lunes, 19 de septiembre de 2016

El Lenguaje, ese desconocido. De Julia Kristeva. 6

14. La Enciclopedia: la lengua y la naturaleza

El siglo XVIII hereda la concepción racionalista del lenguaje que le legaron los Solitarios de Port-Royal y sus sucesores. Se concibe el lenguaje como una diversidad de idiomas que tienen como base las mismas reglas lógicas que constituyen una especie de constante: la naturaleza humana. No obstante, el número de lenguas estudiadas y enseñadas en las escuelas va en aumento progresivo; al mismo tiempo el progreso de las ciencias de la naturaleza lleva consigo un trastorno epistemológico que orienta los estudios hacia unas
observaciones concretas: estamos en la era del empirismo. El resultado en el campo del lenguaje es que los filósofos y los gramáticos tratan —más que antes— de explicar las particularidades específicas y propiamente lingüísticas de cada objeto (lengua) liberándolo por completo del impacto del latín por un lado y, por otro, en gran medida, de la dependencia lógica sin restarle por ello el fundamento universal llamado de ahora en adelante natural más que lógico. En el plano filosófico, esta concepción del lenguaje conduce a unas teorías acerca del origen de las lenguas. La diversidad de las lenguas debe desembocar sobre una fuente común, natural, en la que se articulan los universales lingüísticos. Para fundar la relación entre ese lenguaje natural, los objetos reales y la sensación, se propone una teoría del signo. En el plano gramatical, inseparable por lo demás del plano filosófico, ya que todo filósofo en el siglo XVIII se enfrenta con la lengua y todo gramático es filósofo, se pone de relieve la peculiaridad de las relaciones estrictamente lingüísticas, diferenciadas de las leyes (lógicas) del pensamiento, lo que conduce a una descripción sintáctica de las relaciones oracionales e interoracionales: la gramática de la
Enciclopedia es la gramática que explicará con nitidez por vez primera aquel esfuerzo, común a todos los gramáticos desde hace un siglo, por elaborar una sintaxis...26
Vamos, en primer lugar, a esbozar las teorías filosóficas del lenguaje para después destacar, sobre su fondo, las concepciones gramaticales (dicho orden nos obligará, con toda evidencia, a no respetar la cronología de las publicaciones de las obras).
Los filósofos y los gramáticos del siglo XVIII que estudiaron el origen y la evolución del lenguaje tenían un ilustre antecesor que, sin compartir la visión lógica de los cartesianos y, más tarde, de los enciclopedistas, propuso un cuadro general de la historia del lenguaje en base a unas investigaciones anteriores, cuadro cuyos principales temas volveremos a encontrar en los sensualistas, los ideólogos y los materialistas. Se trata de J.-B. Vico (1668-1744) y de su Scienza Nuova. Según él, «el lenguaje fue primero mental, en la época en que el hombre no conocía aún el uso del habla (tempi mutoli...); aquel lenguaje primitivo, que precedió el lenguaje articulado, debió consistir en unos signos, gestos u objetos que tenían unas relaciones naturales con las ideas». Aquella lengua primera que Vico llama divina asoma, según él, en «los gestos de los mudos que constituyen el principio de los jeroglíficos (cf. más adelante los mismos temas en Diderot, así como p. 36 y p. 74) que utilizaron todas las naciones en épocas primitivas de su barbarie para expresarse». A dicha lengua sigue la lengua poética o heroica: «Los primeros autores que encontramos entre los orientales, los egipcios, los griegos y los latinos, los primeros escritores que utilizaron nuevas lenguas en Europa cuando la barbarie hizo su aparición, fueron poetas». Vico dedica su investigación a lo que él llama «la lógica poética» —sus emblemas, sus figuras, sus tropos: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque. Para él, la palabra poética es un
«carácter» o incluso una «palabra mitográfica», pues «toda metáfora puede ser entendida como una fábula corta». La lengua «epistolar»,
«obra de la masa» viene en último lugar. Vico examina las distintas lenguas conocidas en su época (el griego, el egipcio, el turco, el alemán, el húngaro, etc.), y sus escrituras para repartirlas en las tres categorías que acabamos de mencionar. Sus estudios sobre el lenguaje poético van a influir hasta nuestro siglo la ciencia del lenguaje poético


26 En lo que precede y en lo que sigue, esbozamos ese esfuerzo refiriéndonos sobre todo al trabajo ya mencionado en varias ocasiones de J.-Cl. Chevalier, La Notion de complément chez les grammairiens. Ginebra, Droz, 1968.
mientras que sus sucesores inmediatos retomarían las tesis de la lengua primitiva no articulada, gestual o sordomuda, de la influencia de las condiciones naturales sobre la formación de las lenguas, de los tipos de lenguaje (como el lenguaje poético) diferentes, etc. El siglo XVII examinará esos problemas con un rigor positivo que será supuestamente un corte con el estilo novelesco de Vico.
El estudio del lenguaje, en efecto, no escapa al espíritu de clasificación y de sistematización que invade las ciencias del siglo. La geometría parece ser el modelo sobre el que las demás ciencias tienden a construirse. «El orden, la nitidez, la precisión, la exactitud que dominan en los buenos libros desde hace cierto tiempo, podrían tener su primer fuente en aquel espíritu geométrico que se expande más que nunca.» (R. Mousnier, Histoire Générale des civilisations, t. IV, página 331.) El gramático Buffier escribe que todas las ciencias, incluida la gramática, «son susceptibles de demostración tan evidente como la de la geometría».
El primer efecto de aquel procedimiento geométrico en el campo del lenguaje es la tendencia a la sistematización de la multiplicidad de las lenguas conocidas. Los filósofos proponen unas clasificaciones de las lenguas a la vez que intentan establecer una relación entre todos aquellos tipos diversos con una lengua original, común, universal y, por tanto, «natural». Leibniz en su Brevis designatio meditationem de originibus dictas potissimum ex indicium linguarum (1710) divide las lenguas conocidas en dos grupos: semítica e indo-germánica, estando éste último compuesto por las lenguas itálicas, célticas y germánicas, por un lado, y por las lenguas eslavas y el griego, por otro. La lengua original que Leibniz llama «lingua adámica» sería la base de tal diversidad y se podría volver a encontrar aquel estado del habla humano creando una lengua artificial, puramente racional. James Harris publica en Inglaterra su Hermes ou recherche philosophique sur la grammaire universelle (1751), una obra que tiende a establecer los principios universales y racionales de una gramática general válida para todas las lenguas. Las ideas de Berkeley, Shaftesbury, etc., dan pie a tales tentaciones lógicas.
El lenguaje se presenta como un sistema de funcionamiento, una mecánica cuyas reglas se pueden estudiar como si de cualquier objeto físico se tratara. El presidente De Brosse publica su Traité de la formation mécanique des langues et des principes de l’étymologie (1765), que describe la lengua como un sistema de elementos formales, susceptible de cambiar bajo la influencia de las condiciones geográficas. El
término de «mecánica» es cada vez más frecuente en la descripción lingüística. Un autor de gramática escolar, el abad Pluche, da a su libro el título de la Mécanique des langues (1751) mientras que Nicolás Beauzée (1717-1789) define el término «estructura» en el mismo sentido: «Pero yo hago la pregunta: ¿No será aquella palabra estructura relativa al mecanismo de las lenguas y no significará, acaso, la disposición artificial de las palabras, permitida en cada lengua para alcanzar la meta perseguida que no es sino la enunciación del pensamiento? ¿No será, además, que los idiotismos nacen del mecanismo propio de cada lengua?». (Artículo I «Inversión» en la Encyclopédie.
El estudio del mecanismo de las lenguas permite unas comparaciones y unas tipologías que prefiguran el comparatismo del siglo XIX. Se establece unas semejanzas en el mecanismo de distintas lenguas lo cual constituye una prueba para la tesis de la naturaleza común de las lenguas que reviste, a lo largo de su evolución, múltiples expresiones. Vemos cómo el planteamiento de una lengua natural, confrontado a la multiplicidad de las lenguas reales, pudo dar pie al planteamiento de una lengua común a partir de la cual se habrían desarrollado las demás por lo que conduce de manera inevitable a la teoría evolucionista del lenguaje. Encontramos los primeros gérmenes de tal comparatismo en el informe de 1767 del padre Coeurdoux, misionero en Pindichéry, en el que constata unas analogías entre el sánscrito, el griego y el latín (cf. más adelante, página 221 y 228, sq.). Anteriormente el holandés Lambert Ten Kate había publicado en 1710 un estudio en el que establecía el parentesco de las lenguas germánicas. William Jones (1746-1794) inaugura de manera decisiva, sin duda, la futura lingüística comparada cuando observa las correspondencias entre el sánscrito, el persa, el griego, el latín, el gótico y el céltico.
La filosofía sensualista y empirista, no obstante, será la que dará el fundamento teórico sobre el que se construirá la descripción gramatical del siglo. Locke (1632-1704) y Leibniz, y en Francia los
«ideólogos» encabezados por Condillac (1715-1780), proponen la teoría del signo como principio general de aquella lengua común que se manifiesta en varias lenguas concretas. De este modo reanudan las teorías del signo de Grecia, de la Edad Media y la lógica cartesiana y, al mismo tiempo, las transforman: si, para los filósofos del siglo XVIII, el pensamiento es una articulación de los signos que son los elementos lingüísticos, el problema estriba en definir la vía mediante la cual se
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llega de la sensación al signo lingüístico.
Para Locke, las palabras «son unos signos de las ideas que también se encuentran en los demás hombres con los que se relacionan»; no por ello dejan de estar en relación con «la realidad de las cosas». Pero Locke es categórico: la relación que tiene el signo con lo real no debe suponerle un estorbo. «Sería pervertir el uso de las palabras y cargar su significación de una obscuridad y de una confusión inevitables si las utilizáramos para la expresión de cualquier otra cosa que no fuese las ideas que tenemos en la mente.» La definición del signo según Saussure (cf. p. 18) se está esbozando aquí cuando Locke plantea la relación arbitraria entre lo que se dará en llamar «referente» y lo que se denominará «significante-significado»: «Las palabras no significan otra cosa que las ideas particulares de los hombres y ello gracias a una institución totalmente arbitraria». (Essai sur l’entcndement humain, libro III, «les mots».) Resulta pertinente observar que, si Locke considera las palabras en tanto que signos y estudia su diversidad (términos generales, nombres de las ideas simples, nombres de las ideas mixtas, etc.), no se queda ahí sino que considera el conjunto del discurso en tanto que construcción y estudia el papel de las partículas, por ejemplo, para unir las ideas entre ellas, para mostrar su relación, para ser utilizadas como signos de una «acción del espíritu». En base a tal concepción «constructivista» del funcionamiento del lenguaje la gramática podrá elaborar un acercamiento sintáctico de la lengua.
En sus Nouveaux essais sur l’entendement humain (1765), Leibniz recoge y desarrolla las ideas de Locke. Para aquél, las palabras (libro
III) «sirven para representar e incluso explicar las ideas». Si considera que todas las lenguas, por muy diferentes que sean materialmente, se desarrollan sobre el mismo fondo formal, es decir, que hay una
«significación común a las distintas lenguas», Leibniz no descarta por ello la especificidad significante de cada lengua, su organización material particular. De ahí que escriba:
«Filaletas.—A menudo ocurre que los hombres apliquen más sus pensamientos a las palabras que a las cosas; y por haber aprendido la mayor parte de esas palabras antes de conocer las ideas que las significan, no sólo hay niños sino igualmente hombres hechos y derechos que hablan muchas veces como los loros. Sin embargo, los hombres pretenden ordinariamente marcar sus propios pensamientos; y, además, atribuyen a las palabras una relación secreta con las ideas de los otros y con las cosas en sí. Pues si los sonidos estuviesen atados a otra idea por aquél con quien estamos hablando, sería entonces
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hablar dos lenguas; cierto es que mucho no nos paramos para examinar cuáles son las ideas de los demás y suponemos que nuestra idea es la que lo común y la gente hábil del país otorgan a la misma palabra.
Así ocurre en particular con las ideas simples y los modos; mas en cuanto a las substancias, lo creemos más aún en particular cuanto que las palabras significan también la realidad de las cosas.
«Teófilo.—Las substancias y los modos están igualmente representados por las ideas y las cosas, tanto como las ideas, en uno y otro caso, están marcadas por las palabras; así, no veo yo mucha diferencia salvo que las ideas de las cosas substanciales y de las cualidades sensibles son más estables. Por lo demás, sucede en ocasiones que nuestras ideas y nuestros pensamientos sean la materia de nuestro discurso y hagan la misma cosa que queremos significar, y las nociones reflexivas entre más de lo que creemos en las de las cosas. Incluso, a veces, hablamos de las palabras materialmente, sin que en aquel lugar precisamente se pueda sustituir el lugar de la palabra por la significación o por la relación con las ideas o con las cosas; lo cual ocurre no sólo cuando hablamos en tanto que gramático sino también cuando hablamos en tanto que diccionarista, al dar la explicación del nombre.»
Vemos cómo la noción de metalenguaje: lenguaje acerca del lenguaje, se perfila en estas reflexiones de Leibniz.
Evocando a Locke, Condillac supone que los primeros humanos, recurriendo a gritos que se volvieron signos de las pasiones, crearon primero «naturalmente el lenguaje de acción». «No obstante aquellos hombres que adquirieron la costumbre de ligar algunas ideas a unos signos arbitrarios, se sirvieron de sus gritos naturales como modelo para hacerse un nuevo lenguaje. Articularon unos nuevos sonidos; y, al repetirlos varias veces y al acompañarlos de algún gesto que indicaba los objetos que querían hacer observar, se acostumbraron a darles nombres a las cosas. Los primeros progresos de aquel lenguaje fueron sin embargo muy lentos...» (Essai sur l’origine des conaissances humaines, ouvrage ou l’on réduit a un seul principe tout qui concerne l’endentement humain, 1746-1754). Se creó de este modo un relato, una fábula evolucionista que iba a ser el fundamento ideológico de la teoría de los signos lingüísticos y de su desarrollo a lo largo de los tiempos y de su pueblo. «Ha habido, pues, un tiempo en que se mantenía la conversación merced a un discurso mezclado de palabras y de acciones. El uso y la costumbre, como ha ocurrido en la mayor
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parte de las demás cosas de la vida, luego hicieron de lo que había surgido por necesidad un adorno: mas la práctica perduró mucho tiempo después que cesara la necesidad; de manera singular, entre los orientales cuyo carácter se acomodaba naturalmente a una forma de conversación que tan bien ejercía su viveza por el movimiento y tanto la contentaba por una representación perpetua de imágenes sensibles.» (Essai sur les hiéroglyphes, párrafos 8 y 9). Condillac considera como lenguaje unas formas de expresión de comunicación que no son verbales, tales como la danza, o el lenguaje gestual en general, o el canto, anunciando de este modo la ciencia moderna de los sistemas significantes, la semiología. Para Condillac, la poesía es también un tipo de lenguaje que imita el leguaje de acción: «Si, en el origen de las lenguas, la prosodia se acercó al canto, el estilo, con vistas a copiar las imágenes sensibles del lenguaje de acción, adoptó toda suerte de figuras y de metáforas y fue una verdadera pintura». Insiste, sin embargo, sobre el hecho de que el lenguaje de los sonidos fue el que tuvo el más favorable desarrollo para poder «perfeccionarse y volverse finalmente el más cómodo de todos». Estudia la composición, es decir, el carácter de las palabras en cuanto que diferentes partes del discurso así como el orden, la combinación para concluir en el capitulo «Du génie des langues» que, como cada pueblo tiene un carácter específico determinado por el clima y el gobierno, también tiene una lengua” específica. «Así, pues, todo confirma que cada lengua expresa el carácter del pueblo que la habla.» Se plantea de este modo el principio de la diversidad de las lenguas y de su evolución que se apoya sobre un único y mismo fundamento, el de los signos. La gramática se enfrenta, pues, con este modelo teórico para darle una minuciosa descripción que constituirá su confirmación. A tal efecto leemos en Principes généraux de Grammaire: «Puesto que la organización, aunque sea la misma para el fondo, es susceptible, según los climas, de muchas variedades y que las necesidades varían igualmente, no resulta dudoso que los hombres, lanzados por la naturaleza en diferentes circunstancias, hayan emprendido unos caminos que se alejan unos de otros». La teoría del signo universal y natural expuesta por Condillac, cuyas variaciones en las distintas lenguas se deberían las condiciones naturales y sociales, tiene el gran mérito de proponerse, bajo una forma de ficción (que no ignora), como ideología de la descripción lingüística que harán los gramáticos: «Tal vez se tomará toda esta historia por una novela: empero, al menos, no se le podrá negar su verosimilitud. Me cuesta creer que el método que he seguido me haya
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hecho caer a menudo en el error: pues mi propósito ha sido no exponer nada que no estuviera basado sobre el supuesto según el cual se ha imaginado siempre un lenguaje a partir del modelo del que le precedió de manera inmediata. En el lenguaje de acción he visto el germen de las Lenguas y de todas las Artes que pueden servir para expresar el pensamiento; he observado las circunstancias que han propiciado el desarrollo de ese germen; y no solamente he visto nacer las Artes de ahí sino, además, he seguido su progreso cuyos distintos caracteres he explicado por igual. En una palabra, he demostrado, a mi parecer, de una manera sensible que las cosas que más singulares nos resultan fueron las más naturales en su tiempo y que tan sólo ha ocurrido lo que tenía que ocurrir».
Los ideólogos que suceden a Condillac orquestarán este postulado de la necesidad natural de todo, incluidas las lenguas y su desarrollo. Siguiendo esta misma línea, Destutt de Tracy propone en sus Eléments d’idéologie (1801-1815) una teoría de los lenguajes en tanto que sistemas de signos. «Todos nuestros conocimientos son ideas; tales ideas no se nos aparecen nunca a no ser que estén revestidas de signos.» Así enfocada considera la gramática como «la ciencia de los signos... Mas preferiría que se dijera, y sobretodo que siempre se hubiera dicho, que es la continuación de la ciencia de las ideas». Sin limitarse al lenguaje verbal. Tracy constata que «todo sistema de signos es un lenguaje: añadamos ahora que cualquier empleo de un lenguaje, cualquier emisión de signos es un discurso; así que hagamos que nuestra Gramática sea el análisis de todas las especies de discurso». Subrayemos el proceder universalista de semejante semiótica
«ideológica», que tiende a ordenar cualquier discurso según las reglas comunes de las ideas: cierta tendencia moderna de la semiótica puede ver en ello su asomo. Por otra parte, en el espíritu sintáctico de la gramática del siglo XVIII, Tracy advierte que «nuestros signos ya no tienen solamente el valor propio a cada uno de ellos: agregan el resultante del lugar que ocupan».
La preocupación de los ideólogos resulta evidente: hay que justificar histórica y lógicamente la pluralidad de las lenguas que la observación gramatical confirma constantemente. Entonces hay que desarrollar teóricamente el postulado del origen lógico que se volvería a encontrar de modo obligatorio e implícito bajo cada una de aquellas variables. Condillac sostiene que la lengua original nombraba lo que venía dado a los sentidos de forma directa: las cosas en primer lugar, las operaciones después; «fruta» primero, «querer» luego, «Pedro» finalmente. El latín
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sería el ejemplo de este tipo de lengua. Seguidamente vienen las lenguas analíticas que empiezan la oración por el sujeto y la acaban por lo que se quiere decir. Ambas categorías de lenguas son susceptibles que evolucionar y cambiar, debido a dos factores: el clima y el gobierno. La idea que aquí parece esbozarse es que las condiciones sociales influyen sobre el carácter de la lengua, pero Condillac exalta mucho más el papel del individuo genial que el del organismo social. Su teoría no deja de ser por ello materialista. En efecto, si la lengua es un sistema riguroso de signos, que Condillac no duda en compararla con los signos matemáticos (y, en este sentido, considera que el rigor extremado es la condición de supervivencia y de porvenir para una lengua dada); ésta no es una abstracción ideal dada, de una vez por todas. Se halla doblemente arraigada en lo real: primero porque las sensaciones son las que informan al signo lingüístico, después porque el desarrollo de nuestras sensaciones y de nuestros conocimientos influenciará el perfeccionamiento de la lengua en sí. El realismo y el historicismo fundados sobre la percepción del sujeto-base de la idea confluyen en la concepción de Condillac. «Por ello habría que ponerse primero en las circunstancias sensibles para poder hacer unos signos que expresen las primeras ideas, las cuales adquiriríamos por medio de la sensación y de la reflexión y cuando, al reflexionar acerca de aquéllas, adquiriésemos otras nuevas, entonces haríamos unos nombres nuevos cuyo sentido determinaríamos situando las otras en las circunstancias en que nos habríamos visto y sometiéndolas a las reflexiones que habríamos hecho. Entonces las expresiones sucederían siempre a las ideas: serían claras y exactas puesto que no devolverían más que lo que cada cual hubiese sentido de manera sensible.» Por tanto, con su percepción el sujeto produce la idea que se expresa en el lenguaje: el desarrollo y el perfeccionamiento de tal proceso es la historia del conocimiento.
El libro de Court de Gébelin, Le monde primitif et comparé avec le monde moderne (1774-1782) es una de las obras capitales que siguen el mismo orden de ideas que las de Condillac.
A aquella concepción del lenguaje que se podría definir como un sensualismo racional y determinista se oponen las teorías de Juan- Jacobo Rousseau (1712-1778) en su Essai sur l’origine des langues ou il est parlé de la mélodie et de l’imitation musicale (escrito en 1756, publicado en 1781). Cierto es que Rousseau atribuye las propiedades comunes a todas las lenguas al hecho de que desempeñan un papel social mientras que su diversidad se debería a la diferencia de las
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condiciones naturales en las cuales se producen: «Siendo el habla la primera institución social, su forma no se debe sino a unas causas naturales». No obstante, para Rousseau, lo que es común a las lenguas no es un principio de razón sino una necesidad personal de los sujetos. Así como se oponen al principio según el cual la razón moldea el fondo de cualquier lengua, y a la tesis de Condillac, la cual expone que las necesidades son las que forman el lenguaje, Rousseau declara que «la primera invención del habla no vino de las necesidades sino de las pasiones». «Nos muestran el lenguaje de los primeros hombres como si de lenguas de geómetras se tratase cuando fueron lenguajes de los poetas...», «...el origen de las lenguas no se debe a las primeras necesidades, sería absurdo que de la causa que los separa viniese del medio que los une. ¿De dónde procederá entonces el origen? De las necesidades morales, de las pasiones. Todas las pasiones juntan a los hombres cuya necesidad de intentar vivir obliga a huir unos de otros. No es el hambre, ni la sed, sino el amor, el odio, la lástima, la ira, lo que les arrancaron las primeras voces..., y he aquí por qué las primeras lenguas fueron cantantes y apasionadas antes de ser sencillas y metódicas...».
Encontramos en Denis Diderot (1713-1784), el inspirador de la Encyclopédie, una concepción materialista del lenguaje que sin duda tuvo cierta influencia sobre los trabajos científicos de los gramáticos enciclopedistas. Diderot recoge los grandes temas que los sensualistas y los ideólogos desarrollaron: el signo y su relación con la idea y la realidad sensible; los tipos de lenguas en la historia; el desarrollo del lenguaje; el alfabetismo y la jeroglifía; los tipos de sistemas significantes en tanto que lenguajes (las artes: la poesía, la pintura, la música); etc. Plantea de manera definitiva y terminante sobre una base rigurosamente materialista lo que esbozaron los ideólogos y los sensualistas, proponiendo una de las primeras síntesis materialistas modernas acerca de la teoría del conocimiento y, por consiguiente, del funcionamiento lingüístico.
Diderot insiste sobre el papel de los «objetos sensibles» en la formación del lenguaje. «Los objetos fueron lo que impresionó primero los sentidos; y los que reúnen varias cualidades sensibles a un tiempo fueron los primeros en ser nombrados; son los diferentes individuos que componen ese universo. Luego se distinguió las cualidades sensibles unas de otras; se les dieron nombres; son la mayor parte de los adjetivos. Por último, haciendo abstracción de aquellas cualidades sensibles, se halló o se creyó hallar algo común en todos aquellos
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individuos, tal como la impenetrabilidad, la extensión, el color, la figura, etc., y se formó los nombres metafísicos y generales, y casi todos los substantivos. Poco a poco, se acostumbraron a creer que aquellos nombres representaban a seres reales: se miró las cualidades sensibles como simples accidentes...» (Lettre sur les sourds et les muets.) Diderot opone al proceso de abstracción ideal la tesis según la cual el pensamiento no tiene ni mucho menos autonomía con respecto a la lengua: «Los pensamientos surgen en nuestra mente, mediante no sé qué mecanismo, más o menos bajo la forma “que tendrán en el discurso y, por decirlo así, ya vestidos». Para captar el verdadero mecanismo del lenguaje si se elimina los presupuestos gramaticales legados por el estudio de las lenguas clásicas o modernas, Diderot propone que se examine el discurso gestual de los sordos y de los mudos en relación con el mismo mensaje que se transmitiese verbalmente. Acaba estableciendo la legitimidad del orden de las palabras de la lengua francesa —su lógica natural— para concluir que tiene «ventaja sobre las lenguas antiguas».
Finalmente, subrayemos la genial intuición de Diderot cuando considera los sistemas de las artes en tanto que sistemas de signos, preconizando que es preciso estudiar la peculiaridad de cada uno de aquellos sistemas de signos (en música, en pintura, en poesía): «Es la cosa en sí lo que muestra el pintor; las expresiones del Músico y del Poeta sólo son unos jeroglíficos de aquellos.» Tal teoría de determinados sistemas significantes en cuanto que sistemas jeroglíficos, que ha adquirido hoy una importancia nueva después de los trabajos de Freud (cf. p. 323 y sgtes.), viene ya indicada por Diderot: «Ahí donde tenga lugar el jeroglífico occidental: ya sea en un verso, ya sobre un obelisco; igual que aquí es obra de la imaginación y allá la del misterio; precisará para ser comprendido o bien una imaginación o bien una sagacidad poco comunes... Cualquier arte de imitación que tenga sus jeroglíficos particulares, yo quisiera que alguna mente instruida y delicada se dedicara un día compararlos entre sí».
Los otros Enciclopedistas, después de Diderot, no pudieron otorgar una gran importancia a los problemas del lenguaje. El economista Turgot escribe el artículo «Etymologie» del tomo VI de la Enciclopedia (1756). El propio Voltaire (1694-1778) se interesa por la gramática y en sus Commentaires sur le théâtre de Corneille (1764) establece o, mejor dicho, defiende algunas reglas de gramática que acaban imponiéndose gracias a la autoridad del escritor: creo + indicativo; no creo/que/ + subjuntivo; ¿cree usted/ que/ + indicativo o subjuntivo según el
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sentido, etc. Voltaire trabaja para el Dictionnaire de l’Académie y piensa en una obra colectiva que sería una Enciclopedia gramatical. Sus acotaciones lingüísticas (recogidas básicamente en sus comentarios sobre el teatro de Corneille) revelan un espíritu lógico que considera que el orden lingüístico justo y natural es el orden analítico, conforme a «aquella lógica natural con la que nacen todos los hombres bien organizados». En realidad, ninguna lengua «ha logrado llegar a un plano totalmente regular, en vista de que ninguna ha podido ser formada por una asamblea de lógicos»; pero «las menos imperfectas son como las leyes: aquellas en que menos arbitrario hay son las mejores». (Dictionnaire philosophique, artículo «Langues»).
La teorías propiamente gramaticales prolongan y transforman las concepciones de Port-Royal. El cambio radical consiste en la orientación hacia la expresión propiamente lingüística, que se distinguirá de ahora en adelante claramente del contenido lógico. El padre Buffier en sus Remarques (publicadas en las Mémoires de Trévoux, octubre 1706) subraya que «en materia de lenguaje, lo que se busca, más que la razón de la expresión, es la expresión en sí». Las lenguas tienen una especificidad que no se ha de confundir, aunque su fondo lógico sea común: «En cuanto al orden de las frases y al giro de las expresiones que son el carácter propio de una lengua, el Francés es tan diferente del Latín como de cualquier otra lengua, y en particular más que del Alemán.» (Grammaire françoise sur un plan nouveau, 1709). No obstante, la razón tiene que apoderarse de todos aquellos hechos lingüísticos diversos y organizarlos en sistemas: «En esencia se halla en todas, en cuanto a lo que considera en ello la filosofía, viéndolas como las expresiones naturales de nuestros pensamientos; pues de la misma forma que la naturaleza puso un orden necesario entre nuestros pensamientos, puso por una infalible consecuencia un orden necesario en las lenguas.» El proyecto de Buffier es, por lo tanto, el de Ramus y de la Grammaire Générale: el análisis lógico es un método de sistematización de los datos lingüísticos inconexos.
La teoría de la proposición de Buffier enlaza con la de los Solitario: pero la completa distinguiendo en primer lugar ciertos tipos de oraciones: «completas, aquellas en que encontramos un nombre y un verbo con función propia», «incompletas, aquéllas en que el nombre y el verbo sólo sirven para formar una suerte de nombre, compuesto por varias palabras sin que se afirme nada y que podría expresarse con una sola palabra» (ejemplo: lo que es cierto). Por otra parte, la gramática describe la construcción de la oración con más detalle. Los nombres y
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los verbos reciben varios modificativos cuya diversidad viene especificada pero que expresa una sola y misma relación de complementación: «Hemos reservado el término modificativo a las palabras que no tienen otro uso que el de indicar las circunstancias del nombre y del verbo.» Los elementos modificativos que se relacionan con el verbo pueden ser absolutos (los que particularizan la acción del verbo) y respectivos (respecto a los que se realiza la acción del verbo). Ejemplo: Hay que sacrificar la vanidad (absoluto) en pro del reposo (respectivo).
La obra de Du Marsais, por su parte, Méthode raisonnée pour apprendre la langue latine (1722) anuncia unos principios de enseñanza que se unirán a la mutación producida por unos gramáticos como Buffier, para preparar la Grammaire de la Encyclopédie. Tales principios pedagógicos estriban en una dialéctica de los principios de la ratio y del uso, es decir, de las reglas lógicas y de la observación estrictamente lingüística así como de los análisis filosóficos y de los análisis formales. Esto permite al gramático poner de relieve, bajo las categorías gramaticales heredadas del latín, unas relaciones entre los términos lingüísticos. Por lo que Du Marsais escribe: «Se pone al dativo la palabra que significa aquello a lo que o a quien se da o se atribuye algo; es el caso de la atribución y por ello se llama al caso dativo, del verbo daré, dar: date quietem senectuti. De manera que se pone a ese caso las palabras que son consideradas bajo unas relaciones semejantes a la de dar e incluso la de quitar: como la relación de fin, finis cui. Lo que el uso de los ejemplos enseñan.»
Después de la gramática del abad Frémy, Essay d’une nouvelle méthode pour l’explication des auteurs (1722) y bajo la influencia creciente, por un lado, de Descartes pero también, por otro, de Locke y de los sensualistas, la enseñanza del francés es admitida en el curso universitario como lo atestigua el Traité des Etudes, «De l’étude de la langue française, de la maniere dont on peut expliquer les auteurs français», de Charles Rollin (1726-1728). A partir de ese momento la necesidad de encontrar un meta-lenguaje específico y nuevo se hace cada vez más urgente para dar cuenta de las peculiaridades de las relaciones en las lenguas modernas sin abandonar por ello el terreno de las relaciones universales pero sin dejar tampoco el de la lengua. Los Principes généraux et raisonnés de la langue françoise (1730) de Pierre Restaut tratan de demostrar la necesidad de tal enlace entre principios de razonamiento y de conocimiento empírico de las relaciones lingüísticas (grabadas en la memoria): «El razonamiento a solas no
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basta para el estudio de una lengua. Es preciso, además, que la memoria se cargue y se llene de un gran número de palabras y de combinaciones diferentes cuyo conocimiento se adquiere mediante un ejercicio continuo y que no es de incumbencia de ninguna mecánica».
Restaut tiene la ocurrencia genial de ligar en un mismo análisis los términos que habían sido utilizados por separado anteriormente, el de sujeto y de objeto, para esbozar un esqueleto más completo de la construcción oracional. Los criterio que encabezan la definición de dichos términos siguen siendo semánticos: «Llamamos siempre sujeto, como lo hemos dicho, al nominativo de un verbo, cualquiera que sea éste. El objeto es la cosa en la cual se termina una acción intelectual o una acción producida por el alma; como cuando digo: Amo a Dios.» Pero Restaut añade: «Cuando una acción es sensible y produce un efecto sensible, llamamos también sujeto la cosa en que se acaba. Así ocurre en las frases: He roto mi libro, Caín mató a Abel; mi libro y Abel son los sujetos en los que se acaban las acciones de romper y matar, y no se puede decir que aquellos sean los objetos.» Situándose en los esquemas de las gramáticas formales, Restaut da las correspondencias semánticas de cada forma: el genitivo, por ejemplo, «marca la relación de una cosa que pertenece a otra por producción o por disfrute, o en manera alguna cualquiera.» Por último, en el lugar de los procedimientos formalistas de substitución, Restaut resalta una relación designada por un pronombre interrogativo, precedido o no de una preposición: «Para hallar el régimen de un verbo activo, ponemos qué o quién en interrogación después del verbo o de la preposición», para los objetos indirectos ponemos «en interrogación de qué o de quién, a qué o a quién». Este tipo de análisis, precisamente, ha perdurado en la enseñanza tradicional de la gramática.
A partir de 1750, la actividad de formalización de la lengua francesa girará en torno a la Enciclopedia: primero con Du Marsais y, después de su muerte en 1756, con Douchet y Beauzée. La idea dominante será, obviamente, la de la lengua natural: cada lengua posee un orden natural, ordo naturalis, cuando se aproxima los modelos del pensamiento. Du Marsais escribe: «Todo está en el orden natural, orden conforme a nuestra manera de concebir mediante el habla y a nuestro hábito que hemos contraído de forma natural desde la infancia, cuando hemos aprendido nuestra lengua natural o cualquier otra; orden, finalmente, que ha debido ser el primero en la mente de Cicerón cuando empezó su carta por raras tusa /Raras tuas quidem, frotasse enim non perferuntur, sed suaves accipio litteras/, pues ¿cómo
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habría dado, si no, la terminación del género femenino a esas dos palabras si no hubiese tenido litteras en su mente? ¿Y por qué les habría dado la terminación del acusativo si no hubiese querido hacer saber que aquellas palabras se referían a Recibo en este momento una de sus cartas: rara vez me escribe usted, pero siempre me dan gran alegría?» Para volver a encontrar aquel orden natural, cubierto por la preocupación tardía de elegancia y de retórica, el gramático debe
«hacer la anatomía de las frases», nos dice Du Marsais.
Con un enfoque similar: observación de la diversidad de las lenguas y su reducción al orden natural, el abad Girard (les vrais Principes de la langue française ou la Parole réduite en méthode conformément aux lois de l’usage, 1747) establece una tipología de las lenguas según el tipo de construcción de las proposiciones. Si cada lenguaje tiene su genio propio, dice el Abad, «pueden, no obstante, ser reducidos a tres tipos». Por una parte, las lenguas analíticas (que obedecen al orden natural): el francés, el italiano, el español. «El sujeto que actúa es el primero que aparece, luego la acción acompañada de sus modificaciones, después de esto lo que constituye el objeto y el término.» En segundo lugar vienen las lenguas transpositivas (que no siguen el orden natural) como el latín, el esclavón y el moscovita, «que hacen preceder en alternancia el objeto, la acción, la modificación y la circunstancia». Y, en tercer lugar, las lenguas mixtas o anfibológicas, el griego y el teutónico. Vemos que esta tipología está fundada sobre un análisis sintáctico que se presenta como fenómeno determinante del pensamiento lingüístico de la segunda mitad del siglo.
Los componentes de la oración vienen siempre definidos de manera semántica aunque igualmente a partir de las relaciones de los elementos. La oración es un sistema de complementación gracias a la preposición y ya no una función definida en términos lógicos. La preposición «consiste, pues, en la indicación de una relación determinativa mediante la cual una cosa afecta otra. La preposición anuncia siempre a aquélla que afecta, que denominamos complemento de la relación, y que tiene bajo su régimen por esa razón.» Las oraciones son: «incompletas, limitándose a los miembros esenciales Subjetivo y Atributivo»; «completa es aquella en la cual, además del Subjetivo y del Atributivo, encontramos también los tres siguientes, Objetivo-Terminativo-Circunstancial...». Tenemos aquí, por lo tanto, el cuadro completo de la sintaxis de la oración con sus siete partes «que pueden ser admitidas en la estructura de la frase, para hacer el cuadro del pensamiento. En mi opinión, primero hace falta un sujeto y una
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atribución a dicho sujeto; sin esto no se dice nada. Después creo que la atribución puede tener, además del sujeto, un objeto, un término, una circunstancia modificativa, una ligazón con otra, simplemente para servir de apoyo a alguna de esas cosas o para expresar un movimiento de sensibilidad ocasionado en el alma de quien habla».
Du Marsais va a utilizar esta admirable síntesis del abad Girard que supo enlazar Port-Royal con las gramáticas formalistas para poner de relieve una análisis de las funciones y de las formas que las expresan. Chevalier observa que la innovación de Girard radica en la introducción de un mayor rigor lógico para precisar el contenido del término complemento y para establecer la diferencia entre concordancia y régimen. Las teorías de Du Marsais acerca del origen del lenguaje, su carácter de signo y su dependencia del clima, teorías heredadas de los Ideólogos, vienen desarrolladas en sus Fragments sur les causes de la parole así como en su Logique (edición póstuma). Expone sus ideas acerca de la organización de la oración, principalmente en el capítulo
«De la construction grammaticale» de sus Principes de grammaire y en el artículo «Construction» de la Encyclopédie. Distingue los dos planos del análisis: gramatical y lógico: «Cuando consideramos una oración gramaticalmente sólo tomamos en cuenta las relaciones recíprocas que hay entre las palabras; mientras que, en la oración lógica, sólo tomamos en cuenta el sentido total que resulta del ensamblaje de las palabras.» La gramática atenderá el «orden de las palabras en el discurso» y la sintaxis abordará las leyes constantes de dichos órdenes sin quedarse en los marcos estrechos de la afirmación lógica sino considerando todo enunciado afirmativo o negativo así como la enunciación de «algunas visiones del espíritu».
El eje real de la sintaxis, lo constituye la naturaleza del complemento que resalta a través y gracias a la distinción identidad/determinación. La relación de identidad concierne al nombre y al adjetivo. La relación de determinación «regula la construcción de las palabras». «A una palabra le debe seguir una o varias palabras determinantes siempre y cuando, de por sí no sea más que una parte del análisis de un sentido particular; la mente se halla entonces en la necesidad de esperar y de pedir la palabra determinante para conocer todo el sentido particular, sentido que la primera palabra no le anuncia más que en parte». Un ejemplo concreta tal noción de determinante-complemento: «Alguien me dice que el rey ha dado. Las palabras ha dado son solamente una parte del sentido particular; la mente no queda satisfecha, tan sólo se emociona. Uno se espera o pregunta, l)¿qué ha dado el rey? 2) ¿a quién
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lo ha dado? Se responde, por ejemplo, a la primera pregunta que el rey ha dado un regimiento; ahora la mente se queda satisfecha con respecto a la cosa que se ha dado: regimiento es, a este respecto, el determinante de ha dado. Luego preguntamos ¿A quién ha dado el rey el regimiento? Nos responde: Al Señor N... Así, pues, la preposición a, seguida del nombre que la determina, constituye un sentido parcial que es el determinante de ha dado con respecto a la persona a quién».
Una vez hecho el análisis de las relaciones de las partes del discurso, la declinación, mantenida durante largo tiempo a partir del modelo latino, desaparece de manera definitiva. Ahora las preposiciones son las que se encargan de articular las relaciones en la oración, sin que se tenga necesidad de marcas formales correspondientes a los seis casos.
«Por ejemplo, la preposición para marca el motivo, un fin, una razón; mas luego es preciso enunciar el objeto que es el término de dicho motivo y es lo que se llama el complemento de la preposición. Por ejemplo, trabaja para la patria; la patria es el complemento de para...».
Si, aquí, hemos podido seguir la elaboración del concepto sintáctico del complemento en Du Marsais, en vano buscaríamos una teoría gramatical en el artículo «Complément» de la Enciclopedia. Más tarde, Beauzée observará en el artículo «Régime» que, en el artículo
«Gouverner», sólo se insinuó que «era preciso dar el nombre de complemento a lo que se llama régimen» pero que «no hay que confundir sin embargo estos dos términos como si fuesen sinónimos; voy a determinar la noción concreta de uno y otro en dos artículos separados; y de este modo supliré el artículo “Complément” que el señor Du Marsais omitió en su lugar si bien recurre con frecuencia a dicho término». La historia de la lingüística considera no obstante a Du Marsais como al inventor de tal análisis y Thurot lo dice claramente en su Indroduction a Hermes de Harris: «Du Marsais es, en mi opinión, el primero que consideró las palabras desde este punto de vista».
En su Grammaire Générale (1767), Beauzée desarrollaría, pormenorizándolo, el análisis de los complementos, siguiendo la Grammaire françoise de De Wailly (1754). Las descripciones oscilan entre la lógica y la semántica o vuelven a unas categorías aristotélicas, pero se fija el marco del estudio sintáctico, y ello hoy día, para las gramáticas escolares. La burguesía había conseguido forjarse un arma ideológica segura: cernir el lenguaje en un encuadre lógico que le había legado el clasicismo, acordándole al mismo tiempo una agilidad y una autonomía relativa cuando desvía levemente el análisis hacia los
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«hechos» lingüísticos. Universalismo y empirismo, pasándose el uno en el otro, moldean tal concepción de la construcción oracional que la gramática del siglo XVIII pudo elaborar sobre el fondo de una concepción «natural» del lenguaje. Citemos, para terminar, el artículo
«Langage» de la Encyclopédie, que condensa, bajo su forma ideológica, lo que los gramáticos hicieron en el plano de la descripción
«científica»:

«Artículo III. Análisis & comparación de las lenguas. Todas las lenguas tienen un mismo fin, que es la enunciación de los pensamientos. Para lograrlo, todas emplean el mismo instrumento, que es la voz: es como el espíritu & el cuerpo del lenguaje; pero lo es hasta cierto punto para las lenguas consideradas de este modo, igual que para los hombres que las hablan.
»Todas las almas humanas, si atendemos a la escuela cartesiana, son absolutamente de una misma especie, de una misma naturaleza; tienen las mismas facultades en grado idéntico, el germen de los mismos talentos, del mismo espíritu, del mismo genio, & entre sí no tienen más que diferencias numéricas & individuales: las diferencias que se advierten en la sucesión se deben a unas causas exteriores; a la organización íntima de los cuerpos que aquellos animan; a los diversos temperamentos que establecen las conjeturas; a las ocasiones más o menos frecuentes, más o menos favorables, para excitar en ellas unas ideas, para acercarlas, combinarlas, desarrollarlas; a los perjuicios más o menos acertados que reciben por la educación, las costumbres, la religión, el gobierno político, las obligaciones domésticas, civiles & nacionales, etc.
«Ocurre aproximadamente lo mismo con los cuerpos humanos. Formados por la misma materia, si consideramos la figura en sus principales rasgos, parece casi hecha con el mismo molde: sin embargo no ha ocurrido, sin lugar a duda, que algún hombre haya tenido un parecido exacto con otro hombre. Cualquiera que sea la conexión física que haya entre hombre y hombre, desde el momento en que hay diversidad de individuos, hay diferencias más o menos sensibles de figura, además de las que están dentro de la máquina: tales diferencias están más marcadas, en proporción con la disminución de las causas convergentes hacia los mismos efectos. Así, pues, todos los sujetos de la misma nación tienen entre sí unas diferencias individuales con los rasgos del parecido nacional. El parecido nacional de un pueblo no es el mismo que el parecido nacional de otro pueblo vecino si bien hay
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ente ambos ciertos caracteres de aproximación: tales caracteres se debilitan & los rasgos diferenciales aumentan a medida que los términos de comparación se alejan hasta que la máxima diversidad de los climas & de las demás causas que de ello dependen más o menos, ya no deja subsistir sino los rasgos del parecido específico bajo las diferencias de los Blancos & los Negros, de los Lapones & los Europeos meridionales.
«Distinguimos, por igual, en las lenguas el espíritu & el cuerpo, el objeto común que se proponen, & el instrumento universal que utilizan para expresarlo, en una palabra, los pensamientos & los sonidos articulados de la voz, pues separaremos lo que tienen necesariamente en común de lo que tienen cada una propiamente bajo estos dos puntos de vista, & podremos entonces establecer unos principios razonables acerca de la generación de las lenguas, de su mezcla, su afinidad & su mérito respectivo.
»La mente humana... acaba por distinguir unas partes en su pensamiento, por muy indivisible que sea, separando, con el recurso de la abstracción, las diferentes ideas que constituyen el objeto & las diversas relaciones que tienen entre sí, debido a la relación que todas tienen con el pensamiento indivisible en el cual las concebimos. Tal análisis, cuyos principios proceden de la naturaleza de la mente humana, siendo aquélla la misma en todas partes, ha de mostrar los mismos resultados en todas partes o, al menos, unos resultados similares, hacer concebir las ideas de la misma manera, & establecer la misma clasificación en las mismas palabras.
»He aquí, pues, lo que se encuentra universalmente en el espíritu de todas las lenguas; la sucesión analítica de las ideas parciales que constituyen un mismo pensamiento & las mismas especies de palabras para representar las ideas parciales concebidas bajo los mismo aspectos. Mas todas admiten, respecto a ambos objetos generales, unas diferencias que se deben al ingenio de los pueblos que las hablan & que constituyen de por sí tanto los caracteres principales del genio de aquellas lenguas como las fuentes principales de las dificultades que se ha de traducir exactamente de una a otra.
»1º Respecto al orden analítico, existen dos medios mediante los cuales se le puede hacer sensible dentro de la enunciación vocal del pensamiento. El primero consiste en colocar las palabras en la elocución siguiendo el mismo orden que resulta de la sucesión analítica de las ideas parciales; el segundo, sería dar a las palabras declinables unas inflexiones o unas terminaciones relativas al orden
analítico, & después regular la ordenación en la elocución mediante otros principios, capaces de agregar alguna perfección al arte del habla. De ahí se deduce la división más universal de las lenguas en dos especies generales que el abad Girard (Princ. dic. I, t. j. p. 23) llama análogas & transpositivas y a las cuales mantendré los mismos nombres, porque me parece caracterizar muy bien el genio distintivo.
»Las lenguas análogas son aquellas cuya sintaxis está sometida al orden analítico porque la sucesión de las palabras en el discurso sigue la gradación analítica de las ideas; el proceder de tales es, en efecto, análogo & en cierto modo paralelo al de la propia mente cuyas operaciones sigue paso a paso.
»Las lenguas transpositivas son aquellas que, en la elocución, dan a las palabras unas terminaciones relativas al orden analítico & que adquieren de este modo el derecho de someterlas en el discurso a un libre proceder independiente de la sucesión natural de las ideas. El francés, el italiano, el español, etc., son lenguas análogas; el griego, el latín, el alemán, etc., son lenguas transpositivas.
»Se plantea aquí una cuestión bastante natural. El orden analítico & el orden transpositivo de las palabras suponen unas visiones muy diferentes en las lenguas que los han adoptado para regular su sintaxis: cada uno de ambos órdenes caracteriza un ingenio muy diferente. Mas como primero hubo solamente una lengua sobre la tierra, ¿será posible asignar a qué especie pertenecía? ¿si era análoga o transpositiva?
»Puesto que el orden analítico es el prototipo invariable de ambas especies generales de lenguas, & el único fundamento de su comunicabilidad respectiva, parece bastante natural que la primera lengua haya estado ligada a aquélla escrupulosamente & que haya condicionado la sucesión de las palabras...».


15. El lenguaje como historia

El final del siglo XVIII vive un cambio que se manifiesta tanto en la ideología como en la filosofía y en las ciencias que se desarrollaron en el siglo XIX. A la descripción de los mecanismos (incluido el de la lengua) y a la sistematización de los tipos (incluidos los de las diversas lenguas) sucede la concepción evolucionista, histórica. Ya no basta formular las reglas de funcionamiento o las correspondencias entre los conjuntos estudiados: se le considera con una única mirada que los
coloca en línea ascendente. El historicismo será la marca fundamental del pensamiento del siglo XIX y la ciencia del lenguaje no le escapará.
¿De dónde viene?
Se suele considerar como primera formulación global del historicismo el libro de Herder, Idées sur la philosophie de l’histoire de l’humanité (1784-1791). Herder se propone construir «una filosofía y una ciencia de lo que nos concierne más en particular, de la historia de la humanidad en general». Entre los motivos que le llevan a designar el terreno de lo «humano» como objeto de ciencia, Herder cita los progresos de la física, la formación de la historia natural («hacer un mapamundi antropológico, en el plano de aquella con la que Zimmermann enriqueció la zoología»; pero, en primer lugar «la metafísica y la moral», «y finalmente la religión por encima de todo lo demás». Los comentadores de Herder demostrarían posteriormente que tal confesión no fue casual sino el verdadero fundamento ideológico de su historicismo.
En la Introduction de Edgar Quinet a las Idées sur la philosophie de l’histoire de l’humanité (1827), el lector nota claramente que las pautas que sigue Herder son una reacción transcendental frente a los cambios socio-radicales que vivió el siglo XVIII: la caída de los Imperios, la transformación de los Estados a raíz del golpe de la Revolución [francesa]. «El pensamiento no estaba ya asentado sobre cada uno de ellos de manera aislada. Para llenar el vacío, se les añadió unos a otros; se les consideró con una sola mirada. Ya no fueron más individuos que se sucedieron unos a otros sino seres colectivos a los que apretujaron en angostas esferas. Luego, al ver que eso seguía manifestando la nada, se comenzó a buscar si no habría al menos, en el seno de aquella inestabilidad, una idea permanente, un principio fijo en torno al cual se sucedieran los accidentes de las civilizaciones según un orden eterno...» El resquebrajamiento de las estructuras sociales coloca al pensamiento ante el vértigo de la nada, del vacío que trata de colmar:
«Por lo demás, si la filosofía de la historia llegara a ser alguna vez un recurso en el desamparo bien público bien privado...» (ibid.). El historicismo de la idea permanente, el principio fijo de la evolución será el forcejeo mediante el cual reaccionará el idealismo frente al materialismo de la Revolución francesa. Su tarea será la de borrar el vacío en el que se encuentra el pensamiento idealista arrancado a sus refugios por el corte que supuso la Revolución en el universo estático de «una lógica natural». El historicismo devolverá su razón a la ruptura para hallar una continuidad después del parcelamiento. Herder (1744-
1803) formulará sus principios, precursores de la dialéctica hegeliana:
«El encadenamiento de los poderes y de las formas no es nunca retrógrado ni estacionario, sino progresivo»; la organización no es más que «la escala ascendente que conduce (las formas) a un estado más elevado»; «toda destrucción es una metamorfosis, el instante de un paso a una esfera de vida más relevante».
Pero ¿dónde encontraremos esa razón o lógica que explicará la ruptura revolucionaria y materialista, recogiéndola en el principio fijado y tranquilizador de la evolución? Ahí donde se produce la lógica, ahí donde la encontramos cuando queremos dar pruebas de ella: en el lenguaje.
Si los gramáticos de Port-Royal habían demostrado que el lenguaje obedece a los principios de la lógica del juicio; si los enciclopedistas quisieron ver en él la lógica de la naturaleza sensible y la confirmación de la influencia de las circunstancias materiales (clima, gobierno), el siglo XIX tratará de demostrar que el lenguaje tiene, también él, una evolución para apoyar sobre ésta el principio de la evolución de la idea y de la sociedad.
En el descubrimiento del sánscrito y en el parentesco de las lenguas indoeuropeas, la ideología evolucionista hallará el corolario lingüístico imprescindible para su asentamiento. La sociedad será pensada a partir del modelo del lenguaje visto como una línea evolutiva; mejor aún, a partir del modelo de la evolución fonética, es decir, del cambio de la forma significante desprendida de su contenido significado. Admirable unión de la Idea y de la Voz en evolución, desunidas por Platón para volver a encontrarla en Friedrich Hegel (1770 -1831) y confirmarse una y otra. El evolucionista adoptará incluso los términos lingüísticos para «concretar» aquellas operaciones suspendidas en lo inacabado de un acto fallido, interrumpido en el «tiempo eterno»: Quinet hablará de una «armonía de los tiempos»; «Cada pueblo que cae en el abismo es un acento de su voz; cada ciudad no es más en sí misma que una palabra interrumpida, una imagen rota, un verso inacabado de aquel poema eterno que el tiempo se encarga de proseguir. ¿Escucháis aquel discurso inmenso que rueda y crece con los siglos y que, siempre recogido y siempre suspenso, deja a cada generación insegura del habla que seguirá? Tiene, igual que los discursos humanos, sus circunlocuciones, sus exclamaciones de ira, sus movimientos y sus descansos...».
La lingüística comparada y la lingüística histórica nacen y se desarrollan sobre este fondo ideológico. Se nutren de los principios generales del
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romanticismo y del evolucionismo alemán pero acaban independizándose y se desarrollan como una ciencia objetiva, al margen de la explotación ideológica a la que estará sometida, sin embargo. Recurren al pensamiento romántico para reaccionar contra lo que Bréal dio en llamar «la sencillez un poco desnuda, la abstracción un poco seca de nuestros enciclopedistas del siglo XVIII». En lugar de la ordenación sintáctica de los gramáticos del siglo XVIII, la lingüística del siglo XIX propone la visión genealógica de las lenguas que reagrupa en familias, haciendo derivar cada miembro de una fuente inicial.
En este trabajo, la lingüística del siglo XIX utilizará básicamente el descubrimiento, hecho por los lingüistas del siglo anterior, del sánscrito y de sus parentescos con algunas lenguas europeas. En efecto, el conocimiento de Persia y de la India llama la atención de los científicos. Se forma una «Sociedad Asiática» en Calcutta que publica trabajos sobre la lengua india. Recordemos que, en 1767, el padre Coeurdoux había enviado una memoria intitulada: «Question proposée a M. l’abbé Barthélémy et aux membres de l’Académie des Belles-Lettres et Inscriptions: D’où vient que dans la langue samscroutane il se trouve un grand nombre de mots qui lui sont communs avec le latin et le grec, et surtout le latin?». La Academia dejará esta pregunta esencial acerca del parentesco lingüístico sin respuesta.
Mientras tanto, la traducción de textos literarios indios progresa: William Jones traduce Sakuntala. y constata, en 1786, entre el sánscrito, el griego y el latín, un parentesco que «no se podría atribuir a la casualidad».
En la atmósfera de tal interés creciente hacia la India, hacia su lengua y las relaciones que mantiene con las lenguas europeas, se organiza en París a principios del siglo XIX un círculo de sanscritistas con la participación de Al. Hamilton, miembro de la Sociedad de Calcutta, del padre Pons, de F. Schlegel, del indianista Chézy, de Langlès, de Fauriel, del arabista de Sacy y, más tarde, de August Wilhelm von Schlegel. Adelung publica su Mithridate (1808), primera suma global del conocimiento acerca de numerosas lenguas.
Por otra parte, la enseñanza de Leibniz y de Mercier, quienes anunciaban la necesidad y la posibilidad de convertir la gramática en una ciencia, se va a unir al interés histórico para dar a luz a la ciencia lingüística histórica.
Pero la India suscita el entusiasmo de los filólogos y de los lingüistas: en tanto que «origen perdido», en tanto que «lengua
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materna» abandonada y que hay que retomar para animar al conocimiento extraviado. «¡Ojalá los estudios indios encuentren al menos algunos de aquellos discípulos y de aquellos protectores que Italia y Alemania vieron alzarse repentinamente, en los siglos XV y XVI, y que tantos hubo para los estudios griegos que, en poco tiempo, hicieron tan grandes cosas! El renacer del conocimiento de la Antigüedad transforma y rejuvenece pronto todas las ciencias: se puede agregar que rejuvenece y transforma al mundo. Los efectos de los estudios indios, nos atrevemos a afirmarlo, no serían hoy menores ni tendrían un alcance menos general si se emprendiesen con la misma energía y si se introdujeran en el círculo de los conocimientos europeos.» (F. Schlegel, Sur la langue el la sagesse des Indous, 1808.)
Se considera como fecha de nacimiento de la lingüística comparada y, por ende, de la lingüística histórica y general, la publicación en 1826 por el alemán Franz Bopp (1791-1867) de su memoria, Du système de conjugaison de la langue sanscrite, comparé avec celui des langues grecque, latine, persane et germanique. A este trabajo, sobre el cual volveremos más adelante, se añaden las investigaciones del danés Rasmus Rask (1787-1832) acerca del parentesco de las lenguas europeas así como el descubrimiento por Jacob Grimm en 1822 en su Deutsche Grammatik de las leyes fonéticas de Ablaut (alternancia vocálica) y de Umlaut (cambio de timbre de una vocal bajo la influencia de una vocal vecina cerrada), y también de las reglas de mutación consonantica, Lautverschiebung (a las consonantes germánicas f, p, h responden las consonantes griegas π, τ, χ y las latinas p, t, k, etc.).
Por el momento, no seguiremos el orden cronológico de estos descubrimientos y, en primer lugar, examinaremos la aportación de Rask. Ya que el lingüista danés, a la vez que fue, junto con Bopp y Grimm, uno de los fundadores del método histórico en lingüística, sigue siendo, sin embargo, por sus concepciones y el carácter de sus investigaciones, anterior a la gran corriente evolucionista que arrastrará a la lingüística del siglo XIX: no es historicista sino comparativista.
Los descubrimientos empíricos de Rask cuya obra principal tiene por título Investigaron sur l’origine du vieux norrois ou de la langue islandaise (1814), estriban en primer lugar en su demostración según la cual las lenguas lituana y letona forman una familia aparte en el indoeuropeo del mismo modo que la lengua iraquí o avéstica es una lengua indoeuropea independiente. Ha descrito con sumo rigor los cambios fonéticos que corresponden a una estructura común: cuando por
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ejemplo compara la clase de las lenguas «tracias» (lituano, eslavo) con el griego y el latín, Rask constata «[que] no sólo varias palabras se parecen en cierta medida según su forma y su destino sino [que] tales semejanzas son de un número tal que las reglas pueden ser deducidas a partir del cambio de las letras mientras que la estructura entera de las lenguas es la misma en ambas clases».
Los estudios profundizados de Rask sobre las lenguas nórdicas le convierten sin duda en el fundador de la filología nórdica. Le debemos el descubrimiento de la primera ley fonética, la mutación germánica (por ejemplo, la correlación regular en principio de palabra de la p y t latinas con la F y P germánicas: pater, tres > Faθir, Priz).
No obstante, la meta teórica de Rask no era de ningún modo histórica. Con su mente lógica y sistematizadora pertenecía más a la época de los enciclopedistas que a la de los románticos que él aborrecía. La hipótesis de un linaje histórico de las lenguas que toma sus raíces en el sánscrito, no le interesaba: hizo todo lo posible para impedir el viaje que las autoridades le habían impuesto, a India, y cuando se vio forzado al final a hacerlo, no trajo de allí ningún documento de las lenguas de los países visitados (Rusia, Cáucaso, Irán, India) ante la gran decepción de sus contemporáneos. Se inspiraba de los descubrimientos de las ciencias naturales y si consideraba, como se solía hacer en el siglo XIX, que la lengua es un organismo, Rask trataba más bien de clasificar las lenguas como lo hicieran los lingüistas del siglo XVIII, o como Línné en botánica, y no de descubrir su desarrollo histórico, como Darwin en zoología. Así lo observa Luis Hjelmslev (Commentaire sur la vie et l’oeuvre de R. Rask, CILUP, 1950-1951) —y su opinión no es un mero compromiso estructuralista— al decir que la ciencia de Rask es tipológica y no genética: «Descubrió el método a seguir para clasificar las lenguas por familias pero, para él, esa clasificación no era sino una clasificación tipológica». Efectivamente, para Rask no hay cambio de la lengua: una lengua sólo puede desaparecer, como en el caso del latín, pero no puede evolucionar o transformarse en otras lenguas. Cuando nota las correspondencias fonéticas o gramaticales de diversas lenguas las emparenta y las convierte en familia, sin más. Para él, «una familia de lenguas es un sistema de lenguas, entonces un sistema de sistemas» y no un árbol genealógico. Por lo demás, el credo filosófico de Rask (que anunció en su curso, hacia 1830) confirma las conclusiones de Hjelmslev. Tras haber declarado que «la lengua es un objeto de la naturaleza» y que «el conocimiento de la lengua se parece a la historia
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natural», Rask prosigue diciendo: «La lengua nos presenta dos objetos de consideraciones filosóficas: 1) la relación entre los objetos, es decir, el sistema; 2) la estructura de dichos objetos, es decir, la fisiología. No es mecánico; por el contrario, es el supremo triunfo de la aplicación de la filosofía sobre la naturaleza, si permite hallar el verdadero sistema de la naturaleza y sacar su verdad a la luz». Hjelmslev hace hincapié precisamente en que, para Rask, el estudio de la lengua supone dos niveles que se cruzan: la explicación que produce los diccionarios y la gramática, que es una teoría de la forma lingüística; y la investigación o la teoría del contenido: «El examen científico del pensamiento que se oculta en la estructura de la lengua, es decir, de las ideas expresadas por las formas de la derivación y de la flexión, etc.». Por lo cual, si Rask se interesaba por las correspondencias fonéticas, son las correspondencias de las estructuras del contenido las que son decisivas para él. No llega a abstraerse para ponerse a la escucha de las correlaciones fonéticas a solas y resaltar de aquella mutación del significante la línea evolutiva de la historia del lenguaje, como lo haría Grimm y Bopp. Si consigue a pesar de todo clasificar las lenguas indoeuropeas en una misma familia es porque, en la mayoría de los casos, las correspondencias fonéticas van a la par con correspondencias de estructura (correspondencia lógica, significada, correspondencia de contenido). Por ello diremos, junto con Hjelmslev, que «no es la historia de la lengua lo que interesa a Rask; es el sistema lingüístico y su estructura» y que su lingüística comparada no es genética sino general y se asemeja a la preocupación de sistematización lógica de los enciclopedistas... Eso no le impide ser el autor del primer esbozo de una gramática indoeuropea comparada.
Bopp fue quien formuló el principio de cambio de las lenguas que, idénticas en el origen, sufren modificaciones que obedecen a determinadas leyes y dan lugar a “unos idiomas tan diversos como el sánscrito, el griego, el latín, el gótico y el persa. Tras una estancia en París de 1812a 1816, donde tiene noticia de los trabajos de los sanscritistas y de los orientalistas parisinos, Bopp publica su memoria Du système de conjugaison... «Hemos de conocer ante todo el sistema de conjugación del viejo indio, recorrer comparándolas las conjugaciones del griego, del latín, del germánico y del persa; así vislumbraremos la identidad; al mismo tiempo reconoceremos la destrucción progresiva y gradual del organismo lingüístico simple y observaremos la tendencia a ser sustituido por agrupamientos mecánicos, de donde resulta una apariencia de organismo nuevo cuando ya no se reconocía los
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elementos de aquellos grupos.»
Para probar este principio sin salirse del terreno de la gramática, Bopp demuestra, en contra de Schlegel, que las flexiones (noción empleada por Schlegel) son raíces antiguas: «Si la lengua empleó, con el ingenio precavido que le es propio, unos signos simples para representar las ideas simples de las personas y si vemos que las mismas nociones son representadas de la misma manera en los verbos y en los pronombres, se sigue que la letra tenía en su origen una significación y que se ha mantenido fiel. Si hubo antaño una razón para que mam significase “yo” y para que tam significase “él”, sin duda, será por la misma razón que tenemos bhavâ-mi que significa “soy” y bhava-ti significa “él es”».
Bopp publicará sucesivamente Vergleichende Zergliederung des Sanscrits und der mit ihm verwandten Sprachen (1824-1831) y su Vergleichende Grammatik (1833-1852).
Comparada con la obra de Rask, la de Bopp tiene un campo menos amplio en su origen: Bopp, en efecto, se ocupa del sánscrito que Rask desprecia, pero no toma en consideración el lituano hasta 1833, el eslavo hasta 1835 y el armenio en 1857; el parentesco con el celta se constata apenas en 1838 y el albanés no viene incluido hasta 1854. Por otra parte, su trabajo se centra en las flexiones: en su gramática comparada no hay casi nada de fonética; pero contribuyó para la investigación de las leyes fonéticas al demostrar, en contra de Grimm, que el Ablaut (por ejemplo: sing-sung-sang) no es significativo sino que se debe a unas leyes de equilibrio fonético y a la influencia del acento tónico. Bopp abrirá el campo de investigación cuando, en la edición inglesa de Konjugations System, toma en consideración la declinación.
Si la intención evolucionista de Bopp se halla en la línea de la ideología de la época, su investigación se aleja a su vez del idealismo místico y metafísico de los románticos alemanes (tal como el maestro de Bopp, Windischmann y como Herder y Schlegel) para acercarse a la lengua con una actitud positiva. A tal efecto, cree siempre que, a través del sánscrito, llegará a encontrar el «origen común» de las lenguas aunque posteriormente modificaría su concepción inicial para considerar que el sánscrito no es aquella lengua original sino que pertenece, como los demás idiomas, a unas modificaciones graduales de una sola y misma lengua primitiva». Tal concepción que le llevó incluso a querer emparentar las lenguas caucásica, indonesia, melanesia y polinesia con las lenguas indoeuropeas, Bopp la confiesa ya en el prólogo de la primera edición de su Grammaire comparée des
langues indo-européennes, en 1833, moderándola con furtivas advertencias en contra de la búsqueda del misterio del signo (es decir, de la significación de los primeros sonidos, de las raíces): «Me propongo dar en esta obra una descripción del organismo de las diferentes lenguas que vienen nombradas en el título, comparar entre sí los hechos de misma naturaleza, estudiar las leyes físicas y mecánicas que rigen aquellos idiomas y buscar el origen de las formas que expresan las relaciones gramaticales. Sólo queda el misterio de las raíces o, en otros términos, la causa por la cual tal concepción primitiva está marcada por tal sonido y no tal otro, misterio que no trataremos de aclarar; no estudiaremos, por ejemplo, por qué la raíz I significa “ir” y no “pararse”, ni por qué el grupo fónico STHA o STA quiere decir “pararse” y no “ir”. Bajo reserva de esta única puntualización, intentaremos observar el lenguaje, en cierto modo, en su eclosión y en su desarrollo... La significación primitiva y, por consiguiente, el origen de las formas gramaticales se revelan la mayor parte de las veces por sí mismas desde el momento en que se extiende el círculo de las investigaciones y que se compara las lenguas procedentes de la misma familia entre sí, lenguas que, pese a la separación que supone varios millares de años, llevan aún la marca irrefutable de su descendencia común».
Esa tendencia que consiste en desprenderse del misticismo de la época para buscar una base positiva en la substancia misma de la lengua estudiada por sí misma y en sí misma, Bopp la confirma en una frase famosa de su prólogo a su Grammaire comparée, frase en la que algunos ven ya el asomo de las teorías de Saussure: «Las lenguas tratadas en esta obra son estudiadas por sí mismas, es decir, como objeto, y no como medio de conocimiento». Por lo que la lingüística histórica será la verdadera lingüística y no un estudio de las maneras de razonar (como lo era la Grammaire Générale27): un análisis del tejido propio de la construcción lingüística a través de su evolución específica.
De modo que la gran aportación de Bopp habrá sido el haber incorporado el sánscrito en el estudio positivo de la lengua. «El mero conocimiento de aquella lengua —escribe Pedersen (The discovery of language, 1931,ed. 1962)—ha tenido un efecto revolucionario, no sólo porque era algo nuevo, algo que se hallaba fuera del viejo campo del saber, una cosa hacia la que los científicos iban sin sentirse molestos

27 Cf., cap. 13: la gramática de Port-Royal. (Nota del traductor.)
por los viejos prejuicios, difíciles de barrer, que les impusieron los griegos y latinos, sino por la estructura tan extraordinariamente valiosa que tiene el sánscrito. De la misma forma que tal estructura, tan clara, pudo producir la admirable claridad de la gramática india, ha producido la gramática comparada al ejercer su efecto sobre los cerebros de los científicos europeos. Si bien la obra de Rask es más dura y más auténtica por varios puntos de vista, el libro de Bopp, a pesar de algunos contrasentidos, no ha dejado de aportar un estímulo más fuerte para la futura investigación y ello, aunque la obra de Rask haya sido escrita en una lengua mundialmente más extendida... El pequeño ensayo de Bopp, por tanto, puede ser considerado como el verdadero comienzo de lo que llamamos la lingüística comparada». A través de su idealismo y a pesar de sus errores, Bopp marcó un verdadero cambio epistemológico. Bréal (Introduction a la Grammaire de Bopp, 1875) nos la explica con la formulación siguiente: «Es preciso reanudar la cadena para comprender los hechos con los que nos topamos en un momento dado de su historia. El error del antiguo método gramatical ha sido creer que un idioma forma un todo acabado en sí que se explica por sí mismo».
Hemos de subrayar, por otra parte, la importancia de los escritos de Humboldt (1767-1835) que fue un amigo de Bopp y que éste inició en el sánscrito ya que originaron la visión comparatista e historicista del lenguaje. Más filósofo que lingüista, pero con un vasto conocimiento de numerosas lenguas, Humboldt se ha dado a conocer hasta nuestros días por sus obras: Ueber das Entstehen des grammatischen Formen und ihren Einfluss aufdie Ideenentwicklung (1822), Ueber die Kawi-sprache auf der Insel-Java (1836-1840), Lettre à M. Abel Rémusat sur la nature des formes grammaticales en général et le génie de la langue chinoise en particulier. etc. Su influencia y su autoridad fueron tales que se le ha llegado a considerar como el «verdadero creador de la filología comparada». La postura filosófica de Humboldt (advierte V. A. Zvegintzev, en Textes de l’histoire de la linguistique du XIX- siècle. Moscú, 1956) es la de Kant: para él, la conciencia es una entidad, independiente de la materia objetivamente existente que obedece a unas leyes propias. «El lenguaje es el alma en su totalidad. Se desarrolla según unas leyes del espíritu.» Pero, al mismo tiempo, Humboldt definía el lenguaje como el instrumento del pensamiento a la vez que subrayaba que la lengua no es una suma de rasgos sino el conjunto de los medios que realizan el proceso ininterrumpido del desarrollo lingüístico. De ahí la distinción que establece entre lengua y
discurso: «La lengua como suma de sus productos se distingue de la actividad discursiva».
Uno de los temas mayores de los textos de Humboldt es establecer una tipología de las estructuras de las lenguas para hacer una clasificación. Cada estructura corresponde a una manera de aprehender el mundo pues «la naturaleza consiste en fundir la materia del mundo sensible en el molde de los pensamientos» o «la diversidad de las lenguas es una diversidad de las ópticas del mundo». Si una teoría semejante puede conducir a una tesis «racista» (a la superioridad de la lengua corresponde una superioridad de raza), tiene por otra parte la considerable ventaja de insistir sobre la unión inseparable del pensamiento y de la lengua, lo cual se presenta como un presagio de la tesis materialista de Karl Marx, a saber que el lenguaje es la única realidad del pensamiento. La visión tipológica de Humboldt está evidentemente dominada por el principio evolucionista: las lenguas tienen un origen perfecto, un desarrollo y una decadencia. El pensamiento moderno, además, descubrirá en Humboldt algunos principios que la ciencia y la filosofía actuales parecen retomar” así, el principio según el cual la lengua no es una obra, έργον , sino una actividad, ένεργεια, principio que ha seducido a transformacionalistas como Chomsky. Le debemos también a Humboldt el descubrimiento del concepto Innere Sprachform. forma lingüística interior, anterior a la articulación, concepto sobre el que se apoya L. Tesnière y que ha influido la semántica estructural y sobre todo la semiótica.
Vemos cómo, con la ayuda de la reacción romántica, la ciencia del lenguaje se constituye al medirse frente a dos hechos epistemológicos: el sistema lógico del siglo anterior y el desarrollo de las ciencias naturales de su tiempo. El estudio del lenguaje «deja de tomar las categorías lógicas por unas explicaciones» diría Meillet pensando en los gramáticos enciclopedistas (Introduction a l’étude comparée des langues indo-européennes. 1954, 7ª ed.); quiere imitar el estudio de los
«seres vivos», los organismos, a partir de cuyo ejemplo se ponen a pensar las sociedades. El lenguaje «no se deja, en su mayoría, reducir a unas fórmulas abstractas como un hecho de física» (ibíd.). El vitalismo del logos sustituye la lógica de los sistemas. Tal mutación se resiente como una reacción ante el método apriorístico lógico, por el que (con relación a Arquímedes, Galileo, Newton) estaba marcada la época anterior: «El método había logrado su perfección y sólo se tenía que aplicar con una precisión creciente a todos los objetos que permitía estudiar. El método de la explicación histórica ha sido, por el contrario,
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una creación del siglo XIX (y ya lo era en cierta medida del final del siglo XVIII). La corteza terrestre, los seres organizados, las sociedades y sus instituciones aparecieron como los productos de desarrollo histórico cuya pormenorización no se podía adivinar a priori y que no se podía explicar sino observando y determinando, lo más exactamente posible que lo permitiesen los datos, la sucesión y los cruces de los hechos particulares mediante los cuales se habían realizado... incluso los cuerpos inorgánicos tienen una historia».
El razonamiento de Meillet dibuja el trayecto por el que se aleja el evolucionismo de la búsqueda metafísica de los «orígenes» para volverse descripción exacta de una historia —un positivismo histórico. La lingüística comparada de principio de siglo es histórica, pasando por Bopp, en la medida en que éste demuestra el parentesco genético de las lenguas descendiendo de una a otra y remontando a un mismo origen, pero sobre todo con Grimm (Deutsche Grammatik, 1819, t. I; tomos siguientes 1826, 1831, 1837) que abandona la tesis del parentesco y se centra en el estudio cronológico de una sola lengua: una cronología seguida con minuciosidad, paso a paso, y que les faltaba a los comparatistas, fundando definitivamente la lingüística sobre unas bases exactas.
Este giro decisivo no se efectúa, señala Pedersen, hasta 1876, giro que Grimm anunciaba así como Franz Diez Grammatik der romanischen Sprachen, 1836-1844). Pero el romanista alemán Diez tiene antecesores que han seguido el ejemplo de Bopp y de Grimm y han elaborado la gramática comparada e histórica de diversas lenguas: E. Burnouf (1801-1852) se ocupa del iraní, Dobrovsky (1753-1829) lo hace con las lenguas eslavas, lo que permitirá a Miklosisch (1813-1891) publicar la Grammaire comparée des langues slaves (1852-1875). Posteriormente, E. Curtius (1814-1896) aplicará el método comparativo al griego (1852) y Theodor Benfey (1809-1881) se ocupará del egipcio. Un profesor desconocido, J. K. Zeuss (1806-1856) elucidará el lugar del céltico en la familia indoeuropea, en su Grammatica céltica (1853). Pero la obra de Diez, fundador de los estudios románicos (cf. L. Wagner, Contribution à la préhistoire du romantisme, CILUP, 1950-1955) halla su estímulo, en un principio, en el libro de un francés, Francois Raynouard (1761 -1836), Choix de poésies originales des Troubadours contenant la grammaire comparée de la langue des Troubadours (1816-1821). El autor desarrolla la teoría equivocada de Dante según la cual el provenzal es la lengua madre de las lenguas románicas; pero despliega un enorme material lingüístico (francés, español, italiano, portugués, ferrares, bolones,
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milanés, bergamasco, piemontés, mantuano, friulano, etcétera), cuyos elementos compara en el plano lexical, morfológico y sintáctico. El trabajo de Raynouard, suscitado por las investigaciones de los eruditos que estudiaron el provenzal (Achard, Féraud, etc.), rompe con el conjunto de la lingüística francesa de la época que, fiel a Port-Royal y a la Encyclopédie, vacila en adoptar los puntos de vista románticos de los alemanes y, por ende, mantiene sus reservas ante la gramática comparada. Como lo dijo Meillet, Condillac le cortó las alas a Bopp...
A. W. von Schlegel respondió a la obra de Raynouard, criticando su concepción, en su libro Observations sur la langue et la littérature des troubadours. (1818).
El joven Diez hereda, pues, aquellos estudios y, tras haber empezado con unos estudios literarios sobre la poesía de los trovadores, se dedica de manera definitiva al análisis histórico de la lengua francesa que relaciona con las demás lenguas románicas. Discrepa de la tesis de Raynouard, al constatar que las lenguas románicas proceden del latín vulgar. Si bien no incluye el catalán, el rético y el sardo, reconoce el rumano como” lengua románica.
Así nace la lingüística románica y, a partir de entonces, varios trabajos se dedican al estudio histórico del francés, tales como: la primera Grammaire descriptive du vieux français por Conrad von Orelli (1830); Recherche sur les formes grammaticales de la langue française et de ses dialectes au XIIe- siècle por Gustavo Fallot (1839); Histoire de la formation de la langue française de J. J. Ampère (1841); Variation de la langue française depuis le XIIe- siècle de Fr. Génin (1845): Histoire des révolutions du langage en France de F. Wey (1848); etc., para llegar a la Histoire de la langue française, en dos tomos, de E. Littré (1863).
Este período evolucionista de la lingüística histórica, si bien inicia un giro hacia el positivismo con la constitución de los estudios germánicos, románicos, etc., encuentra su apogeo genético en la obra de Augusto Schleicher (1821-1868), una obra acorde a los fenómenos epistemológicos que marcaron la época: la ciencia de Darwin y la filosofía de Hegel. Vemos a continuación cómo Schleicher impregna su reflexión lingüística de términos y conceptos biológicos: «Por utilizar una comparación, pienso llamar las raíces unas simples células del lenguaje en el que no existe aún órganos especiales para las funciones gramaticales como el nombre, el verbo, etc., y en el que esas mismas funciones (relaciones gramaticales) están aún poco diferenciadas como, por ejemplo, la respiración o la nutrición en los organismos monocelulares o en los fetos de los animales superiores». Al referirse a
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la tesis de Darwin acerca de la selección natural de los organismos en su lucha por la supervivencia, Schleicher considera que concierne tanto a las lenguas como a los organismos vivientes. «En el periodo actual de la vida de la humanidad, los vencedores en la lucha por la existencia son sobre todo las lenguas de la familia indogermánica; su difusión continúa sin cesar eliminando a otras lenguas.» Por otra parte, y siempre a partir de Darwin, las tesis lingüísticas de Schleicher parecen trasladar la concepción hegeliana según la cual una lengua es más rica cuando no está desarrollada, entonces en la tase primitiva de los pueblos, y, por el contrario, se empobrece en el transcurso de la civilización y de la Formación de la gramática.
Para Hegel, en efecto, la lengua es como un «depósito» del pensamiento y este filósofo propone una jerarquización de las lenguas según su aptitud para expresar gracias a sus categorías gramaticales las operaciones lógicas. Se observará, en el pasaje que sigue, hasta qué punto esas operaciones lógicas, dadas como omnivalentes, están calcadas sobre el modelo de las lenguas indoeuropeas modernas, incluso del alemán, y cómo, por consiguiente, la lógica de Hegel le lleva no solamente a desconocer la peculiaridad de las demás lenguas (el chino, por ejemplo) sino a proponer, además, una concepción discriminatoria del lenguaje:
«Las formas del pensamiento hallan en primer lugar su exteriorización en el lenguaje del hombre en el cual se depositan, por decirlo así. No recordaremos nunca suficientemente que lo que distingue al hombre del animal es el pensamiento. En todo lo que deviene su interioridad, su representación en general, en todo lo que reconoce como suyo, volvemos a encontrar la intervención del lenguaje y todo aquello con lo que forma su lenguaje así como lo que expresa mediante el lenguaje contiene una categoría más o menos velada, mezclada o elaborada. Por ello piensa de manera totalmente natural según la lógica o, más bien, la lógica constituye su propia naturaleza. Pero si quisiéramos oponer la naturaleza en general a lo espiritual, en cuanto que la naturaleza pertenece al mundo físico, habríamos de decir que la lógica constituye más bien lo natural, que influye sobre toda la actitud del hombre hacia la naturaleza, sus sentimientos, intuiciones, deseos, necesidades, impulsos, y que el hombre es quien los humaniza, si bien de manera formal, convirtiéndolos en representación y finalidades. Se puede hablar de la superioridad de una lengua cuando es rica por su expresiones lógicas y, concretamente, por las expresiones particulares y aisladas,
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elaboradas para designar las determinaciones mismas del pensamiento. Entre las proposiciones, los artículos, etc., muchos corresponden a unas situaciones basadas sobre el pensamiento. No se puede decir de la lengua china que haya alcanzado, en el transcurso de su formación, semejante punto; pero esos artículos, cuando existen, desempeñan un papel totalmente subordinado y apenas si son más independientes que los signos de flexión o, por ejemplo, los aumentos, etc. Pero lo que es aún más importante en una lengua, es cuando las determinaciones del pensamiento afectan la forma de substantivos y verbos, es decir, una forma objetiva, razón por la cual el alemán se muestra superior a otras muchas lenguas modernas; muchas de sus palabras presentan, además, la peculiaridad por la que sus significaciones no sólo son diferentes sino opuestas lo cual, sin duda, es señal del espíritu especulativo de la lengua: supone una alegría para el pensamiento que se halla en presencia de palabras tales que presentan una unión de contrarios que, en cuanto que producto de la especulación, le puede resultar absurdo al entendimiento cuando le choca en lo absoluto la manera cándida con la que significaciones contrarias están lexicalmente reunidas en una única y misma palabra...».
Hegeliano convencido, botanista y admirador de Darwin, Schleicher publicó en 1863 Die darwinische Theorie und die Spracfiwissenschaft y, en 1865, Ueber die Bedeutung der Sprache fur die Natürgeschichte des Menschen. Se ha hecho famoso en la historia de la lingüística por su esfuerzo por presentar un esquema reconstructivo de la evolución de las lenguas tratando de remontar hasta las formas más arcaicas que se conozcan: Schleicher propone una forma hipotética de lengua indoeuropea que sería la base de todas las demás. Las lenguas procederían unas y otras según un árbol genealógico: seductora teoría, que generalmente fue admitida, antes de ser refutada y sustituida por la de Johann Schmidt quien, por su parte, propuso otro esquema, el llamado «ondas lingüísticas». En base a este último esquema se va a fundar la dialectología indoeuropea.
Pero Schleicher creyó verdaderamente en la existencia de aquella lengua indoeuropea primitiva (de la que se indica las formas hipotéticas, en la ciencia lingüística actual, con un asterisco). Para llegar a tal concepción, Schleicher recogía las tesis evolucionistas y proponía entonces la primera gran síntesis del saber lingüístico, demostrando que la evolución del lenguaje comportaba dos fases, una fase ascendente (prehistórica) que da lugar a las lenguas flexionales y
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una fase descendente (decadente o histórica) que está marcada por la disgregación del sistema flexional. En realidad, esta concepción no hace sino ordenar, siguiendo un esquema «ascendente-descendente», la tipología de las lenguas en tres clases (heredada de Schlegel, Bopp y Humboldt): lenguas aislantes (ejemplo: el chino); lenguas aglutinantes (ejemplo: el húngaro); lenguas flexionales (ejemplo: el sánscrito): Schleicher.
Para Schleicher, el sánscrito no es ya la lengua primera, como se imaginaba al principio del período «comparatista»; es preciso intentar reconstruir la «forma originaria», lo cual es «el método más corto para indicar los cambios posteriores de las lenguas individuales», comenta Pedersen con respecto a Schleicher. Sigue diciendo: «Esa necesidad de reconstrucción obliga al investigador a concentrar su atención sobre cada detalle del desarrollo de los sonidos. Por lo que se ha mantenido este método hasta nuestros días y se puede considerar como imprescindible. Las formas reconstruidas vienen generalmente indicadas, hoy día, por un asterisco colocado delante de aquellas (por ejemplo la forma indoeuropea *ekwo-s o, de una manera menos precisa, *ákwá-s que significa caballo) para no confundirlas con formas históricamente atestiguadas como lo son, para el ejemplo propuesto: equ-us en latín, hippo-s en griego, ásva-s en sánscrito, aspa en avéstico, eoh en viejo inglés, ech en viejo irlandés, yakwe en tocario del oeste, yukα en tocado del este, así sucesivamente. Esta práctica remonta a Schleicher». Hoy en día, desde luego, «confiamos mucho menos que Schleicher en que se podría, dentro de un enfoque lingüístico, reconstruir una lengua que, si existió, ha desaparecido desde hace millares de años». Hemos de subrayar, sin embargo, que Schleicher, por su parte, no dudaba lo más mínimo en este sentido: había
«traducido», incluso, en indoeuropeo una fábula intitulada la oveja y los caballos...(!)
El objetivismo de Schleicher que le llevó a considerar a la lengua como un organismo sometido a unas leyes necesarias le convirtió en uno de los pioneros de la lingüística general que fue la sucesora de la lingüística histórica. Se quiso llamar a esta disciplina Glottik y asentarla en base a unas leyes análogas a las leyes biológicas. Pero este positivismo, trasladado mecánicamente de las ciencias naturales a la ciencia de la significación, no podía ser sino idealista puesto que no tomaba en cuenta la especificidad del objeto estudiado: la lengua en tanto que sistema de significación y producto social. De hecho halló rápidamente su complemento, opuesto en apariencia aunque
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profundamente necesario, su correlato ideológico para el campo del estudio de la sociedad, en el hegelianismo que, por su lado, se plantea como conciencia histórica de la expansión del modo de producción burguesa. La influencia de Hegel sobre Schleicher es, por lo demás, visible en la teoría de la ascendencia de las lenguas en la fase de su formación y de su declive en la fase de su libre desarrollo. La influencia hegeliana se ejerce hasta en las clasificaciones fonéticas de Schleicher, tal como, por ejemplo, la clasificación triádica de los sonidos en indoeuropeo. Pedersen advierte que este triadismo, así como revela la admiración filosófica de Schleicher hacia Hegel, no corresponde a la realidad de las lenguas. He aquí la triada sonora que la lingüística corrigió con creces posteriormente, y afinó, y que los gramáticos indios incluso presentaban de manera más concisa y menos simétrica.

Vocales originales (Grundvokal) a i u
Iª aumentación (erste Steigerung) aa ai au
IIª aumentación (zweile Steigerung) àa ài au
Consonantes r n m
j v s
k g gh
t d dh
p b bh

Tal esfuerzo por hacer un cuadro genético de las lenguas fue continuado por el etimólogo Augusto Fick así como por Augusto Mujer, Lectures on the Sciences of Language, 1861 y 1864.
El desarrollo de las ciencias a finales del siglo XIX, coronado por la creación de una ideología positivista que halló su expresión en el Cours de philosophie positive (1830-1842) de Augusto Comte (1798-1857) no sólo fue un estímulo para el rigor de las investigaciones lingüísticas, apartándolas cada vez más de las consideraciones filosóficas generales, sino que propició la aparición de unos signos precursores de una verdadera ciencia lingüística autónoma, desprendida de la gramática y de la filología.
Nunca insistiremos lo suficiente sobre el papel de Comte en el desarrollo de las pautas positivistas en las ciencias llamadas
«humanas». En la perspectiva del progreso de las ciencias en sí, que acabamos de evocar, y que concierne también a la ciencia del lenguaje, Comte se alzó, en efecto, en tanto que ardiente defensor de una transposición de los métodos exactos al estudio de los fenómenos sociales, difundiendo de este modo la filosofía positiva del «ordre

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serein». «Como ya lo he explicado, sólo queda ya por completar la filosofía positiva, incluyendo el estudio de los fenómenos sociales y resumirlo después en un cuerpo único de doctrina homogénea. Cuando este doble trabajo esté lo suficiente adelantado, tendrá lugar entonces el triunfo definitivo de la filosofía positiva de modo espontáneo y restablecerá el orden en la sociedad.» (Cours de philosophie positive. I, 1830.)
El momento determinante de esta mutación de lo histórico hacia lo positivista, como lo ha señalado Meillet, fue el trabajo de los neo- gramáticos Brugmann (1849-1919) y Osthoff (1847-1907). El punto importante de su investigación ha sido haber acabado con las vacilaciones referentes a los cambios fonéticos que establecía la lingüística comparada desde Rask, Bopp y Grimm, para afirmar que tales transformaciones eran unas leyes necesarias como las de física y biología. «Todo cambio fonético, en tanto que procede mecánicamente, se efectúa según unas leyes sin excepciones, es decir, que la dirección del cambio fonético es siempre la misma para todos los miembros de una comunidad lingüística, excepto el caso de separación dialectal, y que todas las palabras en las que figura el sonido sometido al cambio se ven afectadas sin excepción.»
Bréal ya en 1867, Verner en 1875, Schereren 1875, G. I. Ascoli en 1870, Leskien, etc., presentían por igual esta tesis de la regularidad de los cambios fonéticos pero fueron Brugmann y Osthoff quienes la definieron con la máxima claridad. Hermann Paul (1846-1921) en sus Principios del lenguaje (Prinzipien der Sprachgeschichte) en 1880 expone magistralmente las teorías que habían promovido los neo-gramáticos en contra de los científicos tradicionales.
No obstante, en el siglo XX, los neo-gramáticos se verán sometidos a agudas críticas; en primer lugar las de Hugo Schuchardt (1 842-1928) quien criticó las leyes fonéticas así como la perspectiva genealógica y preconizó estudios etimológicos y dialectológicos al apoyar la teoría de la transformación de las lenguas según su situación geográfica; más tarde las de K. Vosseler(1872-1947) el cual publica, en 1904, su libro Positivisme et Idéalisme en linguistique en el que examina en particular las relaciones de la lengua con la cultura francesa, exaltando el papel del individuo en la creación lingüística y estética y estimulando profundamente los estudios lingüísticos y estilísticos.
A la vez que imponen urja visión reglamentada de la lengua (las leyes fonéticas), los neo-gramáticos propugnaban también cierta posición histórica: se oponían a la tesis de Schleicher acerca de una
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prehistoria del lenguaje y querían establecer unas leyes fonéticas en la lengua indoeuropea incluso. Brugmann escribía: «Tenemos que formarnos la representación general del desarrollo de las formas lingüísticas no a través del hipotético símbolo lingüístico originario, ni siquiera a través de las formas más antiguas que nos hayan sido transmitidas del sánscrito, del griego, etc., sino sobre la base de acontecimientos lingüísticos cuyos antecedentes, gracias a los documentos, puedan ser seguidos a lo largo de mayor espacio de tiempo y cuyo punto de partida nos sea directamente conocido».
Este historicismo positivo halló su apoteosis con la obra de Paul que hemos mencionado más arriba: «No se podrá estudiar las condiciones del desarrollo, en el dominio de la cultura, con tanta precisión como en el campo del lenguaje. Razón por la cual no existe ninguna ciencia humana cuyo método no pueda ser llevado a una perfección tal como el método de la lingüística. Ninguna otra ciencia ha podido hasta ahora adentrarse tan lejos, más allá de los monumentos; ninguna ha sido más constructiva y especulativa. Por esas peculiaridades precisamente la lingüística parecía estar tan cercana a las ciencias naturales e históricas, lo cual ha podido dar pie a la absurda tendencia de su exclusión del campo de las ciencias históricas».
Paul distingue en las ciencias históricas dos grupos, las ciencias naturales y las ciencias culturales: «El rasgo característico de la cultura es la existencia del factor psíquico». Y, de hecho, la lingüística empezaba a ser cada vez más el terreno de la psicología.
Brugmann veía en ella un medio para combatir los esquemas lógicos y preconizaba que «la lingüística histórica y la psicología están en contacto de manera más íntima». Con G. Steinthal (1823-1899), Grammaire, logique et psychologie, leurs principes et leurs rapports (1855) e Iniroduction a la psychologie de la linguistique (1881, 2.ª ed.) se sistematizan los principios psicolingüísticos; este autor se niega, en efecto, a confundir pensamiento lógico y lenguaje: «Las categorías del lenguaje y de la lógica son incompatibles y tienen tan poca relación una con otra como los conceptos de circulo la tienen con los de rojo». Steinthal intenta acceder a las «leyes de la vida espiritual» del individuo en diversas sociedades y colectividades (naciones, grupos políticos, sociales, religiosos) estableciendo una relación entre el lenguaje y la psicología del pueblo (etnosicología). El lingüista ruso A.
A. Potebnia (1835-1891), inspirándose en la obra de Steinthal, desarrolla una teoría original de la actividad psíquica y del lenguaje, llamando esencialmente la atención sobre el hecho de que el lenguaje
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es una actividad, un proceso en el que la lengua se renueva sin cesar:
«la realidad de la palabra... se efectúa en el discurso... La palabra en el discurso corresponde a un acto del pensamiento y no a varios...». «De hecho... sólo hay discurso. La significación de la palabra sólo es posible dentro del discurso. La palabra extraída de sus relaciones está muerta...» Aquí vemos esbozarse una teoría del discurso que la lingüística moderna desarrolla con mucha atención, en base a las investigaciones psicoanalíticas.
El desarrollo de la psicología, junto con el interés creciente que le otorgan los lingüistas, no dejará de plantearen el campo de la lingüística la pregunta (algo olvidada después de tantos estudios de evolución fonética, morfológica y sintáctica) de la significación. G. Grote en su Glossology (1871) opone el fono, o palabra en cuanto que forma fonética, al noema, o palabra en cuanto que pensamiento; pero su terminología compleja (dianoematismo, semantismo, noemato- semantismo, etc.) no logrará imponerse. Wilhelm Wundt (1832-1920) se ocupará del proceso de significación y hablará de dos tipos de asociación: por similitud y por contigüidad, distinguiendo entre forma fónica y sentido y, por ende, entre transferencia de sonidos y transferencia de sentidos (metáfora). Por su parte, Schuchardt opone la onomasiología (el estudio de los nombres) a la semántica (estudio del sentido). La paternidad de este último término se debe, según parece, a Bréal (1832-1915) quien, en un artículo de 1883, Les lois intellectuelles du langage, fragments de sémantique, define la semántica como la ciencia que se ocupa de las «leyes que presiden la transformación de los sentidos». Su Essai de sémantique se publica en 1897. La lingüística histórica ya no es una descripción de la evolución de las formas, pues busca las reglas —la lógica— de la evolución del sentido. Tal era el objeto de la Vie des mots étudiés dans leur situation (1886) de Darmsteter (1846-1888) quien recurre a la retórica para explicar los cambios de sentido.
De modo que, tras haber pasado por la historia de la lengua y de sus relaciones con las leyes del pensamiento, el evolucionista de principio de siglo estaba maduro para convertirse en una ciencia general del lenguaje —una lingüística general. Tal como lo escribe Meillet,
«advirtieron que el desarrollo lingüístico obedece a unas leyes generales. La propia historia de las lenguas basta para mostrarlo a partir de las regularidades que se observan». Es decir, que, una vez situada en su pasado y su presente, la lengua aparece como un sistema que se extiende tanto en el presente como en el pasado, al fonetismo, a
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la gramática como a la significación. Pues es un sistema de signos como lo pensaban los Solitarios y los enciclopedistas, pero esta noción, que reaparece sobre el fondo del saber concreto de la lengua que devolvió la lingüística comparada e histórica, tendría, de ahora en adelante, una nueva acepción: ya no lógica o sensualista, sino arraigada en el tejido específicamente lingüístico.
Se suele considerar como fundador de esta visión de la lengua en tanto que sistema al lingüista Ferdinand de Saussure (1857 -1913). Ya en su primera memoria, Mémoire sur le système primitif des voyelles dans les langues indo-européennes (1878), Saussure fija de manera rigurosa y sistemática el vocalismo indoeuropeo en una clasificación coherente que abarca todos los datos. Sólo considera las vocales más cerradas i* y u* como vocales esenciales: se convierten en las formas vocálicas de y* y w*, igual que ; r*, l*, n*, m* son las formas vocálicas de r*, l*, n*, m*. El indoeuropeo no tiene más que una sola vocal de manera propia, resume Meillet, que aparece con los timbres e* y o*, o que falta. Cada elemento morfológico tiene un vocalismo del grado e*, del grado o*, o del grado sin vocal.
Si unos científicos como Meillet, Vendryes o Bréal intentaban conciliar la lingüística histórica con la lingüística general, Saussure fue el primero en producir un Curso de lingüística general (1906-1912). Se convirtió en el padre indiscutible de la lingüística general que Meillet, más historicista que él, definiría de la siguiente manera: «Una disciplina que no determina sino posibilidades y que, como no podría nunca agotar los hechos de todas las lenguas en todos los momentos, debe proceder por inducción apoyándose, por una parte, sobre algunos hechos particularmente claros y característicos; por otra, sobre las condiciones generales en que tales hechos se producen. La lingüística general es en gran medida una ciencia a priori... Se basa sobre la gramática descriptiva e histórica a la que debe los hechos que utiliza. La anatomía, la fisiología y la psicología pueden a sí solas explicar sus leyes... y las consideraciones sacadas de estas ciencias son útiles a menudo, o necesarias, para dar un valor convincente a muchas de sus leyes. Por último, sólo en condiciones especiales para un estado social determinado, y en virtud de tales condiciones, que se realiza tal o cual posibilidad determinada por la lingüística general. Vemos de este modo cuál es el lugar de la lingüística general entre las gramáticas descriptivas e históricas, que son unas ciencias de los hechos particulares, y la autonomía, la fisiología, la psicología y la sociología que son unas ciencias más vastas, que dominan y explican entre otras
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cosas los fenómenos del lenguaje articulado».
La transformación de la lingüística histórica en lingüística general ha sido, sin lugar a duda, influida y acelerada también por la introducción de métodos exactos en el estudio de la lengua y más especialmente en el campo de la fonética. La invención del laringoscopio, en 1855, por Manuel V. García, el estudio con este aparato de las cuerdas vocales y de su funcionamiento por el médico checo Czemak (1860), la transcripción de los sonidos (mareaje gráfico que anota su descomposición en elementos articulatorios) por A. L. Bell, y finalmente la publicación de los Fundamentos de fisiología fonética (Grundzuge der Lautphysiologie) por Edward Sievers en 1876, fueron las etapas que permitieron la construcción de una fonética experimental, así como la constitución de una ciencia fonética en sí. Los nombres Viétor, Paul Passy, Rousselot, Sweet, Jones, Jespersen están ligados a dicho trabajo. La fonética se puso entonces a describir el estado presente del fonetismo de una lengua, aportando unas descripciones fisiológicas pormenorizadas y complejas de los diversos sonidos sin que se pudiera clasificar, no obstante, el hecho de que, por ejemplo, las distintas maneras de pronunciar un fonema no le quitase su valor permanente en la cadena sonora (como las distintas maneras de pronunciar la r en francés no impiden la comprensión del mensaje). La explicación nos vendrá dada por la fonología (véase cap. 16). Aún así, con la fonética experimental, la lingüística se orienta definitivamente hacia el estudio del sistema actual de una lengua y busca los conceptos para ordenarla.
Así pues, el lingüista polonés Baudouin de Courtenay (1845-1929), quien enseñaba lingüística en Kazan, en Cracovia y en San Petersburgo, toma de Saussure el término de fonema para darle su sentido actual, ya que distingue el estudio fisiológico de los sonidos del lenguaje del estudio psicológico que analiza las imágenes acústicas. Para Baudouin de Courtenay, el fonema es «aquella suma de particularidades fonéticas que constituye en las comparaciones, bien en los marcos de una única lengua, bien en los marcos de varias lenguas emparentadas, una unidad indivisible». Los fonólogos del siglo xx retomarán esta definición de Baudouin de Courtenay, que su alumno Kruscewski afinaría, para depurarla de su psicologismo y edificar la fonología y, a partir de ahí, la lingüística estructural.
Añadimos a la lista de los trabajos que fundaron la lingüística general, que abrió el camino al renacer estructural que va a aportar la época contemporánea, la obra del lingüista americano W. D. Whitney
(1827-1894) y particularmente su libro The Life and Growth of Languague (1875). Saussure admiraba este texto y preparaba un artículo acerca de aquél. En efecto, podemos hallar en él la noción del signo, un esbozo de tipología de los sistemas de comunicación, un estudio de las estructuras lingüísticas, etc.
Nacida de la historia, la lingüística se asienta ahora sobre el estado presente de la lengua y se propone sistematizarla siguiendo dos directrices:
Bien el proceder lingüístico toma en cuenta los descubrimientos de la época histórica y quiere iluminar con luz histórica o social sus reflexiones y clasificaciones generales, siguiendo muy de cerca la materia lingüística específica de la lengua concreta; tal será el caso de Meillet y, hoy, de Benveniste en Francia, o en cierta medida, del Círculo lingüístico de Praga y de Jakobson; Meillet, en 1906, traducía de este modo la preocupación de la lingüística sociológica: «Será preciso determinar a qué estructura social responde una estructura lingüística dada y cómo, de manera general, los cambios de estructura social se traducen por cambios de estructura lingüística».
Bien la lingüística censura lo que el estudio histórico de las lenguas concretas aportó al conocimiento del funcionamiento simbólico y trata de elaborar una teoría lógico-positivista de las estructuras lingüísticas, más o menos abstraídas de su realidad significante.

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