domingo, 23 de julio de 2017

Dos doctoras tras la huella del abuso sexual. (Endosonografía anal)

Dos doctoras tras la huella del abuso sexual

Quienes trabajan persiguiendo abusos sexuales saben que documentar la lesión física es extremadamente difícil si no se hace de inmediato. Las doctoras chilenas Carmen Gloria Rostión y María Isabel Galaz han logrado una contribución importante en esto: fueron las primeras en demostrar que la endosonografía anal –que habitualmente se usa con otros fines– es capaz de detectar lesiones atribuibles a un abuso sexual. El paper con sus hallazgos, publicado en el “Journal of Pediatric Surgery”, está remeciendo a la comunidad médica. Paula 1230. Sábado 15 de julio de 2017.

La doctora María Isabel Galaz (51) estaba desesperada. Era 2010 y desde la urgencia del Hospital Roberto del Río le derivaron hasta el policlínico de infectología pediátrica a un niño de 2 años y medio. Había llegado por una fiebre, acompañado de sus padres, pero presentaba conductas hipersexualizadas: se masturbaba e introducía el dedo en el ano. “Los padres llegaron peleando. El papá decía que el abusador era el tío. La mamá decía que era el papá. Pero a él yo lo notaba muy complicado porque decía que no podía rescatar a su hijo de la familia de la madre, del tío, del abuelo, a quienes acusaba de estar metidos en una red de pedofilia”, recuerda la doctora. “Me pregunté: ¿Cómo no voy a poder hacer algo? Hasta ese momento no existía ningún procedimiento clínico que permitiera documentar la presencia de abuso sexual en niños hombres. Nada que permitiera aportar, desde lo clínico, una prueba de contundencia judicial”.
 
La doctora Galaz, quien es especialista en sida y enfermedades de transmisión sexual en niños casi siempre gatilladas por abusos sexuales reiterados, tiene un carácter tozudo. Por eso partió adonde la cirujano pediátrico Carmen Gloria Rostión, su colega en el hospital y en pediatría en la Clínica Santa María.

“Le dije: ‘Gloria, hagámosle una colonoscopía, una ecografía, ¡cualquier cosa! ¿Cómo no vamos a poder hacer algo para ayudar a demostrar que alguien abusa a este niño?”, recuerda, sentada en una oficina del hospital a la que se llega por un pasillo de paredes color damasco, donde corren niños y cada tanto hay figuras de Mickey Mouse o Tribilín en los muros.

Meses antes la doctora Rostión (59), actual jefa del Servicio de Cirugía del hospital, había hecho una prueba: utilizar el endosonógrafo que le había llegado a la Clínica Santa María –un equipo de última generación que combina endoscopía con ecografía y que, a través de un transductor de ultrasonido ubicado en el extremo del endoscopio, registra imágenes imposibles de obtener de otra forma–, con miras a documentar un abuso sexual: el de una guagua de 7 meses que presentaba signos de haber sido violada.

“En pediatría este examen se utiliza para ver los esfínteres en niños con malformaciones anorrectales: niñitos que nacen con el ano imperforado, a quienes hay que hacérselos quirúrgicamente”, explica Rostión. “En el curso para aprender a ocuparlo nadie me dijo que podía servir para detectar lesiones por abuso sexual, pero a mí me pareció lógico, porque en el examen uno es capaz de ver heridas en las capas histológicas: la piel, la mucosa, la grasa, el músculo”. Así, en caso de haber lesiones, sospechaba Rostión, en vez de desaparecer (como ocurre a los pocos días en el 90% de los casos cuando el abuso es por vía vaginal), ella estaba segura de que en la zona anal encontraría cicatrices.

Rostión se lo propuso a Galaz quien, ávida de una prueba médica, la ayudó a gestionar el examen. No era fácil. Realizarlo en la clínica superaba el millón de pesos. Además, necesitaban anestesistas, ya que el procedimiento en niños se realiza con sedación para que no tengan noción de que están siendo intervenidos. Como la máquina estaba en periodo de prueba, la clínica facilitó su equipamiento de manera gratuita. “Los astros se alinearon”, comentan ambas doctoras.

“Nadie me dijo que podía servir para detectar lesiones por abuso sexual, pero me pareció lógico. En el examen uno ve heridas en las capas histológicas: la piel, las mucosas, el músculo”, dice la doctora Rostión.
 
Rostión tardó una semana en describir las imágenes y, a continuación, anotar sus conclusiones. “Me costó, porque nadie había hecho esto en Chile. Entonces, ¿a quién le preguntaba si era normal lo que pasaba en el examen físico? Cuando le hice el tacto al niñito, su ano se abrió de inmediato. Eso no ocurre en un niño si no ha sido estimulado. Le pregunté a mi jefe en el hospital: ‘¿Alguna vez has visto esto?’. Me respondió que nunca. ‘¿Qué hago ahora?’, le pregunté. ‘Yo que tú tendría mucho cuidado’, me respondió”.

En ese informe la doctora tenía que decir que ante la ausencia de una patología y de una operación en ese niño, lo que mostraban las imágenes eran manifestaciones de un abuso sexual. Ella precisa: “Un ano en un niñito o en cualquier persona es redondo y parejo. No es esto”. En su computador, la doctora Rostión tiene las cerca de 300 imágenes de esa sesión. Las guarda con el mismo cuidado que las de los otros 50 niños a quienes les ha tocado realizar el examen en estos siete años; niños en que sospecha sufrieron abuso sexual.

El informe escrito por la doctora lo adjuntaron a la denuncia. Recién dos años después la Fiscalía la llamó a declarar. Al mostrar las imágenes en el juicio, se produjo un silencio en la sala. El abogado defensor del hombre acusado del abuso –el tío del niño– le hizo solo una pregunta a la doctora: “¿Es posible que esa dilatación que se ve en las imágenes haya sido hecha con la parte de atrás de un tenedor?”. “Esa pregunta buscaba rebajar la pena al tipo que estaba acusado. Le dije que no tenía idea. ¿Cómo lo voy a saber si no sé cómo lo hacen los abusadores? Eso es lo difícil de esto: tengo que ayudar a decretar la verdad de algo que nunca he visto”.
 
El dilema de los médicos. Quienes trabajan persiguiendo abusos sexuales, saben que documentar la lesión física es lo más difícil desde el punto de vista médico. “Un drama, porque tiene importancia legal”, comenta la doctora Isabel Galaz. La doctora Rostión agrega: “En la universidad no nos formaron para detectar esto. Nadie nos habló de abuso sexual en la carrera. ¿En un niño? ¡No existía!”.  Agrega que, además, existe poca disposición de los médicos en ejercicio por aprender sobre esto. “Cuando he tenido las imágenes y pasa algún doctor, me dicen: ‘no me lo muestres: voy a tener pesadillas, porque es terrorífico’”.

La doctora Galaz y la doctora Rostión han tenido desde el inicio de sus carreras sensibilidad hacia los niños. La doctora Rostión, tras titularse en los años 80, hizo su beca en el hospital Roberto del Río. Luego trabajó por un año en el hospital de San Bernardo. “En ese tiempo los niños llegaban más bien por maltrato físico: múltiples fracturas y contusiones. Abuso sexual se veía muy poco”, recuerda. Pero paulatinamente fueron aumentando. Y a medida que los iba viendo, más que solo conmoverse, fue tomándole el peso a la importancia de denunciar.

“Recuerdo dos casos en el Félix Bulnes que me marcaron. Dos niñas de 7 años: una violada por un tipo que venía recién saliendo de la cárcel y la otra por su padre. Las dos llegaron con hemorragia aguda. Hubo que hacerles transfusión sanguínea. Dos obstetras me ayudaron a reconstruir la zona genital. En una de ellas el abuso había sido reiterado: cuando a su papá le pagaban iba donde la abuela que la cuidaba y, a cambio de la plata, ella se la entregaba. Usaba a la niña como moneda de cambio”.

En 4 ocasiones las doctoras Rostión y Galaz han debido declarar en juicios para explicar que lo que muestra la endosonografía es la huella de un abuso. Por ley el médico que habiendo sospechado que está frente a un menor abusado no lo denuncia, es cómplice. Pero las doctoras Rostión y Galaz reconocen que el temor a meterse en un lío personal es un elemento que genera resistencia en ciertos equipos médicos y, por ende, muchas veces pasan por alto los síntomas de un abuso sexual. “Cuando te atreves a denunciarlo, como médico sabes que se abre la puerta judicial, un mundo nuevo que para nosotros como médicos es desconocido”, describe Galaz.

“La primera dificultad como médico que recibes a un niño, es reconocer que está siendo abusado; buscamos miles de diagnósticos antes. Y la otra dificultad es tener la capacidad de decir ‘Esto no es normal’. No es normal que a un niño le hagas un tacto y el ano se abra como si estuviera acostumbrado. Y eso cuesta, porque quieres creer que no es verdad”, dice Rostión. «Por eso a veces los doctores me decían “no ponga en la interconsulta ‘abuso sexual’”. Y hubo un tiempo, cuando estaba empezando, que yo ocultaba el tema. Pero después aprendí con el abogado que venía a hacernos capacitaciones que hay que ponerlo con letra mayúscula».

“También dices: ‘¿Y ahora qué hago?’. ‘¿Cómo le cuento esto al adulto responsable que viene con este niño que las cosas que relata no son normales?’. ‘¿Cómo documento eso desde el punto de vista médico?’. ‘¿Qué hago para mejorar la calidad de vida de ese niño de ahora en adelante?’. Además, sabes que al abrir esta historia va a producirse un descalabro familiar en el entorno del niño. Es una carga enorme”, dice la doctora Galaz.

Para pelear contra esos temores las especialistas aseguran que las capacitaciones en maltrato infantil que han tenido en el hospital Roberto del Río han sido clave: se realizan desde 2010 a los funcionarios para contar con herramientas que los ayuden a detectar síntomas “y a que la gente le pierda el miedo a enfrentarse a este tipo de situaciones y pasar por el lado como si no existieran”.

Las capacitaciones les permitieron al personal agudizar el ojo; de ahí que la pesquisa de casos aumentó. Al año, la doctora Galaz asegura recibir entre 50 y 100. Así fue como le llegó el niño que gatilló la conversación con la doctora Rostión y las llevó a probar con el endosonógrafo. “Fue tan categórico el resultado, que después de ese día dijimos: ‘Sigamos’”.

Pasar la posta.  Llevaban 40 casos en los que podían certificar hallazgos de alteraciones en la endosonografía cuando la doctora Rostión decidió enviar el material de su investigación para participar en el Congreso Mundial de Cirugía Pediátrica (Wofaps) que tuvo lugar en Berlín en 2013. No solo quedó seleccionada para exponer, sino que el paper con las conclusiones del trabajo realizado con la doctora Galaz fue elegido entre los 18 mejores del encuentro. Médicos de distintos países se le acercaron para que les explicara con más detalle su hallazgo. Hasta el momento, a nivel mundial, nadie había propuesto el uso de la endosonografía para documentar las huellas del abuso sexual.

Tras su participación en el congreso el trabajo fue publicado en julio de 2016 en la revista Journal of Pediatric Surgery, la publicación más importante en el área de la cirugía pediátrica, bajo el título Helpfulness of rectoanal endosonography in diagnosis of sexual abuse in a child. El comité revisor se lo devolvió tres veces a la doctora para sumar imágenes que explicaran cómo leer el resultado de la endosonografía.

«Fue una ratificación, porque el comentario de los revisores fue “con esto no hay opción para un médico de decir ‘no sé’’’; por lo menos para sospechar sí hay elementos clínicos que se puedan detectar», dice la doctora Rostión.

Con la seguridad que les dio el respaldo de la comunidad clínica fuera de Chile, las doctoras comenzaron a utilizar el paper en sus capacitaciones. Presentaban la endosonografía como “una herramienta más de apoyo al diagnóstico”. “Porque este examen por sí solo no demuestra el abuso. Tampoco determina quién es el abusador”, explican.

Sin embargo, con él, dicen ambas, “hemos logrado documentar una lesión orgánica en un niño y por otro lado, aportar con un granito de arena en el proceso judicial”. Hasta ahora, solo cuatro veces las han llamado a Tribunales para explicar lo que ha arrojado el examen. En el caso del primer niño, finalmente el abusador (el tío) fue condenado y el niño quedó bajo la tutela de su papá.

Pero las historias duras siguen sucediendo. Una de las últimas endosonografías que realizaron fue a una niña de un año y medio que la doctora Isabel Galaz recibió derivada desde la urgencia del hospital: su mamá llevaba tres semanas preguntando en distintos consultorios por qué a su hija no se le pasaba la fiebre. El examen que le realizó la doctora arrojó VIH. Descartaron que fuera contagio vertical, porque la mamá no era positiva. Pero el papá sí. La cepa del virus era la misma. La alerta de abuso sexual las llevó a hacer la endosonografía. “Y las imágenes son terroríficas”, dicen ambas doctoras. “La niña tiene huellas de muchas cicatrices”.

Aunque sabe que este examen es un paso, ahora la mayor preocupación de la doctora Rostión es que a dos años de jubilar no tiene un discípulo o discípula que haya aprendido a desarrollar e interpretar el examen que ayuda a rastrear huellas de un posible abuso.

“Me daría mucha pena que esto, que es un avance, se pierda. Porque para realizar este tipo de trabajo tienes que ser un médico dispuesto a dedicarle tiempo a la historia del paciente. Hay que hacer la medicina antigua: escuchar, examinar y tratar de entender. Y no todos los médicos quieren entregar su tiempo a eso”, dice la doctora Rostión.

¿Por qué ambas lo hacen entonces?

La doctora Rostión dice convencida: “Porque si tú eres capaz de sospechar que a un niño lo están abusando, ¿cómo no vas a hacer algo? ¿Te vas a hacer la lesa? Yo y la doctora Galaz ya estamos curtidas en esto. A mí más me afectaría no hacer nada”.

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