sábado, 3 de septiembre de 2016

Golpe en Brasil. Genealogía de una farsa 3. EL OBJETIVO DEL JUICIO POLÍTICO A ROUSSEFF ES IMPULSAR A LOS NEOLIBERALES Y PROTEGER LA CORRUPCIÓN

EL OBJETIVO DEL JUICIO POLÍTICO A ROUSSEFF ES IMPULSAR A LOS NEOLIBERALES Y PROTEGER LA CORRUPCIÓN*
Entrevista de Amy Goodman** a Glenn Greenwald***

AG: A pesar del gran escándalo de corrupción, la presidenta Rousseff no ha sido encontrada culpable de ninguna irregularidad fi- nanciera, y la Fiscalía General ha pedido que el juicio político contra Rousseff sea descartado, alegando que no hay base jurídica para el procedimiento. La semana pasada tuve la oportunidad de hablar con el periodista de The Intercept y ganador del premio Pulitzer, Glenn Gre- enwald, quien nos acompañó desde Río de Janeiro, Brasil, ciudad en la que reside. Comencé pidiéndole a Glenn que explicara lo que está ocurriendo allí, en Brasil.
GG: Es realmente increíble, Amy, porque siendo una persona que creció en Estados Unidos, en una democracia que tiene dos siglos de edad, una vez que vives en una democracia, donde los líderes son elegi- dos a través de las urnas, en lugar de ser simplemente impuestos por la fuerza, de alguna manera, asumes que siempre va a ser así. De alguna


* Esta entrevista apareció originalmente en el portal Democracy Now, el 10 de mayo de 2016. Disponible en http://www.democracynow.org/es/2016/5/10/glenn_greenwald_on_ brazil_goal_of
** Periodista estadounidense. Presentadora de Democracy Now
*** Periodista estadounidense. Ganador del premio Pulitzer.


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manera lo tomas por sentado. Y estar aquí en Brasil, donde la mayoría del país nació durante una dictadura militar, una que derrocó al gobier- no elegido democráticamente en 1964, que luego procedió a imponer un régimen militar en el país durante los siguientes 21 años, un régimen militar extremadamente brutal y opresivo, estoy viviendo en un país donde la democracia en realidad es muy joven y, por ende, frágil, a pesar de que se ha convertido en esta especie de modelo inspirador para el mundo que realmente ha prosperado bajo su joven democracia. Tiene esta cultura política muy vibrante. Ha dado pasos muy impresionantes sacando a la gente de la pobreza y dándoles oportunidades y creando instituciones maduras y democráticas.
Y sentarse aquí y presenciar el desmantelamiento total de una democracia, que es exactamente lo que está sucediendo, por parte de las personas más ricas y poderosas de la sociedad, utilizando sus orga- nismos mediáticos que se hacen pasar por medios periodísticos, pero que en realidad son canales de propaganda para un pequeño número de familias extremadamente ricas, donde casi todos apoyaron ese golpe de Estado y luego la dictadura militar, es algo realmente inquietante y ate- rrador. Y creo que la pregunta más importante ahora es... los brasileños han centrado su atención durante mucho tiempo en la presidenta Dilma Rousseff, quien, y esto es cierto, se ha vuelto extremadamente impopular, en gran parte debido a la escasez económica en el país, a la falta de caris- ma político y a la falta de habilidad política por su parte, entonces, hasta ahora, todo el mundo ha estado enfocado en Dilma y en su destitución.
Pero ahora están empezando a darse cuenta de que todo esto realmente trata de dos cosas: uno, instalar como presidente y como la facción en control en Brasilia a un grupo de personas que creen en una ideología muy proempresarial, neoliberal, que quieren desmantelar los programas sociales básicos que se han construido en los últimos 20 años, y que, por sí mismos, nunca serían aceptados por la mayoría de los votantes brasileños; y en segundo lugar, se trata sobre dar poder en Brasilia a las personas que son verdaderamente corruptas, que han ro- bado enormes cantidades de dinero, lo han dilapidado en cuentas ban- carias en el extranjero y lo han utilizado para comprar una segunda, tercera, cuarta casa a nombre de otras personas. El objetivo de lo que está ocurriendo es darle el poder a los verdaderos ladrones y corruptos de Brasilia, para que puedan protegerse a sí mismos y puedan frenar la investigación sobre la corrupción. Y una vez que la gente realmen- te empiece a centrarse en eso, al igual que ahora lo están haciendo... estamos empezando a ver actos de desobediencia civil, inestabilidad, más protestas violentas... la verdadera pregunta va a ser: ¿Cómo va a reaccionar la población de este país cuando se dé cuenta de que la de- mocracia les ha sido arrebatada de sus manos?
Entrevista de Amy Goodman a Glenn Greenwald


AG: ¿Logrará Dilma Rousseff mantenerse en el poder?
GG: Creo que lo único que puede salvarla en este momento es que las élites brasileñas se den cuenta de que van a tener que pagar un precio demasiado alto por destituirla y después dar el poder al vi- cepresidente Michel Temer, implicado en casos decorrupción, un gran corrupto, un cero a la izquierda, un neoliberal, lo cual es su plan actual. Si caen en la cuenta que continuar con su plan causará muchas protes- tas públicas, malestar social, inestabilidad, especialmente ahora que los Juegos Olímpicos se acercan, de alguna manera esto podría estropear este plan para volver a atraer el capital extranjero a Brasil, creo que lo van a tener que pensar dos veces. Pero después de eso, creo que están empecinados en destituirla.
Creo que van a lograr los votos en el Senado para hacerlo, por- que tenemos el factor ideológico, con un número suficiente de miem- bros de la derecha brasileña que odian al Partido de los Trabajadores, lo han odiado durante mucho tiempo, y lo quieren fuera del gobier- no, combinado con el interés personal de los miembros corruptos del Senado y la cámara baja que creen que destituyendo a Dilma van a lograr poner fin al escándalo de corrupción, para darle al país esta idea catártica de que el problema se ha resuelto, para después poder frenar la investigación. Así que esta tóxica combinación de ideología e interés propio, sumada a algo que no puedo enfatizar lo suficiente, que es el papel central que han jugado los medios oligárquicos de Brasil en la incitación e inflamación de toda esta situación, al no permitir que sea escuchada una opinión plural, en este desfile incesante de propaganda pro oposición... creo que esa combinación ha hecho que su destitución sea inevitable, a menos que la sociedad deje claro que no lo van a tolerar.
AG: ¿Y Eduardo Cunha, el tercero en la línea para ser presidente?
Háblenos de él.
GG: Eduardo Cunha es el mayor responsable de que este juicio político este teniendo lugar. Él es quien tomó la decisión de permitir que esto sucediera. Y tras ello, en uno de los actos más desvergonzados nunca vistos en la política moderna, presidido el procedimiento del juicio político, a pesar de que Eduardo Cunha... a quien usted describió, subestimando no sólo el nivel de su corrupción, sino incluso la prueba mediante la cual fue acusado. Los investigadores encontraron cuentas bancarias en Suiza que él posee y controla, con millones de dólares. Él no tiene una fuente de riqueza más allá de la corrupción y el sobor- no. No tiene negocios. Ha estado en la vida pública desde hace mucho tiempo. Mintió el año pasado cuando testificó a los investigadores del


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Congreso y dijo que no tiene cuentas bancarias en el extranjero a su nombre, y cuentas que fueron descubiertas posteriormente. Hay infor- mantes del gobierno que han declarado que la cantidad que ha recibido en sobornos y comisiones ilegales se cifra en muchos millones de dó- lares, decenas de millones de dólares, no sólo los 5 millones de dólares que fueron encontrados en su cuenta bancaria en Suiza.
Por lo tanto, él se ha convertido de la cara de la hipocresía, más aún, del engaño que está arraigado en el corazón mismo de este intento de destitución. En ese procedimiento del congreso, que ha sido seguido por una gran cantidad de personas en todo el mundo, los miembros del Congreso, una tras otro, que están acusados e implicados en la investi- gación por corrupción, se han puesto en pie ante Eduardo Cunha y han dicho: “Sr. Presidente, voto a favor del proceso de destitución de Dilma Rousseff, porque no podemos tolerar la corrupción”, diciéndole eso a alguien con millones de dólares provenientes de sobornos en cuentas bancarias en Suiza. Por lo tanto, la gente ha comenzado a darse cuenta, no solo a nivel internacional, sino también aquí en Brasil, de que si bien este proceso de destitución se ha vendido, y ha sido presentado como una forma de castigar la corrupción, su verdadero objetivo, más allá de impulsar a los neoliberales, Goldman Sachs y los fondos de inversión extranjeros, el verdadero objetivo es proteger la corrupción.

10 de mayo de 2016






LAS (IN)DEFINICIONES DE TEMER*

Paulo Kliass*







El conjunto de la obra indica que la certeza de un retroceso, en un sentido amplio, general e irrestricto, es la única definición más segura para el gobierno de Temer.
Con el foco de la atención centrado hacia el verdadero novelón mexicano en que se transformó el proceso de golpeachment de los úl- timos días, Michel Temer terminó consiguiendo un relativo vacío en la cobertura de la prensa para aquello que pretende constituirse en el primer formato de su equipo de gobierno.
Como toda etapa de especulación y ensayos sobre los nombres y propuestas, es necesario tener un poco de cautela en conclusiones apresuradas. De todos modos, parece poco probable algún repliegue en la definición de lo que será el verdadero comandante de la política del gobierno golpista. Con la profundización de la crisis económica y la obsesión de resolver en forma “radical” el problema de las cuentas públicas, la gestión de Henrique Meirelles al frente al Ministerio de Hacienda tendrá que ser bastante exitosa.
La gran apuesta de las finanzas y de las grandes corporaciones empresarias reside en la premisa del ex presidente internacional del


* Este texto apareció en el portal Carta Maior el 13 de junio de 2016. Disponible en: http:// cartamaior.com.br/?/Editoria/Economia/As-in-definicoes-de-Temer/7/36095
Traducción: Carlos Suárez (http://www.sinpermiso.info/textos/brasil-con-temerno-es- posible-un-mundo-mejor-dossier)
** Especialista en Políticas Públicas y Gestión Gubernamental del Gobierno Federal, Brasil.


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Banco de Boston, diputado federal electo por el PSDB en 2012 y pre- sidente del Banco Central de prestigio e “intocable” durante los ocho años de los dos mandatos presidenciales de Lula. Meirelles representa la voluntad de aplicar toda la agenda neoliberal, con la posibilidad de hacer tierra arrasada de lo poco aún quedaba de un Estado de Bienestar Social en nuestras tierras.

LA CONTINUIDAD DEL SUPERÁVIT PRIMARIO
Teniendo a la vista la real fragilidad de la situación fiscal y el deseo de resolverla desde el punto de vista de la ortodoxia financiera, el lema deberá ser la búsqueda incansable de recortes, más recortes y más re- cortes en el presupuesto público. Ciertamente, nada muy diferente de aquello que venía siendo practicado de forma disciplinada por Joaquim Levy y Nelson Barbosa. La posibilidad de un retroceso oficial de esa búsqueda obstinada por los resultados en el superávit primario, será abandonada por un buen tiempo. Finalmente, si ni durante 13 años de gobiernos dirigidos por el Partido de los Trabajadores eso se hizo, ¿por qué imaginar que Temer moverá un dedo en esa dirección? Siempre es bueno recordar que desde 2003 a la fecha fueron destinados, nada más ni nada menos, que R $ 3,5 billones del presupuesto federal para el pago de intereses de la deuda pública.
Por lo tanto, es razonable suponer que vamos a seguir viendo una formidable sangría de recursos públicos destinados al sistema fi- nanciero, con el trillado argumento de que el gobierno no puede gastar más de lo que recauda. Y la nueva/vieja administración de Hacienda mantendrá la lógica de los recortes en los gastos de naturaleza social y en las inversiones, al tiempo que seguirá prodigando en intereses y servicios de la deuda, que actualmente son más de R $ 520 mil millo- nes al año. Pero eso poco importa, porque lo más importante será la recuperación de las expectativas, es decir lo que significa un cuadro de deterioro de las políticas públicas de inclusión y el recrudecimiento de las desigualdades sociales y económicas.
El conjunto de la obra indica que la certeza de un retroceso, en un sentido amplio, general e irrestricto, es la única definición más segura para el gobierno de Temer. La narrativa para orientarse en los meses que estará al frente de la Presidencia de la República se resume en el lema que el conservadurismo intenta difundir a los cuatro vientos. El nuevo mantra del viejo golpismo ofrece un supuesto refinamiento en la argu- mentación, al enunciar que el pacto social definido en la Constitución no se ajusta más a la realidad actual de nuestro presupuesto. ¡No hay nada más engañoso! Al final, todo se reduce a una definición de las priorida- des. Si la intención es garantizar las ganancias de los rentistas parasi- tarios, entonces la realidad de hoy en día ya no es la misma que la de la


bonanza proporcionada por el “boom” de los “commodities”, tal como se registró durante el primer mandato de Lula. Pero como se esforzó por caminar hacia una disminución en el peso de la carga financiera, ahí no era necesario que las políticas sociales sufrieran ninguna reducción.

DE RETROCESO EN RETROCESO
Es cierto que el juego de presiones y contra-presiones de los interesados para influir y participar en el equipo del vicepresidente termina por exponer las heridas, las diferencias y ofrecen algunas indefiniciones en su propio campo. La tirria que Temer tomó prestado de Dilma para reducir el número de ministerios es un ejemplo típico. Al principio, él anunció que sería eliminado el Ministerio de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior (MDIC). Parte de la estructura y las funciones de la planta irían al Ministerio de Planificación y las funciones de relaciones comerciales internacionales quedarían a cargo de Itamaraty. Las enti- dades patronales hicieron su “lobby” en contra de la medida y Temer reculó. Es probable que casi nada cambie en ese asunto.
Un bello juego de la escena para “reducir” el número de ministe- rios es la eliminación de la actual condición jurídica del Banco Central. Así de simple. Pocas personas saben que el Banco Central es considera- do un ministerio. ¿Cuál es la razón? Lula había aceptado la condición impuesta por Meirelles, en 2003, para concederle un blindaje en el cargo de Presidente del Banco Central. La historia es que no pudiese ser dete- nido por cualquier decisión judicial, como ocurrió con otros dirigentes de la institución en las administraciones anteriores. En su condición de Ministro, ganó fueros privilegiados en la justicia y sólo posible su prisión con la autorización del Tribunal Supremo Federal (STF).
Y he aquí cómo la ironía de la historia juega otra mala pasada: ese mismo Meirelles ahora patrocina el retorno al diseño anterior. El Presidente del Banco Central, bajo Temer, probablemente no tendrá el blindaje que Lula otorgó a Meirelles. Otra indefinición en este sentido se refiere al deseo manifiesto de la crema de la elite de las finanzas en lograr la institucionalidad jurídica de la independencia del Banco Cen- tral. Temer lanzó un globo de ensayo en esa dirección para complacer al círculo de Arminio Fraga y compañía, pero parece que se vio obligado a retroceder Después de todo, no es necesario un mayor desgaste para aprobar esa medida polémica, cuando se tiene asegurado gente como Ilan Goldfjan (Banco Itaú) en el comando de la organización que debe regular y fiscalizar el sistema financiero.

LA SEGURIDAD SOCIAL EN LA MIRA
La incansable búsqueda del aniquilamiento de la Seguridad Social me- rece recibir la atención de todos. Como las finanzas no se cansan de


repetir, el principal nudo a ser desatado en la cuestión fiscal sería en los gastos vinculados y obligatorios. Y la importancia social y económica de los beneficios del INSS para nuestra economía se refleja claramente por su participación en el presupuesto total de la Unión. A los ojos se- dientos de sangre de los “liberaloides”, esos cientos de miles de millones de reales son un plato lleno para hacer el (des)ajuste deseado.
La solución sugerida por Temer es perfecta para la destrucción del sistema. Y él todavía lleva a cuestas el absurdo cometido por Dilma, que fue la creación irracional, innecesaria y anti funcional del mostren- co resultante de la fusión del Ministerio de Trabajo con el Ministerio de la Previsión Social. Pues el vicepresidente pretende ahora retirar la parte de la seguridad social del MTPS y transferirlo directamente al pa- tio del Ministerio de Hacienda. Usted no entendió ¿verdad? Ni yo. Sólo sé que es un crimen dejar la responsabilidad del que se ocupa de las finanzas el destino de millones de familias que se “hacen ricos” con la fortuna de un salario mínimo mensual y que serían los principales responsables por la quiebra del Estado brasileño. Es el zorro haciéndose cargo del gallinero. Por cierto, espero que esta sea sólo una de las inde- finiciones de Temer y que él recule también de este intento de asesinato del Régimen General de la Seguridad Social.
Después de aparentar una retirada estratégica en la controverti- da nominación de un pastor fundamentalista para ocupar el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI), Temer vuelve a una idea que había sido abandonada. No se trata de un sueño irresponsable – felizmente no concretado – de Aloisio Mercadante, que gustaría elimi- nar el MCTI para fundirlo al Ministerio de Educación. La propuesta que ahora está ganando terreno es la de liquidar el MCTI para que sea un apéndice del Ministerio de Comunicaciones. ¡Una locura! Como si no fuese suficiente para esa codiciada cartera ser una vidriera de la administración de intereses y negocios de las grandes redes de TV y de los oligopolios de las telecomunicaciones; el responsable de todo eso va también a ocuparse en sus horas libres de los asuntos relacionados con la ciencia, la tecnología y la innovación.
El simbolismo de la preocupación de Temer por la agenda social no podría estar mejor expresada por otras dos medidas que están en discu- sión en el grupo. En primer lugar, la fusión del Ministerio de Desarrollo Social (responsable de la Bolsa Familia y otros programas de inclusión) con el Ministerio de Desarrollo Agrario (responsable de la reforma agraria, que muy poco avanzó en los últimos años, sea dicho de paso). Por otro lado, tiene como objetivo promover la eliminación del ministerio que se ocupa de los derechos humanos / mujeres / igualdad racial y para incluirlo en el Ministerio de Justicia. Este es el mensaje esencial del nuevo equipo dirigi- do a todos los que estamos preocupados con el retroceso en la pauta social.


El gobierno de Temer aún no comenzó y ya cuenta con sus (in) definiciones. Sin embargo, si se toman en cuenta las propuestas que comienzan a ser ventiladas, él conseguirá la hazaña de la unificación de todos los movimientos sociales en la resistencia a la ejecución del proyecto golpista y antipopular.

11 de mayo 2016







HABLEMOS DEL GOLPE EN BRASIL, HIJO*

Pablo Gentili**








Son las cuatro y media de la madrugada. Me despierto ansioso, an- gustiado y con una profunda sensación de impotencia. Tengo ganas de salir corriendo, de gritar por la ventana, de acurrucarme en un rincón, de hacerme invisible, de ponerme a llorar. En casa, por ahora, todos duermen. He dado vueltas y más vueltas. La cama, estos días, me ha parecido una montaña rusa, más bien un abismo, el borde afilado de un acantilado infinito. Y yo estoy del lado del vacío, queriendo llegar a tierra firme, allí, a pocos centímetros, inalcanzable. Sé que si miro ha- cia abajo, caeré. Mejor, ignorar que mis pies descansan en un inmenso precipicio. Pienso en vos, hijito querido. Pienso en tantos compañeros y compañeras, amigos entrañables de estos 25 años que llevo en Brasil. Pienso que no puedo, que no podemos iniciar este día de la infamia, de la ignominia y de la vergüenza mostrando desazón o desconcierto. Pienso que no puedo, sé que no quiero, que este sea el primer día de nuestra derrota, sino el primero de nuestra próxima victoria.
Quiero y necesito escribirte esto antes de que termine una jor- nada que será recordada como una de las más funestas y deshonrosas


* Este texto fue publicado en el blog “Contrapuntos” del diario El País de España, el 12 de mayo de 2016. Disponible en http://blogs.elpais.com/contrapuntos/2016/05/brasil-golpe- hablemos-hijo.html
** Secretario Ejecutivo de CLACSO. Profesor de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro.


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de la historia democrática de América Latina: el día que derrocaron a Dilma Rousseff sin otro argumento que la prepotencia de la mentira, sin otro mecanismo que la infamia, sin otro objetivo que seguir hacien- do de Brasil una tierra de privilegios, de abusos y de impunidad. Sé que no necesito explicarte nada, que a tus dieciocho años ya sabes muy bien qué está pasando en este país que por ser tuyo, se volvió entrañablemen- te mío, aunque a veces no entiendas cómo, después de tantos años, aún sigo sin aprender a pronunciar ciertas palabras en portugués.
Cuando naciste, yo llevaba siete años en Brasil. Sin embargo, mientras fuiste creciendo comencé a comprender que uno nace en un país, pero a veces renace en otro. Y que verte crecer, que tener la infinita dicha de haber compartido contigo estos años, ha hecho, entre otras cosas, que Brasil se me incrustara en la piel, que me tatuara indeleble una de sus tantas identidades, la dignidad, ésa que no le da chances a la adversidad porque sabe que al pesimismo lo inventaron los pode- rosos, para seguir haciendo de las suyas. Vos hiciste que Brasil se me incrustara en el corazón, brindándome esa generosidad cosmopolita que suelen tener las islas y no los continentes, esa solidaridad que hoy parece tan lejana, tan ajena. Hoy, me siento un brasileño viviendo en un país extraño e irreconocible, distante, indescriptible.
Todos (o casi todos) tienen una patria. Yo tengo la suerte de tener dos. Con vos me hice del Brasil de la solidaridad, del Brasil de la lucha por la justicia, por la libertad y por los derechos negados históricamente a las grandes mayorías. El Brasil de los que no se resisten a aceptar la derrota del bien común, el Brasil de los da Silva, el Brasil de los que nacieron sin otra cosa que sus manos y la propiedad de sus principios, sin otra cosa que su trabajo y la valentía necesaria para reconstruir una nación que casi siempre los ha tratado con desdén, un país en el casi siempre ha triunfado la infamia, que los ha estigmatizado y humillado, que los ha despreciado e ignorado. El Brasil de los Joãos y de las Marías, el Brasil de esos a los que nunca los dejan hablar porque se supone que no tienen voz, que no saben qué decir o que simplemente no existen porque nadie los escucha gritar. El Brasil de los que, a esta hora, cuan- do aún no amaneció, no escriben como yo sus impotencias, sino que se están yendo a trabajar, como cada día, desde hace tantos años y desde tan temprano en la vida, sabiendo que podrá faltarles hasta la comida para alimentar a sus hijos, pero nunca eso que siempre les faltará a los dueños del poder y de la palabra: la dignidad necesaria para mirar al futuro sin sentir vergüenza.
Quiero escribirte porque creo necesario que compartamos un esfuerzo común para entender lo que pasó. Lo que le pasó al país y lo que pasó con nosotros. Habrá, ciertamente, que registrar los hechos, la secuencia de acontecimientos que se precipitaron en los últimos meses,


muchos de ellos sorprendentes y otros aburridos, soporíferos, de tan repetitivos y monótonos. Esto será algo necesario e imprescindible, es verdad. Sin embargo, creo que también deberemos hacer un esfuer- zo muy grande, y seguramente muy doloroso, para comprender cuáles fueron las causas que nos condujeron hasta aquí. La reflexión y el co- nocimiento son fundamentales para la lucha política. Pero la revisión de nuestras acciones, el análisis sin indulgencias de lo que nosotros mismos hemos sido capaces o incapaces de hacer para evitar ciertas derrotas, es absolutamente imprescindible para iniciar las luchas que vendrán, sin que se repitan las tragedias y las farsas de la historia que nos tocará vivir.
El conocimiento y la crítica son herramientas políticas. Si no las aplicamos a nosotros mismos, correremos el riesgo de vivir tiempos aún más sombríos. Hoy, después de lo que será una jornada de hipocresía e infamia, después que el Senado de Brasil haya dado inicio a la desti- tución de Dilma Rousseff, deberemos pensar colectivamente, de forma urgente, abierta y sin concesiones, por qué ocurrió todo esto.
Los últimos 35 años de la historia brasileña estuvieron marcados por el protagonismo y el liderazgo que el Partido de los Trabajadores (PT) tuvo en las grandes conquistas democráticas de un país que salía de una de las dictaduras más largas de América Latina. No ha sido sólo el PT el responsable de estos grandes logros, es verdad. Pero sin el PT, sus luchas, sus dirigentes, sus militantes y, particularmente, dos gran- des organizaciones como la Central Única de los Trabajadores (CUT) y el Movimiento Sin Tierra (MST), no pueden comprenderse e interpre- tarse las marchas y contramarchas que vivió la democracia brasileña en las últimas décadas.
La llegada de Luiz Inácio Lula da Silva a la presidencia de la república, en enero de 2003, fue el resultado y la cristalización de un avance significativo en el proceso de democratización vivido por Brasil desde el fin de la dictadura militar, a mediados de los años 80. Así mis- mo, y contra los pronósticos prejuiciosos y descalificadores de quienes pensaban que el destino de la mayor nación latinoamericana no podía estar en las manos de un tornero mecánico de origen campesino y sin estudios universitarios, Lula transformó a Brasil es una nación con un inmenso reconocimiento internacional, con un potencial económico y con un desarrollo social nunca antes visto en la historia del país. La sociedad brasileña vería por primera vez a su patria transformarse en una potencia mundial con espacio, prestigio y no poca admiración en el escenario global, gracias a la combinación de políticas de inclusión social que sacarían a millones de seres humanos de la pobreza extre- ma, acabarían con el flagelo del hambre, multiplicarían el acceso a derechos fundamentales históricamente negados y promoverían una


distribución de la riqueza sin precedentes en el continente. Una nación que haría valer su posición estratégica en un nuevo escenario mundial, sin repetir la histórica subordinación a los intereses intervencionistas norteamericanos, y ampliaría el horizonte del multilateralismo, apo- yando un fuerte proceso de integración latinoamericano. Por primera vez, una fuerte y activa relación económica, política y científica con los países africanos, eternamente despreciados por la diplomacia domi- nante brasileña.
No deja de ser curioso que este impresionante avance de Brasil durante la última década sea, en nuestro propio país, o bien descon- siderado o bien atribuido a la fortuna de haber vivido una coyuntura económica excepcionalmente favorable con el alta del precio de las com- modities, en particular, del petróleo, de los minerales de hierro, de la soja y de otros insumos primarios, base de las exportaciones brasileñas. Brasil no cambió su matriz productiva ni tampoco su estructura tribu- taria, un grave problema para el presente y para el futuro del país, pero sí transformó de manera radical la forma de distribuir los excedentes, de definir las prioridades de inversión del fondo público y de establecer sin matices quiénes debían estar en el centro de las prioridades del presupuesto nacional: los pobres y las necesidades acumuladas por una deuda social endémica.
Yo sé que tu reclamas y que dices con razón que no hicimos la revolución que tantas veces prometimos. Pero nuestro gobierno, el go- bierno de los que luchamos por más justicia social, por avanzar en los procesos de construcción de igualdad y de ampliación de la ciudadanía, de mayor libertad, de autonomía y de participación democrática; en definitiva, el gobierno de la izquierda, hizo que en poco menos de una década, Brasil dejara de comportarse como una nación indiferente a las demandas, necesidades y derechos fundamentales del pueblo; que Brasil dejara de mostrarse como una nación subalterna, colonial y de- pendiente ante los Estados Unidos y las demás potencias imperiales del planeta; que se plantara ante el mundo como una nación responsable, soberana y fundamentalmente dispuesta a revertir la herencia de exclu- sión, miseria y abandono que cargaban sobre sus espaldas los sectores populares urbanos, los campesinos y las campesinas, la población ne- gra, las clases medias emergentes y las comunidades indígena.
No fue una revolución, o quizás sí, aunque diferente a la que algu- na vez habíamos imaginado. Cuando Lula asumió la presidencia, en su histórico discurso del 1 de enero de 2003, dijo que su sueño era vivir en un país donde la gente comiera al menos tres veces por día. Para aque- llos a los cuales comer nunca ha sido una necesidad y, además de ha- cerlo, ejercitan sin reparos su derecho a la glotonería, quizás les resulte una trivialidad populista luchar por el “hambre cero”. A la izquierda


convencida de que al nirvana de la revolución sólo se accede después de aniquilar a la burguesía y de derrotar definitivamente al capitalismo, quizás luchar contra el hambre le parezca muy poco heroico. Pero te aseguro que a los más de 50 millones de brasileños y brasileñas para los cuales tener un empleo se volvió un derecho, acceder a la escuela, a una vivienda digna o a una atención médica básica una posibilidad efectiva, para ellos, hijo querido, lo que estaba ocurriendo en Brasil constituyó algo absolutamente extraordinario e inédito. Yo, por cierto, no creo que sólo eso haya sido importante, sino también que los más pobres no hayan creído que todo esto ocurría gracias a la generosidad de un Dios, de un caudillo salvador o de un oligarca paternalista, sino por obra de la política y de un Estado que, por primera vez, los reconocía en su condición de ciudadanos y ciudadanas. Sé que esto no es la revolución que siempre soñamos. Aunque espero que no se transforme en la única revolución que vos y tu generación se propongan realizar en un país que parece ahora empecinado en regresar al pasado, en repetir su historia de injusticia y de desprecio hacia los más pobres.
Brasil se transformó y, aunque aún de manera incipiente, co- menzó un proceso de modernización social. El mundo lo reconoció y comprendió que, sin ninguna sombra de dudas, el gran arquitecto de este cambio habían sido Lula y el Partido de los Trabajadores.
Pero nadie es profeta en su tierra, ya lo sabemos. La derecha brasileña odia a Lula; lo odiaba antes de ganar las elecciones en el 2002; y lo odió durante y después de sus dos mandatos presidenciales. Lula sabe que la derecha lo detesta y que expresa su desprecio hacia él y hacia las conquistas de sus gobiernos a través de las organizaciones en las que actúa: obviamente, los partidos conservadores, las corpora- ciones empresariales, algunas de las iglesias evangélicas inquisidoras y corruptas, así como sectores de los medios de comunicación, de la justi- cia y de las fuerzas de seguridad. No lo odian sólo por ser de izquierda o porque pertenece a un partido socialista que transformó la izquierda latinoamericana. No. Lo odian porque amplió derechos y multiplicó oportunidades de desarrollo, bienestar y progreso social a millones de brasileños y brasileñas que habían nacido en un país que los quería callados, silenciados, sumisos, invisibles. Lo odian por haber llegado al poder y no haberse transformado en uno más del inventario de dic- tadores, mediocres, cobardes, incompetentes, mentirosos, pusilánimes y traidores que compone buena parte de la galería de presidentes de Brasil desde la proclamación de la república.
Lo que ciertos sectores de la izquierda más dogmática no entien- den es cómo la derecha y los grandes grupos económicos odian tanto a Lula si, en definitiva, su programa de reformas sociales no interfi- rió en las estrategias dominantes de acumulación y reproducción de


capital durante la última década. Los más ricos no dejaron de ganar durante los últimos años; algunos ampliaron sus fortunas y los niveles de desigualdad, aunque disminuyeron levemente, no cambiaron la es- tructura profundamente injusta de distribución de la riqueza, el poder y los beneficios. Lo que esta izquierda supone es que, porque Lula no desestabilizó las bases de sustentación del capitalismo vernáculo, el po- der económico, los grandes monopolios de prensa o la misma oposición política conservadora deberían rendirle culto. Me gustaría advertirte que siempre desconfíes de las explicaciones políticas o sociológicas que te parezcan muy simples, de los análisis en los cuales no identifiques ninguna curva, ningún espacio a la duda. La izquierda dogmática se equivoca aquí como se equivoca casi siempre, en Brasil y en todos lados. La derecha no lucha sólo para que no se cuestionen sus intereses;
no lucha sólo para no dejar de ganar, ni para seguir acumulando más riqueza, ni para mantener imperturbables sus intereses. Lucha por algo más: para que ninguna política acabe desestabilizando o poniendo en riesgo, mediante la ampliación de las oportunidades y de los derechos de los más pobres y excluidos, las estructuras de poder sobre las que se sustenta un sistema injusto y desigual que les pertenece y que no pien- san cambiar. No se trata sólo del capitalismo, se trata del capitalismo que se practica en los trópicos, el capitalismo salvaje, incapaz, incluso, de convivir con una democracia que sea algo más que el mercadeo de votos entre candidatos insípidos y obedientes. Cuando la democracia produce resultados democráticos, cuando sirve para afirmar derechos ciudadanos, en América Latina, esa democracia se cancela y surgen los golpes de Estado. Ahora, sin la presencia de los militares. Como en una cacería, sólo se trata de esperar el momento justo. La democracia está bajo el asedio de los poderes que pretenden transformarla en una mueca de lo que debería ser, una caricatura grotesca sin contenido ni adjetivos que la doten de sentido y de horizonte. La clase dominante se ha convencido de que si a la democracia no puedes vencerla, debes vaciarla. Transformarla en algo que sea despreciable, innecesario, en un concierto de procedimientos alejados de la realidad de la gente. In- servible como la plataforma mínima desde la cual soñar e imaginar un mundo más justo, más libre e igualitario. Una democracia que, en de- finitiva, no le interese a nadie. Una democracia anoréxica, sin ninguna gracia, fútil, frívola, insignificante.
Si te opones a esto, enfrentarás al poder. Y ese campo político que se llama “izquierda”, nació para hacer nada más ni nada menos que esto, enfrentarlo.
Por eso lo odian a Lula y harán todo lo que esté a su alcance para acabar con él. No se trata de una persona. Se trata de un proyecto, de una utopía, de una esperanza en juego. No es un hombre, es un hori-


zonte. No es Luiz Inácio el que los aterroriza, son los Lulas que están por llegar.
Y a vos y a tu generación les cabrá inventarlos.
Sí, ya sé. Imagino tu cara de fastidio al leer esto. Me vas a decir que sólo sé hablar de Lula, contar sus historias y relatar las hazañas de su gobierno. Pero que la presidenta hasta hoy era Dilma, y que “nuestro” gobierno, no iba nada bien.
Es verdad. El segundo mandato de Dilma comenzó con un gran equívoco estratégico, en un momento en el que las condiciones polí- ticas y económicas habían cambiado significativamente. Después del estrecho resultado electoral que le dio la victoria en octubre de 2014, el gobierno se transformó en el abanderado de una mayor disciplina fiscal, abandonó los mecanismos participativos y consultivos de la política pú- blica creados durante la gestión de Lula, y promovió un acercamiento estrecho a las perspectivas y enfoques de los que asesoran, interpretan y determinan los humores del mercado. Puso para esto, al frente del ministerio de economía, un eximio neoliberal y le dio carta blanca para avanzar en una severa política de ajuste fiscal. Si la estrategia era ganar amigos, los perdió por todos lados. La derecha la corrió por izquierda, la izquierda no supo para dónde correr y la promesa de que era posible cortar drásticamente el gasto público sin tocar los programas sociales, no se la creyó casi nadie.
Dilma Rousseff siempre ha sido una excelente administradora, una militante inquebrantable y una luchadora valiente. Es, además, una inmensa persona, dura, exigente, pero generosa, comprometida y entregada de cuerpo y alma a la construcción de un Brasil más justo, más democrático e igualitario. El desprecio que se ha desatado estos meses sobre ella es mucho más que un rechazo a los rumbos asumidos por su nuevo mandato. Es una reacción que se explica en el marco de un emergente fascismo social y desde un ensordecedor ejercicio de misogi- nia, de machismo descontrolado, de pura humillación por el sólo hecho de ser mujer. Sí, es verdad, probablemente, si fuera hombre también la estarían hoy destituyendo. Pero no creo que si fuera hombre hubiéra- mos visto multiplicarse las más diversas formas de desprecio que desde el parlamento, algunos medios y ciertos inquisidores evangélicos, han manifestado estos días con la más absoluta impunidad.
No es casual que en el Congreso brasileño la representación de mujeres haya tendido a disminuir y que algunas de las pocas que ocu- pan cargos lo hagan en representación de sus maridos, también políti- cos profesionales. Tampoco es casual que casi no haya negros, y menos aún mujeres negras, o indígenas, y menos aún mujeres indígenas, o jóvenes, y menos aún mujeres jóvenes. Es escandaloso que ese parla- mento misógino, machista e inundado de prejuicios, donde la Biblia


es más citada que la Constitución, tenga a la mitad de sus miembros procesados por corrupción y que quién contaba los votos a favor de la destitución de Dilma haya sido condenado por trabajo esclavo, siendo presentado a la sociedad como un gran defensor de la democracia.
Dilma Rousseff consolidó y amplió las reformas sociales de los dos primeros gobiernos del PT. Su política de atención sanitaria con el programa “Más Médicos”; su innovador y amplio programa de vivien- das populares “Mi casa, mi vida”; su programa de obras públicas y de infraestructura; su política educativa, focalizada en la educación técni- ca y profesional, pero también con un amplio desarrollo de la política científica y del programa “Ciencias Sin Fronteras”, que llegó a ser la más amplia iniciativa mundial de internacionalización de estudiantes, cons- tituyeron hitos de la mayor relevancia en el desarrollo de una política de inclusión social y de promoción de la ciudadanía.
Vos ahora, hijo mío, estás preparándote para ingresar a la univer- sidad. Hace 12 años atrás, Brasil tenía cerca de tres millones y medio de estudiantes universitarios. Hoy, estamos llegando a casi ocho millones. En una década se duplicó la matrícula universitaria. Poquísimos países del mundo lograron esto en tan poco tiempo. Y Brasil lo logró porque hubo una decisión política fundamental: permitir que miles y miles de jóvenes de sectores populares, hijos e hijas de trabajadores, empleadas domésticas, campesinos y campesinas, jóvenes de comunidades indíge- nas y, particularmente, jóvenes negros y negras, entraran por primera vez a la educación superior. Brasil tiene hoy un sistema universitario mucho mejor que hace una década atrás. Y es mucho mejor, porque es mucho más justo y democrático, aunque todavía haya tantas cosas que debamos hacer para mejorar nuestras universidades.
Las élites nunca perdonan a los que democratizan el acceso a la universidad, esa institución que siempre han considerado su propiedad y privilegio. A las élites no les gusta que les cuestionen su derecho sobre lo que creen que les pertenece, aunque se lo hayan robado.
Dilma podrá haberse empeñado en hacer un plan económico que no asustara a los sectores del poder oligárquico nacional, a los especuladores internacionales (que se hacen llamar “inversores”) y a los que publican sus opiniones haciéndolas pasar por las de la opinión pública. Sin embargo, tampoco a ella le perdonaron implementar un programa de atención primaria a la salud que, ante la baja respuesta de los médicos brasileños, haya traído médicos de Cuba, de España y del resto de América Latina. No le perdonaron que haya dado el derecho a una vivienda digna a familias que, según parece, deberían sólo haber tenido la oportunidad de vivir en casas de cartón y chapa, amontona- das, corriendo el riesgo de morir enterradas por el lodo después de la primera lluvia de verano. Dilma pudo haber puesto al ministro más


neoliberal del mundo, pero jamás le perdonarán que haya osado a sacar a los pobres del lugar en el que siempre les ha tocado estar.
¿Por qué se produjo el impeachment, que los senadores están vo- tando mientras escribo estas líneas? Eso quizás, ya lo sabe casi todo el mundo. La oposición encontró la forma de sumar a un partido aliado del gobierno a su avanzada golpista. Así, el PMDB, un partido que siem- pre ha estado en el poder en los últimos 30 años, adhirió sin reparos al golpe institucional, sabiéndose su principal beneficiario.
El PT se había aliado al PMDB y a otros partidos conservado- res, posibilitando las articulaciones que le permitirían llegar al poder en las elecciones del 2010. Dicen que si no lo hubieran hecho, no hu- bieran ganado, lo cual, al menos en la elección de 2014, es altamente plausible que hubiera sido así. La democracia es siempre estrategia de alianzas y el que quiere ganar, debe negociar. Pero negociar tiene sus riesgos, especialmente, si negociamos con un partido venal, plagado de corruptos y cuya más rutilante virtud democrática ha sido practicar el oportunismo, tratando de estar siempre, y en cualquier circunstancia, cerca del poder. Bajo el impulso avasallador del PT para ganar las elec- ciones de 2010, Michel Temer integró la fórmula presidencial con Dilma Rousseff. El PMDB alcanzaría así una inmensa influencia en el tercer mandato petista. Las elecciones de 2014 encontraron al PMDB dividido y a un sector del partido, encabezado por el propio Temer, dispuesto a no correr el riesgo de perder los espacios conquistados. La alianza con el PT se mantuvo.
Las alianzas, hijo querido, son el gran misterio de la democracia. La gran oportunidad, la gran trampa. Sin alianzas es imposible llegar al paraíso, al edén del poder. Pero nunca olvides que el camino del in- fierno está tapizado de alianzas que han fracaso y de pactos que nunca se cumplieron. Ya en el siglo XVII, el cardenal Jules Mazarin alertó que el arte de la política es el arte de la traición. Desde entonces, hasta hoy, hay quienes luchan para cambiar la política, inventando una nueva forma de acción colectiva y de administración de lo que nos pertenece a todos, de lo público, de lo común, una política edificada sobre otros valores y otras prácticas. El PT fue el partido que a muchos de mi gene- ración nos enseñó que esto era posible. No creo que lo hayamos logrado. O quizá, apenas empezamos.
Lo que resulta llamativo es que todavía haya algunos que se sor- prendan o se indignen porque Temer haya traicionado a Dilma, una vez que el conjunto de la oposición, con la indiferencia del Supremo Tribunal Nacional, haya encontrado la llave de cofre de la felicidad y, simplemen- te, inventado un delito para dar inicio al proceso de impeachment que licenciará a Dilma de la presidencia en las próximas horas. Temer no se transformó en un “traidor” ante la eximia oportunidad de llegar a la


presidencia sin haber sido elegido a tal fin. No. Aquí, la ocasión no hace al ladrón. El PT necesitaba a Temer y al PMDB para ganar las elecciones na- cionales de 2014. Y el PMDB y Temer necesitaron un año y cuatro meses del gobierno de Dilma Rousseff para arrebatarle el cargo. Que haya sido a partir de una mentira, de un artificio seudo jurídico, de una patraña o de un gran fiasco, eso a pocos le importa. Es la magia de la mayoría. Si 367 diputados dicen que hubo delito y 137 dicen que no lo hubo, lo que hubo fue un delito. Quizás lo único bueno de ese domingo fatídico en el que los diputados brasileños dieron inicio a la destitución de Dilma, fue conocerle la cara a esos diputados, muchos de los cuales siquiera tuvie- ron votos, pero están ahí por la lógica del arrastre de candidatos estrellas. Si le doy mi voto, por ejemplo, al Payaso Tiririca, también le daré mi voto a un secreto e ignoto conjunto de candidatos bastante más patéticos que el propio Tiririca, los que se elegirán con 20 o 30 votos. Quizás todo le importa un comino al que vota por el Payaso Tiririca. No siempre la de- mocracia parece más seria que una buena sesión de circo.
¿Por qué había que confiar en Michel Temer?
Un proverbio africano dice que la historia no la escriben los leo- nes, sino los cazadores. Temer surgirá de las cenizas de su hasta ahora mediocre, deslucido y banal ejercicio del poder. Una presencia sombría en Brasilia que sólo concitaba el esporádico interés de las revistas de vanidades. Hasta hace algunas pocas semanas, tenía tanta cara de lis- to como el ex presidente argentino Fernando de la Rua. Hoy, parece Franklin Delano Roosevelt.
El poder y la prensa hacen milagros, hijo mío.
¿Machismo? Una mujer que ejerce sus funciones de mando con firmeza y no se deja avasallar por la adversidad, suele ser motivo de desprecio por parte de empresarios, políticos y periodistas misóginos que no perderán la oportunidad de realizar bromas, hacer circular ru- mores o inventar historias sobre su sexualidad. Así fue tratada Dilma desde que asumió su primer ministerio en el gobierno de Lula, más de diez años atrás. Sin embargo, ahora todo cambió. Temer está casado con una mujer rubia, 43 años más joven que él, “muy femenina”, según la describen, y sin otra ambición personal que cuidar del hogar. Él, un hombre vigoroso, potente, promediando los 80 años, pero vital en su capacidad reproductiva. Ella, tan de su casa, prolífera, atenta, disci- plinada, sabiendo ocupar su lugar. Una pareja perfecta. La pareja que Brasil necesita para salir de la crisis.
Hasta hace pocas semanas, Michel Temer parecía menos seduc- tor que el Increíble Hulk. Hoy, parece George Clooney.
El poder, la misoginia y el Photoshop hacen milagros.
Michel Temer no es Frank Underwood, aunque en Brasilia se vive la teatralización amazónica de House of Cards, con Chespirito y Cantinflas.


Pero bueno, perdón hijo, creo que me desvié de lo que, en defini- tiva, te quería decir. Lo que pretendo explicarte es que no hubo impro- visación, ni espontaneidad, ni suerte inesperada. Hubo un plan: acabar con el gobierno de Dilma y con el PT. Un plan que seguirá su curso una vez que la presidenta haya finalmente sido destituida. Un plan que no concluirá hasta que puedan, definitivamente, impedir que Lula llegue a la presidencia de la república por el voto popular en el 2018. En esta línea seguirán las cuestionadas investigaciones del juez Sérgio Moro, del Fiscal General, Rodrigo Janot, y de todo aquel funcionario, político, delincuente o delator que pretenda aspirar al Golden Globe de la justicia brasileña: mostrar que Lula es corrupto.
Sí, ya sé: la corrupción. Llegué hasta aquí sin mencionar hasta ahora la palabra “corrupción”. Y no es porque haya querido esquivar el asunto que hoy, para muchos, dentro y fuera de Brasil, explica por qué Dilma está siendo destituida.
El sistema político brasileño está infectado de corrupción. No es la corrupción una anomalía. Es uno de sus elementos constitutivos. Es lo que mueve buena parte de los intereses, de las relaciones, de las influencias y de las preferencias de un número significativo de repre- sentantes del pueblo, de funcionarios públicos, de jueces y fiscales, de miembros de las fuerzas de seguridad pública y, especialmente, del mundo de las grandes corporaciones. Claro que hay políticos, dipu- tados, funcionarios, jueces, fiscales, policías, militares y empresarios honestos. Pero la corrupción es uno de los combustibles que acciona el sistema. Y quizás el principal error que hayamos cometido en la izquier- da brasileña y latinoamericana, durante estos últimos años, ha sido no ponernos al frente, a la vanguardia como nos gusta decir a nosotros, del combate a la corrupción. De hacerlo cortando de raíz cualquier responsable de corrupción entre sus filas, duela donde duela, sin dejar nunca de emitir señales claras acerca de qué lado estábamos. Nues- tro apoyo a una reforma política que ponga en evidencia que el actual sistema político-partidario promueve la promiscuidad entre el mundo privado, el de los negocios y el de los intereses públicos, debería haber sido mucho más explícito y determinado.
Tendríamos que haberlo hecho sin miedo y, especialmente, sin culpas. No para convencer a los corruptos que existen dentro o fuera de la política, a los que operan dentro o fuera de la justicia, a los que actúan dentro o fuera de las corporaciones. Había que hacerlo por nues- tro compromiso con los sectores populares, con las clases medias, con la gente que, en este país y en todo nuestro continente, trabaja hones- tamente y construye su dignidad cotidiana sin cometer ningún delito. La inmensa mayoría de las personas que conforman nuestras naciones son ciudadanos y ciudadanas honorables y buenas. Los dirigentes de


izquierda, cuando se dejan de parecer a ellas, comienzan a parecerse a los empresarios, a los políticos, a los jueces y a los policías cuyo com- portamiento corrupto aspiramos a combatir.
El PT ha sido el partido brasileño que, desde el inicio del primer gobierno Lula y durante los dos mandatos de Dilma Rousseff, más ha combatido la corrupción. Se trata de un hecho objetivo, concreto e irre- futable. Nunca se han investigado tantos casos de corrupción; nunca la justicia y la policía federal han tenido tanta autonomía; nunca tanto dinero robado ha sido recuperado para los cofres públicos. No creo que esto deba ser considerado un mérito, a no ser que lo comparemos con el débil desempeño en la lucha contra la corrupción por parte de los gobiernos anteriores.
El problema es que, en América Latina, cuando a la corrupción no se la combate, se vuelve imperceptible. Y, por el contrario, cuanto más se la combate, más parece presente y más parece invadirlo todo.
Es lamentable que el gobierno haya pensado que sin un relato de lo que estaba pasando, la gente entendería por ósmosis (o porque se ha- bían hecho buenas políticas sociales) que el PT era el principal partido involucrado en el combate a la corrupción. Y como el relato no lo hizo el gobierno, lo hizo la oposición. Se dijo y buena parte de la sociedad así lo creyó: la corrupción viene del PT y erradicarla supone sacarse de encima su gobierno.
¿Podremos demostrar ahora que esto es falso?
Seguramente, será difícil, pero habrá que intentarlo. No es éste, hijo mío, el único gran desafío que tendremos por delante. Deberemos enfrentar un gobierno neoliberal cuya composición y estructura cons- tituirá un enorme retroceso en la historia democrática de Brasil. Go- bernarán ahora los que perdieron las elecciones nacionales hace menos de dos años atrás. Los mercados, la prensa dominante y las oligarquías los apoyan firmemente. Un amplio sector de la sociedad, cansada de la crisis, quizás también. No habrá que ser muy imaginativos para sospe- char el escenario que se aproxima: pérdida de derechos, retroceso en las reformas democráticas, reducción de los espacios de participación, privatización de la esfera pública, criminalización de la protesta social y exacerbación de la intolerancia. Es la historia que se repite, esta vez, en su condición de farsa. En los noventa, el neoliberalismo llegó al poder de la mano del apoyo popular. Hoy, regresará apoyado en las muletas del golpe. No creo que la falta de dignidad, ni la decadencia ética sean sentimientos que le quiten el sueño a gran parte de los funcionarios del nuevo gobierno.
Entre tanto, la gravedad del momento que estamos viviendo no puede dejarnos espacio a la congoja, a la angustia o al desconcierto. Lloraremos nuestras lágrimas en silencio, y deberemos reponernos lo


más rápido posible para luchar las luchas que debemos aún luchar. Hoy es un día de infamia para la democracia en Brasil y en América Latina. Pero de nosotros dependerá, en buena medida, que mañana deje de serlo. Habrá que juntar los restos de la batalla perdida y seguir adelante con dignidad y esperanza, con convicción y valentía. Las banderas de la lucha por la justicia social y la libertad humana, la lucha por la igual- dad y el bien común, siguen exigiendo que las alcemos con orgullo y de forma decidida. Dicen los zapatistas, hijito querido, que las banderas existen cuando existen las manos que las hacen flamear, cuando existen las manos que las cargan para hacerlas brillar. Nuestras banderas ne- cesitan muchas manos dispuestas a izarlas nuevamente y a luchar por ellas. Convencer a cada vez más y más personas, a los jóvenes y a los no tan jóvenes, de que esta es una lucha justa y necesaria, será uno de las grandes batallas que deberemos librar. La lucha por un mundo mejor empieza aquí y empieza ahora, construyendo un Brasil mejor.
Yo me formé políticamente en la lucha contra la dictadura y lue- go en las dinámicas de movilización que acompañaron el proceso de transición democrática en la Argentina de los años 80. Aquí en Brasil, muchos jóvenes como vos, se formaron políticamente en la lucha por las “diretas já”, exigiendo su derecho inalienable de elegir sin mediaciones al presidente que debería gobernar los destinos de la nación.
Vos naciste a la militancia en la lucha contra la destitución in- justa de una presidenta honesta y valiente, democráticamente elegida por el voto popular.
Yo aprendí a militar exigiendo que la democracia que nos habían robado, regresara y fuera el marco desde el cual disputar el modelo de sociedad que queríamos para ese nuevo país que estaba naciendo. Vos estás aprendiendo a militar exigiendo que no nos roben la democracia que tanto sufrimiento, muertes y dolor nos costó conquistar.
Alguna vez, Eduardo Galeano dijo que la única cosa que se cons- truye de arriba hacia abajo son los pozos. El resto, y especialmente, el resto de las cosas por las que vale seguir viviendo, se construyen de abajo hacia arriba. Nuestro futuro es una de ellas.
Estos días recordaba aquella noche de octubre del 2002, cuando Lula se consagró presidente de la república ante el sucesor de Fernando Henrique Cardoso, José Serra. Salimos a caminar junto a un mar de gente, vos, tu mamá y yo por la playa de Copacabana. El cielo estaba nublado de estrellas. Las banderas rojas y las lágrimas de emoción di- bujaban serpentinas de esperanza en los rostros y en los cuerpos de miles y miles de brasileños y brasileñas que estaban dispuestos, ahora sí, a inventar una nueva nación. Yo te llevaba sobre mis hombros y no dejaba de repetir que, después de tu nacimiento, ése era, sin lugar a dudas, el día más feliz de mi vida.


Todavía los senadores están votando y ya anocheció. Dilma co- menzará a dejar la presidencia en unas pocas horas. La sesión no acabó, pero yo tengo unas ganas inmensas de volver a recorrer con mis lágri- mas y con mi bandera roja aquella arena blanca y aquel cielo milagroso que nos acarició cuando a ti todo eso te parecía quizás simplemen- te mágico. Vení, vayamos juntos otra vez. No prometo ahora cargarte sobre mis hombros. Pero si te prometo, hijo querido, estar a tu lado, aprendiendo de nuevo a luchar, aprendiendo de nuevo a soñar.

(Escrito entre la madrugada y la noche del 11 de mayo de 2016, un día infame)

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