, se abalanzaron sobre los ingenios, maquinarias y maestranzas, destrozando cuanto encontraban a su paso. La parafina, era sacada de las bodegas, y esparcida por todas partes para provocar el fuego.
En una hora, todas las oficinas quedaron convertidas en escombros, en ruinas lamentables. Las guarniciones de Policía, habían tenido el buen tacto de no acudir a intervenir, para que no peligraran la vida de sus soldados. La tropa que saliera de Iquique, y que de Carpas se dirigiera a pie hacia las oficinas, llegó cuando todo había terminado.
Pero no hubo una vida que lamentar. La sangre no corrió. Los trabajadores se vengaron en las propiedades de sus verdugos, respetando sus existencias. El plan de Pérez fue cumplido en todas sus partes. La consigna era arruinar a los oficineros, y lo consiguieron sin recurrir a asesinatos, que habría sido un borrón para los iniciadores del gran reclamo.
Cuando Pérez vio que el proletariado estaba vengado, y que nada quedaba por hacer, dio por terminada su labor, y dando un adios a la tierra donde tanto sufriera, se encaminó dirección a las sierras.
Después, hombres, mujeres y niños, cubrieron la inmensa pampa, formando una gigantesca romería que dirigía sus pasos hacia el Oriente, a Bolivia.
Iban allá, a ese país del frío, a buscar entre los habitantes de la altiplanicie, un pedazo de suelo y un pan dulce, que les negaba su propia patria (475-76-77-78-79).
Con la purificación lograda mediante el fuego, la clase trabajadora pampina se ha redimido de sus humillaciones y sufrimientos. La justicia poética se sobreimpone a la dura realidad. (Dato ilustrativo sobre la infame “ficha:” en 1907 la manufactura de éstas alcanzó a 316.000 unidades).
Así pone fin el narrador “a los apuntes de mi libro de memorias.” Las cuatro últimas líneas son un anticlímax melodramático, al presentar a Luis García y su amante, arruinados, “vegetando por las calles de Valparaíso.” Fernando Ortiz Letelier, en su libro póstumo, resultado de su tesis para profesor de historia, indagó principalmente en los periódicos obreros de la época y tiene una observación que no he podido corroborar, pero de cuya autenticidad no dudo. Al referirse al acápite “Las tácticas de lucha del proletariado,” afirma,
En este período es posible observar una clara evolución en las tácticas utilizadas por el proletariado. No siempre se usaron los métodos más adecuados.
A fines del siglo pasado por ejemplo, según informa El Imparcial de Huara, hubo un intento entre los obreros del salitre para uniformar un movimiento encaminado a destruir las oficinas; con este objeto delegados obreros se habrían reunido en Iquique para ponerse de acuerdo, a fin de que en una hora determinada en todo el salitre se destruyesen los medios de comunicación (telégrafo, teléfono, ferrocarriles, etc.) y se facilitaran sus propósitos. El movimiento, sin embargo, no prosperó (182).
La base histórica residiría en tal hecho; la literaria en la gran preocupación de los autores por sus compañeros de clase. Esto no quita ni pone un ápice a la novela. Osvaldo López conocía al dedillo la pampa salitrera. Cuando la Comisión Consultiva del Norte en 1904 viaja a la región del salitre a investigar en el terreno las quejas obreras, López redacta el memorial que el Comité de la Pampa, entre otros, entrega a dicha Comisión. Pero López va más allá. Encomendado por dicho Comité, redacta un folleto – mil ejemplares- en el cual los pampinos plantean al resto del proletariado chileno sus puntos de vista sobre el sistema laboral vigente. Obsérvese el lenguaje del autor, “Hermanos de opresión y de esclavitud: Mirad nuestras miserias y que ellas sean trompeta vocinglera que despierte las multitudes para hacer justicia por nosotros mismos, ya que ella se nos niega cuando la pedimos con sumisión, por los encargados de administrárnosla.” Es el predicamento básico de Tarapacá a lo largo de los diferentes capítulos.
JOHN THOMAS NORTH, REY DEL SALITRE O ¿REY DE TARAPACA?
La vida de North tiene características muy especiales, y su trayectoria en la región del salitre ha merecido la atención de muchos estudiosos. Como lo señaló el profesor Blakemore “la información acerca de North y sus actividades está muy repartida en un amplio número de fuentes, pero no he encontrado una fuente única en la cual basar una biografía completa (33).” Cita, sin embargo, a Justo Abel Rosales y su libro, El Coronel don Juan Tomás North. De cómo un Inglés Empleado a Sueldo Llegó en Chile a Ser un Millonario de Crédito i Fama Universal. A él me referiré en la ocasión oportuna. Pero su valioso aporte sobre la vida de North, de parte de Blakemore, reside no sólo en la investigación que realizó, sino en las “conversaciones con el señor Richard North, la sra. Vera Proctor y la sra. Victoria Fischer, miembros de la familia del hermano de North, Gamble, quien también trabajó en el salitre (nota al pie 105, página 33).”
Para entender a North y sus contemporáneos, creo que debemos tener en cuenta la Europa e Inglaterra de su tiempo. Uno de los personajes de Daniel Defoe en su novela Moll Flanders (1722) expresa, “La nuestra es una edad de comercio y empresas.” Y el valor de la empresa privada es un motivo literario que permea la novela. Estoy consciente de que es dura tarea capturar la esencia de la vida de una persona, pero hay que tratar de hacerlo lo más fielmente posible para ayudar a comprender ese pasado y el presente, y fijar metas para el futuro.
LA REVOLUCION INDUSTRIAL
Se conoce con este nombre los vastos cambios económicos y sociales producidos en la segunda mital del siglo XVIII, por el cambio de una economía dominada por lo agrario, trabajo manual, y labor intensiva, a otra dominada por la manufactura mecanizada, especialización o división del trabajo, fábricas, un libre fluir del capital, y la obvia concentración de habitantes en las ciudades por el proceso industrial. Estos cambios se experimentaron en Inglaterra primero, pero dentro de una generación ya afectaban a Europa occidental y los Estados Unidos, y en el siglo XX al mundo entero. Al avance mundial a finales del siglo XIX y comienzos del XX, se le conoce como la segunda revolución industrial. Esta última fue la que llegó a nuestras costas con la debida intensidad. La industria textil fue la que creció rápidamente gracias a la creación de maquinarias que reemplazaron la mano de obra, allá por 1767. La invención de la máquina a vapor por James Watt en 1782, permitió que se produjese un avance acelerado en el progreso de los ferrocarriles y la industria del acero. El mayor cambio en tecnología fue sin duda la manufactura del hierro. El proceso de transformar el carbón en el llamado carbón coke en 1763 y mejorado después de 1776 por John Wilkinson, permitió que la producción del hierro alcanzara la calidad que se requería para construir máquinas más eficientes. Esto a su turno, llevó a otro cambio recolucionario, la expansión del ferrocarril, que empezó entre 1825 y 1830, pero cuyo impacto se sintió cincuenta años más tarde. Recordemos que en nuestro país los estudios para la construcción del ferrocarril de Santiago a Valparaíso fueron hechos por William Wheelwright (1798-1873), pero el constructor fue Henry Meiggs. La obra fue aprobada en 1849, pero finalizada en 1863. La primera línea de 81 kilómetros entre Copiapó y Caldera, fue inaugurada el 25 de diciembre de 1851, gracias a la iniciativa de los ricos mineros de la zona, los Gallo, Ossa, Edwards, Cousiño, Subercaseaux, asociados con Wheelwright. Como dato ilustrativo, el primer ferrocarril en Sudamérica lo construyeron los ingleses (¿qué otros?) en la Guayana bajo su dominio en 1850. Lo que importa destacar es la relación entre tecnología y comercio, pues la revolución industrial conectada con el desarrollo económico a través de inversiones y finanzas, motivó una política económica estatal en los países industriales que redundó en la expansión de sus fronteras. El aumento de las industrias, finanzas y negocios, y el crecimiento de una clase trabajadora tenía que afectar el orden político y social del siglo XIX. ¿Es de extrañar que aparezcan, no invitados a esta fotografía, Engels y Marx? Pero ya es otra historia. En 1846 cuando Inglaterra abandonó la protección de la agricultura, el principio de libre comercio se hizo palpable. Mercaderías, servicios de transporte e inversión de capitales fueron exportados a nivel mundial, tanto a Estados Unidos y Sudamérica como a sus colonias. Para ello contaban con bases navales y lugares estratégicos de aprovisionamiento de carbón para sus buques, protegidos por la Armada Real, y a finales del siglo XIX por una red de comunicaciones a través de cables.
Especialistas en la materia como Ronald Hyam nos informan que las razones de la expansión en la era victoriana, fueron tanto económicas como ideológicas. Las económicas ya las hemos mencionado en párrafos anteriores, a las que debemos agregar la urgente necesidad de encontrar la materia prima para sus industrias y producción. La revolución industrial tuvo in mente anticipar la demanda en otros países y donde no existiera, crearla. El ejemplo que Hyam nos entrega es revelador: mucho después de 1850, las frazadas era desconocidas entre los africanos, pero al final del siglo eran tan populares que la expresión “frazadas Kaffir era una designación común.” Ejemplos de este tipo los tenemos en América Latina en cada latitud. Desde el punto de vista ideológico la Era Victoriana, prosigo con Hyam, de alguna manera tenía la idea de estar en armonía con las “fuerzas progresivas del universo.” Dios estaba de su parte. El príncipe Albert consideró la Exposición de 1851, “como un festival de civilización cristiana.” Agréguese la búsqueda del conocimiento y la concepción certera de que tal conocimiento es poder, y se llegará a la conclusión obvia que la educación es la que permite tales logros. La convicción de los ingleses de su superioridad, los llevó, al igual que todo imperio en la historia de la humanidad, a la tarea de mejorar a los “otros,” y mejorarse a sí misma. Uno de los ejemplos clásicos es la vida de Cecil Rhodes (1853-1902) el hombre que reinventó Africa. Lo pueden confirmar y ratificar India, Africa, Oceanía, América Latina. Una expresión inglesa anota que “There is some corner of a foreign field, that is forever England.” Sino que lo niegue Valparaíso con sus edificios estilo inglés. En cuanto al sueño imperial, Charles Dickens literaturizó tal idea cuando su personaje Mr. Podsnap manifiesta que “los otros países eran un error.” ¿Tenía Inglaterra otras razones para afirmar su superioridad? Hyam cita cuatro: 1. Su preeminencia económica, basada en la producción de mercaderías de mejor calidad y bajo precio. 2. El poder invencible de su armada. 3. La estabilidad interna y el balance social. 4. Bajo todo esto un profundo sentido religioso, sostenido por la ética protestante de la salvación por el trabajo. Añádase el soporte teórico proporcionado por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones (1772) que convierte el libre comercio, el laissez-faire, en el dogma básico de su economía. Hay un gran “pero” al avance y progreso de un país, e Inglaterra no fue la excepción. Hacia 1880 Londres contaba con una población de 4.000.000, de los cuales 1.000.000 vivía en la más abyecta pobreza. El estudio lo realizó un serio estudioso, Charles Booth quien publicó sus primeros resultados en 1889 en su libro Life and Labour of the People.
Los ingleses vieron muy claro que la expansión de la industria podía ser posible mediante la educación de hombres cuya habilidad técnica y profesional permitieran realizar a escala mundial lo que la revolución industrial ya había motivado en Europa. Varios de ellos llegaron al Norte, en los tiempos en que Perú dominaba el área. Cómo olvidar a un George Smith, Bollaert, Dawson y Harvey, estos dos socios de North, y aquéllos que descansan en el “cementerio inglés” de Tiliviche y otros espacios salitreros. En Iquique siempre se recordará a James Humbertone, conocido como Don Santiago, uno de los tantos exploradores y mineros con la preparación adecuada para la industrialización del salitre. Que llegue un hombre de clase media llamado John Thomas North, no nos debe extrañar en lo más mínimo. La City of London, entre 1880 y 1913 tiene un registro de 8.408 compañías dedicadas a la minería y exploración de minas en el extranjero (Harvey y Press, 64). Quien prosiga leyendo esta información, comprenderá que el propósito fundamental que persigo es tener los antecedentes adecuados para juzgar situaciones y hombres en la historia de nuestro Norte Grande. Algunos mitos y creencias tienen su origen en explicaciones a veces fundamentadas en interpretaciones equívocas, no mal intencionadas. Como aquél de los caballos que North trató de obsequiar al presidente Balmaceda, para “comprárselo” de cierta manera. Blakemore demostró palmariamente lo erróneo de tal interpretación. North no era tan estúpido como para arriesgar tal maniobra. Nuestro historiador Francisco A. Encina registra la estirpe de los dos reproductores: “el padrillo Yorkshire, Capitán Cook, y el hackney Copenhague” (397). Se olvida o desconoce que era un gran aficionado a las carreras y que cerca de su mansión en Avery Hill, Eltham, Kent, se “instaló un criadero de caballos de carrera, y el propio North obtuvo muchos éxitos en el turf” (Blakemore, 51-53). En la autobiografía de North se menciona que cuando el Coronel se interesó por la hípica, “compró varios potros en una suma que se consideró como precios sensacionales” (6). North fue también un gran aficionado al box y al cricket. Sobre lo primero se vanagloria de haber tumbado de un golpe a un matón, en una reunión política (12). Pablo Neruda, exclamó en alguna ocasión “¡Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando!,” una expresión más de las que hacía uso nuestro bardo, quien chilenizó por razones obvias a Murieta, el héroe mexicano de Sonora, en la California del “Gold Rush,” en su obra teatral Fulgor y muerte de Joaquín Murieta (1966). Por lo demás, el poeta es un pequeño Dios, como aseveraba Huidobro, y crea sus propios universos. En Canto General, el hablante líricoinicia el poema “Balmaceda de Chile (1891)” con la figura de North como trasfondo, obvio símbolo del capitalismo inglés. ¿Qué pensaría de los británicos el hablante, cuando el poeta recibió el doctorado honoris causa de la Universidad de Oxford en 1965?
Mr. North ha llegado de Londres.
Es un magnate del nitrato.
Antes trabajó en la pampa
de jornalero, algún tiempo,
pero se dio cuenta y se fue.
Ahora vuelve, envuelto en libras.
Trae dos caballitos árabes
y una pequeña locomotora
toda de oro. Son regalos
para el Presidente, un tal
José Manuel Balmaceda.
“You are very clever, Mr. North.”
JOHN THOMAS NORTH
North (1842-1896), nació el 30 de enero en Holbeck, Leeds, el segundo hijo en una familia de dos hermanos, James y Reuben, y su hermana Harriet. James North, su padre fue un comerciante en carbón. A los quince años, después de su educación básica, ingresa como aprendiz en la firma Shaw, North & Watson que se especializaba en la construcción de molinos y astilleros. En 1865 se unió a la firma Fowler & Co. en Leeds. Ese mismo año, North tiene veintitrés, contrae matrimonio con Jane Woodhead, de Leeds, hija de un prominente representante conservador, con la cual tuvo dos hijos y una hija. En el Dictionary of National Biography se anota que en 1869 fue enviado a Perú para supervisar las maquinarias de Fowler & Co. En marzo del mismo año llega a Valparaíso. Con un capital de veinte libras, se traslada a Caldera donde consigue el cargo de mecánico, “llegando a ser ingeniero de locomotora en la vía férrea de Carrizal” (Hardy, 69). Se instaló en Iquique en 1871. Encontró empleo como ingeniero jefe de las máquinas en la oficina salitrera Santa Rita del peruano José María González Vélez. En 1879 con su socio Maurice Jewell, importaron maquinarias para las oficinas salitreras y fueron agentes en Iquique de las líneas de vapores que hacían escala en los puertos nortinos. Recordemos que el puerto, con el auge de las salitreras había aumentado su población de 2.485 en 1862 a 9.222 en 1876.
En una breve autobiografía publicada en 1896 Life and Career of the late Colonel North. How he Made His Millions. As told by Himself, North dice,
La suerte me llegó de esta manera. Mi firma tenía un contrato para instalar una línea de ferrocarril en Perú. Ellos consideraron que como yo era uno de los mejores jóvenes trabajadores en la sección de máquinas, podría ir allá y hasta posiblemente mejorar mi situación. Acepté tal posibilidad de inmediato. Simplemente me adelanté voluntariamente para el trabajo. Ofrecí ir por el salario que estaba ganando que era 18 chelines a la semana, y sin un centavo en el bolsillo, hasta ofrecí pagarme el costo del pasaje, rogándole a mis jefes que lo descontaran de mi sueldo. Se rieron y me dijeron, ‘North, nos gusta tu entusiasmo, y debes ir.’ Bueno, la proyectada línea de ferrocarril no fue precisamente una bonanza, pero nos pagaron nuestros salarios, y mientras tanto yo buscaba algo para mí. Tendimos las líneas a través de la selva de Perú y tuvimos aventuras de todo tipo. Un día mientras vagaba cerca de un arroyo que daba a un gran río, vi un viejo y oxidado vapor que había sido dejado allí como deshecho. Repentinamente concebí la idea de lograr este pequeño barco con sus paletas roídas, pensando que podría comerciar río abajo y arriba, llevando granos y otras provisiones a los pueblos y villas. Tomé posesión del vapor por unos cientos de dólares y cuando lo obtuve, no tenía un centavo en los bolsillos.
No tenía dinero ni crédito. Pero logré de alguna manera conseguir un cargamento de mercaderías y manejé mi pequeño barquichuelo con resultados satisfactorios. Un día, cuando Chile y Perú estaban en guerra, mi pequeño vaporcito se contró en la boca del río en un momento crítico. No había ningún buque de guerra peruano en las cercanías, y ellos (los chilenos) me hicieron señas que estaban muriéndose de hambre, y estaban en gran necesidad de comida y agua. Fui capaz de solucionar sus necesidades inmediatas, y cuando terminó la guerra, solicité alguna compensación por los servicios que mi barquito había rendido. Fue así como logré una concesión para trabajar, hasta ese momento, un no explotado yacimiento de salitre. Esta concesión llevó a muchas otras, y un feliz accidente sentó la base de mi fortuna (15-16).
Blakemore nos informa que en 1875, North compró el Marañón, “que empleaba como buque cisterna en el pequeño puerto de Huanillos, e hizo un buen negocio con los barcos en tránsito” (35). Sea como fuere, lo que John Thomas demostró a lo largo de su existencia fue su gran capacidad e iniciativa comercial, y ser a la vez el mejor relacionador público de sí mismo. El boato de las fiestas que ciertos autores utilizan para denigrar su figura, era una manera más de servir a los intereses de sus empresas, a fuer de que era la costumbre en la sociedad del siglo XIX, sino léase lo que Bernardo Subercaseaux escribe sobre la aristocracia chilena, en el acápite La Plutocracia Finisecular,
Figuras vinculadas al Congreso antibalmacedista y a las aspiraciones parlamentarias ofrecen el 31 de mayo de 1890 un baile en el Club de la Unión; según un folleto de la época se
cursaron 1.500 invitaciones y asistieron cerca de 770 personas. La lista de concurrentes incluye 116 señoras, 100 señoritas y 450 jóvenes y caballeros. (…) Según los periódicos de la época hasta la vereda del Club de la Unión estaba alfombrada, y fue necesaria la fuerza pública para resguardar el orden y facilitar el acceso de carruajes. Los salones interiores estaban iluminados con colosales arañas de cristal, con cortinajes y cenefas de terciopelo granate. Además del menú (redactado, como era la costumbre, en francés) había servicio permanente de fiambres, dulces, helados, confites y licores. También más de 300 tortas tipo Emperatriz Carlota y otros tantos Babarrois.
La ostentación, elegancia, afrancesamiento y hedonismo exhibidos en el baile, y difudidos por la crónica social, cumplen un rol de orientación hacia el resto de la sociedad (73-74).
Para quienes no lo recuerden, hay una fotografía de Joaquín Edwards Bello disfrazado de “dandy” para una de las tantas fiestas promovidas por la alta sociedad santiaguina y del puerto de su tiempo. Jordi Fuentes et al. expresan que a fines de 1888, “el rey del salitre resolvió hacer un viaje a Chile y el baile que ofreció como despedida a los magnates de la bolsa de Londres y a algunos políticos ingleses es una buena pintura de este rastacuero inglés. Basta recordar que se presentó al baile disfrazado de Enrique VIII (385).” Lo que olvidan mencionar los compiladores es que la costumbre anglosajona de disfrazarse para ciertas fiestas, es un requisito para la asistencia a ellas. Lo de rastacuero no tiene lugar en su biografía. Nuestro historiador del salitre, Oscar Bermúdez, fue quien más inteligentemente situó las razones de la riqueza de North: “Para que Harvey (Robert) y North lleguen a imperar :
será necesario el desencadenamiento de la guerra, la ocupación militar de Tarapacá por las fuerzas chilenas, el total derrumbe del Perú, para que el Inspector de Vías (Harvey) se convierta en una fuerza secreta, pero efectiva, en Tarapacá, asociado al otro británico, el tercer personaje (Dawson) aún más poderoso (Bermúdez, 1984: 23).
Cuando en 1888 decide realizar un viaje a Chile, North se despide de sus amigos con una fiesta en su residencia del Hotel Metropole en Londres. Entre los asistentes se encuentra el contraalmirante Juan José Latorre. Los acordes del himno nacional chileno se hicieron sentir en aquella ocasión. El baile se realizó el 4 de enero de 1889 y fue reseñado por el periódico European Mail,
Sólo los huéspedes más distinguidos asistieron al baile del salón Whitehall, que principio con los acordes de la Canción Nacional Chilena.
El coronel North atendía constantemente a todos sus huéspedes, ejecutando el programa de baile, como lo ha hecho en su carrera, es decir, de la manera más inteligente y juiciosa.
La ida solemne a la mesa de té, fue encabezada por una vanguardia de cornetas.
El dueño de casa se sentó entre su esposa y Lady Randolph Churchill, la que escuchaba con atención la modesta relación del almirante chileno Latorre, sobre sus hechos de armas en las aguas peruanas (Hernández, 129).
Pero volvamos a North y el Iquique de su tiempo. Según la opinión de un observador, el puerto era en 1873 “un lugar (agujero) bestial… donde uno sólo puede beber agua destilada a 9 centavos el galón, un lugar hecho de arena, salitre, guano y hoteles.” El reverendo David Trumbull comentaba diez años más tarde que algunas de sus calles eran casi “tan suaves como las de París,” y que había una sala de lectura “suplida con muchas de las mejores revistas inglesas y americanas.” Añade que el ferrocarril pareciera “estar en activo y constante movimiento” en la industria salitrera. Muchos ingleses trabajaban para el ferrocarril y también “en las fundiciones y otros establecimientos industriales (Mayo, 182).” Pero no se piense que sólo del salitre vivían nuestros tatarabuelos. A comienzos de este siglo el puerto tenía fábricas para refinar azúcar, de jabón, licores, salchichas, zapatos, somieres, muebles, ladrillos, camisas, sombreros, ropa, cristalería, etc. Prosigamos con nuestro North. J. Fred Rippy nos dice que,
Apenas llegaba a los cuarenta años cuando organizó la Nitrate Railways Company Limited (24 de agosto de 1882), su primer intento en compañías anónimas; pero había pasado casi diez años en la costa del Pacífico de Sud América, durante un período especulativo, caótico y violento; y su ingenio y audaz agresividad le permitieron acumular una pequeña fortuna. Mediante una prolija observación personal y a través de la información obtenida de Robert Harvey, John Dawson y otros, había adquirido un conocimiento detallado y acucioso respecto a los depósitos de salitre chileno, especialmente en la rica provincia de Tarapacá. (…) rápido en reconocer una ganga en un período turbulento en el cual las oportunidades eran numerosas, trazó las bases para hacer ganancias espectaculares, las que su brujería financiera le permitiría cosechar sin tardanza. Al cabo de ocho años después que fundó su primera empresa de acciones, se le conocía como el “Rey del Salitre,” no sólo en Chile y en el Reino Unido, sino también en los Estados Unidos, en Egipto y en la mayoría de los países de la Europa occidental (84-85).
A propósito del Nitrate Railways Co., cuando North llega a Chile, en el periódico santiaguino El Ferrocarril. Diario de la mañana, publica en su edición del jueves 12 de diciembre de 1889, la siguiente noticia, que presumo debe haber sido de conocimiento del coronel, antes de su partida:
Intereses chilenos en Londres
Las entradas brutas de los ferrocarriles de Tarapacá (Nitrate Railways Co.) durante la última quincena de Setiembre, ascendieron a 36,272 libras esterlinas, contra 29,925 en igual período de 1888, resultando un aumento para el corriente año de 6,346 libras esterlinas. El aumento en los nueve meses corridos de 1889 sobre los de 1888, asciende a 11,867 libras esterlinas.
Las transacciones de salitre durante la quincena se han limitado a dos cargamentos de calidad común, a 8 chelines 4 1/2 peniques y 8 chelines 6 peniques, y otros dos más de calidad más fina a 8 chelines 5 1/2 pen. y 8 ch. 6 1/2 peniques.
En este “lugar bestial” que es el Iquique de North y tantos otros empresarios, el elemento primordial para la existencia humana – el agua- no ha merecido la debida atención de los inversionistas. Se transportaba en los comienzos de la caleta, desde el río Loa por medio de balsas de cuero de lobo marino; luego en 1830 por embarcaciones provenientes de Arica. La primera máquina condensadora se inauguró en 1845. Recuérdense los comienzos y experiencias en este sentido del protagonista de nuestra relación. Qué sorpresa puede causar que John Thomas y sus socios decidan invertir dinero en la creación de la Tarapacá Waterworks (1888), y luego amplíen su radio de acción con la Nitrates Provision Supply Co. (1889), para suplir de aprovisionamiento a las salitreras y al puerto; la Nitrate General Investment Trust Co., para la compra y venta de las acciones salitreras; Nitrate Producers, Steamship Co., para el acarreo del salitre al mercado mundial; no dejemos de lado el alumbrado público ni la fundación en 1888 del Bank of Tarapacá and London Ltda. En 1889, North como accionista de la Nitrate Railways Co., asumió la presidencia del consejo directivo mediante la compra de acciones en tiempos inciertos para la empresa. No es de extrañar entonces que se hable en esos años de la “Northización de Tarapacá” y que el viaje del presidente José Manuel Balmaceda a la zona salitrera tenga la resonancia que su discurso pronunciado en la Filarmónica de Iquique, produjera en los círculos económicos y políticos. Diez días antes de la llegada de North al puerto de Coronel en su viaje a Chile en 1889, Balmaceda visita la zona norte. Hay ciertas coincidencias que no son inocentes. De acuerdo con Encina, “Balmaceda era lo bastante sensato para comprender que después del obsequio de casi todas las salitreras ricas a North y Harvey y del enorme poderío financiero y moral de las sociedades organizadas por ellos en Londres, la palabra nacionalización sólo era una oriflama (!970: 393).” Continúa nuestro historiador,
“Ya no tenía por delante tiempo para iniciar la tentativa de nacionalización del salitre; carecía de colaboradores que la tarea exigía; como veremos más adelante, el momento era inoportuno y la opinión, en parte hostil y en el resto indiferente. Exasperado, resolvió hacer un viaje espectacular al norte. Nada era posible estudiar en días, y menos aún desde la presidencia de la República. En cambio, el viaje permitía hacer declaraciones sensacionales que repercutiesen en la conciencia nacional y preparasen el terreno para un cambio de orientación en la política salitrera. En el peor de los casos, sería un gesto de dignidad y entereza delante del próximo arribo de North y de los proyectos que traía entre manos. El 4 de marzo de 1889 se embarcó Balmaceda en el Amazonas (1970:393-394).
Recordemos esta nota, pues cuando más adelante cite la visita de North a La Moneda para obsequiar a Chile, el cabrestante de la Esmeralda, se observará que el Presidente llega tarde a la cita. Todo personaje de importancia tiene secretario y agenda. No hay que hilar muy fino para leer entre líneas. Oscar Bermúdez, el gran historiador del salitre, insiste que “nacionalizar la industria significaba en el siglo pasado hacer predominar en ella la influencia chilena” y que los historiadores de corte socialista insisten en que “Balmaceda estaba en lucha abierta contra el capitalismo salitrero inglés, olvidando que la lucha de este gobernante apuntaba claramente contra el capitalismo monopólico del grupo North y no contra el capitalismo salitrero inglés en general” ( Su énfasis). (1984: 273). Gonzalo Vial incidirá en el tema y ampliará esta tesis.
Balmaceda fue el primer presidente nacional en visitar los territorios desconocidos para sus paisanos y “el primero que en la propia capital del salitre expuso entonces la política que en resguardo de nuestros intereses debía proponerse el Gobierno” (Hernández, 131). El Heraldo de Santiago (Marzo 4, 1889) comenta,
El viaje que el lunes emprenderá el señor Balmaceda al Norte, asume, al decir de los palaciegos, las proporciones de un gran acontecimiento político y financiero. Dicen los adoradores del Presidente que éste va ganando la mano al coronel North en su marcha a Tarapacá y que aquél quiera tomarle los hilos al salitre.
Balmaceda visitó dos de las oficinas de North, Primitiva y Jazpampa. Aquí aparece en escena un viejo pampino que escribió sus memorias con el título de Yo vi nacer y morir los pueblos salitreros, Julián Cobos, quien en 1916 conoció las oficinas salitreras de Tarapacá. El nos narra lo siguiente,
Balmaceda recorrió algunas oficinas – Primitiva entre otras-, imponiéndose de las condiciones de trabajo. Perenterioramente ordenó aumentar los salarios en un 50%. Esto colmó la medida y estalló la furia de los amos de la industria.
Los obreros miraron con simpatía al mandatario que llegaba hasta ellos y ordenaba el au mento de salarios. Estos entretelones los conocí directamente de boca de los obreros beneficiados con las medidas de Balmaceda. Sobre esto me habló Cañas, un administrador hijo de padres peruanos: “Cuando se supo que Balmaceda ordenó un aumento de salarios, los salitreros dieron orden de no cumplir y se nos llamó a Iquique para instruirnos sobre lo que se pensaba poner en práctica para no acatar la orden de aumento” (43).
Los obreros no eran asalariados del gobierno. Cobos luego nos informa del por qué “el sólo nombre de Balmaceda” se hiciera antipático entre los trabajadores pampinos, cuando estalla la guerra civil. En la Oficina Ramírez embanderaron el pueblo con las insignias de todos los países (chilenos, peruanos, bolivianos, argentinos) para garantizar su neutralidad en la contienda de 1891. Llegaron los gobiernistas y nadie respondió al llamado del bando militar. “Hubo apaleos, heridos y hasta muertos” añade Cobos. Los opositores explotaron el suceso y “a poco andar, los pampinos corrían a alistarse en las filas de los regimientos revolucionarios”(44).
Continúo con Balmaceda. También fue agasajado en la casa de North en Pisagua. (North poseyó una en Iquique, en la calle Esmeralda 346, hoy demolida, en el área que rodea lo que fuesen bodegas de la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta. Al no regresar North a Chile, fue vendida a Lockett Brothers, después la adquirió Santiago Sabioncello, luego la C.S.T.A. y finalmente Alfredo Alvarez F.).
Con el control de los elementos básicos para la subsistencia y bienestar humanos, como así también de la industria que le permitió gracias “a su ingenio y agresividad” amasar una fortuna, North tentó infructuosamente llegar a la Cámara de los Comunes de su país en 1895. El título de “Coronel” lo obtuvo por su generosidad,
fundó y equipó un Regimiento de Voluntarios en Tower Hamlets y permitió que usaran su propiedad para su entrenamiento y como campamento durante los veranos. Su título honorífico, del cual estaba excesivamente orgulloso, fue otra adquisición útil en su ascenso en la escala social. (…) Los relatos acerca de la benevolencia y generosidad de North eran innumerables (Blakemore, 52-54).
El aspecto filantrópico es un elemento casi desconocido e ignorado en América Latina. Algunos autores hablan de “una filantropía ostentosa” en North. Si así fuese, sería interesante destacar a empresarios nacionales de aquella época en Chile que hubiesen hecho lo mismo.
No se dejen de lado sus fracasos financieros en otros países como Bolivia, Serbia, Sudáfrica. La Arauco Railway Co. fundada en 1886, y de la cual era presidente, fue otro de sus aciertos financieros, esta vez en el sur de Chile, en la provincia del carbón. En la autobiografía que cito, hay un párrafo subtitulado “Cómo él presidía las reuniones de la Compañía,” el cual nos entrega un retrato vivo del coronel North. Imagine el lector,
El fácil método con el cual el Coronel North conducía las reuniones de las Compañías, de las cuales él era parte interesada, causaba enorme disfrute a los observadores. “Muy bien, caballeros, aquí nos encontramos reunidos. El Secretario leerá las minutas. Es parte de su trabajo, se le paga por hacerlo, y me atrevo a decir que lo hará muy bien. Ahora, señores, nuestra propiedad está en buenas condiciones. Yo estoy satisfecho con ella. Ustedes están satisfechos. Todos estamos satisfechos. Los dividendos son tales y cuales, y pienso que eso es suficiente para todos nosotros (13).
Como dato anecdótico, ese gran hombre del salitre que fue José Santos Ossa, tuvo ocasión de conocer a North en 1870, cuando en un viaje hacia Freirina en el ferrocarril de Carrizal “hubo un accidente en la línea (…) y el maquinista era un inglés llegado hacía poco de la maestranza de Caldera (…). Era Mr. Juan Tomás North (Hernández, 72). Si deseáramos insistir en algo tan baladí, como interpretar el significado de un nombre, podríamos apoyarnos en un filósofo como Thomas Carlyle, quien dijo que un nombre puede estructurar o dar forma a una vida, reflejando lo que una influencia mística envía hacia dentro del ser humano, aún al centro de éste. North calza esta aproximación filosófica.
Continuemos con la visita a Chile del Rey de Tarapacá. Llega a Valparaíso el 21 de marzo y trae como obsequio el cabrestante de la Esmeralda engarzado en plata maciza, con la dedicatoria, “A la República de Chile. John T. North.” Según datos que poseo, está en la Escuela Naval, en Valparaíso. En el periódico La Industria de Iquique del sábado 13 de abril de 1889, aparece la siguiente crónica,
El obsequio del Coronel North
Como a las 5 de la tarde, llegó ayer a La Moneda el señor North, acompañado de su secretario, señor de Courey Bower para entregar a S.E. el Presidente de la República, el rico escudo de oro y plata en que está incrustada la placa de bronce, con la estrella nacional que cubría el remate del cabrestante de la Esmeralda .
El señor North fue recibido por el señor Ministro de Marina, presentándose minutos más tarde S.E. Después de las salutaciones de estilo, el Coronel North entregaba al Jefe de la Nación el valioso obsequio que ha dedicado a Chile. (De El Ferrocarril del 5 de abril).
En el mismo periódico iquiqueño del viernes 5 de abril de 1889, hay otra crónica.
Abril 4, 1889. (Recibido a las 10:30 a.m.) El señor don David Mac-Iver dio anoche un gran banquete al Coronel North, al cual asistió un gran número de sus amigos. Reinó mucha alegría y cordialidad y se pronunciaron numerosos brindis en honor del señor North.
Su colaborador y socio, John Dawson, envía la siguiente aclaración a La Industria el 9 de abril de 1889:
Señor Editor de La Libertad Electoral (periódico santiaguino).
Anoche se ha publicado un telegrama de Iquique en el cual se supone que el señor North trae instrucciones y poderes de los tenedores de bonos peruanos en Londres para transferir ese crédito a Chile.
Es indudable que esta noticia de sensación tiene un doble objeto ambiguo.
Por esto es que suplico al señor Editor que tenga la bondad de contradecir semejante especie como absolutamente destituída de fundamento, pues el señor North no asume ningún linaje de representación o autorización, ni de parte de los tenedores de bonos ni de parte del Gobierno inglés, para tratar de manera alguna los asuntos relacionados con la deuda peruana.
Santiago, 30 de marzo de 1889
Juan Dawson
Lo obvio es asumir la preocupación de los intereses salitreros por la llegada de North y lo que pueda significar en el contexto nacional, además del apresurado viaje del presidente Balmaceda a la región nortina, adelantándose al coronel. Cuando cite a Justo Abel Rosales, recuerde el lector cómo éste presenta la razón del viaje de North a Chile.
Según Hernández, cuando North y su comitiva llegaron a Valparaíso, “fue una gran ceremonia la apertura del cajón desembarcado del vapor Galicia, en que Mr. North traía como lujoso trofeo el cabrestante de la Esmeralda.” Después de la ceremonia, North ofreció “un espléndido lunch a la prensa de Valparaíso.” El discurso de North fue el primero de una serie. Me referiré a ellos en el capítulo sobre el libro de Justo Abel Rosales. Hernándezagrega, “se pronunciaron diversos brindis (…) y Mr. North pronunció en respuesta las siguientes palabras,”
Señoras y caballeros: Hará como veinte años que vine a Chile con unas veinte libras en el bolsillo y ganando un sueldo de cuatro pesos diarios. Seguí trabajando y cuando se me ofreció un porvenir más halagüeño, me dirigí a Iquique, donde mediante a los trabajos en el salitre, labré la base de una fortuna que debo a este país, que bien merece el hombre que lleva: el de la Inglaterra de Sud América. Si bien la fortuna me ha sonreído, jamás se me podrá decir que olvido al país que me la dio, ni a mis amigos.
Mi viaje a Chile obedece a varios propósitos: el de cuidar fuertes intereses confiados a mi cargo; el de manifestar a los chilenos el cariño que poseo por su país; y también el de poder contribuir al adelanto industrial de Chile en general.
Quiero también llamar vuestra atención a uno de los principales productos de este país: hablo del salitre, abono cuya importancia aumenta de día en día; pero para eso necesito la cooperación de la prensa y pido que la prensa de Chile me ayude a desarrollar mis ideas. Espero que no me negaréis vuestra cooperación (Hernández, 135).
El mismo autor del cual he extractado las citas, reconoce cándidamente el modus operandi de North. En Santiago, Eduardo Délano quien compró certificados salitreros emitidos por Perú, no encontró socios chilenos para instalar la oficina salitrera, y vendió su propiedad a North en ese año de 1889 en 110.00 libras. North, “formó sociedades en Londres para explotar ese estacamento y lo vendió, dividido en lotes, en más de 800.000 libras!” (135). ¿Qué ocurría con los capitalistas nacionales, dónde estaban, en qué invertían sus capitales y ganancias? Según Encina, a quien citara anteriormente. “La propia energía económica del país, abandonada a su suerte por los gobiernos precedentes, había vuelto la espalda al salitre. Los antiguos pioneers de la industria habían muerto, o vivían su ancianidad, salvo uno que otro, en Santiago, Valparaíso o París. Sus hijos, formados en un medio blando, rehuían la áspera lucha que sus padres libraron contra el desierto” (399). Oscar Bermúdez comenta, “Los chilenos no se sintieron atraídos por el salitre de Tarapacá. El empuje demostrado por empresarios chilenos durante el período peruano respecto al salitre de Tarapacá, desapareció antes de terminar la década de los años 70” (Bermúdez, 1984: 248).
North trajo como regalo para la ciudad de Iquique, un carro-bomba, hermoso presente si se considera los riesgos de incendios que la ciudad sufría periódicamente, por la estructura de sus edificios y casas de pino oregón. Como lo afirma Rosales, “obsequiará a ese Cuerpo, mangueras, uniformes, etc., y todavía, un lujoso casco de plata para el comandante” (88). Comenta Russell que North “no encontró una Compañía Británica o Inglesa de Bomberos a quien consignársela;” sí las había de las otras nacionalidades. En mi último viaje a Iquique, (1996) al conversar sobre el tema con interesados en la historia del puerto, como Ivor Ostojic y su hermano, me señalaron que restos del carro-bomba estaban en la 7a. Compañía de Bomberos “Tarapacá.” Me dirigí al lugar y vi el pescante del carro, con una placa de bronce en la que se lee “Diploma of Honour. Highest Award, Italian Exhibition, 1888.” Sólo confirmé lo que dijera Russell, “El Coronel North (que) trajo de Inglaterra una bomba contra incendios, premiada en una exposición.” North no era fijado en gastos para sus regalos y obsequios. Además tal presente para la ciudad tenía para él un hondo significado emocional. Así lee la dedicatoria del carro-bomba: “Presented to the Town of Iquique by COL. J. T. NORTH on the Coming of Age of his son HARRY NORTH. Dec. 26, 1887.” La mayoría de edad de su hijo justifica la fecha de 1887. Aquí corresponde mencionar que North era comandante honorario del Cuerpo de Bomberos de Iquique Con el correr del tiempo y consecuente avance tecnológico, nuevos carros-bombas hicieron su aparición y la máquina a vapor del carro-bomba de North fue vendida a la lavandería La Castellana de Iquique. Sólo quedó lo que la 7a. Compañía mantiene como recuerdo. ¡Bien por los de la 7a.!
Al abandonar Santiago, el 2 de abril, North ofreció un banquete, y en su brindis el lector podrá encontrar al menos una razón para justificar el éxito de sus empresas: la buena publicidad y el uso de ella para sus negocios. North se adelantó años a las técnicas de “marketing” imperantes en el mercado hoy en día. Trae en su comitiva al distinguido periodista William Howard Russell, ex corresponsal de The Times a quien contrata para que “viera e informara lo que se había hecho y se estaba haciendo, y para examinar las obras que habían transformado el desierto de Tarapacá… en un centro de empresas comerciales, y que le habían dado una laboriosidad vivificante y una vida próspera” (Russell, 2). Dos periodistas más acompañaban a North, Melton R. Pryor, artista del Illustrated London News y Montague Vizetelly del Financial Times. Los hermosos y exactos dibujos de Pryor aún asombran a los estudiosos del Ciclo del Salitre. Como demuestra Blakemore, éstos no fueron hechos directamente en el terreno, sino que están “basados en una colección de fotografías tomadas durante el viaje” (111) lo cual no le resta mérito al trabajo de Pryor.
Prosigo con el tema que concierne a North y su habilidad de entrepreneur u hombre de negocios. En el momento de los brindis, esto es lo que llevaba en carpeta el Rey de Tarapacá,
Señores representantes de la prensa chilena: Quiero brindar a vuestra salud y brindando quiero explicar el objeto de mi viaje aquí y la razón que he tenido en traer conmigo a los distinguidos miembros de la prensa inglesa aquí presentes.
Señores, los Andes han sido para nosotros los habitantes de la ya vieja Europa, demasiado altos hasta hoy. No hemos podido por esto conocer bien la enorme importancia de los países de la América del Sur, y en especial Chile, cuyas costas son fuentes de riqueza casi inagotables, tierras bendecidas, creadas por la Divina Providencia para dar con el salitre la substancia que requiere el suelo gastado!
He comprendido, señores, la gran necesidad de hacer conocer esta crecida riqueza en el Viejo Mundo. Y he comprendido también, señores, que la única manera de conseguir este objeto es por medio de la Prensa; la Prensa, señores, la palanca de todo progreso, el hermano de leche de toda nueva invención! Y diré, señores, a más, que la base que he necesitado ha sido esta misma prensa. Me siento orgulloso de apretar la mano de cualquier miembro de la profesión a que debemos, todos los que estamos aquí sentados esta noche, nuestro adelanto y bienestar.
Señores, no será de más que les diga que toda mi furtuna, gracias a los productos de esta tierra no tan empobrecida como fue años atrás, se encuentra empleada aquí en Chile, y me parece, como hombre de negocios que no podía ofrecer con esto mejor prueba de mi confianza en el país en general y en la honradez de sus dignos habitantes en particular.
Señores representantes de la prensa chilena: tengo el placer de brindar a vuestra salud, y brindando, de presentaros a vuestos colegas de la gran prensa inglesa (Hernández 136).
La respuesta al brindis, provino del doctor Augusto Orrego Luco, (según Rosales, “se expresó correctamente en inglés, agradeciendo en nombre de sus compañeros en el periodismo, la manifestación que el coronel se había dignado ofrecerles (120), quien reconoció el hecho de que el coronel North había invertido sus capitales en “obras de progreso y de provecho.” Como iquiqueño, no se puede dejar de reconocer tal aserto, pues no fueron los capitales chilenos los que se preocuparon por los elementos básicos de toda vida civilizada: agua, luz, electricidad. Aún en los 1980’s quedaban en Iquique los restos de los viejos tanques de las resecadoras de agua, y los consecuentes racionamientos. Hernández condena a North por las ganancias en sus empresas, como por ejemplo el hecho de que el agua, cuyo “costo era de dos centavos, deduciendo todos los gastos, se vendía a cuatro” (130).
Si se estudia el texto de su discurso, referente a la prensa, pienso que nuestros viejos periodistas deben haberse sentido henchidos de gloria y vanagloria, y con toda razón. Ahora sabemos que esta industria cultural, más radio y televisión en nuestra época, hechas de palabras e imágenes, gobiernan la existencia y deciden destinos, y el inglés de marras en su tiempo lo sabía muy bien, además que no mentía, pues “toda mi fortuna (…) se encuentra empleada aquí en Chile,” y así lo demuestra el mismo Hernández, cuando comenta en su libro que “Mr. North era el principal productor y amenaza ser el único, mayor era todavía su poder en los demás ramos de las industrias de Tarapacá” (130). El lector entenderá entonces, el porqué de mis razones para llamarlo el Rey de Tarapacá, título que se ganó con su genio y audacia comercial, y las especulaciones del momento. Aunque la gran provincia de Antofagasta, que conforma el Norte Salitrero, y cuyo esplendor como tal lo obtuviera a comienzos de siglo, no estuvo en los planes de North y sus asociados, no debe ser dejada de lado por la connotación equívoca de “rey del salitre.” El control o reinado se circunscribió a una zona específica. No olvidemos que en 1868 nace la industria del nitrato en la tierra del “chango Juan López,” Antofagasta; que en 1870 se produce el descubrimiento de plata en Caracoles al que llegan 20.000 mineros; que en 1872 se descubre caliche en Aguas Blancas; dos años después Juan Palma abre la ruta calichera de El Toco. Todo este “esfuerzo particular, en el cual se mezclaban el sudor del pueblo y la audacia empresaria” al decir de Bahamonde, es realizado por empresarios chilenos. Capitales ingleses, chilenos y alemanes promoverán el desarrollo de la industria en la zona antofagastina.
No podemos dejar de lado la opinión del presidente Balmaceda quien expresa en la Exposición Nacional, en su inauguración del 25 de noviembre de 1888, mucho antes de su controvertido discurso en Iquique,
¿Por qué el crédito y el capital que juegan a las especulaciones de todo género en los recintos brillantes de las grandes ciudades, se retraen y dejan al extranjero fundar bancos en Iquique, en donde la fragua del trabajo humano hace brotar una riqueza que deslumbra, y abandona a los extraños la explotación de las salitreras de Tarapacá, de donde mana la savia que vivifica el mundo envejecido, y para conducir la cual van y vienen escuadras mercantiles que no cesan de llegar y partir jamás? Y el extranjero explota estas riquezas y toma el beneficio del valor nativo, para que vayan a dar a otros pueblos y a personas desconocidas los bienes de esta tierra, nuestros propios bienes y las riquezas que necesitamos.
No me corresponde el análisis crítico de un asunto que ha sido discutido por años en publicaciones en Chile por profesores e investigadores, y expertos de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Una perspectiva novedosa y seria es la que ofrece Marcos García de la Huerta. Sobre North, Harvey y Dawson véase especialmente el capítulo XVII de su libro. Verifíquese también la excelente bibliografía del libro de Carmen Cariola y Osvaldo Sunkel. El historiador José Miguel Irarrázabal, no puede dejar de lado a North, cuando refiriéndose al “tema de la visita a la región salitrera del Presidente (…)” anota que tiene que decir algunas palabras sobre “un nombre que desde esos días y con creciente intensidad en seguida aparece para muchos como piedra de escándalo, en los comentarios relacionados con la industria del nitrato en la época,”
Tal es el de Mr. John T. North, el rey del salitre, cuya suerte portentosa que lo eleva desde un modesto oficio manual a primer copartícipe en varias oficinas salitreras y empresas ferroviarias avaluadas en millones de libras esterlinas no dejaba de provocar suspicacias en la mente de casi todos sus contemporáneos y aún envidias en las de muchos (…). En sus “Recuerdos,” redactados por el escritor francés Gastón Calmette y publicados en “Le Figaro” de París, confirma North la adquisición a bajísimo precio de los certificados (salitreros), y añade: ‘Después y queriendo asegurar para siempre la prosperidad de esta industria, de la que nadie todavía en Europa sospechaba su colosal importancia y su inmenso porvenir, compré en unión de varios amigos la mayor parte de las acciones del ferrocarril que sirve la región donde existen los principales yacimientos salitreros. Vine así, a ser el árbitro del porvenir’ ” (378-379).
El historiador norteamericano O’Brien, coloca en su lugar el momento histórico, cuando al referirse a los salitreros ingleses (Henry Berkeley James, George M. Inglis, John T. North, Robert Harvey, James T. Humberstone y otros), sostiene,
Mientras que mucho se ha dicho de las virtudes personales o falta de ellas, el acceso de estos ingleses a la industria, proviene de la inhabilidad de la sociedad peruana o chilena para proveer talentos en ingeniería y administración para la moderna empresa industrial que empezaba a desarrollarse dentro de sus fronteras (…). Pero, para estos nuevos salitreros, y aún los viejos, simplemente el obtener y operar oficinas, no era garantía de éxito en la industria (68).
Continúo con North. Sus palabras manifiestan su clarividencia comercial, y no “una suerte portentosa” como se insinuara. Todo historiador reconoce quiénes son sus “varios amigos.”
La muerte de North en su ley, ocurrió en Londres el 5 de mayo de 1896, a los cincuenta y cuatro años de edad, mientras presidía una reunión de una compañía. Así está descrita en la pequeña biografía Life and Career…
El Coronel North asistió a una reunión del Sindicato Lagunas el martes 6 de mayo, a las dos de la tarde, al fin de la cual regresó a sus oficinas en el Edificio Woolpack, aparentemente en buena salud. Se encontró con algunos amigos en el restaurante abajo, y después subió para asistir a otra reunión de la Compañía del Ferrocarril Salitrero. Antes de comenzar – cerca de las tres de la tarde, disfrutó de algunos bocados de ostras y una cerveza (malta). Poco después se quejó de unos fuertes dolores, y pidió un brandy, el cual se le trajo, pero pronto se desplomó en su silla, y últimamente expiró, minutos después de las cuatro de la tarde. Una investigación fue realizada el miércoles, y cuando el jurado retornó su veredicto, éste fue: “muerte por causas naturales” (Le falló el corazón ) (7).
Su nombre no figura en la lista de los súbditos elevados al título de “Sir” que la corona otorga a quienes se destacan por sus aportes al imperio, como Francis Drake, quien recorriera nuestros puertos, con otros motivos. Sí los hay de otros salitreros de la época. De más está insistir en los personajes que asistieron a sus funerales, la nobleza y la crema de la sociedad europea. Tácito reconocimiento para un hombre de clase media, quien gracias a su audacia comercial, visión de futuro y conexiones, se elevara al título tan manoseado en las historias nacionales de Chile y cuya figura en la guerra civil de 1891, pareciera exagerarse para justificar los intereses creados de los nacionales que la promovieron y llevaron a la práctica. Yo sólo he querido dar voz a North, por medio de esta retrospectiva. Su significación para la provincia, queda ilustrada por Encina, “al fallecer North en 1896, los capitales ingleses invertidos en las salitreras de Tarapacá y en las empresas conexas con ellos, sumaban doce millones cuatrocientas treinta y siete mil setecientas libras esterlinas, distribuídas en 25 sociedades (400).” Los comentarios periodísticos en Chile en aquella ocasión, fueron relativamente escasos. The Chilean Times (mayo 9 de 1896) de Valparaíso, publicó lo siguiente:
Fue en muchos aspectos un hombre notable, y fundamentalmente el arquitecto de su propia fortuna. Aunque el coronel North fue acusado a veces de egoísmo, no hay duda que sus defectos estaban más que compensados por sus muchas y excelentes cualidades. Fue un genuíno inglés y su muerte será sentida universalmente.
El Nacional de Iquique (Mayo 6, 1896) señaló en su editorial,
North fue un genio; forzoso es reconocerlo, y por otra parte, nadie que esté al cabo de su modesta vida primero y pomposa existencia después, así como de la influencia poderosísima que llegó a ejercer en los mercados de Europa y muy particularmente en la Bolsa de Londres, nadie, repetimos, podrá negarlo. El nombre de North es sinónimo de trabajo y actividad incansables, de lucha tenaz y constante, de empresas audaces y afortunadas pero sobre todo significa lo que puede un carácter firme y decidido, en consorcio con una clara y perspicaz inteligencia.
El Ferrocarril de Santiago anotó que
La personalidad de Mr. North adquirió importancia considerable poco después de terminada la guerra entre Perú y Chile a consecuencia de las valiosas negociaciones salitreras que llevó a cabo en el mercado de Londres. La fama de hábil organizador de compañías de este género que rodeaba su nombre en 1888 era tal, que desde entonces recibió el sobrenombre de Rey del Salitre, con el que fue desde aquella época universalmente conocido.
John Thomas North no hizo su fortuna de manera diferente a la de otros capitalistas, extranjeros o nacionales, y colaboró a dar vida y trabajo con su pequeño imperio en el norte a una provincia que permaneció olvidada por generaciones del gobierno central, tanto en el plano social como cultural, pese a su gran aporte al bienestar general de las arcas fiscales. Ahora cuando las ideologías han sido sometidas a una revisión profunda, es necesario verificar nuestra percepción del pasado y tratar de enmendar errores. Blakemore manifiesta que “North no dejó huella ni en Chile ni en Inglaterra” (264). En lo que están de acuerdo historiadores de ambos países, es en la personalidad pintoresca, tan alejada del circuspecto y “gentleman like” estereotipo que tenemos de los sajones.+ Las fiestas, los “champañazos” como los denomina Rosales, que ofreció en Lota, Coronel, Santiago, Valparaíso, Iquique, en su viaje de 1889, el derroche de dinero, su filantropía, el ser “amigo de sus amigos” a los que no olvidó en la cúspide de su riqueza, retratan a otro North que más se acerca al estereotipo latino que al de su origen. Oscar Bermúdez, nuestro gran historiador del salitre, lo percibe de esta manera: ” Mr. John Thomas North no encarna en su apariencia y costumbres el tipo preocupado y hermético del gran financista; sociable, fastuoso, de gran atracción personal, buscó el resplandor del éxito social” (1984:288).
Con Juan Tomás, como se le conocía en Chile, ocurrió aquello de “cuando la leyenda llega a ser un hecho, hay que creerle a la leyenda y no a la realidad.” Gran parte de esa leyenda se remonta a los escritos de Guillermo Billinghurst, el notable historiador y hombre público peruano, según Bermúdez, y a quien repitieron otros investigadores nacionales. Algunos incluso desmerecen su título de ingeniero, desconociendo que en inglés, engineer es una de las varias acepciones del término, en el sentido de referirse a “el que opera una máquina -engine- en especial el conductor de una locomotora,” vocablo que aún se utiliza en tal sentido.
A más de cien años de su muerte, hay que tratar de juzgarlo desde el punto de vista nortino, es nuestro derecho, pues fueron nuestros abuelos los que vivieron en estas tierras, y conocieron y padecieron y disfrutaron de lo que la existencia les entregó. North fue parte de este entramado: dio a conocer el salitre, lo comercializó en las grandes urbes extranjeras pues ese era su trabajo. Se olvida que el primer cargamento en 1820, tuvo que ser echado al mar, “pues nadie se interesó en Liverpool por el producto americano, y como el capitán del barco no podía seguir soportando una carga indeseable, la misteriosa sal del desierto fue echada al mar” (Bermúdez, 1963: 101).
La pampa de Tarapacá, que he recorrido últimamente en varias ocasiones y algunas de cuyas oficinas conociera en plena actividad a finales de los 40’s, es hoy un conglomerado de pueblos fantasmas que atrae la atención de los que se interesan por el pasado. En una de las oficinas de North, Primitiva por caso, debiera por lo menos existir una plancha de bronce con los datos pertinentes a uno de los protagonistas de los períodos históricos más interesantes del desarrollo del país. De las dos fronteras existentes en Chile el siglo pasado, la de la Araucanía y la del Norte salitrero, fue esta última la que atrajo y ofreció la posibilidad de un relativo mejor sistema de vida a los rotos, inquilinos, “golondrinas” y demás habitantes del agro, y por supuesto de las ciudades. La otra, fue presa de los terratenientes, inmigrantes y la oligarquía.
El Norte Grande fue para nuestro país, lo que el Oeste significó para Estados Unidos, tanto en expansión territorial, como en la apertura mental que produjo en sus habitantes con un nuevo El Dorado. Enganchados o simples peones de Chiloé, mauchos de Constitución, huasos de la zona central y sur, santiaguinos, serenenses, coquimbanos, acudieron en búsqueda de mejores horizontes y dejaron sus huesos en las calcinantes arenas del desierto o en los miserables cementerios del puerto. Ellos de alguna manera transformaron una región primitiva en algo cercano a la civilización y modo de vida del resto del país. La gran diferencia con la llamada Conquista del Oeste, reside en que no hemos sido capaces de explotar la saga del salitre para beneficio de nuestras generaciones. Iquique no tiene una calle, un solo recuerdo de John Thomas North, pero la pampa está abierta a la aventura de la imaginación para hacer de ella, algo más que mantener entre cuatro paredes la oficina Humberstone, o visitar Pozo Almonte, o las ruinas del Alto de San Antonio y tantas otras que se encuentran en lo que podría denominarse La Ruta del Salitre. Si el nitrato ha servido en la historiografía chilena para fijar un hito en el desarrollo económico y social, con mucha más razón debiera existir en la pampa, en cada sitio donde hubo una oficina de importancia, una placa recordatoria con la fecha de iniciación y finalización de labores, y si North realmente fue el Rey del Salitre ( o de Tarapacá), un monolito o estatua suya en una de sus principales pertenencias.
En el gran mosaico de la historia del salitre, deben estar todos los participantes, pues gracias a ellos tenemos un pasado del cual nos enorgullecemos, y el ejemplo de quienes nos dejaron la gran lección de lo que puede realizar y alcanzar el ser humano, cuando la geografía y el medio parecieran obstáculos insalvables.
NOTA
+ Un gran embajador norteamericano, demócrata en política y en su vida, Claude G. Bowers, (1878-1958) desempeñó su labor en Chile por catorce años. Dejó un vívido retrato de su vida en el país (1939-1953) en los años más difíciles de la política nacional por el triunfo del Frente Popular, la conflagración bélica mundial y la Guerra Fría. En su libro se refiere a John Thomas North y el dominio inglés en el campo salitrero:
Por algunos años, los ingleses estuvieron en gran número en posesión de la naciente industria del salitre. Un listo, pintoresco ingeniero inglés, John Thomas North, invirtiendo capitales británicos en la instalación de entonces, con modernas maquinarias, empezó una sistemática creación de un mercado extranjero. Al llegar a ser rico, ostentando su riqueza, disfrutando al máximo la ilusión de grandeza, llegó a ser conocido como el “Rey del Salitre.” Fue años más tarde que los intereses de la Guggenheim derramaron millones en el moderno desarrollo de la industria, y las minas chilenas llegaron a ser las más grandes productoras en el mundo.
La historia del desarrollo de estas minas es tan intrigante como las más brillantes páginas de ficción. Detrás de ello no está sólo el dinero, sino la imaginación. Las famosas minas de María Elena estan ubicadas en el desierto. Es un área gris, desolada donde nunca llueve y un tórrido sol quema ferozmente el desierto. La más moderna maquinaria fue instalada a un gran costo; un ferrocarril fue construído para llevar el salitre a un puerto; el agua fue traída por cañería desde las alturas de los Andes, y sin escatimar en gastos, y las mejores técnicas, las minas han prosperado más allá de lo precedente (300). (Mi traducción. El puerto es Tocopilla).
Bowers tuvo un gran cariño por Chile, y su cultura de historiador lo llevó a indagar los datos que entrega en su libro. María Elena y su historia comienza en 1924, “cuando la Guggenheim Brothers adquiere un número importante de estacas salitreras pertenecientes a la oficina Coya Norte, ubicadas en el Cantón el Toco,” asegura Eugenio Garcés Feliú. La construcción empezó en 1925 y concluyó en 1926. Según Garcés, “el 22 de noviembre de ese año se inician las operaciones, con una capacidad productiva de 600.000 ton/mét. anuales, es decir, cuatro veces superior a la producción de Chacabuco, la planta más grande del sistema Shanks” (67). La misma empresa norteamericana organiza la Anglo-Chilean Consolidated Nitrate Company. En 1930, la Lautaro Nitrate Company inicia la construcción de planta y campamento de lo que será la oficina Pedro de Valdivia, a treinta kilómetros de María Elena y cuya producción comienza en junio de 1931. En 1950 ambas compañías se fusionan bajo el nombre de Compañía Salitrera Anglo-Lautaro y en 1968 como Sociedad Química y Minera de Chile (Soquimich).
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