Lenguaje y lenguajes
1. Psicoanálisis y lenguaje
Acabamos de ver que la lingüística contemporánea ha escogido unas vías que la conducen hacia una descripción rigurosa, incluso matemática, de la estructura formal del sistema de la lengua. Pero ésta no es la única manera en que las ciencias actuales han abordado el estudio del lenguaje: en tanto que sistema significante en el que se hace y se deshace el sujeto parlante, siendo éste el centro de los estudios psicológicos y más particularmente psicoanalíticos.
Desde principios de siglo, lo recordamos, los problemas psicológicos planteados por el lenguaje preocupaban a algunos lingüistas30: posteriormente, la lingüística los abandonó pero filósofos y psicólogos siguieron explorando el lenguaje para estudiar en él al sujeto parlante. Entre las escuelas psicológicas recientes que, para analizar las estructuras psíquicas, se refieren a menudo al uso lingüístico, hemos de citar ante todo a la escuela de Piaget y toda la psicología genética. El aprendizaje de la lengua por el niño, las categorías lógicas que elabora durante su crecimiento para aprehender el mundo, todas estas investigaciones se orientan constantemente hacia el lenguaje y aportan a su funcionamiento una luz que la lingüística formal sería incapaz de aportar.
Pero el momento capital del estudio de la relación entre el sujeto y su lenguaje ha estado marcado, sin duda, mucho antes de principios del siglo XX, por la obra magistral de Freud (1856-1939), quien abrió una perspectiva nueva en la representación del funcionamiento lingüístico y revolucionó las concepciones cartesianas sobre las que se apoyaba la ciencia lingüística moderna. Las repercusiones de la obra de Freud —cuya importancia no se puede todavía medir— son de las más importantes que han marcado el pensamiento de nuestra época31.
El problema de las relaciones estrechas entre psicoanálisis y lenguaje es complejo y no abordaremos aquí sino algunos de sus aspectos. En primer lugar, haremos hincapié en que el psicoanálisis ve su objeto en el habla del paciente. El psicoanalista no dispone de otro medio, de otra
30 Citemos entre ellos a J. Van Ginneken y sus Principes de linguistique psychologiques
(1907).
31 Véase, a este respecto J. C. Sempé, J. L. Donnet, J. Say, G. Lascault y C. Backes, La Psychanalyse. Ed. SGPP, coll. «Le point de la question».
realidad a su alcance para explotar el funcionamiento consciente o inconsciente del sujeto, aparte del habla, de sus estructuras y de sus leyes; ahí es donde el analista descubre la postura del sujeto.
El psicoanálisis considera, a su vez, todo síntoma como lenguaje: lo convierte en una suerte de sistema significante del que habría que deducir las leyes, las cuales son similares a las de un lenguaje.
El sueño que estudia Freud está igualmente considerado como un sistema lingüístico por descifrar, ante todo, y más aún, como una escritura con reglas semejantes a las de los jeroglíficos.
Estos pocos postulados iniciales ligan indisolublemente el psicoanálisis al universo lingüístico. A la inversa, los principios psicoanalíticos, tales como el descubrimiento del inconsciente, las leyes del trabajo «del sueño», etc., modifican en profundidad la concepción clásica del lenguaje.
Si el psiquiatra busca una lesión física para hacerla causante del trastorno, el psicoanalista, por su parte, se refiere tan sólo al decir del sujeto aunque lo hace para sonsacar una «verdad» objetiva que sería la
«causa» de los transtornos. Escucha con igual interés, en lo que le dice el sujeto, lo real y lo ficticio ya que uno y otro tienen una misma realidad discursiva. Lo que descubre en el discurso, es la motivación primero inconsciente, luego más o menos consciente, que produce los síntomas. Una vez que ha desvelado la motivación, todo el comportamiento neurótico denota una lógica evidente y el síntoma aparece siendo como el símbolo de aquella motivación al fin encontrada.
«Para comprender bien la vida psíquica, es imprescindible dejar de sobrevalorar la conciencia. Es preciso ver en el incosciente el fondo de toda la vida psíquica. El inconsciente se parece a un gran círculo que encerraría al consciente como si fuese un círculo más pequeño. No puede hacer un hecho consciente sin fase anterior inconsciente, mientras que el inconsciente puede pasarse de fase consciente y tener sin embargo, un valor psíquico. El inconsciente es no lo psíquico en sí y su realidad esencial», escribe Freud (La interpretación de los sueños).
Si se presenta como una subida vertical o histórica en el pasado del sujeto (recuerdos, sueños etc.), esta búsqueda de la motivación inconsciente en y a través del discurso se efectúa, en realidad, en y a través de una situación discursiva, horizontal: la relación entre el sujeto y el analista. En el acto psicoanalítico, volvemos a encontrar la cadena sujeto-destinatario, y el hecho fundamental de que todo discurso está destinado a otra persona. «No hay habla sin respuesta,
aunque sólo encuentre el silencio, siempre y cuando tenga un oyente» (Jacques Lacan, Ecrits, 1966). Y más adelante: «¿No se tratará más bien de una frustración que sería inherente al propio discurso del sujeto? No emprende el sujeto, acaso, un desposeimiento, a fuerza de pinturas sinceras que no por ello quitan más incoherencia a la idea, a fuerza de rectificaciones que no logran destacar su esencia, de estados y de defensas que no impiden que vacile su estatus, de abrazos narcisistas que contribuyen a animarla, acaba, pues, reconociendo que aquel ser no ha sido siempre sino su obra en lo imaginario y que tal obra decepciona en él toda certidumbre. Porque, en este trabajo que hace al reconstruirla para otro, vuelve a encontrar la alienación fundamental que le hizo construirla como otra y que le ha sido siempre destinada para que le fuera sustraída por otro... Ese ego... es la frustración por esencia...».
Interrogando el lugar del otro (del analista en el acto discursivo del sujeto analizado), la teoría lacaniana convierte el estudio del inconsciente en una ciencia, ya que le asigna las bases científicamente abordables de un discurso, mediante la fórmula hoy conocida: «El inconsciente del sujeto es el discurso del otro».
No es cuestión en absoluto, aquí, de bloquear el acto discursivo en los términos de una relación sujeto-destinatario, como lo hace de manera corriente la teoría de la comunicación. El psicoanálisis constata una «resonancia en las redes comunicadoras de discurso» que indica la existencia de «una omnipresencia del discurso humano» que sin duda abordará la ciencia algún día en toda su complejidad. En este sentido, el psicoanálisis tan sólo ha dado un primer paso al plantear la estructura dual del sujeto y de su interlocutor, marcando a su vez que
«ahí está el campo que nuestra experiencia polariza en una relación que no es de dos sino en apariencia, porque toda posición de su estructura en términos únicamente duales, le resulta tan inadecuada en teoría como ruinosa en la práctica».
En esta estructura del acto discursivo, el sujeto parlante se sirve de la lengua para construir la sintaxis o la lógica de su discurso: una lengua (subjetiva, personal) en la lengua (estructura socia neutra). «El lenguaje está utilizado aquí en tanto que habla, convertido en aquella expresión de la subjetividad apremiante y elusiva que forma la condición del diálogo. La lengua proporciona el instrumento de un discurso en que la personalidad del sujeto se libera y se crea, alcanza al otro y se hace reconocer por sí mismo.» (Benveniste, «Remarques sur la fonction du langage dans la découverte freudienne», in Problèmes de
linguistique générale).
Es decir que el lenguaje que estudia el psicoanálisis no podría confundirse con el objeto-sistema formal que es la lengua para la lingüística moderna. Para el psicoanálisis, el lenguaje es un sistema significante casi secundario, basándose sobre la lengua y con relación obvia con sus categorías, pero superponiéndose una organización propia, una lógica específica. El sistema significante del consciente. asequible en el sistema significante de la lengua a través del discurso del sujeto, es, señala Benveniste, supralingüístico debido al hecho [de] que utiliza unos signos extremadamente condensados que, en el lenguaje organizado, corresponderían más a unas grandes unidades del discurso que a unas unidades mínimas».
Freud fue el primero en señalar el carácter de los signos extremadamente condensados de la simbólica del sueño (por tanto, del inconsciente). Considera al sistema del sueño como análogo al de un rébus32 o de un jeroglífico: «...se puede decir que la figuración en el sueño, que no está hecha desde luego para ser comprendida, no resulta más difícil de entender que los jeroglíficos para sus lectores.» (El trabajo del sueño). Y más adelante: «[Los símbolos del sueño] tienen a menudo varios sentidos, en ocasiones muchos sentidos, por lo cual, igual que en la escritura china, el contexto es lo que da una comprensión exacta. Gracias a esto, el sueño permite una sobreinterpretación y puede representar mediante un único contenido diversos pensamientos y diversos impulsos de deseo (Wunschregungen) con frecuencia muy diferentes por naturaleza».
Para ilustrar esta lógica onírica, Freud hace referencia a un ejemplo de interpretación de sueños recogido por Artémides y que está basado sobre un juego de palabras. «Me parece que Aristandre dio una explicación muy afortunada a Alejandro de Macedonia cuando éste, habiendo rodeado y sitiado Tiro, se impacientaba y, en un momento de disturbio, había tenido la sensación de ver a un sátiro bailando sobre su escudo. Ocurrió que Aristandre se hallaba en los alrededores de Tiro, en el séquito del rey. Descompuso la palabra sátiro en σά y τύpoς —y logró que el rey, quien se había ocupado del sitio de manera más activa, tomara la ciudad (σα-τύpoς = tuyo Tiro). Y Freud añade:
«Por lo demás, el señor está tan íntimamente ligado a la expresión verbal que, como lo observa Ferenczi con razón, toda lengua tiene su
32 Nota del traductor: «Sucesión de dibujos, de palabras, de cifras, de letras que evocan por homofonía la palabra u oración que se quiere expresar». (Petit Roben).
lengua de sueños». (El subrayado es nuestro).
Hemos formulado aquí el principio de base de la interpretación del discurso en psicoanálisis, que elabora Freud y concretara a lo largo de su obra posterior, pero que puede resumirse como una autonomía relativa del significante debajo de la que se oculta un significado que no está incluido forzosamente en la unidad morfo-fonológica tal y como se presenta en el enunciado comunicado. En efecto, para la lengua griega sátiro es una unidad en la que ambas sílabas no tienen sentido de por sí. No obstante, fuera de dicha unidad, los significantes sa y tiro, que componen sátiro, pueden tener un significado distinto, a saber la ciudad de Tiro cuya conquista inminente motiva el sueño del sujeto. Dos unidades significantes se hallan, pues, en la lógica del sueño, condensadas en una sola que, por su parte, puede tener un significado independiente (del de sus componentes) y que puede ser representado por una imagen: el sátiro.
Al analizar el trabajo del sueño, Freud destaca tres operaciones básicas que marcan el funcionamiento del inconsciente en cuanto que
«lengua»: desplazamiento, condensación y figuración.
Respecto a la condensación, Freud observa que, «cuando se compara el contenido del sueño y los pensamientos del sueño, se observa primero que ha habido un enorme trabajo de condensación. El sueño es breve, pobre, lacónico, comparado con la amplitud y la riqueza de los pensamientos del sueño...» Se podría pensar que la condensación se efectúa por «vía de omisión, siendo el sueño solamente una traducción punto por punto del pensamiento del sueño, aunque una restitución muy incompleta y con muchas lagunas.» Pero, más que de omisión, se trata de nudos (como los del «sátiro») en los que los pensamientos del sueño pudieron hallarse en gran número, porque ofrecían a la interpretación unos sentidos múltiples. Se puede expresar de otra manera el hecho que explica todo esto, diciendo: cada uno de los elementos del contenido del sueño está sobredeterminado. como si estuviera representado varias veces en los pensamientos del sueño». Freud introduce aquí el concepto de sobredeterminaciόn que resultará imprescindible para todo análisis de la lógica del sueño y del inconsciente, y de todo sistema significante que tenga algún parentesco con aquellos.
El principio del desplazamiento desempeña un papel no menos importante en la formación del sueño. «Lo que visiblemente es esencial en los pensamientos del sueño, no está, a veces, representado en absoluto en aquél. El sueño está centrado de otra manera, su
contenido se sitúa alrededor de otros elementos que los pensamientos del sueño.» «Gracias a tal desplazamiento, el contenido del sueño ya no restituye más que una deformación del deseo que está en el inconsciente. Sin embargo, conocemos ya la deformación y sabemos que es la obra de la censura que ejerce una de las instancias psíquicas sobre la otra instancia. El desplazamiento es, entonces, uno de los procedimientos esenciales de la deformación».
Tras haber establecido que «la condensación y el desplazamiento son los dos factores esenciales que transforman el material de los pensamientos latentes del sueño dentro de su contenido manifiesto», Freud concibe los «procedimientos de figuración del sueño». Constata que «el sueño expresa la relación que forzosamente existe entre todos los fragmentos uniendo dichos elementos para formar un todo, un cuadro o una sucesión de acontecimientos. Presenta las relaciones lógicas como simultáneas; exactamente como el pintor que reúne en una escuela de Atenas o en un Parnaso a todos los filósofos o a todos los poetas, cuando no se habían visto nunca juntos en tales condiciones; forman para el pensamiento una comunidad de esta índole». La única relación lógica que utilizará el sueño, cual una lengua jeroglífica como el chino, se construye por la mera aplicación de los símbolos: es, dice Freud, la similitud, el acuerdo, el contacto, el «así como».
En otra parte, Freud señala otra peculiaridad de las relaciones del inconsciente: no conoce la contradicción, la ley de la exclusión del tercero le es extraña. El estudio que Freud dedicó a la denegación (Verneinung) demuestra la particularidad del funcionamiento de la negación en el inconsciente. Por un lado, Freud constata que «el cumplimiento de la función del juicio solamente se hizo posible por la creación del símbolo de la negación». Pero la negación de un enunciado puede significar, a partir del inconsciente, la confesión explícita de su rechazo, sin que el consciente admita lo que se ha rechazado: «[No existe] ninguna prueba más fuerte de que se ha logrado descubrir el inconsciente, como cuando el analizado reacciona ante esta frase: «No se me ha ocurrido pensar esto» o incluso «Nunca se me habría ocurrido pensar en esto». A partir de ahí, Freud puede constatar que la negación, para el inconsciente, no es un rechazo sino una constitución de lo que se da como negado, y puede a su vez concluir: «Con esta manera de comprender la denegación corresponde muy bien el que no se descubre en el análisis ningún «no» a partir del inconsciente...».
Vemos entonces que, para Freud, el sueño no se reduce a un 244
simbolismo sino que es un verdadero lenguaje, es decir, un sistema de signos, por no decir una estructura con una sintaxis y una lógica propias. Hay que insistir sobre este carácter sintáctico de la visión freudiana del lenguaje que a menudo se ha silenciado en pro de una acentuación de la simbólica freudiana.
No obstante, cuando Freud habla de lenguaje, no piensa solamente en el sistema discursivo en el que se hace y se deshace el sujeto. Para la psicopatología psicoanalítica, el mismo cuerpo habla. Recordemos que Freud fundó el psicoanálisis a partir de los síntomas histéricos que supo ver como «cuerpos parlantes». El síntoma corporal está sobre determinado por una red simbólica compleja, por un lenguaje del que hay que aprehender las leyes sintácticas para resolver el síntoma. «Si bien nos enseñó a seguir en el texto de las asociaciones libres la ramificación esta línea simbólica, para reconocer los nudos de su estructura en los puntos en que las formas se cruzan, hoy está muy claro que el síntoma se resuelve por entero en un análisis del lenguaje porque él mismo está estructurado como un lenguaje porque es lenguaje cuya habla ha de liberarse». (Lacan) Sólo hemos apuntado aquí unas pocas reglas esquemáticas del funcionamiento del lenguaje del sueño y del inconsciente tales como las descubrió Freud. Insistimos una vez más sobre el hecho de que tal lenguaje no es indéntico a la lengua que estudia la lingüística, sino que se realiza dentro de esa lengua; subrayamos, por otra parte, que esa lengua no existe realmente más que en el discurso del cual, Freud buscaba las leyes y que, por consiguiente, la investigación freudiana elucida unas especificidades lingüísticas que ninguna ciencia que no las tomara en cuenta podría alcanzar jamás. Siendo a la vez intra y supralingüístico, o trans- lingüístico, el sistema significante que Freud estudia tiene una universalidad que «traspasa» las lenguas nacionales constituidas, ya que se trata de una función del lenguaje propia de todas las lenguas. Freud supuso que esta comunidad del sistema significante del sueño y del inconsciente era genérica; y, efectivamente, el psicoanálisis antropológico ha demostrado que el concepto freudiano y las operaciones del inconsciente que destacó son aplicables también a las sociedades llamadas primitivas. «Lo que hoy día está ligado simbólicamente, estuvo seguramente ligado antiguamente por una identidad conceptual y lingüística —escribe Freud—. La relación simbólica parece ser un resto y una marca de identidad antigua. Se puede observar, a este respecto, que, en toda una serie de casos, la comunidad del símbolo va mucho más allá del conocimiento
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lingüístico. Un determinado número de símbolos son tan antiguos como la formación misma de las lenguas».
Sin llegar hasta la hipótesis que supone que la «lengua primitiva» sería conforme a las leyes del inconsciente —hipótesis que la lingüística no admite y que ninguna lengua antigua o primitiva parece confirmar en el estado del conocimiento—, será más pertinente buscar las reglas lógicas descubiertas por Freud en la organización de algunos sistemas significantes que son tipos de lenguajes en mí mismos. El propio Freud observa: «Esta simbólica no es característica del sueño, pues la volvemos a encontrar en toda la imaginería inconsciente, en todas las representaciones colectivas, populares, en concreto: en el folclore, los mitos, las leyendas, los dichos, los proverbios, los juegos de palabras corrientes: se encuentra incluso más completa que en el sueño».
Se comprende ahora que el alcance del psicoanálisis rebasa de sobra la zona del discurso trastocado del sujeto. Se puede decir que la invención psicoanalítica en el campo del lenguaje tiene como consecuencia mayor el impedir el aplastamiento del significado por el significante, que convierte al lenguaje en una superficie compacta que se puede descomponer lógicamente; el psicoanálisis da pie, por el contrario, al deshoje del lenguaje, separado el significante del significado, obligándonos a pensar cada significado en función del significante que lo produce, y viceversa. Es decir, que la intervención psicoanalítica impide el gesto metafísico que indentificaba las diversas praxis lingüísticas con Una Lengua, Un Discurso, Una Sintaxis, y que incita a buscar las diferencias de las lenguas, de los discursos, o más bien de los sistemas significantes construidos en lo que se ha podido tomar como La lengua o El discurso. Por lo tanto, un inmenso conjunto de praxis significantes a través de la lengua se abre de ahora en adelante a los lingüistas; dos discursos en lengua griega, por ejemplo, aun siendo ambos gramaticales, no tendrán obligatoriamente la misma sintaxis semiótica; uno puede remitir a la lógica de Aristóteles y el otro acercarse a la de los jeroglíficos, si bien ambos discursos se construyen según unas reglas sintácticas distintas, que se podría calificar de trans- lingüísticas.
Freud fue el primero en aplicar sus conclusiones sacadas de la sintaxis del sueño y del inconsciente al estudio de sistemas significantes complejos. Analizando El Chiste y su relación con el inconsciente, Freud descubre unos procedimientos de formación de los chistes que ya hemos observado en el trabajo del sueño: concisión (o
elipsis), compresión (condensación con formación substitutiva), inversión, doble sentido, etc. Por otra parte, las conclusiones que saca Freud del lenguaje del sueño le permiten abordar unos sistemas simbólicos complejos y mucho más indescifrables como el tabú, el tótem, y demás prohibiciones en las sociedades primitivas.
Los trabajos freudianos ofrecen hoy en día una visión nueva del lenguaje, que el psicoanálisis ha tratado de sistematizar y de concretar en las investigaciones de estos últimos años.
Cierto es que la teoría analítica del lenguaje no tiene el rigor ejemplar característico de las teorías formalizadas o matematizadas que coronan la lingüística moderna. Cierto es, igualmente, que los lingüistas se interesan poco por lo que el psicoanálisis descubre en el funcionamiento lingüístico, y vemos, por lo demás, difícilmente cómo sería posible conciliar las formalizaciones del estructuralismo americano y de la gramática generativa, por ejemplo, con las leyes del funcionamiento lingüístico tales como las formula el psicoanálisis moderno en pos de Freud. Claro está que éstas son dos tendencias contradictorias o, al menos, divergentes en la concepción del lenguaje. Freud no era un lingüista y el objeto «lenguaje» que él estudiaba no coincide con el sistema formal que la lingüística aborda y del cual hemos podido sacar a relucir la lenta y laboriosa abstracción a través de la historia. Pero la diferencia entre el acercamiento psicoanalítico del lenguaje y la lingüística moderna es más profunda que un cambio de volumen del objeto. Estriba en la concepción general del lenguaje que difiere de manera radical en el psicoanálisis y en la lingüística.
Vamos a intentar resumir aquí los puntos esenciales de esta divergencia.
El psicoanálisis imposibilita la costumbre comúnmente admitida por la lingüística actual que considera el lenguaje fuera de su realización en
el discurso, es decir, olvidando que el lenguaje no existe fuera del discurso de un sujeto, no considerando a tal sujeto como implícito, igual a sí mismo, unidad fija que coincide con su discurso. Este postulado cartesiano, que está al origen del proceder de la lingüística moderna y que Chomsky pone de manifiesto, se ha desmoronado con el descubrimiento freudiano del inconsciente y de su lógica. Resultaría difícil en la actualidad hablar de un hablante sin seguir las diversas configuraciones que revelan las diferentes relaciones de los habitantes con su discurso. El sujeto no es, se hace y se deshace dentro de una
topología33 compleja en que se incluyen al otro y su discurso; no se podría hablar más del sentido de un discurso sin tomar en cuenta esta topología. El sujeto y el sentido no son, se producen en el trabajo discursivo (Freud hablaba del trabajo del sueño). El psicoanálisis sustituye la estructura llana que es la lengua para la lingüística estructural y sus variaciones transformacionales, por la problemáti ca de la producción del sentido (del sujeto que se ha de delimitar teóricamente). No una producción en la acepción de la gramática generativa que, por su lado, no produce nada (puesto que no replantea al sujeto ni al sentido) y se conforma con sintetizar una estructura en el transcurso de un proceso que no cuestiona en ningún momento los fundamentos de la estructura; sino una producción efectiva que traspasa la superficie del discurso enunciado, y en la enunciación — nuevo estrato abierto en el análisis del lenguaje— genera un determinado sentido con un determinado sujeto.
Jakobson había llamado ya la atención sobre esta distinción entre la enunciación en sí y su objeto (la materia enunciada) para demostrar que determinadas categorías gramaticales, llamadas shifters34, pueden indicar que el proceso del enunciado y/o sus protagonistas se refieren al proceso de la enunciación y/o a sus protagonistas (por ejemplo, el pronombre «yo», «las partículas y las flexiones que fijan la presencia como sujeto del discurso, y con ella, el presente de la cronología»). Lacan emplea esta distinción para comprender más allá del enunciado, en la enunciación, un significado (inconsciente) que sigue oculto para la lingüística: «En el enunciado “je crains qu’il ne vienne” [temo que venga], je es el sujeto del enunciado, no el sujeto del verdadero deseo, sino un shifter o el índice de la presencia que lo enuncia». «El sujeto de la enunciación en tanto que asoma su deseo, no está sino en ese ne cuyo valor se podrá determinar en función del eje lógico35...».
La distinción enunciación/enunciado es un mero ejemplo de la revisión de la concepción del lenguaje con vistas a la constitución de una teoría del lenguaje en cuanto que producción.
33 Topología: estudio matemático de los espacios y de las formas; por extensión, aquí, el estudio de la configuración del espacio discursivo del sujeto con respecto al otro y a su discurso.
34 Es decir, los «presentadores». (Nota del traductor.)
35 En francés, los verbos que expresan temor, utilizados en su forma afirmativa, exigen el llamado «no» expletivo en la completiva, a saber la primera parte de la forma negativa (ne...pas) si bien pierde en tales casos su «sentido» gramatical de negación: el uso de este
«ne» es, en efecto facultativo (Nota del traductor.)
Otra distinción, ligada a la problemática del sentido y del sujeto en el lenguaje, asoma en la teoría psicoanalítica: la de la primacía (sincrónica) del significante sobre el significado. Aquí estamos lejos de la desconfianza hacia el significado propio de la lingüística bloomfieldiana y post-bloomfieldiana. Por el contrario, el significado está presente en cada análisis y son relaciones lógicas entre significados lo que escucha el analista en el discurso, condensado y desplazado, del sueño. Pero este significado no está independiente del significante, sino todo lo contrario: el significante se vuelve autónomo, se desprende del significado al cual adhiere durante la comunicación del mensaje, y se descompone en unidades significantes que, por un lado, transportan un nuevo significado, inconsciente, invisible debajo del significado del mensaje conscientemente comunicado (tal es el caso mencionado más arriba del «sátiro» o de «je crains qu’il ne vienne»). Un análisis semejante de la relación significante-significado en el leguaje demuestra «cómo entra en realidad el significante en el significado; a saber bajo una forma que, para no ser inmaterial, plantea la cuestión de su lugar en la realidad», escribe Lacan, el cual puntualiza: «La primacía del significante sobre el significado aparece ya como imposible de eludir de todo discurso acerca del lenguaje, no sin que desconcierte demasiado el pensamiento por haber podido, incluso hoy en día, ser abordada por los lingüistas». «Sólo el psicoanálisis está en condiciones de imponer al pensamiento esta primacía demostrando que el significante prescinde de toda cogitación, por muy poco reflexiva que fuese, para ejercer unos reagrupamientos no dudosos en las significaciones que someten al sujeto, más aún: para manifestarse en sí mismo por medio de esa intrusión alienadora cuya noción de síntoma toma, en análisis, un sentido emergente: el sentido del significante que connota la relación del sujeto con el significante36».
Por último, el principio de la primacía del significante instaura en el lenguaje analizado una sintaxis que se salta el sentido lineal de la cadena hablada y une unidades significantes localizadas en diversos morfemas del texto, siguiendo una lógica combinatoria. «Se ha de considerar la sobredeterminación primero como un hecho sintáctico.» De esta descomposición, ramificación, cruce de la cadena significante, se deduce una red significante compleja en la que el sujeto evoca la
36 Saussure, en sus Anagrammes, fue el primer lingüista que entendió esa «primacía significante» para formular una teoría de la significación llamada «poética» (cf. p. 292).
complejidad móvil de lo real, sin poder fijarse ningún nombre con sentido concreto (salvo en el nivel del concepto) ya que «ninguna significación se sostiene si no es porque remite a otra significación» (Lacan).
Este resumen esquemático de algunos de los principios básicos de la concepción analítica del lenguaje, en su novedad radica] respecto a la visión lingüística moderna, plantea de manera inevitable la cuestión de la posibilidad de su introducción en el saber lingüístico. Resulta imposible en la actualidad prever la eventualidad, y menos aún el resultado de semejante penetración. Pero es evidente que la actitud analítica para con el lenguaje no omitirá la sistematización neutra del lenguaje científico, obligando la lingüística formal a cambiar de discurso. Lo que nos parece aún más probable, es que la actitud analítica invista el campo del estudio de los sistemas significantes en general, aquella semiología con la que soñaba Saussure y que, por ende, modificará la concepción cartesiana del lenguaje para dar pie a que la ciencia alcance la multiplicidad de los sistemas significantes elaborados en y a partir de la lengua.
2. La praxis lingüística
Objeto de una ciencia particular, materia en que se forman el sujeto y su conocimiento, el lenguaje es ante todo una praxis. Praxis cotidiana que llena cada segundo de nuestra vida, incluido el tiempo de nuestros sueños, elocución o escritura, es una función social que se manifiesta y se conoce en su ejercicio.
Praxis de la comunicación ordinaria: conversación, información. Praxis oratoria: discurso político, teórico, científico.
Praxis literaria: folklore oral, literatura escrita; prosa, poesía, canto, teatro,...
Se puede alargar la lista: el lenguaje invierte todo el campo de la actividad humana. Y si, en la comunicación corriente, practicamos el lenguaje de manera casi automática, como si no prestáramos atención a sus reglas, el orador y el escritor se enfrentan constantemente a aquella materia y la manejan con un conocimiento implícito de sus leyes que la ciencia no ha advertido, sin duda, en su totalidad.
Oradores y retores
La historia recoge el ejemplo de oradores griegos y latinos famosos cuya maestría deslumbraba y subyugaba a las multitudes. Se sabe que no era, solamente, el «pensamiento» de los oradores lo que ejercía aquel dominio sobre las masas sino la técnica que utilizaban para pasarla a la lengua nacional.
La elocuencia no se desarrolló en Grecia hasta el siglo V bajo la influencia de los retores y de los sofistas, en el recinto de la Asamblea en la que todo ciudadano participaba en la política tomando la palabra. Se cree, sin embargo, que la retórica tiene un origen siciliano y debe su nacimiento a los discursos de defensa de los ciudadanos durante los juicios. Allí, en Siracusa, fue donde Korax y Tisias escribieron el primer tratado de retórica, distinguiendo como partes del discurso: el exordio, la narración, la discusión y la peroración. Pero inventaron también el concepto tan vago y servil de verosimilitud que desempeña un importante papel en los asuntos públicos. Si un hombre débil es acusado de haber golpeado a un herido, es inverosímil; pero si a un hombre fuerte se le acusa de haber golpeado a un herido, también es inverosímil ya que la fuerza le expone automáticamente a tal acusación. Semejante elasticidad del concepto de verosimilitud es útil, por supuesto, para quienes tienen el poder...
Los sofistas con Protágoras (485-411) desempeñaron un papel decisivo en la formación del arte de la oratoria. En su Arte de disputar profesa que «acerca de todo tema existen dos tesis opuestas» y el orador perfecto debe poder «hacer triunfar la tesis débil sobre la tesis fuerte». Gorgias (485-380) es uno de los más grandes sofistas: estilista impecable, dialéctico, es el inventor de procedimientos clásicos en el arte de la oratoria, tal como la técnica de hacer corresponder palabras de formas semejantes en dos miembros de frases consecutivos. Debemos a su arte una Pítica, una Olímpica, una Oración fúnebre y unos Elogios (Elogio de Elena, Defensa de Polámedes), Antifón (480-411), pero sobre todo Andócides, Lisias e Iseo fueron logógrafos y oradores judiciales, habiendo dejado los tres últimos unos discursos escritos. Isócrates (nacido en 436) dejará de lado este estilo para cultivar una elocuencia medida, perfecta por su composición, ponderada, que conoce los recuerdos de la lengua, las leyes de la lógica y las exigencias de la eufonía, como lo atestigua su discurso panegírico por la gloria de Atenas. En el terreno de la elocuencia política, Demóstenes (384-322) es insuperable. De sobra conocemos su leyenda que lo representa como
un niño frágil y tartamudo, tratando de adquirir, con la boca rebosante de piedras, una dicción perfecta y una estatura elegante. Sus famosas Filípicas, dirigidas contra la política de Filipo de Macedonia le brindaron su renombre de patriota. Luchó contra Filipo; luego contra Alejandro; después de la muerte de éste, se envenenó en un templo de Poseidón, huyendo de los soldados de Antípatros quien exigía que le fueran entregados los principales oradores.
Tal ilustre escuela de oradores era, evidentemente, el producto de una vida pública intensa que había de desaparecer con la decadencia y la caída de Atenas.
El contacto con esta praxis oratoria formó a los grandes oradores, quienes se convirtieron en los grandes líderes de los pueblos, dio lugar, por lo demás, al nacimiento de una ciencia del discurso. No un estudio del sistema formal (gramatical) de la lengua y de sus categorías (gramaticales) sino unas grandes unidades construidas dentro del sistema de la lengua, mediante las cuales (conociendo, claro está, la gramática de dicha lengua a la perfección) elaboró el orador un universo significante de pruebas y de demostraciones. Es así que en Grecia se sintió la necesidad de codificar las leyes de tal construcción: surgió la retórica. Una vez constituida, como ya lo hemos indicado más arriba, se dividió en dos escuelas: los discípulos de Isócrates, por un lado, distinguían cuatro partes del discurso (poema, narración, prueba y epílogo); los discípulos de Aristóteles, por otra, que, siguiendo la enseñanza de su maestro, prestaban una particular atención a la influencia del discurso sobre el auditorio, distinguían en el discurso las pruebas (o contenido material), el estilo y la disposición. Se sabe que el sistema es el corazón de la retórica aristotélica; Aristóteles lo concibe como funciones del discurso y teoría, en realidad, de tres partes: teoría de los argumentos retóricos (con base lógica, y análisis del silogismo), teoría de las emociones y teoría del carácter del autor.
Roma también conoció su gloria oratoria sobria y medida en los tiempos de Cicerón (106-43) y de Hortensio. La vida turbulenta de Marco Tulio Cicerón estrechamente mezclada con la actividad política de la Roma del siglo I antes de Cristo, el cual participó en la subida y caída de Sila, de Catilina, de Pompeyo, de César, es el perfecto ejemplo del poder y de la vulnerabilidad del orador antiguo. Proclamado Padre de la patria, luego exiliado, después reclamado nuevamente por Roma que le acogió triunfalmente, compone su elogio de Catón al que responde César con un anti-Catón; escribe sus famosas Filípicas contra Antonio, para que, por último, le llegaran a condenar a muerte, por
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orden de Antonio, muriendo en manos de los soldados del triunviro. Cicerón creó una nueva lengua; introdujo la lógica y la filosofía griega en Roma, y con un irresistible estilo luchó por un ideal político, mezcla de aristocracia y de gobierno popular; pero sobre todo vivió hasta las últimas consecuencias la embriaguez de quien se erige en tanto que poseedor y dueño de un habla que le aseguraba la dominación de sus destinatarios, a los que otorgó el único papel de ser el silencio que soportaba su verbo.
La celebridad de Séneca (55 a. de C.-39 d. de C.) eclipsó durante algún tiempo la gloria ciceroniana, hasta que llegó Quintiliano. Nacido a mediados del primer siglo, estudió la retórica con Domitius Afer, uno de los más célebres oradores de su tiempo, y expuso el arte retórico en sus Instituciones oratorias. Enseñó durante veinte años en Roma y tuvo alumnos famosos: Plinio y Suetonio, quien escribió una biografía de los retores. Para formar a un perfecto orador, Quintiliano considera que hay que cogerle en mano de la cuna y llevarle basta su tumba. Enseñaba la gramática a sus alumnos así como la ortografía, la música, la geometría, y daba una especial importancia a la educación, a los ejercicios de la memoria y de la declamación, antes de especificar las diferentes partes y los procedimientos del discurso perfecto. Según él, lejos de ser un artífice, el uso perfecto del habla no podía ser sino el atributo de un hombre sabio: «El orador debe ser de tal modo que se le pueda llamar verdaderamente sabio. No sólo quiero decir que ha de ser irreprochable en sus costumbres de vida, pues esto solamente, por mucho que se haya dicho, no me parece suficiente, sino que se interese además por todas las ciencias y por todos los géneros de elocuencia.
¿Quién sabe si este Fénix llegará a existir algún día? ¿No se ha de tender, aun así, hacia la perfección? ¿Acaso no lo hicieron los Antiguos quienes, así como reconocían que no se había encontrado aún a ningún sabio verdadero, nos legaron empero unos preceptos sobre la sabiduría? No, la perfecta elocuencia no es ninguna quimera; es algo muy real y nada impide que el espíritu humano pueda alcanzarla...».
El arte oratorio que imperaba durante la Antigüedad parece decaer hoy en día. La religión estuvo alimentándolo en el siglo XVII (con Bossuet, por ejemplo), pero los grandes oradores escasean en la vida cotidiana, y sólo los movimientos revolucionarios parecen brindarnos, en la actualidad, una escenificación adecuada para el ejercicio del poder del habla. En este último caso, asoma la retórica de la antirretórica, cuando el discurso transmite a las masas una palabra impersonal, científica, que toma sus fuerzas del riguroso análisis de la
economía y de la ideología y logra su influencia por su capacidad en estar conforme al deseo (significado y significante) de sus destinatarios.
Toda casta o clase dominante ha sabido explotar la praxis del lenguaje, y ante todo la praxis oratoria, para consolidar su supremacía. Pues, si la lengua de una nación no cambia práctica o imperceptiblemente, los lenguajes que se van formando de aquél — los tipos de retórica, de estilo, los sistemas significantes— conllevan e imponen cada cual una ideología, una concepción del mundo, una postura social diferentes. La «manera de hablar», como se suele decir, está lejos de ser indiferente para el contenido del habla, y cada contenido ideológico halla su forma especifica, su lenguaje, su retórica. Se comprende entonces por qué es una ley objetiva el que toda transformación social se acompañe siempre de una transformación retórica, que toda transformación social sea en un determinado y muy profundo sentido una mutación retórica. El ejemplo de la Revolución
Francesa es, a este respecto, sumamente asombroso.
No sólo la Revolución se apoyó sobre el inmenso trabajo innovador que escritores como Voltaire, Diderot, Sade, etc. realizaron en el nivel mismo del lenguaje y de la literatura francesa; no sólo preconizó en sus leyes un cambio de vocabulario; sino que no se anunció únicamente en los discurso y los escritos de sus dirigentes: se hizo literalmente. Podríamos seguir la eclosión y la marcha de la Revolución Francesa a través de la eclosión y de la marcha de una retórica nueva de un estilo nuevo que conmocionó la lengua francesa de los siglos XVII y XVIII para desembocar sobre la frase de Robespierre...
Sí, en la Consumante sigue dominando la retórica tradicional que se inspira de Quintiliano, con la Legislative37 empieza a liberarse el estilo del academismo y de la elocuencia pomposa. Pero en la Montagne (partido del pueblo sublevado) es donde se renueva el arte oratorio y Robespierre será su maestro. Después de su caída, el Directoire es verboso y el Consulado y el Imperio están mudos. Mirabeau, Barnave, Condorcet, Vergniaud, Danton, Robespierre, Sain-Just, herederos de los principios de Montesquieu, Diderot, Rousseau, manejan un discurso que se va emancipando lenta aunque certeramente de la
37 Se trata de «l’Assemblée Constituante» y de «l’Assemblée legislative primer órgano gubernamental creado por la Revolución Francesa que acabó con el sistema monárquico, a partir de las cuales se han derivado las bases políticas francesas actuales. (Nota del traductor.)
retórica formalista y apara tosa de los Antiguos, la cual seguía dominando entre los juristas de la Constituante. y del clasicismo decadente de los salones literarios. La elocuencia de la República buscará su modelo en Tácito y en Tito Livio, y recurrirá, uno tras otro, a unos acentos dignos de un auditorio aristocrático (Mirabeau), a las notas elegiacas de un humanismo decepcionado y de un individualismo desalentador en los vencidos (Vergniaud), al pathos legislador e incorruptible (Robespierre) antes de volver a ser vanamente declamatorio bajo la Restauración para nutrir la nostalgia de los románticos. Aunque el interés por la elocuencia haya seguido siendo constante durante aquella mutación en que diversas capas sociales se apoderaron de la palabra, cada una la marcaba a su manera:
«En aquellos tiempos, la lengua de Racine y de Bossuet vociferó la sangre y la muerte; rugió con Danton; gritó con Marat, silbó cual una serpiente en boca de Robespierre. Mas siguió siendo pura», escribe el monárquico Desmarais.
Mirabeau38
Necker acababa de proponer una contribución excepcional de un cuarto de la renta.
«...Señores, en medio de tantos debates tumultuosos, ¿no podría volver a la deliberación del día mediante unas pocas preguntas muy simples?
»¡Dignaos, señores, dignaos responderme!
»¿No os ha brindado el primer ministro el más espantoso cuadro de nuestra situación actual?
»¿No os ha dicho que cualquier demora agravaría el peligro? ¿Que un día, una hora, un instante podía hacerlo mortal?
»¿Tenemos algún plan como sustituto del que nos propone?
»...Amigos míos, escuchad una palabra, sólo una palabra. Dos siglos de depredaciones y de bandolerismo han ido cavando el abismo en el que el reino está a punto de desaparecer. ¡Hay que llenarlo, aquel abismo horrendo! Pues, aquí tienen la lista de los propietarios franceses. Elegid entre los más ricos, con el fin de sacrificar a menos ciudadanos; mas elegid; porque ¿acaso no es preciso que unos pocos sucumban para salvar a la masa del pueblo? Vamos, esos dos mil
38 Discurso «Sur la banqueroute», 26 de septiembre de 1789. Les Orateurs de la Révolution Française. 1939.
notables poseen lo bastante como para colmar el déficit.
Devolved un orden en vuestras finanzas, una paz y una prosperidad en el reino... ¡Golpead, inmolad sin piedad a aquellas tristes víctimas!
¡Arrojadlas en el abismo! Volverá a cerrarse... el horror os echa para atrás... ¡Hombres inconsecuentes! ¡Hombres pusilánimes! ¡Ay! ¿Es que no veis que decretando la bancarrota, o, lo que es aún más odioso, por hacerla inevitable, sin decretarla, os mancháis con un acto mil veces más criminal? Pues, al fin y al cabo, ese horrible sacrificio, al menos, haría desaparecer e] déficit. Pero ¿acaso pensáis que, porque no habéis pagado, ya no debéis nada? ¿Acaso creéis que los millares, los millones de hombres que van a perder en un instante, por la explosión terrible o por sus repercusiones, todo lo que hacía el consuelo de su vida y, tal vez, su único medio para sustentarla, os van a dejar apaciblemente gozar de vuestro crimen?
«Contempladores estoicos de las dolencias incalculables que aquella catástrofe vomitará sobre Francia, egoístas impasibles que pensáis que aquellas convulsiones de la desesperanza y de la miseria se apagarán como tantas otras, y con tanta más rapidez como más violentas serán,
¿estáis realmente seguros que tantos hombres sin pan os van a dejar saborear tranquilamente los manjares cuyo número ni delicadeza habéis querido disminuir?... No, moriréis, y en la conflagración universal que no teméis encender, la pérdida de vuestra honra no salvará ni uno solo de vuestros detestables goces...
Vergniaud39
Desde la desbandada de las tropas de Dumouriez en Aix-la Chapelle, el 1 de marzo de 1793, y la consolidación del Tribunal revolucionario, la Montagne crece en importancia.
Durante el último mes, los acontecimientos se precipitan: el 10 de marzo estalla la sublevación vendeana; el 4 de abril, Dumouriez ha pasado al campo del enemigo; el 5, se crea el Comité de salud pública. Las circunstancias exigen una dirección muy firme. Robespierre la muestra. La defensa de Vergniaud es ya desesperada: precede por unas semanas el arresto de los cabecillas girondinos.
«...Robespierre nos acusa de habernos vuelto de repente “moderados”, “constitucionales” de “feuillants”40.
39 Op. cit.
40 Club formado por antiguos jacobinos moderados que procedían de la alta burguesía
«¿Nosotros, moderados? ¡No lo eras el 10 de agosto, Robespierre, cuando estabas ocultándote en tu desván!, ¡”moderados”! No, no lo soy en el sentido en que quiero apagar la energía nacional; sé que la libertad está siempre activa cual una llama, que es inconciliable con esa calma perfecta que solamente conforma a los esclavos; si sólo se hubiese querido alimentar el fuego sagrado que se consume en mi corazón con tanto ardor como el de los hombres que no paran de hablar de lo impetuoso de su carácter, no hubiesen estallado unos disentimientos tan grandes en la Asamblea. También sé que, en tiempos revolucionarios, sería tanta locura pretender sosegar a discreción la efervescencia del pueblo como mandar sobre las olas del mar para que se serenen cuando las agitan los vientos; pero el legislador es quien ha de prevenir cuanto pueda los desastres de la tempestad con sabios consejos; y si, bajo pretexto revolucionario, es preciso, para ser patriota, declararse protector del asesinato y del bandolerismo, ¡soy “moderado”!
»Desde la abolición de la monarquía, mucho he oído hablar de revolución. He pensado para mis adentros: ya tan sólo quedan dos posibles: la de las propiedades, o la ley agraria, y la que nos llevaría de nuevo al despotismo. He tomado la firme resolución de combatirlas ambas y todos los medios indirectos que pudiesen conducirnos a ellas. Si esto es ser moderado, todos lo somos, pues todos hemos votado la pena de muerte contra todo ciudadano que proponga una u otra...»
Robespierre41
«... El gobierno de la Revolución es el despotismo de la libertad contra la tiranía.
»... ¿Hasta cuándo vamos a seguir llamando justicia el furor de los déspotas, y barbarie o rebelión la justicia del Pueblo?
»... Indulgencia para los monárquicos, escriben algunas personas:
¡Piedad para los malvados! No: ¡Piedad para con la inocencia, piedad para con los débiles, piedad para con los desgraciados, piedad para con la humanidad!
»... Los enemigos internos del Pueblo francés se han dividido en dos secciones, como dos cuerpos del ejército Avanzan con banderas de diferente color y por diferente camino; pero avanzan hacia la misma
y de la aristocracia liberal que apoyaban la monarquía constitucional. (Nota del traductor.)
41 Respuesta a las acusaciones de despotismo, op, cit.
meta.
»La meta es la desorganización del gobierno popular, la ruina de la Convención, es decir, el triunfo de la tiranía. Una de esas dos facciones nos empuja hacia la debilidad, la otra hacia los excesos. La una quiere transformar la libertad en bacante, la otra en prostituta.
»... A los unos se les ha dado el nombre de moderados sería más acertado llamarles ultra-revolucionarios, igual que se suele hacer con los otros.
»... El falso revolucionario está quizás más a menudo por encima o por debajo de la revolución. Es moderado, ávido de patriotismo, según las circunstancias. Se está parando en los comités prusianos, austríacos, ingleses, incluso moscovitas, aquello que él pensará a la mañana siguiente. Se opone a las medidas enérgicas, y las exagera cuando no ha podido impedirlas. Severo hacia la inocencia pero indulgente con el crimen; acusando incluso a los culpables que no son bastante ricos para comprar su silencio, ni bastante importantes para merecer su atención; pero cuidándose de no comprometerse jamás hasta el punto de defender la virtud calumniada; descubriendo de vez en cuando alguna que otra conspiración que ya había sido descubierta; arrancando la máscara a traidores desenmascarados e incluso decapitados; pero ensalzando a los traidores vivos y acreditados todavía; ansioso siempre por mimar la opinión del momento y no menos atento para no aclararla nunca sobre todo por no meterse con ella; dispuesto siempre a adoptar las medidas atrevidas siempre y cuando tengan muchos inconvenientes; calumniando a aquellos que no presentan más que ventajas o agregando todas las enmiendas que puedan perjudicarlas; diciendo la verdad con parsimonia, todo cuanto haga falta, para adquirir el derecho de mentir impunemente; destilando el bien gota a gota y vertiendo el mal a chorros, lleno de fuego para las grandes resoluciones que no significan nada; más que indiferente hacia aquellas que puedan honrar la causa del Pueblo y salvar la Patria; muy pendiente de las formas del patriotismo; amante, cual los devotos del que se declara su enemigo, de las prácticas exteriores, preferiría usar cien gorros rojos antes que hacer una buena acción.
»... ¿Hay que actuar? Peroran. ¿Hay que deliberar? Quieren empezar por la actuación. ¿Los tiempos están tranquilos? Se oponen a todo cambio útil. ¿Están airosos? Hablan de reformarlo todo, de trastocarlo todo, ¿Queréis contener a los sediciosos? Os recuerdan la clemencia de César. ¿Queréis salvar a los patriotas del acoso? Os proponen como
modelo la severidad de Bruto. Descubren que fulano ha sido noble cuando servía la República, ya no se acuerdan de ello en cuanto la traicionan. ¿La paz es útil? Lanzan alardes de la victoria. ¿Hace falta una guerra? Elogian las dulzuras de la paz. ¿Hace falta retomar nuestras fortalezas? Quieren asaltar las iglesias y trepar los cielos; se olvidan de los austriacos para darles guerra a las devotas...»
El discurso conlleva e impone una ideología; y cada ideología encuentra su discurso. Se comprende entonces por qué toda clase dominante cuida particularmente la praxis del lenguaje y controla sus formas y los medios de su difusión: la información, la prensa, la literatura. Se comprende por qué una clase dominante tiene sus lenguajes predilectos, su literatura, su prensa, sus oradores y tiende a censurar cualquier otro lenguaje.
La literatura
La literatura es, sin duda alguna, el terreno privilegiado en que se ejerce el lenguaje, se concreta y se modifica. Del mito a la literatura oral, del folklore y de la épica a la novela realista y a la poesía moderna, el lenguaje literario ofrece una diversidad cuyos géneros estudia la ciencia literaria si bien no deja por ello de estar vinculado por una sola y misma característica que lo diferencia del lenguaje de la comunicación sencilla. Si la estilística analiza las distintas peculiaridades de tal o cual texto y contribuye de esta forma para la constitución de una teoría de los géneros, la poética, por su parte, trata de cernir la función común al lenguaje en sus diversas manifestaciones literarias. Se ha dado en llamar función poética aquella especificidad de la función del len guaje en la literatura. ¿Cómo concretar la función poética? Jakobson da el siguiente esquema de la comunicación lingüística:
destinador destinatario
Si el mensaje está orientado hacia el contexto, su función es cognitiva,
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denotativa, referencial. Si el enunciado trata de expresar la actitud del destinador respecto a aquello de lo que habla, la función es emotiva. Si el enunciado acentúa el contexto, la función es fática. Si el discurso se centra en el código, cumple una función metalingüística. No obstante, «el objetivo (Einstellung) del mensaje como tal, el acento puesto sobre el mensaje por cuenta propia, es lo que caracteriza la función poética del lenguaje». Resulta importante citar la definición completa que nos da Jakobson de la función poética: «No se puede estudiar con provecho esta función si se pierde de vista los problemas generales del lenguaje así como un análisis minucioso del lenguaje requiere que tomemos seriamente en consideración la función poética. Cualquier intento para reducir la esfera de la función poética a la poesía, o para confinar la poesía a la función poética no conduciría más que a una excesiva y engañosa simplificación. La función poética no es la única función del arte del lenguaje, sino la función dominante de aquél, y determinante, mientras que las demás actividades verbales desempeñan tan sólo un papel subsidiario, accesorio. Tal función que pone en evidencia el lado palpable de los signos profundiza por eso mismo la dicotomía fundamental de los signos y de los objetos. Por lo cual, al tratar de la función poética, la lingüística no puede limitarse al terreno de la poesía».
Es obvio que la «función poética» del lenguaje no caracteriza a un solo tipo de discurso, por ejemplo, la poesía o la literatura. Todo ejercicio de lenguaje, aparte de la poesía puede dar lugar a esta función poética.
En cuanto a lo que concierne a la poesía propiamente dicha, aquella acentuación del mensaje por cuenta propia aquella dicotomía de los signos y de los objetos viene marcada, en primer lugar, por la importancia que tiene en ello la organización del significante, o del aspecto fonético del lenguaje. La similitud de los sonidos, los ritmos, la entonación, la rítmica de los diferentes tipos de versos, etc., tienen una función que, lejos de ser meramente ornamental, transporta un nuevo significado que se sobreañade al significado explícito: «Corriente subyacente de significación» dice Poe; «El sonido debe parecer un eco del sentido» declara Pope; «El poema, aquella vacilación prolongada entre el sonido y el sentido» indica Valéry. La ciencia moderna que se ocupa de esta organización significante —la prosodia— habla de cierto simbolismo de los sonidos.
Para concretar aún más la función poética, Jakobson introduce los términos de selección y de combinación. Admitamos, por ejemplo, que el
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tema de un mensaje sea «niño»: el locutor puede elegir entre las palabras de toda una serie (niño, chico, muchacho, mocoso) para anotar el tema; y para comentar el tema, también puede escoger entre varias palabras: duerme, dormita, descansa, reposa. «Las dos palabras elegidas se combinan en la cadena hablada. La selección se produce en base a la equivalencia, a la similitud o la disimilitud, a la sinonimia o a la antinomia, mientras que la combinación, la construcción de la secuencia se asientan sobre la contigüidad. La función poética proyecta el principio de equivalencia del eje de la selección sobre el eje de la combinación. La equivalencia se eleva al rango de procedimiento constitutivo de la secuencia. En poesía, cada sílaba se relaciona por equivalencia con todas las demás sílabas de la misma secuencia; todo acento de palabra supone ser igual a cualquier otro acento de palabra; y, de la misma forma, lo inacentuado es igual a lo inacentuado; largo (prosódicamente) es igual a largo, breve a breve; frontera de palabra es igual a frontera de palabra, ausencia de frontera a ausencia de frontera; pausa sintáctica es igual a pausa sintáctica, ausencia de pausa a ausencia de pausa. Las sílabas se convierten en unidades de medida y lo mismo ocurre con los acentos.»
Recordemos que ya nos hemos encontrado con este principio de equivalencia de las secuencias contiguas en la sintaxis del sueño.
A tales peculiaridades del lenguaje literario, la ciencia de la
literatura, constituida en base a la lingüística y a la experiencia de las descripciones literarias tradicionales, añade otras para demostrar que la función poética es efectivamente una «reevaluación total del discurso y de todos sus componentes, cualesquiera que sean». La reevaluación consiste por lo general, como ya lo había mostrado el Círculo lingüístico de Praga, «en que todos los planos del sistema lingüístico que no tienen en el lenguaje de comunicación sino un papel de servicio, toman, en el lenguaje poético, unos valores autónomos más o menos considerables. Los medios de expresión agrupados en esos planos así como las relaciones mutuas que existen entre éstos y que tienden a volverse automáticas en el lenguaje de la comunicación, tienden por el contrario a actualizarse en el lenguaje poético». En algunos casos, la búsqueda de autonomía del significante, impregnado de un significado que está, en cierto modo, superpuesto al significado del mensaje explícito, llega tan lejos que el texto poético se constituye como un nuevo lenguaje, rompiendo las reglas mismas del lenguaje de la comunicación de una lengua dada y se presenta como un álgebra supra-o infra-comunicativa; así, por ejemplo, los poemas de Browning
y de Mallarmé... La traducción de tales textos que parecen destruir la lengua de la comunicación habitual para construir sobre ella otro lenguaje, es casi imposible tienden, a través de la materia de una lengua natural, hacia el establecimiento de relaciones significantes que obedecen menos a las reglas de una gramática que a las leyes universales (comunes a todas las lenguas) del inconsciente.
Mallarmé escribía para crear un lenguaje diferente a través del francés. Si Igitur y Un coup de des... llevan consigo el testimonio de ese lenguaje, las concepciones teóricas de Mallarmé revelan sus principios. En primer lugar, tal lenguaje no es el de la comunicación: «Lo mejor que ocurre entre dos personas, es algo que se les escapa, en tanto que interlocutores». El lenguaje nuevo, por construir, traspasa la lengua natural y su estructura, o la transpone: «Este propósito, yo lo llamo Transposición-Estructura, es otro más. Descentra la aparente estructura de la comunicación y produce un sentido —un canto— suplementario: «L’air on chant sous le texte, conduisant la divinisation d’ici la... ¿Cómo construir esta lengua en la lengua? Primero, acorde a la lingüística comparada de su tiempo (que acababa de descubrir el sánscrito y buscaba la génesis de las lenguas, Mallarmé se propone conocer las leyes de las lenguas de todos los pueblos del mundo, pa ra llegar no a una lengua originaria —tal como lo quería el fantasma lingüístico—sino los principios generadores, universales y, por ende, anónimos de toda lengua: « Ne semble-t-il point à première vue que pour bien percevoir un idiome et l’embrasser dans son ensemble, il faille connaître tous ceux qui existent et ceux même qui ont existé...»42 (en Les Mots anglais)43. Leer el texto es prestar oído a la generación de cada elemento que compone la estructura presente: «mais plutôt des naissances sombrèrent en l’anonymat et l’immense sommeil l’ouïe à la génératrice, les prostrant, cette fois, subit un accablement et un élargissement de tous les siècles...»44.
La lengua que la escritura busca se encuentra en los mitos, las religiones, los ritos —en la memoria inconsciente de la humanidad que la ciencia descubrirá algún día analizando los diversos sistemas de
42 «Acaso no parece a primera vista que, para percibir bien un idioma y abarcarlo en su conjunto, sea preciso conocer todos los que existen e incluso aquellos que existieron...» (Nota del traductor.)
43 Los palabras inglesas. (Nota del traductor.)
44 «Mas antes se sumieron unos nacimientos en el anonimato y en el sueño inmenso que la escucha de la generadora, al someterlos, sufre un duro golpe y una apertura para todos los siglos...» (Nota del traductor.)
sentido. « Pareil effort magistral de l’Imagination désireuse, non seulement de se satisfaire par le symbole éclatant dans les spectacles du monde, mais d’établir un lien entre ceux-ci et la parole chargée de les .exprimer, touche à l’un des mystères sacres et périlleux du Langage; et qu’il sera prudent d’analyser seulement le jour où la science, possédant le vaste répertoire des idiomes jamais parles sur la terre, écrira l’histoire des lettres de l’alphabet a travers tous les âges et quelle était presque leur absolue signification, tantôt devinée, tantôt méconnue par les hommes créateurs des mots: mais il n’y aura plus, dans ce temps, ni science pour résumer cela, ni personne pour le dire. Chimère, contentons-nous, a présent, des lueurs que jettent a ce sujet des écrivains magnifiques. »45
La función de la literatura es trabajar para aclarar las leyes de aquella lengua inmemorial, de aquella álgebra inconsciente que traspasa el discurso, de aquella lógica de base que establece unas relaciones (lógica de equivalencia, diría Jakobson): «Une extraordinaire appropriation de la structure, limpide, aux primitives foudres de la logique» («Le Mystère dans les lettres»)46 o: «Mais la littérature a quelque chose de plus intellectuel que cela; les choses existent, nous n’ávons pas a les créer; nous n’avons qué à en saisir les rapports; et ce sont les fils de ees rapports qui forment les vers et les orchestres» («Sur l’évolution littéraire».)47
¿Con qué fin? Llegar, a través del lenguaje presente, a través de la lengua, hasta las leyes de los sueños del hombre, para convertirlas en el teatro de la simbolicidad retomada en sus orígenes: « Je crois que la Littérature, reprise a sa source qui est l’Art et la Science, nous fournira un théâtre, dont les représentations seront le vrai cuite moderne; un
45 «Un semejante esfuerzo magistral de la Imaginación ansiosa, no sólo por satisfacer mediante el brillante símbolo en los espectáculos del mundo, sino también por establecer un vínculo entre éstos y la palabra que ha de expresarlos, alcanza uno de los misterios sagrados y peligrosos del Lenguaje, y cuan prudente será analizarlo tan sólo el día en que la ciencia, al poseer el vasto territorio de los idiomas hablados por toda la tierra, escriba la historia de las letras del alfabeto a través de todos los tiempos cuando casi era su significación absoluta, adivinada a veces, a veces desconocida por los hombres creadores de las palabras: pero ya no quedará entonces ni una ciencia para resumirlo ni nadie para decirlo. Quimera, conformémonos, por el momento, con los fulgores que nos brindan a este respecto unos magníficos escritores.- (Nota del traductor.)
46 «Una extraordinaria apropiación de la estructura, límpida, en el primitivo relámpago de la lógica.»
47 «Pero la literatura es algo de esencia mucho más intelectual; las cosas existen, no necesitamos crearlas; sólo tenemos que captar la relación entre ellas; y los niños de esa relación forman los versos y las orquestas.»
Livre, explication de l’homme, suffisante à nos plus beaux reves» («Sur le théâtre».)48
En otros textos literarios, esta autonomía del signo que caracteriza la función poética está menos acentuada y el lenguaje literario no presenta particularidades demasiado diferentes de las del lenguaje de la comunicación. Una lectura superficial, en efecto, no pone a la luz unas diferencias claras entre el lenguaje de una novela realista y el de la comunicación corriente, salvo una diferencia de estilo, evidentemente. En efecto, algunos géneros como la épica o la novela no tienen la función primordial de desarticular el significante, tal como ocurre en poesía y sobre todo en poesía moderna. Adoptan las reglas comunes de la oración gramatical en su lengua nacional pero organizan el conjunto del espacio literario como un sistema, digamos un lenguaje, particular, del que se puede describir la estructura específica. Recordemos a este respecto los trabajos de Croce, de Spitzer, etc., que dedican su atención al estudio del lenguaje de la literatura o de la literatura en tanto que lenguaje.
En un plano más positivo y despojado de estética, y en estrecha ligazón con las investigaciones lingüísticas, el formalismo ruso y en particular el OPOIAZ han podido extraer las reglas fundamentales (y casi omnivalentes en todos los casos) de una organización de esta índole en el relato. Propp analizó el cuento popular ruso distinguiendo las líneas generales de su estructura, sus protagonistas principales y la lógica de su acción. Jakobson, Eichenbaum, Tomachevski, etcétera, fueron los primeros en considerar los textos literarios como un sistema significante estructurado. Con mucha precisión Lévi-Strauss describió la estructura del lenguaje de los mitos (Le Cru et le Cuit, Du miel aux cendres). Desde entonces, la colaboración de los lingüistas y de los literatos se ha intensificado y la transposición de las reglas lingüísticas aplicadas al análisis de la oración, al conjunto más vasto del mito, del relato y de la novela, es más frecuente y más fructífera. Semejantes investigaciones se dedican hoy, igualmente, a la literatura moderna y no se insistirá nunca lo suficiente sobre la importancia de aquellos trabajos que unen la más avanzada praxis del lenguaje a un análisis inspirado de la ciencia más reciente.
Los estudios de Saussure, publicados recientemente, son de mayor
48 «Creo que la Literatura, retomada en sus orígenes que son el Arte y la Ciencia, nos proporcionará un teatro, cuyos representantes constituirán el auténtico culto moderno; un Libro, explicación del hombre, suficiente para nuestros sueños más hermosos.» (Notas del Traductor.)
importancia en este dominio. Al abordar el sistema de la lengua poética, Saussure, en sus Anagrammes (publicados en parte por Starobinski, Mercare de Frunce. 1964; Tel Quel, 1969), desarrolla unas demostraciones que parecen incluso replantear la noción del signo lingüístico. Estudia el verso saturnio y la poesía védica y constata que en cada verso está en cierta manera latente el nombre de una divinidad o de un jefe guerrero o de otro personaje que se reconstituye por las sílabas dispersas en diversas palabras. De modo que cada mensaje contiene un mensaje latente que, a su vez, es un doble código, siendo cada texto otro texto, teniendo cada unidad poética al menos una significación doble, sin duda inconsciente, que se reconstituye por un juego de significante. Es probable que Saussure se equivocara en cuanto a la regularidad de esta ley que exige la existencia de un nombre oculto bajo el texto manifiesto, pero lo importante es que pone de relieve con este «error» una particularidad del funcionamiento poético en el que unos sentidos suplementarios se infiltran en el mensaje verbal, rompen su tejido opaco y reorganizan otra escena significante: como una escritura frasográfica que se sirve del material de los signos verbales para escribir un mensaje transverbal, superponiéndose al que se transmite por la línea de la comunicación y ello, amplificando dicha línea en volumen. Vemos de qué manera tal concepción niega la tesis de la linearidad del mensaje poético y lo sustituye por la del lenguaje poético en cuanto que red compleja y estratificada de niveles semánticos.
No obstante, en paralelo con estos estudios que la ciencia dedica a la organización de los textos literarios, la propia literatura se practica como una investigación de las leyes de su propia organización. La novela moderna deviene una desarticulación de las constantes y de las reglas del relato tradicional, una exploración del lenguaje del relato, que evidencia sus procedimientos antes de hacerlos estallar. La «nueva novela» se ha convertido en una auténtica gramática del relato; La Modification de Michel Butor, Le Voyeur o Les Gommes de Alain Robbe- Grillet, Tropismes de Nathalie Sarraute indagan las unidades del relato tradicional: la situación narrativa (destinador-autor/destinatario-
«usted»); los personajes, entidades anónimas que se vuelven pronombres personales; su enfrentamiento; la línea ascendente, descendente o circular de la acción, etc., con la conciencia, a menudo, manifiesta de los autores que escriben para evidenciar el código del relato y, con ello, las reglas de la situación discursiva. La literatura moderna deviene entonces no sólo una ciencia del relato sino, además,
una ciencia del discurso, de sus sujetos, de sus figuras, de sus representaciones y, por ende, de la representación en y por el lenguaje; ciencia implícita, en ocasiones incluso explícita, aunque la ciencia positiva no lo haya sistematizado todavía.
Más aún, al acentuar lo que hemos dado en llamar «la función poética del lenguaje», la novela moderna se hace exploración no sólo de las estructuras narrativas sino también de la estructura propiamente oracional, semántica y sintáctica de la lengua. El ejemplo de Mallarmé o de Ezra Pound se está retomando actualmente en la novela francesa que se escribe, tal Nombres de Philippe Sollers (no tomamos en cuenta aquí el aspecto ideológico de los textos), como un análisis riguroso de los recursos fónicos, lexicales, semánticos y sintácticos de la lengua francesa sobre la que se construye una lógica desconocida para el locutor que comunica con dicha lengua, una lógica que alcanza el grado de condensación del sueño y se acerca a las leyes de los ideogramas o de la poesía China —cuyos jeroglíficos, trazados en el texto francés, vienen a arrancarnos a lo que toda ciencia
«logo-céntrica» (la que hemos seguido a lo largo del anterior análisis) quiso hacernos aceptar como la imagen de nuestra lengua.
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