jueves, 27 de julio de 2017

Odio la escuela, mi mala experiencia educativa. “Desconfía de todo tipo de propuesta educativa. Abajo la escuela”






Escribieron aquí individualidades

Odio la escuela, mi mala experiencia educativa.
“Desconfía de todo tipo de propuesta educativa.
Abajo la escuela”
 
La idea de construir un libro de estas características tiene que ver con la relación que existe o sigue existiendo dentro del aula. Aquella donde el estudiante - por mucho que hoy se diga sobre la flexibilidad en el aprendizaje- “sigue” cumpliendo un papel de dominado/a. La historia estuvo escrita de esa manera, y seguirá intacta si no se dobla siquiera un barrote para derribarlo.
 
En ese sentido elaborar una propuesta como está, desde una mirada antagonista, se hizo “necesario”. En un contexto social, donde por su parte se alega una educación de calidad, pública y estatal, pero que sin embargo descuida estas pequeñas microrealiades que no son tomadas en cuenta. Escribir estos relatos, fue una manera de percibir el aliento de desagrado de aquellos/as que esperamos impaciente el momento donde la escuela sea destruida. Es por gracia de una sociedad que no evalúa el hecho de que ser estudiante es sinónimo de esclavo de un saber, la que evidentemente no permite promover una critica hacia lo que se enseña, mas bien una propuesta entorno a la misma dentro del marco social que esta diseñado y que se corrige a medida que este avanza.
 
Sabemos pues, que la educación es eso, una constante ebullición de estados, de situaciones, de escenarios que hacen que la misma se vuelva un laboratorio y donde por supuesto él y la estudiante es el experimento. Así y en ese orden se han desarrollo propuestas, ideas, reformas, leyes .
 
En nombre de aquellos/as que necesitan educarse, educarse para qué, y bajo que principios que no sean los impuestos por la sociedad capitalista que busca en la educación un recurso para su sustentabilidad. “Necesitá- bamos” alzar la voz. Aunque sea callada por los mismos compañeros/as de pasillo. Alzar la voz, aunque la propia sea silenciada por la ciudadanía que no ve mas allá de sus necesidades, sean ellas particulares o individuales dentro del cerco social, político, económico y cultural que ha demostrado ser eficiente para el y los capitalismos de izquierdas y derechas. Se alza la voz porque también las izquierdas de esta sociedad capitalista se han encargado de aclarar que la educación depende del Estado y que su gratuidad y calidad es parte de lo que necesita el país. Y en esa patética discusión de pasillo, la ciudadanía salió a la calle, sin considerar siquiera que los mismos de apoco sellaban su condena. Hoy por lo menos en esta parte del mundo es que los propios estudiantes de la institución publica han expresado su voluntad. Dando cuenta qué, aunque no tengan la idea general de lo que necesitan y significa la educación de calidad, publica y estatal han elaborado su pliego de peticiones. Necesitamos educar- nos, esa es la consigna. Sea publica, estatal, sexista o integral. El problema de nosotros/as quienes la odiamos, es eso, la institucionalidad aunque ellos/as, los/as estudiantes del presente no lo consideren en su petitorio
 
Todos/as hemos odiado la escuela de alguna manera. Existen por lo menos, en los relatos que han llegado, suficiente material para discutir en torno a estos métodos que no son sino, una manera blanda de manipular mentes al servicio de la economía de un país o una empresa pública o privada; o si lo prefiere bajo el capricho personal de buscar en ella un recurso hacia el ascen- so económico, social, cultural; incluso de clase, etc.
 
Odiar la escuela no es tampoco la pataleta del niño/a mimado, odiar la estructura en si mismo, su formato, la idea absurda instalada en el subconsciente y del cual las familias han ido perfeccionando de alguna u otra manera para tratar de ablandar el camino, que sabemos será pedregoso. No obstante huir del aparato educativo, independiente de su carácter tiene sus complicaciones y es ahí donde nos hemos detenido. Porque en nuestra cabeza, existe la idea que la educación es la puerta hacia la movilidad social, económica, política y cultural Enton- ces no educarse es ser analfabeto. O sea falto de educa- ción. Prefiero no educarme, antes de tener las manos con sangre, sabiendo que soy hasta ahora responsable de mi egoísmo. Porque nacemos y nací bajo el pretexto de ser un sujeto normalizado. Normalizado para qué y bajo que idea. Tan solo hay que ver lo que sucede en las calles y como la sociedad capitalista se comporta.
 
Y se escribe de esa forma, pues lo único que se reconoce en la educación es esto, una etapa fundamental para el desarrollo integral de la persona en pos de ser un aporte para la sociedad capitalista. En ese rincón apartado del aula, “pretendemos” estar presente, de una manera incendiaria y provocadora para aquellos/as que aun consideran que aprender es sinóni- mo de saber. Rescatando esas interpretaciones no para hacer de ella un fetiche comercial que de esto hace una propaganda, más bien, buscar en estos relatos la respues- ta necesaria que oculta la relación profesor / estudiante/ escuela / familia / Estado / sociedad capitalista.
 
Mi mala experiencia educativa se relaciona entonces, en estas micro/realidades que subyacen a diario, que son silenciadas y apartadas por discurso social que hoy se genera en post de ir mejorando la calidad de ésta, pero que sin embargo no se toma en cuenta a la hora de exterminar este vinculo entre la dominación y el saber.
 
Ahora es complejo sobre todo en un escenario que pide a gritos una mejora en la calidad de la educación. Tratar de taladrar contra el escenario social que ha instalado la ciudadanía es complicado, ya hay indicios de compañeros que han sido expulsados por sus pares del espacio institucional. Pues eso esta determinado no solo por que la sociedad capitalista así lo exija, sino que la calidad en si mismo ya forma parte de la estructura educativa por excelencia. Por tanto odiar la escuela, no solo puede significar el hecho de renunciar o no acudir a ella. No, odiar esta relacionado desde esta posición, como un momento donde el estudiante no sienta la libertad de crear, explorar, cuestionar, incidir, o simple- mente no hacer nada de lo que ahí se ejecuta. El /ella al igual que el propio profesor/a son victimas / cómplices de una estructura que los ve como instrumentos. con una diferencia; el profesor/a tiene la capacidad de incidir en el currículo, en cambio el estudiante no, pues su posición se reduce a obedecer la norma implícita .
 
A continuación serán testigos de innumerables relatos que provienen de diferentes lugares pero que tienen algo en particular . Y esa particularidad se ve reflejada que la escuela abraza aún la idea intacta del rechazo, el repudio, la selección, y la no atención a los problemas individua- les que hacen ver que todos/as de alguna manera somos invisibles y que solo nos atienden para dar cuenta sobre el desarrollo sociedad / país/ modelo educativo, que solo acepta aquellos/as que cumplen con la normativa social para hacer de la educación no un espacio libre, sino un lugar competitivo, donde lo que se cuenta son los resulta- dos, no el aprendizaje de cada uno/a.
 
Sobre los mismo, la idea general es dar cuenta aque- llos/as que tengan interés en leer estos relatos que lo que aquí se describe quizá responda al silencio con el que somos cómplices y que no hacemos más que reproducir lo que odiamos. En ese sentido, las personas que participaron de este proyecto colectivo y anónimo se atrevie- ron a vomitarlo.
“Somos cómplices de la educación que recibiremos, sí lo único que hacemos es esperar que otros cumplan ese objetivo que para el Estado, la familia, la sociedad y nuestro egoísmo es fundamental.” Esta instalado el hecho que educarse es sinónimo de movilidad social. Y de eso es responsable no solo el Estado, también lo es y a sido la escuela, la familia y la institucionalidad y la propia empresa privada que ha hecho de la misma el negocio que permite validarla.
 
Llego el momento de no educarse, de no envolverse entre sus manos, ni en su cuerpo social. Necesitamos buscar, descubrir o diseñar formas de educación que no sean las pre-establecidas ni justificarse bajo el pretexto de hacer lo mismo que supone debemos escapar. Ocupar lo que esta, y hacer propio lo que otros ya añadieron para su derrumbe. Que por ahora solo tenemos una pluma. Pero de nada sirve si la ocupamos para nuestra propia satisfacción. Si no te preguntaron, desconfía de toda idea relacionada con una propuesta educativa, sea cualquiera su carácter o motivo.

En un lugar de la sociedad capitalista que denominaron
Santiago de Chile.

“Relatos, historias y vivencias ocurridas al 
interior del aparato educativo” Siempre 
cuestione todo, enfrentándome sin miedo.

Mi nombre es Analía. Odie a la escuela y amaba ir también, porque fue el lugar donde encontraba amigos... Siempre fui contra el sistema, in poco por la crianza de mis padres y otro por mi energía y personalidad (aclaro que soy una persona muy espiritual, espero no ser discriminada). Tuve situaciones con docentes, directivos y mismos compañeros, donde vivencie la exclusión, otro siempre tuve un grupo de amigos con quienes me sentí a gusto.. Siempre cuestione todo, enfrentándome sin miedo porque tenía el apoyo de mis viejos, que por cierto son docentes, ex militantes de izquierda.
 
Luego estudie artes visuales, creyendo que dentro del sistema tenía firma de sentirme mas libre, carrera que termine dejando porque tampoco me cerraba.  Cuando fui mamá llegó el cuestionamiento: y ahora que hago? No pensé la posibilidad de no escolarizarlo, tengo ideales anarquistas pero actuó en mi vida de forma muy legal y luchando contra las propias estructuras... fte entere de una escuela supuestamente más copada, con pedagogías diferentes, en parte waldorf.
 
Comenzó mi niño, y de a poco reunión tras reunión lo único que me exigen es el amoldamiento del niño... Este es el tercer año que va al jardín de está escuela y estoy a punto de cambiarlo pero mi niño me dijo que no quiere. En la última reunión me mandaron a llevarlo al psicólogo, patologisando su «problema». fte dicen que no se adapta, que prefiere jugar sólo, que nunca hace lo que ellos dicen, que dibuja garabatos, me molestan por su pelo largo. El tema es que en casa juega lo más bien con otros amigos, dibuja de una manera muy crea- tiva todo lo que a el le gusta, como armas, tractores y helicópteros, hará castillos o edificios. Ahora termine sintiendo que era hasta una persecución ideológicas. Pero siento que no puedo aislar del mundo y estoy en una condición tremenda entre no estar de acuerdo con el sistema y tener que someterme a el.
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El me quiere y nadie lo sabe. Me lo dijo hace unos días, con sus ojitos llenos de risa. Sus ojitos siempre se estiran cuando sonríe y siempre se ríe cuando está nervioso. Eso, tampoco nadie lo sabe. Nos juntaremos más ratito, cuando salga del Colegio, nos reuniremos por ahí. fte llenara de besos y hará mucho cariño en el pelo. A mí me gusta que me acaricie el cabello y que sea bueno conmigo. Porque sí, es bueno conmigo. La Camila dice que no, que no está bien ni tampoco es bueno conmigo. Qué sólo me romperá el corazón y terminaré llorando. Recién mentí, dije que nadie sabía, pero ella sabe. La Camila es la única que sabe que él me quiere y que se preocupa por mí. Pero ella dice que debería decirles a todos si él es tan bueno. La Camila también me quiere, pero no sabe nada. Sólo anda con “flaites” y si no son “flaites”, son feos. El no es “flaite”, tampoco es feo. El es diferente. Nada que ver con mis compañeros. La Cami siempre exagera todo. Una, ya no es cabra chica. Tengo claro lo que es bueno, malo y rico. El me hace cosas ricas además, jajajaja, de puro pensarlo me pongo roja. Que ñoña. ftenos mal que falta poco para salir. El ya terminará sus clases, yo las mías y nos juntaremos, como todos los ftartes y Jueves. Es difícil juntarnos, tiene que ser a escondidas y nos cuesta hacer- nos el tiempo. Pero no importa. El próximo año será más fácil. Yo ya estaré en 8° y el será mi profesor Jefe.
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No te quiero ni escuchar. Viste como le dejaste la nariz a tu compañero? Te hemos soportado todo el año. Ninguna Escuela te quiso aceptar. Sólo nosotros. Ya te han expulsado no se de cuantas Escuelas y ¡Mírame cuando te hablo carajo!. No escribes, no traes las tareas, no traes los materiales que te piden, llegas atrasado, golpeas a tus compañeros, ¡repitente dos años mas encima!. ¡Pero se acabó!. ftañana vienes con tu apoderado o no entras a clases. Le llevarás esta citación. La hemos llamado mil veces y no contesta, para variar. Irresponsable tu mamita, con suerte te vino a matricular. No sé ni cómo llegaste a 6° básico. Estas suspendido.
 
Francisco quiere golpearla, tomar a la Directora por el cuello y darle 3 golpes directos en el ojo. Pero no le molesta la idea de no asistir por algunos días a este lugar. Decide salir de la Oficina, esperar los 30 minutos que restan para que termine la jornada del día de hoy e irse. Está sentado afuera de dirección. Mira como unos niños juegan a la pelota mientras se entretiene intentando sacar un moco de su nariz. Suena el timbre, Francisco sale de la Escuela y siente como algunos atenuados ecos de la estridente voz de la Directora se repiten en su oído derecho. Camina un par de cuadras, poco a poco se aleja del resto de los estudiantes que se reparten en diversas direcciones de la ciudad. Decide prender un cigarro apenas entra en un pasaje donde, sabe, no transita nadie a estas horas. Patea algunas piedras y mira con miedo a un perro que no deja de seguirlo con la mirada. Francisco lo mira de vuelta, le tira una piedra, bota el cigarro y comienza a correr lleno de risa. Llega afuera de su casa, sudado y cansado. Un vehículo está estacionado afuera de su hogar. Se mira en el espejo de este, y logra sacarse el moco que lo molestaba desde que entro a la sala de la Directora y del cual, ya se había olvidado. Se salta el portón de madera y abre la puerta con ese truco que aprendió hace unos pocos días. Por un momento se confunde, y no sabe si es su aliento el que apesta a cigarro o sin son las colillas que aun yacen prendidas en los ceniceros del Living de su casa, las que generan ese olor que ahora parece molestarle. Nota que hay una chaque- ta de hombre, costosa, “cuica”. Hurga en sus bolsillos, saca unas monedas y unas mentas sueltas. Una botella de pisco y un par de vasos, adornan la mesa de centro. La puerta de su mamá está cerrada. Por un momento quiere echarla abajo, pero sabe que no es buena idea interrumpir a su mamá cuando está con un cliente. Es mejor esperarla. Revisa el bolsillo de su pantalón y nota que extravió la citación que le entregó la Directora. Por un momento siente miedo. Pero luego se echa las mentas a su boca, se tira al sillón y prende el televisor. Sabe que cuando su mamá salga, es probable que aún este demasiado ebria, como para preguntarle cómo le fue en la Escuela.
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Hormigas.
 
La mesa de la secretaria del director, comienza a llenarse de hormigas que suben por una de sus patas. Hormigas que avanzan juntas. Ninguna debe saber el nombre de la otra. Sólo son bichos. Solo están ahí. Avanzando. A buscar algo que supongo, les sirve para algo. No sé qué. Cosas de hormigas. Las hormigas no son amigas. Comparten su tierra y hormi- guero, pero eso no las hace amigas. No se complican si una habla mal de la otra. Si viene mal vestida. Si se ignoran. Sólo son hormigas. Que suben por las patas de una mesa. fte gustaría ser como una hormiga y no tener amigas. Pero ahora que lo pienso; yo nunca he tenido amigos en la Escuela. Bueno, ¿Quién si?. Solo somos un grupo de gente que no conocerías si no estuvieras “obligada” a levantarte cada mañana, ducharte, tomar desayuno, lidiar con la locomoción, atrasos, reprimendas, obligaciones, obedecer y tratar de quejarte lo menos posible, horarios, rutinas, gente desagradable, gente insoportable, gente intrascendente, timbres, regresar a casa, a hacer tareas, dormir para empezar todo de nuevo.
 
¿Quién puede hablar de amigos si estamos obligados a conocernos?
 
Bueno, quizás si los he tenido. Amigos digo. Pero no en esta Escuela. Menos ella. Siempre desconfié. Desde el momento en que me llamo “Amiga”, a los 5 días de mi llegada, las balizas de mi desconfianza se encendieron. Es cierto, fue la primera que me acogió. Era atenta y considerada. fte presento amigos y amigas de su territorio. De no ser por ella, mi llegada a esta Escuela no hubiera sido lo mismo. Mi rendimiento fue sorprendente para todos. A los pocos meses todos estaban sorprendido por mis habilidades. Todos me felicitaban. Recibía reconocimientos verbales diarios, tanto en la sala de clases como de algunos profesores en los recreos. Hasta el Director me citó en su oficina para darme a conocer lo sorprendido que estaba con mis resultados en tan poco tiempo. Que no era fácil adaptarse a un lugar como este. Yo tampoco lo creía. Me sentía orgullosa, en otras Escuelas me iba bien, pero acá, era destacada. “La mejor alumna”, jajaja- ja, que risa. Mi ascendente comportamiento escolar sin embargo, cultivaba en las alcantarillas de la intriga, un segundo plano oscuro, cancerígeno. Un tumor que solía llamarme “amiga”.
 
Todo comenzó con desaires y aislamiento. Quien antes me acompañaba en cada recreo, ahora solía evitarme y dejarme hablando sola. Poco a poco, aparecieron los sarcasmos y risas cada vez que me veía llegar. Sin darme cuenta, comencé a sentirme sola y las habladurías sobre mi eran pan de cada día. El resto parecía estar en una secreta complicidad con la progresiva hostilidad que aportillaba mi jornada en la Escuela. Comencé a almorzar sola. Sentada en la misma sala. Escuchaba las carcajadas de los demás, quienes comenzaron a mirarme con desdén. Recuerdo que fue el profesor de lenguaje, un caballero de tomo y lomo, quien me dijo que yo era muy joven aún, que debía ser capaz de ignorar esta situación, pero aun así, que tuviera cuidado con ella, además me señalo que en Facebook, ya habían aparecido comentarios burlescos sobre mi apariencia. No quise encararla, debo reconocer que tuve miedo de hacerlo.
 
Los trabajos en grupo, eran la peor parte del día. Debía acogerme a uno de ellos de manera solapada, naturalmente lejos de ella, puesto que todos comenza- ron a rechazarme de una manera u otra. Pero mantener distancia tampoco era el mejor de los alicientes, el rechazo hacia mí era algo que se expandía por toda la sala. Ir a la Escuela, se había convertido en la peor parte del día, y por qué no decirlo, también de mi vida. Los domingos se volvieron mi calvario personal, ansiedad anticipatoria me dijo el psicólogo; nauseas, insomnio, incluso vómitos se volvieron parte habitual de mis tardes y noches domingueras. Lo hable con mi familia, quienes inicialmente me exigían ser fuerte, que ya no era una niña para salir corriendo de los problemas y que debía encararlos. Soy joven, pero tengo sentimientos y las cosas me duelen igual. Afortunadamente, lograron comprender mi situación.
 
Así que acá estoy, mirando hormigas que ahora bajan por otra de las patas de la mesa y no me moveré de acá hasta hablar con el director. Le contaré todo y le diré que dejó esta Escuela para siempre. Pero tiene que ser rápido, quizás sólo entregue la carta de renuncia y me iré. Durante la tarde tengo una entrevista de trabajo, confío en que me irá bien. Soy una excelente profesora, pero a veces me cuesta ser puntual.  Mi asistencia era un insulto a los que asistían a diario.
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Mi asistencia era un insulto a los que asistían a diario.
 
Fue al final del verano en un olvidado rincón del sur de este país por ahí a inicios de marzo, primer año escolar pos dictadura en este mismo país igual olvidado, Chile.
 
Recuerdo que no estaba en la lista oficial del curso, de hecho no debía estar en esa sala de clases, debía estar afuera en la pampa, trepando un árbol o jugando con mi perro, pero la profesora, amiga de la familia, reconoció en mi ciertas aptitudes que recomendó mi ingreso un año antes al colegio para que no “me pierda”. Recuerdo también que la primera instrucción fue que me siente en un lugar designado por ella, lugar que me dejaba de espaldas a la ventana, que me dejaba de espaldas al mundo, ese mundo que yo quería conocer.
En tiempos en que las relaciones sociales, y por ende la aceptación, va en directa línea a que título académi- co poseemos, reflexionar sobre el rol de la escuela como institución en nuestras individualidades resulta un tanto confusa. En nuestra colectividad, no es tan así, Chile se puede jactar de que tiene un nivel sobre el 90% de cobertura hasta la enseñanza media, igualmente de que tenemos una de las mayores cargas horarias de la OCDE. Y de que al menos por familia hay un univer- sitario. A ojos del sistema nuestro sistema educacional cumple las metas, tenemos un pueblo educado.
 
Es difícil, confuso, saber el aporte de la escuela en mi individualidad, debo reconocer que en ella aprendí a juntar las letras y recitarlas, no así a leer, eso lo aprendí de un poeta colifleto. Igualmente aprendí de biología, y de que las guaguas no venían de la cigüeña, pero no aprendí que no todo el mundo debe tener guaguas, que las familias igual pueden ser de un género. También en ella aprendí, que no somos todos iguales, que el hijo del profesor ya sabe más que el hijo de la nana; aprendí que sacarme una mejor nota, me hacía mejor persona, igualmente que terminar primero las tareas y aprender a juntar las letras en el primer año de escolaridad es signo de éxito y de felicidad para toda tu vida.
 
Mis primeros años en esa escuela fue eso, repetir, aburrirme, dar la espalda almundo, y pensar en el horario de salida. Gracias a los pensadores, y cuando mi cuerpo se preparaba para recibir la pubertad conocí los que es un PC, y no hablo de los comunistas que básicamente hacen lo mismo, repetir, sino que de la computación.  A los años de letargo frente a una pizarra que intentaba abrirse al mundo, teniendo el mundo a mi espalda pero al cual no podía dar la vuelta para mirar, se abrió otra puerta, una puerta algo más tecnológica, algo que cambiara el destino de toda nuestra generación ya que pude acceder a todo lo que la escuela nos niega.
 
Mis años en la escuela pasaron sin pena ni gloria, a medida que subía de nivel, mis calificaciones eran más bajas, mi asistencia era un insulto a los que asistían a diario, del niño con grandes aptitudes y con un gran futuro por delante, al niño problema, que reclamaba contra los profesores flojos y se arrancaba del colegio para ir a la comisaria de carabineros llorando de impotencia para decir que le parecía mal que el profesor de matemática le tocara las piernas y el poto a las compañeras, pero que le parecía aún más mal que la directora del colegio lo tratara de mentiroso. Hoy ese profesor estaría en la cárcel, y no en la comodidad de su casa jubilado al acecho de la inocencia.
 
La pubertad, no solo me trajo vellos, también me trajo problemas, mientras a mis compañeros le saltaban los ojos viendo calendarios de niñas, a mí me saltaban los ojos cuando ellos se tocaban sus prometedores paquetes. Cuando la profesora decía que las familias y el amor se componían de padre y madre, yo insistía en que quería una de padre padre, aunque eso solo estaba en mi mente, en mi mundo interior. Es que decir algo así en tan noble e imponente institución era someterse al suicidio social, y después corporal. Esta fue a la primera estocada que me pego la escuela, hacerme sentir diferente hasta en lo más profundo de mi persona, y a raíz de esa diferencia, llevar toda mi curiosidad del mundo, todas mis preguntas, todas mis reflexiones a mi mundo interior, no podía ser descubierto. No era un puto normal.
 
Así transcurrió la mayor parte de esa época, logre liberarme de ella al salir de 4 medio, y al contrario de lo que hacen los normales, retrase mi ingreso a la universidad, había algo que ya no podía esperar más, enfrentar mi homosexualidad. Pasaron 4 años de ese procesos, ya era un gay, con opinión, son seguridad y con apoyo familiar, era el momento de pensar en que “hacer” con mi vida, como me iba a validar socialmente para ser aceptado, y para mantenerme.
 
Sin duda, mi primera opción fue la pedagogía, la escuela y su maquinaria de formación, sentía que lo que yo había sufrido, no era justo que otros lo vuelvan a sufrir, y quería hacer carne el manifiesto de Pedro Leme- bel “Hay tantos niños que van a nacer, con una alíta rota. Y yo quiero que vuelen compañero”. Quería entrar a esa noble institución para alzar el vuelo de tantos yo, que tuvieron en la escuela su sepultura. Entre a una de las escuelas más pro, según los estudiados en las ciencias sociales, eso sí era la escuela más pro de las universidades privadas, las notas de mi enseñanza media no daban para las estatales. En esta universidad nos enseñaban de Freire, xxx, xxx etc. Todos unos maestros de la educación libertaria. En esta experiencia encontré el marco teórico a algo que ya sabía, la escuela solo me había hecho daño, pero había otras formas de hacer escuela, otras corrientes pedagógicas, y se podía soñar con un mundo mejor en la teoría.
 
Sin embargo, los problemas comenzaron en segundo año, con las primeras prácticas pedagógicas. Ya había recuperado mi interés en las cosas que a nadie le importa, y por opción decidí hacer mi práctica en un colegio para adultos. Sentía que en las cátedras solo se enfocaban en los niños, en los procesos cognitivos de ellos y sus problemas, la verdad que no recuerdo alguna catedra que se allá enfocado en los adultos y sus procesos cognitivos, y sus problemas. Esto, inconscientemente era fundamental para mí, era fundamental entender la educación libertaria, pero en adultos, es decir, buscaba de una u otra forma liberarme a mí mismo de mi escue- la. Era lo que aun busco, volver a nacer y dejar las trancas en el pasado.
 
Pero descubrí las trampas, entendí que la acreditación universitaria era más que asegurar la calidad, es también controlar la capacidad, la capacidad de los alumnos de pensar. Al hacer practica con los alumnos adultos, tanto la profesora, como yo, nos dimos cuenta de lo complejo que era evaluarme, el marco teórico era escaso, unos 4 a 5 libros que profundizaban en los adultos. Pero la escala de evaluación exigía entre 5 a 10 autores.
 
La escala de evaluación de la catedra, estaba preparada, inconsciente o consciente para trabajarla con alumnos vírgenes, no con alumnos trabajadores, padres de familia, reos, etc. Puse todo mi esfuerzo, dedique más horas del promedio, y me atreví, me atreví a verbalizar mis propios postulados, me atreví a razonar y criticar este razonamiento, me atreví a modificar el acto pedagógico centrado en los adultos, los profesores estaban contentos con mi trabajo, me ayudaban, me felicitaban, eso hasta que llego el fin de semestre. No había forma, el sistema no lo permitía, no me podía evaluar diferente a mis compañeros, la evaluación estaba escrita desde antes, y era ley, resultado, reprobado.  A eso debía sumar el informe negativo del sostenedor escolar, éste argumento que mis clases eran diferentes, y los alumnos no estaban preparados para aquello, pero la realidad era que no pagaban para aquello, ellos querían comprar un cartón, no querían aprender ni aprender a aprender.
 
Ese informe me enfrento a la jefa de carrera, porque ese informe carecía de argumentos pedagógicos para con mi trabajo, más bien era como un cahuín en un contexto universitario, cuando le mostré mis argumentos a la forma de mi acto pedagógico y a los resultados que esperaba conseguir, y que ya se habían logrado algunos (la mayor asistencia de todos los ramos), me dijo que yo estaba en la universidad para aprender, que en un futuro me podía dedicar a reflexionar y criticar, me dijo que tenía todo un futuro por delante para hacer reali- dad mis utopías, que por ahora solo podía ofrecerme un cupo en la misma catedra al semestre siguiente con un pequeño recargo económico.
 
Sentí el viento a mis espalda y recordé esas prime- ras semanas de clases con el mundo a mis espalda en ese pequeño pueblo, pero ya no era un niño, era un adulto, y tome mis carpetas y no pise más la universidad. +No soporto tener a diez personas paseando por los pasillos calificando el comportamiento de nosotras. cómo no quieren que odiemos el colegio? son las 6 de la mañana y me preparo mentalmente para levantarme, sabiendo que será un día de las micros chicas y llenas, de los tacos y gente muerta que no se fija que vas al lado. Empezando el día sin siquiera tiempo para desayunar, me preparo con mi uniforme de estudio. Nada de tintu- ras, nada de aros, nada de zapatillas. Vestida tan bien para
mi jornada laboral. Pasando todo el tramite de camino a la preciada institución, por fin llego. 
Como no llegue a tiempo, recibo mi merecido castigo. ftedia hora recluida en el casino de este liceo, para así hacernos entender que es un castigo blando a comparación del castigo laboral. Por fin puedo subir a la sala, a sentarme con 30 personas más en una pieza, con una profesora pariente de pinochet que cree que su palabra es la verdad absoluta, sin permiso para ir al baño y rogándole al tiempo que toquen, para así poder salir a un descanso de 20 minutos. Habla y habla. No comprendo biología, ni menos si explica como si fuera biología obligada, metida a nuestro cerebro con una pistola, me dan ganas de pararme y poder decirle que su sistema de enseñanza es una mierda, que hace pruebas y ni siquiera se da el tiempo de explicar bien y que deje de gritar, porque no soy sorda y no es nadie para hacerlo. Por fin el preciado recreo, descanso de 20 minutos para poder mear todas las dos horas que me aguanté. Las minas siguen la misma conducta machista de menospreciar por la vesti- menta, por el corte de pelo, los cahuines abundan y no falta la persona que los cree. fte quiero ir, me quiero ir, me quiero ir. No soporto tener a diez personas paseando por los pasillos calificando el comportamiento de nosotras, como guardias de una cárcel, no soporto entrar a clases y tres horas más de profesores con complejo de autoridad. No me dan ganas de ir al casino, el puré parece ser radiac- tivo. por fin tocan el timbre para poder irme. No hay nada comparado con la sensación de libertad al no estar ence- rrada. Cómo no quieren que odiemos el colegio, si cada vez que pienso en este, las ganas de destruirlo y quemarlo son incomparables. odio el liceo, su ambiente y su gente.
 
Sacándome los pillos
MATEMÁTICAftENTE, el panorama es el siguiente. 6 están con sus ojos en el celular; 5 de ellos se ríen a la medida que teclean el aparato, el otro, parece que se entretiene con alguna especie de video juego que tienen esas cosas. Yo no se. Otros 5, conversan entre ellos y se ríen ocasional- mente, y a juzgar por sus gesticulaciones, creo que se burlan de una Profesora. 10 revisan cuadernos y escri- ben o dibujan algunas tonterías. Unos 4, estimo, tienen audífonos en sus oídos, mirando algún punto de la sala que no logro identificar desde esta posición del aula. El panorama finaliza con uno que duerme descaradamen- te, literalmente está desparramado sobre una mesa que apenas sostiene el excesivo peso de su gordo cuerpo, en la parte posterior izquierda da la sala. En síntesis, son 26 personas ignorándome al mismo tiempo sin siquie- ra ponerse de acuerdo. No recuerdo haberme sentido así antes en una sala de clases, y eso que he sido Docen- te por más de 30 años, en toda realidad educativa que uno pueda imaginar; Campo, Ciudad, ftarginalidad y un largo e interminable etc. Llevo 10 minutos acá, desde que saludé, sólo unos pocos respondieron (los de la primera fila) el resto emitió un sonido que anhe- laba asemejarse a un Buenas tardes. Si bien estoy moles- ta, los entiendo. Yo también fui como ellos y ellas. 
 
No siempre fui vieja. No es fácil resistir con heroísmo, una jornada de casi 10 horas de Escuela, con tantas exigen- cias y expectativas sobre sus hombros. El futuro de este país, descansa en ellos y ellas. A ver. La verdad, no lo sé. Creo que los estoy justificando y como dicen los jóvenes, sacándome los pillos. Debo ser honesta, SÍ, estoy ofendida. Las cosas están peor que nunca en la Escuela, y debemos hacer algo. En toda mi trayectoria jamás he visto lo que estos últimos años me han enseñado. Como Docente no puedo ni debo tolerar que se me ignore de esta manera. ftenos ellos y ellas. Los he intentado callar ya en más de 4 ocasiones, pero no hay caso. No me escuchan ni se escuchan entre ellos. Celulares, Dibujar, ignorarme, dormir, reírse. Todo parece insuperablemen- te atractivo. Que se creen esta manga de irresponsables. Pero no es tiempo ni espacio para cavilaciones filosófi- cas. Creo que debo dejar de reflexionar, ya son las 1730 hrs. Los colegas están más inquietos desde que salude, y sólo nos queda una hora de este Consejo de Profesores.
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Desde esta celda
¿Y cómo hablar de libertad desde esta celda? Veo tras los muros, veo tras las rejas, veo un horizonte que se aleja, pues por cada cadena que rompo, descubro diez más que me aquejan. ¿Y cómo hablar de paz si me torturan y me encierran? Siento la soledad, siento la pena, siento la rabia y a veces la histeria, siento como mis sueños se ríen y se alejan, quizás los encuen- tre… cuando me muera. ¿Y cómo hablar de consciencia si solo me enseñaron normas y reglas? Reja, reja, reja tras reja, y el tiempo indiferente sigue y se añeja. Nací en esta cárcel que llaman ciudad, alejado de la montaña y del mar, sin conocer el sentido de la vida natural, ni de la libre comúnunidad. De cabrx chicx que me encerraron en una correccional, o lo que ellos llaman centro educacional, ¿y para qué? para enseñarme a escuchar y obedecer, a competir y a vencer. Algunas horas al día, mientras me acostumbraban a la esclavi- tud del trabajo asalariado, me permitían ir a la iglesia, donde solo aprendí a tener miedo, para dedicar mi vida a evitar el infierno. A veces me permitían ver televisión, pero no aprendí nada, era como gastar mi tiempo espe- rando una muerte solitaria. 
 
De toda esta vida carcelaria, lo mas chistoso fue que me enseñaron a temer las celdas de aislamiento, en ese tiempo lo llamaban SENAME, un lugar donde encerraban a otrxs niñxs por ser pobres, tal ves porque no aprendieron a temer el infierno, o quizá porque no querían ver la tele. La verdad es que cuando crecí el SENAftE ya no importó, me dejaron
salir de la correccional, pero desde entonces he tenido más miedo aun: recuerdo que cuando salí, otrx niñx me dijo en secreto que tuviera cuidado con lo que decía y hacia, porque afuera habían cámaras por todos lados, esperando a que me equivocara para llevarme a otro centro penitenciario para lxs mas grandes, o lo que era peor, al psiquiátrico, donde regalaban unos dulces que ya no me dejarían sentir. Seguí su consejo, y cuando salí de la correccional estaba contentx, al fin podría ir a la montaña, o mejor aún, podría conocer el mar!, pero me encadenaron a un escritorio. ftis compañerxs dicen que tuve suerte, a otrxs les tocaba hacer trabajos forzados, me imagino que ellxs no eran tan buenxs competidorxs.
 
Al final de eso se trata la modernidad que tanto les gusta, de trabajar para pagar un cambio de celda. fte pregunto cuál será el olor del bosque, o el sonido del mar… ¿Acaso a ti no te guastaría saber lo que hay al final del horizonte? He vivido toda mi vida con miedo, me pusieron esa cadena desde mi nacimiento, pero ya estoy cansadx. fte deben una vida y la quiero de vuelta, y te lo pregunto a ti, compañerx de celda, ya que en esta miseria todxs somos presxs, ¿me apañarías al frente de la resistencia?”
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Ser “la niña bonita” desde muy pequeña no era para mí ninguna felicidad
 
eí el llamado hace ya casi un mes, me sentí apelada, algo se movió dentro de mi; ¿por qué odié la escuela? Sin embargo no veía las  huellas que marcaron mi paso por esas cárceles (en mi caso, encargadas a curas y monjas), casi lo olvido. Para algunxs esto de la memoria es un ejercicio permanente para darle la vuelta a nuestras propias historias. Nunca me convenció esa sociabilidad a cargo de instituciones y adultxs hipócritas, racistas, moralistas y de graves problemas para mirar la realidad.
 
Ya desde muy pequeña me señalaban por vivir en un barrio empobrecido, marginal; por venir de una familia de campesinxs, por ser bajita y tener el cabello negro. Y si no era eso, me señalaban para mostrarme en los even- tos de esa cárcel. Ser “la niña bonita” desde muy pequeña no era para mí ninguna felicidad. Era una tortura. Eres “la muñeca” que mostrarán y vestirán a su antojo pero a la que nunca escucharán; quizá si gritas, si pataleas, tan solo quizá. ftis deseos eran embadurnarme de dulce la boca y la cara, tener las rodillas peladas de tanto caerme al piso por perseguir la pelota, andar con las uñas sucias por coger plantitas de los jardines; pero no ser expuesta como una “futura mujer”.
 
Esos encargos absurdos y tortuosos de la “belleza” fueron el “pretexto”, entre otros más, para que un tipo muy cercano (¡ay las instituciones! ¡ay la familia! ¡la cárcel por excelencia!) intentara violarme, para resumir un poco el asunto. Sé que esta historia, con vericuetos distintos, con giros de otros tiempos y más o menos dolor y sufrimiento, se repite ad infinitum.
 
La escuela pasó a ser el lugar más horrible del mundo. De ser “la niña bonita” a la “niña triste de la esquina”; la niña de la esquina, con insomnio, con ojeras, con pesa- dillas de la puta mierda. ¿Algunx de esas personas llamadas “maestrxs” hizo algo? No, ¿se los dije? Sí. Algunxs dirán, pero si no te pasó en la escuela, ¿por qué la odias? Porque no hicieron nada; así como nunca hicieron nada ninguna de las otras instituciones. ¿Qué puede hacer una niña de 5 años, feliz, rabiosa, un poco loca, con todo el horror del incesto?
 
Todos los días tenía que ir a esa cárcel que ya me juzgaba. Ciertamente, después del Cotopaxi de trauma que me cargaba todo empeoró. La presión por hablar en clase (para que al final ni me escuchen), la presión por confiar en lxs adultxs (¿por qué debía confiar en gente que calla, en gente que puede hacerte daño y que puede caminar sin que pase nada?), la presión por obede- cer a esa gente tan insensible, estúpida y autoritaria, la presión por socializar (cuando apenas si quería levantar- me y desayunar), la presión por estudiar, ¡la presión por sonreír y no ser «amargada»! y así una lista larga -de lunes a viernes, por varios años-.
 
No quiero hacer de este un relato de la sobrevivencia a la violencia sexual -aunque en parte sí lo sea-. Odiar la escuela me ayudó mucho, así crecí, así sobreviví. Descon- fiar me trajo grandes beneficios: era difícil embaucarme, odiarlos me hizo concentrarme en mí (y así descubrí la música y la lectura). Odiar la escuela me hizo ver y sentir a muy temprana edad cómo la hipocresía, el racis- mo, la misoginia y la impunidad viven latentes en esta sociedad. Odiar la escuela me hizo más fuerte. Odiar la escuela hizo que busque la vida fuera de sus cánones y así encontré seres afines, a la jauría que se arma y se desar- ma. Puede sonar extraño: odiar la escuela me ha hecho más feliz; ahora que soy adulta, ahora que sé que vivo y siento mi resiliencia en carne propia. A veces el odio (cuando no es un veneno que te ata) te libera. ¡Odia la familia! ¡Odia la escuela! Si eso necesitas para ser feliz,  ¡ódiales y vive tus sueños!
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Me sentí podridx por dentro. 
 
Después de haber sido sometidx y esclavizadx en la cárcel - escuela en la cual siempre fuí el/ la niñx problema, payasx, que no se callaba  ni se quedaba quietx, que no cantaba el himno nacional ni se percinaba frente a iconos con caras de sufrimiento .
 
En un tiempo sin tener motivo alguno me vi envuelta en la pedagogía. Crítica, libre, autónoma decían mientras calificaban en la escala del 1 -7 , del premio - castigo, de las anotacio- nes positivas - negativas, de las prácticas en hogares de menores violadxs, humilladxs y vendidxs como carnes al comercio sexual, de asistentes sociales y profesoras castradoras. Hablaban de discapacidad, de invalidez, de norma, de métodos educativos y de test psicológicos.
 
Un día aplique la prueba de nivelación de COANIL, en donde sólo los que sabían leer y escribir perfecta- mente podrían realizarla para así conseguir una buena evaluación frente a la empresa y mantener los recursos económicos de mantención. La directora corría por las salas observando si algún “joven anormal” estaba manchando sus evaluaciones. La sangre me hervía mientras intentaba echar una que otra maldición a todxs los presentes. “mija, venga sera la encargada de tomar la prueba al básico 8 (en las escuelas diferenciales, el nivel 8 es entre los 15 y 17 años de edad) que nadie se copie y obvio que no se la tome a esos de atrás si no se saben ni su nombre” decía la carcelera con carne en los dientes del medio y una risa escandalosa.
 
Empezó la prueba y los de atrás solo con paciencia respondían mejor que nadie la prueba, en particular gonzalo de 16 años aproximadamente diagnosticado con “discapacidad mental” era el mas destacado en ello ya que se decía que no sabía leer, ni contar, ni escribir. RRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRRINGGGGGGGG, la hora del recreo llega, todxs corren para escapar de ese lugar menos Gónzalo. Voy donde la profesora para contarle que el sabia hacer todo y que estaría maravillosamente calificado; Sus ojos comienzan a ponerse rojos, su entrecejo de junta y me grita: “estúpida, esto es una coincidencia el no sabe leer contar ni hablar, el no sabe nada, no es nada mas que un discapacitado y tu una atrevida”, sale de la sala con la furia en su garganta y me devuelvo donde gonzalo y le digo “sigamos no la tomes en cuenta, ella es la que no sabe y gonzalo me dice : “ profe yo no se contar, yo no se nada , yo no se” le respon- do “gonzalo obvio que puedes no te preocupes hagamos la prueba con calma.” “la profe me dijo que yo no se y ella dice la verdad yo me equivoque yo no se nada “ sale de la sala llorando y no pudo responder en horas nada.
 
Las relaciones sociales del aula son las generadoras de discapacidad. pensé. Me sentí podridx por dentro.  Llegó la hora de irse, como robot marqué mi tarjeta, mis ojos atónitos mirando la expresión de Gonzalo. Llegó la noche , en la escuela no hay nadie, ni perrxs ni cuidadores, sólo estoy yo con mi bencina, mi encen- dedor y mis ganas de quemarlo todo.
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Detesto haber usado jumper

Repudio el colegio porque desde primero hasta sexto básico estuve en uno católico, de puras mujeres, con oraciones todas las mañanas, establecimiento donde me ponían anotaciones negativas todo el día, todos los días y por el simple hecho de conversar o pararme de mi asiento a jugar como niña. Detesto haber usado jumper porque me impedía jugar, debíamos siem- pre conversar como señoritas en los recreos, una señorita que nunca fui y jamás pretenderé ser, mi uniforme llegaba descosido todos los días porque jamás quise cumplir con las normas, mi madre con amor lo cosía.
 
En sexto básico tenía una condicionalidad extrema, si respiraba me echaban, entonces yo estaba ahí por el amor que mi madre le tiene -hasta hoy- al colegio y todas las monjas y profes la conocían y a mí también me querían mucho porque era loca y feliz -lo soy- entonces para poder seguir en el colegio debía tomar estas maldi- tas pastillitas, a primera vista inofensivas, este medica- mento me dejaba como una foto, jamás me concentré en lo que hablaba la profe sólo procuraba que mi cabeza no se cayera encima de la mesa, el control sobre mí no existía, no hablaba, ni sonreía. Precisamente lo que querían en el colegio era eso pero gracias a mi herma- no, mi madre logró convencerse que medicar a una niña de once años no era normal, de hecho, la normal era yo sin las pastillas, así que ese año sería el último ahí ya que habíamos firmado un contrato que decía que si no tomaba las pastillas debía, simplemente, buscarme otro colegio adecuado a mi “comportamiento”. Aún queda- ban algunos meses para salir de clases y yo me sentía tan mal de no poder portarme como señorita que comencé a tomar estas pastillas a escondidas para no tener anota- ciones ni hacer rabiar a mi mamá, era terrible verla triste, ella amaba este colegio. Doce años tenía cuando entré a este otro colegio donde terminé mis próximos seis años, antes de comenzar las clases la ilusión de un colegio no católico y mixto ¡era enorme!
 
Entonces llegó marzo y ahí fue cuando me di cuenta que la educación institucional en Chile es una basura, aun debía permanecer sentada y callada, tenía una profe que me decía -No se ría tanto señorita Salas que se le van a resfriar los dientes- y peor aún, no habían talle- res extra-escolares, cuando en mi anterior colegio era lo mejor que había y ya estaba enamorada del teatro, el aniversario era EL ftOftENTO para recrearse y duraba un par de días, fuera del horario de clases porque olví- dense de perderlas, sería un fracaso de persona. Pasaron los años y ya un poco más madura, estaba resignada, no debía sonreír mucho, no hablar mucho, no correr mucho ni usar aritos o pulseritas, pero no aguanté cuando mis propios compañeros estaban en otra sintonía y, manipu- lados por todo este sistema, se burlaban de mi sintonía, ahí fue cuando me diagnosticaron depresión, a fines de tercero medio así que podía tomar una decisión, seguir yendo a clases normales o dar exámenes libres y obvia- mente opté por la segunda, durante todo este proceso conocí a mi compañero, quién me ayudó a abrir los ojos, que no todos tomamos el mismo camino y que si ellos no habían respetado el mío, yo debía respetar.
 
El año se pasó volando, y cuando salí, volví a ser la niña feliz, ya más madura pero aun salto, corro y trepo los árboles, ya nadie podrá controlar mis risas, sólo yo.
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El escorpión no puede evitar su condición...
Kwame Diaz

“La gente como yo nunca llega a nada...”
Es una de esas frases que a pesar de los años, de las idas y venidas, de las búsquedas y de las perdidas siempre me acompañará.  Si busco en los rincones más abruptos de mi memoria cuándo fue la primera vez que me la dijeron no sabría... no sabría ser sincero. ftuchas fueron, pero no sé si antes o después de aquella vez en el colegio. Hoy por hoy ha hecho tanto eco en mi cabeza que no sé si ha traspasado los límites de mi existencia, si antes de ese día jamás lo había escuchado y ahora, atravesado por ella como un “naife” afilado que distorsiona desgarradoramente mis recuerdos y mi realidad.
 
No sé, reitero, cuál fue el origen de esta frase...si me la dijeron tantas veces, y más importante, si tanta mella hizo en mí, es porque no fue una idea lanzada a la ligera, fue algo elaborado con la paciencia con la que se gestan las más perversas intenciones.
 
Yo siempre rozaba la mediocridad al igual que la parafraseada idea de Leibniz de “que la percepción del bastón precede al golpe”, y es por ello que mis heridas me preceden, las suturas no son solo el resultado de mis batallas, si no de quienes me dieron cabida en este mundo... Vengo de parias, de personas inmersas en la pobreza, sobre todo espiritual, inmersas en las guerras intestinas de las envidias, de los sueños truncados, de la explotación, de la miseria... sus heridas hoy son mi herencia...será por ello que reconozco a mis semejantes por sus cicatrices...
 
Llegar a un colegio lleno de desgraciadxs que buscan darwinistamente su lugar en el mundo te vuelve algo esquizofrénico, comprendes ante todo que no puedes contar con nadie... Pero estar en ese lugar donde te ves tan solo, y constantemente juzgado por unas personas que no sólo no buscan comprenderte, si no juzgarte e imponerte su mundo, un mundo que en aquél enton- ces era mí única perspectiva, que era todo en todas las apariencias mucho mejor que el mío, se vuelve casi una resignación...
 
Éstas personas no buscaban compartirme su mundo... si no dejarme claro que ese mundo no era para mí... Debo de decir que nosotrxs, esxs niñxs, eramos hijxs de “Los Cardonales”. Así se llamaba esa loma árida que se extendía por el noroeste de la montaña Amagro frente a las costas del Juncal, que pertenecían al ftister Bonny. Un inglés asentado en la isla gracias a los españoles y dueño de casi todos los monocultivos de exportación de tomate. fti familia le debe “todo” desde su mirada infantilizada del mundo, y para mi madre, nacida en su “cuarterías”, y trabajando para él desde los ocho años, es de su boca, “nuestro amo”. Y como mí madre es para mí mi único dios en esa tierra de paganos norteafricanos... pues resultó que su amo, se volvió por mucho tiempo, mi amo....
 
Antes de él, lo fueron otros... Mister Harris, Mister Lycos, Mister Denis, Los Romero... Es curioso que tus abuelxs recuerden el nombre, dónde y cómo vivían “los amos” de mi familia y apenas puedan recordar dónde mataron a un tío suyo. Tengo en mis genes tanta resigna- ción y servidumbre que temo padecer un “complejo de perro”...¿Complejo de perros?
 
Verás, me habían contado, que lxs perrxs, venían de lxs lobxs. Que las primeras poblaciones humanas raptaban a las crías débiles y que repudiaban para que muriesen porque debilitarían a la manada, y que el ser humano viéndolos vulnerables o en un acto de compa- sión, los criaron y los domesticaron. Aquellos humanos volvieron a un ser con tendencia a la libertad, a ser capaz de morir y matar por ella, un ser capaz de arrancarse una pata a dentelladas porque ésta cayese atrapada en un cepo, y aunque éste animal fuera consciente de que acabará muriendo a los minutos desangrado, solo por sentirse disfrutando de un corto sentido de la libertad... en un ser limitado a la inseguridad, la incapacidad...en definitiva, en un ser que se pasa el día oliéndose el culo...
 
Así me siento yo... dicen que veníamos de un pueblo libre. Con su defectos. Pero libre. Por lo menos dicen que luchamos por nuestra libertad...eso significará que algo lo valorábamos...incluso sabrían decirme que es... El caso es que ahora somos perros.....puede que esté en mis genes. Solo sé que si los “Mister’s” dicen “salta”,
nosotrxs saltamos... y como en la fabula del “escorpión y la tortuga”, uno teme ser incapaz de evitar su triste condición.
 
¡Que vaina! Ya me esparramé otra vez...haber... remontándome a la frase...  Solo sé que recuerdo que tenía ocho años, y a la que era mi maestra desde los cinco, mi única maestra, María Delia; que se le ocurrió preguntarnos qué queríamos ser de mayor...todo el mundo optó por profesiones de telenovela, desde médicxs, enfermerxs, abogadxs a policías...a mí, sagitario de nacimiento y según mis sajori- nas primas, “soñador” por condición, dije que quería ser paleontólogo. Quería descubrir dinosarios, revelar el pasado desde los orígenes...fti maestra puso cara de un ano suelo e irritado, y tras recibir las primeras conexio- nes neuronales –decir que le costó–, decidió ponerme en ridículo manifestando lo estúpido que era esa idea, pues todxs sabían que en esas islas norteafricanas de carácter volcánico no había semejante vaina, y lo más importante, “que la gente como yo, no llegaba a nada”...
 
Pasaron muchos años, y en un hecho similar, en esa época donde es decisivo manifestar que quieres estudiar en base a que quieres trabajar, resultó que una inspirada y grandísima pendeja llamada ftari Sol, una capitalina criolla con complejos napoleónicos y muy amargada porque la obligasen a desplazarse desde su cálida y para- disiaca comodidad hasta ese instituto de “ruinas” en un lugar perdido en la mano de dios, que volvió a plantear la misma rondas de preguntas. Yo era uno de lxs tres alumnos que nos encontrábamos en esa aula de segundo A y que estábamos fuera de lugar, pues pertenecíamos al programa de “diversificación”, que no era otra cosa que un módulo “especial” para personas sin remedio alguno porque no alcanzábamos los niveles aptos de escola- rización. Pero dicho “ftódulo” estaba desbordado y nos repartieron a muchxs en pequeña cantidad –para no romper la armonía celestial educativa– en distintas aulas de arrogantes privilegiados. Apartadxs, del resto de “emprendedorxs” estábamos, Yamina, Walki y yo. Debo decir que nuestra apatía y desinterés académico, producto de años negándonos a competir en un mundo que nos pedía entrar sólo rogándoselo era tan grande como nuestra resignación ante la vida. Aún así, sagi- tario de nacimiento y por consiguiente condicionado a ser soñador, me negaba a trabajar de jornalero como mi familia, y como muchxs hijxs de “Los Cardonales” veía como opción alistarme a las “fuerzas armadas profe- sionales”, un eufemismo colonialista de ser mercenarixs de la AFROCOft, y poder salir de esa isla que tanto sentíamos era la causa de nuestras desgracias. Y como mi brújula astral apuntaba siempre muy alto, deseaba por todo ser piloto.
 
Manifesté mi deseo en clase con la gallardía que me había forjado por eso de ser “un bala pedida” a mis 13 años, pero que se me calló de repente cuando la profe- sora soltó unas grandísimas carcajadas que se volvieron contagiosas, incluso a la mesa apartada de parias como yo, y ratificó con desprecio esa frase que martilla mi alma “la gente como tú, no llega a nada”... Decir queda que las vueltas de la vida me alejaron de esas ideas, y ahora ando en sus antípodas...pero decidí desde ese día amargarle su estadía en ese instituto y a todxs lxs que creí mis compañerxs...lo poco que duré allí...
 
Dentro de este contexto, no hay historia feliz, cierto es que la gente como yo no llega hacer esas cosas. No puedo decir que me hice paleontólogo ni piloto...ellas como buenas profesoras supieron “meterme en vereda” y hacerme fiel a mi condición. Conseguí ser inmigrante, siempre viajando y vivien- do penurias, muy lejos de la tierra que creí ser la causa de mis problemas. Por que mirara donde mirara solo veía las sombras del fracaso de mi familia. De mi pueblo. Y en el fondo la mía. Sigo siendo jornalero. Trabajo la tierra de muchxs ftister’s por todo el mundo. Recorrí Europa y América como siervo, pero hay que decir que es por mi terca idea de negarme a ser señor de nadie...y aún no encontrado termino medio...y he consagrado mi vida a luchar contra su poder, coste mi vida en ello, y si un día caigo en sus cepos, como lxs lobxs, me arrancare todo miembro que haga falta para poder disfrutar de mi libertad.
 
Estudie por mi cuenta. Aprendí a ser un gran lector, y a escribir... He conocido gente de todos lados que me han sabido dar algo por lo que hacerme más a mi mismo. Descubrí que las humanas nacemos incompletas, que aunque lo que somos es mucho, más aun nos determi- na lo que podemos llegar a ser. Y me he dedicado a ser arquitecto de mis propios designios y voy matando de a poquito los policías de mi interior que no me dejan fluir con libertad. No he conseguido descubrir dinosaurios todavía, pero si he desenterrado muchos monstruos en mi interior, y con ello he ayudado a muchxs personas en mi vida a rebelar los suyos. No conseguí ser piloto, pero he dormido en muchos aeropuertos rumbo a tierras ajenas al lugar donde nací, que en boca de mi abuela “... niño porque tan lejos, eso esta en el fin del mundo...”; y caminando, a mi ritmo pero sin descanso, como una vieja tortuga fui forjando mi futuro como errante, y sin quererlo vi en el reflejo de mis pasos un pasado más profundo y complejo, más esperanzador del que pude percibir de mi pueblo en boca de lxs colonos y todxs los carroñeros arqueólogos del mundo.
 
Al parecer procedo de un conjunto de pueblos que nunca se han arraigado a una tierra. Que su hogar tiene como techo las estrellas, y como zoco la familia. Y la familia no es lo que se te impone, si no las personas que te apoyan y que tu apoyas. Fui encontrando mis raíces al mismo tiempo que fui desarrollando mi copa. Y, aunque no fui “nada” de lo que se esperaba de mí, poco a poco estoy consiguiendo ser “todo” lo que quiero ser de mí.
 
Me arrepiento de tantos años de mi vida que viví en la ceguera, siempre buscando ser algo con respeto a personas que nada esperaban de mí. Pero no me arrepiento en absoluto de no haber aprendido nada en la escuela. Y agradezco a esas petardas arrogantes que fueron mis profesoras que me dejarán claro, que fuese fiel a mi condición...aunque se equivocaron rotundamente en cual era, pues, ajeno a toda idea de perro doméstico, acabe siendo un irreverente y vagabundo lobo estepario.
 
“La gente como yo, no llega a nada”...a nada productivo para esta absurda sociedad. Pero me voy haciendo poco a poco, junto a mi manada una idea...y es que soy capaz de TODO lo demás.
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La sargento y una gran paliza.

De Jonathan, no me preocupo decía mama, a él lo puedo dejar solo y no me dará proble- mas, ropa no le compro por que la cuida bastante, de la escuela llega, hace sus tareas sin que nadie le diga, solo falta que el mismo haga sus comidas, pero en cambio la niña… “noooo, de ella tengo que estar encima, llevarla a todos lados, porque es la única mujer. Decía mama.  El “portarme bien” me convertía en un ser invisible, mi pasión por la clase de historia en un niño rarito. Los primeros años de estudio estaban a cargo de la profeso- ra Adriana en la escuela nro. 149, a ella la apodaban “la sargento” por su carácter fuerte, ella era de temer.
 
Siempre tuve un perfil bajo, cuando ella hacia pregun- tas en clase, yo me escondía entre las manos alzadas, mis calificaciones eran las máximas en relación a la severidad de su maestría, mis trabajos, mi cuaderno el más ordenado, hasta con dibujos alusivos. La sargento sabía de eso y seguramente se preguntaba por qué yo no participaba.
 
A mitad de año y me llamo a su escritorio, preguntando mi dirección, por mis padres, etc. Al responder, su cara de asombro o de miedo, no sé, usted tiene dos hermanos que estudiaron aquí?.- si respondí, ingenuamente dije sus nombres.- ¡los hermanos Arayas! exclamó, metiendo mi esfuerzo en el mismo saco. ¿Como puede haber tanta diferencia entre ustedes? , sin asumir aquella diferencia, comenzó una persecución en mi contra sin sentido. Me tomó la otra mitad del año para ganar su confianza y aprobación.
 
Como ya era fin de año, los días eran más largos, esa era mi impresión, dio la casualidad que ese día había una reunión de profesores, por lo cual, salíamos más temprano.
¡Hay juegos nuevos en la plaza! Dice Videla... Yo lo seguí. Horas y horas pasaron y yo sin saber nada, había un operativo buscándome, mientras yo estaba feliz mostrando mis destrezas físicas a mis compañeros que a la vez sus familias también los buscaban.
Eran tipo siete de la tarde, fui a mi casa pensando que aún nadie llegaba.
 
Pa’ mala cue’a mía, era fin de mes, todos llegaron temprano, hice como que nada había pasado, tome asiento en la cuneta y esperé. Para mi sorpresa nadie salió, pues no había nadie! Todos buscando!, mi hermana mayor, me ve y me dice, « vete a la escuela y avísale a tu papá que estas bien».
 
No estoy seguro de donde saqué valor, creo que de mi cobardía, corrí lo más rápido que pude. Papá estaba descontrolado, su impresión al ver que estaba bien, fue como la de un padre reencontrándose con su hijo después de veinte años, me abrazó fuerte y beso mi mejilla, pensé. - “ ufff de la que me salve”, no alcancé a terminar el pensamiento, y la bofetada con el revés de su mano fue tan fuerte que la saliva y la sangre se desparra- maron por el suelo , no fue todo para mi pesar, fueron las tres cuadras más largas de mi vida a punta de patadas en el culo, el viejo pretendía seguir con la paliza en casa, pero mamá lo detuvo, haciéndole entender que era su hijo y no fuera tan duro...
Vaya, cuanta falta me hicieron más palizas.
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El ser invisible
 
El ser invisible para mis compañeros no era tan importante, el ser pobre e ir a una escuela subvencionada tampoco, pero el ser discriminada por mi profesora si me dolía. Era una niña de 12 años, extremadamente tímida, abusada por su hermanastro, en casa no teníamos que comer y en la escuela nadie me veía y yo quería que me vieran, que me rescataran. Con mucha vergüenza un día me acerqué a la profesora y le pedí si podía sentarme en los asientos de adelante porque no veía de atrás donde ella me había ubicado; me dijo que le dijera a mi mamá que me comprara lentes, que los asientos de adelante estaban ocupados. Si claro estaban ocupados por sus preferidas, las típicas niñitas de trenzas largas y pelo claro. En fin, la escuela es clasista, discriminatoria, no le interesas, lo viví todos los años posteriores hasta que salí. Odio la escuela, por lo menos la escuela que yo viví.
Bárbara 34 años
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Cronica rara I. El proyecto de grado
 
Hoy al desayuno mi hermana y yo charlábamos sobre su proyecto de grado. Como estu- diamos en el mismo colegio y el rector es un simpático administrador que no ha cambiado en años, el proyecto, requisito indispensable para graduarse, no había cambiado en nada: Había que fundar una empresa ‘imaginaria’ orientada hacia la carrera que uno quería estu- diar. Y el ‘imaginaria’ era mucho decir, porque además de construir el patético discurso de emprendimiento empresarial y el rebuscado sustento bíblico (si, salí de un colegio cristiano), había que afrontar por anticipado la idea de mercantilizar cualquier idea y reflejarla de forma cuantitativa en tablas de ingresos y pérdidas. Mi hermana, luego de terminar su desayuno, regresó al computador con cara de fastidio a continuar con aquella farsa.
 
Para recordar los viejos tiempos de mi último año de bachillerato, le pedí que me leyera los requisitos que les pedían para armar el sustento ideológico de la empresa: misión, visión, objetivos a largo y corto plazo y formas para obtenerlos. ftientras leía que “los objetivos deben ser ambiciosos” se me ocurrió la idea que debí haber tenido hace cuatro años cuando pasaba por la misma pena. En aquella época yo era algo así como el bicho raro del grupo. Y no solamente porque no jugara futbol como los demás, sino porque mis nuevas amistades extraesco- lares (Un colectivo estudiantil bien izquierdoso) y mi creciente gusto por la filosofía, empezaban a verse como un foco de peligrosa rebeldía atea (y seguramente comunista) en medio de tantos niños comprometidos con la fe (y la propiedad privada). Además, nunca encaje en ese ambiente de hipocresía y doble moral que caracte- riza a las clases medio-altas y altas que pretenden expiar sus culpas en un colegio cristiano. De cualquier forma, cuando me llegaron con la idea de un proyecto empresa- rial obligatorio para graduarme me sentí profundamente molesto.
 
Y mi molestia no se debía a firmes convicciones sociales que me impedían pensar en un mundo en el que cosas como el arte, el conocimiento e incluso la vida misma estuvieran sujetas a las dinámicas del mercado (pobre personita ingenua), sino por la pereza sobre- humana que me provocaba el solo hecho de pensar en decenas de hojas de cálculo llenas de cuentas T y en la engorrosa tarea de inventar una misión y una visión para una empresa completamente inútil. “Otro montón de cosas que no voy a utilizar en la vida” me dije a mi mismo mientras pensaba en el cálculo y la química vistos en grado once.
 
Sin embargo, mi deseo por obtener mi maldito título de bachiller y salir de aquel nido de hipócritas me obligó a empezar, de mala gana, aquel tedioso proyecto. Y como todos sabemos, las cosas que se hacen de mala gana o se terminan a lo chambón o se dejan a la mitad. En mi caso, intenté la segunda pero me salió la primera. La única idea mediocre lo suficientemente buena que se me ocurrió para salir pronto de tan despreciable tarea fue inventar un negocio editorial. La idea marchó bien para efectos de las formalidades que requería el rector, hasta que el discursito de emprendimiento empresarial me tocó las pelotas y finalmente trascendió de la pereza estudiantil a la indignación ideológica.
 
Empecé a escribir un texto.
 
Eso, escribir maricadas, y dibujarlas, eran las dos únicas cosas medianamente buenas que podía (y puedo) hacer. Así que empecé a escribir un texto completamente difuso en el que expresaba mi profunda molestia frente a la idea de tener que ver todo como un maldito negocio. Anuncié mi texto con bombos y platillos. Les dije a todos mis compañeros que iba a escribir algo magnifico, que se lo enviaría al rector y que este, al ver un texto tan bueno, tan verídico, tan honesto, tendría que dejarme graduar en ese preciso momento. Ah, pobre alma ingenua. Todos mis compañeros me miraron con asombro, algunos inclusive me animaron a seguir, aunque en realidad a los primeros ni les importó y los segundos solo querían ver hasta donde llegaba.
 
Cuando iba a la mitad de mi texto, decidí mostrárselo a mi profesora de Ciencias Sociales para que me diera su opinión acerca de mi idea. Se limitó a decir que estaba utilizando mal la palabra ‘moderno’, pero ni si quiera se molestó en explicar. Seguramente creyó que yo era muy ignorante para entender la modernidad. Y en efecto, yo era muy ignorante para entender que significaba modernidad. Días después se limitó a advertirme acerca de mis lecturas y de mi lento pero seguro paso hacia el infierno. Ahora mírenme aquí.
 
De cualquier forma, a los pocos días, y con mi texto aun por la mitad, la noticia llegó a los oídos del rector. Me citó en su oficina a eso de medio día, antes del almuerzo. Empezó a hablar sobre las malas ideas que uno tiene cuando es joven, sobre la conciencia de que las cosas están mal en el mundo y que se necesitaba hacer algo para cambiarlo, mencionó un par de veces la palabra ‘comunismo’ con una especie de miedo ancestral, y terminó diciendo “Y bueno Santiago, frente a todo eso nos podemos dar cuenta que un capitalismo moderado puede ser la solución a los problemas del mundo… Tú no eres comunista, ¿cierto?”
 
Empresa privada y filantropía, los pilares del cristianismo contemporáneo. Guardé silencio. Nunca fui, ni seré, uno de esos revolucionarios que al indignarse gritan y vociferan. No, yo soy un tipo calmado, diplomático y ligeramente tímido en esas situaciones. Es más, yo ni si quiera soy revolucionario. Guardé silencio y miré al rector. Le di la razón. fti falta de carácter me obligó a asentir, en silencio, con un simple movimiento de cabeza. Le pregunté entonces que sería de mi proyecto. me dijo, visiblemente tranquilo al no presenciar ninguna reacción violenta, que él mismo sería el tutor de mi trabajo. Asentí de nuevo y salí de la oficina.
 
Siempre me voy a arrepentir de aquel día. Debí armar la escena, así me hubieran echado del colegio, así mi madre se hubiera decepcionado. Le debí haber gritado que yo no era un patético comunista ni mucho menos un asqueroso y sucio cerdo capitalista ‘moderado’ como él decía. Que por culpa de ambos sistemas habían muerto cientos de miles de personas en la humillación y el hambre y que, sinceramente, no sabía cuál de los dos me daba más asco. Le debí haber gritado que yo era un anarquista y que no creía en su forma emprendedora de ver la vida. Debí haberme subido en su escritorio y haber pateado todos sus organizados papeles, la foto de su esposa y su pluma plateada. Debí haber gritado que no entendía como él, sentado en su escritorio, podía pensar que la vida, el arte y el conocimiento podían ser encasillados en números y ser tratados como inversiones, entradas y salidas de dinero.
 
Debí haber gritado aquella vez, y no lo hice. Como siempre, la mediocridad me ganó la pelea, y terminé haciendo mi proyecto empresarial enfocado hacía una Editorial de libros cristianos. Hice las diapositivas del proyecto dos horas antes de la presentación final. Expuse de mala gana, balbuceando estupideces acerca de la historia del negocio editorial. Pasé el año.  Hoy, mientras desayunaba con mi hermana, se me ocurrió la idea que debí haber tenido en lugar de la editorial, de la resignación, e incluso de la respuesta explosiva que aun ronda en mi cabeza… aquella vez debí haber hecho una empresa que se ocupara de quebrar otras empresas. Destruirlas, aniquilarlas.
 
“Los objetivos deben ser ambiciosos” Destruir empresas. “Pero deben tener un plan, una forma realista de alcanzarlos” Terrorismo, hackeo, soborno, guerra sucia. “Una visión” Un mundo sin empresas. “Una misión” destruirlas a todas.
 
Mi hermana se limitó a verme con esa cara que pone siempre que digo cosas extrañas, traídas de los cabellos. Yo por mi parte seguía pensando en lo buena idea que hubiera sido crear una empresa, una organización terro- rista, que se encargara de eliminar a todas las empresas. Hubiera sido el perfecto y más elegante proyecto de grado. Ironía en su estado más puro. Lo hubiera traba- jado hasta el cansancio, hubiera averiguado acerca de las sucias artimañas que utilizan las multinacionales para sabotear a la competencia, para callar a los disidentes, para eliminar a todo aquello que esté en contra de sus intereses económicos. La única diferencia radicaría en que el interés no sería económico, sino ideológico. Que si, que se valdría de recursos económicos, es obvio, pero su vista estaría puesta más allá del simple discurso de emprendimiento empresarial, de la acumulación de capital para futuras inversiones… no, esta empresa estaría enfocada en la eliminación de todas y cada una de las empresas que la rodean.
Sería el proyecto empresarial perfecto: la anti-empresa.

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