Categorías y relaciones lingüísticas
Al
exponer la materialidad fónica, escritural y gestual del lenguaje,
hemos tenido ya la ocasión de mencionar e incluso de demostrar que
existe un sistema complicado de elementos y de relaciones, a través del
cual el sujeto hablante ordena el sistema real que el lingüista, por
otra parte, analiza y conceptualiza. Sería importante, dentro de este
capítulo sobre la «materialidad» del lenguaje, y para concretar el
sentido que damos al término de «materialidad», indicar aunque sea
brevemente cómo las diferentes categorías y relaciones lingüísticas
organizan lo real y dan, a su vez, al sujeto parlante un conocimiento
de dicho real- conocimiento cuya verdad se confirma mediante la praxis
social.
Las
maneras en que las diferentes tendencias y escuelas lingüísticas han
planteado las formas y construcciones del lenguaje van apareciendo a lo
largo del presente libro. El lector observará la multiplicidad y, con
frecuencia, la divergencia de las opiniones y de las terminologías,
debidas tanto a las posiciones teóricas de los autores como a las
particularidades de las diferentes lenguas para las cuales se han hecho
las teorías. Nos limitaremos aquí a señalar, de manera somera y
general, algunos aspectos de la construcción lingüística y sus
consecuencias para el locutor y su relación con lo real.
La
ciencia lingüística se divide en varias ramas que estudian bajo
diversos aspectos los elementos o categorías lingüísticas y sus
relaciones. La lexicografía describe el diccionario: la vida de las
palabras, su sentido, su selectividad, sus combinaciones. La
semántica
—ciencia
de las palabras y de las oraciones— se ocupa de las peculiaridades de
las relaciones de significación entre los elementos de un enunciado. Se
concibe la gramática como «el estudio de las formas y de las
construcciones...» Ahora bien, hoy en día, la reorganización y la
renovación de la ciencia lingüística conllevan la desaparición de los
límites de aquellos continentes que, cada vez más, interfieren, se
confunden, se refunden en concepciones siempre nuevas y en plena
evolución. De ahí que, si tomamos como ejemplo una determinada etapa de
las concepciones, digamos de la gramática, ese ejemplo implica tan
sólo su campo limitado y no podría agotar la complejidad del problema de
las categorías y de las relaciones lingüísticas.
Al
considerar la lengua como un sistema formal, la lingüística distingue
actualmente entre las formas lingüísticas, las que tienen autonomía
(significan nociones: pueblo, vivir, rojo, etc.), y otras que son
semi-dependientes o simplemente unas relaciones
(significan
relaciones: de, a, donde, cuyo, etcétera). Las primeras son llamadas
signos lexicales, las segundas signos gramaticales.
Estos
signos se combinan en segmentos discursivos de diversa complejidad: la
oración, la proposición, la palabra, la forma (según P. Guiraud, en La
grammaire, 1967).
Las
palabras tienen afijos (sufijos, prefijos, infijos) que sirven para
formar otras palabras (o semantemas), yuxtaponiéndose al radical. Así:
camb-iar, camb-io, re-cambio, etc. Una categoría de afijos, las
desinencias, «marcan el estatus gramatical de la palabra dentro de la
oración (especie, modalidad, ligazón)».
Las
palabras forman oraciones al disponerse según las leyes estrictas. La
relación entre las palabras puede estar marcada por su orden: el orden
es decisivo en las lenguas aislantes como el francés; por el contrario,
no tiene sino una importancia relativa en una lengua flexiva como el
latín. El acento tónico, las ligazones, pero sobre todo las
concordancias y las recciones indican las relaciones entre las distintas
partes de una oración.
Al
tratar las categorías gramaticales, la gramática tradicional
distingue: las partes del discurso, las modalidades y las relaciones
sintácticas.
Las
partes del discurso varían en las diferentes lenguas. El francés consta
de nueve: el substantivo, el adjetivo, el pronombre, el artículo, el
verbo, el adverbio, la preposición, la conjunción y la exclamación.
Las
modalidades remiten a los substantivos y a los verbos, y designan su
manera de estar. Son el número, el género, la persona, el tiempo y el
espacio, el modo.
Las
relaciones sintácticas son las relaciones en las que entran las
palabras especificadas (como partes del discurso) y modalizadas (a
partir de las modalidades) dentro de la oración. La ciencia actual
considera que las marcas de aspecto y de modalidad también son unas
marcas sintácticas: no existen «por sí solas», fuera de las relaciones
en la oración, sino que, por el contrario, toman forma y se concretan
únicamente en y mediante dichas relaciones sintácticas. Dicho de otro
modo, una palabra es «nombre» o «verbo» porque tiene un papel sintáctico
concreto dentro de la oración y no porque sea portador «por sí solo»
de un determinado sentido que le predestina a ser «nombre» o
«verbo».
Esta postura teórica, válida para las lenguas indoeuropeas, se aplica
aún más a lenguas como el chino, en que no hay morfología propiamente
dicha y en que la palabra puede «convertirse en» tal o cual parte
del discurso («nombre», «verbo», etc.), según su función
sintáctica. Así, pues, la lingüística moderna tiende a reducir la
morfología (el estudio de las formas: declinación, conjugación, género,
número), la lexicología, e incluso la semántica, a la sintaxis, al
estudio de las construcciones, y a formular cualquier enunciado
lingüístico significante como un formalismo sintáctico. Tal es la
teoría desarrollada por Chomsky en su «gramática generativa» sobre la
que volveremos más adelante.
Las categorías sintácticas básicas establecidas tradicionalmente son:
—el
sujeto y el predicado: «una noción-tema (el sujeto) a la que se le
atribuye un carácter, un estado o una actividad determinada (el
predicado)»;
—los
determinantes del nombre o del adjetivo que, junto al sujeto, forman el
sintagma nominal siguiendo la terminología de Chomsky;
—los
complementos del verbo que se agregan al verbo para designar al objeto o
las circunstancias de la acción. Según la terminología de Chomsky,
forman, con el predicado, el sintagma verbal.
Plantéase
la pregunta: ¿esas categorías marcan unos elementos y unas relaciones
de orden específicamente lingüístico, o son, por el contrario, una mera
transposición de nociones lógicas? La gramática ha sido, en efecto,
presa de las visiones lógicas (aristotélicas) que, desde la Antigüedad
hasta el nominalismo de la Edad Media, y sobre todo en el siglo XVIII,
han intentado imponer la adecuación de la gramática a la lógica. Hoy en
día, es evidente que las categorías lógicas, lejos de ser «naturales»,
corresponden solamente a algunas lenguas muy concretas, e incluso a
determinados tipos de enunciados, y no pueden cubrir la multiplicidad y
la peculiaridad de las categorías y de las relaciones lingüísticas Una
de las obras más determinantes que liberaron la gramática de su
dependencia lógica fue el Essai de grammaire de la langue française de
J. Damourette y E. Pichón (1911- 1952): Recompone la sutileza de las
categorías de pensamiento tal como se manifiestan en el discurso, sin
preocupación por una sistematización lógica. El proyecto lógica
persiste, sin embargo, y da lugar a dos tipos de teorías.
Por
una parte, las gramáticas psicológicas, como la de M.-G. Guillaume
(1883-1960). El autor hace una diferencia entre la «lengua», que él
llama «inmanencia», zona confusa pre-discursiva, en la cual se organiza
el habla, y la operación de realización del pensamiento, y finalmente,
el «discurso» o «transcendencia» que es ya una construcción con
signos lingüísticos. Guillaume estudia más bien lo
33
que es anterior al discurso y llama su ciencia «psicomecánica» o
«psicosistemática».
Para él, el «discurso», o la «transcendencia», mediante sus embargos
que son las formas gramaticales, moldea y ordena la actividad del
pensamiento (la «inmanencia»).
Por
otra parte, unas recientes teorías lógicas: la lógica matemática, la
lógica combinatoria, la lógica modal, etc., que proporcionan a los
lingüistas unos procedimientos más sutiles para formalizar las
relaciones que se ponen en juego dentro del sistema de la lengua, sin
abandonar por ello el terreno propiamente lingüístico, ni tender hacia
una teorización de un pensamiento pre-lingüístico. Algunos modelos
transformacionales, como el de los soviéticos Saumjan y Soboleva, se
construyen sobre la base de principios lógicos: en este caso concreto,
se trata de los expuestos por Curry y Feys en su Logique combinatoire.
Las
categorías y relaciones lingüísticas que las distintas teorías y
métodos aíslan dentro del idioma reflejan y llevan consigo—la causalidad
es, aquí, dialéctica— unas situaciones concretas, reales que la
ciencia puede elucidar partiendo de un análisis de los datos
lingüísticos. Daremos aquí como ejemplo la manera en que Benveniste, en
Problèmes de linguistique générale (1966) pudo, al estudiar la categoría
de la persona y la del tiempo, reconstruir el sistema mismo de la
subjetividad y de la temporalidad.
El
autor considera la subjetividad como «la capacidad del locutor para
plantearse como “sujeto”...». «Sostenemos —escribe Benveniste— que esa
“subjetividad”, que se plantee en términos de fenomenología o de
psicología, como se quiera, no es más que la emergencia en el ser de una
propiedad fundamental del lenguaje.» «Ego» es quien dice «ego». He
aquí el fundamento de la subjetividad, que se determina mediante el
estatus lingüístico de la «persona». Ahora bien, sólo el verbo,
junto al pronombre, posee la categoría de la persona. La persona es tan
inherente al sistema verbal que la conjugación verbal sigue el orden de
las personas, y esto ya se daba en India (cuyos gramáticos distinguían
tres personas purusa) y en Grecia (cuyos sabios representaban las
formas verbales como πρόσωπον, personas). Incluso lenguas como el
coreano o el chino, cuya conjugación verbal no sigue la distinción de
personas, poseen los pronombres personales y, por consiguiente, añaden
(implícita o explícitamente) la persona al verbo.
Dentro
del sistema de las personas se establece una doble aposición. La
primera es la que hay, por un lado, entre yo/tú y, por otro, él: siendo
yo y tú, personas implicadas en el discurso, situándose él fuera del
yo/tú e indicando a alguien o algo sobre el que se enuncia, pero sin
que
sea
una persona Especificada. «La consecuencia debe ser claramente
formulada —escribe Benveniste—: la “tercera persona” no es una
“persona”; la forma verbal tiene incluso como función la de expresar la
no-persona... Basta recordar... la situación muy particular de la
tercera persona en el verbo de la mayoría de idiomas...» (En francés,
por ejemplo, en el «il» impersonal de «il pleut».)
La
segunda oposición es la existente entre yo y tú. «Sólo empleo el yo al
dirigirme a alguien, el cual será un tú en mi alocución. Esta condición
de diálogo es constitutiva de la 43 persona ya que implica de modo
recíproco que el yo se convierta en tú en la alocución de quien se
designa, a su vez, con el yo. Aquí vemos un principio cuyas
consecuencias son desarrollables en todas las direcciones. El lenguaje
sólo será posible si cada locutor se plantea como sujeto, remitiéndose a
sí mismo en tanto que yo de su discurso. Así, pues, el yo plantea a
otra persona, la cual, con todo lo exterior que es al “yo”9, se
convierte en mi eco al que yo digo tú, y que me dice tú,»
Si
la subjetividad «real» y la subjetividad lingüística están en estrecha
interdependencia, sobredeterminadas por la categoría lingüística de la
persona, igual ocurre con la categoría del verbo y con las relaciones de
tiempo que marca. Benveniste distingue dos planos de enunciación: la
enunciación histórica en la que se admite el aoristo10, el pretérito
imperfecto, el pluscuamperfecto y el prospectivo, pero en la que se
excluye el presente, el perfecto, el futuro; y la enunciación de
discurso en que se admite todos los tiempos y todas las formas,
exceptuando el aoristo. Esta distinción se refiere también a la
categoría de la persona. «El historiador no dirá nunca yo, ni tú. ni
aquí, ni ahora, porque no recurrirá nunca al aparato formal de discurso,
que consiste primero en la relación de persona yo: tú. En el relato
histórico seguido de manera estricta constataremos sólo formas de
tercera persona.» Benveniste da el ejemplo de enunciación histórica
siguiente:
«Después
de dar una vuelta, el joven miró seguidamente el cielo y su reloj, hizo
un gesto de impaciencia, entró en un estanco, y encendió un cigarro
puro, se puso ante el espejo, y echó una ojeada a su traje, un poco
más rico que lo permiten [aquí el presente se debe a que se trata de
una reflexión del autor que se sale del plano del relato] en
Francia
5
Nota del traductor: Recordamos que la lengua francesa, a diferencia
del castellano, exige la presencia del pronombre personal para la
conjugación de los verbos: je suis, tu es,... (soy, eres....), por lo
que la equivalencia Yo/Je-Tú/Tu no se verifica de manera rigurosa.
6 Aoristo: tiempo pasado que en el sistema verbal griego, designa una acción acabada.
las
leyes del gusto. Se reajustó el cuello y su chaleco de terciopelo negro
sobre el que se cruzaba varias veces una de aquellas gruesas cadenas de
oro fabricadas en Génova: luego, tras haber echado con un solo
movimiento sobre su hombro izquierdo su abrigo forrado con terciopelo
dándole una caída elegante, siguió paseando sin dejarse distraer por las
miradas burguesas que recibía. Cuando las tiendas empezaron a
iluminarse y la noche le pareció lo suficientemente negra, se
dirigió hacia la plaza del Palais-Royal como un hombre que temía ser
reconocido, pues dio un rodeo por la plaza hasta la fuente, para llegar a
la entrada de la calle Froid-manteau oculto detrás de los coches...»
(Balzac, Etudes philosophiques: Gambara.)
Por
el contrario, «el discurso emplea libremente todas las formas
personales del verbo, tanto yo/tú como él. Sea explícita o no, la
relación de persona está presente en todas partes».
Vemos
aquí cómo el lenguaje, con sus categorías de verbo, de tiempo y de
persona y mediante su exacta combinación, si no determina, al menos
sobredetermina las oposiciones temporales vividas por los sujetos
parlantes. El lingüista encuentra, entonces, de manera objetiva, en la
materia de la lengua, toda una problemática (en nuestro ejemplo, la de
la subjetividad y la de la temporalidad) que está planteada, de manera
real, en la praxis social. La lengua parece forjar por sus categorías
mismas lo que se ha podido designar como
«subjetividad», «sujeto», «interlocutor», «diálogo», o «tiempo»,
«historia»,
«presente», etc. ¿Quiere esto decir que la lengua produce estas
realidades o, por el contrario, que aquellas son las que se reflejan en
la lengua? Problema metafísico e insoluble al que tan sólo podemos
oponer el principio de la isomorfía de las dos series (lo real/el
lenguaje; el sujeto real/el sujeto lingüístico) de las que la segunda,
el lenguaje, con aquellas categorías, sería el atributo al mismo tiempo
que el molde que ordena la primera: lo real lingüístico. En este
sentido podemos hablar igualmente de una «materialidad» del lenguaje, al
negarnos a plantear el lenguaje como sistema ideal cerrado sobre sí
mismo (tal como la actitud «formalista») o como mera copia de un mundo
regulado que existe sin él (tal como la actitud «realista»
mecanicista).
Las
categorías lingüísticas cambian con el tiempo. La gramática latina es
distinta de la del antiguo francés que difiere, a su vez, de la
gramática del francés moderno. «[El lenguaje] se nos escapa de las manos
cada día más y desde que vivo se ha alterado en la mitad» escribía
Montaigne. Por supuesto que, hoy día, la lengua se ha normativizado,
regulado y fijado mediante una escritura estable, de
manera
que los cambios funcionales no se dan de modo tan rápido, si bien no
paran de producirse. Sin afirmar que toda evolución de las categorías de
la lengua implica necesariamente una redistribución del campo en el que
el sujeto parlante organiza lo real, hemos de señalar que esas
mutaciones tienen su importancia para el funcionamiento consciente y
sobre todo inconsciente del locutor. Tomemos un ejemplo que da M. W. von
Wartburg en Problemes et méthodes, recogido por P. Guiraud: el verbo
«croire» (creer) rige dos construcciones en antiguo francés, croire en y
croire au [en le] puesto que se emplea con los nombres propios sin
artículo y con los nombres comunes con el artículo (Croire en Dieu,
croire au [en le] départ, croire au [en le] diable). Pero, durante la
evolución de la lengua, ou [en le] se ha confundido con au [à le] de
manera que la oposición croire en / croire en le ha desaparecido. Los
locutores, no obstante, han conservado el sentido de una oposición que,
aun así, han reinterpretado semánticamente de un modo que no tenía nada
que ver con la oposición gramatical inicial: croire en designará desde
ese momento una creencia profunda en un ser divino, croire à una
creencia en algo que existe. Y von Wartburg nos dice: «Un catholique
croit en la Sainte Vierge, un protestant croit à la Sainte Vierge»11.
En
otro plano y en el marco de un mismo sistema gramatical, de una misma
etapa de la lengua, existen una variaciones que, sin rebasar el límite
de la inteligibilidad del mensaje, transgreden algunas de estas reglas y
pueden ser consideradas como agramaticales. Aún así, tienen una función
específica, retórica, en los estilos particulares y pertenecen a la
estilística.
Abordamos
aquí otro problema lingüístico: el del sentido y la significación,
evocado más arriba al tratar el tema de la naturaleza lingüística. Tal
problema lo estudia la semántica. Su autonomía en cuanto que
disciplina particular dentro del análisis de la lengua es bastante
reciente. Si los gramáticos del siglo XIX hablan de semasiología (del
término griego sema, signo) el lingüista francés Michel Bréal fue quien
propuso el término de semántica y fue el primero en redactar una
Semántica (Essai de Sémantique, 1896). Hoy se concibe la semántica como
el estudio de la función de las palabras en tanto que portadoras de
sentido.
7
Hoy en día, esta distinción está menos clara y contradice a veces
la dicotomía establecida por M. W. von Wartburg. Ejemplo: «Je crois en
toi / Je crois à tes histoires» [Creo en ti - me creo tus historias].
Se
ha establecido una distinción entre sentido y significación, siendo el
sentido el término estático que designa la imagen mental resultante del
proceso psicológico designado por el término significación. Se ha
admitido de manera generalizada que la lingüística sólo se ocupará del
sentido, estando reservada la significación para una ciencia más amplia
que se ha dado en llamar semiótica y para la cual la semántica no es
más que un caso particular. Pero es evidente que, como el sentido no
existe fuera de la signación, e inversamente, los estudios definidos por
esos dos conceptos se cruzan a menudo uno con otro.
Entre los numerosos problemas que plantea la semántica, señalemos algunos de ellos.
Aunque,
dentro de la comunicación general, una palabra tenga un solo sentido,
las palabras suelen tener varios. Así, estado significa
«manera
de estar, situación», «nación (o grupo de naciones)
organizada, sometida a un gobierno y a unas leyes comunes», etc; carte
puede significar» documento de identidad» [carné], «lista de platos»
[carta], «representación del globo o de una de sus partes» [mapa], etc. A
este fenómeno llamado polisemia se añade la sinonimia; con varias
palabras se designa una mismo concepto: trabajo, labor, obra, negocio,
ocupación, misión, tarea, faena, curro, bisnes; así como la homonimia:
unas palabras diferentes en su origen que acaban confundiéndose12: je,
jeu,... Toda palabra dentro de un contexto tiene un sentido definido y
concreto, sentido contextual, que difiere a menudo de su sentido
básico:
«livre
des marchandises» y «livrer bataille» constan de dos sentidos
contextuales de la palabra «livrer»13 que no son idénticos en el sentido
básico. A estos dos sentidos se añaden los valores estilísticos: unos
sentidos suplementarios que enriquecen el sentido básico y el sentido
contextual. En «les ouvriers ont occupé la boite»14, el sentido
contextual de «boite» es «fábrica» pero el valor estilístico
suplementario connota una intención popular, familiar o despectiva.
Vemos que los valores estilísticos pueden ser no sólo de orden
subjetivo sino, además, de orden socio-cultural.
De
este modo, la semántica se cruza con la retórica. El estudio del
sentido se confundió en la Antigüedad con el estudio de las «figuras»
de palabras y, hoy día, tiene frecuentes puntos de encuentro
con la
8
La homofonía es un fenómeno frecuente en francés. Así ocurre con
je/jeu, o bien pot/peau, col/colle, etc. (Yo/juego, tarro/piel, cuello/
pegamento).
9 «Livrer»: Entregar, repartir (mercancías), revelar (un secreto), presentar (batalla).
10 «Los obreros ocuparon la fábrica».
estilística.
El
estudio clásico de los tropos se presentaba, hasta nuestra época
actual, como la base de los estudios de combinación, incluso de cambio
de sentido. Sabemos que, después de los griegos, los latinos señalaban
catorce tipos: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque, la
antonomasia, la catacresis, la onomatopeya, la metalepsis, el epíteto,
la alegoría, el enigma, la ironía, la perífrasis, la hipérbole y el
hipérbaton. Los semánticos de hoy ponen en evidencia las relaciones
lógicas que están en la base de estos tropos y sacan a relucir las
operaciones básicas para los cambios de sentido.
S.
Ullman, por ejemplo (The principies of Semantics, 1951) distingue los
cambios debidos al conservadurismo lingüístico y los cambios debidos a
la innovación lingüística. Esta última clase consta de algunas
sub-categorías:
I. Transferencia del nombre: a) por similitud entre los sentidos;
b) por contigüidad entre los sentidos;
II. Transferencia del sentido: a) por similitud entre los nombres;
b) por contigüidad entre los nombres.
Damos
a continuación un ejemplo de contigüidad espacial entre los sentidos
(Ib): el término «bureau» viene del «bure» [buriel], una tela que
recubría el mueble y que le ha legado su nombre.
Si
el mecanismo de los cambios de sentido es de tal índole, sus causas
son: bien históricas (cambios científicos, económicos, políticos, que
alcanzan el sentido de la palabra), bien lingüísticas (fonéticas,
morfológicas, sintácticas, contagio, etimología popular, etc.), bien
sociales (restricción o extensión del área semántica de una palabra en
función de su especialización o de su generalización) y, por último,
psicológicas (expresividad, tabú, eufemismos, etc.).
Con
la lingüística estructural, la semántica se ha vuelto también
estructural. Ya ponía Saussure a cada palabra en el centro de una
constelación de asociaciones (bien por el sentido, bien por la forma) y
daba el siguiente esquema:
Hoy,
la semántica estructural emplea el concepto de campos morfo- semánticos
(Guiraud) para indicar «el complejo de relaciones de formas y de
sentidos formado por un conjunto de palabras» (cf. P. Guiraud, La
Sémantique, P.U.F., «Que sais- je?», 1969).
Enseñanza
Enseñar Enseñemos
etcétera Aprendizaje Educación
etcétera
Andanza Esperanza
etcétera
A punta de lanza en lanza
etcétera*
*
Tan sólo podemos dar como ejemplos las locuciones adverbiales, ya que
el sufijo - anza es productor de nombres de acción. Sin embargo, se
incluirían aquí igualmente los adjetivos. (Nota del Traductor.)
En
su Sémantique structurale (1966) A. J. Greimas propone aislar en cada
palabra los semas, elementos mínimos de significación cuya combinación
produce el semema (o la palabra en cuanto que complejo de sentidos).
Los semas se reparten según unos ejes sémicos en oposición binaria. Por
otra parte, un semema se compone de un núcleo sémico (sentido básico) y
de semas contextuales.
Los
problemas complejos de la significación, que la semántica estructural
está lejos de haber resuelto, son a su vez objeto de estudio de la
semántica filosófica, de la lógica, la psicosociología, etc. Todas
estas teorías están en plena mutación, lo cual justifica que, desde un
principio, cualquier intento de resumen fuera inviable.
Sin
pretender elaborar aquí una historia de las teorías lingüísticas, tarea
imposible si no se elabora antes una teoría general de la historia,
vamos a tratar de ir más allá de la problemática del lenguaje,
recorriendo los múltiples sistemas mediante los cuales las diversas
sociedades han pensado sus lenguas, por lo que vamos a proceder a la
descripción de las representaciones y de las teorías lingüísticas a lo
largo de los tiempos.
SEGUNDA PARTE
El lenguaje y la historia
Desde
los mitos hasta las especulaciones filosóficas más elaboradas, se está
planteando continuamente el problema de los inicios del lenguaje —su
aparición, sus primeros balbuceos. Aunque la lingüística como ciencia se
niegue a admitirlo y menos aún a considerarlo (la Sociedad Lingüística
de París ha declarado este problema sin ningún interés), la cuestión
existe y su permanencia es un síntoma ideológico constante.
Las
creencias y las religiones atribuyen su origen a una fuerza divina, a
los animales y a unos seres fantásticos que el hombre habría imitado.
También
se ha querido encontrar la lengua original, la que habrían hablado los
primeros hombres, y de la que procederían las demás lenguas. Así
Heródoto (II, 2) recoge la experiencia de Psamético, rey de Egipto,
que habría criado a dos hijos, desde su nacimiento, sin ningún contacto
con alguna lengua; la primera palabra de los niños fue βεχος («pan»
en frigio, lo cual indujo al rey a concluir que el frigio era más
antiguo que el egipcio).
También
se ha querido acceder al «origen» del lenguaje observando el
aprendizaje de la praxis lingüística por los sordos y los ciegos. Se
han hecho otras observaciones en este sentido sobre el aprendizaje de
la lengua por los niños. Se ha intentado descubrir las leyes
primordiales de la lengua observando los hábitos locutorios de las
personas bilingües y políglotas, a partir de la hipótesis según la cual
el poliglotismo es un momento histórico anterior al monoglotismo (es
decir, a la unificación de un idioma por una comunidad dada). Por
muy —o muy poco— interesante que puedan ser todos estos datos, tan
sólo recogen el procedimiento mediante el cual una lengua ya constituida
es aprendida por unos sujetos en una sociedad determinada, y pueden
informarnos acerca de las particularidades psicosociológicas de los
sujetos que hablan o aprenden una determinada lengua. Pero no pueden
aportar ninguna explicación acerca del proceso histórico de
formación del lenguaje, y menos aún acerca de su «origen».
Cuando
los investigadores modernos se enfrentan a la «prehistoria» del
lenguaje, lo hacen considerando sobre todo las etapas más antiguas que
se conozcan: bien recogidas en documentos, bien reconstruidas en
estudios comparados, y que pueden permitir, de este modo, unas hipótesis
sobre estadios anteriores de los que no tenemos testimonio alguno.
Entre los datos básicos para una reconstrucción del pasado lingüístico,
se estudia esencialmente el desciframiento de los jeroglíficos
egipcios, de las inscripciones cuneiformes, de los epígrafes de los
pueblos de Asia Menor o de los etruscos, las runas germánicas, los
monumentos ogámicos, etcétera. A partir de estos testimonios escritos se
pueden hacer deducciones acerca de la vida no sólo lingüística, sino
también social de las diversas poblaciones. Por su parte, la
lingüística comparada puede deducir, siguiendo la vida de las palabras
en las diferentes lenguas —su migración y su transformación— algunas
leyes lingüísticas que nos permitan reconstruir el pasado lejano del
lenguaje. Junto a estas investigaciones se hallan igualmente los
descubrimientos procedentes del desciframiento del material
arqueológico: los epígrafes, los nombres de los dioses, de los
lugares, de las personas, etc., cuya constancia y duración en la
historia constituye un indicio seguro que autoriza el acceso al pasado
lejano de la lengua.
Se
han propuesto varias teorías-hipótesis para explicar el «origen» y la
prehistoria del lenguaje: hipótesis cuya audacia se encuentra
rápidamente desmentida y destruida por unas proposiciones que se
inspiran de otros principios ideológicos. Así, el soviético N. Marr
formuló una teoría estaddial del lenguaje, dividiendo las lenguas en
cuatro tipos, correspondientes a las etapas de la sociedad:
1)
El chino y algunas lenguas africanas; 2) el fino-húngaro y el turco-
mongol; 3) el jafético y hamítico que caracterizan el feudalismo; 4) las
lenguas indo-europeas y semíticas que caracterizan las sociedad
capitalista. Una lengua universal debería representar la sociedad
comunista. Esta teoría recibió vivas críticas de Stalin quien afirmó que
la lengua no es una superestructura y que, por consiguiente, no sigue
fielmente las transformaciones históricas de las estructuras sociales.
G.
Révész propuso en Origine et Préhistoire du langage (1946) una teoría
de la prehistoria lingüística en seis estadios, trazando el trayecto
que va desde la comunicación animal hasta el lenguaje humano altamente
desarrollado. Según el autor, en el estadio prehistórico e histórico,
se observa una reducción del lenguaje a los modos
imperativo,
indicativo e interrogativo así como una disminución de la importancia
de los gestos. Por lo que se refiere al sistema de comunicación del
hombre primitivo, las deixis15, los gritos y los gestos ocupan un lugar
fundamental; este lenguaje se limita, siempre según Révész, al
imperativo, al vocativo y al locativo.
Una
vez abandonada la ambición de construir semejantes teorías generales,
para las cuales no se puede proporcionar ninguna prueba científica, la
lingüística se limita actualmente, como lo advierte A. Tovar, a
«establecer un estadio arcaico de las lenguas que poseen las mismas
características». W. Schmidt efectuó este trabajo en lo que se refiere a
la fonética. Por su parte, Van Ginneken propuso un tipo de lengua que
él considera como primitivo y tan viejo como la escritura. Dicha
«lengua» es un sistema de consonantes laterales o «clics» (sonidos
conseguidos mediante los movimientos laterales de la lengua), con
ausencia de las vocales. Van Ginneken vuelve a encontrar el ejemplo de
este sistema fonético en la lengua caucásica y entre los Hotentotes.
Con
la decisiva ayuda de los arqueólogos y de los paleontólogos, la
lingüística trata de establecer, si no cómo apareció el lenguaje, al
menos desde cuándo habla el hombre. Las hipótesis son indecisas. Para
Boklen, el lenguaje aparece en el período musteriense. Leroi- Gourhan
comparte la misma opinión: considerando que el símbolo gráfico es el
verdadero salto exclusivamente humano y que, por consiguiente, hay
lenguaje humano desde el momento en que hay símbolo gráfico, afirma:
«Podemos decir que sí, en la técnica y el lenguaje de la totalidad de
los antropienses, la motricidad condiciona la expresión, en el
lenguaje figurado de los antropienses más recientes, la reflexión
determina el grafismo. Las huellas más antiguas remontan al final del
musteriense y se vuelven abundantes hacia 35000 antes de nuestra era,
durante el período de Chatelperron. Aparecen al mismo tiempo que los
colorantes (ocre y manganeso) y que los objetos ornamentales».
¿Es
posible considerar que el lenguaje haya sufrido un tiempo de
desarrollo, de progresión lenta y laboriosa durante la cual se ha ido
convirtiendo en el sistema complejo de significación
y de
11
Deixis: Término que designa todas las palabras que sitúan e indican
el acto de enunciación y que son inteligibles sólo en función de aquél
(aquí, ahora, hoy. etc.). Juega, por tanto, un papel importante en la
teoría saussureana del discurso y corresponde a la indicación en la
tradición de Pierce.
comunicación
que es hoy y que la historia, por muy lejos que remonte en el pasado,
atestigua? ¿O bien admitiremos, junto a Sapir, que desde el «principio»
el lenguaje es «formalmente complejo» y que, desde el momento en que hay
hombre hay lenguaje en cuanto que sistema cargado de todas las
funciones que tiene hoy? En la segunda hipótesis, no habría
«prehistoria» del lenguaje, sino lenguaje sencillamente, con unas
diferencias, sin duda, del modo de organización del sistema (diferencias
fonéticas, morfológicas, sintácticas, etc.), que dan lugar a diferentes
lenguas.
La
hipótesis de la súbita aparición del lenguaje, la defiende Claude
Lévi-Strauss en la actualidad. Considera toda cultura como «un conjunto
de sistemas simbólicos en cuya primera fila se sitúan el lenguaje, las
reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la ciencia, la
religión». Renunciando a buscar una teoría sociológica para explicar el
simbolismo, Lévi-Strauss, por el contrario, busca el origen simbólico
de la sociedad. Pues el amplio conjunto de sistemas de significación que
es lo social funciona —de la misma forma que el ejercicio de la lengua—
de manera inconsciente. Se basa —igual que la lengua— sobre el
intercambio (la comunicación). De este paralelismo se podría decir
que los fenómenos sociales son asimilables (desde tal punto de vista) al
lenguaje y que, a partir del funcionamiento lingüístico, podemos
acceder a las leyes del sistema social. No obstante, escribe
Lévi-Strauss, «cualesquiera que hayan sido el momento y las
circunstancias de su aparición en la escala de la vida animal, el
lenguaje sólo pudo nacer de repente. No es posible que las cosas se
pusieran, de modo progresivo, a significar. Tras una transformación cuyo
estudio no es de la competencia de las ciencias sociales, sino de la
biología y de la fisiología, se efectuó un paso, el de un estadio en
que nada tenía sentido a otro estadio en que cualquier cosa lo
poseía». Sin embargo, Lévi-Strauss distingue claramente esa brusca
aparición de la significación de la lenta toma de conciencia de que
«eso significa». «Se debe a que las dos categorías del significante y
del significado se han constituido simultánea y solidariamente, como
dos bloques complementarios; pero también a que el conocimiento, es
decir, el proceso inteligible que permite identificar, los unos con
relación a los otros, algunos aspectos del significante y algunos del
significado..., no se puso en marcha de manera muy lenta. El universo
significó mucho antes de que se empezara a saber lo que significaba.»
En
una visión semejante, eliminando el problema de una prehistoria del
lenguaje mediante la pregunta de la estructura específica del
sistema
lingüístico y de cada sistema significante, ha sido posible proponer
una teoría de la relatividad lingüística. Estriba en la hipótesis según
la cual cada lengua, al poseer una organización particular y diferente
de las demás, significa lo real de manera diferente; habría, pues,
tantos tipos de organizaciones significantes del universo como hay
tipos de estructuras lingüísticas. Esta idea, que data de Wilhelm von
Humboldt y que fue retomada por Leo Weisgerber, ha sido reinventada por
Sapir y desarrollada sobre todo por Benjamín Lee Whorf, principalmente
en sus estudios sobre la lengua de los indios hopis que él oponía a la
«lengua europea media normal». Así, pues, la lengua hopi posee nueve
voces verbales, nueve aspectos, etc., que son para Whorf tantas maneras
de significar e indican las maneras particulares, propias de los hopis,
de pensar el espacio y el tiempo. Tal teoría olvida que, en otras
lenguas, se pueden obtener las mismas
«particularidades»
a partir de unos medios lingüísticos distintos (se puede indicar o
sustituir una «voz» por un adverbio, una preposición, etc.); y que, por
otra parte, el conjunto de los sistemas significantes en una sociedad es
una estructura compleja y complementaria en la que al habla,
categorizado por una teoría determinada, le falta mucho para agotar la
diversidad de las praxis significantes. Esto no quiere decir que la
ciencia no pueda encontrar en el sistema de la lengua las
«especificidades»
que está descubriendo actualmente en los sistemas significantes
extra-lingüísticos; sólo quiere decir que sería demasiado atrevido
deducir las características «mentales» de una sociedad a partir de las
consideraciones, histórica e ideológicamente limitadas, que se
pueden hacer acerca de su lengua. Considerando con prudencia la teoría
de la relatividad lingüística, la antropología y la lingüística estudian
las lenguas y las teorías lingüísticas en las sociedades llamadas
primitivas, no para alcanzar, de este modo, el punto «inicial» del
lenguaje sino para constituir un amplio espectro de los distintos modos
de representaciones que han acompañado la praxis lingüística.
1. Antropología y lingüística
Conocimiento del lenguaje en las sociedades llamadas primitivas
En
busca de un objeto susceptible de ser estudiado científicamente y que
abriera supuestamente un acceso hacia la cultura de una sociedad
«primitiva», la antropología encontró el lenguaje. Al analizar las
diversas formas bajo las que se presenta, sus reglas internas, al mismo
tiempo que la conciencia que tienen de él los distintos pueblos (en sus
mitos y sus religiones), la antropología funda y amplía su
conocimiento de las sociedades llamadas salvajes.
Los
primeros estudios que han abierto camino a esta «antropología
lingüística» fueron los de Edouard Tylor (Primitive Culture, 1871, y
Anthropology, 1881) aunque había habido un precedente inglés con
R.
G.
Latham. En 1920. Malinowski desarrolló la tesis de la estructura
lingüística como reveladora de la estructura social, confirmándola en
su estudio Meaning in Primitive Languages. Otros investigadores, como
Hocard, Haddon, J.-R. Firth, siguieron en esta vía. En Europa, la
antropología se inspira de los trabajos de Saussure y de Meillet, y
halla una orientación lingüística en las investigaciones de Durkheim y
de Mauss. Entre los científicos americanos, debemos a Franz Boas,
principalmente, las formulaciones más decisivas y más comprometidas
en este terreno. Tras haber estudiado la lengua y la escritura de los
indios de América y de los esquimales, así como su relación con la
organización cultural y social, Boas afirma que «el estudio puramente
lingüístico es parte de la verdadera investigación de la psicología
de los pueblos del mundo». Opina que, si los fenómenos del lenguaje se
convierten, mediante la etnología y la antropología, en un objeto en sí
mismos, se debe en gran medida a que las leyes del lenguaje permanecen
totalmente desconocidas para los locutores, a que los fenómenos
lingüísticos no llegan jamás a la conciencia del hombre primitivo16,
mientras que todos los demás
12
Tal como lo veremos más adelante, el «hombre primitivo» está lejos
de ser inconsciente del sistema mediante y en el cual ordena lo real, su
propio cuerpo y sus funciones sociales: el lenguaje Aquí se puede
admitir el término «inconsciente» solamente si quiere indicar una
incapacidad en determinadas civilizaciones para separar la actividad
diferenciadora y sistematizadora (significante, lingüística) de lo
que sistematiza y, por
fenómenos
se hallan sometidos de una manera más o menos clara al pensamiento
consciente. Aún así, Boas no comparte la teoría de la relatividad
lingüística. «No parece que haya una relación directa entre la cultura
de una tribu y la lengua que habla, salvo en la medida en que la
lengua puede ser moldeada por el estado de la cultura, pero no en la
medida en que un determinado estado de cultura está condicionado por los
rasgos morfológicos de la lengua.»
Al
estudiar el lenguaje «primitivo» dentro de un contexto social y
cultural, con vistas a dicho contexto y con relación a él, la
antropología se opone a menudo a un acercamiento meramente formal,
deductivo y abstracto, de los hechos lingüísticos. Aboga, como
Malinowski, a favor de un acercamiento que colocaría el discurso vivo en
su contexto contemporáneo de situaciones sociales en que se produce el
hecho lingüístico y solamente así tal «hecho» se convertiría en el
objeto principal de la ciencia lingüística.
A
esta visión del lenguaje se emparenta y se adjunta la que propone la
lingüística sociológica. Con J.-R. Firth, esta ciencia constata que las
categorías lingüísticas elaboradas por la fonética, la morfología, la
sintaxis, etc., clásicas no toman en cuenta los distintos papeles
sociales que desempeñan los principales tipos de oraciones que utiliza
el hombre. «La multiplicidad de los papeles sociales que hemos de
desempeñar en tanto que miembros de una raza, de una nación, de una
clase, de una familia, de un club, en tanto que hijos, hermanos,
amantes, padres, obreros, etc., requiere un cierto grado de
especialización lingüística.» La socio-lingüística estudia precisamente
estas funciones sociales del lenguaje, tal como se presentan en la
estructura misma de la lengua, para obtener unas informaciones
suplementarias que expliquen el mecanismo inconsciente de las funciones
sociales mismas.
Si
los lingüistas, los antropólogos y los sociólogos intentan, a partir
de los datos lingüísticos de los pueblos «primitivos», sacar
conclusiones acerca de las leyes que rigen en silencio su sociedad, esos
mismos pueblos elaboraron unas representaciones y unas teorías, unos
ritos y unas prácticas mágicas ligados a su lenguaje, que constituyen
para nosotros el ejemplo no sólo de los primeros pasos de lo que, hoy
en día, se ha convertido en una «lingüística», sino también del lugar y
del papel que ha podido tener el lenguaje en unas civilizaciones
tan
consiguiente, para elaborar una ciencia de las leyes del lenguaje como ciencia aparte.
diferentes de la nuestra.
Lo
primero que sorprende al hombre «moderno», condicionado por la teoría y
la ciencia lingüística actual, y para quien el lenguaje es exterior a
lo real, capa sutil y sin consistencia sino convencional, ficticia,
«simbólica», lo sorprendente, pues, en las sociedades
«primitivas»
o, como se suele decir, «sin historia», «pre-históricas», es que el
lenguaje es una substancia y una fuerza material. Si el hombre primitivo
habla, simboliza, comunica, es decir, establece una distancia entre sí
mismo (como sujeto) y lo externo (lo real) para significarlo en un
sistema de diferencias (el lenguaje), no conoce ese acto como un acto de
idealización o de abstracción, sino, al revés, como una participación
en el universo que le rodea. Si la praxis del lenguaje supone
realmente para el hombre primitivo una distancia con respecto a las
cosas, el lenguaje no es concebido como un en otro lugar mental, un
proceso de abstracción. Participa en tanto que elemento cósmico del
cuerpo y de la naturaleza, confundido con la fuerza motriz del cuerpo y
de la naturaleza. Su vínculo con la realidad corporal y natural no es
abstracto o convencional, sino real y material. El hombre primitivo no
concibe de manera clara una dicotomía entre materia y mente, real y
lenguaje y, por consiguiente, entre «referente» y «signo lingüístico», y
menos aún entre «significante» y «significado»: para él, participan
todos de una misma manera de un mundo diferenciado.
Unos
sistemas mágicos complejos, cual la magia asiría, se basan sobre un
tratamiento atento del habla concebido como una fuerza real. Sabemos que
en la lengua akkadia «ser» y «nombrar» son sinónimos. En akkadio, «lo
que sea» se expresa con la locución «todo lo que lleve un nombre». Tal
sinonimia es el síntoma de la equivalencia admitida, por lo general,
entre las palabras y las cosas y que da pie a las prácticas mágicas
verbales. Se trasluce, a su vez, en los exorcismos ligados a la
interdicción de pronunciar tal o cual nombre o palabra, a los hechizos
que exigen una recitación en voz baja, etc.
Varios
mitos, prácticas y creencias revelan esta visión del lenguaje entre los
primitivos. Frazer (The Golden Bough, 1911-1915) constata que, en
varias tribus primitivas, el nombre, por ejemplo, considerado como una
realidad y no como una convención artificial, «puede ser utilizado como
intermediario —tanto como el cabello, las uñas o cualquier otra parte de
la persona física— para que la magia haga efecto sobre dicha persona».
Para el indio de Norteamérica, según el mismo autor, su nombre no es una
etiqueta sino una parte distinta de su cuerpo, como el ojo, el
diente, etc., y, por tanto, un mal tratamiento de su nombre le
heriría
como si de una herida física se tratara. Para salvaguardar el nombre se
le introduce dentro de un sistema de interdicciones, o de tabúes. No se
debe pronunciar el nombre porque el acto de su
pronunciación-materialización puede revelar-materializar las propiedades
reales de la persona que lo lleva y hacerla, entonces, vulnerable ante
sus enemigos. Los esquimales obtenían un nombre nuevo cuando llegaban a
la vejez; los celtas consideraban el nombre como sinónimo del alma y del
«aliento»; entre los yuinos de Nueva Gales del Sur, en Australia, y
entre otros pueblos, siempre según Frazer, el padre revelaba su nombre
al hijo en el momento de la iniciación, y pocas personas más lo
conocían. En Australia se olvidan los nombres, llamándose la gente
entre sí «hermano, primo, sobrino,...». Los egipcios también tenían
dos nombres: ti pequeño, bueno y reservado al público, y el grande, malo
y disimulado. Encontramos semejantes creencias ligadas al nombre propio
en los Krus de África Occidental, en los pueblos de la Costa de los
Esclavos, los Wolofs de la Senegambía, en las islas Filipinas (los
bagobos de Mindanao), en las islas Burru (India Oriental), en la isla
de Quiloe por la costa meridional de Chile, etc. El dios egipcio Ra,
mordido por una serpiente, se lamenta: «Soy el que tiene muchos nombres y
muchas formas... Mi padre y mi madre me dijeron mi nombre; está
oculto en mi cuerpo desde mi nacimiento para que ningún poder mágico
pueda ser otorgado a quien quiera hechizarme». Pero acaba revelando su
nombre a Isis que se vuelve todopoderosa. Hay igualmente unos tabúes
acerca de las palabras que designan grados de parentesco.
Entre
los cafrés, se prohíbe a las mujeres pronunciar el nombre de su marido y
del suegro así como cualquier palabra que se les parezca. Esto
conlleva una modificación del lenguaje de las mujeres hasta tal punto
que hablan, en realidad, una lengua distinta. A este respecto, Frazer
recuerda que, en la Antigüedad, las mujeres jónicas no llamaban jamás a
su marido por su nombre y que nadie debía nombrar a un padre o a una
hija mientras se siguiese los ritos de Ceres en Roma. Entre ciertas
tribus del oeste de Victoria, los tabúes exigen que el hombre y la
mujer se hablen mutuamente en su lengua a la vez que comprenden la del
otro y sólo podrán casarse con una persona de distinto idioma.
Los
nombres de los muertos están igualmente sometidos a las leyes del tabú.
Los albaneses del Cáucaso tenían semejantes costumbres y Frazer las
observa entre los aborígenes de Australia. En la lengua de los
abipones de Paraguay cada año se introduce unas palabras nuevas
ya
que se suprime por proclamación todas las palabras que se parecen a
los nombres de los fallecidos, palabras que se sustituyen por otras. Se
entiende que tales procedimientos anulen la posibilidad de un relato o
de una historia: la lengua ya no tiene residuos algunos del pasado,
pues se va transformando con el curso real del tiempo.
Los
tabúes conciernen también los nombres de los reyes de los personajes
sagrados, los nombres de los dioses aunque también conciernen a un gran
número de nombre-comunes. Se trata sobre todo de nombres de animales o
de plantas considerados peligrosos y cuya pronunciación equivaldría a
invocar el peligro mismo. Así, en las lenguas eslavas, la palabra que
significa «oso» ha sido reemplazada por una palabra más «anodina»
cuya raíz es «miel», dando, por ejemplo, med’ved’ en ruso (de med -
miel): se ha reemplazado el oso maléfico por algo eufórico —por la
comida inofensiva de la especie cuyo nombre, por metonimia, sustituye la
peligrosa palabra.
Tales
prohibiciones no son conscientemente motivadas. Parece que son lógicas,
unas «imposibilidades» naturales, y que pueden ser levantadas o
expiadas a través de ciertas ceremonias. Varias prácticas mágicas se
fundan sobre la creencia de que las palabras poseen una realidad
concreta y activa, y basta pronunciarlas para que se ejerza su acción.
Tal es la base de varias oraciones o fórmulas mágicas que son
«portadoras» de curación, lluvia sobre los campos, cosecha abundante, etc.
Sigmund
Freud, quien examinó con atención los datos recogidos por Frazer, ha
podido explicar el tabú de algunas palabras o la interdicción de algunas
situaciones discursivas (mujer-marido, madre-hijo, padre- hija)
relacionándolos con la prohibición del incesto. Constata una asombrosa
similitud entre la neurosis obsesiva y los tabúes en cuatro puntos: 1)
la ausencia de motivación de las prohibiciones; 2) su fijación en virtud
de una necesidad interna; 3) su facilidad para desplazarse y contaminar
objetos prohibidos; 4) la existencia de actos y de reglas ceremoniales
procedentes de las prohibiciones (cf. Totem et Tabou).
Igual
que el mismo Freud lo observa, «evidentemente sería actuar de manera
precipitada y poco eficaz si concluyéramos que existe una afinidad
innata a partir de la analogía de las condiciones mecánicas (de la
neurosis obsesiva y del tabú)». Habría que insistir sobre esta
observación porque, efectivamente, si ambas estructuras se parecen
entre sí, nada nos induce a pensar que se «debe» los tabúes a
unas
«obsesiones».
Las nociones psicoanalíticas están elaboradas y funcionan en el campo
de la sociedad moderna y categorizan de modo
51
más
o menos riguroso unas estructuras psíquicas en dicha sociedad.
Transponerlas en otras en que la noción misma de «yo» (subjetivo,
individual) no está claramente diferenciada es, sin lugar a duda, un
acto que desnaturaliza la especificidad de las sociedades estudiadas.
Por lo contrario, podemos suponer que unos actos como el tabú, y quizá
la praxis misma, en general, del lenguaje en tanto que realidad activa
(no abstracta, no ideal, no sublimada) son precisamente lo que impide la
formación de las «neurosis», incluida la neurosis obsesiva en cuanto
que estructura de un sujeto.
Otros
testimonios prueban que el hombre «primitivo» no solamente se niega a
separar el referente del signo sino que, además, vacila en escindir el
significante del significado. La «imagen fónica» tiene para él el
mismo peso real que la «idea», al estar, por lo demás, confundida con
ella. Percibe la red del lenguaje como una materia consistente de modo
que las semejanzas fónicas son para él el indicio de semejanzas de los
significados y, por consiguiente, de los referentes. Boas recoge unos
ejemplos similares entre los Pawnees en América para los cuales varias
creencias religiosas son provocadas por unas similitudes lingüísticas.
Un caso sorprendente nos viene dado por la mitología chinook: el héroe
descubre a un hombre que trata en vano de pescar bailando y le explica
que hay que hacerlo con una red. El relato se organiza en torno a dos
palabras fonéticamente idénticas (idénticas en el plano del
significante) pero con sentido diferente (divergentes en el plano del
significado): las palabras bailar y pescar con una red se pronuncian de
la misma manera en chinook. Este ejemplo demuestra con qué refinamiento
el hombre «primitivo», distingue los diversos niveles del lenguaje,
llegando incluso a jugar con ellos, como si sugiriera con humor sutil
que maneja perfectamente el significado sin olvidar por ello su anclaje
en el significante que es su portador, y que él —locutor atento a la
materialidad de su lengua— oye siempre.
Algunos
pueblos poseen unas teorías desarrolladas del funcionamiento del habla,
que se despliegan como unas verdaderas cosmogonías de modo que, cuando
el etnólogo moderno traduce por
«habla»
la fuerza cósmica y corporal acerca de la que los «primitivos»
reflexionan, el desfase del término con nuestra concepción es tal que
subsiste cierto malestar: ¿Trátase verdaderamente del «lenguaje» tal
come lo entienden los modernos? Lo que el científico occidental traduce
por habla o lenguaje resulta ser a veces el trabajo del cuerpo mismo,
el deseo, la función sexual, el verbo también claro, y todo esto al
mismo tiempo.
Geneviève
Calame-Griaule en su estudio sobre los dogones (Ethnologie
et I.angage: la parole chez les Dogons, 1965) población del suroeste
del meandro del Níger, observa que para ese pueblo el término , que
designa el lenguaje significa a la vez: «la facultad que distingue al
hombre del animal, la lengua en el
sentido
saussureano
del término, la lengua de un grupo humano diferente de la de otro
grupo, la palabra a secas, el discurso y sus modalidades: sujeto,
pregunta, discusión, decisión, juicio, relato, etc.». Pero igualmente,
en la medida en que todo acto social supone un intercambio del habla, en
la medida en que todo acto individual es en sí un modo de
expresarse, la palabra es en ocasiones sinónimo de
«acción,
empresa». Unas expresiones corrientes apuntan en este sentido: :
vomo yoà: «ha entrado su palabra», lleva a cabo su empresa con éxito
(persuadiendo a su interlocutor); nέ yògo y,
«ahora
es la palabra de mañana», dejamos para mañana el seguir con nuestro
trabajo... Los dogones llaman palabra al resultado del acto, la obra, la
creación material que queda: la azada forjada, la tela tejida son otras
tantas «palabras». Al estar el mundo impregnado , por la palabra, al
ser la palabra el mundo, los dogones edifican su teoría del lenguaje
como una inmensa arquitectura de correspondencias entre las variaciones
del discurso individual y los acontecimientos de la vida social. Hay
cuarenta y ocho tipos de «palabras» descompuestas en dos veces
veinticuatro, número clave del mundo. De este modo, observa
Calame-Griaule, «a cada palabra corresponde una técnica o una
institución, una planta (y una parte concreta de la planta), un
animal (y uno de sus órganos), un órgano del cuerpo humano». Por
ejemplo, la «palabra : designa el engaño, la falsa apariencia:
cuando se cura la herida de un recién nacido, a menudo se infecta aunque
desde fuera parezca estar curada. Todo lo que sea falso juramento o
robo será llamado entonces bògu só: el pillaje en orden a las técnicas,
el ratón ladrón entre los animales, el cacahuete redondo que no
es un verdadero alimento, etc. Al mismo tiempo, esas
«palabras»
son sistematizadas según «los acontecimientos míticos que justifiquen,
por un lado, su valor psicológico o social y, por otro, su número de
orden simbólico en la clasificación».
Unas
inmersiones semejantes del habla en el mundo real no son un fenómeno
aislado. Los sudaneses bambaras, según Dominique Zahan (La Dialectique
du verbe chez les Bambaras, 1963), consideran el lenguaje como un
elemento físico. Si distinguen una primera palabra aún no
expresada, perteneciente a la palabra primordial de Dios, y llamada
«ko»,
también aíslan el substrato material del habla, el fonema en general,
bajo el nombre «kuma». Este es, por su parte, afín a la palabra
«ku»
que significa «rabo»; y, además, un adagio bambara dice: «El hombre no
tiene rabo, no tiene crines; la parte donde se le puede “agarrar” al
hombre es la palabra de su boca». Una escucha analítica pondría
fácilmente a relucir en estas comparaciones hasta qué punto la
concepción del habla en los bambaras está sexualizada y casi
indiferenciada de la función sexual. Tal constatación se ve confirmada
por las representaciones bambaras de los órganos del habla. Son la
cabeza y el corazón; la vejiga, los órganos sexuales, los intestinos,
los riñones; los pulmones, el hígado; la tráquea, el gaznate, la boca
(lengua, dientes labios, saliva). Cada uno de estos órganos forma el
habla: el hígado, por ejemplo, juzga y deja pasar, o para, la palabra;
los riñones concretan el sentido o le confieren cierta ambigüedad; «el
habla carecerá de todo agrado si la humedad de la vejiga no entra en
su composición»; por último, «los órganos sexuales, mediante unos
movimientos que son la reducción de los gestos efectuados durante el
coito, dan al verbo el placer y el gusto de la vida». Todo el cuerpo,
los ojos, los oídos, las manos, los pies, las posturas, participa en la
articulación de la palabra. Así, pues, para los bambaras, hablar es
sacar un elemento de su cuerpo: hablar es dar a luz. Señalemos que los
dogones atribuyen igualmente unas funciones semejantes a los órganos
del cuerpo para la producción del habla.
El
elemento lingüístico es tan material como el cuerpo que lo produce. Por
un lado, los sonidos primordiales del habla están relacionados con los
cuatro elementos cósmicos: el agua, la tierra, el fuego y el aire. Por
otro, siendo el habla material, es imprescindible que los órganos de
su tránsito estén preparados para recibirlo: de ahí el tatuaje de la
boca o la limadura de los dientes que son símbolos de la luz y del
día y que, una vez limados, se identifican con el camino de la luz.
Estos ritos de preparación de la boca para un habla sabia, sobre todo
destinados a las mujeres, coinciden con los ritos de incisión o se
identifican con ellos. He aquí, por tanto, una prueba más de que, para
los bambaras, el dominio del habla es un dominio del cuerpo, que el
lenguaje no es una abstracción sino que participa en todo el sistema
ritual de la sociedad. El lenguaje es tan corpóreo que los ritos de
flagelación, por ejemplo, que simbolizan la resistencia del cuerpo ante
el dolor, se encargan de representar el dominio del órgano del habla.
No podemos aquí dilucidar todas las consecuencias que
semejante
teoría
del lenguaje implica para la relación del hablante con su sexualidad,
con el saber en general y con su inclusión en lo real.
El
hombre melanesio que vive en Nueva Guinea oriental y en los principales
archipiélagos paralelos a las costas de Australia comparte también una
representación corpórea del funcionamiento del lenguaje.
M.
Leenhardt (Do Komo, 1947) traduce la leyenda melanesia siguiente acerca
del origen del lenguaje. «El dios Gomawe estaba paseando cuando se
encontró con dos personajes que no podían responder a sus preguntas, ni
siquiera podían expresarse. Comprendió que tenían el cuerpo vacío y se
fue a atrapar dos ratas para cogerles las entrañas. De vuelta con los
dos hombres, les abrió la tripa y dentro les colocó las vísceras de las
ratas: intestino, corazón e hígado. Una vez cerrada la herida, los dos
hombres se pusieron en seguida a hablar, comieron y pudieron recobrar
sus fuerzas». La convicción según la cual el cuerpo es el que
«habla» está claramente atestiguada en expresiones como:
«¿cuál
es tu vientre?», para decir «¿cuál es tu lengua?»; o «entrañas
angustiadas» para «estar disgustado»; o «entrañas que van de lado» para
«vacilar». La mente o la cabeza no serían el centro emisor del
lenguaje-idea. Al contrario, para hacer un cumplido a un orador se le
llama «cabeza hueca» lo que implica sin duda que el rigor de su discurso
se debe a que es un producto del vientre, de las entrañas.
Para
los dogones, escribe Calame-Griaule, «los distintos elementos que
componen el habla se encuentran en un estado difuso dentro del cuerpo,
particularmente bajo una forma acuosa. Cuando el hombre habla, el verbo
sale en forma de vapor, el agua del habla que ha “calentado” el
corazón». El aire así como la tierra que da a la palabra su
significación (su peso) correspondiente, de este modo, el esqueleto en
el cuerpo, o el fuego que determina las condiciones psicológicas del
hablante, son otros tantos componentes del lenguaje para los dogones. Su
relación con el sexo está claramente planteada: para los dogones, el
habla está sexuada; hay unos tonos machos (bajos y descendientes) y
hembras (altos y crecientes) pero las diversas modalidades del habla e
incluso las diferentes lenguas y dialectos pueden ser considerados como
pertenecientes a una u otra categoría. El habla macho contiene más
viento y fuego, el habla femenino más agua y tierra. La compleja teoría
del habla de los dogones conlleva igualmente una noción que pone el uso
discursivo en estrecha relación con lo que ha podido llamar el
psiquismo: se trata de la noción de kikinu que designa «el tono con
el que se manifiesta el habla y que justamente está en relación directa
con el psiquismo».
55
Tales
concepciones corporales del lenguaje no quieren decir que no se preste
una particular atención a su construcción formal. Los bambaras ven el
lenguaje generándose en unas cuantas fases: gestos, gruñidos, sonidos, y
consideran que el hombre áfono remonta a la edad de oro de la
humanidad. Para ellos, la lengua primitiva se compone de palabras
monosilábicas con una consonante y una vocal. Los diferentes fonemas
están especificados y cargados de funciones sexuales y sociales
particulares, se combinan con los números y diversos elementos o
partes del cuerpo y forman de este modo una combinatoria cósmica
regulada. En este sentido, Zahan observa que
«E»
para los bambaras es el primer sonido que «nombra al yo y al otro; es
el “yo” y el “tú”, análogo del deseo correlativo, a la cifra 1, al
nombre, y se armoniza con el auricular». «I» es el «nervio» del
lenguaje, marca la insistencia, el acoso, la búsqueda. Incluso entre los
melanesios, el lenguaje es un medio complejo y diferenciado: se le
representa como un contenedor, un recinto que funciona, un sistema
que trabaja, dinamos hoy en día. Para ese pueblo, el «pensamiento»,
según Leenhardt, se nombra gracias a la palabra nexai o nege que designa
un contenedor visceral (tripa, estómago, vejiga, matriz, corazón,
fibras tejidas de una cesta). Hoy se emplea el término tanexai
= estar ahí juntos, fibras o contornos; tavinena = estar ahí, ir, entrañas.
No
conformándose con una clasificación de las palabras, algunas tribus
poseen una teoría extremadamente refinada y detallada de los correlatos
gráficos de dichas palabras. Si bien es cierto, como lo escribe Meillet,
que «los hombres que inventaron y perfeccionaron la escritura fueron
unos grandes lingüistas y ellos son quienes crearon la lingüística»,
encontramos en unas civilizaciones antiguas y ya desaparecidas unos
sistemas gráficos que dejan constancia de una reflexión sutil, por no
hablar de una «ciencia» del lenguaje. Algunas de esas escrituras, como
la de los mayas, no han sido descifradas todavía. Otras, como la
escritura de la isla de Pascua que A. Métraux considera como memorándum
para los chantres, suscitan numerosos comentarios, en ocasiones
inconciliables. Barthel ha podido constatar que, al disponer de 120
signos, este sistema escritural produce de 1.500 a 2.000 combinaciones.
Los signos representan a personajes, cabezas, brazos, gestos, animales,
objetos, plantas, así como dibujos geométricos, y funcionan como unos
ideogramas que pueden tener varias significaciones. De tal forma que un
mismo ideograma significa estrella, sol, fuego. Algunos signos son
imágenes: se representa a la mujer con una flor; o metáforas: un
«personaje comiendo» representa
una
recitación de poesía. Finalmente, ciertos signos adquieren un valor
fonético, estando este fenómeno favorecido por el hecho de que, en las
lenguas polinesias, abundan los homónimos. Esta escritura que presenta
un estado avanzado de la «ciencia» del lenguaje, no parece, sin
embargo, poder marcar oraciones. Pese a los esfuerzos de varios
científicos, no se la puede considerar como lengua completamente
descifrada.
La
escritura maya —uno de los monumentos más interesantes y más secretos
de las antiguas civilizaciones— sigue sin estar descifrada en la
actualidad.
[Texto
debajo del dibujo: Ejemplo de una combinación de texto jeroglífico
(arriba) con signos de cifras (el punto = uno; el guión = cinco) y de
pictogramas (abajo) en la escritura maya (manuscrito de Dresde, p. XVI).
La ilustración ha sido tomada de Origine el Développement de
l’écriture, de Istrine.]
Las
investigaciones siguen su curso según dos direcciones: postulando que
los signos mayas son fonéticos, o imaginando que son pictogramas o
ideogramas. Cada vez más parece que se trata de una combinación de ambos
tipos pero queda aún mucho por hacer para llegar a una descodificación
total.
Si
la población maya heredó la tradición étnica y cultural de sus
antecesores, los olmecas que ocupaban el territorio mexicano mil años
antes de nuestra era, los monumentos arqueológicos con su escritura y
los manuscritos datan probablemente de los primeros años de nuestra era,
hasta la prohibición de esta escritura por los colonizadores españoles
1
c (u)
8
h (a)
15
lub
2
tz (u)
9
p (a)
16
kati
3
t (u)
10
t (i)
17
kam
4
b (u)
11
cutz
18
ukah
5
k (a)
12
tzul
19
pak
6
m (a)
13
bulus
20
mam
7
u
14
cantzuc
[Texto
debajo del dibujo: Algunos de los signos silábicos mayas,
descifrados por Knorosov (1-10) y los ejemplos de su utilización en una
escritura fonética (11-20), según la hipótesis del autor, formulada en
1950.]
quienes
destruyeron la mayor parte de los manuscritos. Ya que la escritura era
propia de los sacerdotes y estaba ligada a los cultos religiosos,
desapareció a la vez que la religión maya, sin que la población
preservara el secreto. Por lo general, los textos mayas representan unas
crónicas históricas tejidas con fechas y cifras. Se supone que reflejan
una concepción del tiempo según la cual los acontecimientos se vuelven a
suceder, por lo que recogiendo su sucesión se podrá predecir el
porvenir. El ritmo del tiempo, la
«sinfonía del tiempo», es lo que ve J. E. Tompson en la escritura maya
(Maya Hieroglyphic Writing, Washington, 1950).
El investigador soviético Yuri B. Knorosov propuso una teoría
interesante
sobre la escritura maya (L’écriture des Indiens mayas, Moscú-
Leningrado, 1963). Dejando a un lado la hipótesis jeroglífica, vuelve
a la hipótesis alfabética de Diego de Landa, el primer descodificador
de los mayas. Knorosov considera que la escritura maya se compone
de
«complejos
gráficos» de los cuales cada uno está compuesto, a su vez, de algunos
(1-5) grafemas: elementos gráficos unidos en cuadrado o en círculo y
hechos con signos tales como cabezas de hombre, animales, aves, plantas y
demás objetos. Tal escritura se asemejaría a la del Egipto del Antiguo
Imperio en la que los pictogramas parecen ser unas indicaciones para
el texto jeroglífico que acompañan.
En
un principio, Knorosov proponía que se descifrara los signos como
unos signos silábicos combinados a logogramas fonéticos y semánticos. No
obstante, a partir de 1963, la hipótesis de Knorosov es que esos signos
son más bien morfémicos. Resulta interesante observar que si se
consolida esta hipótesis, no habría en la historia más que dos casos de
escritura morfemográfíca independiente: la escritura maya y la escritura
china. Algunos especialistas, como Istrine, consideran que tal
hipótesis es inverosímil, tenido en cuenta el largo desarrollo de la
escritura china antigua antes de llegar en la escritura china moderna a
su estructura morfográfica, y también por la diferencia entre la lengua
china monosilábica, que favorece la morfemografia, y la lengua maya
en la que el sesenta por ciento de las palabras están compuestas por
tres o cuatro morfemas. En tales condiciones, la existencia de una
escritura morfográfica exigiría un análisis complejo y difícil de la
lengua, lo cual no resulta, sin embargo, imposible en una civilización
tan extraordinaria como la de los mayas. Más aún cuando la civilización
maya tiene ciertas similitudes con las concepciones cosmogónicas chinas:
así, la inclusión y la pulverización del «sujeto» significante en un
cosmos dividido y ordenado que se reflejaría perfectamente en el tejido
de un sentido diseminado bajo las sílabas de un sistema escritural
morfémico...
Entre
los dogones, la escritura presenta unas particularidades distintas pero
igualmente interesantes. Comprende cuatro etapas y cada una es
sucesivamente más compleja y más perfecta que la anterior. La primera
fase se llama «huella» o bumכ (de bumכ, arrastrarse) y evoca la huella
dejada en la tierra por el movimiento de un objeto. Se trata, pues,
de un dibujo vago, en ocasiones de segmentos de líneas no unidos entre
sí, pero que esbozan la forma final. La segunda fase se llama «marca» o
yala: está más detallada que la huella, y punteada a veces
«para recordar —escribe Calame-
Griaule—
que Amma (el creador del habla) hizo primero las “semillas” de las
cosas». En tercer lugar viene el «esquema», que es una
representación general del objeto. Y, por último, el «dibujo» acabado,
t’oў. Este proceso de cuatro fases, que no llega a ser una verdadera
escritura —los dogones no
pueden
[Texto
debajo del dibujo: A la izquierda, imposición de los nombres al niño
(primera fase del dibujo). A la derecha arriba, primera y
última fase de la «palabra tejido». Abajo,
«palabra
de justicia de Lébé-Sérou”, simbolizada por la serpiente. Según G.
Calame- Griaule, Ethnologie el Langage, la parole chez les Dogons.
Gallimard.]
marcar
frases— no se aplica solamente al dibujo en sí, o a la lengua como
sistema de significación y de comunicación. Se refiere, igual que el
mismo vocablo «palabra», a diversos aspectos de la vida real: «la
palabra nacimiento de los niños en cuatro fases», así como «la palabra
de la fuerza de las cosas creadas por Amma», «la palabra de la
imposición de los nombres al niño», etc. Vemos, por tanto, que la
escritura marca la formación de las palabras (o de la significación)
pero también de las cosas; palabras y cosas escritas se hallan
íntimamente mezcladas, hacen cuerpo con una misma realidad en proceso de
diferenciación y de clasificación. El universo con la palabra dentro
de él se organiza como una inmensa combinatoria, como un cálculo
universal cargado de valores mitológicos, morales, sociales, sin que el
locutor aísle el acto de significar —su verbo— en un en-otro-lugar
mental. Esta participación del lenguaje en el mundo, en la
naturaleza, en el cuerpo, en la sociedad —de los que está, sin embargo,
prácticamente diferenciado— y en la sistematización compleja de éstos,
acaso constituya el rasgo fundamental de la concepción del lenguaje
en las sociedades llamadas «primitivas».
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