sábado, 8 de julio de 2017

Braudel, Foucault, Lévi Strauss y la CIA. "Francia: la defección de los intelectuales de izquierda"



Braudel, Foucault, Lévi Strauss y la CIA
El documento de la CIA "Francia: la defección de los intelectuales de izquierda" describe, detalladamente, cómo captar e influenciar intelectuales de izquierda
La Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana acaba de desclasificar un documento de trabajo que comprueba, y brinda algunos datos nuevos, su política hacia la intelectualidad progresista y de izquierda (PDF). El documento se titula «Francia: la defección de los intelectuales de izquierda» y describe, detalladamente, cómo captar e influenciar intelectuales, particularmente aquellos nucleados en la revista Annales, la Ecole des Hautes Etudes, y los que se referenciaban en Michel Foucault, Jacques Derrida y Jacques Lacan, en que lo visualiza como «una guerra cultural». Si bien el eje del documento son los intelectuales franceses, los principios y criterios que plantea fueron aplicados a través del mundo. En el mismo se describen sus tácticas y estrategias para generar un ambiente intelectual antimarxista a partir de influenciar a los intelectuales posmarxistas y a los críticos del Partido Comunista francés.  Pablo Pozzi.
El documento establece que «durante las protestas de mayo-junio de 1968 [...] muchos estudiantes marxistas miraban hacia el PCF para liderazgo y la proclamación de un gobierno provisional, pero la dirección del PCF trató de aplacar la revuelta obrera y denunció a los estudiantes como anarquistas». A partir de ahí surgieron los «Nuevos Filósofos» que, desilusionados con la izquierda, «rechazaron su alianza con el PCF, el socialismo francés, y las premisas básicas del marxismo». Estos intelectuales posmarxistas son considerados como mucho más efectivos en la guerra cultural que los intelectuales conservadores de la derecha, como Raymond Aron. Esto se debió a que los intelectuales conservadores se habían desprestigiado por su apoyo al fascismo. En cambio, los así denominados intelectuales democráticos, con su crítica a la URSS y al comunismo, eran útiles y, sobre todo, efectivos.

A partir de estas consideraciones iniciales, el documento señala que:

«Entre los historiadores franceses de la posguerra, la influyente escuela vinculada con Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha avasallado a los historiadores tradicionales marxistas. La escuela de Annales, como es conocida por su principal publicación, ha dado vuelta la investigación histórica francesa, principalmente desafiando primero, y rechazando después, las teorías marxistas del desarrollo histórico. Si bien muchos de sus exponentes pretenden que están dentro "de la tradición marxista", la realidad es que solo utilizan el marxismo como un punto crítico de partida [...] para concluir que las nociones marxistas sobre la estructura del pasado -de relaciones sociales, del patrón de los hechos, y de su influencia en el largo plazo- son simplistas e inválidas.»

«En el campo de la antropología, la influencia de la escuela estructuralista vinculada con Claude Lévi Strauss, Foucault y otros, ha cumplido esencialmente la misma función. [...] creemos sea probable que su demolición de la influencia marxista en las ciencias sociales perdure como una contribución profunda tanto en Francia como en Europa Occidental.»

En particular los autores del documento alaban a Foucault y Lévi Strauss por «recordar las sangrientas tradiciones de la Revolución Francesa» y que el objetivo de los movimientos revolucionarios no era tanto la profunda transformación social y cultural de una sociedad, sino más bien el poder. Por ende, según el documento, la teoría francesa posmarxista realizó una contribución inapreciable al programa cultural de la CIA que intentaba mover a los intelectuales de izquierda hacia la derecha, mientras desacreditaban el antiimperialismo y el anticapitalismo, permitiendo la creación de un ambiente intelectual donde sus proyectos podían ser llevados a cabo sin ser molestados por un serio escrutinio intelectual.

El eje no solo era desacreditar al marxismo como teoría, sino también tenía cuatro aspectos vinculados entre sí:

1. Fracturar a la izquierda cultural en diversos movimientos a través de lo que se denomina «políticas de identidad». En este sentido, las reivindicaciones de clase, el concepto en sí, y la lucha de clases como motor de la historia, se diluyen en una cantidad grande de diversos movimientos, sin que ninguno acepte la primacía del concepto básico del marxismo, las clases sociales: estos intelectuales de Nueva Izquierda se opondrán «a cualquier planteo de unidad de la izquierda».

2. Se desvía la atención del capitalismo (y los EEUU) como causante de los problemas del mundo, hacia problemas como el consumo, la falta de democracia o de educación (y la URSS). «El antisovietismo se ha convertido en la base de legitimidad del trabajo intelectual».

3. Se torna difícil movilizar a las élites intelectuales en oposición a las políticas imperiales de EEUU, apuntando a fracturar sectores medios de la clase obrera. De hecho, señala que «hay un nuevo clima de antimarxismo y de antisovietismo que dificultará movilizar una oposición intelectual a las políticas de EEUU».

4. Se equiparaba al marxismo con «anticientificidad», y el compromiso político de izquierda entre los intelectuales es considerado como «poco serio» y «subjetivo»: los intelectuales de la Nueva Izquierda están «menos dispuestos a involucrarse y tomar partido».

Mucho de lo que se plantea en el documento no es nuevo, si bien es una confirmación de la importancia que la CIA le dio a las nuevas tendencias intelectuales en su lucha antimarxista. Un elemento notable es que no haga casi referencias a los cuantiosos fondos que destinó la CIA a captar intelectuales de izquierda. Por ejemplo, Frances Stonor Saunders (La CIA y la Guerra Cultural) señaló que la Agencia no informaba al gobierno norteamericano que estaba financiando diversos proyectos «de izquierda» que contribuyeran a alejar a los seres humanos de planteos igualitarios o clasistas. De hecho, uno de los aspectos que ella revela es que la CIA prefería «marxistas reformados» a los tradicionales conservadores y derechistas. Por «reformados» se entendía aquellos izquierdistas que se habían decepcionado del comunismo, o eran críticos de la URSS.

Esta promoción de intelectuales «reformados», en especial los posmarxistas, se vio acompañada de importantes recursos económicos, acceso a editoriales y medios de comunicación, e inclusive a nombramientos académicos. Así, señala el documento, diversas obras de personajes como André Glucksmann y Bernard Henri Levy se convirtieron en best sellers. Por ejemplo, según Tom Braden, que fue el director de la Rama de Organizaciones Internacionales de la CIA, la Agencia compró miles de ejemplares de las obras de Hannah Arendt, Milovan Djilas, y Isaiah Berlin para promoverlos. Otro ejemplo, no mencionado por el documento, es que la VI sección de la Ecole Pratique des Hautes Etudes, que alojaba a Lucien Febvre y Fernand Braudel, se estableció con un financiamiento recibido a través de la Fundación Rockefeller en 1947. Y luego fue financiada a través de la Fundación Ford, incluyendo los dineros e influencias necesarias para convertirse en la Ecole Pratique des Hautes Etudes en Sciences Sociales, con habilitación para otorgar títulos universitarios. Como señaló Kristin Ross, en su libro Fast Cars, Clean Bodies: Decolonization and the Reordering of French Culture (1996):

«En las décadas de 1950 y 1960 Braudel, Le Roy Ladurie y otros de la VIeme Section, crearon lo que Braudel denominó 'una historia donde los cambios son casi imperceptibles [...] una historia donde el cambio es lento, de repetición constante, de ciclos recurrentes'. Sus enemigos más formidables habitaban en frente, en la [Universidad de la] Sorbonne: un largo linaje de historiadores marxistas de la Revolución Francesa, como Georges Lefebvre y Albert Soboul. Y lo que estaba en juego era que reemplazaban el estudio de la historia de los movimientos sociales y el cambio abrupto o la mutación histórica por el estudio de las estructuras, o sea se borraba la idea misma de la Revolución. Estos historiadores marxistas [se enfrentaban...] a colegas modernizados, con exceso de fondos, y muy bien equipados con computadoras y fotocopiadoras» (pág. 189)

Lo anterior se complementó con viajes, becas, subsidios, y una cantidad importante de seminarios internacionales destinados a promover tanto la visión de Annales como el estructuralismo de Claude Lévi Strauss. En síntesis, si los intelectuales de izquierda no encuentran los recursos necesarios para llevar adelante sus investigaciones, o para publicarlas, entonces se encuentran sutilmente forzados a aceptar el orden establecido, mientras adoptan las modas intelectuales hegemónicas para poder encontrar empleo. El resultado es el debilitamiento del pensamiento de izquierda y de la conformación de un efectivo accionar revolucionario.

www.deigualaigual.net 

Francia: la defección de los intelectuales izquierdistas
Un documento de investigación. Alcance de la nota
Tradicionalmente, los intelectuales han desempeñado un papel influyente en la vida política francesa. Aunque rara vez hayan buscado participar de forma directa en la formulación de políticas públicas, han condicionado la atmósfera en la cual lo político se desarrollaba y con frecuencia sirvieron como importantes formadores de las tendencias políticas e ideológicas que estructuraban la política francesa. Reconociendo que su influencia en el quehacer político es difícil de medir, estas notas se enfocan en los comportamientos cambiantes de los intelectuales franceses y en la estimación de su potencial impacto en el ambiente político en el que se definen las políticas.

Juicios clave (Para este informe fue utilizada la información disponible hasta el 15 de noviembre de 1985) Hay un clima nuevo en la opinión intelectual en Francia; un espíritu antimarxista y antisoviético que haría difícil movilizar una significativa oposición intelectual a las políticas de los EE.UU. Tampoco los intelectuales franceses cederían gustosamente su apoyo, como lo hicieron antes, a sus otros colegas de Europa occidental que se han vuelto hostiles hacia los EE.UU. en cuestiones como el desarme. Aunque en Francia las políticas norteamericanas nunca son inmunes a la crítica, es claramente la Unión Soviética la que ahora está a la defensiva respecto de los nuevos intelectuales de izquierda; y es probable que así permanezca, al menos en el mediano plazo. La notable serenidad del presidente Mitterrand hacia Moscú deriva, al menos en parte, desde esta actitud preponderante.
 
El fracaso de Mitterrand para reunir los apoyos necesarios entre los históricamente poderosos intelectuales de izquierda de Francia refleja, más que nada, un giro histórico que puede presagiar un nuevo rol para la intelligentsia. Su Partido Socialista ya no podrá descansar en los intelectuales para proveerle una racionalidad a sus políticas y acciones, y vender esa racionalidad a un público francés habituado a asignarle una gran importancia a las explicaciones de sus élites intelectuales.
 
El fracaso de las políticas de Mitterrand y la efímera alianza con los comunistas pudo haber acelerado el descontento con su gobierno, pero los intelectuales de izquierda se fueron distanciando ellos mismos del socialismo –tanto del partido como de la ideología– al menos desde comienzos de los años setenta. Guiados por un grupo de jóvenes renegados de las filas del comunismo, considerados a sí mismos como los Nuevos Filósofos, muchos nuevos intelectuales de izquierda rechazaron el marxismo y desarrollaron una profunda antipatía hacia la Unión Soviética. El antisovietismo, de hecho, se ha convertido en una herramienta de legitimidad de los círculos de izquierda, debilitando el antiamericanismo tradicional de la intelectualidad de izquierda y permitiendo que la cultura estadounidense –e incluso la política y la política económica– entrara en auge.
 
La amplia aceptación de esta creciente mirada crítica del marxismo y de la Unión Soviética ha sido acompañada por una declinación general de la vida intelectual en Francia que ha socavado el compromiso político de los intelectuales de izquierda. Aunque ahora estén menos dispuestos a involucrarse en asuntos partidarios, nosotros creemos que los nuevos intelectuales de izquierda pesarían con fuerza en dos frentes:

Sostendrían a los socialistas moderados que están esforzándose por crear una base para una alianza de centro izquierda. Se opondrían a cada esfuerzo de los socialistas duros para rehacer la ahora difunta “unidad de la izquierda” con el Partido Comunista Francés en las próximas elecciones legislativas. Este nuevo activismo de izquierda probablemente aumentará la polémica entre los dos partidos de izquierda y en el interior del Partido Socialista, y también es probable que incremente las deserciones de los votantes de ambos campamentos socialista y comunista.

Sumario:
Alcance de la nota  iii
Juicios clave v
Introducción 1
Un rol tradicional 1
Un giro histórico: El “silencio” de los intelectuales de izquierda 3
Los “Nuevos Filósofos” 4
No hay más “Sartres”, no más “Gides” 6
Causas de la deserción de los intelectuales de izquierda 6
La bancarrota de la ideología 6
Antisovietismo 7
Perspectivas de la influencia de los intelectuales 8
Decadencia de la vida intelectual 8
Reincorporación limitada 10
Intelectuales franceses e intereses americanos 11
APÉNDICES
A. Aspectos culturales del pensamiento de la Nueva Derecha 13
B. Libros importantes de Gluscksmann y Levy  15

"Hay un letargo bastante espectacular en la vida intelectual de este país. Nunca antes había percibido semejante silencio, semejante vacío. Es como una familia en la que alguien ha muerto." Alain Touraine

Introducción. Los intelectuales importan en Francia probablemente más que en la mayoría de las democracias occidentales. Tradicionalmente han jugado un rol fundamental en los procesos políticos como apologistas de las posiciones de varios partidos y como "windows dressing" en la búsqueda de respetabilidad doméstica e internacional. Además, ellos son escuchados; los talk shows y programas de entretenimiento presentan densas sesiones de debates intelectuales que son muy populares. Por una variedad de razones muy complejas, la izquierda ha cobijado a la gran mayoría de los intelectuales desde la II Guerra Mundial, invistiendo a algunos de ellos de importantes roles de liderazgo. Los intelectuales franceses han defendido rutinariamente los esquemas domésticos de los partidos Socialista (PS) y Comunista (PCF) y lideraron la ofensiva contra las políticas de los EE.UU. en Europa y el Tercer Mundo. El presidente Mitterrand –un intelectual hecho y derecho– se ha rodeado de "pensadores" y ofreció cargos importantes a reconocidos intelectuales.
 
Aun antes de que los socialistas asumieran sus cargos en 1981, sin embargo, estaba claro que esta identificación intelectual con la izquierda estaba debilitándose. El peor secreto mal guardado en los círculos del PCF de la pasada década fue que virtualmente cada intelectual comunista de alguna estatura había muerto o desertado del partido. Aunque los socialistas dirigieron la cooptación de unos pocos desilusionados, los recientes críticos del marxismo derivaron fácilmente en la neutralidad e incluso en la derecha. Con una o dos excepciones, importantes intelectuales –como el antropólogo Michel Foucault– refutaron posiciones del gobierno de Mitterrand. Y cuando más tarde los socialistas intentaron atraer a los intelectuales para defender sus políticas fallidas contra la crítica de la derecha, los intelectuales nuevamente se rehusaron, esta vez con una cascada de abusos públicos del gobierno.
Este análisis se enfoca en las relaciones cambiantes entre los intelectuales franceses y los grupos políticos, en el contexto de un cambio de la base intelectual en el seno de la sociedad francesa. Esto asevera la dramática descomposición de la alianza dominante de la segunda posguerra entre los intelectuales y la izquierda, la declinación general del posicionamiento de los intelectuales en la sociedad francesa, las perspectivas de una reasunción del “compromiso” intelectual con la política, y las implicancias de estas tendencias para las políticas francesas a la vez que para los intereses de los EE.UU.

Un papel tradicional
La intelectualidad francesa –término que comprende a periodistas, artistas, escritores y maestros– ha diseñado un papel especial para sí misma como intérprete de la tradición política, en especial como intérprete de las consecuencias e implicancias de la Revolución Francesa. Los franceses han mirado el permanente debate intelectual sobre el significado de su historia como una base para entender a la sociedad francesa, y el curso de las políticas francesas ha sido ocasionalmente desplazado por una fuerte postura de parte de los intelectuales (ver el insert).
 
--> Izquierdistas y derechistas mantuvieron en Francia un balance de las fuerzas intelectuales durante buena parte del período previo a la Segunda Guerra Mundial. En el siglo XIX y en las tres primeras décadas del XX, las críticas conservadoras de la tradición revolucionaria, como de Maistre, Tocqueville y Péguy, eran equitativamente emparejadas por los intelectuales de izquierda como Babeuf, Proudhon y Jaurès, que incluían tanto al radicalismo revolucionario del siglo XIX como al socialismo del XX.

Los intelectuales y el Caso Dreyfus
El Caso Dreyfus (fines del siglo XIX) cristalizó en la opinión pública francesa una imagen del tipo de sociedad en la que se habían convertido, y puso de relieve el hecho de que varios grupos –la iglesia, los militares, políticos, periodistas permanecieran ligados a principios y valores de la tradición revolucionaria. Los intelectuales, liderados por el novelista y periodista Emile Zola, cumplieron un rol fundamental en la incitación a un debate público sobre las cuestiones implicadas en el caso. Cuando Zola lanzó sus famosos editoriales en defensa de Dreyfus y contra el gobierno y sus aliados, los acusó no sólo de subvertir la justicia y la moral, sino también –cuestión más importante en el parecer de sus lectores- de traición a la tradición revolucionaria. En 1896, Dreyfus, un oficial judío adjunto al Estado Mayor Francés, fue acusado y condenado por entregar secretos militares a los alemanes. Revelaciones de que había sido condenado sobre la base de pruebas fraguadas, y de que el gobierno había confeccionado más pruebas aún para ocultar la manipulación que hacía de la justicia, polarizaron a la sociedad francesa y avivaron un sentimiento nacional de procura de mayor moralidad pública y valores históricos.

Sin embargo, esta paridad se evaporó durante la guerra. Por un lado, el conservadurismo francés terminó desacreditado no solo por su nacionalismo xenófobo, su antiigualitarismo y sus coqueteos con el fascismo durante los años previos a la guerra, sino también por la participación de sus exponentes más destacados en el régimen del colaboracionista Vichy. Por otro lado, la izquierda (con excepción del PCF en el breve tiempo del pacto nazi-soviético) se plantó de frente contra el fascismo y la ocupación. Ello formó la columna vertebral y un gran bloque de luchadores en la Resistencia y, en medio de todo esto, los comunistas desempeñaron un papel dominante (a menudo a su propio favor). La Unión Soviética, que fue vista durante años como aislada en su posición contra Alemania, se convirtió en un brillante ejemplo para la Resistencia; Annie Kriegel, comunista y líder intelectual francesa, explica: “Es cierto que los estadounidenses nos liberaron, pero el punto de giro de la guerra fue Stalingrado. El Ejército Rojo fue quien nos dio esperanza”.
Mientras que la derecha francesa quedó intelectualmente hecha añicos por la guerra, la izquierda emergió preparada para reclamar el botín de su éxito en la Resistencia y su lealtad con todas las banderas de todos aquellos que amaban la libertad y la igualdad. Durante la posguerra, los socialistas y especialmente los comunistas atrajeron a un gran número de intelectuales. Los conservadores mantuvieron su resistencia desde el poder, sin embargo, y la izquierda se asentó en el lugar de la oposición en los años cincuenta y sesenta. La intelectualidad de izquierda se convirtió en maestra en la elaboración de fórmulas para los socialistas y comunistas dirigidas a la remodelación de la sociedad francesa y para la producción de una descarga constante de críticas contra las políticas de los sucesivos gobiernos conservadores.
 
Los partidos Comunista y Socialista también trataron de establecer y perpetuar, por dos caminos, lo que la crítica recientemente apodaba como “intelectocracia” de izquierda. Primero, financiaron numerosos diarios, análisis críticos, periódicos, a través de los cuales los intelectuales podían canalizar sus torrentes de invectivas contra el régimen y la sociedad francesa. Segundo, ayudaron a institucionalizar al establishment intelectual de izquierda y a constituir su autoperpetuación asegurándose la sindicalización de las universidades y de la escuela secundaria. Ambos esfuerzos ayudaron a garantizar que todo aquel que circulara dentro de la elite intelectual francesa fuera ideológicamente adaptado a sus prejuicios y lealtades partidarias. Este sistema funcionó casi impecablemente por un tiempo; solo en los últimos años de la década de los años sesenta, algunos renegados han rechazado las enseñanzas de sus maestros formadores académicos y dirigieron la carga contra la izquierda.

Un cambio histórico: El “llamativo” silencio de los intelectuales de izquierda
La situación había cambiado dramáticamente cuando los socialistas llegaron al poder en 1981. La sorpresa y preocupación de los funcionarios socialistas ante el magro apoyo de los intelectuales fue un secreto mal guardado entre los círculos de gobierno. Solo algunos intelectuales de peso –Max Gallo, Regis Debray y Antoine Blanca– habían aceptado los numerosos puestos ofrecidos por el gobierno de Mitterrand; algunos habían criticado abiertamente las acciones y políticas del gobierno, en especial la decisión de encomendar a los comunistas cuatro ministerios. Con frecuencia, la intelectualidad mostró signos de caer en un silencio inhabitual que rápidamente generó preguntas perturbadoras en la prensa sobre las relaciones entre el gobierno y sus aliados intelectuales. Importantes diarios de opinión, siempre rápidos para percibir cada cambio sutil en las discusiones políticas, comenzaron a preguntarse si los intelectuales eran “siempre de izquierda” y a observar la ausencia irónica del entorno intelectual en el gobierno de un presidente izquierdista (siendo él mismo un intelectual bien establecido).
 
--> Mitterrand redobló el esfuerzo para reclutar adeptos entre los intelectuales, luego de verse forzado a dar marcha atrás ante el fracaso de sus políticas de expansionismo económico y de adoptar medidas de austeridad económica que suscitaron críticas violentas desde la izquierda tanto como desde la derecha, pero en especial desde los conservadores del círculo de los Nuevos Derechos de Francia, donde un “renacimiento intelectual” estaba en plena marcha (ver insert). Casi sin dudas bajo las órdenes de Mitterand, el vocero presidencial Max Gallo –un notable novelista e historiador– escribió en Le Monde, en el verano de 1983, un editorial acerca del “silencio de los intelectuales”. Gallo urgía a los intelectuales de izquierda a hablar claro, arguyendo que las cuestiones vitales del momento –en particular las políticas económicas del gobierno, pero también el registro de cuestiones políticas como el terrorismo y el delito– demandaban un gran debate público, y que la ausencia de una refutación desde la izquierda prácticamente abandonaba la opinión pública a manos de la derecha. La apelación de Gallo provocó una fuerte respuesta de los intelectuales, muchos de los cuales se explayaron y defendieron su “silencio”. Finalmente, uno de los críticos argumentó que Gallo y el gobierno serían más inteligentes si aceptaran el silencio de los intelectuales como lo mejor que podían obtener, y que si los izquierdistas hablaran claro, ellos solos juntarían una legión de críticos del gobierno. El fracaso del esfuerzo de Gallo fortaleció la creciente percepción pública de que los intelectuales habían desertado de la izquierda. Cuando el propio Gallo se retiró de su cargo gubernamental menos de un año después –mencionando su deseo de retornar a su vida artística–, la mayor parte de las dudas remanentes sobre la desafectación de los intelectuales parecían haberse evaporado.

“Renacimiento intelectual” en la derecha
El rejuvenecimiento de la actividad intelectual conservadora de la así llamada Nueva Derecha se diferencia claramente del movimiento de los Nuevos Filósofos o Nueva Izquierda. La espectacular efervescencia del pensamiento conservador en años recientes está asociada sobre todo con la obra de Jean-François Revel y otros renegados de la École Normale Superieure, que comenzaron polemizando contra la ética gimnástica de Jean Paul Sartre en defensa de la URSS, y continuaron con alegatos contra la superficialidad de la vida intelectual comunista. Ahora, dice el prominente historiador Emmanuel Le Roy Ladurie, han asumido la tarea aún mayor de reorientar el discurso intelectual, corriendo el foco del tradicional eje “derecha versus izquierda” hacia el eje “totalitarismo versus libertad”. Estimulada por escritores y editores ligados de una manera u otra al barón de la prensa de derecha Robert Hersant, la Nueva Derecha francesa ha recogido la propuesta de revivir el liberalismo europeo clásico y proponerlo como el elixir que Francia necesita para recobrarse de la “mala gestión” socialista. Más aún, el liberalismo –que, según sus adherentes, ha reducido el rol del gobierno y forzado a la gente a ser más autosuficiente- se ha convertido en la receta de los conservadores contra las aflicciones de la sociedad francesa de posguerra. Los jóvenes políticos conservadores que hacen suya la consigna han argumentado, tanto ante la prensa como en reuniones privadas con diplomáticos estadounidenses, que la derecha debería empujar a los franceses a tener mayor confianza en sí mismos. Según ellos, una tarea fundamental del gobierno conservador consistiría en disminuir su propia función, tanto de recaudador de impuestos como de gestor, director o generador de gastos. Además de apoyar esta idea de gobierno, la mayoría de los nuevos liberales están a favor de que los poderes y recursos extremadamente centralizados del gobierno francés sean devueltos a las administraciones subnacionales. Un lento proceso que ha tomado impulso reciente con los socialistas.

Los “Nuevos Filósofos”. Una de las razones del fracaso de Gallo para movilizar a los intelectuales de izquierda fue que ignoró a la camarilla de intelectuales jóvenes incendiarios que por más de una década venían realizando conversiones bien publicitadas entre militantes izquierdistas, atacando a la izquierda francesa como peligrosa e implícitamente totalitaria. Promocionándose ellos mismos como los “nuevos filósofos”, en su mayoría eran antiguos comunistas que habían dejado el partido antes de los traumáticos hechos de Mayo de 1968. Muchos de ellos eran graduados de la más prestigiosa escuela de preparación de profesores y pensadores, la Escuela Normal Superior (ENS), y tenían en común no solo el banco izquierdo del movimiento estudiantil de los años sesenta sino también su rechazo a las sofisterías estalinistas enseñadas en la ENS.
 
Los nuevos filósofos se vieron motivados por dos acontecimientos. Primero, la pusilanimidad de los partidos tradicionales de izquierda durante las revueltas de 1968 les arrancó las vendas de los ojos, provocando el rechazo a sus lealtades con el Partido Comunista, con el socialismo francés, e incluso con los principios esenciales del marxismo. Segundo, en los tempranos años setenta, muchos se habían inclinado también hacia la búsqueda de una crítica minuciosa de la Unión Soviética, una tendencia acelerada en Francia por la publicación de El Archipiélago de Gulag, de Soljenitsin, en 1975. Bajo estos estímulos, ellos reexaminaron la tradición completa de la izquierda de Francia y Europa. Dos líderes de 1968, Bernard-Henry Levy y André Glucksmann, escribieron numerosos libros muy populares que trataron de poner al desnudo las falacias de la tradición intelectual de izquierda. Argumentaron que no había socialismo en Francia que no llevara implícito el marxismo y que toda idea marxista era básicamente totalitaria.
--> Los nuevos filósofos, más que compensados por su prosa a menudo abstrusa, lo fueron por las personalidades mediáticas excitadas y defensoras de sus puntos de vista en largos e intelectualizados programas de radio y televisión a los que los franceses son tan afectos. Sin embargo, su influencia fue principalmente negativa dado que tenían poco que ofrecer en el plano de las propuestas prácticas para un nuevo programa. A pesar de la amplia denuncia a lo que Levy llamó "la ceguera de la izquierda", los nuevos filósofos profesaron una continua antipatía por el gaullismo y una aceptación del capitalismo sólo en términos del "mal menor". Levy se convirtió en el jefe editor de Grasset –una de las más importantes editoriales francesas– desde donde logró asegurar que las ideas de los nuevos filósofos tuvieran fácil acceso al público. Inmediatamente los libros de los nuevos filósofos se convirtieron en best-sellers –una increíble hazaña en momentos en los cuales la mayoría de los trabajos filosóficos alcanzaban la publicación solo a través de las editoriales universitarias fuertemente subsidiadas–. Observadores bien informados de todo el espectro político han notado la profunda influencia de los nuevos filósofos en el pensamiento posterior a la generación de los años sesenta.

Estudios marxistas en ciencias sociales, obsoletos

Entre los historiadores franceses de posguerra, la influyente escuela de pensamiento ligada a Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel ha superado a los historiadores marxistas tradicionales. En los años cincuenta y sesenta, la Escuela de los Anales –como es conocida por su principal periódico- cambió de cuajo los estudios históricos franceses, principalmente al desafiar y luego rechazar las hasta entonces dominantes teorías marxistas del progreso histórico. Pese a que muchos de sus exponentes afirman estar “en la tradición marxista”, lo que quieren decir con eso, simplemente, es que toman el marxismo como punto de partida crítico para tratar de descubrir los auténticos modelos de la historia social. La mayoría de las veces han concluido que las nociones marxistas sobre las estructuras del pasado –relaciones sociales, patrones de eventos e influencia de estos en el largo plazo– son simplistas e inválidas. En el campo de la antropología, la influyente escuela estructuralista ligada a Claude Levi-Strauss, Foucault y otros, cumplió virtualmente la misma misión. A pesar de que tanto el estructuralismo como la metodología de los Anales están atravesando tiempos difíciles, creemos que su demolición crítica de la influencia marxista sobre las ciencias sociales puede perdurar como una sólida contribución a los estudios modernos tanto en Francia como en el resto de Europa Occidental.

“No hay más Sartres, no hay más Gides”. La deserción de los jóvenes intelectuales del marxismo y del PCF dejaron en manos de los viejos mandarines marxistas el sostenimiento de la tradición. Sartre, Roland Barthes, Jacques Lacan y Louis Althusser –la última camarilla de los comunistas savants– cayeron bajo el fuego implacable de sus antiguos protegidos pero ninguno tuvo el estómago para pelear en la retaguardia en defensa del marxismo. Críticos prominentes –entre ellos, los nuevos filósofos– habían sido exitosos en persuadir a la presente generación sobre las “estupideces” de Sartre, los males del marxismo y la barbarie del comunismo soviético. Como resultado, el joven movimiento comunista se ha atrofiado incluso en los campus universitarios, las publicaciones comunistas dirigidas a los jóvenes intelectuales –como es el caso de Revolution, del PCF– están languideciendo, y no hay ya intelectuales de peso que pertenezcan o incluso apoyen al PCF.

Causas de la deserción de los intelectuales de izquierda
La bancarrota de la ideología marxista. El distanciamiento con el marxismo como sistema filosófico –parte de la mayor retirada ideológica entre los intelectuales de todos los colores políticos– fue la fuente de una fuerza particular y de una extendida desilusión intelectual con la izquierda tradicional. Raymond Aron trabajó largos años para desacreditar a Sartre, su viejo compañero de cuarto, y a través de él, a todo el edificio intelectual del marxismo francés. Sin embargo, los intelectuales que se erigieron como verdaderos creyentes fueron mucho más efectivos en la tarea de socavar el marxismo, al aplicar la teoría marxista a las ciencias sociales pero que terminaron repensando y rechazando la tradición entera (ver insert).
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Los intelectuales de izquierda que no fueron hostiles al socialismo –Max Gallo quizás sea el mejor ejemplo– fueron conducidos a la deserción por los evidentes fracasos de la implícita ideología de izquierda en los primeros intentos de Mitterrand por socializar a Francia. Hacia 1983, la mayoría de los socialistas estaban listos para admitir rápidamente que su programa de expansión económica y fortalecimiento de los presupuestos destinados al bienestar social no funcionarían, y la dosis de austeridad que esas políticas forzaron hizo sonar el anuncio del fin de la ideología de izquierda, según muchos observadores bien informados. Alain Touraine –sociólogo izquierdista y en ocasiones editorialista del periódico socialista Le Matin– ha escrito quizás el epitafio del socialismo: “El mérito esencial del ala izquierda gubernamental ha sido librarnos de la ideología socialista”. Un notable académico remarcó recientemente lo doblemente irónico que ha sido en la Quinta República que le correspondiera a De Gaulle librar a Francia del colonialismo, y a Mitterrand librarse del socialismo.

Estados Unidos y la URSS ante la opinión pública francesa
Encuestas de opinión recientes muestran que en Francia la imagen positiva de la Unión Soviética ha disminuido de manera sostenida en los últimos tres años, mientras que la de los Estados Unidos ha crecido sustancialmente. Sondeos realizados justo antes de la reciente cumbre Reagan-Gorbachov por la encuestadora más respetada de Francia muestran, por ejemplo, que el 59 por ciento de los franceses tiene una imagen desfavorable de la URSS, contra un escaso 9 por ciento favorable*. En cambio, la imagen de los Estados Unidos fue positiva en un 43 por ciento y negativa en un 27 por ciento, una mejora notable en comparación con una encuesta similar realizada en 1982, que mostraba un 30 por ciento de imagen positiva contra un 51 por ciento de imagen negativa. Interrogados sobre asuntos específicos, los encuestados consideraron fuertemente positiva la ventaja que lleva Washington sobre Moscú en términos de desarrollo económico, derechos de los trabajadores, libertades individuales, antirracismo, reducción de la desigualdad social, aumento de la calidad de vida, acceso a asistencia sanitaria y ayuda al Tercer Mundo. De acuerdo con la Embajada de los Estados Unidos en París, otras encuestas publicadas muestran un aumento similar de la confianza de la opinión pública francesa en los Estados Unidos en desmedro de la URSS.

* Encuesta realizada entre el 9 y el 14 de noviembre de 1985 por Sofres, y publicada en Le Monde el 19 de noviembre de 1985.
Antisovietismo. Según varios observadores agudos, el odio al totalitarismo soviético ha echado profundas raíces en la izquierda francesa (ver insert), motivado en parte por las investigaciones e implacables polémicas de Glucksmann y Levy. Estudios académicos y notas de prensa sobre la bancarrota del marxismo en Francia les han atribuido a los nuevos filósofos un papel central en convencer a una completa generación de intelectuales franceses de que:
· El Estado soviético es una prueba de que “la revolución marxista es un mito”, una broma cínica que, lejos de marchitarse, impone una monstruosa máquina reaccionaria.
· La quintaesencia de la distinción y la libertad intelectuales en el mundo moderno es tener una aversión decente a la Unión Soviética.

El culto persistente al estalinismo dentro del PCF y el sostenimiento obsequioso del partido de los intereses soviéticos, manifiesto en todos los diarios y periódicos del PCF, ayudó a trasladar el antisovietismo en rechazo al PCF. Las recientes publicaciones de documentos secretos concernientes a las relaciones del comunismo francés con el Kremlin durante la invasión a Checoslovaquia han mostrado vívidamente cómo el partido francés aceptó sumisamente la dirección de Moscú y sus justificaciones. Rememoraciones de la solidez del culto de la personalidad de Stalin en el partido francés –especialmente en su apogeo de los años cincuenta, cuando intelectuales del partido acumulaban ridículas alabanzas (en prosa y en poemas) para el líder soviético con cualquier excusa– han provocado el rechazo al sovietismo desde lo más personal y sincero, según los análisis académicos. Tanto observadores académicos como periodistas han registrado que la predisposición intelectual en contra del marxismo, combinado con una reciente moda de desdén por la Unión Soviética, ha pasado por encima de una barricada en apariencia inexpugnable entre la Inteligencia de la nueva izquierda y el comunismo francés (ver insert).
 
Esta aversión incluso representó hasta cierto punto la fuerte antipatía de los intelectuales de izquierda hacia el gobierno de Mitterrand. Cuando los socialistas forjaron la “unión de la izquierda” como una elección táctica a fines de los años setenta, los nuevos filósofos los criticaron; cuando la misma alianza resurgió en 1980, los nuevos filósofos prepararon la deserción del Partido Socialista; y cuando Mitterrand invitó a los comunistas a participar de su gobierno en 1981, ellos se trasladaron en pleno a la oposición.
 
--> Los intelectuales que permanecieron en las filas socialistas guardaron silencio. Nada de lo que ha hecho Mitterrand –incluyendo la línea dura de los socialistas con la Unión Soviética, las explicaciones de Mitterrand sobre su necesidad de nombrar algunos ministros comunistas para comprar la paz obrera entre los sindicatos controlados por los comunistas, ni la salida del gobierno de los comunistas en 1984– ha revertido la hostilidad de los nuevos filósofos. Levy resaltó mordazmente que era como “tener cuatro ministros fascistas en el gobierno”. Hasta ahora, los intelectuales de la nueva izquierda no se han mostrado inclinados a perdonar a Mitterrand por sus coqueteos con los comunistas, ni a conmiserarse por su espectacular fracaso en lograr que el socialismo funcione.
 
La “piedra de toque” del anti-sovietismo

Jorge Semprún, pensador de la Nueva Izquierda y desertor del Partido Comunista Español, refleja el pensamiento de la generación actual en la respuesta que da a una pregunta del periódico intelectual Le Debat.

LD: ¿Qué significa ser [un intelectual] de izquierda en la Francia de hoy?
JS: Hoy, la piedra de toque del pensamiento de izquierda es una actitud crítica frente a la URSS, uno de cuyos corolarios es el rechazo a los partidos que responden a la tradición del Comintern [el PCF]… La cuestión central no es la barbarie de Pinochet, ni la demolición de la fábrica de acero de Lorraine, ni siquiera el redespliegue imperial de Reagan. La cuestión fundamental es tomar una posición frente a la URSS.

Jacques Rouknique, experto en asuntos soviéticos del respetado Institut de Science Politique, sigue de cerca tanto a la Unión Soviética como a la opinión que los franceses se hacen de ella. Poco antes de la reciente visita a París del Secretario General Gorbachov, Rouknique le dijo a un entrevistador: “Aquí, en los últimos diez años, se ha producido un cambio drástico en la percepción de la Unión Soviética. Los intelectuales han abandonado el marxismo y han descubierto el gulag y los horrores del sistema soviético. En términos generales… [el marxismo] ya no inspira a la gente de izquierda, e incluso dentro del Partido Comunista hay fuertes voces críticas”.

Perspectivas para la influencia intelectual
Si bien los intelectuales de izquierda jugaron un papel fundamental durante más de una década en fortalecer la “opinión pública” hacia el marxismo y la Unión Soviética, su influencia parece estar menguando y es poco probable que en el futuro logren tener una fuerte incidencia en asuntos políticos. El antimarxismo y el antisovietismo, que lograron captar la atención a principios de los setenta, han cobrado vida propia y se convirtieron en parte fundamental de la ortodoxia intelectual francesa al punto tal que los nuevos filósofos no parecieran tener nada nuevo para decir. Más aún, ha habido una tendencia a alejarse de la ideología hacia enfoques más pragmáticos a la hora de resolver problemas políticos, lo que ha tendido a perjudicar el prestigio de los intelectuales en general.

Declive de la vida intelectual. Pareciera que muchos intelectuales de izquierda han caído en una especie de languidez siguiendo sus vigorosos rechazos a la ideología y la afiliación partidaria; otros –como Emmanuel Le Roy Ladurie, Pierre Chanou y Michel Sarre– han intentado suscitar un debate nacional ante el evidente declive de la vida intelectual francesa. Algunos han vinculado el deterioro del prestigio de los intelectuales al ascenso de una sociedad y una economía de alta tecnología, y no hay contradicción en que la juventud francesa, que alguna vez siguió cada nueva moda intelectual, ahora piense en carreras de ciencias y negocios:

Las encuestas de opinión muestran que las “profesiones intelectuales” han perdido significativamente terreno con respecto a carreras técnicas y de negocios en la estima de los jóvenes.
El año último, las elecciones estudiantiles para juntas directivas redundaron en un abrumador número de nuevos funcionarios universitarios conservadores o “aideológicos”, según reportes de prensa. El historiador y ex comunista Emmanuel Le Roy Ladurie indicó que estaba sorprendido de la cantidad de estudiantes y jóvenes docentes de la Universidad de París que se habían alejado de la izquierda.
Una prueba adicional del cambio en la actitud es evidente adentro del aula. Las reformas educativas de la última década, diseñadas para incentivar a los estudiantes a ingresar a carreras técnicas y de negocios, fueron ferozmente resistidas por estudiantes y profesores durante los setenta. Ya en la primavera de 1983, cuando Mitterrand intentó extender estas reformas, hubo protestas estudiantiles en muchas universidades. Ahora, los hermanos y hermanas más pequeños de los alborotadores, llenan los abarrotados cursos de economía y ciencias, incluso en universidades de tradiciones izquierdistas como la Universidad de París, en Nanterre, donde la moda del intelectual marxista dominó la escena hasta al menos la mitad de los años setenta.
Las carreras intelectuales, que solían estar prácticamente reservadas para quienes concurrían a los colegios de elite, parecen no estarles más aseguradas. El gobierno de Fabius, por ejemplo, acabó anunciando un programa para emplear en los gobiernos locales y en el gobierno nacional y en otras empresas a los graduados de la Escuela Normal Superior que permanecieran desempleados. Los socialistas han forzado a los extranjeros residentes a abandonar sus trabajos como docentes de los niveles bajos, presumiblemente para liberar puestos para los propios franceses.

--> Algunos críticos, como el filósofo Michel Serres, argumenta que los intelectuales, en particular de la izquierda, están prácticamente “acelerando”, pero que otros apuntan a un declive de la vitalidad intelectual. Marc Riglet, editor de France-Culture y conference master del Instituto de Estudios Políticos de París, sostiene que los intelectuales franceses no logran movilizar y comprometerse en un discurso vital porque no son tan capaces como solían serlo. Riglet ve este desenvolvimiento como parte de la inercia cultural de una década pasada que había llegado para caracterizar a Francia.

Algunas respuestas a una encuesta de opinión sobre marxismo y radicalismo en el campus de Nanterre de la Universidad de París

Guy Lachenaud, catedrático de nivel inicial en 1968 y ahora, a los 46 años, vicepresidente de Nanterre: Ya no hay movimiento estudiantil. Los pocos grupos que sobreviven conjugan un mínimo de retórica militante con montones de horas en la fotocopiadora.
El vendedor del puesto de publicaciones marxistas (Rouge, Revolution, Lutte Ouvrière, etc.) del campus: Encargo cinco copias [de cada una] por semana, y me cuesta trabajo vender dos o tres.
Un estudiante: En el 68 papá estaba en las barricadas. Yo voy a hacer la mía en un banco.
Anónimo: ¿Hoy? Esto es la no-revolución permanente.

Otros intelectuales como Alain Besancon y numerosos intelectuales conservadores acuerdan con Riglet en que la languidez intelectual es parte de un ciclo de declinación cultural. Argumentan de modo persuasivo –en artículos y libros, así como en programas televisivos– que no hay ya Flauberts, Prousts o Baudelaires; más aún, observadores agudos, como los historiadores Besancon y Pierre Goubert, dicen que no hay razones para esperar que pronto surja alguno . Mitterrand y el ministro de Cultura Jack Lang, a pesar de doblar el presupuesto del Ministerio de Cultura, no han podido detener la marea de quejas en torno a que la “creatividad está en baja en Francia”, y que a lo largo del espectro cultural, “la ausencia de innovación es llamativa”.

Una conferencia en París organizada durante el año último para tratar el tema “la identidad francesa”, viró hacia al letargo de los intelectuales franceses y la implicancia para su futuro rol en la política. Los participantes parecieron acordar que la ideología –de izquierda o de derecha– será incapaz de movilizar a los intelectuales en el futuro. El “mal trago” que causó la desilusión con respecto al marxismo en prácticamente todos los intelectuales izquierdistas, se ha traducido directamente en una especie de neutralismo que ha contribuido a su inmovilización. Incluso el “liberalismo” –entendido como menos gobierno y más autosuficiencia– tuvo apenas un débil apoyo tanto en los intelectuales como en la opinión pública, a juzgar por las encuestas recientes y los artículos en los diarios.

Reinvolucramiento limitado. Sin embargo, algunas cuestiones probablemente continuarán atrayendo a los intelectuales hacia la lucha. En una encuesta reciente, los más prominentes escritores indicaron que están preparados para reanudar gran parte de la participación política que alguna vez fue característica de la izquierda intelectual, pero que ya no se movilizarían por partidos e ideología. Un tema más atractivo para comprometer de nuevo a los intelectuales sería la identidad cultural francesa, estrechamente vinculada con las cuestiones sensibles de las influencias extranjeras en Francia, la inmigración y el racismo. La retórica antiinmigrante y el racismo asociados con el surgimiento del Frente Nacional, de extrema derecha, galvanizaron a muchos intelectuales de izquierda hacia la acción, sobre todo en las protestas callejeras organizadas por un grupo antirracista llamado S.O.S. Racismo.

El antisovietismo, que en la actualidad es una constante en la mentalidad y en la escritura de los intelectuales, continúa teniendo un gran potencial de agitación. La visita del secretario general Gorbachov a Francia, este otoño, generó protestas no solo de la derecha: la nueva izquierda, y en especial los intelectuales disidentes, usaron la visita como una oportunidad para ventilar su frustración frente a la brutalidad soviética en Afganistán, la continua represión en Polonia, y la no observancia de las disposiciones sobre derechos humanos del acuerdo de Helsinki. Miles de estudiantes acudieron a las manifestaciones de la Rive Gauche [orilla izquierda del Sena], gritando “¡Gorbachov Gulag!”. El caso Sajarov también despierta una persistente fascinación en los círculos intelectuales franceses. Aunque es probable que el gobierno, al prometer públicamente que tomaría la iniciativa de tratar el tema de los derechos humanos con Gorbachov y al prohibir las manifestaciones callejeras durante la visita, haya desalentado algunas de las protestas planificadas, los intelectuales usaron de todos modos la ocasión para presionar por la liberación de Sajarov y su esposa y por el endurecimiento de la línea francesa frente a Moscú.

Este sentimiento antitotalitario y antisoviético entre los intelectuales franceses va a militar contra cualquier modificación significativa de la posición –que ya es dura– del gobierno frente a Moscú. Por el momento, de hecho, la mayoría de los líderes socialistas deben calcular que una actitud dura, tanto hacia el PCF como hacia Moscú, es el único camino que tienen si esperan galvanizar el apoyo de los intelectuales en las elecciones legislativas de 1986. Los intelectuales también dificultarán los planes que cualquier gobierno de derecha pueda tener de reanudar la “relación especial” con Moscú que caracterizó a la presidencia de Valéry Giscard d’Estaing.
 
Según nuestro punto de vista, la fuerte corriente de antimarxismo, de antisovietismo y la desilusión con la ideología que se registra entre los intelectuales de izquierda pueden también tener un efecto poderoso sobre el Partido Socialista. Abundantes evidencias sugieren que los socialistas enfrentarán una importante hecatombe electoral en las elecciones legislativas del próximo año. Como el partido se dirige hacia el desierto político y trata de que su experiencia en el gobierno tenga sentido, es probable que los intelectuales de la nueva izquierda jueguen un papel importante en esta búsqueda espiritual y en la remodelación de las actitudes y la autoimagen de los socialistas.
 
En particular, el profundo sentimiento anti PCF entre los intelectuales puede resultar decisivo para subvertir las maquinaciones del jefe del Partido Socialista, Jospin, y otros de la izquierda del partido para reavivar el entusiasmo por una “unión de la izquierda” –el mito de que los socialistas llegaron al poder en 1981 solo gracias a su alianza con el PCF y de que la izquierda solo podrá alcanzar el poder en el futuro mediante la unidad. Es probable que los intelectuales jueguen fuertemente contra esta noción y que apoyen de modo abrumador la estrategia –promocionada desde hace ya tiempo por el socialista disidente Michel Rocard, pero que ahora parece haber sido aceptada tanto por Mitterrand como por el primer ministro Fabius– según la cual el futuro a largo plazo del socialismo depende del forjado de una alianza de centroizquierda.
 
En suma, es probable que el activismo de la nueva izquierda incremente las disputas, tanto entre los comunistas y los socialistas, como al interior del Partido Socialista. Lo cual también es probable que conduzca a aumentar la deserción de votantes de ambos campos. Los intelectuales franceses y los intereses de los Estados Unidos
 
En la era de la posguerra, los intelectuales franceses ayudaron significativamente a generar y dar forma a la hostilidad internacional hacia las políticas de los Estados Unidos, tanto en Europa como en el Tercer Mundo. Desde Beirut a Lisboa o Ciudad de México, las elites intelectuales influyentes escucharon e imitaron el pensamiento y los prejuicios de los café savants, como Regis Debray. Ahora, del otro lado, el antimarxismo y el antisovietismo parecen haber permitido a la joven generación de intelectuales franceses el adoptar una actitud mucho más abierta frente a los Estados Unidos. A la vez, esto dio origen a una nueva ola de genuino sentimiento pro estadounidense, enraizado en la cultura popular estadounidense de moda, con respecto a la vital economía de los EE.UU. de los años ochenta, y en la admiración por la nueva imagen de acercamiento que estos proyectan ahora sobre el mundo.
 
En Francia, el sentimiento anti EE.UU. que solía ser utilizado en los círculos de cortesía como evidencia circunstancial de una educación válida, ya no está en boga. La calumnia instintiva a los EE.UU. –que los intelectuales de la nueva izquierda llamaron “antiamericanismo primitivo”– está ahora identificada con el diario comunista L’Humanité y es considerado de mal modo. Formalmente, el antiamericanismo también se instaló como una marca de nivel intelectual, separando a los pensadores del vulgo común (quienes estaban en general sospechados de albergar buenas opiniones de los EE.UU., incluso en los tiempos de Vietnam). Ahora, lo contrario es precisamente lo cierto: la búsqueda de virtudes en los Estados Unidos –incluso identificar cosas buenas en las políticas del gobierno estadounidense– es mirado como un indicador de juicio con discernimiento. Los intentos de algunos por resucitar las críticas significativas y de gran envergadura sobre las políticas de los Estados Unidos, son vistos como esfuerzos transparentes para desviar las críticas de su legítimo objetivo, las actividades de la Unión Soviética.

Este clima de opinión intelectual produciría, por cierto, una gran dificultad para movilizar casi cualquier oposición significativa desde las elites intelectuales a las políticas de los Estados Unidos en América Central, por ejemplo. Es también probable que desacredite a otros intelectuales europeos –notablemente en Escandinavia y Alemania Occidental– que son hostiles a las políticas estadounidenses y a los intereses de los liderazgos poderosos que anteriormente provenían de los franceses (en los años de participación de EE.UU. en Vietnam) y el apoyo que ahora necesitan para conformar un consenso europeo occidental en asuntos internacionales como el desarme. El acalorado debate en la prensa de Alemania del Este entre Glucksmann y los líderes de la intelectualidad alemana sobre el pacifismo e INF evidenció la distancia entre ambos y la habilidad y la disposición de los intelectuales de la nueva izquierda francesa para argumentar persuasivamente en contra de actitudes que juegan a favor de los soviéticos. Aunque las políticas estadounidenses no son por cierto inmunes a la crítica intelectual en Francia, incluso de la derecha, es la Unión Soviética la que está ahora claramente a la defensiva y es probable que permanezca ahí, al menos en el mediano plazo.

Apéndice A. Aspectos culturales del pensamiento de la nueva derecha
El costado más esotérico de la nueva derecha intelectual se ha enfocado con sorpresiva energía hacia demandas por una renovación cultural, argumentando que el problema esencial en Francia es que la cultura ha sido erosionada por influencias externas y degradada por negligencia. Los escritores conservadores, muchos de ellos asociados con el Grupo de Investigación y Estudios de la Civilización Europea (en inglés, GRECE) y al Club del Reloj (Club de l`Horloge) –ambos grupos compuestos principalmente por jóvenes graduados del ENA, escuela de la elite francesa de la administración– han encontrado un cauce para sus discusiones en las publicaciones de Hersant, notablemente en Figaro Magazine, revista editada por el pariente cercano de GRECE, Louis Pauwels.
Pauwels y sus dos protegidos, Jean-Claude Valla y Alain de Benoist, trabajaron duro para proporcionar a la nueva derecha una ética elitista. Los tres, si bien liderados por Benoist, proclaman que la decadencia de la cultura en Francia está relacionada directamente con el igualitarismo –con el rechazo a la superioridad esencial de algunos hombres, y la imposición de la mediocridad del hombre común en la sociedad francesa–. Tanto Pouwels como otros, han apoyado a la antropología de derecha que ve, más allá de la Revolución, al igualitarismo cristiano como la fuente de debilidad en la civilización europea. Pouwels y Benoist elogiaron el “elitismo perceptivo” de las sociedades europeas precristianas como una fuente de virtudes culturales que los europeos modernos deberían reavivar y renovar.
Esta insistencia en la razonabilidad del elitismo encaja con la predilección de la nueva derecha por el liberalismo clásico en la visión de una sociedad en la cual el gobierno se rehúsa a imponer una igualdad artificial entre los ciudadanos y en la que los individuos son libres de comprender todas las ventajas de sus talentos. Algunos intelectuales de la nueva derecha también proclaman que, justamente porque el igualitarismo es artificial, es que se requiere una mano dura y un rol reforzado por parte del gobierno. Este es, sostienen, el origen del totalitarismo.
El elitismo, en el pensamiento de la nueva derecha, es ciertamente una de las principales razones para el viraje de unos pocos intelectuales franceses desde la izquierda hacia el GRECE. Nosotros creemos que son pocas las posibilidades de que esto se extienda en el futuro, a pesar de ciertas similitudes y ocasionales alianzas en los puntos de vista. Recientemente, los intelectuales de la nueva derecha le han restado importancia al antiigualitarismo e incluso al anticristianismo en el pensamiento de GRECE/Horloge, pero los intelectuales de izquierda y algunos conservadores como Revel, que se consideran a sí mismos como “hombres de izquierda”, están aún comprometidos con el igualitarismo como la esencia de la tradición democrático-republicana de Francia. Los políticos conservadores esquivan las oportunidades de cerrar trato en su fidelidad con Horloge, e incluso Pauwles habla ya poco de las virtudes del paganismo y el elitismo.

Reacciones en la Nueva Izquierda
Las reacciones ante las controvertidas posiciones sociales y éticas de los intelectuales de la Nueva Izquierda han sido variadas. Los intelectuales marxistas fieles a las ideas y tendencias de la izquierda los han rechazado de plano; otros, que no pertenecen ni a la Nueva Izquierda ni a los viejos círculos de izquierda, les han encontrado algunas virtudes. Regis Debray, por ejemplo, que todavía marca la agenda y la ideología de la izquierda y (a veces) aconseja a Mitterrand en cuestiones de política exterior, escribe diatribas contra los nuevos renegados intelectuales, y los condena por renunciar al discurso escrito y convertirse en superficiales figuras mediáticas. Reclama especialmente que los Nuevos Filósofos de Izquierda hayan sido rediseñados intelectualmente por la televisión y convertidos en cabezas parlantes vacías, incapaces de escritura filosófica precisa*. Raymond Aron, venerado decano del actual pensamiento conservador francés, detestaba a los intelectuales de la Nueva Izquierda y a menudo comparaba su anti-igualitarismo elitista con los peores esfuerzos antidemocráticos del conservadurismo francés. Annie Kriegel se sumó al temor de Aron de que en la Nueva Izquierda acecharan sentimientos racistas y fascistas, tanto por la hostilidad que ésta demuestra contra las influencias culturales foráneas, como en las ideas que profesa en cuestiones de genética, herencia y etnología. Pero Aron está muerto, a Debray ya no se lo considera un pensador serio, y Kriegel nunca se ganó un grupo amplio de seguidores. Frente a estos críticos, la Nueva Izquierda puede señalar en su favor el aprecio de Michel Foucault, el pensador más profundo e influyente de Francia. Foucault ha elogiado a los advenedizos porque, entre otras cosas, les ha recordado a los filósofos las “sangrientas” consecuencias de la teoría social racionalista de la Ilustración del siglo XVIII y del período revolucionario.

* El libro de Debray Profesores, escritores, celebridades: los intelectuales de la Francia moderna es una sola y larga diatriba contra los intelectuales de izquierda renegados y sus eventuales aliados en la derecha.

Apéndice B
Libros importantes de Glucksmann y Levy
André Glucksmann
La cuisinière et le mangeur-d'hommes (La cocinera y el devorador de hombres), 1975.
Leído como un comentario sobre El Archipiélago de Gulag, este "ensayo sobre las relaciones entre el Estado, el marxismo y los campos de concentración" es un minucioso y detallado estudio acerca de la desastrosa historia económica y política de la Unión Soviética, en contrapunto con las altas declaraciones de sus líderes.
Les Maîtres Penseurs (Los maestros pensadores), 1977. El aclamado examen de Glucksmann sobre el impacto de la filosofía alemana del siglo XIX en el surgimiento del Estado alemán y en el siglo XX. Lo más relevante: expone el vínculo entre filósofos como Marx y Nietzsche y las tiranías modernas.

Bernard-Henri Levy

Barbarie à visage humain (La barbarie con rostro humano), 1977.
Levy ubica las raíces del totalitarismo moderno en el optimismo y el racionalismo de la Ilustración del siglo XVIII, quien primero definió, según explica, al Estado como un agente del progreso. Desde este rol, sostiene Levy, el Estado ha demandado invariablemente un poder absoluto, degradando en mayor o menor medida la autoridad del individuo.

[1] Raymond Aron, uno de los pocos pensadores significativos que resistían la absorción, deploró la afinidad de sus pares con la izquierda –especialmente su servilismo aceptando tantas atrocidades como las purgas estalinistas y el demoledor levantamiento húngaro, y su hipocresía defendiendo semejante farsa como el culto a la personalidad de Stalin. Aron analizó en su estudio sobre el fenómeno -El opio de los intelectuales (1955)- que la izquierda contemporánea, particularmente los comunistas, había tenido éxito ganando y manteniendo las lealtades de los intelectuales porque había gratificado dos necesidades profundamente sentidas: aseguró a los intelectuales su relevancia en el proceso político, y organizó y dio rienda suelta a su desenfrenado penchant for criticism.
[2] Gallo, arrastrado por la corriente por un tiempo, escribió un libro que, entre otras cosas, critica al PCF. Cuando la titularidad del diario socialista Le Matin cambia de manos en los primeros días del año, Gallo pasa a ser su editor y, algunos lo habían especulado, por instancias de Mitterrand.
[3] En mayo-junio de 1968, meses antes de la intensificación de las protestas, los estudiantes levantaron barricadas en la universidad de París e iniciaron un período de guerra de guerrillas en las calles del Barrio Latino. La protesta se extendió a otras ciudades universitarias; los estudiantes estaban acompañados por 7 millones de trabajadores en huelga (que ocupaban fábricas), el transporte y los servicios públicos parados al tope; y los 10 años del antiguo gobierno del general de Gaulle se tambalearon. Los estudiantes marxistas miraban al Partido Comunista en búsqueda de liderazgo y de una declaración de un gobierno provisional, pero los líderes del PCF ya estaban tratando de refrenar la revuelta obrera y denunciaron a los estudiantes radicales como anarquistas confundidos. Muchos estudiantes concluyeron que el PCF había hecho un trato con de Gaulle, quien finalmente liquidó la revuelta.
[4] Althusser, que fue el mentor de Levy y de Glucksmann en la ENS, estranguló a su mujer en 1980 y terminó sus cinco últimos años de vida en prisión. En su última entrevista televisiva, Sartre admitió que el marxismo había resultado un fracaso.
[5] En sus populares libros (ver apéndice B), Glucksmann y Levy argumentan que la máquina alimenta a una humanidad ingenua en parte a través de sofistiquerías de intelectuales corruptos. De hecho, dice Levy: “La única revolución exitosa de este siglo es el totalitarismo”, al cual el estado soviético ha provisto maestros consumados y durables. De ahí, también, la ecuación de los nuevos filósofos, popularizada por Glucksmann, “Hitler=Stalin. Stalin=Hitler”.
[6] Los socialistas de Mitterrand se beneficiaron mucho más, en 1981, por el 16 por ciento de neogaullistas de Jacques Chirac que se quedaron en casa en vez de ir a votar a Giscard d’Estaing, y por el 5 por ciento de votantes de centro, que previamente se encontraban en el campo de Giscard, y se pasaron, para dar una oportunidad a los socialistas.
[7] Hay dos excepciones: Glucksmann y el editor Jean-Eden Hallier son propensos a declaraciones que frecuentemente son un golpe de inventiva para GRECE. Annie Kriegel escribe para el diario de Hersant, Figaro, pero menos como exponente de las ideas de la nueva derecha y más como crítica de la izquierda.

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