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Capítulo 14
Las Damas
Fue poco después de la llegada de más doctoras detenidas al sector de la piscina que
aparecieron voluntarias de la Cruz Roja chilena con un spray de Tanax en polvo para piojos.
Berta conocía bien a las mujeres de la Cruz Roja; ella misma había sido voluntaria antes de
comenzar a estudiar enfermería años antes. En esa época, sólo veía la bondad de la institución,
la abnegación de sus voluntarias, su espíritu de servicio, y le era completamente natural que las
mujeres de la Cruz Roja trabajaran codo a codo con las Fuerzas Armadas en situaciones de
emergencia, y que llegaran a estimarlas y respetarlas. Su visión cambió radicalmente en el
Estadio Nacional.
Berta se encontró un día con una voluntaria con quien se había visto muchas veces en
reuniones de la Cruz Roja. La hija, amiga suya, también pertenecía a la Cruz Roja, y su madre
se enorgullecía de tener un yerno Carabinero.
“¿
Qué estás haciendo aquí? ¿Qué puedo hacer por tí?” le preguntó incrédula la voluntaria a su
antigua compañera.
“
Nada puedes hacer. Esta es la realidad ahora,” se resignó Berta.
Trató a Berta con deferencia y preocupación, pero nunca llegó a entender porqué su amiga
estaba detenida. Y según Berta, tampoco logró comprender la arbitrariedad e injusticia de la
situación. Era demasiado el abismo que las separaba.
Con escasas excepciones, los detenidos pocas veces percibieron a las mujeres de la Cruz Roja
chilena como aliadas, como personas solidarias con quienes podían contar, a diferencia de los
funcionarios extranjeros del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que visitaban el
Estadio. Las chilenas de la Cruz Roja, en su gran mayoría, venían del otro lado de la trinchera
política. Eran de la clase alta que aplaudió el golpe de Estado, y a menudo trataron a los
prisioneros con desprecio y prepotencia, o, en el mejor de los casos, indiferencia. Por lo
general, las damas voluntarias se concentraban en hacer su trabajo profesionalmente, con
formalidad y frialdad y sin muchas muestras de compasión.
Hubo, por supuesto, excepciones, como la joven voluntaria que le comunicó llorando al
estudiante de la UTE, Víctor García, que sería trasladado a Chacabuco en noviembre,
impactada con todo lo que ocurría y veía en el Estadio Nacional. Otras, igualmente
conmovidas, no se atrevieron a ir más allá de su función oficial claramente por temor, como las
dos jóvenes mujeres de la Cruz Roja que le ofrecieron al boliviano Ricardo Cauthin mandar un
mensaje a su familia en Bolivia para que supieran de su detención. Sin embargo, se negaron a
traerle comida, porque estaba prohibido y les “podría traer problemas”, dijeron.
El día del spray del Tanax las damas llegaron en grupo, con la orden del jefe del hospital de
campaña, Dr. Manuel Antonio Amor Lillo, de “desinfectar” a las mujeres. Dijeron que era una
medida “preventiva”. Tanto hombres como mujeres debieron pasar varias veces por el proceso
de “desinfección” con sustancias tóxicas como el Tanax. Las mujeres ya lo habían
experimentado antes, y de una manera muy humillante. En esa ocasión, los militares les
ordenaron quitarse la ropa para aplicarle lindano; como se negaron, dispararon al aire, las
sacaron de a una afuera, les arrancaron la ropa y les aplicaron el químico con una brocha.
Cuando llegaron las damas de la Cruz Roja con su spray, la Dra. Elia Palma se rebeló.
“
Pero, ¿cómo es esto? Estoy recién bañada de mi casa, lavada de pelo. ¿Qué significa esto de
ponerme tanax? Además, no existe tratamiento preventivo de piojos,” argumentó la médico. Se
armó un pequeño alboroto, y al poco rato, el Dr. Amor mandó a llamar a la Dra. Laura Elena
Gálvez a la carpa del hospital, presumiendo que era ella la que lo había incitado. El médico
militar no quería desperdiciar la oportunidad de humillarla. Habían sido compañeros de curso
en la Facultad de Medicina y la Dra. Gálvez había egresado con el mejor puntaje del curso.
“
Mire, doctora. Si usted me sigue complicando la vida, sepa que yo soy el jefe del servicio de
salud aquí en el Estadio. Soy el jefe del hospital de campaña. Nadie puede dar órdenes que no
sean las que doy yo. Si sigue desobedeciendo mis órdenes, la voy a dejar a pan y agua y la voy a
hacer pelar,” le advirtió.
“
No tengo ningún interés en complicarte la vida,” le contestó tranquilamente. La doctora no se
calentaría la cabeza con el Dr. Amor, como tampoco lo haría con otro compañero de curso
que también hizo turno en la jefatura del hospital de campaña, el cirujano Miguel Tapia De la
Puente,
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quien al reconocerla no hizo gesto alguno para ayudarla.
Mirar sin ver
Una semana después del golpe de Estado, el Comité Internacional de la Cruz Roja instaló una
oficina permanente en Chile, comenzando de inmediato sus actividades de protección y
asistencia a los prisioneros políticos. Tres delegados suizos de la CICR visitaron el Estadio por
primera vez el 22 de septiembre, horas después de que el Director de Informaciones de la
Junta Militar, teniente coronel Eduardo Esquivel, llevara a periodistas chilenos y extranjeros al
recinto. En conferencia de prensa dentro del mismo Estadio, Espinoza afirmó que los
delegados del CICR “aparentemente se retiraron satisfechos de lo que observaron”.
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La delegación del CICR visitó el Estadio Nacional una docena de veces entre septiembre y
octubre de 1973,
234
intentando entrevistarse con los detenidos sin la presencia de militares para
constatar sus reales condiciones de reclusión y los tratos a que eran sometidos.
El CICR también entregó al jefe del Estadio 2.500 frazadas, 500 pocillos, 50 sacos de leche en
polvo, medicamentos, y colchonetas, que por cierto alcanzaron sólo para una fracción de los
232
El Dr. Tapia fue el médico que atendió al brasileño Wannio De Mattos Santos, quien murió en el hospital
de campaña.
233
La Tercera
, 23
de septiembre 1973, p. 2.
234
La CICR volvió al Estadio Nacional el 25 y el 28 de ese mes, y en nueve ocasiones durante octubre, la
última de ellas el día 25, constatando en esa fecha que quedaban unos 1.800 detenidos en el Estadio Nacional.
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