Testimonios
Recordar a Diana es hablar en presente, sin distancias que separen el momento en que la conocimos en marzo de 1968 y cuarenta y dos años después.
Cecilia vive fuera de Chile, frente a una plaza poblada de árbo- les de flores blancas y un olor a musgo que le recuerda la avenida Lyon donde ella vivía y que recorría cada tarde como una larga letanía. Su casa no quedaba lejos de allí, en Irarrázaval con Villaseca, Diana y ella habían hecho de esas conversadas caminatas una rutina. Ella la iba dejar hasta Lyon, Diana regresaba con ella a Irarrázaval y luego Cecilia volvía a acompañarla. Así las tardes se alargaban entre sus cuestionamientos de jóvenes, los gustos literarios y lo que harían más tarde, ese más tarde que llegó de manera tan diferente al futuro que dibujaron en aquellos años. Nadie se acuerda de la fecha precisa en que entraron a la Universi-
dad. La Escuela de Periodismo de la Católica quedaba en San Isidro, cer- ca de 10 de Julio, era una vieja casona gris de dos pisos, con un enorme patio. Diana ingresó a Periodismo y conoció a sus amigas en el primer día de clases, un curso mayoritariamente masculino en el que las mu- jeres hicieron cuerpo sin proponérselo, junto a Diana estaba también Loreto. A los pocos días fueron un trío inseparable, que ni siquiera la desaparición de Diana ha destruido. Loreto y Cecilia han continuado una amistad sin fallas desde donde han estado, con ellas siempre perma- nece Diana.
Tuvieron la suerte de entrar a la Católica en uno de los mejores años de su historia, justo después del ftovimiento de Reforma, momento en que los procesos de transformación académica iban de la mano con las inquietudes políticas y deseos de cambio sociales y culturales. Tiempos de cuestionamientos, de interpelación, desafíos y compromisos. Diana, venía de una experiencia intensa para sus 18 años, había estado en Israel
como integrante de una Brigada Internacional para apoyar al pueblo hebreo en su lucha, sin embargo había tomado rápidamente distancia cuando vio situaciones de injusticia que la decepcionaron. Su historia familiar y su presente contribuyeron a modelar su sensibilidad y su bon- dad innata. “Aliviol” le decían en su casa, su sonrisa extensa acogía todos los problemas ajenos que ella, por supuesto, intentaba solucionar.
Durante esos primeros meses de otoño se gestó la toma Escuela de Periodismo, viejo bastión conservador, Diana, Loreto y Cecilia, partici- paron activamente. Las mujeres identificadas con el movimiento refor- mista eran pocas, lo que permitió que pudieran adentrarse en discusio- nes políticas que empezaron a revelar lo que tenían que hacer y a perfilar lo que querían de la vida. A los pocos meses, producto de una apertura de la Universidad a la realidad social, al Chile incluyente y real, las tres empezaron a trabajar en los Campamentos de Pobladores sin Casa, Juan Carlos Rodríguez, “el Caluga”, quién ya era militante del ftovimiento de Izquierda Revolucionaria –ftIR– y su cara visible en la Universidad Católica fue quien facilitó el contacto. De ahí a decidir su integración no pasó mucho tiempo. Nunca se supo quién integró a quién o quizás fueron las tres el mismo día, poco importa, pero sellaron su amistad con un compromiso mayor. Esa realidad cotidiana la acompañaban de una apertura a la filosofía política. Los cursos electivos que tomaban en el CEREN (Centro de Estudios de la Realidad Nacional) de la Universi- dad y en otras Escuelas, les dieron base, sustento y latitud a sus sueños.
Desde ese momento empezaron a vivir vidas paralelas. La coti- diana de la Universidad, el almuerzo en el Casino de la casa Central, la telenovela de media tarde y luego la militancia, el compromiso, la clandestinidad pues el ftIR no tenia militancia pública, salvo algunos de sus miembros. Diana y Cecilia trabajaron durante el segundo año de carrera en el departamento de Prensa del Canal 13 de Televisión, donde las encontró la elección de Salvador Allende. Posteriormente con Lore- to se incorporaron a la Editorial Quimantú, Diana tenía 21 años. Esos meses fueron de pasión política, militancia y entusiasmo profesional. Quimantú era un hervidero de ideas de vanguardia, posiciones y discu- siones políticas que operaba bajo la idea de la cultura para el Pueblo.
En esos años Diana se quedó casi sin familia sanguínea, ya que gra- cias a su generosidad y espíritu amistoso había construido una “familia” propia entre sus amigos y compañeros. Su padre Elías Aron, director de
la Revista Radiomanía se fue de Chile junto a su madre Perla Svigilsky. La historia familiar los remitía a los pogroms de la Rusia zarista (1903/ 1906) y creyeron que el triunfo de la Unidad Popular les acarrearía pa- decimientos similares. Eran abiertos opositores al nuevo gobierno de la Unidad Popular, Diana no quiso partir con ellos, su militancia y su compromiso con los cambios sociales que se aproximaban la ataban a Chile. Sus padres volvieron definitivamente en 1987, cuando ella ya no estaba. Nunca la volvieron a ver. En Chile quedó su hermana mayor Ana ftaría, su Anita, psicóloga, que fue su refugio y su lazo familiar. Su otro hermano, Raúl, había partido a Estados Unidos a estudiar medicina.
La vorágine política arrastró a las tres amigas sin miramientos. La militancia y el ftIR eran su familia, su mundo y eran felices. Los amo- res iban y venían en medio de las reuniones, y el trabajo político. Alba, Pelusa y Elisa militaban ya en estructuras diferentes, pero siempre en- contraban el tiempo para no perderse. En una ocasión en que fueron a Cabildo, decidieron ir a consultar a una adivina que leía la suerte en el humo de un cigarro. A Loreto y a Cecilia les asombró que su futuro estaba repleto de maletas y de viajes. A Diana la adivina, no quiso de- cirle lo que veía y pretextó un impasse en su sabiduría de bruja. ftucho tiempo después entendieron porqué no les quiso decir nada. En ese úl- timo periodo del gobierno de la Unidad Popular, estuvieron juntas en el matrimonio de Loreto y en el nacimiento de Diego, el primer hijo de Cecilia.
Diana era una militante diestra, dedicada, disciplinada, exigente. Todo eso se escondía detrás de una belleza suave y apasionada a la vez. Alta, de cuerpo esbelto, pelo negro, algunas pecas y sonrisa tentadora. Alegre, positiva, amante de la buena música, lectora empedernida, pero por sobretodo de una riqueza interior que contagiaba y llamaba siempre a una mayor perfección.
El golpe adentró a las amigas hacia otros caminos. Las tres siguie- ron militando, la clandestinidad absoluta se impuso. Diana trabajaba en la estructura de Informaciones, ligada directamente con la Dirección del ftIR.
En el 1974 los aparatos represivos de la dictadura acrecentaron su actividad, ella fue detenida por agentes de la Dirección Nacional de In- teligencia (DINA) el 18 de noviembre de 1974, alrededor de las 15:00 horas cuando iba caminando por Avda. Ossa. Agentes de la DINA la
habían identificado con el concurso de ftaría Alicia Gómez Uribe, “Ca- rola”, ex-militante del ftIR que luego de ser detenida se transformó en colaboradora permanente de los servicios represivos. Carola conocía bien a Diana pues habían compartido departamento y trabajado juntas y había gozado del privilegio de su amistad y de su afecto. Diana al darse cuenta que iba a ser detenida intento huir –algunos versiones dicen que sacó un arma y luchó– fue herida por un impacto de bala en el pulmón y en el riñón, según le refirieron a su compañero Luis ftuñoz González los propios agentes de la DINA cuando éste se encontraba recluido en Villa Grimaldi.
Después de ser detenida y herida fue trasladada al Centro secreto de Villa Grimaldi y luego, dicen los testimonios, a una Clínica de la DINA ubicada en calle Santa Lucía, desde donde desaparece sin dejar rastros. El 10 de diciembre de ese mismo año, al ser detenido Luis y ser interrogado y torturado, un Capitán le dijo que Diana había intenta- do huir siendo alcanzada por 4 disparos, pero que aún vivía y estaba ingresada en el Hospital ftilitar desde el 18 de noviembre, fecha en la que desapareció. Finalmente alrededor del 20 de enero de 1975, el mis- mo Capitán le informó que Diana había muerto el 10 de enero. Héctor Hernán González Osorio, también sobreviviente de la DINA, cuenta en su testimonio que después de haber sido detenido el 6 de diciembre de 1974, fue trasladado a Villa Grimaldi donde se enteró directamente por Osvaldo Romo “el Guatón Romo”, que Diana fue asesinada duran- te las torturas. Los diversos testimonios y la posterior sentencia judicial precisan que el Brigadier del Ejercito (R) ftiguel Krassnoff le había dis- parado por la espalda en el momento de su detención.
Su hermana Ana ftaría, informada por Luis de su arresto se con- tactó con la Vicaria de la Solidaridad y con diversos organismos inter- nacionales, iniciando la carrera contra el tiempo que seguía luego de la detención de alguno de los compañeros. Largos años pasaron, Diana entró en la lista de detenidos desaparecidos sin huellas. El silencio se impuso y la vuelta a la normalidad democrática no lo resquebrajó.
Sin embargo, la querella presentada dio sus frutos y el año 2006 la Corte Suprema confirmó la sentencia dictada por los ftinistros Alejan- dro Solís y Jorge Zepeda (2004) y que había sido revocada por la Corte de Apelaciones. El dictamen, redactado por el ftinistro Enrique Cury y ratificado por cinco votos a cero, señala “La investigación logró probar
la iniciación del secuestro, pero, por motivos que aquí no corresponde calificar, no le ha sido posible acreditar su finalización”. El ex Jefe de la DINA, General (R) ftanuel Contreras y el Coronel (R) ftiguel Kras- snoff (ex Jefe de la Brigada Halcón) fueron condenados a 15 años de reclusión, mientras que el Coronel (R) ftarcelo ftoren Brito, (ex Jefe de Villa Grimaldi), recibió 10 años. ftaría Alicia Gómez Uribe “Carola” no fue condenada. La ley no contempla sancionar la traición.
Décadas han pasado, sin embargo Diana nunca se ha ido, siempre tendrá 24 años y será la muchacha de ojos profundos como mar enrabia- do, andar cadencioso y sonrisa abierta que invitaba a seguir caminado junto a ella.
Cecilia Olmos - Loreto Rebolledo
Mi hermano Alejandro
Lo vi por última vez, una semana antes de que desapareciera en el trayecto de su lugar de trabajo hacia la casa de mi madre, para su acos- tumbrado “afternoon tea” con ella. Volví de mi viaje y encontré la deso- lación. No podía ser cierto que no estuviera y que mi madre, la familia, su novia y los amigos y amigas de Alejandro no pudieran dar ninguna información sobre su paradero. No hablaré de la búsqueda, de la angus- tia de ir de oficina en oficina pública, y luego la Iglesia y luego todas las puertas posibles para saber algo. Al fin, supimos con certeza por muchos testigos y por sus restos encontrados muchos años después, que había sido otra víctima inocente de la dictadura militar. Quiero más bien re- cordar a mi hermano, el menor, el regalón de la familia. Compartimos la casa familiar pocos años ya que yo salí a estudiar fuera de Chile cuando él tenía 10 años. Pero, siempre fue mi amigo además de ser el regalón de la familia, el tío querido de los hijos de mi hermana, el recordado campeón de salto en garrocha de su colegio, el “Notre Dame”. Nos vi- mos bastante en los años en que estudiaba Pedagogía en Inglés en la Universidad Católica y yo era profesora en la Escuela de Educación. Era el amigo de todos, el entusiasta director de los “ftissourians”, un grupo de estudiantes que cantaban la música de los negros en Estados Unidos. Su profunda voz de bajo le permitía emular hasta al gran Paul Robe- son. Terminó de estudiar y empezó a hacer clases de Inglés. Hasta hoy me encuentro con algunos de sus ex alumnos que lo recuerdan como el “profe” amigo y comprometido. Luego en sus últimos años, colaboró en trabajos de investigación en educación en la Universidad Católica. Su compromiso como profesor y político fue el corolario directo de su sensibilidad por los otros, especialmente por los más pobres. No hay nadie que no lo recuerde sino como una persona cariñosa, tranquila, generosa y sobre todo sencilla. Nada en su manera de ser, en su cariño
por los otros, en su honestidad y su sentido de justicia, podía predecir que sería víctima de la violencia que él siempre rechazó en su conducta diaria. fti esperanza, al recordar a Alejandro, es que esa violencia que arrancó su vida demasiado temprano, no vuelva nunca más a Chile, que su sacrificio y el de muchos otros como él, sirvan para construir una so- ciedad respetuosa de la diversidad y donde todos tengan la oportunidad de desarrollar sus capacidades y de vivir en paz.
Para Carmen Cecilia Bueno y Jorge Müller Silva
Quisiera en estas apretadas líneas, hacer un recuerdo de un ser muy querido. Nuestra amada hija Carmen Cecilia, detenida y desaparecida el 29 de noviembre de 1974, junto a su novio Jorge ftüller Silva. Quizás para muchos de ustedes ella puede ser un número más entre los cientos de detenidos desaparecidos en nuestra patria. Sin embargo este testimo- nio representa como tantos otros, una honda herida en nuestras vidas, al haber sido privados en forma tan cruel y despiadada de nuestra amada hija. Hechos como este prueban una vez más la profunda descomposi- ción moral del gobierno que nos ha sometido a esta larga tiranía de 12 años. Carmen Cecilia, nace en Santiago el 16 de julio de 1950, su infan- cia transcurre en un hogar cristiano rodeada del amor y cariño de sus padres, hermanos, familiares y amigos. Desde pequeña sobresalen en ella su inteligencia y vivacidad. A medida que va creciendo, su simpatía, su alegría de vivir, su belleza no tan solo corporal, van plasmando en ella sus dotes y cualidades que la harían un ser muy especial y muy querido. Amiga y compañera leal, honesta en sus convicciones. Sus mayores an- helos de justicia se cifraban en los postergados de siempre, la miseria de los más humildes le dolía y por ello lucharía incansablemente. Quizás todos los que la amábamos no veremos más sus hermosos ojos verdes, donde se reflejaba su ternura y toda la hermosura de su ser, pero el tan solo recordarlos nos hace sentir su amor, su presencia de vida. Sus pri- meros estudios los realiza en el colegio “Sta. Teresa de Jesús”. Cursa su enseñanza media en el liceo N°1 de niñas de Santiago. Posteriormente ingresa a la Pontificia Universidad Católica de Chile, a la escuela de Arte de la Comunicación, lugar en el que estudia cine. Realiza sus primeros trabajos con el cineasta ftiguel Littin en la cinta “La Tierra Prometida”. Luego con Silvio Caiozzi en la película “A la Sombra del Sol”. Además integra el grupo de trabajo de los cineastas Jorge Di’Lauro y Nieves Yan-
covic, en la filmación del Año Santo en el Templo Votivo de ftaipú en el año 1974. Después del golpe militar la situación laboral en su campo de trabajo se torna muy incierta, por lo que debe buscar diferentes fuentes de trabajo. Hace cortos publicitarios en los estudios de Chile Films, lu- gar al que se dirigía cuando fue detenida y desaparecida. Hace además fotografía e incursiona en bordados artesanales, donde desarrolla una vez más su gran espíritu creativo. Desde muy joven se manifiesta en ella, la que sería su vocación, plasmar en la imagen audio visual, el espíritu vivo del hombre y su contorno, además de comunicar haciendo con- ciencia de los grandes problemas sociales del país. Nada logra abatir su voluntad de servir, tiene clara conciencia de los tiempos que se viven con la llegada del nuevo régimen. Son muchos los compañeros de trabajo, artistas, gente de cine que habían sido detenidos por los servicios de in- teligencia de la DINA. Tenía tan sólo 24 años, en la plenitud de sus sueños y realizaciones, comenzaba a enpinarse en su profesión, cuando aún tenía tanto que entregar a sus padres, hermanos, que nos sentíamos tan orgullosos de ella. La privaron cobardemente del hecho de ser mujer y algún día madre. ¡No, no es justo y por ello clamamos justicia! Ese día aciago del 29 de noviembre de 1974 a las nueve de la mañana aproxima- damente, cuando iba con su novio Jorge ftüller Silva, cineasta, camaró- grafo, a su lugar de trabajo en los estudios de Chile Films fueron deteni- dos por dos civiles y una mujer y subidos en una camioneta, según se pudo establecer posteriormente, ya que ella les relató su arresto a otros detenidos que estuvieron con ellos en los mismos lugares de detención, “Cuatro Alamos” y “Villa Grimaldi”, lugares de detención y tortura de la DINA, ex servicio de inteligencia del gobierno. Hoy CNI. Era difícil aceptar que ese día comenzaría nuestro calvario. Era difícil aceptar que en nuestra patria estuvieran sucediendo hechos tan deleznables y crue- les, como secuestrar a personas indefensas por el solo mérito de pensar diferente con respecto a la justicia y la libertad. Desde un comienzo nuestra búsqueda se hizo infructuosa. Todo entonces hacía presumir la constatación una vez más de los días de angustia y horror que estábamos viviendo por encontrar a mi hija y a su novio con vida, temor que estaba latente, ya que a la fecha de su detención y desaparecimiento se sumaban en cientos los ajusticiados, detenidos y desaparecidos por el nuevo régi- men militar, permanecíamos día tras día requiriendo noticias en la cen- tral de informaciones SENDET y en el lugar de reclusión de “Tres Ala-
mos”. La negativa era siempre la misma pese a que en los primeros días de su detención, el entonces jefe de plaza Santiago Sergio Arellano Stark (General), nos había hecho saber por medio de un amigo común, que Carmencita se encontraba detenida por efectivos de la FACH, informa- ción que posteriormente negaría, cunado requerimos su testimonio por escrito, hecho que hoy día, como es de suponer, no nos asombra ya que jamás tendrán la valentía moral de asumir su responsabilidad en los he- chos denunciados. En aquellos días nos acercamos al “Comité Pro Paz” donde presentamos el primer recurso de amparo por presunta desgracia, el cual no fue acogido por los tribunales de justicia, igual suerte corre- rían los recursos restantes presentados a través de estos largos años de búsqueda, pese a que en los recursos posteriores habían fehacientes pruebas de su detención y estadía en los campos de reclusión del Go- bierno “Tres Alamos” y “Villa Grimaldi”, nombro solamente aquellos, por cuanto en ellos fueron vistos Carmencita y Jorge ftüller por otros detenidos que se encontraban en esos lugares y que fueron testigos de la tortura de que habían sido objeto. Estos testigos tuvieron la valentía de ir a prestar declaración ante el magistrado, cuando aún se encontraban detenidos en “Tres Alamos”. Asimismo se adjuntaron otros testimonios de personas que ya estaban fuera del país. Pese a toda la evidencia acu- mulada como quedó fehacientemente establecido en el expediente al Sexto Juzgado del Crimen, bajo el Rol N° 91.149 de 1975, los recursos fueron denegados. En junio de 1975, Carmencita aparece en una lista de 119 desaparecidos, supuestamente muertos en diferentes países de Amé- rica Latina y Europa, países que hacen un rotundo desmentimiento a esta información extensamente publicitada por los organos adictos al Gobierno, quedando por tanto la evidencia de lo que había detrás de esta información, y que era tan sólo distraer la atención acerca de la suer- te sufrida por los chilenos arrestados en forma ilegal por la DINA. A requerimiento de los señores Embajadores de los países aludidos, el pro- pio ftinistro de Relaciones Exteriores de entonces, tuvo que admitir la falsedad de la noticia. Nosotros sabíamos que esto era una falacia más para debilitar nuestra denuncia, sabíamos positivamente que nuetra hija había sido detenida ya que había sido vista por varios testigos, pero aún así el dolor, la angustia y la impotencia no dejó de trastornar nuestros corazones, ya que los sabíamos capaces de los peores y más horrendos crímenes. Debido a que los tribunales de nuestra patria no acogían nue-
tra denuncia tuvimos que recurrir a los Organismos Internacionales pú- blicos y privados, embajadas y al Alto Comisionado de la ONU (mayo 1976), Honorable Comisión de los Derechos Humanos, New York, USA (noviembre de 1976) Ref. Caso N° 2047 de la OEA, miembros de la Honorable Comisión de Juristas con sede en Ginebra (diciembre 1976), Secretario General de la Organización de Estados Americanos, a su Santidad Pablo Sexto (Roma, noviembre 1975), a su eminencia Nun- cio Apostólico de Chile (enero 1977) a Cruz Roja Internacional, al gru- po ad-hoc de los Derechos Humanos que visitara Chile en julio de 1978. Posteriormente a toda comisión u Organismo que se preocupara de la violación de los derechos humanos en el país. Todo esto fue gracias a la Vicaría de la Solidaridad, donde pudimos crear la Agrupación de Fami- liares de Detenidos Desaparecidos, unidos en una causa común y un destino en la búsqueda de nuestros seres queridos. A once años de la detención y desaparecimiento de nuestra querida y recordada hija Car- men Cecilia y Jorge ftüller Silva, seguiremos como siempre luchando por conseguir la verdad de lo ocurrido a nuestros seres queridos. La ver- dad tendrá que imponerse por mucho que hayan tratado de acallarla con la mentira, la cobardía, el fusil, la represión. Algún día sabremos donde dejaron su último suspiro y cual fue la mano asesina que cegó sus vidas. Como madre de Carmen Cecilia, quisiera en su recuerdo rendir un homenaje a todas las mujeres, hijas, esposas y compañeras de nuestro dolor y todas aquellas mujeres anónimas de nuestra patria y de otras la- titudes que nos han brindado su solidaridad. A la sufrida y abnegada mujer de nuestro pueblo la insto a permanecer unida, combativamente, en la defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la justicia, para que nunca más en nuestra patria vuelvan a repetirse hechos tan deleznables como los que hemos tenido que sufrir, que el testimonio de vida que nos han entregado ellas, nuestras detenidas desaparecidas, especialmente aquellas que llevaban vida en su vientre, sea la luz que ilumine nuestro camino.
¡Hasta encontrarlas!
Su madre
Era más un literato que un activista
Para el historiador Gabriel Salazar, Jaime Ossa era simplemente “el Nacho”–acostumbraba a usar su segundo nombre, Ignacio–. Los dos coincidieron a fines de 1971: hacían clases en la Universidad Católica y militaban en el ftIR en una unidad de profesores universitarios. “A pe- sar que estuvimos poco tiempo juntos, nos unió una amistad profunda. Él, como literato, estaba muy volcado a la poesía y, sobre todo, al teatro, y a mi me interesaban ambas cosas, aunque yo estaba en el campo de la historia, de la teoría, la filosofía y sociología. Trabamos una amistad muy linda, incluso al margen de la actividad militante, y confiábamos mucho el uno en el otro. El consideraba que yo podía aportar más a la revolución desde el punto de vista teórico, mientras él se ocuparía de la parte artística y literaria de la revolución. ¡ Nos repartíamos las tareas de acuerdo con las especializaciones profesionales!”. Lo recuerda como “un tipo muy agradable, honesto, extrovertido y simpático”.
Después del golpe perdieron contacto, entre otras cosas porque Gabriel Salazar fue exonerado y cada cual quedó militando en distintos sectores. Sin embargo, volvieron a encontrarse en un inolvidable cum- pleaños de Gabriel, el 31 de enero de 1975, cuando se juntaron en su casa a compartir un pato asado.
Había varios miristas que después cayeron detenidos, entre ellos Jaime y el mismo dueño de casa. “En rigor, fue un encuentro absoluta- mente antiorgánico, porque todos estábamos en distintas tareas, pero fue más fuerte la amistad”.
Luego del enfrentamiento en ftalloco entre agentes de la DINA y los miembros de la comisión política del ftIR, en octubre de ese año
–donde murió combatiendo Dagoberto Pérez–, fueron detenidos Ga- briel Salazar, Jaime Ignacio Ossa y otros miristas, con sólo algunos días de diferencia. “Los ‘dinos’ trataron de hacer hablar a Ignacio lo que no
sabía, porque creyeron que tenía mayores responsabilidades. Yo lo vi en Villa Grimaldi un momento breve, intercambiamos unas pocas pa- labras, lo habían tenido en la parrilla eléctrica y se veía muy sofocado, respiraba con dificultad. ftucho después supe de su muerte y me causó una impresión terrible. Luego del golpe habíamos conversado muy lar- gamente. Su novia se había ido a Europa y tenía todo listo para que él partiera a reunirse con ella. Pero “Nacho” estaba dudoso y me preguntó que haría yo. Le dije: ‘pase lo que pase yo me quedo’. Y él dijo que tam- bién lo haría, por decisión política. Cuando supe de su muerte, recordé eso y me dejó muy complicado. El era mucho más un literato que un ac- tivista, sin embargo sentía un compromiso tan profundo que optó por quedarse a riesgo de su vida. Pienso que es una de las figuras que debe ser rescatada”.
Para Gabriel Salazar, el compromiso que adquirieron con “Nacho” sigue vigente. Por eso, cada vez que ha publicado trabajos en una línea política y revolucionaria se los ha dedicado.
Gabriel Salazar
El “Nacho” era un poeta
…El “Nacho” provenía de una familia obrera, mi abuelo era maes- tro vidriero y mi abuela dueña de casa. A pesar de la pobreza, en casa siempre hubo libros, revistas, todos eran grandes lectores. El “Nacho” fue el primero de la familia que ingresó a la universidad. Con mucho esfuerzo estudió y trabajó –fue obrero en ftademsa, mientras sacaba sus estudios–, siempre sintió orgullo de su origen popular. Era un hom- bre sencillo, alegre, sus alumnos del liceo nocturno recuerdan que tenía un gran sentido del humor, cuando, en medio de una clase y muy serio abría su maletín en busca de algún libro, comenzaba a sacar calcetines y calzoncillos que siempre llevaba, por si acaso, él bromeaba que lo ha- bían echado de casa… Sus grandes pasiones eran el teatro y la poesía. Lo recuerdo cuando me iba a dejar al colegio, nos íbamos rimando y ha- ciendo versos sobre las cosas que veíamos en el camino o simplemente él me narraba historias que yo no debía olvidar, de cómo muchos estaban muriendo por luchar, por querer una sociedad más justa e igualitaria, sobre todo gente humilde del campo y la ciudad. En casa, siempre estaba escribiendo en su vieja máquina de escribir Olivetti, en papeles sueltos, en los márgenes de los libros… era un poeta, un escritor, un profesor, un militante revolucionario consecuente con sus ideas hasta los últimos momentos de su vida…
El día que lo detuvieron –20 de octubre–, mi madre, Guadalupe, hermana de Ignacio, relata que los agentes de la DINA portaban me- tralletas y actuaron en todo momento con gran violencia, lo golpearon con ferocidad, destrozaron la pieza de Ignacio y allanaron toda la casa, se llevaron a “Nacho” y José amarrados y encapuchados. Junto a ellos se llevaron cajas de libros de la biblioteca de Ignacio y objetos de valor como su preciada Olivetti; Oscar y Otilia (sus padres) quedaron con arresto domiciliario por cinco días, con dos agentes armados de metra-
lletas en forma permanente, esperando cada día, a las personas que por uno u otro motivo podían llegar a la casa. Durante ese período toda la familia fue interrogada varias veces, incluida yo que tenía 9 años, la permanencia fue tan brutal que mi abuelo murió al año después a causa de un cáncer testicular producto de los golpes recibidos durante esta “detención domiciliaria”…
El día 10 de diciembre de 1975, un abogado del Comité Pro-Paz, mientras realizaba gestiones referidas a otra víctima, se enteró por ca- sualidad en una oficina del Registro Civil que Ignacio Ossa Galdames había sido sepultado en una fosa común del Cementerio General. El certificado de defunción decía que el afectado habría falleció el día 25 de octubre, en la vía pública, a causa de un traumatismo abdominal ver- tebral. Recién el 22 de diciembre consiguen retirar el cuerpo de Ignacio desde la morgue. El siguiente es un fragmento del testimonio que mi madre, la “Lupe”, entregó como parte de la querella que se presentó en ese momento:
“El día 12 de diciembre, se nos comunica a través de un abogado del Comité Pro Paz que Ignacio estaría sepultado en una fosa común del Cementerio General. La información les fue entregada en el mismo cementerio, cuando al estar gestionando la exhumación de otros compa- ñeros, los sepultureros se acercan a dar información sobre quiénes serían los que estaban enterrados como NN, ahí proceden a señalar que en una fosa se encontraban los restos del profesor Ossa y confiesan que había orden de incinerar el cuerpo para hacerlo desaparecer, pero que los hor- nos se echaron a perder y que tuvieron que enterrarlo como NN... Nos dirigimos al patio 26 y ahí estaba la fosa con una simple cruz, sin nom- bre sólo con un número, 5590. Junto a él estaban las fosas de los otros compañeros que habían sido enterrados en aquella madrugada.
Después de largos trámites para la autorización del reconocimien- to y traslado de mi hermano, recién el 17 de diciembre nos fue permiti- do verlo y trasladarlo al Cementerio ftetropolitano.
Al desenterrarlo vimos que se encontraba en una especie de caja sin tapa, boca abajo, desnudo y con la tierra cubriéndolo directamente. Una vez limpio pudimos comprobar con profundo dolor que su cuerpo se hallaba completamente torturado, por lo que deducimos que la DINA empleó todas las técnicas torturadoras existentes con él.
Su cuerpo, en especial sus manos, brazos, piernas, pies y su colum-
na vertebral completamente quebrados. Uñas de pies y manos arranca- das de raíz. El cráneo hundido, su abdomen también hundido como si el cuerpo estuviera divido en dos. Sus órganos interiores reventados y sus genitales destrozados…”
Sólo se autorizó el retiro del cuerpo en una urna completamente sellada.
Nosotros, su familia, sus amigos, sus compañeros, hemos seguido luchando contra la impunidad e injusticia, pero más que nada cada uno de nosotros ha mantenido en la militancia revolucionaria, en el vivir con pasión el oficio de las letras y la historia, en el día a día, la memoria viva y sonriente del “Nacho”…
Guadalupe Ossa Galdames
(1946-1999)
Soledad Vargas Oss a
A mis padres...
A mis padres se los llevaron cuando yo tenía un año y diez meses.
Una noche me acosté con ellos y a la mañana siguiente se habían ido para siempre.
En medio del dolor y la angustia de haber perdido a su hija y a su yerno, mis abuelos maternos, Angel y Edita, tuvieron que asumir la res- ponsabilidad de criarme. Toda mi familia estaba destrozada.
fti abuela Amanda y mi abuelo Renato, que ya no están. ftis tíos Renato, Cecilia, y Carmen Gloria, hermanos de mi padre.
El único hermano de mi madre, mi tío Ángel, que murió hace al- gunos años. A todos ellos, como a tantos otros, les fue arrebatada de un día para otro la inocencia y la alegría.
En medio de toda esa angustia y ese horror paralizante, ¿cómo le explicas a una niña de dos años lo que estaba ocurriendo?
Desde esa época, no recuerdo el día exacto, comencé a oír el cuento sobre mis padres. Y digo “cuento” porque para mí el “Caluga” y la “Che- chi” eran como dos héroes de un cuento de hadas.
“Tus padres querían que todos los niños tuvieran un plato de co- mida en la mesa y ropa para abrigarse, igual que tú”.
“Tus padres querían que todos los niños tuvieran derecho a la sa- lud y la educación, igual que tú”.
¿Y por qué se los llevaron? “Porque hay gente que piensa distinto y que no quería que esos sueños se hicieran realidad”.
No lo entendía, pero lo fui aceptando.
Hoy como adulta sigo sin entenderlo. A costa de mucho dolor, esos dos personajes de cuento se fueron volviendo de carne y hueso a través de historias de gente que los conoció, amigos del “Caluga” y de la “Che- chi”. Y así fui tomando conciencia de lo que me habían arrebatado.
Todavía sigo en ese proceso de descubrir a mis padres. Cada nueva
historia sobre su infancia, sus gustos, sus sueños, les da vida a esos dos seres maravillosos. Y mientras más los conozco, más me cuesta aceptar que ya no están.
¿Cómo se le puede arrebatar la vida a un hombre como el “Caluga”, que volvía a casa con un mameluco de obrero porque le había dado su ropa a un trabajador que la necesitaba más?
¿Cómo se puede hacer desaparecer a una mujer como la “Chechi” que soñaba con cambiar el mundo mientras sus amigas soñaban con ir a fiestas?
Supongo que es más fácil odiar lo que no se conoce.
Por eso mi sueño es que la gente de este país, de todas las clases sociales, creencias políticas y religiosas, conozca a las personas detrás de cada víctima de la represión.
Porque creo, o quiero creer, que nadie que conoció al “Caluga” o a la “Chechi”, podrá jamás entender o justificar lo que les hicieron.
Porque como decía, es más fácil odiar lo que no se conoce, la me- jor forma de rendirles un homenaje es diciéndole al mundo lo que ellos realmente fueron. Eso es la memoria.
Para mí la memoria no es un concepto abstracto. Para mí ha sido y sigue siendo la única forma de conocer a mis padres. Si todos ustedes, que los conocieron, simplemente se hubieran olvidado, sólo entonces ellos estarían realmente muertos y yo no tendría cómo recuperarlos.
Por suerte no es así. ftucha gente se acerca a mí con cariño para ayudarme a recordar. A todos ellos les doy las gracias.
Por eso cuando me contaron que hay un grupo en esta Universidad que quiere construir un memorial justo aquí, en el lugar donde mi padre vivió los años más importantes de su vida, me alegré mucho y acepté hablar. Nunca antes había hablado en público sobre esto. No ha sido fácil, pero sentí que valía la pena. Porque tal vez si conseguimos que se haga ese memorial, es po- sible que dentro de muchos años, cuando ya no estemos, un estudiante de la Universidad Católica pregunte “¿quién era el ‘Caluga’ Rodríguez?”, y enton- ces la historia de mi padre y de tantos otros que cayeron volverá a contarse.
ftuchas gracias.
Campus San Joaquín, Pontificia Universidad Católica.
Sábado 11 de agosto, 2007 Valentina Rodríguez Castro
(hija de Juan Carlos Rodríguez y Cecilia Castro)
Mis recuerdos del “Caluga”...
Conocí al “Caluga”, Juan Carlos Rodríguez Araya, el año 1967, durante la toma de la Universidad Católica. Aunque ambos estudiába- mos entonces en la misma escuela, Ingeniería Civil, no estábamos en el mismo curso y no nos conocimos como compañeros de clases sino en el transcurso de la toma.
La ocupación de la casa central de la UC, donde se colgó el famoso cartel “Chileno: El ftercurio miente”, fue decidida y planificada por la federación de estudiantes, la FEUC, en manos de la Juventud Demócra- ta Cristiana de entonces, y estuvo a punto de fracasar frente a la violenta reacción de los grupos de choque del “gremialismo”, la derecha dirigida por el estudiante de leyes y futuro abogado Jaime Guzmán Errázuriz, nombre que no necesita otras presentaciones.
La toma se salvó gracias a la oportuna y eficaz intervención de una brigada del ftIR que llegó, con notable rapidez, desde el célebre Peda- gógico de la Universidad de Chile, de la calle ftacul de Ñuñoa, llamada por un estudiante de Sociología de la UC, Benjamín Paulino, que tenía contacto con ellos.
Consumada la ocupación, cuando los democristianos consiguie- ron organizar vigilancia y permanencia con fuerzas propias, los dirigen- tes de la FEUC “agradecieron” el apoyo de los miristas exigiéndoles que se retiraran, con la excusa de que no eran estudiantes de la Católica, provocando la protesta de varios compañeros, entre los que destacó, por su vehemencia, el “Caluga” Rodríguez, aunque creo que entonces no estaba vinculado al ftIR.
La brigada del Pedagógico accedió a retirarse, dejando clara su dis- posición a volver si hacía falta y expresando su convencimiento de que dejaban una semillita en la muy católica, beata y pontificia UC. Y no les faltaba razón: vienen a mi recuerdo, como si hubiera sido ayer, las imá-
genes de mi encuentro con el Paulino y el “Caluga” en torno a una mesa del casino de estudiantes donde se podía ver, sin pudor alguno, cuatro o cinco ejemplares de la revista “Punto Final”, ante el horror de quienes nos miraban. Aquello debía parecerles una señal del infierno y creo que hasta sentían el olor a azufre.
Para no mentir, en esa época yo no era más que un simple simpa- tizante de izquierda. fti familia era allendista, pero yo no militaba en nada. La toma me pilló dentro de la casa central porque andaba detrás de la secretaria de la FEUC, objetivo que seguí intentando durante bas- tante tiempo. Incluso, para hacer méritos ante la chica, colaboré en las actividades culturales de la federación y, por último, me apunté en los trabajos voluntarios del verano.
Fuimos a Sara de Lebu, a un asentamiento mapuche, a enseñarles a leer con el famoso método psicosocial de Paulo Freire, que todavía se utiliza, mejorado, en Bolivia y Venezuela. Nosotros no alfabetizamos a nadie, porque pretendíamos que aprendieran el castellano en vez de impulsar el rescate de su propia lengua, pero entonces no era capaz de ver el error.
Al terminar el mes de “trabajo” nos reunieron a todos los volunta- rios en un gimnasio donde algún funcionario debía darnos las gracias antes de emprender el viaje de vuelta. Había también en el lugar gente de la Universidad de Chile, de la FECH, y de la Universidad de Con- cepción, de la FEC, y entre éstos ¡sorpresa!, el “Caluga”.
No tuve que preguntar nada. Dime con quien andas y te diré quien eres. Era evidente que mi amigo formaba parte ya de la familia rojinegra y yo, que había seguido con la lectura del “Punto Final”, le planteé abier- tamente que quería integrarme, que estaba convencido del agotamiento del reformismo y que tenía clarísimo el camino que quería recorrer.
El “Caluga” me anduvo tramitando. fte dijo que ya hablaríamos a lo largo del curso, pero sin fijar plazos, porque tenía otras tareas y la Católica no estaba entre las prioridades. No fue hasta pasada la mitad de 1968 cuando me invitó ¡por fin! a un encuentro con un invitado es- pecial, sociólogo creo, que acababa de vivir la experiencia de “ftayo del 68” y que andaba dando charlas sobre los caminos de la revolución.
Algunas semanas más tarde hicimos la primera reunión de la que quería ser la primera célula del ftIR en la UC. Hablamos de un plan de educación política, que incluía el estudio del “ftanifiesto Comunista”
y de “El Socialismo y el Hombre”, del Che, así como la lectura de “El miedo a la libertad” de Erich Fromm y “Los condenados de la tierra” de Frank Fannon. Y como principal tarea práctica nos propusimos la bús- queda de nuevos militantes entre la gente que conocíamos, porque no éramos más que tres polluelos recién salidos del cascarón.
Ese año no avanzamos casi nada, porque se nos echó encima el final del curso, y el siguiente, 1969, no empezó mejor. Los compas de Con- cepción secuestraron y emplumaron a un periodista, fascista y sensacio- nalista, para denunciar las mentiras y la manipulación de la prensa, con un resultado nada favorable para nosotros. El gobierno de Frei ftontalva utilizó la conmoción mediática para desatar una oleada represiva contra el ftIR que se saldó con varias detenciones en Concepción y con la des- articulación de varias unidades estudiantiles en la capital, integradas por muchos revolucionarios de café que desaparecieron al primer apretón.
En la Católica nos quedamos solos el “Caluga” y yo, pero no por mucho tiempo. El movimiento popular vivía el proceso de ascenso que se expresaría, un año más tarde, en la victoria electoral de Salvador Allende y el ftIR empezaba a ganar prestigio e influencia con las expropiaciones a bancos y las primeras acciones de masas, las corridas de cercos con los mapuches en el sur y las tomas de terrenos con los pobladores sin casa, con las nuevas formas de organización y participación. A mediados del 69 constituimos la primera célula “de verdad”, con seis integrantes ¡seis!, que pasamos rápidamente a la condición de militantes tras una jornada de formación impartida por el “Bauchi”, Bautista von Schowen, en per- sona.
No cabíamos en la piel de puro orgullo. Con su asesoría sacamos una revista impresa a mimeógrafo, “¡A la carga!”, y el mismo escribió la primera cita, la que iba justo encima de la línea que ponía “Revista de la Brigada del ftIR en la Universidad Católica”. Y empezamos a crecer con una rapidez que nos sorprendía y que se nos habría escapado de las manos si no hubiéramos tenido el apoyo de todo el Partido. Apareció otra célula en Arquitectura y luego militantes y simpatizantes en otras escuelas, incluso en la de Teología. Y no faltaron los que se vincularon directamente a través de relaciones personales, sin pasar por la Brigada. Llegaron los enfrentamientos directos con los fachas, reflejo de la agudización de la lucha de clases, y en uno de ellos el “Caluga” resultó herido. Fue su última acción en la UC y no por la herida, curada con al-
gunos puntos de sutura, sino porque la Brigada había aprendido a cami- nar sin su tutela. Cumplida su labor en el frente estudiantil, Juan Carlos Rodríguez Araya nos dejó para asumir otras responsabilidades.
Algunos meses más tarde coincidimos en un auto, rumbo a un acuartelamiento, a raíz de la intentona golpista del general Viaux. En cuatro palabras le conté el desarrollo creciente de la Brigada, que ha- bía llegado a tener uno de los representantes estudiantiles en el Consejo Superior de la Pontificia Universidad Católica. De sus nuevas tareas, ni una sílaba.
Cuando supe de su captura y desaparición, al dolor que nos han dejado todos los camaradas caídos se unió la amargura añadida de haber sido además amigos y compañeros en una misma tarea. Vaya este recor- datorio como un humilde homenaje a su memoria.
Oscar ftateluna
“El ftate”
Alicia Ríos Crocco
Soy su madre, sé que podría parecer exagerado lo que escriba, pero será escrito con el amor, respeto y admiración que sus hermanos y yo sentimos por ella.
Para nosotros Ali fue la muestra de un amor paciente -silencioso- profundo, el que regalaba en su hogar, colegio, compañeros, maestros.
Fue amorosa en su comprensión y entrega a los demás, generosa y paciente en el saber esperar al otro: lo respetaba en su tiempo de com- prender, de hacer, de aprender, fue amor profundo porque no sólo veía la necesidad del individuo, si no también, desde los 12 años comprendió las diferencias sociales, las injusticias, en relación a estudiantes, trabaja- dores, pobladores.
A los 16 años escribía “fti desafío es vivir en una familia numerosa, porque aún siendo hermanos, somos tan diferentes, lo que me ha exigi- do postergar mis deseos, aspiraciones, para que otro supere o alcance algo que ya había postergado por otro hermano. Aprendemos a ceder, a esperar o comprender”.
En otro párrafo: “ftis principales intereses son; conocer -compren- der- intercambiar ideas, adaptarme en distintos ambientes para cono- cerlos más a fondo, “lo más importante para mí es cambiar este mundo y comprender el “otro”, digo el “otro” en una dimensión de explicarme lo inexplicable para mí; Dios, el sentido de la vida y la muerte”.
Fue en esa época de colegio “ftovimiento perpetuo”, practicaba natación, atletismo, logrando marcas destacadas nacionalmente; sus actividades preferidas fueron el excursionismo, el piano y el canto, su descanso.
Nunca dejó de visitar a sus compañeros enfermos, llevándoles las materias tratadas en sus ausencias.
En su interés por las personas llegó a enseñar a leer a una niñita con
debilidad mental. Fueron tres años en que diariamente la atendió unas horas. Hay muchos hechos que la van definiendo, fue impactante para mí cuando sus compañeros de curso, al cumplir 25 años de egresados del colegio, en el año 2001, me entregaron la medalla de Ali... “porque ha estado siempre junto a nosotros”, me dijeron.
A ésta Ali, ya psicóloga social, teniendo que revalidar su título en Chile nada podría frenarla regresar a su país del que le abrumaban el número de detenidos desaparecidos, de asesinados políticos, de presos políticos, de exiliados.
A ésta Ali, llena de vida, de alegría de vivir, cantando junto a sus compañero, la protesta permanente, intercambiando ideas, de diferen- tes inspiraciones ideológicas, siempre rodeada, aceptada, apreciada, era un atentado!... sí... era mejor matarla!
Ella volvió a Chile a entregar su vida por lo que creía justo, por estar junto a sus amigos(as), compañeros(as), para contribuir al cambio de lo que se vivía.
Testimonio del padre
Ali: “Papá me voy a trabajar a Chile”... cientos de argumentos bien fundados para hacerla desistir, pero finalmente comprendió que no ha- bía argumentos para convencerla y sólo la esperanza de que cuando lle- gara a Chile y viviera un tiempo desistiera; pero él escribe: “fue al revés, viniste, miraste, sentiste –con la urgencia del hambre–, la necesidad de instalarte aquí para siempre”.
Y continúa:
“Hacía apenas 9 meses que contra viento y marea, habías regresado a Chile, ¿Cómo pudiste, en tan breve tiempo, repartir en esa forma tu alegría, tu amor, tus ansias de compartir?”
“Un año después de su muerte, el Centro de Alumnos de la Escuela de Psicología en el Campus San Joaquín de la Universidad Católica en Santiago se llenó de canciones y poemas que te recordaban. Conocimos varias criaturas nacidas después de tu muerte, las recuerdo: Alicia Es- peranza, Alicia Constanza, Alicia Paz... se plantó un árbol, tú árbol, un aromo y también pintaron un mural y esa leyenda emocionante...”
Alicia, eres semilla de libertad.
ftirtha Crocco
Ali, cada vez que te recuerdo lo que se me viene a la mente es tu gran risa contagiosa y generosa, que está amplificada de la que circula entre tus hermanos y tú mamá.
Recuerdo las comidas en tu casa de la calle Salvador el arroz con habas con aceite de oliva ¡qué exquisitez!, y como no, tu enorme gene- rosidad y preocupación por lo social y político, pero con una aproxima- ción tan sincera y tan accesible, sin discursos, sino desde el corazón.
Ali, me siento una afortunada por haberte tenido como amiga y aunque frente a tu muerte me costó mucho tiempo dejarte ir, hoy siento que aunque te fuiste sigues y seguirás siempre a mi lado y al de mis dos pequeñitas que se que te tendrían como su tía preferida, así como tu haz sido mi mejor amiga desde siempre y para siempre.
ftarisol ftena
Testimonios
Mis recuerdos...
En estas líneas quiero recordar a los compañeros(as) y amigos (as) de la Universidad Católica de Chile que fueron asesinados(as) o hechos desaparecer por los Servicios de Seguridad de la dictadura militar. Como muchos jóvenes de mi generación fui detenido a mediados de diciembre 1975, logrando sobrevivir al paso por los centros de torturas.
fti desarrollo político comenzó con la Toma de la Universidad Ca- tólica, el 11 de agosto 1967. Fue un despertar político, social y de com- promiso por encontrar una sociedad más justa e igualitaria para todos.
Nuestros(as)compañeros(as) fueron de una generación de almas no- bles y generosas, se formaron y enriquecieron sus vidas y las nuestras en las aulas, corredores, patios y en nuestra sociedad de esos tiempos.
Durante el oscuro periodo de la dictadura militar, en los centros de tortura y en prisión, tomé conocimiento y fui testigo de la captura, tortura, ejecución y desaparición de alguno de ellos. He presentado mi testimonio (en el cual basaré estas líneas), entre otros en los Tribunales españoles y chilenos, el del Juez Baltasar Garzón Real, al Juez Alejandro Solís ftuñoz, y al Juez Juan Guzmán Tapia y a la Comisión Valech. Ade- más presenté la querella Nº 206 contra Augusto Pinochet y todos los responsables por secuestro, arresto, tortura y detención ilegal.
Conocí a Diana cuando era estudiante de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica. Solíamos vernos en las actividades estudian- tiles y políticas del estamento estudiantil, que en esos años tenía el 20% de representación en todas las estructuras democráticas del la Universi- dad.
Nos encontrábamos en las marchas y meeting de esos años. Noso- tros estábamos organizados en el ftovimiento Universitario de Izquier- da, ftUI, de la Universidad Católica. Recuerdo la última marcha ante
el Presidente Salvador Allende, frente al Palacio de la ftoneda, el día 4 de septiembre 1973, celebrando los tres años de su elección. Entre los que marchamos ese día recuerdo a Diana, Ana ftaría Rodríguez, ftar- celo Duhalde, Héctor Vásquez, y Eduardo Santa Cruz, “el Pájaro”, y muy orgulloso, yo llevaba mi hija Laura de un año y cuatro meses en mis hombros. Ese día comentamos acerca del peligro de un golpe de estado, pero nos unía el deseo y esperanza de un mundo más justo, solidario y mejor para todos. En ese tiempo, Diana trabajaba para la Revista Juvenil Onda, de la Editorial Quimantú. Conversamos animadamente, y nos contó sus experiencias como periodista.
La última vez que vi a Diana fue en septiembre 1974, en la calle Carmen, entre las calles Coquimbo y Copiapó, yo me encontraba ob- servando un problema –como era usual– en el motor de mi Citroneta, nos miramos con una gran sonrisa reconociéndonos que estábamos vi- vos, Diana con su rostro alegre, radiante y lleno de vida, como era ella, no se detuvo. Yo entendí que iba a un encuentro importante, pues de otro modo Diana se hubiese detenido. Ésta fue la última vez que la vi. Guardo con cariño el recuerdo de ese encuentro pasajero.
Conocí a Alejandro Ávalos cuando era estudiante de la Escuela de Pedagogía de la Universidad Católica y más tarde investigador del PIIE, participaba en las actividades democráticas en el estamento estudiantil y académico de la Universidad. Tenía una personalidad calmada y respe- tuosa, con mucha habilidad para escuchar.
Además conocí a Alejandro en otras circunstancias, su novia, Isa- bel Sancho Pernas era vecina y amiga desde la infancia de mis sobrinas: Rosa, Lizarda y Alda Gálvez Requena. Con ocasión de los matrimonios de mis sobrinas, Alejandro asistió a dichos encuentros, en los cuales con- versamos de muchos temas y participamos de las celebraciones. Poste- riormente, mi hermano Roberto René se casó con la hermana menor de la novia de Alejandro, Carmen Luz Sancho Pernas.
Durante mi detención en el centro de tortura “Villa Grimaldi”, en- tre diciembre 1975 y enero del 1976, tuve la ocasión de ver y hablar con Alejandro en repetidas ocasiones. Se encontraba recluido en un lugar conocido como “La Torre”, junto a otros prisioneros. La primera vez que lo vi fue al sacarme la venda para lavar mi rostro, vi a mi lado a Ale- jandro, nos reconocimos de inmediato e intercambiamos unas palabras.
Durante ese período fui trasladado a los diferentes centros de detención y tortura. En la primera visita de mi familia pedí que le comunicaran a Isabel, novia de Alejandro, que él se encontraba en la “Villa Grimaldi”. Hasta ese momento se desconocía su paradero.
A comienzos de enero 1976 fui trasladado al centro de tortura de “Villa Grimaldi” y lo volví a ver junto a los detenidos de “La Torre” en varias oportunidades y en diversas circunstancias, como en las idas al baño o a lavar los utensilios de comida, o cuando me forzaron a cortar pasto del recinto con mis manos. En ocasiones pude intercambiar algu- nas palabras con Alejandro, quien se encontraba en condiciones no muy buenas, aunque con buen ánimo, le manifesté que su familia le había enviado saludos. Alejandro me expresó que le diera saludos a su familia si volvía a verlos y que esperaba ser transferido muy pronto a un centro de detención donde podría verla.
Con ocasión de la visita del la Cruz Roja al recinto de “Cuatro Álamos”, fui ocultado en “Villa Grimaldi” los días 27 y 28 de Enero 1976, pude ver a los detenidos de “La Torre”, entre los que se encontraba Alejandro, siendo esta la última vez que los vi con vida.
Conversando con Oscar Patricio Orellana, me contó que él estuvo engrillado junto con Alejandro en La Torre, que le había relatado el in- tento de hipnotizarlo por el agente de la DINA que llamaban “El Brujo” y que había fingido el trance hipnótico.
Estando detenido en libre plática en “Tres Álamos” fui citado a comparecer ante la jueza del Segundo Juzgado del Crimen, declarando haber visto a Alejandro en la “Villa Grimaldi”. Agregué los nombres de otros prisioneros que había visto, pero la jueza no aceptó registrarlos. Le pedí que agregara una línea a mi declaración diciendo que ella me había visto en buenas condiciones físicas, con el propósito de dejar así regis- trada una constancia de mi estado físico previo a devolverme al centro de detención donde estaba secuestrado por la DINA. La jueza no acep- tó este requerimiento, insistiendo que se trataba del caso de Alejandro y señalando: “cuando sea el caso suyo, usted lo podrá agregar”.
Leopoldo era un académico de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica. Poco después del golpe de Estado supe de su muerte en los corredores de la Universidad Católica, por intermedio de mis amigos de Ingeniería Eléctrica, José Gorriño y Luis Villavicencio,
quienes me dijeron que Leopoldo había sido detenido en casa de fa- miliares a los días del golpe militar, por un grupo de Carabineros y que pocos días después fue encontrado por su familia en el Instituto ftédico Legal de Santiago, con su cuerpo acribillado a balas. Su cuerpo había sido encontrado en la vía pública. Esta noticia fue un gran golpe, saber que uno de las pocas personas de izquierda dentro de la Universidad había caído por las manos de la represión.
Conocí a Alan en las actividades Estudiantiles de la Universidad Católica. A Alan lo veía cotidianamente en el Campus San Joaquín por- que estudiaba Ingeniería Civil, al igual que yo. Solíamos juntarnos con otros compañeros y amigos en el casino o en el Centro de Alumnos de Ingeniería Eléctrica, en el cual yo participaba activamente.
En marzo de 1975, concurrí a la Casa Central de la Universidad a registrarme para completar mi memoria de título y me encontré en los corredores con mis amigos José Gorriño y Luis Villavicencio, quienes me contaron que Alan había sido detenido a mediados de febrero 1975 con otros compañeros del ftIR
Casi un año después, estando en el campo de concentración de “Tres Álamos”, me encontré con mi amigo y compañero de la Universi- dad Católica, ftario Venegas Jara. En una oportunidad hablamos de los detenidos de la Universidad Católica, entre ellos salió el caso de Alan. ftario conocía a Alan en la Universidad y además es primo de Silvia Gana Valladares, esposa de Alan, me contó que Alan había sido deteni- do a mediados de febrero de 1975 y se encontraba en calidad de “Dete- nido Desaparecido”. Agregó, que Alan había estado detenido en “Villa Grimaldi” y que muchos compañeros detenidos en “Tres Álamos” ha- bían estado con él.
En “Tres Álamos” hablé con Oscar Angulo y Claudio Zaror, quie- nes habían estado detenidos en “Villa Grimaldi” con Alan y me conta- ron que se mostraba tranquilo porque el jefe del recinto era su tío.
Alan, se encuentra “Detenido Desaparecido”.
Ignacio Ossa Galdames era un académico de la Universidad Cató- lica. Lo conocí como miembro del estamento académico y lo vi en las actividades políticas de la Universidad Católica, junto a amigos comu- nes.
En diciembre de 1975, mientras estaba en “Cuatro Álamos” con- versé con José ftiguel ftoya Raurich, quien al saber que yo era egresado de la Universidad Católica me preguntó si conocía al profesor Jaime Ignacio Ossa Galdames. José ftiguel había sido detenido por la DINA a finales de octubre de 1975, en el domicilio de Ignacio y horas más tarde al llegar Ignacio a su casa, lo detienen. José ftiguel me contó que Ignacio había muerto producto de las torturas en “Villa Grimaldi”.
Conocí a Juan Carlos Rodríguez Araya, “el Caluga”, en las activida- des de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, FEUC, en la época de la “Toma de la Universidad”, el 11 de agosto 1967. Juntos pusimos las defensas para proteger la entrada trasera de la universidad, en el Hospital de la Universidad Católica, durante la noche y junto con otros compañeros habíamos puesto cadenas y candados a las entradas por la Alameda. En ese lugar paramos, en una confrontación violenta, a los matones de los grupos de derecha, conformado por el grupo de cho- que de los “Gremialistas”, un movimiento de extrema derecha dirigido en aquel entonces por el estudiante de leyes Jaime Guzmán Errázuriz, que vinieron a desalojarnos. Esta confrontación fue la más importante de la Toma, en caso de haberla perdido, la reforma de la Universidad Católica hubiese sido abortada en el primer día. Durante la “Toma” participé en las guardias de protección en los distintos rincones de la Universidad Católica organizadas por “el Caluga”.
Tiempo más tarde, mientras estábamos en una confrontación verbal con los “Gremialistas” en la Casa Central, se inició una provocación con violentos empujones y pugilatos que sorpresivamente, o como se dice: a la maleta, “el Caluga” recibió un golpe de puño con un anillo que le rompió la ceja, como consecuencia sangró profusamente. Después de ser atendido con algunos puntos de sutura regresó a la Casa Central, donde todos le reco- mendaban que pusiera una demanda por agresión física, pero el “Caluga” se negó, argumentando que estas magulladuras eran parte de la lucha.
ftás tarde nos tocó caminar por distintas rutas en la organización, pero siempre que nos encontrábamos en algo público o casual recibí del “Caluga” el saludo cariñoso y afectivo que lo caracterizaba.
Por medio de mi amigo y compañero del ftIR, ftarcelo Duhalde, supe de su primera detención y puesta en libertad. “El Caluga” reanudó su compromiso con sus ideas e ideales quedándose en el país.
A fines de 1974, ftarcelo me contó la detención del “Caluga”, de su esposa Cecilia Castro Salvadores –quien se encuentra desaparecida y apareció en la lista de los 119–, y de su hermana ftaría Cecilia Rodrí- guez.
Posteriormente supimos que producto de las brutales torturas apli- cadas al “Caluga”, es muy probable que muriera el día que fue capturado, porque nunca más nadie lo vio y hay testimonios de cuando lo sacaban de la pieza de tortura, arrastrando, en estado de inconsciencia, sin emitir sonidos de dolor o movimientos. Desde ese momento no se ha sabido de su paradero, encontrándose en calidad de “detenido desaparecido”.
Conocí a Eugenio Ruiz-Tagle en las actividades de la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica, FEUC. Formó parte del eje- cutivo dirigido por ftiguel Ángel Solar, que se postulo en las elecciones de la Federación en 1969. Además, estudiaba Ingeniería y lo veía coti- dianamente en la Facultad. Recuerdo que se graduó con honores un par de años antes que yo, y que el día de la fundación del ftAPU, a cuyo Congreso Inaugural pude asistir avalado por mi amigo José Gorriño, vi a Eugenio moviéndose activamente entre los compañeros asistentes.
En el gobierno de Salvador Allende ya estaba graduado Eugenio, y a solicitud del gobierno asumió la dirección de una industria en Antofa- gasta. Después del 11 de septiembre 1973, supe que se había entregado a las autoridades militares que lo habían llamado en un Bando que orde- naba su presencia ante las autoridades golpistas.
Tiempo después, en octubre, me encontré en el centro de Santiago con el amigo y compañero de Eugenio “Pelao Agüero”, Guillermo Agüe- ro Piwonka, quién manifestó una gran alegría de verme, ya que pensaba que yo había muerto en un enfrentamiento o ejecutado, pues ese era el rumor que se corría dentro de los compañeros de la Universidad Católi- ca, poco después del golpe. Al parecer me confundieron con Leopoldo Benítez. En esa oportunidad nos pusimos al día sobre otra gente amiga, y le pregunté por Eugenio. fte dijo que venía de hablar con el abogado de Eugenio, que recién había llegado de Antofagasta luego de entrevis- tarse con el Juez ftilitar que seguía la causa. Según Guillermo, el aboga- do venía muy optimista, convencido de que Eugenio saldría libre en un par de días, ya que no existían cargos delictuales en su contra.
Creo que fue ese mismo día en que la macabra Caravana de la
ftuerte del general Sergio Arellano Stark pasaba por Antofagasta. Pos- teriormente, me enteré que antes de ser ejecutado, Eugenio fue someti- do a las más horrendas torturas, le arrancaron un ojo y las uñas de pies y manos, a golpes le fracturaron los huesos de la cara, el tórax y le provo- caron gravísimas quemaduras en su cuerpo.
Conocí a Jilberto Patricio Urbina Chamorro cuando era estudian- te de ftedicina de la Universidad Católica, le decíamos “Pato” en las actividades estudiantiles de la Universidad.
En una de las visitas de mi amigo ftarcelo Duhalde a mi casa, a fines de julio de 1975, comentamos acerca de la lista de 119 chilenos supuestamente muertos en enfrentamientos en el extranjero, publicada en la revista “Lea” de Argentina y el diario “O’Dia” de Curitiba, Brasil, reproducida por el diario “La Segunda” de Chile, donde aparecía “Pato” Urbina. Nos pareció una información burda, puesto que en la Confe- rencia televisada de cuatro dirigentes del ftIR que estaban detenidos en “Villa Grimaldi” y los habían obligado a declarar la derrota del ftIR, en febrero de 1975, nombraron al “Pato” Urbina como “detenido”.
En “Tres Álamos” encontré a varios compañeros que habían esta- do detenidos con él en “Villa Grimaldi”, entre ellos Alejandro Cuadra, quien compartió con “Pato” una cajonera de un metro por un metro, donde ponían a cuatro prisioneros, solo podían estar de pie tres de ellos y uno en cuclillas.
Las autoridades han negado su detención y se encuentra en calidad de “Detenido Desaparecido”.
Sergio Requena Rueda
Ingeniero Civil Pontificia Universidad Católica de Chile
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