miércoles, 7 de septiembre de 2016

Los informes secretos de EEUU tras el atentado a Pinochet a 30 años.




Los informes secretos de EEUU tras el atentado a Pinochet
  Hoy se cumplen exactamente 30 años desde que se produjo el conocido atentado al tirano Augusto Pinochet, en la cuesta Las Achupallas, camino al Cajón del Maipo, a 40 kilómetros de Santiago. El hecho dejó 5 escoltas fallecidos. Bajo este contexto, La Tercera publicó una serie de cables y archivos desclasificados de Estados Unidos, que fueron enviados esa misma jornada y los días posteriores al hecho desde la embajada de ese país y la CIA en Santiago, en la que se daba cuenta del escenario que se estaba generando en Chile tras el fallido intento por liquidar a Pinochet, cómo quedó el panorama político y qué hubiera sucedido si se hubiese concretado con éxito el plan de exterminar al tirano.
El ataque contra Augusto Pinochet el 7 de septiembre de 1986 motivó una serie de cables de la embajada de Estados Unidos en Santiago que informaban a Washington sobre el endurecimiento de las acciones del gobierno, la instauración del toque de queda y el escenario en que quedaba Pinochet. Y advertían: "El FPMR planea volver a actuar".
Juan Paulo Iglesias  07 de septiembre del 2016

EL 7 de septiembre de 1986, el embajador de Estados Unidos en Chile, Harry Barnes, no estaba en Santiago. A cargo de la embajada se encontraba, en calidad de encargado de negocios, George F. Jones, quien se trasladó de inmediato a la sede diplomática para informar al gobierno de Ronald Reagan sobre lo que sucedía en el país. Los mensajes, catalogados como “urgentes”, salieron desde la madrugada del 8 de septiembre de Santiago. En ellos se detallan los pasos que estaba tomando el gobierno y se analizan los efectos que el hecho podía tener en el proceso de apertura democrática. A partir de entonces, los mensajes que hacen referencia de una u otra manera al atentado se repiten durante varios meses. Incluso, un informe enviado a la embajada de EE.UU. en el Vaticano advierte que de extenderse el estado de sitio decretado tras el ataque, el Papa Juan Pablo II podría suspender su visita prevista para abril de 1987.

El ataque refuerza a Pinochet. El ataque reforzó políticamente a Pinochet contra sus críticos entre los militares, que se oponen a su reelección”, señala un informe de situación elaborado por la oficina de la CIA en Santiago y enviado a Washington dos días después del atentado. El documento, de tres carillas y cuya última parte aparece en negro junto a la leyenda “a solicitud chilena”, asegura que “sus críticos al interior de la Junta, que han bloqueado varios intentos de reimponer el estado de sitio, esta vez tendrán que ceder”. Sin embargo, agrega que este nuevo escenario para Pinochet podría durar poco, porque “la mayoría de los oficiales militares sigue comprometido con la restauración de un gobierno democrático en 1989. Algunos altos oficiales probablemente volverán a insistirle que sea más flexible políticamente y que se comprometa con dar un paso al lado al final de su período, si mantiene el estado de sitio por muchos meses”.

El informe catalogado como “Top Secret” agrega que “el ataque y otros actos de violencia del Frente probablemente son parte de un plan para demostrar que aún sigue siendo poderoso pese a la incautación de armas (en Carrizal Bajo)”, aunque precisa que la acción “pudo no haber sido aprobada” por el Partido Comunista, que según sostiene la CIA “está teniendo dificultades para controlar a los activistas del Frente Manuel Rodríguez”. “Ellos (el PC) ciertamente se oponen a cualquier plan del Frente para repetir el ataque contra Pinochet pronto”, asegura el informe de la CIA, en el que se agrega que el grupo tendría alrededor de 1.000 miembros, ubicados principalmente en Santiago y en otras dos o tres ciudades.

El primer cable enviado a EE.UU.  “Se impuso el toque de queda. Las detenciones comenzaron”. Bajo ese encabezado, la embajada de Estados Unidos en Santiago envió la madrugada del 8 de septiembre de 1986 un mensaje confidencial a la Secretaría de Estado en Washington, detallando la situación en Chile tras el fallido atentado contra el general Augusto Pinochet, ocurrido pocas horas antes en el Cajón del Maipo. El mensaje, transmitido con copia a las embajadas estadounidenses en Buenos Aires, La Paz y Lima y a los comandantes en jefe del Comando Sur y del Comando Atlántico de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, es el primero que se envió desde Santiago tras el ataque y está firmado por el entonces encargado de negocios de la representación norteamericana en Santiago, George F. Jones.

“Tras el fallido intento de asesinato del Presidente Pinochet el 7 de septiembre, el GOC (gobierno de Chile, N. de la R.) anunció inmediatamente el estado de sitio en todo el país. El estado de sitio suspende los derechos de hábeas corpus y de revisión judicial de muchas de las acciones del GOC y permite al gobierno imponer censura y arrestar y relegar a personas indefinidamente”, detalla el sumario del documento, que forma parte de los más de 23 mil mensajes hechos públicos por Estados Unidos como parte del proyecto de desclasificación de información entre 1968 y 1991 impulsado por el gobierno del Presidente Bill Clinton, tras el fin del régimen militar chileno. En sus seis páginas, el cable hace un detallado análisis de las medidas adoptadas tras el atentado y sus eventuales consecuencias, advirtiendo sobre el endurecimiento de las acciones del régimen.

Jones fue durante las horas y días posteriores al atentado el responsable de mantener informado al gobierno de Ronald Reagan sobre los pasos que tomaba Pinochet, en momentos en que las relaciones entre Estados Unidos y Chile no pasaban por el mejor momento. Tras la llegada del embajador Harry Barnes en noviembre de 1985 y en especial tras la muerte de Rodrigo Rojas Denegri, el joven fotógrafo chileno muerto en julio de 1986, pocos días después de regresar desde Estados Unidos, por las quemaduras causadas por una patrulla militar, los vínculos entre ambos países comenzaron a enfriarse. Por ello, existía preocupación sobre lo que podía suceder tras el atentado. “Es probable que el GOC utilice el estado de sitio para restringir la libertad de reunión y de prensa y vuelva a recurrir al uso del exilio interno (destierro)”, señala el informe de Jones. “Estamos conscientes de que el Presidente ha querido desde hace mucho silenciar a las revistas opositoras más virulentas y nos sorprendería si (la revista) Análisis y probablemente otras no son suspendidas... habrá que ver si el GOC también intenta imponer censura a los principales diarios, como sucedió durante el último estado de sitio”, agrega el cable.

Al revisar el documento, resulta evidente que mientras Jones escribía el mensaje los hechos se sucedían aceleradamente. “Los primeros informes sobre arrestos incluyen al presidente del Partido Socialista (Briones), al líder Ricardo Lagos, al presidente de MDP, Germán Correa, y a José Carrasco, editor internacional de la revista Análisis”, escribe poco antes de agregar: “Mientras esto es tipiado hemos sido informados que el GOC emitió su primer decreto”. Este “amplía el toque de queda a todas las personas entre las 2 y las 5 de la madrugada; el toque de queda anterior cubría sólo al tráfico vehicular”. Jones concluye asegurando que “una vez más la reacción de línea dura de Pinochet ayudará preferentemente a sus más duros enemigos, los comunistas, frustrando los esfuerzos de los partidos centristas para conducir a las FF.AA. hacia un diálogo constructivo”.

El pedido especial de George Schultz. El 8 de septiembre, horas después del atentado, la embajada de Estados Unidos en Santiago recibió un breve cable firmado por el secretario de Estado George Schultz. El mensaje señalaba escuetamente: “A menos que haya factores de los cuales no estamos conscientes, el Departamento cree que es del interés de nuestra política general hacia Chile que el encargado de negocios atienda en persona cualquier ceremonia en memoria de los miembros de las fuerzas de seguridad asesinados en el ataque de ayer contra la comitiva del presidente Pinochet. Por favor, informen si su presencia plantea cualquier tipo de problemas desde la perspectiva de la embajada”.

No existe entre los documentos desclasificados un mensaje de respuesta de parte de la embajada en Santiago. El encargado de negocios George Jones, cumpliendo las instrucciones, asistió a los actos de memoria de los escoltas asesinados. La inquietud de Washington surgía no sólo por la eventualidad de que Jones decidiera no asistir a las ceremonias, sino también por la preocupación de que un representante de la embajada de Estados Unidos no fuera bien recibido en los actos, considerando el momento que atravesaban las relaciones entre ambos países.

En otro mensaje de Schultz, enviado ese mismo día a todas las embajadas de la regióni y de Europa se entrega una guía sobre los vínculos entre Estados Unidos y Chile. “Seguimos teniendo relaciones formales con el gobierno chileno y llevando adelante nuestra política para apoyar los progresos en Derechos Humanos y la implementación de una transición pacífica hacia la democracia”, señala Schultz.b

“¿Qué pasa si matan a Pinochet?” “El sucesor inmediato de Pinochet sería el almirante Merino, según la Constitución de 1980, pero pensamos que muy probablemente poco después un general de Ejército, posiblemente uno traído de un retiro relativamente reciente, completará el período de Pinochet en el poder”, señala el segundo párrafo de un informe enviado desde la embajada de Estados Unidos en Santiago en enero de 1987 -cuatro meses después del atentado fallido- bajo el título: “¿Qué pasa si matan a Pinochet? Escenarios sobre la sucesión presidencial”.

En las nueve páginas del documento catalogado como “secreto” y enviado a Washington con copia a los comandos Sur y Atlántico de las Fuerzas Armadas se asegura que “el Frente Manuel Rodríguez planea intentar nuevamente matar a Pinochet. Si bien él es menos vulnerable que antes debido al aumento de las medidas de seguridad, su asesinato está lejos de ser una posibilidad remota”. El mensaje sugiere, en todo caso, que de producirse esa eventualidad “habrá, sin duda, una atmósfera más liberal en el país a largo plazo, a menos que un ‘clon’ de Pinochet tome el poder”.

Según la embajada de Estados Unidos, tras una eventual muerte de Pinochet, la Junta “intentará mostrar unidad y decisión en ese momento crítico y que el futuro presidente sea una persona estrechamente identificada con el régimen militar, que entienda la mente militar y las instituciones, lo que significa que estarán de acuerdo en que sea un militar activo o recientemente retirado”. Pese a ello, el análisis no descarta que “las ambiciones personales, los equilibrios de poder institucionales y otros temas harán más difícil alcanzar un consenso”.

El informe firmado por el embajador Harry Barnes -quien dejaría la embajada el año siguiente- agrega que “el almirante Merino tiene la ambición de ser elegido presidente, pero no está claro si la Armada va a querer ser vinculada tan estrechamente con las decisiones políticas del régimen”. Además, precisa que tanto la Armada como la Fuerza Aérea y Carabineros “verán este momento como la oportunidad para terminar con el dominio indiscutido del Ejército en el gobierno, rechazando nombrar al miembro de la Junta Humberto Gordon (segundo en la jerarquía militar) o al vicecomandante del Ejército Santiago Sinclair o a cualquier otro oficial activo”.

En otra parte, Barnes señala que pese a que “algunos en la oposición piensan que si Pinochet muere, el régimen militar podría colapsar, (…). En nuestra opinión esa mirada es peligrosamente equivocada”. La embajada advierte que tanto los militares como la derecha están determinados a “no permitir que cambie el régimen sin garantías satisfactorias de una serie de temas como la impunidad por violaciones a los derechos humanos, propiedad privada, el rol del Partido Comunista y el rol en el período de transición política de los militares”. E incluso no descarta que la cúpula militar del régimen sea desplazada por un militar de línea dura de rango más bajo.

Pese a lo anterior, y a que no descartaba que, por ejemplo, el general Sinclair lograra imponerse y ser nombrado presidente por la Junta, el embajador Barnes estimaba que el escenario más probable tras un eventual asesinato de Pinochet era que la Junta designara probablemente al ex teniente general César Benavides, “que era muy bien considerado por sus colegas de la Junta, antes de que Pinochet lo sacara, y es muy respetado dentro de los círculos militares”. En todo caso, el embajador hacía también una advertencia al final: “(Benavides) no tiene ni la edad (ahora de 74 años) ni la personalidad para gobernar un período de transición de más de uno o dos años”.

“La CIA debe haber estado involucrada” La CIA “debe haber estado involucrada” en el atentado, aseguró el general Augusto Pinochet el 28 de abril de 1987 durante una reunión con la delegación de los Amigos del Centro Democrático de América Central (Pordemca), una organización financiada por Estados Unidos. El encuentro, detallado en uno de los mensajes desclasificados de la embajada de Estados Unidos en Santiago y firmado por Harry Barnes, duró una hora. Según miembros del grupo, permitió ver a un Pinochet “amistoso y encantador”, que tras “contarles que él es profesor de historia, procedió a darles una lección sobre historia de Chile y del mundo, detallando sus teorías sobre las causas del derrumbe de la democracia en Chile y la debilidad de Occidente frente al expansionismo soviético”.

La referencia a la CIA, según el cable de Barnes, fue “aparentemente sin ninguna razón” de acuerdo a los asistentes. Pinochet “dijo que después del golpe de 1973 comenzó a recibir informes de que la CIA quería matarlo. Estos informes persistieron de tiempo en tiempo y en cierto punto (aunque no dejó claro cuándo) dijo que había hablado con Vernon Walters (subdirector de la CIA entre 1972 y 1976, N. de la R.) y recibió de él la certeza de que no había nada de eso. Sin embargo, siguió recibiendo esos reportes”. Por ello, durante el encuentro se mostró convencido de que la CIA estaba involucrada en el atentado. “La CIA tiene que haber estado metida en el intento de asesinato”, sostuvo. En ese punto, uno de los asistentes le preguntó si no sería más bien el KGB (el servicio secreto soviético), ante lo cual “Pinochet respondió que algunas veces la CIA y el KGB ‘convergen en lo alto’, una expresión chilena que significa que dos oponentes pueden terminar colaborando involuntariamente”.

En su conclusión, Barnes recuerda las especulaciones surgidas tras el atentado sobre que éste pudo ser un ataque organizado por el propio Pinochet, un intento de los militares contra el general o incluso una conspiración entre la CIA y el KGB para matarlo. “Los comentarios de Pinochet (…) pueden haber sido una expansión de esta última versión. Su detallado recuento de los informes sobre supuestos planes de la CIA contra él indica que él se inclina a creerlos y puede estar dándole cierta credibilidad a la absurda historia de la participación de la CIA en la emboscada”, concluye Barnes antes de estampar su nombre al final del cable.b

Un ataque durante la Parada Militar. Con fecha 18 de noviembre de 1986, poco más de dos meses después del atentado, la oficina de la CIA en Santiago envió un mensaje confidencial a la comandancia en jefe del comando sur de Estados Unidos, con copia a la sala de situación de la Casa Blanca y a la oficina de operaciones de la CIA, en Virginia, sobre el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Bajo el título: “Apoyo cubano, composición y entrenamiento del FPMR e intento de asesinato presidencial”, el documento asegura que el Frente evaluó distintas alternativas para atentar contra Pinochet. Una de ellas era realizar un ataque al estilo del asesinato del Presidente egipcio Anwar Sadat, ocurrido en octubre de 1981 durante un desfile militar. En esa ocasión, los terroristas infiltrados en las fuerzas del Ejército se salieron de las filas y dispararon contra el palco presidencial.

“Se propusieron varios escenarios para asesinar a Pinochet, incluyendo un ataque al “estilo” Sadat, durante la tradicional Parada Militar del 18 de septiembre (sic)”, señala el documento que aún mantiene amplias secciones del texto en negro, protegiendo supuestamente datos sensibles sobre eventuales informantes o material que pone en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos. De acuerdo con el informe, esa opción fue descartada, porque muchas personas, incluyendo miembros del FPMR, podían morir durante la acción. La CIA asegura que hubo un largo debate sobre la operación y el FPMR decidió llevar a cabo el ataque sólo después de concluir que Pinochet planeaba quedarse en el poder más allá de 1989 y porque “creía que había planes del gobierno de EE.UU. para cambiar a Pinochet por otro gobierno de derecha”.

En los párrafos desclasificados de las dos páginas del informe secreto se asegura que “el FPMR usó información de oficiales militares chilenos en servicio activo, cercanos a Pinochet, para planear y coordinar el atentado”, pero no da detalles sobre la identidad de esos oficiales. -----------------


Columna: Comandante Benjamín
Benjamín Galemiri 09 Septiembre, 2016 The Clinic.

En 1973, a los quince años, mi amigo abandonó bruscamente la Alianza Francesa. Nunca más volví a ver a Raúl Pellegrin Friedman. Lo busqué durante años, pero era como si se lo hubiese tragado la tierra. Echaba de menos a ese joven monumental, generoso, que iba derechito al Premio Nobel, y por qué no, ¡a presidente de Chile! Así fue como pasaron los años, y Raúl, por lo que alcanzaban a decirme mis otros compañeros, había desaparecido de Chile. Cuando les preguntaba por él, cambiaban la expresión y decían apurados: “Creo que está en Alemania, estudiando”.

Cuando estudiaba en el Lycée Alliance Francaise Antoine de Saint-Exupéry, yo tenía un mejor amigo que era descomunal. Se llamaba Raúl Pellegrin Friedman, de padre italiano y madre judía. Raúl era un genio a secas, el mejor alumno en todo, sólo yo lo superaba en francés y español. Ambos éramos unos muchachos fanáticos de las mujeres, ambos de un sentido del humor internacional. Nos llamaban “los Jerry Lewis” de la Alianza Francesa porque hacíamos una especie de dupla, aunque nada que ver con la dupla que hizo Lewis con Dean Martin, que nos caía igual bien pero lo encontrábamos un estúpido. Lo bello de todo es que éramos dos Lewis. Cuando apareció Woody Allen, la cosa se ordenó: yo era Allen y él Lewis.

Este súper genial alumno Pellegrin Friedman temía mucho a las mujeres y, como yo, las deseaba terriblemente. Nuestra heterosexualidad era de una tensión permanente, pasaba una chica junto a nosotros y nuestro adolescente falo se elevaba a umbrales inimaginables. Yo de vez en cuando conseguía una que otra fémina, pero él ninguna, y su lío era ser demasiado bajo. Mientras yo lo admiraba, las chicas lo despreciaban físicamente. Tenía además un rostro como de pájaro, pero unos ojos azules profundos que componían su mirada. Sus superlativas notas no causaban ninguna pulsión sexual en las jovencitas: 7 casi todo el año en física, en biología, en química, ¡en matemáticas! Como era muy generoso, ponía las respuestas dentro de lápices Bic que pasaban de mano en mano, hasta que sucedió lo inevitable: cayó por error en manos del profesor. Pero como los maestros lo amaban, Pellegrin Friedman fue perdonado. Su audacia temeraria y su sentido del humor gongoriano eran cada vez más explosivos. Recuerdo que, cuando el profesor de francés se daba vuelta y se ponía a escribir en la pizarra, Raúl cantaba un tango inventado por él como dedicado al profesor, lo que causaba el estallido de risa de las mujeres. Por fin había logrado la atención de las chicas. Pero este valiente alumno hubiese querido ser amado por la parisina Julie Planteau, y ella era muy cruel con él.

Raúl Pellegrin Friedman hablaba ansiosamente de Marx, Bakunin y sobre todo de Proudhon, aquel maravilloso filósofo que dijo la frase más bella de la historia de la filosofía: “La propiedad es un robo”. Cuando hablaba de esos temas, Raúl parecía un predicador que hipnotizaba a su audiencia. Se reía de los fascistas de la manera más desopilante y grotesca de la tierra. Para un colegio de acomodados y millonarios (menos yo), era algo insólito, subversivo, pero los franceses adoraban su genialidad. Cuando acababan sus prédicas, intentábamos tener un cambio de luces con alguna de las bellas chicas, pero ellas se iban con los más mediocres y buen mozos, como en una película de Woody Allen. Nunca entendí cómo un genio como él no conseguía chicas. Toda esta búsqueda se hacía insoportable. Yo veía a Raúl con una mochila de tristeza, mientras mis otros compañeros se iban a esquiar en carísimos paseos, y luego a aquel legendario aunque patético viaje a París, que a la larga los hastiaba y se decidían a recorrer el cómico Chile.

En 1973, a los quince años, mi amigo abandonó bruscamente la Alianza Francesa. Nunca más volví a ver a Raúl Pellegrin Friedman. Lo busqué durante años, pero era como si se lo hubiese tragado la tierra. Echaba de menos a ese joven monumental, generoso, que iba derechito al Premio Nobel, y por qué no, ¡a presidente de Chile! Así fue como pasaron los años, y Raúl, por lo que alcanzaban a decirme mis otros compañeros, había desaparecido de Chile. Cuando les preguntaba por él, cambiaban la expresión y decían apurados: “Creo que está en Alemania, estudiando”.

¡Estudiando qué, si sabía todo! Otros me decían que vivía muy austeramente en Francia, casado y con hijos. Muchas fueron las respuestas a través del tiempo, ninguna la que me calmara. Mientras tanto yo me transformaba en una especie de “celebridad menor”, como me dijo mi ex hijastro. Era “el dramaturgo postmoderno” (calificativo que nunca me representó), “el dramaturgo anarquista de salón y afrancesado”, no paraba de viajar, y aprovechaba de buscarlo. Nada. Nada. Con mis obras teatrales, ponía todo eso en suspenso y sacaba la foto de mi búsqueda frenética, triste a veces, otras muy cómica, recordando su universal sentido del humor.

Un día apareció en La Segunda la horrible noticia de que un muchacho de 30 años había sido encontrado muerto flotando en las aguas del río Tinguiririca. Era Raúl. Algo duro golpeó mi corazón. Era como una escena atroz y autocumplida de una obra del inmenso Eurípides. Había sido torturado y ajusticiado por los cobardes agentes de la dictadura, por haber atacado días antes un cuartel de carabineros en Los Queñes. Ahí descubrí que Raúl, en el exilio, se había unido a la guerrilla y se había transformado en Comandante. Para terminar como el Che Guevara, que era su ídolo. Ese fue el error del genio, se arriesgaba mucho. Bueno, era y siempre fue un hombre de agallas. Pero también fue en la guerrilla que por fin encontró el amor en su vida: Cecilia Magni, la Comandante Tamara, su amada y apasionada novia, y que fue abatida el mismo día en Los Queñes.

Fui al entierro de Raúl, lleno de miedo. Estaban los CNI controlando todo y estaba también la gente del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que disparaba al cielo en señal de admiración por su líder el Comandante. Gracias a Dios yo estaba casado y me aferraba a mi valiente mujer. Las mujeres saben cómo sacarte el miedo. A la salida, en una caja, dejé una tarjeta que decía patéticamente Cineasta, mi nombre, mi teléfono y un mensaje genuino, inundado de pena y de lo inútil. Al día siguiente su madre me invitó a su casa. Nos abrazamos y recordamos a Raúl. Ella me dijo que él nunca me había olvidado. Me pidió que lanzara un libro en honor a mi amigo. Lo hice. Parecía que mi miedo físico hubiera desaparecido, por un momento al menos.

La última vez que vi a la madre de Raúl Pellegrin Friedman, me hizo poner la kipá (sombrero judío que significa que nunca nos debemos creer más que Dios, que ese gorro es un límite). Ella estaba en lágrimas y me dijo algo que fue un trueno: “¿Sabes cuál fue uno de los nombres que más ocupó Raúl durante sus años de clandestinidad?”. “No”, le dije. “Comandante Benjamín”.

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