Juan Eslava Galán. UNA HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL QUE NO VA A GUSTAR A NADIE 6
CAPÍTULO 49
Los acuerdos de Munich
Los republicanos están divididos en dos bandos cada día más irreconciliables: de un lado, los que, como Azaña y Companys, quieren negociar la paz (con mediación francobritánica); del otro, Negrín y los comunistas, que optan por alargar la resistencia hasta que una eventual guerra europea entre democracias y fascis¬mos permita a la República aliarse con el bando democrático.
Los acontecimientos europeos influyen decisivamente en el futuro de España.
15 de septiembre de 1938
Una columna de negras limusinas Mercedes remontan la estrecha carretera de Berchtesgaden. El premier británico Chamberlain vi¬sita a Hitler en su «nido de águilas», un refugio alpino ampliado para convertirlo en el confortable hotelito propio del nuevo rico burgués que lo habita. Después de los saludos y de las frases ama¬bles para distendir el ambiente, de que Chamberlain le haga una cucamona a Blondie, la cachorrilla de pastor alemán de Hitler, y finja que le gustan los perros, los dos estadistas, acompañados de sus respectivos intérpretes, se encierran en la sala de conferencias y van al grano. Hitler le comunica a Chamberlain, con brusca fran¬queza, sus proyectos de desmembrar Checoslovaquia.
Checoslovaquia es un país enteramente artificial que surgió como consecuencia del reparto del mundo tras la primera guerra mundial. Una de sus regiones, los Sudetes, está poblada por ale¬manes. Hitler se ha propuesto recuperarla para el III Reich.
Cinco días después Checoslovaquia cede a las presiones britá¬nicas y acepta el sacrificio.
Negrín sigue atento a la jugada desde Ginebra. El 22 se reú¬nen de nuevo Chamberlain y Hitler, esta vez en Godesberg. El gobierno checo ha dimitido. Chamberlain se somete a los deseos de Hitler. Qué remedio: en la cartera lleva un informe confiden¬cial de su ministro del Ejército. «En las presentes circunstancias, una guerra con Alemania sería desastrosa. El estado de nuestras fuerzas armadas deja mucho que desear.»
El 29 de septiembre, Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier firman un acuerdo en Munich: desmembración de Checos¬lovaquia. ¿Sólo Checoslovaquia?
El horizonte de la causa republicana española se llena de ne¬gros nubarrones. Franco tranquiliza a París y Londres prometién¬doles neutralidad mientras dirige a Hitler un guiño cómplice.
No habrá guerra mundial (por ahora, al menos). Dictaduras y democracias han llegado a un acuerdo. Esa noticia que alivia a Europa sume a Negrín en la más negra desesperación. Una gue¬rra entre las potencias europeas era la única oportunidad que le quedaba a la República española para sobrevivir. Se hubiera alia¬do con el Reino Unido y Francia contra Alemania, una democra¬cia más contra los Estados totalitarios.
Negrín regresa a su despacho con el ánimo por los suelos. La Segunda República española está condenada. Ya sólo es cuestión de tiempo. A todo trance hay que negociar con Franco una paz honrosa que impida la venganza del vencedor sobre el vencido.
El bando nacional está de enhorabuena, pero las sutilezas de la política internacional no están al alcance del sufrido soldado. En el frente y en la retaguardia del Ebro cunde el desánimo. En dos meses de continuos combates, el glorioso ejército nacional no ha conseguido recuperar las posiciones que los rojos ocuparon en un día. Después de tanto esfuerzo, los nacionales sólo dominan el cruce de Camposines: tres meses de sangrientos combates para avanzar ocho kilómetros. Además, los republicanos siguen con¬trolando las principales alturas y sus tropas están a menos de tres kilómetros de Gandesa y baten con su artillería los principales nudos de comunicaciones.
El 3 de octubre amanece en Cádiz una radiante mañana de otoño. Las banderas flamean al aire yodado del puerto. Bandas de música militar. La ciudad entera se echa a la calle para despedir a diez mil voluntarios italianos que regresan a casa. Millán Astray pronuncia una de sus vibrantes arengas. Discursos, banderas, pa¬ñuelos, muchachas de camisa azul que reparten flores, himnos, canciones, cinco bandas de música confundiendo sus notas, a ver la que pega más fuerte. Todo muy emotivo. Más de un partici¬pante enjuga alguna lágrima furtiva. Los italianos dejan detrás más de un corazón roto y alguna que otra preñez.
En el Ebro se entabla una batalla aérea entre cazas. Caen Sal¬vador, abatido por un caza enemigo, y Joaquín García Morato por el fuego de través de uno de sus pilotos, un novato. Los dos saltan en paracaídas y sobreviven. García Morato es el máximo as de la caza nacional, con treinta aparatos derribados en su haber.
El 15 de octubre fracasa el sexto ataque nacional con nume¬rosas bajas. Después, las intensas lluvias dificultan las operacio¬nes y conceden un piadoso respiro a las tropas agotadas.
Las condiciones políticas han cambiado. La retaguardia na¬cional necesita algún golpe de efecto que levante los ánimos. Franco decide dinamizar el frente del Ebro y cambia de táctica. Suspende los ataques frontales sobre objetivos limitados, el clási¬co topetazo del carnero, para tratar de envolver al enemigo y de¬salojarlo de sus posiciones. Antes que nada, la sierra de Cavalls.
CAPÍTULO 50
Adiós a los internacionales
Negrín había anunciado en Ginebra la retirada de las tropas in¬ternacionales, una noticia que pasó desapercibida entre los gran¬des titulares de los Pactos de Munich. Ahora llega el momento de decir adiós a los casi trece mil combatientes extranjeros que que¬dan todavía en suelo español.
El 28 de octubre las Brigadas Internacionales se despiden en un acto emotivo con desfile en Barcelona, el cielo surcado por cien cazas republicanos en previsión de que un bombardeo de los rebeldes venga a aguarles la fiesta. Una multitud despide a los hé¬roes. Las muchachas les entregan ramitos de flores. Desde las ventanas y balcones, engalanados para la ocasión, desciende una lluvia de papeles y octavillas. Dolores Ibárruri, la Pasionaria, compone una emotiva despedida:
—Cuando los años pasen y las heridas se vayan restañando, hablad a vuestros hijos, habladles de estos hombres de las Brigadas Internacionales. Contadles cómo lo abandonaron todo: cariño, patria, hogar, fortuna, y vinieron a nosotros a decirnos: aquí esta¬mos, vuestra causa, la causa de España, es nuestra misma causa. Millares se quedan teniendo como sudario la tierra de España. Po¬déis iros con orgullo pues sois historia, sois leyenda. Sois ejemplo heroico de solidaridad y de la universalidad de la democracia. No os olvidaremos y cuando el olivo de la paz florezca, entrelazadlo con los laureles de la victoria de la República Española. ¡Volved!
Después, los internacionales desfilan por última vez, bracean¬do, sin armas. Lágrimas candentes se deslizan sobre los rostros curtidos en la batalla. La gente les arroja flores. En un balcón de la oficina de la FAI, un antiguo miliciano comenta como para sí:
—Esto se acaba.
—¿El qué? —le pregunta otro.
—La guerra, hombre.
El otro se queda pensativo.
—¿Sabes lo que te digo?, que se acabe como sea, pero que se acabe pronto.
A esa hora, más al sur, en el Ebro, Franco se dirige a su pues¬to de mando, en Coll del Moro, cuando un motorista adelanta su vehículo y le hace señas al chófer con la mano enguantada para que se detenga. Es portador de un telegrama urgente para el Cau¬dillo: su hermano Ramón, el bala perdida, mujeriego y veleta, ha muerto en acto de servicio. El hidro que pilotaba ha caído al mar.
Franco dobla el telegrama y se lo guarda. Se vuelve hacia su ayudante, que lo mira en silencio:
—No es nada que afecte a las operaciones —murmura—. Se trata de mi hermano Ramón.
Al día siguiente entierran a Ramón en la base de Pollensa. Ni¬colás, el hermano mayor que preside el acto, lee un telegrama del Caudillo:
«No es nada la vida que se da alegre por la Patria. Siento el or¬gullo de que la sangre de mi hermano, el aviador Franco, se una a la de tantos aviadores caídos.»
Entre los cientos de telegramas de pésame figura el del papa Pío XI.
El 30 de octubre de 1938 los nacionales lanzan su séptimo ataque. Después de castigar las posiciones enemigas con trescien¬tos cañones, García Valiño asalta las alturas de la sierra de Cavalls. Esta vez el avance nacional es tan rápido que sorprenden a algu¬nas unidades en sus refugios y las apresan sin disparar un tiro. Al día siguiente se riñen combates durísimos, los más sangrientos de la guerra. La aviación republicana intenta detener el avance nacional con todos los aviones disponibles en la zona, unos ochen¬ta Chato y Mosca. En vano: los nacionales han roto el frente y dos días más tarde alcanzan la orilla del Ebro por Pinell. La bolsa re¬publicana ha quedado partida en dos.
Los nacionales ocupan las sierras de Cavalls y Pándols y en¬tran en Mora de Ebro el 7 de noviembre. Una semana después re¬basan el cruce de la venta de Camposines. Se desploma el frente republicano. Es el principio del fin. Al amparo de las nieblas de la madrugada, los republicanos trasladan al otro lado del río tropas, pertrechos y carros de combate. Dinamitan los puentes.
El 16 de noviembre Franco declara terminada la batalla del Ebro. Ha durado tres meses y tres semanas y ha dejado unos cien mil muertos. La República no levantará cabeza después de este descalabro. En el campo republicano cunde el desánimo. Las de¬serciones menudean. Los «banderilleros», desertores republica¬nos con las manos en alto, aparecen por doquier. Se escaquean del resto de la tropa en retirada y permanecen ocultos hasta que ven llegar a las vanguardias franquistas. Salen al paso, gritando:
—No tiréis, no tiréis que nos pasamos. ¡Arriba España! ¡Viva Franco!
—Oye que yo sólo soy un guripa de cocinas.
—Da igual, ya me has hecho prisionero.
—Que no tengo pistola.
—Da igual, me encañonas con el cucharón.
CAPÍTULO 51
Ofensiva de Cataluña
Diciembre de 1938
Lluvia y nieve, frío y hambre. Cataluña está cercada. Las mejores tropas nacionales, al mando del general Dávila, se preparan para asestar el golpe definitivo, una ofensiva que culminará con la conquista de Barcelona, la nueva sede del gobierno, lo que sin duda precipitará el final de la guerra. El ejército republicano de Cataluña está mal preparado y equipado. No ha sabido aprove¬char el respiro que le han concedido la ofensiva contra Valencia y la batalla del Ebro.
Vicente Rojo ha ideado un plan, el «Plan P», para ganar tiem¬po y alejar a Franco de Cataluña: se trata de desembarcar en Mo¬tril con una brigada de infantería que amenace Granada y Mála¬ga, lo que provocará el traslado a la costa de las fuerzas más próximas, las del frente del norte de Andalucía y Extremadura. Cuando esta zona quede desguarnecida, las fuerzas republicanas avanzarán por Peñarroya y, con un poco de suerte, arrollarán a los nacionales y llegarán a Córdoba y Sevilla.
El plan parece bueno, pero, a última hora, con la brigada ya embarcada, Miaja suspende el desembarco en Motril.
Franco emprende con brío la campaña de Cataluña. El 23 de diciembre los italianos atacan en Seros y ahuyentan a dos brigadas republicanas. Las escasas fuerzas de reserva no pueden taponar la brecha y reculan hostigadas por la artillería y la aviación.
Así llega enero de 1939, que los nacionales numeran todavía III Año Triunfal, aunque muy pronto comenzarán a llamarlo Año de la Victoria. Las tropas de Franco progresan hacia Tarra¬gona después de ocupar Artesa de Segre por el norte y Borjas Blan¬cas por el sur.
Los nacionales entran en Tarragona. Solemne liturgia en la catedral, con obispo y clérigos realizando las aspersiones de ri¬tual. El discurso de reconciliación comienza:
—¡Perros catalanes! ¡No sois dignos del sol que os alumbra!
Las deserciones dejan en cuadro a batallones enteros mientras los franquistas avanzan, sin encontrar apenas resistencia. Sus aviones de reconocimiento fotografían carreteras atestadas de fu-gitivos que se repliegan hacia la retaguardia con sus enseres en vehículos diversos, incluidos carritos de tracción humana.
Es urgente distraer la ofensiva nacional contra Cataluña. El mando republicano inicia en Andalucía la segunda parte del ma¬logrado «Plan P».
El 5 de enero de 1939 dos docenas de tanques republicanos se¬guidos de infantería avanzan por Valsequillo y Granja de Torrehermosa, cerca de Peñarroya, y abren una brecha de cinco kiló¬metros en las líneas nacionales, entre los cerros del Médico y las sierras de Trapera y la Mesegara. El soldado Juan Castro, asomado a un parapeto de las primeras defensas del cerro del Médico, con-templa con aprensión el avance de los T-26 enemigos. Pasa un sar¬gento seguido de dos soldados repartiendo botellas de gasolina.
—¡Echadle cojones! —recomienda—. Y al que dé un paso atrás lo dejo seco.
Los defensores de las avanzadas se repliegan desordenada¬mente, entre ellos un comandante descalzo que ha perdido una bota en el barro.
Los republicanos penetran cuarenta kilómetros dentro del campo nacional, pero los bordes de la bolsa permanecen firmes. Ahí termina el empuje. A la postre, la ofensiva no ha servido de nada. La súbita llamarada final del fuego condenado a extin¬guirse.
La guerra está decidida. Franco ha alcanzado una superiori¬dad de diez a siete en artillería, de cinco a tres en aviación, de dos a uno en tropas. No obstante, solicita nuevo material de Alema¬nia. Los alemanes le recuerdan que llevan gastados ciento ochen¬ta y siete millones de marcos en la Legión Cóndor. Negocian nuevas concesiones mineras. El wolframio gallego para fabricar los cañones que tronarán en la segunda guerra mundial.
La República llama a filas a las quintas de los nacidos en 1919, 1920, 1921. Estos, que apenas han cumplido diecisiete años, constituyen la «quinta del biberón». Todavía queda guerra para nombrar una «quinta del chupete», de adolescentes y otra de adultos canosos, «la del colorín colorado». Pocos se presentan en las Cajas de Reclutas. Mejor esconderse. Total, el final de la gue-rra debe de ser ya cosa de días.
El 19 de enero se reducen de nuevo las raciones en Madrid. Cien gramos diarios de pan. En las carnicerías no hay carne, sólo despojos congelados. El derrotismo es ya una epidemia. Nadie cree en las mentiras de la propaganda. La gente pasa la noche in¬tentando sintonizar emisoras fascistas, a veces toda la familia reu¬nida debajo de una manta en torno a la radio, para evitar denun¬cias si los vecinos descubren que escuchan al enemigo. Los dueños de aparatos de radio deben poseer un «aval político».
Barcelona
Bernardo Afán lleva dos días quemando documentos en la calde¬ra de la calefacción del ministerio. Cuando termina su trabajo sale de los sótanos y encuentra a su primo Anselmo que ha veni¬do a despedirlo.
—Bueno. Me parece que aquí nos separamos.
Se abrazan. Anselmo se enjuga una lágrima. Se ha arrancado la cinta dorada de los puños de la chaqueta y se puede decir que viste de paisano. Se queda en Barcelona. Un ujier no es tan nece¬sario en los tiempos que corren.
—¿Para dónde tiráis ahora, primo?
Bernardo se encoge de hombros.
—El gobierno se traslada a Gerona. Ya veremos.
Permanecen en silencio. Toda la guerra juntos y ha llegado el día en que no tienen qué decirse.
—¡Hay que ver, qué malamente hemos acabado, primo! —sus¬pira Bernardo.
—No podía ser tanto desatino, tanto desgobierno —se la¬menta Anselmo.
Bernardo lo mira perplejo. Hace un par de años, Anselmo aplaudía todos esos desatinos, las quemas de iglesias, los fusila¬mientos de curas, las colectivizaciones. Ahora parece que lo ha ol-vidado todo.
Pasa un chófer con una máquina de escribir. Están cargando archivos y material en unos camiones en el apeadero del minis¬terio.
—Ea, tengo que irme —dice Bernardo.
Anselmo lo retiene.
—Oye, primo, una última cosa.
—Tú dirás.
Lo toma del brazo, lo mete en un despacho desierto y vacío, sólo algunos folios han quedado esparcidos sobre el parquet. Saca una corbata del bolsillo interior de la chaqueta.
—¿Primo, tú sabes hacer el nudo? —Se la tiende—. Es para que no se fijen mucho en mí los nacionales cuando lleguen.
Bernardo Afán hace el nudo de la corbata, se la saca de la ca¬beza y se la tiende a su primo. Anselmo la dobla con cuidado y se la guarda.
En el pasillo, los primos se abrazan nuevamente. No volverán a verse.
En la carretera de Gerona, la columna de coches y camiones que traslada a los organismos oficiales avanza penosamente, con¬fundida en una caravana de vehículos atiborrados de gente cami-no de la frontera del norte.
Anselmo regresa al piso que habita, una buhardilla del En¬sanche a la que se ha mudado hace poco. Las calles están desier¬tas; las tiendas, cerradas; la gente, encerrada en sus casas en torno a la radio.
El silencio ominoso del miedo y la espera se ve turbado en al¬gunos barrios, donde la multitud hambrienta asalta los depósitos de abastecimientos, los economatos en busca de los sacos de gar-banzos y las latas de sardinas.
25 de enero. Niebla y frío. Los nacionales han llegado al Tibidabo y observan Barcelona a sus pies. El teniente Antonio Min¬gote (con el tiempo académico y famoso humorista) se emociona contemplando su ciudad después de tanto tiempo. Le pide per¬miso a su comandante para bajar a ver a su madre.
—Es que hace tres años que no la veo, mi comandante.
—¿Estás loco? La liberación no está prevista hasta mañana. Tendrás que esperar.
Mingote insiste hasta ponerse pesado.
—Bueno —concede el comandante—. Yo no he oído tu pe¬tición y no te he dado permiso, pero esta noche se me olvidará preguntar por ti.
—A sus órdenes, mi comandante.
En cuanto se hace de noche, Antonio Mingote, con su uni¬forme de teniente nacional, dos estrellas en el gorrillo cuartelero, baja por la Bonanova y por la calle de Muntaner con su asistente, que se ha empeñado en acompañarlo. Cuando llega a su casa en¬cuentra la puerta cerrada. Unos vecinos le dicen que su madre está en Sitges. Los dos militares regresan a las líneas nacionales. Al día siguiente entran, ya oficialmente, en la ciudad entre grandes manifestaciones de júbilo, colgaduras en los balcones, música, banderas, himnos patrióticos, la multitud apiñada en las aceras brazo en alto, aclamando a los liberadores. La gente de derechas se siente aliviada tras los mil días de miedo e incertidumbre. Los otros, los que han quemado el carnet del sindicato, disimulan su angustia y procuran mimetizarse con el entorno.
Una mujer llorosa se abre paso hasta el general Yagüe y le besa la mano.
Solemne misa de campaña en la plaza de Cataluña.
Luis Bolín redacta su crónica de la «liberación» de Barcelona: «El hedor era espantoso. Las calles, sin barrer durante años, estaban cubiertas de hojas marchitas y de basura, parte de la suciedad que los rojos iban pasando a cada ciudad que ocupaban (...) el polvo del Ritz, el mejor hotel de la ciudad, tenía varios dedos de espesor.»
Negrín convoca la última sesión de las Cortes de la Repúbli¬ca en el castillo de Figueras, con sesenta y siete diputados. Discu¬ten las condiciones de paz que pueden ofrecer a Franco: exclusión de tropas extranjeras, referéndum sobre el régimen y renuncia a las represalias.
Tres días después, la aviación nacional bombardea Figueras. Es la respuesta de Franco, que hace tiempo decidió que solamen¬te aceptaría una rendición incondicional.
En un pueblo del Maresme catalán se dice la primera misa después de la liberación. El antiguo cura del pueblo, un hombre sencillo, de misa y olla, que logró escapar de la quema y ha per¬manecido oculto en una masía los tres años de la contienda, rea¬parece, algo más delgado, con la palidez del encierro, para subir al púlpito y proseguir con su ministerio. Esparce la mirada sobre su rebaño, que la guerra ha menguado.
—Queridísimos hermanos —comienza el sermón, con fuer¬te acento catalán—, ved a dónde nos ha conducido vuestra mala cabeza: tantos vecinos muertos en el frente o asesinados; los cam¬pos, sin arar; los animales, muertos o robados; la iglesia, destro¬zada y yo... ¡yo hablando en castellano!
En Madrid, el teniente coronel del Ejército Popular José Centaño de la Paz se presenta ante el coronel Segismundo Casado, jefe de la defensa de la capital de España:
—Mi coronel, debo informarle que soy el jefe de la red secre¬ta de Franco en Madrid, la organización «Lucero Verde». Creo que ha llegado la hora de negociar para detener esta locura. La República ha perdido la guerra.
Casado lo mira con los ojos vivaces, que resaltan en su rostro anguloso. Podría arrestar y fusilar inmediatamente al espía, pero a estas alturas la guerra está perdida y lo único que cabe esperar es una salida lo más digna posible para los vencidos.
—Comunica a tu superioridad que estoy dispuesto a parla¬mentar.
La línea está abierta. Días después Centaño recibe instruccio¬nes de Terminus, el cuartel general de Franco. Casado le entrega un pliego de condiciones para la rendición: que se respete la vida de «los militares decentes» y se garantice la de presos y refugiados.
6 de febrero. Amanece en los Pirineos, cerca de la frontera francesa. Hace frío y llovizna a ratos. La carretera, llena de ba¬ches, se ha convertido en un barrizal. Por los lados discurren dos filas de soldados agotados con su fusil al hombro y sus cantim¬ploras, los pies calzados con botas gastadas o con alpargatas em¬papadas de barro.
A pie, en camiones, en coches particulares, incluso en carros agrícolas tirados por jamelgos, por carreteras o senderos de mon¬taña, una masa aterida huye del ejército vencedor camino de Francia. Atrás queda un reguero de coches sin gasolina, de ense¬res, de maletas, bultos y equipajes abandonados. Antonio Ma¬chado, desanimado y enfermo, no puede más y deja en una cu¬neta su maleta con libros y manuscritos que se perderán.
Decenas de miles de personas se agolpan en los pasos fronte¬rizos. Al otro lado ondea la bandera francesa, como una promesa de salvación. Se ven enormes montones de fusiles y diverso material de guerra que los gendarmes requisan. Cachean los harapos de los soldados en busca de armas ocultas.
Llegan varios coches de la policía tocando el claxon y adelan¬tan a los vehículos más lentos. El coche en el que viajan Manuel Azaña y el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, se avería cerca del puesto fronterizo. Negrín, impaciente, ordena apartarlo para que no obstaculice a los que siguen. Azaña tiene que llegar hasta la frontera andando. Lo había profetizado cuan¬do le dijo a su mujer, al empezar la guerra: «Saldremos de España a pie.» Los presidentes autonómicos, Aguirre y Companys, tam¬bién pasan la frontera.
Otro medio millón de refugiados sale de España con lo pues¬to. Los que esperaban una buena acogida del gobierno francés se encuentran, de pronto, internados en campos de concentración, en condiciones precarias, sin aseos ni leña para calentarse, comi¬dos de piojos y de sarna.
El 10 de febrero Negrín celebra Consejo de Ministros en Toulouse y a continuación regresa a España en un avión francés que aterriza en Alicante. Está dispuesto a proseguir la guerra. Los na-cionales acaban de llegar a la frontera francesa, pero a la Repúbli¬ca le quedan todavía Madrid, Valencia y un tercio del territorio, en la zona centro, diez millones de españoles, tirando a famélicos, algo desencantados con el gobierno que los ha conducido al de¬sastre, y un ejército de medio millón de soldados, pero ya las principales potencias, entre ellas el Reino Unido y Francia, han reconocido o están a punto de reconocer el gobierno de Franco.
Negrín y los que resisten se plantean la eterna disyuntiva: se¬guimos combatiendo o nos rendimos.
Los odios han crecido tanto que el miedo a la venganza del vencedor impulsa a resistir a muchos republicanos. El 13 de fe¬brero, víspera del Día de los Enamorados, Franco promulga una Ley de Responsabilidades con efectos retroactivos: se consideran delincuentes todos los seguidores de la República desde el prime¬ro de octubre de 1934. Poca esperanza queda para los vencidos. Se veía venir. Ya en noviembre de 1938 el embajador alemán informaba a Berlín: «Los principales factores que separan todavía a las partes beligerantes son la desconfianza, el miedo y el odio. El primero de ellos afecta en especial a los nacionales y el segundo a los rojos, mientras que el odio y el deseo de venganza afectan casi por igual a ambos bandos.»
El 16 de febrero Negrín y los jefes militares se reúnen en la base aérea de Los Llanos, cerca de Albacete. División de opinio¬nes: los militares quieren capitular honrosamente; Negrín y los comunistas apoyan la resistencia a ultranza: «como el enemigo no quiere pactar, sólo nos queda resistir». ¿Esperan todavía que una hipotética guerra europea salve a la República en última instancia?
Las emisoras nacionales y sus altavoces del frente invitan a la rendición. Todo el que no tenga las manos manchadas de sangre no tiene nada que temer, dicen. Las deserciones aumentan consi-derablemente.
Casado solicita permiso de Terminas para enviar un avión a Burgos con parlamentarios. Fijan la fecha el 2 de marzo.
El 24 de febrero, el Reino Unido y Francia reconocen el go¬bierno de Franco. Tres días más tarde Azaña dimite como presi¬dente de la República desde su residencia en la Embajada espa¬ñola en París, teóricamente territorio español.
Sólo Negrín y los comunistas se empeñan en prolongar la re¬sistencia. Todos los demás piensan que la guerra está más que per¬dida y que alargarla solamente acarreará mayores sufrimientos al pueblo.
El 4 de marzo Negrín releva a todos los cargos militares du¬dosos (Casado, Miaja...) y los sustituye por comunistas de su confianza (Modesto, Líster, El Campesino, Tagüeña...), los úni¬cos que parecen dispuestos a proseguir la lucha.
La respuesta de los destituidos no se hace esperar.
«El 5 de marzo de 1939 —escribe la Pasionaria— (...) la ra¬dio dio la noticia de que el coronel Casado, defensor de Madrid, se había sublevado.
«Llaman de Elda (sede del gobierno) a Madrid: se pone Casa¬do al teléfono. Negrín le pregunta:
»—¿Qué pasa por ahí?
»—Que nos hemos sublevado.
»—¿Contra quién?
»—Contra usted.
»—¿Contra mí?
»—¡Sí, contra usted!
»—Queda usted destituido.
»—Lo esperaba.
»Interrumpe Casado la conversación. Negrín intenta conti¬nuar la reunión del gobierno como si nada hubiera pasado.»
Pero están pasando cosas.
El día anterior Negrín ha nombrado jefe de la base naval de Cartagena al comunista Francisco Galán. Un grupo de oficiales partidarios del coronel Casado se rebela contra el nuevo jefe. Ade¬más, los falangistas, que hasta ahora han permanecido embosca¬dos, se adueñan de la calle vitoreando a Franco. La ocasión es pro¬picia para que los casadistas se pasen a los nacionales, que ya dominan las baterías de costa. El general retirado Barrionuevo in¬forma por radio a Burgos: «Me hago cargo mando plaza Cartage¬na. Tropas Ejército y Marina sumadas ejército salvación patria.»
A la vista del telegrama, Franco ordena:
—Hay que apoyarlos con la máxima urgencia.
Tropas nacionales se dirigen en apoyo de los sublevados por tierra y por mar.
En Madrid se constituye un Consejo de Defensa Nacional in¬tegrado por socialistas y anarquistas. Sus impulsores, Casado y el socialista Besteiro, quieren negociar la rendición en los mejores términos posibles: «Continuar la guerra es un crimen.»
En realidad sólo aspiran a evitar represalias y a conseguir la evacuación pacífica de los republicanos que quieran marcharse del país.
Las tropas de Casado intentan ocupar los edificios gubernati¬vos. Se enfrentan a tiros con los comunistas del ejército del Cen¬tro. Para distinguirse, los casadistas usan brazaletes blancos («el anillo de casado»). Facciones de uno y otro bando se disputan la calle. Los ciudadanos que se atreven a transitar aprenden a res¬ponder adecuadamente cuando una patrulla los detiene:
—¿Con quién estáis?
—¡Con los leales!
Una sabia respuesta que vale para todos. Al final ganan los de Casado y fusilan a los comunistas.
Mientras tanto, los últimos aviones republicanos despegan del aeródromo de Vilajuiga para refugiarse en Francia. Los cazas nacionales los interceptan y los atacan.
En Cartagena, la situación se complica. La flota, que se man¬tiene republicana, abandona la base y pone rumbo a la base fran¬cesa de Bizerta, en el norte de África, donde se internará.
La brigada del mayor Artemio Precioso, de orientación co¬munista, recupera el poder. Una unidad de ametralladoras está al mando del capitán José Navarro Ruiz, el que resultó herido en Teruel por la bomba de un Stuka. Tras salir del hospital realizó un curso de Estado Mayor y ahora sirve en la 10 División.
Navarro intenta animar a sus hombres. A media mañana lle¬ga un enlace con la noticia: «Negrín y los ministros han huido al conocer la rebelión de Casado en Madrid. Han cogido un avión en Monóvar y se dirigen a Francia.»
Navarro consulta con el coronel jefe.
—¿Qué hacemos, mi coronel?
—Hay poco que hacer. Adherirnos al Consejo Nacional de Defensa del coronel Casado y aguardar órdenes.
La escuadra nacional que iba en auxilio de los rebelados en Cartagena recibe orden de retirarse en vista de que la base naval está nuevamente en manos de la República. Uno de los trans¬portes de tropas, el Castilb de Olite (en realidad el viejo cargue¬ro ruso Postishev, de seis mil toneladas, capturado por la armada nacional), tiene la radio estropeada y no se entera de la contraorden. Lo sobrevuela un hidroavión nacional. El piloto hace señas con las manos, que no saben cómo interpretar. El buque llega al través del islote de Escombreras y enfila los malecones del muelle.
La batería de la Curra le dispara un cañonazo. El capitán advierte entonces que se ha metido en la boca del lobo: Carta¬gena sigue en manos de los rojos. Vira en redondo e intenta huir. La batería de la Parajola lo tiene en su campo de tiro. Un primer disparo de aviso, y tres al buque. El segundo da en la proa, sin mucho daño, el tercero le acierta plenamente en el puente. Estallan las calderas y las municiones. El Castillo de Olite se parte por la mitad y se hunde en un momento atestado de tropas: mil quinientos muertos y centenares de heridos. Casi todos gallegos.
Los artificieros republicanos vuelan el castillo de Figueras, última residencia del gobierno. El escribiente Bernardo Afán, desde el autobús que lo evacúa, ve desplomarse las torres entre una nube de humo negro. Los últimos fugitivos pasan a Francia. Tres días después, las tropas nacionales ocupan los pasos fron¬terizos.
El 23 de marzo aterriza en el aeródromo de Gamonal un avión republicano escoltado por cazas nacionales. Lleva a los re¬presentantes de Casado y a los miembros de «Lucero Verde» que tratarán de la rendición. Las condiciones son tan duras que no se atreven a aceptarlas. El Caudillo sólo admite una rendición in¬condicional y que todo el bloque republicano se someta a la Ley de Depuración de Responsabilidades.
Prácticamente se interrumpen las conversaciones. Franco or¬dena la ofensiva final sobre Madrid. «Aconsejo fuerzas enemigas en línea saquen bandera blanca aprovechando breve pausa que se hará para envío rehenes con igual bandera objeto entregarse.»
Un tercio de la superficie de España pertenece todavía a la Re¬pública, pero el Ejército Popular, cansado y desmoralizado, no está en condiciones de defenderse. Se produce la desbandada. Casado recibe en su puesto de mando de los sótanos del Ministerio de Hacienda al responsable del sector sur del frente de Ma¬drid, teniente coronel Zuleta.
—Algunos batallones confraternizan con los nacionalistas en tierra de nadie —informa—. Hay guitarristas, botas de vino, bai¬le y canciones. He visitado al jefe nacionalista del Hospital Clíni¬co para ver si lográbamos que los hombres volvieran a las trin¬cheras, pero me ha dicho que es inútil intentarlo porque los soldados han hecho la paz por su cuenta.
Sálvese quien pueda. Miaja vuela de Manises a Oran; Casado se traslada a Valencia y de allí a Gandía, donde se embarca en el crucero británico Calatea. El jefe de la aviación republicana, Hi-dalgo de Cisneros, vuela a Francia en otro avión acompañado por el coronel Lister.
Los nacionales entran en Madrid, sin pegar un tiro, por la ca¬lle de Cea Bermúdez y por el puente de Toledo. La ciudad que los contuvo a sus puertas durante dos largos años se les entrega aho¬ra y los recibe con banderas bicolores. Los refugiados de las em¬bajadas y los quintacolumnistas se echan a la calle gozosos y ocu¬pan los edificios del gobierno. Pasan camiones cargados de paisanos que levantan el brazo en saludo fascista (también uno de monjas que lloran y saludan). Unión Radio emite un solemne comunicado: «Españoles: Madrid ya es de Franco.»
Felicidad Blanc se atreve a salir con su prima.
«Vamos María Teresa y yo por la calle cuando vemos el primer camión lleno de gente que grita "¡Arriba España!". Llevan una bandera, la antigua bandera. Me quedo atónita. Veo a un solda¬do que se quita el casco, lo tira al hueco de un árbol y se arranca los correajes. Pasan coches con gente que huye. Siento una triste¬za inmensa por los vencidos. Me acuerdo de las palabras de Luis: "Ya nunca seremos los mismos."
»Esos que invaden las calles con sus zamarras, sus medallas y sus uniformes, son otra raza. No pertenecen para nada ya a mi mundo, a esa pequeña vida que durante tres años ha sido mía. (...) En casa mi madre arranca de la colgadura la banda morada. Han ordenado que se pongan colgaduras en las ventanas. Gritan alborozados los hambrientos, los perseguidos; ahora vendrá la revancha, la despiadada revancha.»
Muchos izquierdistas intentan solicitar asilo en las embajadas, pero los nacionales no reconocen el derecho de asilo, y los cap¬turan. Las cárceles se llenan a rebosar. Los tribunales funcionan a pleno rendimiento. De madrugada suenan descargas en el cemen¬terio.
El ejército de la República se ha disuelto. Decenas de miles de soldados se entregan a los nacionales. Concentrados en improvi¬sados campos, a veces pueblos enteros rodeados por una alam-brada, los oficiales y autoridades del bando vencido aguardan la depuración que prometió el Caudillo.
En el puerto de Alicante una multitud de más de diez mil fu¬gitivos se agolpa en los muelles, a la intemperie, sin comida, en es¬pera de algún barco que los ponga a salvo de la ejecución o de la cárcel.
No hay pasaje para todos.
Los italianos están ya a las puertas de la ciudad. La «libera¬ción» de Alicante es cosa de horas. Escudriñan el mar. Los barcos franceses y británicos que esperaban no llegan.
De pronto, en los muelles se eleva un clamor de voces. Un jo¬ven soldado encaramado en una antena señala el mar.
—¡Un barco!
Se renuevan las esperanzas. Un barco significa la salvación. Pero cuando el navío se acerca resulta ser el minador Vulcano, de la Armada nacional.
Llegan más navíos nacionales. Bloquean la bocana del puerto. Los barcos británicos y franceses que se acercaban cambian de rumbo y pasan de largo.
No hay salvación para los que esperan. Se producen sesenta suicidios en un día. Dos amigos que han hecho la guerra juntos se estrechan la mano izquierda mientras se descerrajan un tiro en la sien con la derecha.
1 de abril de 1939, Año de la Victoria
A las once de la noche, el soldado acemilero Juan Castro está he¬rrando a la mula Pastora a la luz de un carburo, en el corral del cortijo de la Cruz, término de Peñarroya, cuando oye unos bocinazos. Mira afuera y ve la camioneta del batallón que va hacien¬do eses, como si el chófer estuviera borracho. Ramírez, el furriel de la tercera compañía, asomado por la ventanilla del copiloto, con medio cuerpo fuera, grita:
—¡Que la guerra se ha terminado, que los rojos se han rendi¬do! ¡Arriba España! ¡Se ha terminado! ¡Ya no hay guerra! ¡Nos licencian!
La noticia se propaga. En un minuto acude al cortijo media compañía. El comandante Castillo interroga al furriel.
—¿Quién lo dice?
—¡Lo ha dicho la radio, en el pueblo, hace una hora! Fernan¬do Fernández de Córdoba ha leído el parte del Generalísimo. La guerra ha terminado.
—¿Lo sabrán los de ahí enfrente? —se pregunta el sargento Benítez.
Hace días que los de enfrente desertan por compañías, en des¬bandada. Sin armas, sin insignias, hambrientos, con banderas blancas fabricadas con sábanas. El mando de la división ha im¬provisado un campo de concentración cercando con alambre de espino el pueblo de Valsequillo.
Durante todo el día, la radio nacional emite el parte de Franco.
«En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado.»
Al redactarlo, al Caudillo se le han deslizado algunas inco¬rrecciones, quizá debidas a la emoción del momento, o al resfriado que padece. Antonio Tovar las raspa con una cuchilla de afei¬tar y corrige: cativo por cautivo y ojetivos por objetivos.
Al día siguiente, Domingo de Ramos, en una misa solemne, entre palmas y obispos, Franco deposita en el altar la Espada de la Victoria.
6 de abril de 1939, Año de la Victoria
El acemilero Castro desembarca con su compañía en la estación de Jódar, un pueblo grande, con su castillo y su iglesia, con dos torres altas y arriba la sierra del Agua, pelada y gris. Detrás de la estación encuentran a media docena de viejos que machacan esparto. Se le¬vantan cuando ven aparecer a los soldados, se quitan las gorras con gesto humilde y levantan el brazo en saludo fascista.
—¡Arriba España! —dice uno.
El resto corea el vítor sin mucho entusiasmo. No hay cos¬tumbre.
En una pared han tachado con grasa una pintada, pero toda¬vía puede leerse: «UGT por la victoria.»
Los soldados remontan una calle con árboles polvorientos y desmedrados. De las ramas de un olmo raquítico y enfermo cuel¬ga un galgo ahorcado.
Epilogo
¿Cuántas personas murieron en la guerra? Durante mucho tiem¬po se ha afirmado que fueron un millón de muertos. Cómputos más exactos reducen considerablemente la cifra. Gabriel Jackson ha elaborado el siguiente cuadro:
mínimo máximo
100.000 125.000 muertes en el campo de batalla
10.000 10.000 muertes por bombardeo aéreo
50.000 50.000 muertes por enfermedad y hambre
20.000 20.000 muertes por represalias políticas en la zona republicana
150.000 200.000 muertes por represalias en la zona nacional entre1936 y 1944
______________
330.000 405.000 muertos en total
— El Dragon Rapide se reintegró a su empresa británica en la que continuó sirviendo hasta su jubilación, en abril de 1953. En¬tonces lo adquirió un tal mister Griffith, que se lo regalaría a Franco, en 1957. Actualmente se venera en el Museo Aeronáuti¬co de Cuatro Vientos, Madrid.
— Luis Antonio Bolín Bidwell, el periodista que acompañó al Dragon Rapide, y después a las señoras católicas de turismo por los frentes de guerra, fue recompensado por el Caudillo con la Dirección General de Turismo y la Jefatura del Sindicato de Hostelería. Falleció en 1969.
— A Bernardo Afán, segundo oficial de la secretaría de la Pre¬sidencia de la República, lo fusilaron los nacionales en septiem¬bre de 1939. Su primo Anselmo se quedó a vivir en Barcelona, se apuntó a la Falange, se casó con la viuda de un sargento nacional y por mediación de su suegro consiguió un enchufe de bedel en el Sindicato vertical. Murió en 1986, ya jubilado, en su aparta-mento de Benidorm.
— A Queipo de Llano lo desterró «Paca la Culona» a una re¬presentación militar en Italia. En una recepción romana, el con¬de Ciano le dijo: «General, no beba tanto que el alcohol lo va a matar.» Y él le replicó: «Y a usted lo va a matar Marcial Lalanda, el torero» (velada alusión al hecho de que la mujer de Ciano, e hija de Mussolini, le ponía los cuernos). El general falleció en 1951, en forzoso retiro y reconcomido por la amargura de que «Paca la Culona» se mantuviera en el poder. Lo sepultaron en la basílica de la Virgen de la Macarena, la devoción de Sevilla, que él ayudó a construir en el solar republicano de Casa Cornelio.
— Sofía, la madre del historiador Julio Valdeón, cuyo esposo y familiares fueron fusilados, vivió hasta 1973 sin superar el ho¬rror de la guerra. A veces gritaba en sueños y despertaba a los ve¬cinos.
— El fotógrafo Robert Cappa hizo con su cámara la segunda guerra mundial, la guerra chino-japonesa, la guerra de la Inde¬pendencia israelí y la guerra franco-indochina. Después de jugar¬se tantas veces la vida, acompañando a los soldados anónimos —incluso en la balasera del desembarco de Normandía—, mu¬rió, como uno de ellos, en Vietnam, tras pisar una mina, en mayo de 1954.
— Carlos Arias Navarro, Carnicerito de Málaga, prosperó profesionalmente durante los años de Franco y llegó a jefe de Go¬bierno de España. En sus últimos años era un abuelo jubilado y feliz que cuidaba sus geranios.
— Ángel Blázquez se sepultó en vida en un sobrado de Béjar, Salamanca. Su madre lo alimentaba a través de un ventanuco. Pa¬sados veinte años se atrevió a salir y paseó por la calle sin que na¬die lo reconociera. «En principio me animaba el recuerdo de mi novia... después, cuando supo mi desaparición, ella dejó el luto que había llevado durante tres años. Yo estoy soltero; ella tiene nietos (...) Mi juventud anclada en un escondite, allá ha queda¬do la mejor parte de mi vida (...)»
— Juan Yagüe Blanco ascendió a teniente general en 1943. Murió en 1952 y Franco le concedió el marquesado de San Leo¬nardo de Yagüe, a título postumo. También hizo marqueses a los generales Varela, Kindelán, Dávila, Vigón, Saliquet y Queipo de Llano. A Moscardó, que sólo era coronel, lo hizo conde. Al di¬funto Mola, duque.
— El piloto mercenario Harold Dahl recobró su libertad en 1940. A su regreso a Estados Unidos encontró que su esposa, la corista, triunfaba como bailarina española en un espectáculo mu¬sical en el que se anunciaba como «La rubia que encasquilló las armas del pelotón de fusilamiento de Franco». Tenía muchos ad¬miradores pudientes y su amor por el piloto se había enfriado. Se divorciaron. Dahl encontró un empleo en Canadá y se volvió a casar aprovechando que el matrimonio mejicano con Edith no era válido.
— El otro piloto mercenario, Tinker, aprovechó la pequeña fortuna que había ganado en la guerra de España para realizar algunos viejos proyectos como el de comprarse una casa y des¬cender el Mississippi a remo hasta Nueva Orleans sin más com¬pañía que su foxterrier. Seguía con interés las noticias de Espa¬ña e incluso escribió un libro sobre su experiencia española: Algunos viven todavía. La derrota de la República le afectó bas¬tante. El 13 de junio de 1939 se hospedó en un hotel barato de Little Rock y pasó la mañana contemplando sus mapas de Espa¬ña, sus diarios de vuelo, su falso pasaporte a nombre de Francis¬co Gómez Trejo y una fotografía en la que posaba junto a su Chato, el número 56, en uniforme de vuelo de cuero, el codo apoyado en la cola del aparato. Sentado frente a la ventana em¬puñó su pistola y se suicidó de un tiro en el corazón. Tenía vein¬tinueve años.
— El 30 de abril de 1939, recién acabada la guerra, Franco visitó las ruinas del santuario de la Virgen de la Cabeza, donde el capitán Cortés resistió durante medio año. En el cementerio, entre las tumbas de los defensores, rodeado de periodistas y cu¬riosos, el Caudillo murmuró para la historia: «Esto lo culmina todo.»
El santuario fue reconstruido en los años cuarenta por la Di¬rección General de Regiones Devastadas, aunque el semisótano de una de sus alas se dejó en ruinas como recuerdo de la gesta. Hoy es un lugar melancólico con los muros cubiertos de exvotos, entre ellos muchos trajes de novia, muletas de cojos aliviados y tricornios de charol deslucido, que los devotos ofrecen a la Vir¬gen para agradecer sus favores.
— La viuda del coronel Rey d'Harcourt, el hombre que en¬tregó Teruel a los republicanos después de defenderla heroica¬mente, no cejó hasta que rehabilitó la memoria de su marido, al que Franco había deshonrado como cobarde.
— Don Manuel Azaña nunca regresó a España. Murió en Montauban el 3 de noviembre de 1940. A veces aparecen flores sobre su tumba, atadas con una cinta roja, amarilla y morada, so¬bre la escueta inscripción: «Manuel Azaña (1880-1940).»
— Juan Pujol, el soldado catalán que se pasó a los nacionales durante la batalla del Ebro, tuvo una notable actuación como es¬pía en la segunda guerra mundial. Al igual que Kim Philby, tam¬bién sería condecorado por el enemigo (con la Cruz de Hierro). Su principal servicio consistió en despistar a los alemanes sobre el desembarco de Normandía, quizá el episodio más decisivo de la guerra. Llegada la paz rompió con el pasado, se retiró a Sudamérica, se casó con una criolla venezolana, fundó una nueva familia y se ganó la vida en diversos oficios precarios, como profesor de idiomas o propietario de una tiendecita de recuerdos. Murió en el anonimato, el 10 de octubre de 1988, en Choroní, Venezuela, de un derrame cerebral.
— El teniente Roque Bastida perdió una pierna en Brunete. Una vez coincidió con otro cojo en un banco del Retiro madrile¬ño. Hablaron de la guerra.
—Ya ve, me dieron una medalla y soy Caballero Mutilado por la Patria. ¿Y usted dónde perdió la suya?
—En el frente de Córdoba, de un morterazo, pero como a mí me tocó hacer la guerra en el otro lado no soy Caballero Mutila¬do. Sólo soy un jodio cojo.
A los Caballeros Mutilados del ejército nacional se les asignó, por decreto, un porcentaje de puestos de trabajo como porteros, recepcionistas, bedeles en edificios públicos y en empleos oficiales.
— Vicente Rojo Lluch se exilió en Argentina y luego en Bolivia, donde fue profesor de la Escuela de Guerra. Regresó a Es¬paña en 1957. Condenado a treinta años de cárcel, lo indultaron al poco tiempo. Falleció en Madrid en 1966.
— En 1967, uno de los pilotos alemanes que bombardearon Jaén el 1 abril de 1937 cumplió su sueño de visitar la ciudad: «Yo me acuerdo de una ciudad blanca y roja, en medio de la parte parda del campo, y me acuerdo del verdor de los patios con pal¬meras y de un dedo de humo que se elevaba del horno de un te¬jar y de unas sábanas blancas tendidas al sol de una azotea que, movidas por el viento, parecía que nos saludaban, pero sobre todo me acuerdo de la catedral desde arriba. Parecía un cofre de oro guarnecido de torres y cúpulas, cuadrada, cerrada como un secreto.»
— Pedro Barrié de la Maza, el financiero presidente de la co¬misión que regaló a Franco el Pazo de Meirás, prosperó en la pos¬guerra. En 1955, Franco le concedió el título de conde de Fenosa (Fuerzas Eléctricas del Noroeste, Sociedad Anónima, de la que era propietario).
— Carmen Tejero García, de Beceite, la niña alcanzada por una bala en la batalla de Teruel, tiene ahora ochenta años y con¬vive con la bala que los médicos no se atrevieron a extraerle. Sólo la nota en los veranos, cuando, a veces, le toca el corazón.
— Lorenzo, tío del novelista y académico Arturo Pérez-Re¬verte, regresó de la guerra y no explicó nada a la familia. Murió a los pocos meses, de pulmonía. La madre supo que lo habían he-rido gravemente cuando encontró entre sus cosas una bala y el palito que mordió cuando se la extrajeron sin anestesia. Deposi¬tó ambos recuerdos en el ataúd, al lado de su hijo.
— En el verano de 1998, el abogado Antonio Checa Gómez y unos amigos pescaban a cuatro kilómetros de Málaga cuando observaron que emergían a la superficie gotas de gasoil y óxido. ¿Un barco hundido? Un equipo de buzos de la Comandancia de Marina exploró el lugar y descubrió a cincuenta y ocho metros de profundidad, en el lecho del mar, el pecio del submarino re¬publicano C-3, un ataúd de acero que se descompone lentamen¬te con treinta y un cadáveres a bordo.
— La Iglesia, que bendijo la matanza y justificó el asesinato de sus enemigos, en lugar de poner evangélicamente la otra meji¬lla, nunca pidió perdón por su comportamiento dudosamente cristiano durante la guerra y después de ella. Su idilio con el Ré¬gimen se prolongó durante dos décadas (el llamado nacional-ca¬tolicismo), con mutuo provecho de ambas partes, hasta que la propia decadencia del franquismo y su problemático futuro le aconsejaron distanciarse de él. Los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI se resistieron a canonizar a los religiosos «mártires de la Cruzada» como insistentemente se les solicitaba desde España, por considerar que «no era el momento oportuno». Sin embargo, Juan Pablo II ha realizado centenares de beatificaciones y santifi¬caciones desde 1987.
— Indalecio Prieto Tuero se exilió en México. Ya viejo gusta¬ba de acercarse al aeropuerto para ver llegar aviones de España, por la que sentía mucha añoranza. Murió en 1962.
— El general Millán Astray conoció, en 1941, durante una partida de bridge, a Rita Gasset, prima del filósofo, y se enamoró de ella, aunque por la edad podía ser su hija. La dejó embarazada (tenía estómago, la chica) y pidió permiso a Franco para anular su matrimonio blanco (no consumado) con Elvirita. Franco se puso como Dios en el Sinaí: «¡De eso nada! —le advirtió—. ¡No me des escándalos, te lo prohíbo!»
El general se llevó a su amada a Lisboa, donde tuvo una hija a la que bautizaron como Peregrina. Elvira la trató siempre con ca¬riño y la presentaba como su sobrina. Millán Astray murió en enero de 1954.
— José Navarro Ruiz, el capitán de ametralladoras de la bata¬lla de Teruel y de la sublevación de Cartagena, consiguió llegar a Oran en el carguero Campillo al término de la guerra. Varias veces le escribió a su mujer instándola para que se reuniera con él, pero ella rehusó siempre. «En África no se me ha perdido nada.» Cuan¬do le llegó a su hijo la edad militar, en 1944, ella declaró ante un juez que su marido había muerto en la guerra para que el rapaz pu¬diera librarse de la mili por ser hijo de viuda. En 1955, José Nava¬rro ingresó en el hospital de Magnia por trastornos psíquicos. En 1987, el doctor español José Manuel Moran, que trabajaba para la empresa Dragados y Construcciones en Argelia, visitó el hospital y le llamó la atención ver una boina negra entre tantos turbantes blancos. Se dirigió al anciano de la boina y descubrió a José Nava¬rro Ruiz, enfermo del síndrome de Korsakoff, una degeneración de las neuronas que impide grabar en la memoria lo que no se desea.
— Juan Negrín López presidió el gobierno republicano en el exilio hasta 1945. Ejerció la medicina en el Reino Unido, con gran éxito, hasta su muerte en 1956.
— Joaquín García Morato, el as de la aviación nacional, guapo, joven y condecorado, se estrelló con su Chirri a los tres días de acabar la guerra, cuando realizaba una pirueta arriesgada, la rasante invertida, tras colaborar en un documental de la UFA alemana.
— El revolucionario Stuka, el avión alemán de bombardeo en picado que debutó en la batalla de Teruel, se hizo famoso al principio de la guerra mundial. Su éxito en la guerra de España hizo concebir falsas esperanzas a los alemanes, lo que a la postre se revelaría fatal para ellos porque el aparato resultó ser muy vul¬nerable a los cazas y a la artillería antiaérea. Entusiasmados con sus resultados en España, los alemanes descuidaron la construc¬ción de aviones de bombardeo convencionales de mayor carga y alcance. «El éxito logrado en Teruel por Udet y Jeschonnek, sus impulsores, se pagó a un precio trágico después del fracaso de la Luftwaffe: ambos se suicidaron para saldar la responsabilidad que habían contraído.»
Postdata: Se me olvidaba. Francisco Franco, el Caudillo, go¬bernó España con mano firme durante cuarenta años. Su muer¬te, en 1975, en la cama, rodeado de sus deudos, fue muy llorada por media España y muy aplaudida por la otra media.
Las dos Españas.
Apéndices
LA CULTURA EN 1936
Julio
18: Tras rechazar Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez la presidencia de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, ésta recae en Ricardo Baeza y, pocos días después, en José Bergamín, direc¬tor de Cruz y Raya. Rafael Alberti ocupa la secretaría.
21: Pío Baroja es detenido por requetés y confinado en la cár¬cel de Santisteban. Sale al día siguiente.
25: Miguel de Unamuno se declara a favor de la sublevación en el Ayuntamiento de Salamanca.
30: Aparece en los periódicos madrileños un manifiesto fir¬mado por Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado, Gregorio Marañón, Teófilo Hernando, Ramón Pérez de Ayala, Juan Ra¬món Jiménez, Gustavo Pitaluga, Juan de la Encina, Gonzalo R. Lafora, Pío del Río, Antonio Marichalar y José Ortega y Gasset, en el que proclaman «estar al lado del Gobierno de la República y del pueblo».
EL MUNDO
1936
Dictadura del general Metaxas en Grecia.
Fin de la Larga Marcha en China, encabezada por Mao Zedong. El general nacionalista Chang Kai-shek es detenido por los generales manchúes y liberado tras la mediación del comunis¬ta Zhou Enlai.
Inicio de las depuraciones y procesos en la URSS. Stalin y sus colaboradores eliminan a viejos dirigentes como Zinoviev, Ka-menev y Tomski.
Nueva Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Alemania denuncia el Pacto de Locarno y su ejército ocupa Renania. Merced a su «política de apaciguamiento», el Reino Unido ignora el hecho.
Muere Jorge V de Inglaterra. Su sucesor, Eduardo VIII, abdi¬ca ante la oposición del gobierno y la ciudadanía a su matrimo¬nio morganático. Le sucede su hermano Jorge VI.
Triunfo electoral del Frente Popular en Francia.
Dictadura de Ulmanis en Letonia.
Junio
4: Léon Blum forma gobierno de Frente Popular en Francia.
Julio
11: Acuerdo austro-alemán (una Anschluss encubierta) que forta¬lece el poder del Reich.
15: Abrogación de las sanciones contra la Italia fascista.
20: Conferencia de Montreaux sobre los Estrechos, que auto¬riza a Turquía su fortificación.
22: Procedente de Tetuán, sale rumbo a Berlín un avión de Lufthansa con los agentes alemanes Bernhardt y Lagenheim y el sublevado Arranz para informar de la rebelión y negociar la ayu¬da nazi para ella.
Bolín y el marqués de Luca de Tena se entrevistan en Roma con Mussolini con el fin de reclamar ayuda militar para Franco.
23-24: Se celebran en Londres las conversaciones franco-bri¬tánicas que acabarán desembocando en la creación del Comité de No Intervención.
25: Entrevista con Hitler y Goering, en Bayreuth, de Bern¬hardt, Lagenheim y Arranz.
26: Acuerdo entre el gobierno portugués de Salazar y la Junta de Defensa Nacional.
27: Despegan de Cerdeña aviones de transporte con ayuda militar italiana para Franco.
28: Aterrizan en Marruecos 20 Junker con ayuda de Hitler para los sublevados.
Agosto
Juegos Olímpicos de Berlín.
1: Francia, de acuerdo con el Reino Unido, envía notas a di¬versos países argumentando su postura de no intervención.
2: Salen de Hamburgo, con material de guerra, los primeros pi¬lotos alemanes voluntarios para combatir junto a los sublevados.
3: Estados Unidos se adhiere a la No Intervención.
7: El gobierno francés autoriza la formación de grupos de vo¬luntarios para combatir en España.
8: Alemania e Italia declaran, en principio, su actitud de No Intervención.
9: Francia cierra la frontera con España.
11: Anuncio de la neutralidad de Estados Unidos en la guerra civil española, aunque se advierte que tal actitud no tiene aplica¬ción en lo relativo al embargo de armas.
13: Suiza rechaza la No Intervención propuesta por Francia.
23: Se formaliza el Pacto de No Intervención con la adhe¬sión de Alemania e Italia, aunque con la negativa velada de Portugal.
La Unión Soviética se adhiere al pacto.
28: Stalin prohibe la exportación de armas y municiones a España.
Septiembre
3: Estonia se adhiere al Pacto de No Intervención.
5: La Junta de Burgos protesta por la ayuda francesa al go¬bierno republicano.
9: Reunión en Londres del Comité de No Intervención. Sólo está ausente Portugal.
10: La tripulación de dos buques de guerra portugueses redu¬ce a los mandos con intención de sumarse a los republicanos es¬pañoles. Son destruidos a cañonazos por orden de Salazar.
16: El cónsul alemán denuncia la entrada en el puerto de Bar¬celona de material soviético.
Creación de la Embajada de la República española en la URSS.
25: Alvarez del Vayo acusa a Alemania e Italia ante el Conse¬jo de la Sociedad de Naciones de ayudar a los sublevados.
Octubre
4: Se publica un informe de tres diputados británicos sobre la ayuda a Franco de Alemania, Italia y Portugal.
7: La URSS se declara desvinculada del Comité de No Inter¬vención.
21: Von Neurath y el conde Ciano acuerdan en Berlín reco¬nocer a Franco en cuanto entre en Madrid.
25: El III Reich reconoce a Víctor Manuel III de Italia como emperador de Etiopía.
31: El Frente Popular francés recluta voluntarios para ayudar a la República española.
Noviembre
Roosevelt es reelegido presidente de EE. UU.
1: El británico Edén reconoce el fracaso del Comité de No In¬tervención.
6: Se crea en Alemania la Legión Cóndor, fuerza de aviación en apoyo de los sublevados.
8: Guatemala y El Salvador reconocen al gobierno de Burgos.
18: Alemania, Italia y Portugal reconocen al gobierno de Franco.
25: Firma del Pacto Anti-Komintern entre Alemania y Japón.
Diciembre
1: Roosevelt, flamante presidente de EE. UU., inaugura en Bue¬nos Aires la Conferencia Panamericana de la Paz.
2: El Comité de No Intervención aprueba el proyecto britá¬nico de control de suministros bélicos.
5: Francia y el Reino Unido proponen a Alemania una acción conjunta de mediación en España.
6: El ministro de la Guerra alemán, Canaris, recibe la pro¬puesta de Mussolini de enviar tropas de infantería italo-alemanas a España.
11: Alemania defiende a Franco frente a Francia y El Reino Unido. La Sociedad de Naciones aprueba la política de media¬ción en España.
16: Llegada a Salamanca de un delegado comercial oficioso del Reino Unido.
31: Alemania declara que no tolerará un gobierno comunista en España.
El Estado sueco desarrolla sus instituciones de asistencia y seguridad social.
1937
Triunfo del Partido del Congreso en la India.
Enero
2: Declaración italo-bri tánica sobre el mantenimiento del status quo en el Mediterráneo.
9: El Congreso de EE. UU. decreta el embargo de armas para los dos bandos en España.
21: Se prohibe en Francia el envío de voluntarios y material bélico a España.
30: Condena en la URSS de Piatakov, Sokolnikov y Radek.
Febrero
4: New deal del presidente Roosevelt. Planes contra el paro y de obras públicas.
20: El Comité de No Intervención acuerda la prohibición de que se alisten voluntarios en los países firmantes.
Marzo
13: Sendas leyes, alemana y austríaca, consagran la unión de los dos países.
16: Refriegas en París entre partidarios y adversarios del Fren¬te Popular.
20: Firma del tratado comercial entre España y Alemania.
23: La URSS acusa a Italia de haber enviado 60000 comba¬tientes a España.
25: El embajador alemán en Roma declara que Mussolini está decidido a imponer la victoria de Franco. Pacto italo-yugoslavo de no agresión.
Abril
19: Comienzan las patrullas navales del Comité de No Interven¬ción y el control de las fronteras terrestres.
30: Derrota del partido militar en las elecciones japonesas.
Mayo
6: El dirigible alemán Hindenburg se incendia al aterrizar en Nueva York.
12: En representación de la República, Julián Besteiro asiste a la coronación de Jorge VI de Inglaterra.
29: La Sociedad de Naciones reafirma el mantenimiento de la No Intervención.
30: Alemania e Italia se retiran del Comité de No Interven¬ción.
Junio
22: Portugal elimina el control en la frontera terrestre con España.
Julio
Constitución corporativo-autoritaria en Estonia. 12: Francia se retira del Comité de Control.
Agosto
3: Apertura en Zurich del XX Congreso Sionista Internacional. 8: Los japoneses ocupan Pekín. 21: Pacto chino-soviético de No Agresión.
Septiembre
El congreso panárabe, reunido en Siria, convierte en «deber sa¬grado» la conservación de Palestina.
13: Negrín preside la Asamblea de la Sociedad de Naciones.
23: Alianza entre nacionalistas y comunistas chinos para combatir a los japoneses.
25: Primera visita de Mussolini a Alemania, donde es recibi¬do por Hitler.
Noviembre
6: Italia se adhiere al Pacto Anti-Komintern. 9: Los japoneses ocupan Shanghai.
Diciembre
1-2: Japón reconoce al gobierno de Franco. Italia abandona la Sociedad de Naciones.
1938
El primer ministro japonés, Konoye, proclama la instauración de un «Nuevo Orden» en Asia oriental.
Enero
1: Getúlio Vargas establece el Estado Novo en Brasil.
28: La Turquía de Kemal Ataturk reconoce al gobierno de Burgos.
Febrero
4: Hitler, nombrado jefe supremo del ejército tras la depuración de la Wehrmatch.
6: El nuevo embajador mejicano presenta las cartas creden¬ciales al presidente Azaña.
17: El gobierno francés de Léon Blum reabre la frontera a los envíos de armas para la República.
20: Lord Halifax sustituye a Edén como ministro de Exterio¬res británico.
Marzo
2-15: Nuevos procesos de Moscú; Bujarin es ejecutado. 13: Austria es incorporada al III Reich.
15: Londres propone la creación de un Estado palestino en diez años. Sionistas y árabes lo rechazan.
18: Lázaro Cárdenas nacionaliza el petróleo en México.
Abril
10: Rumania reconoce al gobierno de Franco.
15: El nuevo gobierno francés (Daladier) ordena cerrar de nuevo la frontera.
16: Pacto anglo-italiano para el Mediterráneo.
Mayo
La Sociedad de Naciones reconoce la neutralidad absoluta de Suiza.
El Vaticano reconoce al gobierno de Franco.
11: Portugal reconoce al gobierno de Franco.
13: Álvarez del Vayo pide a la Sociedad de Naciones, sin éxi¬to, el fin de la No Intervención.
Junio
24: Los embajadores del Vaticano y Portugal presentan sus cre¬denciales a Franco.
27: La URSS acepta el plan de retirada de voluntarios del Comité de No Intervención.
Julio
21. Bolivia y Paraguay acuerdan el final de la guerra del Chaco.
22.
Agosto
3: El obispo de Toledo (Ohio, EE. UU.), de visita en Toledo, de¬clara su seguridad en la victoria franquista.
8: El gobierno republicano pide a Moscú que se invierta en armas el resto del oro del Banco de España.
Septiembre
21: Negrín anuncia la retirada de los voluntarios extranjeros ante la Sociedad de Naciones.
23: Mussolini duda del triunfo de Franco.
29-30: Pactos de Munich entre Hitler y los Estados occiden¬tales para la entrega de Checoslovaquia al III Reich. Proposición de colaboración de Chamberlain a Hitler para poner fin a la gue¬rra de España.
Octubre
17: Muere en el exilio de Amsterdam el teórico socialdemócrata alemán Karl Kautski.
9: Después de la Noche de los Cristales Rotos se intensifica la persecución de los judíos en Alemania.
10: Muere Mustafá Kemal Ataturk, padre de la Turquía mo¬derna. (Había reconocido al gobierno de Franco el anterior 28 de enero.)
Noviembre
2: Por la conferencia de Munich, Hungría obtiene territorios en Eslovaquia.
1939
Supresión de la Cámara de los Diputados en Italia.
Enero
14: Francia reabre su frontera con España.
Febrero
10: Muere Pío XI. Le sucederá Pío XII.
13: Polonia y Uruguay reconocen al gobierno de Franco.
27: Francia, el Reino Unido y Yugoslavia reconocen al go¬bierno de Franco.
Marzo
Polonia rechaza la petición alemana de ceder Dantzig al III Reich.
15: Los alemanes entran en Praga y ocupan el resto de Che¬coslovaquia.
17: Fin de la política de apaciguamiento en el Reino Unido.
24: Pétain presenta en Burgos sus credenciales de embajador francés.
27: El gobierno de Burgos se adhiere al Pacto Anti-Komintern.
31: Firma del Tratado Germano-Español de Amistad.
Abril
1: Pío XII, Hitler, Mussolini y otros jefes de Estado y de gobier¬no felicitan a Franco. Estados Unidos reconoce al gobierno fran¬quista.
Ninguna política se ha de fundar en la decisión de exterminar al ad¬versario; no sólo —y ya es mucho—porque moralmente es una abo¬minación, sino porque, además, es materialmente irrealizable; y la sangre injustamente vertida por el odio, con propósito de exterminio, renace y retoña y fructifica en frutos de maldición; maldición no so¬bre los que la derramaron, desgraciadamente, sino sobre el propio país que la ha absorbido para colmo de la desventura.
MANUEL AZAÑA, 18 de julio de 1937
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