lunes, 19 de septiembre de 2016

El Lenguaje, ese desconocido. De Julia Kristeva. 5

11. Las especulaciones medievales

Dos fenómenos marcan, a nuestro parecer, la concepción medieval del lenguaje.
El primero es el despertar de un interés lingüístico por las lenguas
«bárbaras», interés que se manifiesta en la elaboración de alfabetos para dichas lenguas, así como unos tratados que abogan por su derecho de existencia, unas traducciones de las Escrituras, y hasta unas gramáticas que proponen las primeras leyes de su construcción.
El segundo es el desarrollo, sobre un fondo de cristianismo, de tradición greco-latina (platónica y neoplatónica), en la teoría gramatical. De todo ello resulta una concepción del lenguaje en tanto que sistema de significación: son los modos de significar los que se convierten en el objeto de la especulación medieval, preparando de tal modo la lógica de Port-Royal y anunciando a su vez los debates modernos sobre el signo. La lengua significa el mundo reflejándolo (como un espejo: speculum) por medio del sentido: cuáles son las modalidades de dicha «especulación», he aquí el problema teórico de la gramática de la Edad Media.
Entre los siglos II y IV, los pueblos bárbaros empiezan a inventar su escritura. Se trata de creaciones autónomas, mezcladas con préstamos de la escritura latina (o griega); son unos grafismos alfabéticos: tal la oghámica para los celtas, la rúnica para los germanos.
Los caracteres rúnicos están tallados en la madera; cada uno tiene un trazo vertical al que se añaden unos trazos horizontales. En el antiguo alfabeto germano vienen repartidos en tres grupos de ocho letras cada uno; el alfabeto escandinavo tiene una variante más reciente. Las runas estaban estrechamente ligadas a las prácticas adivinatorias y a unos ritos mágicos.
En el siglo VI aparece el alfabeto gótico, con una base de escritura griega y rúnica: fue creado por el obispo Wulfila (311-384), traductor de los Evangelios en lengua goda.
La escritura oghámica, difundida en Irlanda meridional y en el País de Gales, remonta probablemente al siglo IV y representa una serie de hendiduras para las que cada grupo, que es una letra, se diferencia de los demás por el número de trazos y por su dirección.
Los eslavos producen su alfabeto en el siglo X. Sus creadores fueron los hermanos Cirilo (827-869) y Método (fallecido en 885), monjes bizantinos de origen eslavo quienes tuvieron a su cargo una misión
evangélica en Moravia en 864. Los eslavos de Moravia, en efecto, para escapar de la dominación alemana y católica, se dirigieron al emperador bizantino para solicitarle una evangelización ortodoxa en lengua eslava. Para poder predicar en la lengua del pueblo eslavo, ambos hermanos precisaban traducir el Evangelio. Para elaborar el alfabeto eslavo, llamado glagolítico, recurrieron a una escritura antigua hallada entre los khazares, así como a la escritura griega. La escritura cirílica es una simplificación posterior de la glagolítica.
Este período de invención escritural, extensivo a todos los pueblos de Europa, muestra la importancia de dos hechos que caracterizan su relación con el lenguaje. En primer lugar, empieza a formarse una conciencia de la lengua en tanto que atributo nacional, expresión de una etnia y aval de su independencia política. Dentro de esta perspectiva, algunos teóricos de la época tuvieron hasta la audacia de oponerse al postulado de la santidad de las tres lenguas: el hebreo, el griego y el latín, exigiendo el pleno reconocimiento por derecho de su propio idioma. Así ocurre con el escritor búlgaro del siglo IX, Khrabre, quien escribe en su discurso De las letras: «Los helenos no tenían letras para su lengua mas escribían su discurso con letras fenicias... Ahora bien los libros eslavos, los creó, según dice Cirilo, él solo en unos años: [los inventores del alfabeto griego] fueron numerosos, siete personas que harto tardaron en crear sus letras, y setenta personas para traducir [las santas Escrituras del hebreo al griego]. Las letras eslavas son más santas y más honorables pues las creó un hombre santo, mientras que unos helenos paganos fueron quienes crearon las letras griegas.
»Si se preguntase a los letrados griegos: “¿Quién creó vuestras letras y tradujo vuestros libros o en qué época?”, pocos habría que lo supiesen. Pero, si preguntamos a los alumnos que aprenden el alfabeto eslavo: “¿Quién creó vuestro alfabeto y tradujo vuestros libros?”, todos lo saben y responden: “San Constantino el Filósofo llamado Cirilo, él fue quien creó el alfabeto y tradujo los libros, junto con su hermano Método...”».
Por otra parte, y en un plano meramente lingüístico, aquellos alfabetos son la prueba de un análisis minucioso de la cadena sonora en elementos mínimos, análisis que, en ocasiones, viene acompañado de una teoría fonética explícita que anuncia la fonología moderna. Tal es la obra sobre el fonetismo islandés, el Edda de Snorri Sturluson (1179-1241) de la cual Pedersen (The Discovery of Language. 1924, trad. al inglés en 1931) escribe que está «bajo la forma de una propuesta de reforma de la ortografía, una excelente pieza de fonética, una
descripción de la pronunciación del antiguo normánico que nos resulta sumamente instructiva en la actualidad».
En cuanto a las especulaciones gramaticales propiamente dichas, se refieren principalmente a la lengua latina, pues los ensayos de gramaticalización de las demás lenguas no comienzan hasta finales de la Edad Media y, por lo demás, sólo se realizan durante el Renacimiento. A lo largo del medioevo, los eruditos empiezan los textos de Donato y de Prisciano o bien descifran la Vulgata. Entre las gramáticas latinas, citemos la del inglés Aelfric, abad de Eynsham, con fecha del año 1000; el resumen en hexámetros de la gramática latina por Pierre Hélie (1150) de la universidad de París, quien sostiene que hay tantos sistemas gramaticales como lenguas; y el famoso libro de Alexandre de Villedieu, Doctrinale puerorum (1200) también escrito en hexámetros.
Esta última gramática es ejemplar en la medida en que adapta la enseñanza gramatical a las reglas lógicas por lo que acentúa el camino que, desde Prisciano hasta Port-Royal, dedicará la supeditación del estudio lingüístico a los principios lógicos. En un enfoque lógico semejante, es preciso que el gramático privilegie, en su estudio, la descripción de las relaciones entre los términos. Se trata básicamente del orden de las palabras y de la forma de las palabras. El orden determina el valor lógico. Así: «la construcción intransitiva exige que el nominativo sea el soporte del verbo». Cuando interviene una negación, se coloca delante del verbo. Si el lugar determina el valor lógico, las formas invariables no tienen menos importancia. De Villedieu reconoce dos formas sobre las que se apoya la significación oracional: el nombre y el verbo.
Las relaciones nombre-verbo, llamadas de rección. dan lugar a una descripción de los seis casos previstos en el plano de su significación y no como un juego formal gramatical. Se trata de una auténtica semántica que se edifica sobre el fondo de esta concepción del paralelismo gramática-lógica. La sintaxis se basa sobre el concepto de régimen: es la relación que se establece entre el principio activo, el rector, y el principio pasivo, el regido, observa Chevalier. El análisis sintáctico no toma en cuenta unas unidades más largas que las de la pareja binaria nombre/verbo... La influencia del Doctrinale fue considerable en el siglo XVI.
Las gramáticas especulativas de la Edad Media concebían el estudio del lenguaje como un espejo (speculum). ya lo hemos dicho, que refleja la verdad del mundo inaccesible de forma directa. Así pues, a partir de
esa «senefiance»19 oculta, los estudios se convirtieron más tarde en tratados de modi significandi. Una de sus principales finalidades es la de delimitar la tarea de la gramática distinguiéndola de la de la lógica. La diferencia entre ambas viene así establecida: la lógica tiende a distinguir lo verdadero de lo falso mientras que la gramática capta las formas concretas que toma el pensamiento en el lenguaje, o, dicho de otro modo, la relación semántica del contenido con la forma. ¿Cuál es la organización de este sistema del lenguaje encargado de determinar los conceptos del pensamiento (o de expresarlos)? Está orientado en función de dos puntos de apoyo: el nombre y el verbo, el uno expresando la estabilidad, el otro el movimiento. El verbo desempeña el papel principal, primordial dentro de la oración. Para Hélie. es como el general de las tropas: «El verbo rige la oración: regir es arrastrar consigo otra palabra del discurso dentro de una construcción para la perfección de dicha construcción». El nombre y el verbo juntos forman entonces la oración la cual es una noción compleja y, como tal, objeto de la sintaxis. Se trata por supuesto de una sintaxis totalmente subordinada a la morfología: imitando la concepción aristotélica de la substancia y de sus accidentes, la gramática lógica plantea al lenguaje como una conjunción de palabras declinables y la sintaxis no es sino el estudio de dicha declinación.


19 Nota del traductor. «Senefiance» es un término propio de la Edad Media francesa que difiere sensiblemente de su posible equivalente moderno «significance» por lo que nos remitimos a Paul Zumthor y a su Essai de Poétique Médiévale. Ed. du Seuil, coll. Poétique, París, 1972, del que traducimos los dos extractos siguientes:
«Más que de “producción” continua de sentido, un término que evoca con demasiada exclusividad tal vez un proceso consciente, podríamos hablar de manera abstracta de semiosis o de significancia, emanación de una significación compleja aunque inagotable, generada por la totalidad de los signos y de los indicios que los afectan. (...) En un momento dado de la duración del texto aparece, para afirmarse luego, un último elemento cuya completa percepción no se realiza hasta el final: su “composición”, significante global conlleva un significado propio y único que abarca de modo jerárquico a todos los demás sin confundirse con éstos, sin embargo, pues los connota, por el contrario, retrospectivamente. (...) La impresión estética o moral no es sino la percepción, al fin completa, de la función poética del texto, el descubrimiento seguro y eufórico de la existencia de un tema en el seno del cual se ejerció dicha función» (p. 111 ).
«He aquí una de las oposiciones más fuertes que distinguen la narrativa breve de la novela. La “senefiance” de una novela [medieval] se establece a partir de cada uno de los detalles o episodios y conlleva de esta forma, normalmente, una multiplicidad que puede llegar hasta la contradicción: del mismo modo no podrá ser definida sino en su grado alto de abstracción. La “senefiance” de una narración breve [medieval] tiene como significante a la totalidad del texto como tal y, salvo excepción, tiene algo obvio y como concreto» (pp. 400-401).
La teoría de los modi significandi en sí misma postula la existencia de la cosa con sus propiedades (modi essendi) que son la causa, así como el efecto, de su propia intelección o comprensión (modi intelligendi). Este último modo va seguido de un revestimiento de la comprensión ideal por una envoltura racional, el signo, dando lugar al modus significandi. Damos a continuación la manera en que lo define Siger de Courtrai en Summa modorum significandi (1300): «El modo de significar al activo es una ratio brindada a la forma material por el intelecto de manera que tal forma material significa tal modo de ser. El modo de significar al pasivo es el modo de ser en sí significado por la forma material gracias a la operación del modo de significación al activo, o bien modo de significación referido a la cosa en sí». El autor da el ejemplo siguiente: un objeto, por ejemplo, una obra de carpintería de color rojo que adorna un cabaret, atrae la atención de la inteligencia y el hombre lo designa mediante la palabra: «cartel rojo». La inteligencia confiere a dicha palabra una determinada función, la de designar lo que formalmente apunta; la palabra (dictio) expresada mediante el habla (vox) tan sólo indica ese punto de vista del designador. Al habla está ligada la significación de manera indisoluble ya que la inteligencia otorga un sentido al signo verbal que expresa una parte del ser. Lo rojo del cartel, en las condiciones en las que se encuentra, gracias a la intervención del intelecto, es significativo del producto bermejo que es el vino. Este elemento de orden intencional que envuelve a la palabra, los gramáticos lo llaman modus significandi... (Cf. Q. Wallerand, Les Oeuvres de Siger de Courtrai, Louvain, 1913).
Al establecer la relación voz-concepto en tanto que núcleo del modo de significar del habla, Siger de Courtrai funda una teoría del signo discursivo.
El modo de significar se divide en: 1) absolutus y respectivus que forman la sintaxis; 2) essentialis (general y especial) y accidentalis. Con sus combinaciones se consiguen las partes del discurso y sus modalidades.
Las teorías medievales referentes al signo y la significación están poco estudiadas y poco conocidas hoy. La falta de información, debida en parte a la complejidad de los textos, pero quizá y sobre todo a su estrecha relación con la teología cristiana (tales como las tesis de San Agustín) nos priva probablemente de los más ricos trabajos que haya producido Occidente acerca del proceso de la significación, antes de que los censurara el formalismo, el cual se impondrá con el advenimiento de la burguesía (cf. el capítulo siguiente).
Hoy día, la semiótica ha heredado de la tradición lingüística científica aunque igualmente del inmenso trabajo teórico y filosófico sobre el signo y la significación que se ha ido acumulando siglo tras siglo. Retoma y reinterpreta los conceptos de modos de significación, de significancia (en los trabajos de Jakobson, Benveniste, Lacan), etc. Al aislar los conceptos de su fundamento teológico, se plantea el problema de acceder, hoy, —después de tantos siglos de olvido o de positivismo angosto— aquella zona compleja en que se elabora la significación con vistas a extraer los modos, los tipos, los procedimientos. Se puede considerar, en este campo, los libros de gramática speculativa y modi significandi de la Edad Media como precursores, siempre y cuando sean reinterpretados (e incluso invertidos con un planteamiento materialista además).
Podemos citar entre el resto de los «modistas» a Alberto el Grande (1240), a Thomas d’Erfurt (1350), etc.
Los desarrollos de estos teóricos no transformaron de manera radical las propuestas de Donato y de Prisciano acerca de la gramática. Tan sólo aportaron una visión lógica más profunda del lenguaje, y la semántica resultante, en el fondo, preparó un camino de estudio de la construcción lingüística en tanto que conjunto formal.
Algunos de estos tratados de grammatica speculativa y de modi significandi se convirtieron en unas semánticas sumamente elaboradas, tal como la combinatoria semántica de Llull que Leibniz retomó más tarde en su Característica Universal. Se sabe que Llull, antes de hacerse franciscano, pasó su juventud en la corte de Santiago de Aragón y parece ser que estuvo en contacto con los métodos cabalísticos de Abulafia. En cualquier caso, su obra presenta cierta influencia, aunque sólo fuese por la definición del arte que se encuentra en ella: combinar los nombres que expresan las ideas más abstractas y más generales a partir de los procedimientos mecánicos con vistas a juzgar de este modo la veracidad de las proposiciones y descubrir nuevas verdades. Su interés por las lenguas orientales y su preocupación por difundirlas son igualmente muy significativos.
No podemos hablar de las teorías lingüísticas de la Edad Media sin recordar el fondo filosófico sobre el cual se expandían, es decir, la célebre discusión entre realistas y nominalistas que marcó aquella época. Los realistas, representados por John Duns Escoto (1266-1308), sostenían la tesis de Platón y de San Agustín acerca de la realidad del ser infinito para el cual las cosas son tan sólo la exteriorización. En cuanto a las palabras, están en relación intrínseca con la idea o el
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concepto, y el concepto existe desde el momento en que hay una palabra.
Los nominalistas, representados por Guillermo de Occam (hacia 1300-1350 aproximadamente), pero también por Alberto y Santo Tomás, optaban por la existencia real de las cosas particulares y consideraban que el universo no existía sino en el alma de los sujetos conocientes. En el plano del lenguaje, ponían en duda la equivalencia de la idea y de la palabra. Las palabras corresponden a los individuos; en la oración: «El hombre corre», no es la palabra (suppositio materialis) ni la especie humana (suppositio simplex) sino la persona individual y concreta la que está corriendo: esta suposición se llama suppositio personnalis. El occamismo construye sobre tal suposición su doctrina del papel de las palabras o términos en el discurso, de donde se deduce el nombre de la doctrina: nominalismo o terminalismo.
El final de la Edad Media está marcado, por igual, por un nuevo elemento en la concepción del lenguaje. A la defensa de las lengua s nacionales vigentes ya desde el siglo X se añade la preocupación por la elaboración de gramáticas apropiadas a sus especificidades. Así, pues, la primera gramática francesa fue la de Walter de Bibbesworth, L’Aprise de la langue française del siglo XIV y el Leys d’amour (1323-1356), código de la poesía de los trovadores, en el cual una parte es una gramática de la lengua de oc. En 1400, varios clérigos componen el Donat français, una gramática completa del francés de la época. Podemos añadir a estos hechos, como lo observa G. Mounin (Histoire de la linguistique des origines au XX siècle, 1967), una nueva concepción histórica del lenguaje, si bien le falta mucho para tomar una forma filológica o comparativista que le dará posteriormente el siglo XIX. En Dante (1265-1321), De vulgari eloquentia, la defensa del idioma nacional viene acompañado por un ataque en contra del latín considerado como una lengua artificial. Por el contrario, el poeta constata el parentesco del italiano, del español y del provenzal y es el primero en afirmar su origen común. La apología de la lengua vulgar, en Dante, es en realidad una apología no solamente del italiano hablado frente al latín, sino además una apología de un fondo lingüístico primitivo, lógico o natural, en todo caso universal, que los siglos futuros sacarán a relucir y preservarán. Damos ahora, a continuación, la propia definición de Dante (la traducción francesa es de 1856), y en ella podemos ya recoger, a través de sus palabras, los acentos de los cartesianos y de los enciclopedistas:
«Entendemos por lengua vulgar el lenguaje mediante el cual sus
guías forman a los niños, cuando distinguen las palabras y, de forma más breve, del que, sin ninguna regla, nos apoderamos imitando a nuestra nodriza. Luego hay un lenguaje de segunda formación, que los romanos llamaron gramática: lenguaje poseído por ellos, por los griegos y demás pueblos: sólo unos pocos lo consiguen porque se consume necesariamente una gran tarea de tiempo y de estudios hasta regular y filosofar una lengua.
»De ambos lenguajes, el más noble es la lengua vulgar, bien porque fue el primer intérprete del género humano, bien porque domina nuestro planeta por doquier, aunque se divida en una sintaxis y un vocabulario distintos, bien, por último, porque nos resulta natural...
»Para que el hombre pudiese comunicar sus concepciones a sus semejantes, tuvo que tener un signo totalmente racional y sensible; racional porque tenía que recibir algo de la razón y algo que transmitirle; sensible porque, en nuestra especie, no se puede comunicar la inteligencia a no ser mediante los sentidos. Pero este signo es nuestro sujeto mismo, el lenguaje vulgar; sensible por naturaleza en tanto que sonido y racional debido a su significación interna en tanto que idea...».
Así, pues, en el ocaso de la Edad Media, las bases del latín en cuanto que lengua madre se derrumban y el interés se traslada hacia los idiomas nacionales en los cuales se seguirá buscando un fondo común, natural o universal, una lengua vulgar y fundamental. Paralelamente a esto, la enseñanza de las nuevas lenguas abrirá unas perspectivas nuevas y suscitará unas nuevas concepciones lingüísticas durante el Renacimiento.


12. Humanistas y gramáticos del Renacimiento

El Renacimiento orienta de manera definitiva el interés lingüístico hacia el estudio de las lenguas modernas. El latín sigue siendo el molde a partir del cual todos los demás idiomas son pensados, pero no es ni mucho menos el único y, además, la teoría que se establece sufre unas modificaciones considerables para poder concordar con las especificidades de las lenguas vulgares.
El estudio de las lenguas vulgares se justifica, como en Dante, por su origen y su fondo lógico comunes. Joaquín Du Bellay (1521-1560) en su Défense et Illustration de la langue française, tras haber atribuido la Torre
de Babel a la inconstancia humana, constata que las distintas lenguas
«no nacieron por sí mismas tales hierbas, raíces y árboles: unas lisiadas y débiles en sus especies; otras sanas y fuertes y más aptas para sobrellevar el peso de las concepciones humanas» y acaba declarando:
«Aquello (me parece) es una gran razón por la cual no se debe loar de tal suerte una Lengua y criticar otra: ya que todas proceden de una misma fuente y de un mismo juicio, para un mismo fin: para significar entre nosotros las concepciones y la inteligencia de la mente». Tal vocación lógica respecto a cualquier lengua justifica lo que quería demostrar Du Bellay, a saber «que la Lengua Francesa no es tan pobre como muchos lo estiman» y su recomendación «de ampliar la lengua francesa por medio de la imitación de los antiguos autores griegos y romanos».
El ensanchamiento del campo lingüístico conlleva necesariamente una acentuación de la concepción histórica la cual asoma ya a finales de la Edad Media. En este sentido, las obras de G. Postel, De Originibus sen de Hibraicae linguae et gentis antiquitate; G.-B. Baliander, De ratione communi omnium linguarum el litterarum commentarius (Zurich, 1548). en el que el autor estudia doce lenguas para encontrar un único origen común: el hebreo. Varias teorías caprichosas brotan de esta apertura de las fronteras lingüísticas: Giambullari (II Cello, 1546) «prueba» que el florentino proviene del etrusco el cual nació del hebreo; Johannes Becanus (Origines Antwerpinae. 1569) «demuestra» que el flamenco es la lengua madre de todas las lenguas, etc. Algunas de estas excursiones lingüísticas intentan demostrar el carácter valioso de la lengua vulgar estudiada por el autor, comparándola con los méritos de las lenguas indiscutiblemente perfectas tales el griego o el latín. Así ocurre, por ejemplo, con Henri Estienne (Traité de la conformité du fraçjais avec le grec, 1569). Con un enfoque comparativista, José-Justo Scaliger, hijo del gramático, establece unas clasificaciones tipológ icas de los términos en su Diatriba de europearum linguis (1599). Por otra parte, la orientación del estudio gramatical hacia unas lenguas como el hebreo o bien hacia las lenguas modernas enfrenta al científico con unas peculiaridades lingüísticas (ausencia de casos, orden de las palabras, etc.), cuya explicación habría modificado sensiblemente el razonamiento lingüístico en sí.
Otro rasgo específico de la concepción lingüística del Renacimiento fue, sin duda, el interés por la retórica y cualquier praxis lingüística original, elaborada y poderosa, capaz de igualarse a las literaturas clásicas, y llegar incluso a superarlas. O sea, el lenguaje en la tradición
humanista no está considerado sólo como un objeto de erudición, sino como algo que tiene una vida real, ruidosa y colorida, convirtiéndose de este modo en la verdadera carne en la que se practica la libertad corporal e intelectual del hombre renacentista. Recordemos así la risa de Rabelais (1494-1553) para la erudición escolástica de los
«sorbonnenses» [«sorbonnards»] y su fascinación por el habla popular que desobedece a las normas de los gramáticos para brindar su escenario a los relatos oníricos, a los juegos de palabra, a las bromas, los retruécanos, los discursos de feriantes, a la risa carnavalesca... Erasmo (1467-1536), con su Elogio de la locura, y toda su época, se pone a la escucha del «discurso loco» y no es sino un síntoma de suma importancia de aquella convicción, ya consolidada, según la cual el funcionamiento del lenguaje ofrece una complejidad que no sospechaban los códigos de la lógica y de la escolástica medieval.
Pero lo que marca, sin lugar a duda, del modo más profundo la concepción del lenguaje es que, durante el Renacimiento, constituye un objeto de enseñanza, y ello de manera ya generalizada. Hemos apuntado que en un período y en determinadas civilizaciones el lenguaje, indiferenciado del cuerpo y de la naturaleza, era el objeto de una cosmogonía general. Más tarde se ha vuelto objeto de estudio especificado y distanciado de lo exterior que representa. Al mismo tiempo, y principalmente entre los griegos, se enseñaba el lenguaje: se inculcaba las normas a quienes lo usaban. Dentro de la dialéctica del proceso entre objeto que se enseña y método que enseña, éste último acaba moldeando aquello que se había propuesto conocer en un principio. Las necesidades didácticas, dictadas ellas mismas por un mundo en plena evolución económica burguesa, a saber: claridad, sistematización, eficacia, etc., acaban siendo más fuertes: frenan las especulaciones medievales y sobredeterminan una reformulación de la ciencia grecorromana del lenguaje.
Las necesidades pedagógicas expuestas por Erasmo, quien desconfiaba del razonamiento y favorecía el uso y las estructuras formales como principio de base de los educadores, orientan el estudio del lenguaje hacia un empirismo: se da más importancia a los hechos, al uso y muy poca a la teoría. «Ninguna disciplina exige menos razón y más observación que la gramática» escribe G. Valla. «No se ha de razonar todo» insiste Lebrija. Pero, a la vez, los procedimientos pedagógicos, tales como los cuadros, los inventarios, las simplificaciones, etc., tienden hacia un formalismo que no tardará en manifestarse.

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Los albores del siglo XVI están marcados por algunas obras gramaticales de este tipo: Vives (1492-1540), discípulo de Erasmo, De disciplinis libri XII: Despautère, Syntaxis (1513); Erasmo, De octo orationis partium constructione (1521), etc. La lengua francesa ya se ha convertido en objeto predilecto de los gramáticos, como lo muestran las obras Principes en François, Nature des verbes, etc. (hacia 1500). En 1529, Simón de Colines y Lefèvre d’Etaples publican Grammatographia cuyo propósito nos exponen según sigue: «Así como mediante aquellas descripciones generales del mundo llamadas cosmografías, cualquiera aprende muy deprisa a conocer al mundo entero, cuando no estaría seguro de conseguirlo con las lecturas, aun dedicándoles muchísimo tiempo, así pues, esta Grammatographia nos permitirá ver toda la gramática en poco tiempo».
Un importante rasgo de estas gramáticas empiristas de principios del siglo XVI: principalmente son unas morfologías. Estudian los términos de la oración: nombre, verbo, etc.. pero, observa Chevalier, estudian las palabras «en situación» y la gramática establece con esmero las coordenadas fórmales, de dicha situación. El orden de las palabras, las relaciones de rección (término regido, término rector, rección única, rección doble, etc.) acaban estableciendo unas verdaderas estructuras oracionales a las cuales, no obstante, se les busca inmediatamente el equivalente en relaciones lógicas.
Obviamente, no podremos pararnos aquí, en el marco de esta rápida exposición, en todas las obras importantes de los gramáticos renacentistas. Semejante tarea que entra ya en el campo de la erudición aunque es incontestablemente de suma importancia para la elaboración de una epistemología de la lingüística que queda por hacer, no entra en el cuadro de este trabajo cuyo limitado alcance consiste en un esbozo general de los principales momentos de la mutación de la concepción del lenguaje. Por ello, sólo nos detendremos sobre algunos gramáticos cuyos trabajos, que no presentan por lo demás unas diferencias notables entre sí, propiciaron a pesar de todo el corte decisivo en el estudio del lenguaje como lo fue la gramática de Port-Royal en el siglo XVII. Vamos a ver en las líneas que siguen cómo una concepción morfológica de la lengua evoluciona hacia una sintaxis.
Jacques Dubois, llamado Sylvius, considerado como un Donato francés, es el autor de una gramática llamada Isagôge —Grammatica latino-gallica. En esta obra francolatina se dedica a transponer las categorías de la morfología latina al francés. Para ello, descompone los
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enunciados no sólo en palabras sino también en segmentos mayores y busca sus correspondientes de un idioma a otro. Es posible deducir a partir de esto que, para Sylvius hay un fondo de universales lógicos comunes a todas las lenguas y que son la base de las diversas construcciones de cada idioma. En los esquemas lógicos establecidos de este modo, Sylvius aplica el método aristotélico (expuesto en el Organon) de jerarquización de las partes del discurso: cuanto más modos de ser significado posea la parte, más importante será (por ejemplo, el nombre y el verbo respecto a la preposición y la conjunción). En el marco de estos segmentos equivalentes en latín y en francés, Silvius subraya los signos que constituyen, que sueldan el conjunto: artículo, pronombre, preposición. Al establecer, pues, una equivalencia funcional —la cual es a su vez lógica— entre los términos de un segmento en francés y los términos del mismo segmento en latín, Sylvius mantiene la declinación en francés: «Para nosotros, igual que para los hebreos de quienes la tomamos, la declinación es particularmente fácil; para lograr el plural, basta con agregar una s al singular y con conocer los artículos cuyo número es muy limitado y que hemos buscado entre los pronombres y las preposiciones». Como quería establecer a toda costa la equivalencia con la gramática latina — por una preocupación por una equivalencia lógica entre ambas lenguas—, Sylvius siguió empleando la noción de declinación para describir la gramática francesa, subrayando al mismo tiempo la diferencia entre ésta y aquélla, la gramática latina: eso le lleva a valorar el papel de la preposición y sobre todo del artículo en cuanto que agente del sistema francés de declinación.
Antes de abordar la obra de quien, prosiguiendo el esfuerzo de Sylvius, acabó imponiendo una actitud teórica y sistemática seria en el estudio del lenguaje, remediando de esta forma los defectos del empirismo, hemos de mencionar la gramática publicada en Inglaterra por Palsgrave, L’Esclarcissement de la langue françoise (1530). Esta obra hereda de la tradición de autores como Linacre (De emendata structura), de Erasmo, Gaza, y trata de definir las leyes de ordenación de un idioma que no se ha estabilizado aún.
No obstante, la obra de J.-C. Scaliger, De causis linguae latinae (1540) es la obra que va a marcar toda la segunda mitad del siglo XVI. Aunque se centra únicamente en la lengua latina, esta obra supera su época y se inscribe en los mejores ejemplos de rigor lingüístico de su tiempo. Como lo indica el título, el gramático habrá de descubrir las causas (lógicas) de la organización lingüística que se ha propuesto
sistematizar. Como todos los humanistas, se fijará sobre todo en el uso y se fiará los datos y los hechos; pero no dejará por ello de ocuparse de la razón que está a la base y determina aquellos hechos. Al contrario, todo su trabajo estará enfocado desde un punto de vista teórico principalmente hacia la demostración de la veracidad de lo fundado, la ratio previa que manda sobre la forma lingüística. «El vocablo es el signo de las nociones que están en el alma», esta definición traduce muy bien el concepto del lenguaje, según Scaliger, que representa unos conceptos innatos, dirán posteriormente los cartesianos.
Si sostiene que «la gramática es la ciencia que permite hablar conforme al uso», Scaliger insiste igualmente sobre el hecho de que
«incluso si el gramático otorga alguna importancia al significado [significatum] que es una suerte de forma [forma], no lo hace por cuenta propia sino para transmitir el resultado a aquel cuyo oficio es ir en busca de la verdad». Se trata, en efecto, del lógico y del filósofo y se comprende que para Scaliger como para toda la tradición gramatical, el estudio de la lengua no tiene un fin en sí, ni autonomía, sino que pertenece a una teoría del conocimiento a la cual está subordinado. Pero este gesto de Scaliger se acompaña de otro que intenta delimitar el campo de la gramática insistiendo primero sobre el hecho de que no es un arte sino una ciencia. A la vez que la incluye de manera implícita dentro de un proceso lógico, la distingue de la ciencia lógica excluyendo de la gramática la ciencia del juicio. La distingue también de la retórica y de la interpretación de los autores para edificarla finalmente como una gramática normativa, corrección del lenguaje, con dos vertientes: estudio de los elementos componentes (morfología) y de su organización (sintaxis).
De manera más concreta ¿cómo se construye esta gramática concebida de tal suerte? «El vocablo —escribe Scaliger— consta de tres modificaciones: la concesión de una forma, la composición y la verdad. La verdad es la adecuación del enunciado a la cosa de la que es el signo; la composición es la conjunción de los elementos en función de las proposiciones correspondientes; la forma se da por creación [creatio] y por derivación [figuratio]20.» Sería, pues, lógico que hubiese tres tipos de explicaciones [rationes] en la gramática: «la primera relativa a la forma, la segunda a la significación, la tercera a la construcción».

20 Queremos expresar aquí todo nuestro agradecimiento a M. J. Stefanini por habernos facilitado la traducción francesa inédita del texto, tan difícil. de J. C. Scaliger.
Una preocupación constante de sistematización, inspirada en Aristóteles, preside la obra. Es preciso que el análisis empiece por las partes para llegar a la composición del todo; es mejor este método
«porque sigue el orden de la naturaleza; es mejor porque pone de relieve la superioridad de la mente del maestro [tradentis] y porque primero hay que tener todos los elementos dispuestos según un orden establecido antes de hacer que la mente trabaje en ello».
En este orden de ideas, Scaliger divide los elementos lingüísticos en categorías: primero los que componen la palabra (pueden ser simples como las letras y compuestas como las sílabas), luego piensa visiblemente en una unidad discursiva superior a la palabra, la oración y sus subconjuntos ya que distingue dentro de tal unidad superior unos nombres y unos verbos. «Mas no puede mostraros qué elementos se aglutinan para formar lo que llamamos un nombre: son uno elementos que están clasificados en un género en función por decirlo así, de un dato universal.» Vemos que Scaliger renuncia a analizar las partes del discurso en función de su papel y de su posición aunque los distingue a partir de su alcance lógico («dato universal»).
Ahora bien, y es aquí una mella en la que se instalará el razonamiento sintáctico subyacente a la morfología, si el dato lógico puede ser definido con facilidad, no ocurre lo mismo para el dato lingüístico que, por lo demás, no cubre siempre la categoría lógica (la causa) admitida en un principio como determinante. En el desfase que así se establece, se va a instalar el análisis de las substituciones, de las modificaciones, de las transiciones, dentro de las cuales se esbozará de manera más clara que en los gramáticos anteriores una sintaxis mezclada aún con la morfología llamada aquí etimología, ciencia de las derivaciones, declinaciones, conjugaciones. Unos análisis semejantes atestiguan el interés de Scaliger por un estudio de las funciones de los términos en el conjunto lingüístico, en contra de la definición morfológica previa y prefijada: «Como la ciencia perfecta no se conforma con una única definición sino que exige por igual el conocimiento de las modalidades que reviste el objeto [affectus], veremos lo que los antiguos autores dijeron de las modalidades de cada uno de los elementos y lo que, por nuestra parte, pensamos de ello». O bien: «Nadie está menos favorecido por la suerte que el gramático amante de definiciones».
El orden que sigue la exposición de Scaliger es el orden jerárquico de los gramáticos del Renacimiento:
1. El sonido: descompone los fonemas en sus constituyentes: Z = C
+ D, y sigue la mutación de las letras (vocales y consonantes) durante el paso del griego al latín y a lo largo de la evolución de la lengua latina.
2. El nombre: Primero definido semánticamente, en su causa lógica, es «signo de la realidad permanente», «como si constituyera de por sí causa del conocimiento». Luego comparado a las demás partes del discurso, tal el pronombre, acaba revelándose por completo a la luz de sus modificaciones: especie, género, número, figura, persona y caso. El problema del caso da lugar a unas consideraciones de orden ya sintáctico, respecto a los problemas de reacción y al papel funcional del nombre —diferenciado de su carga semántica— dentro del conjunto lingüístico.
3. El verbo sería «el signo de una realidad enfocada desde el punto de vista del tiempo». El conjunto de los verbos se divide en dos grupos: los unos designan la acción, los otros la pasión, pudiendo ambos grupos, además, sustituirse uno por otro para expresar el mismo significado. Scaliger estudia el tiempo, los modos, las personas y el número del verbo. Constata entre otras cosas la posibilidad de sustitución de una categoría verbal por otra, apoyándose todas sobre la misma razón (idea) lógica. Así: Caesar pugnat → Caesar est pugnans
→ Caesar est in sar pugnat, es uno de los numerosos ejemplos que preparan la gramática de Port-Royal y en los que las gramáticas transformacionales hallan a su antepasado.
4. El pronombre: «No difiere del nombre por su significación sino por su manera de significar [modus significandi].
Al recurrir constantemente a los modi significandi y al construir sus razonamientos de este modo sobre un fondo semántico, Scaliger busca entonces la lógica vocis ratio —o la razón de cada vocablo. Al mismo tiempo, su visión del lenguaje no descompone sino que opera sobre unos vastos conjuntos cuya sintaxis se va esbozando «porque la verdad reside en el enunciado y no en la palabra aislada». La obra de Scaliger, escrita con un estilo de violenta oposición a las teorías de sus antecesores y de constante replanteamiento de las contemporáneas, pretende ser, por lo que nos dice el mismo autor, «un libro muy nuevo». Es, en efecto, ejemplar en cuanto que síntesis de las teorías semánticas y formales y en cuanto que precisión de las construcciones en número limitado (unión y sustitución sobre fondo lógico) en las que la lengua se organiza.
La gramática francesa está jalonada después de obras de Maigret, Estienne, Pillot, Garnier y encuentra su punto culminante con las obras
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de Ramus, Dialectique (1556) y Gramere (1562).
La preocupación metodológica fundamental de Ramus consiste en situar su procedimiento en relación, por un lado, con la razón universal (los principios del fundamento lógico de la construcción lingüística) y, por otro lado, con la experiencia o la «inducción singular», como dice él, y que define de la siguiente manera:
«experimentar mediante el uso, observar mediante la lectura de los poetas, oradores, filósofos y, en fin, de todos los hombres excelentes». El razonamiento de Ramus se efectuará en el constante vaivén de la razón al uso, de los principios filosóficos a la observación lingüística.
«Si el hombre es sabedor del arte e ignorante de la práctica, será, dice [Aristóteles], el Mercurio de Pasón y no sabrá si la ciencia se halla fuera o dentro.» (Dialectique.)
La Dialectique y la Grammaire son casi paralelas: la primera se enfrenta con el pensamiento que transciende la lengua; la segunda examina la manera en que dicho pensamiento es transcendido. Lógica y gramática son inseparables por lo que la gramática se desarrolla sobre fondo de lógica. «Las partes de la Dialéctica son dos, Invención y Juicio. La primera declara las partes separadas de las que se compone toda sentencia. La segunda muestra las maneras y especies para disponerlas, mientras que la primera parte de Gramática enseña las partes de la oración y la Sintaxis describe su construcción.» Chevalier lo constató con agudeza: para construirse, la sintaxis se beneficia de la lógica que es supuestamente la base de la lengua en cuanto que organización del fondo común, de la razón universal; pero tal
«beneficio» no va muy lejos porque impide que la sintaxis se vuelva autónoma: habrá de referirse constantemente a las definiciones lógico- semánticas de los términos, es decir, a la morfología.
La gramática formal se ve amenazada por sus propios principios.
Un punto importante en la concepción ramuseana de la relación pensamiento/lenguaje: al asimilar el uno al otro, Ramus plantea el pensamiento en función de la imagen que tiene del discurso, es decir, como una linearidad. La consecuencia estriba en que «presenta como unos moldes fundamentales de la enunciación tres tipos diferentes sustituibles: la oración con verbo lleno —la oración con el verbo ser y la oración negativa», con lo que establece tres tipos canónicos susceptibles de sustitución. El análisis del juicio y del silogismo da los elementos constitutivos del pensamiento así como su organización, que guía la reflexión gramatical y funda el método. Pero ésta precisará una observación rigurosa de la enunciación en sí para construirse de
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forma definitiva. He aquí la definición ramuseana de dicha dialéctica entre lógica y gramática que fundamenta un método fiel a la
«naturaleza»: «Pongamos que todas las definiciones, distribuciones, reglas de Gramática hayan sido encontradas y que cada una haya sido verdaderamente juzgada, y que todas esas enseñanzas hayan sido escritas en diversas tablillas las cuales hayan sido mezcladas entre sí todas juntas dentro de una vasija y barajeadas una y otra vez como si de un juego de naipes se tratara. Aquí pregunto por la parte de Dialéctica que pudiera enseñarme a disponer aquellos preceptos ahora confundidos y devolverles un orden. Primeramente no serán precisos los lugares de invención pues se ha encontrado ya: cada una de las enunciaciones particulares ha sido probada y juzgada. No hará falta, primero, ningún juicio de la enunciación ni, segundo, un silogismo. Lo único que queda es el método, camino seguro de colocación. El dialéctico, pues, elegirá por las luces del método natural dentro de aquella vasija la definición de Gramática ya que es lo generalísimo y la pondrá en primer lugar. “Gramática es doctrina del hablar bien.” Luego, buscará en la misma vasija la partición de Gramática y la colocará en segundo lugar. “Las partes de Gramática son dos: Etimología y Sintaxis.” Consecuentemente, en esa misma vasija, separará la definición de la primera parte y la añadirá en tercer grado después de los predecesores. Así al definir y distribuir, llegará a los ejemplos especialísimos y los colocará en último lugar. Y hará lo mismo en la otra parte, como nos hemos preocupado en disponer hasta ahora los preceptos de Dialéctica, y generalísimo primero, siguiendo los subalternos, los ejemplos especialísimos los últimos».
Las teorías estrictamente gramaticales de Ramus están expuestas en sus Scholae grammaticae (1559), tratado teórico, así como en sus gramáticas latina, griega y francesa. Ya viene enunciado el principio en la Dialectique: será cuestión de gramáticas formales partiendo de bases lógicas y que, para probar su verdad, vuelven a dicha base. Las construcciones gramaticales pasan de una en otra por sustitución o transformación, acorde a las reglas del contexto y a las peculiaridades de las formas. Se excluye el sentido de la reflexión explícita ya que la gramática se da como un sistema de marcas. Una gramática de tal índole, escribe Chevalier, «es incapaz de poner de relieve las relaciones que permitirían mostrar otra cosa que no fuese su propio funcionamiento. El sistema de correspondencias internas se extiende a la investigación de las lenguas emparentadas; la gramática modelo por entero se convierte en marco de las restantes gramáticas; no se podría
hablar de universalismo aquí, sino más bien de imperialismo, si queremos hablar en término de valoración, o de una imposibilidad de salirse de su propio sistema, si queremos trazar los límites del método formal. El mismo proceso se impone para la descripción del francés: si se adopta el sistema formal del latín es por necesidad de un método; las transformaciones formales imprescindibles dentro de una lengua son también imprescindibles para pasar de una lengua a otra; el arsenal de los procedimientos de reducción a la norma están perfectamente dotados por lo que la operación resultará fácil. Razón por la cual se buscará en las preposiciones, en los artículos o en las elipsis el material de conversión, de la misma forma que cuando se habla de los nombres monoplata21 o de los verbos impersonales...».
En el análisis de la gramática francesa, Ramus establece en primer lugar los principios formales y las distinciones formales entre las partes del discurso: «Nombre es una palabra con número y género»,
«hay unos nombres llamados vulgarmente pronombres y parecen tener algunos casos», etc. Además de las marcas morfológicas, se define los términos en función del orden. Así se puede leer en el capítulo «De la convenance du nom avec le verbe» (ed. 1572 de la Grammaire française): «Y parece que por muy mal que nos expresemos, las palabras transpuestas, según la opinión de Aristóteles, deben significar una misma cosa. Pues ya hemos demostrado que el francés tiene cierto orden en la oración que no se puede cambiar de ningún modo». Después de las marcas morfológicas y el orden, el siguiente objeto de estudio es la preposición en tanto que importante elemento sintáctico. Realiza la mutación de una construcción a otra; es el agente formal de una transformación que, por lo demás, en vez de remitir a una concepción dinámica del lenguaje, lo fija en una representación de la lengua como coexistencia de estructuras paralelas y estables que se responden una a otra. Como este ejemplo de sustitución de un
«sintagma verbal» por un «sintagma nominal»: «Mas las tres preposiciones D [de], Du [del]. Des [de los-de las] son tan sumamente eficientes que un nombre no puede nunca estar regido por un nombre o un verbo pasivo, a no ser por medio de aquéllas: como, La vile de París, Le pale’de Roe, La doctrine des Ateniens, Tu es eime de Dieu, du môde, des omes»22.


21 Nombres que sólo poseen un caso.
22 «La ciudad de Paris, el palacio de Roven, la doctrina de los atenienses. Eres amado de Dios, del mundo, de los hombres,...» (Nota del traductor.)
Pero este formalismo no está sino para recoger las consideraciones lógicas acerca del contenido; los métodos lógicos de clasificación, de juicio, de identificación de los elementos, etcétera, rellenan el cuadro formal.
Es obvio que la gramática de Ramus, aun dando un paso considerable en cuanto a la ordenación y al rigor lógico, a la sistematización y la formalización, se detiene, sin embargo, en el umbral del análisis sintáctico por no ser capaz de definir las relaciones ejercidas entre las marcas formales y que disponen el enunciado según un orden estricto. Por lo cual, podríamos decir junto con Chevalier que
«la gramática de Ramus es el primer intento... de una gramática formal pero, ya, el primer fracaso».
Después de Ramus, autores como Henri Estienne, Hypomneses de Gallica lingua peregrinis eam discentibus necessariae. 1582, y Conformité du langage françáis avec le Grec. 1565, así como Antoine Cauchie, Grammatica Gallica, 1570, prosiguen el esfuerzo de formalización de la lengua francesa cada vez más desprendida de los esquemas de la gramática latina.
Sigue, luego, un período de declive de la teoría gramatical francesa. Las grandes obras se elaboran sobre el latín —preocupación por un universalismo propio del Renacimiento nacionalista en apariencia— por autores españoles como Sanctiones, alemanes o neerlandeses como Scopio, Vosio, etc. El culto por la razón se instala de una manera cada vez más firme (se pone al uso entre paréntesis). Tal es, por ejemplo, la obra conocida de Sanctiones, Minerve, seu de causis linguae latinae (Salamanca, 1587), cuyo título es el nombre de la famosa diosa de la razón. Resulta interesante subrayar que, para Sanctiones, su título Minerve se opone al de Mercurius, título de un gramático anterior y rival suyo. Por tanto, Sanctiones sustituye conscientemente el dios del comercio y del cambio por la diosa de la razón, o sea, la concepción del lenguaje como fluidez y comunicación por la concepción del lenguaje como organización lógica y susceptible de descripción rigurosa. La lengua está pensada como la expresión de la naturaleza, es decir, de la razón; los elementos lingüísticos representan los términos lógicos y sus relaciones. Sanctiones se inspira de Ramus pero trasladando a un nivel más abstracto la reflexión ramuseana dedicada a la observación de los hechos lingüísticos. Para Sanctiones, la lengua ya se ha convertido en un sistema: el deseo de sistematización lógica domina al de estructuración formal y, en definitiva, morfológica de Ramus. «Usus porrosine ratione non movetur», escribe Sanctiones y orienta su reflexión
hacia el sentido más que hacia la forma.
Se impone una conclusión sobre el desarrollo de la reflexión lingüística en el siglo XVI. La ciencia del lenguaje se desprende de las disciplinas aferentes al mismo tiempo que se apoya en ellas —en la lógica básicamente— pero deja de ser una especulación para devenir una observación. El empirismo se une a la metafísica para moderarla, transformarla en lógica e iniciar la elaboración de un proceder positivo-científico. La antigua controversia heredada de los griegos, entre la concepción de la lengua como natural o como convencional, se ve desplazada y reemplazada por otra: la controversia entre la concepción según la cual la lengua es una ratio o bien un uso. La fisis/tesis se vuelve razón o naturaleza/uso. Mas ambos términos de la dicotomía no se excluyen, tal como ocurría en tiempos de Platón: se superponen y traspasan en vertical al lenguaje que, de este modo, se desdobla en: fondo lógico (racional, necesario, regulado) y enunciación propiamente lingüística (variada, irreductible a su fondo, para captar en sus distintas manifestaciones dentro de una misma lengua o de un idioma a otro). Bacon lo dirá más tarde (De dignitate, 1623): «Pues, en verdad, las palabras son los vestigios de la Razón». La gramática se preocupará por sistematizar esa diversidad-vestigio que cubre un fondo razonable: era la meta de Ramus y de Sanctiones.
A este cambio de método se une una modificación de procedimiento del discurso gramatical: de morfológico que era en sus inicios, se encamina lentamente hacia la sintaxis tanto permitida como obstaculizada por la lógica.
El estudio del lenguaje no se ha vuelto aún «ciencia piloto», modelo de cualquier pensamiento que tenga que ver con el hombre, como ocurre hoy día. Pero en su esfuerzo por sistematizarse, esclarecerse, racionalizarse y especificarse, la gramática se hace disciplina autónoma e imprescindible para quien quiere conocer las leyes del pensamiento. Bacon lo formulará con mucha más precisión: la gramática es, «vista por las demás ciencias, como un viajero que no es, a decir verdad, sumamente excepcional pero sí sumamente necesaria». A partir de este momento, seguir el cambio de la concepción lingüística es lo mismo que seguir la minuciosa transformación de un discurso en vía de volverse científico: el discurso lógico-gramatical. Es decir, que, a partir de este momento, la concepción del lenguaje está claramente ligada a dicha transformación que sufre el conocimiento arrancado a la metafísica medieval, y a las sucesivas transformaciones que allí van a conformarse, a través de todas las manifestaciones
simbólicas de la sociedad (la filosofía, las distintas ciencias, etc.), incluido el estudio del lenguaje.


13. La Gramática de Port-Royal

Después de las obras notables de Scaliger y de Ramus, los estudios de la lengua que nacen a finales del siglo XVI y principios del XVII tienen poca envergadura. Son unas obras con fines pedagógicos que no aportan ninguna innovación teórica si bien se esfuerzan por simplificar las reglas de la lengua para que los alumnos comprendan más fácilmente. Un rasgo positivo a pesar de todo: el número de las lenguas aprendidas aumenta por lo que las gramáticas se vuelven polilingüísticas; se confronta el inglés, el francés, el alemán, el italiano y los marcos impuestos por el latín se desmoronan cada vez más.
La preocupación por regular la lengua se resiente tanto en el plano politico como en el retórico. Malherbe (1555-1628) se va a dedicar a poner cierta disciplina en el francés, limpiándole de todo neolog ismo, arcaísmo o provincialismo. Exigencia idéntica por parte de Richelieu cuando funda en 1635 la Academia francesa: «La función principal será trabajar con todo el cuidado y esmero posible para dar unas reglas certeras a nuestra lengua y hacerla pura, elocuente y capaz de tratar las artes y las ciencias», podemos leer en los estatutos de la Academia de 1634.
Regularización, sistematización, hallazgo de leyes tales que permitan a la lengua francesa alcanzar la perfección de las hablas clásicas, éste es el tono de los debates del siglo.
El arte del hablar bien se pone de moda en Francia: en la corte lo aprenden en el libro de Vaugelas, Remarques sur la langue francesa (1647). Disponiendo de las ideas de Scaligere imitando el estilo de Valla cuyo De Elegantia recoge la enseñanza de Prisciano según una perspectiva amanerada, Vaugelas presenta bajo forma cortés y agradable el francés «armonioso» reducido a unas pocas reglas. Oudin, en su Grammaire française (1634), intenta desarrollar la gramática de su antecesor Maupas pero, en el fondo, sólo acumula unas observaciones sutiles y pormenorizadas en vez de exponer grandes síntesis teóricas. La meta principal de obras de tal índole es acomodar las propiedades de una lengua moderna, el francés, a la vieja máquina latina, sobre la base de la pareja nombre-verbo: hay que
insertar los artículos, las preposiciones, los auxiliares, etc. Tratan de demostrar que una expresión con preposición es igual, en francés, a una expresión con genitivo o dativo en latín. Vaugelas advierte que en el ejemplo: «una infinidad de personas tomaron...», «una infinidad» es nominativo y «personas» genitivo. En otros ejemplos reconoce la existencia del ablativo y, de este modo, completa la declinación francesa.
Para la dignidad de la lengua moderna se precisa probar de cualquier forma que tiene las categorías del latín: todos los esfuerzos se concentran en este sentido. Bacon escribe: «Et n’est-ce pas une chose digne de remarque bien qu’aujourd’huy cela paroisse estrange, que les langues anciennes estoient pleines de déclinaisons, de cas, de conjugaisons, de temps et de choses semblables, et que les Modernes n’en ayant point de semblables font entrer nonchalamment plusieurs choses par des prépositions et par des mots empruntés d’ailleurs? Et c’est a vray dire de fa, que Ton peut facilement conjecturer, quoy que Ton se flatte soy-mesme, que les Esprits des siècles passez dut esté beaucoup plus aigus et plus subtils, que ne sont ceux d’a présent». (Neuf livres, VI, p. 389, trad. 1632)23.
Vislumbramos aquí el callejón sin salida de la gramática formal del Renacimiento. Había probado que las construcciones lingüísticas latinas tenían unas causas, es decir, que eran lógicas y, por tanto, naturales. Las lenguas modernas sólo han de cumplir esas mismas causas; sus estructuras no son sino unos marcos formales que se responden mutuamente, apoyados sobre una misma lógica. El pensamiento acerca del lenguaje se encuentra entonces bloqueado: se establecerá tan sólo los correspondientes formales de un esquema lógico ya establecido, sin poder descubrir nuevas leyes que rigen las lenguas modernas.
Salir del callejón sin salida, es lo que propone la Grammaire de Port- Royal (1660) de Lancelot y Arnauld fundada sobre los principios elaborados por Descartes.
Sabemos que en un gesto idealista Descartes plantea la existencia de


23 «¿Pues no es acaso digno de observación aunque ello parezca extraño hoy, el que las lenguas antiguas estuvieran llenas de declinaciones, de casos de conjugaciones, de tiempos y de cosas semejantes, y que los Modernos, al no tener semejanzas, introduzcan indolentemente varias cosas mediante preposiciones y préstamos? A partir de esto podemos, sin duda, conjeturar aunque nos halagamos a nosotros mismos, que las mentes de los siglos pasados fueron mucho más agudas y más sutiles que lo son las del presente.» (Nota del traductor.)
un pensamiento extralingüístico y da al lenguaje el apelativo de «una de las causas de nuestros errores». Puesto que el universo está dividido en «cosas» e «ideas», se excluye al lenguaje que acaba siendo un estorbo, un intermediario inútil y superfluo. «Au reste, parce que nous attachons nos conceptions a certaines paroles, afín de les exprimer de bouche, et que nous nous souvenons plutôt des paroles que des choses, à peine saurions-nous concevoir aucune chose si distinctement que nous séparions entièrement ce que nous concevons d’avec les paroles qui avaient été choisies pour T’exprimer. Ainsi la plupart des hommes donnent leur attention aux paroles plutôt qu’aux choses; ce qui est cause qu’ils donnent bien souvent leur consentement à des termes qu’ils n’entendent point, et qu’ils ne se soucient pas beaucoup d’entendre, soit parce qu’ils croient les avoir autrefois entendus, soit parce qu’il leur a semblé que ceux qui les leur ont enseignés en connaissent la signification, et qu’ils l’ont apprise par le même moyen.» (Les Principes de la philosophie. I, p. 74)24.
Si tal formulación concreta objetivamente el estado al que conduce la teoría del conocimiento cartesiano, parece, sin embargo, que se plantea como un obstáculo ante cualquier intento serio de estudio del lenguaje en cuanto que formación material específica. No obstante, las concepciones de Descartes acerca del entendimiento humano, sus principios del razonamiento (Discurso del método), etc., guiaron a los Solitarios de Port-Royal y sucesores en su búsqueda de las leyes del lenguaje. Fenómeno paradójico fue aquel en que una filosofía, la de Descartes, que omite el lenguaje, se convirtió —y ello hasta hoy— en el fundamento del estudio del lenguaje. Considerada en sus orígenes, la lingüística cartesiana es una contradicción en los términos (la desconfianza cartesiana del lenguaje está tomada como garantía de la realidad absoluta de una normalidad gramatical sostenida por el sujeto), que ilustra las dificultades futuras del proceder científico en el dominio de las ciencias humanas, proceder condicionado y preso, desde su raíz, por las redes de la metafísica.

24 «Por lo demás, puesto que ligamos nuestras concepciones a ciertas palabras, con el fin de expresarlas verbalmente, y puesto que nos acordamos más de las palabras que de las cosas, difícilmente podríamos concebir cosa alguna con la suficiente distinción como para separar totalmente lo que concebimos de las palabras que hubiéramos elegido para expresarlo. De este modo, la mayoría de los hombres otorgan su atención a las palabras más que a las cosas; con lo cual dan a menudo su consentimiento a unos términos que no entienden y que no tratan de entender, ya sea porque crean haberlos entendido anteriormente, ya sea porque les haya parecido que quienes se los enseñaron conocían la significación y que. de la misma manera, la han aprendido.” (Nota del traductor.)
A primera vista, la gramática de Port-Royal no se distingue de manera sensible de las que la precedieron, las gramáticas formales del Renacimiento, a no ser sin duda por su claridad y su concisión. Efectivamente, encontramos las mismas correspondencias entre los casos latinos y las construcciones de la lengua francesa. No obstante, dos innovaciones metodológicas fundamentales renuevan por completo la visión de la lengua propuesta por los Solitarios de Port- Royal.
En primer lugar, teniendo en cuenta al mismo tiempo el del estado actual de la gramática, heredado del Renacimiento, reintroducen la teoría medieval del signo que los humanistas-formalistas habían olvidado o, al menos, callado. La lengua es, en efecto, un sistema, tal como lo había mostrado Sanctiones, pero un sistema de signos. Las palabras y las expresiones lingüísticas revisten unas ideas que remiten a unos objetos. La relación lógica o natural que revela la verdad de las cosas, se efectúa en el nivel de las ideas: es el nivel lógico. La gramática tratará un objeto, la lengua, que no es más que el signo de aquella dimensión lógica y/o natural: por lo cual dependerá de la lógica, gozando a su vez de autonomía. He aquí el forcejeo metodológico que dará pie a un planteamiento de una ratio en tanto que fondo de la lengua, una ratio común y necesaria sobre la cual se va a establecer, en relación a ella pero también distanciado de ella, el juego de los signos —de las formas— propiamente lingüísticos, y las leyes de una construcción lingüística nueva podrán especificarse.
La Grammaire de Lancelot y Arnauld es indisociable de la Logique (1662), redacta por el mismo Arnauld pero en colaboración con Nicole. Los proyectos —gramatical y lógico— tienen puntos comunes y se responden: la gramática está basada sobre la lógica y ésta estudia la expresión lingüística. Lancelot reconoce en su prólogo de la gramática que los «verdaderos fundamentos del arte de hablar» le fueron dictados por Arnauld, futuro coautor de la Logique. Para éste, la Lógica, incluso si se niega a considerar las formas lingüísticas y no tiende más que hacia «una sintaxis de los elementos de la concepción», no olvida por ello las palabras: «Empero es ciertamente de alguna utilidad para el propósito de la Lógica, que es pensar bien, comprender los usos diversos de los sonidos destinados a significar las ideas, y que la mente suele ligar tan estrechamente que no se concibe la una sin la otra de modo que la idea de la cosa excita la idea del sonido, y la idea del sonido la de la cosa.
»De manera general podemos decir a este respecto que las palabras
son unos sonidos tan distintos y articulados de los cuales los hombres hicieron unos signos para marcar lo que sucedía en su mente.
»Y puesto que lo que sucede ahí se reduce a concebir, a juzgar, razonar y ordenar, como ya lo hemos dicho, las palabras sirven para marcar todas aquellas operaciones...» (Logique II, I, pp. 103-104).
El hecho de que la publicación de la Grammaire preceda unos pocos años la de la Logique (aunque ambos libros parecen haber sido redactados en el mismo impulso) es sin duda un síntoma que demuestra cómo el estudio del lenguaje en sí supone para la epistemología del siglo XVII el punto inicial y determinante de la reflexión.
¿Cuál es esa idea del signo que la fusión de la lógica y de la gramática plantea en tanto que base de la Grammaire Générale?
Los Modistas, ya lo dijimos, distinguían tres modos de simbolización: modi essendi, modi intelligendi y modi significandi. ¿Cómo recoge Port-Royal aquella teoría? La Grammaire comienza con la siguiente declaración:
«La gramática es el arte de hablar.»
«Hablar es explicar sus pensamientos mediante unos signos que inventaron los hombres para ese fin.»
«Se descubrió que los signos más cómodos eran los sonidos y las voces.»
La Grammaire no da más detalles acerca del «modelo del signo». Si
los encontrásemos en la Logique donde se propone el mapa geográfico a título de ejemplo: la idea que me hago de ese mapa remite a otro objeto (la región real que representa el mapa) del que puedo hacerme una idea a través de la idea que me da el signo-mapa. El signo, matriz con cuatro términos, viene definido en la Logique (I, IV) según sigue:
«De modo que el signo encierra dos ideas, una de la cosa que representa, otra de la cosa representada, y su naturaleza consiste en excitar la segunda mediante la primera».
Esta teoría del signo (que Michel Foucault explicó en su Introducción à la Grammaire de Port-Royal) supone obviamente una crítica del razonamiento de tipo aristotélico (es decir, por los objetos y categorías definidos de ante mano) e implica un paso a un planteamiento lógico que estudia las ideas y los juicios cubiertos por los signos. Pues debajo de los signos lingüísticos se oculta toda una lógica de las ideas y de los juicios que hay que comprender para «hacer por medio de la ciencia lo que los demás tan sólo hacen por costumbre». Foucault ha subray ado la triple consecuencia teórica que conlleva una visión de la lengua en
tanto que sistema de signos. En primer lugar, permite —como resultado de un proceso empezado desde hace ya un siglo— que el discurso sostenido acerca de la lengua se sitúe en un nivel diferente del suyo: se habla de la formas (lingüísticas) al hablar de la forma del contenido (lógico). Es decir, que la lengua está delimitada en tanto que campo epistemológico: «La lengua en tanto que campo epistemológico no es la que se pude utilizar o interpretar; es aquella de la que puede enunciar los principios en una lengua que pertenece a otro nivel.» Por otra parte, la Grammaire Générale «sólo definía un espacio común a todas las lenguas en la medida en que abría una dimensión interior a cada una: sólo ahí se la deba buscar». Y, por último, esta racionalización de la lengua era una ciencia del razonamiento pero no una ciencia de la lengua en cuanto que objeto específico. «La gramática general, a diferencia de la lingüística, es más una manera de concebir una lengua que el análisis de un objeto específico que sería la lengua en general.»
El método de Port-Royal, sin embargo, con sus ventajas y sus diferencias, aportó su contribución a la elaboración de un acercamiento científico del lenguaje.
Para la Grammaire Générale, la palabra no es sólo una forma que cubre un contenido semántico. Port-Royal retoma la tríada, medieval modi essendi-modi signandi- modi significandi; acentúa la diferencia entre modi signandi (la idea) y modi significandi (el signo) y orienta la gramática hacia una sistematización de las relaciones entre ambos y, por ende, con el objeto. La gramática ya no es un inventario de términos o de correspondencias formales de construcciones, sino un estudio de las unidades superiores (juicio, razonamiento). La lengua ya no es un ensamblaje, una yuxtaposición de términos sino un organismo, una «creación».
Esta teoría del signo no viene de forma explícita en la Grammaire. Está latente aunque la teoría de las distintas formas de la significación de las palabras la saca a relucir con nitidez. Tras haber descrito el aspecto fónico del habla («lo que tiene de material»), la Grammaire (en: Que la connaissance de ce qui se passe dans notre esprit est nécessaire pour comprendre les fondements de la Grammaire: et que c’est de la que dépend la diversité des mots qui composent le discours 25) prosigue de la siguiente

25 Nota del traductor. «Cuan necesario es el conocimiento de lo que ocurre en nuestra mente para comprender los funcionamientos de la gramática; y de ello depende la diversidad de las palabras que componen el discurso”.
manera:
«Hasta aquí, hemos considerado en el habla solamente lo que tiene de material y que es común, al menos para el sonido, a los hombres y los loros.
»Nos queda por estudiar lo que tiene de espiritual, que es una de la mayores ventajas del hombre por encima de todos los demás animales y que constituye una de las mayores pruebas de la razón: a saber cómo recurrimos a él para significar nuestros pensamientos y aquella invención maravillosa de componer veinticinco o treinta sonidos, esa infinita variedad de palabras que, aunque no tengan nada en sí mismas que se parezca a lo que sucede en nuestra mente, no dejan por ello de revelar a los demás todo el secreto que ahí encerramos y de dejar entender a quienes no pueden penetrar en ella todo lo que concebimos y todos los diversos movimientos de nuestra alma.
»Así, pues, podemos definir las palabras, sonidos distintos y articulados, en las que los nombres hicieron signos para significar sus pensamientos.
»Por lo cual, no se puede comprender bien las diversas suertes de significaciones que las palabras encierran, si no ha comprendido bien antes lo que ocurre en nuestros pensamientos puesto que las palabras se inventaron tan sólo para hacerlos conocer.
»Todos los filósofos enseñan que hay tres operaciones de nuestro espíritu: CONCEBIR, JUZGAR, RAZONAR.
»CONCEBIR no es otra cosa que una simple mirada de nuestro espíritu sobre las cosas, bien de una manera puramente intelectual, como cuando conozco el ser, la duración, el pensamiento, Dios; bien con unas imágenes corporales, como cuando me imagino un cuadrado, un círculo, un perro, un caballo.
«JUZGAR es afirmar que una cosa que concebimos es tal o no es tal: como cuando, una vez que he concebido lo que es la tierra y lo que es redondez, afirmo de la tierra que es redonda.
«RAZONAR es servirse de dos juicios para hacer un tercero: como cuando, una vez que he juzgado que toda virtud es loable, y que la paciencia es una virtud, concluyo que la paciencia es loable.
»Por lo que vemos que la tercera operación del espíritu no es sino una extensión de la segunda; pues, bastará, para nuestro propósito, considerar las dos primeras, o lo que se encierra de la primera en la segunda ya que los hombres casi nunca hablan para expresar simplemente lo que conciben sino casi siempre para expresar los juicios que tienen de las cosas que conciben».
»El juicio que hacemos de las cosas, como cuando digo, la tierra es redonda, se llama PROPOSICIÓN; entonces, toda proposición encierra necesariamente dos términos; el uno llamado sujeto que es aquello de lo que se afirma, como tierra; y el otro llamado atributo que es aquello que se afirma, como redonda: y, además, la unión entre ambos términos, es.
»Pero es fácil ver que ambos términos pertenecen propiamente a mi primera operación del espíritu porque es lo que concebimos y lo que es el objeto de nuestro pensamiento; y que la unión pertenece a la segunda, que podemos decir sea propiamente la acción de nuestro espíritu y la manera en que pensamos.
»Y de este modo la mayor distinción de lo que sucede en nuestra mente consiste en decir que podemos considerar al objeto de nuestro pensamiento y la forma o la manera de nuestro pensamiento, siendo el juicio la principal: pero hemos de añadir aún las conjunciones, disyunciones y demás operaciones similares de nuestro espíritu, y todos los movimientos restantes de nuestra alma, como los deseos, el mandamiento, la interrogación, etc.
»De ahí se sigue que, como los hombres necesitaron unos signos para marcar todo lo que ocurre en su espíritu, es preciso también que la más general distinción de las palabras sea que las unas signifiquen los objetos de los pensamientos, y las otras la forma y la materia de nuestros pensamientos, aunque a menudo no la significan sola sino con el objeto, tal como lo haremos ver.
»Las palabras de la primera suerte son aquellas que llamamos nombres, artículos, pronombres, participios, preposiciones y adverbios; las de la segunda son los verbos, las conjunciones y las interjeciones; sacados todos, por una sucesión necesaria, de la manera natural en que expresamos nuestros pensamientos, tal como lo vamos a demostrar».
Una lectura atenta de este capítulo muestra cómo el lenguaje-signo, sostenido por el fondo de la idea y del juicio, sufre una consecuencia mayor en la distribución y organización de las categorías gramaticales. De modo que llegamos a la segunda novedad que aporta la Grammaire Générale.
La lógica aristotélica proponía una jerarquía de las partes del discurso en la que el nombre y el verbo tenían iguales rangos. No obstante, siguiendo la generación del juicio y del razonamiento, la Grammaire Générale ha podido distinguir, por un lado, las partes del discurso que son los signos de los «objetos de nuestro pensamiento» (por concebir): nombre, artículo, pronombre, participio, preposición,
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adverbio: y, por otro lado, «la forma o la materia de nuestro pensamiento»: verbo, conjunción, interjeción. Por lo cual se plantea las partes del discurso como partícipe de una operación, de un proceso. De ahí que, ya en las primeras páginas, y contrariamente a los que se ha podido decir, la Grammaire anuncia su proyecto de elaborar un construcción: sobre un fondo lógico hacia la descripción del sistema de sentidos que (para el Renacimiento) está al origen del ensamblaje arbitrario de las palabras, los Solitarios se sirven de la palanca del signo para proponer una sintaxis. La sintaxis del juicio (sintaxis lógica) se encamina hacia una sintaxis lingüística.
La proposición, en efecto, se convierte en el elemento básico de la reflexión gramatical. Los componentes claves de la proposición son con toda evidencia el nombre y el verbo pero el verbo es el eje determinante. Los nombres que comprenden los substantivos y los adjetivos designan los «objetos de nuestros pensamiento» que pueden ser bien como la tierra, el sol, el agua, la madera, lo que se suele llamar substancia»: bien «la manera de las cosas, como ser redondo, ser rojo, ser sabio, etc., lo que se llama accidente». En el primero de los casos, aquellos nombres son substantivos, en el segundo adjetivos. Entre las modalidades de los nombres, el caso llama particularmente la atención de la Grammaire Générale. Ello se debe a que el caso expresa las relaciones están marcadas en francés por otros medios que la declinación: la preposición, por ejemplo. «Si siempre consideráramos las cosas por separado, los nombres sólo constarían de los dos cambios que acabamos de marcar: a saber, del número para toda suerte de nombres y del género para los adjetivos; mas porque los miramos a menudo con las diversas relaciones que tienen unas con otras, una de las invenciones utilizadas en algunas lenguas para marcar dichas relaciones ha sido la de dar a los hombres diversas terminaciones que se han llamado casos, del latín cadere, caer, como si de las diversas caídas de una palabra se tratara.
«Cierto es que, de todas las lenguas, tal vez solamente la lengua griega y la latina tengan propiamente unos casos en los nombres. No obstante, puesto que hay pocas lenguas que tengan algunas suertes de casos en los pronombres y que sin ello no se podría comprender bien la ligazón del discurso, llamada construcción, es casi necesario, para aprender cualquier lengua, saber lo que se entiende por casos...».
Ahora bien, si los nombres y todas las partes del discurso en general, que designan los objetos concebidos son imprescindibles para la construcción del juicio y, por ende, de la proposición, su eje, ya lo
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hemos dicho, es el verbo. Para los gramáticos de Port-Royal, el verbo es lo que afirma y ya no lo que marca el tiempo (como lo era para Aristóteles) o la duración (como lo era para Scaliger). Dicho de otro modo, todo verbo comporta de manera implícita al sema es, o todo verbo es ante todo el verbo ser.
En el capítulo sobre el verbo, la Grammaire Générale expone claramente una concepción sintáctica de la lengua, teniendo como base la sintaxis del juicio. Es decir, que sobre la base de la sintaxis del juicio se esboza una concepción de la sintaxis de la proposición. Los términos ya no están aislados; forman un complejo centrado sobre la relación nombre/verbo que se ha convertido en la de sujeto/predicado.
«Tal juicio se llama igualmente proposición y es fácil ver que debe tener dos términos: el uno del que afirmamos o del que negamos y que llamamos sujeto; el otro que afirmamos o que negamos y que llamamos atributo o praedicatum» (Logique. II, IV, p. 113).
Pero al estar el núcleo oracional bloqueado y vuelto sobre sí mismo, la sintaxis lingüística, prometida por la sintaxis del juicio, está parada. La Grammaire Générale tanto sólo propone cuatro página de sintaxis a las que se unen dos más de Figuras y construcciones. El gramático, el cual es sobre todo un filósofo del juicio, tendrá que introducir, para analizar las relaciones propiamente lingüísticas que sobrepasan la matriz del juicio, unos suplementos analizables por una sintaxis de las reacciones. Sin embargo, la Grammaire Générale admite solamente la sintaxis de concordancia, y no la de régimen: «La de régimen, al contrario, es arbitraria casi por entero y, por esta razón, se halla de muy diferente manera en todas las lenguas; pues las unas hacen los regímenes con los casos, las otras, en lugar de casos, recurren sólo a unas pequeñas partículas que actúan como tal, y que incluso marcan únicamente unos pocos casos, cual en francés y en español no tenemos más que de y a que marcan el genitivo y el dativo; los italianos le añaden da para el ablativo. Los demás casos no tienen partícula alguna sino el mero artículo que no se encuentra siempre por los demás». Vemos cómo la imposibilidad de formalización de las reacciones propiamente lingüísticas obliga al filósofo a retomar la concepción latina, morfológica, de la organización del discurso.
Sería inexacto, sin embargo, creer que el alcance sintáctico de la Grammaire Générale no va más allá de los límites de las relaciones sujeto/predicado.
El capítulo Del pronombre llamado relativo consta de una reflexión que abarca unos conjuntos lingüísticos bastante amplios y construye unos
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esquemas sintácticos que superan la proposición simple, ya que organizan unas proposiciones complejas (la segunda observación no viene añadida hasta la edición de 1664 y tal vez no se apreciara suficientemente su importancia):
«Lo que [el pronombre relativo] tiene de propio puede ser considerado de dos maneras:
»La primera es el que tenga siempre relación con otro nombre o pronombre, llamado antecedente, cual Dios que es santo. Dios es el antecedente del relativo que. Mas tal antecedente está en ocasiones sobreentendido y no expresado, sobre todo en la lengua latina, como se ha puesto de relieve en la Nouvelle Méthode para dicha lengua.
»La segunda cosa que tiene el relativo propiamente suyo y que nadie, que yo sepa, había advertido hasta ahora es que la proposición en la que entra (que podemos llamar incidente) puede pertenecer al sujeto o al atributo de otra proposición, que podemos llamar principal.»
Los marcos del razonamiento lingüístico se ensanchan primero más allá de los términos para hallar la proposición; luego los segmentos analizados se hacen incluso más grandes que la proposición simple y el análisis se enfrenta con las relaciones intra-oracionales; por último, la noción de complementariedad de los términos parece juntarse con la de subordinación de manera que el lenguaje ya no es una oratio. conjunto formal de términos, sino un sistema cuyo núcleo principal es la proposición originada por la afirmación del juicio. Tales son, en resumen, las adquisiciones permitidas por la concepción lógica de la Grammaire Générale y se van a desarrollar para que, un día, se conviertan en una ciencia propiamente lingüística de las relaciones lingüísticas. Esto no impide que el procedimiento lógico de Port-Royal haya marcado, hasta nuestros días, el estudio del lenguaje hasta tal punto que los lingüistas tendrán las máximas dificultades para desprender su análisis de la de los componentes lógicos y la lingüística oscilará entre un formalismo empirista (descripción de las estructura formales) y una lógica transcendental (descomposición del contenido en categorías tomadas de la lógica).
Si la Grammaire Générale dominó el siglo XVII, también es cierto que se desarrolló sobre un fondo de actividad lingüística intensa. Varias obras se dedican a la articulación de los sonidos y a la ortografía, cual el estudio de Petrus Montanus (Holanda), Spreeckonst (Arte del habla. 1635); de Al. Hume, Of the ortographie and congruitie of the Briton Tongue, 1617. Una extensa escuela de fonética trabaja en Inglaterra: de
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ello dejan constancia las obras de Robert Robinson, The Art of Pronnonciation, 1617; W. Holder, Elements of Speech, an Essay of Inquiry into the Natural/ Production of Letters, 1669; Dalgrano, Didoscalocophus, or the Deaf and Dumb Man’s Lector, 1680; etc. Se considera Le Traité de physiqué de Rohault (1671) y De corpore animato (1673) de Du Hamel como los primeros pasos dados hacia una fonética científica, basada sobre una experimentación y un análisis anatómico del aparato vocal.
Otra particularidad del estudio de la lengua en el siglo XVII es el interés por las lenguas extranjeras y por la constitución de teorías históricas del lenguaje. Citemos entre aquellas obras políglotas: Thesaurus polyglottus de J. Mégiser (1603), así como varias gramáticas del ruso (de H. G. Ludolf, Oxford, 1696), del turco (Mégiser, Leipzig, 1612), los trabajos de los jesuítas sobre la China (cf. p. 102), las investigaciones de Kircher sobre el egipcio, etc.
La investigación lexicográfica es intensa: después de le Trésor de la langue française de Nicot, en 1606, y de la publicación del Dictionnaire français de Fr. Richelet en Ginebra, 1679-1680, Furetiére publica el Dictionnaire universel contenant généralement tous les mots français, tant vieux que modernes, et les termes de toutes les Sciences et les Arts (La Haya, Roterdam, 1690). En 1694 se publicó el Dictionnaire de l’Académie con la firma de Vaugelas y de Mézeray y su suplemento, el Dictionnaire des Arts et des Sciences de Thomas Corneille es de considerable importancia.
Basándose sobre la diversidad lingüística, se trata bien de establecer un origen común de las lenguas (cf. Guichard, Harmonie étymologique des langues, ou se démontre que toutes les langues descendent de l’hébraïque. 1606), bien de elaborar una lengua universal (Lodwick, A Common Writing, 1647; Dalgrano, Essay Towards a Real Caracter, 1668, etc.)- La pluralidad de las lenguas asusta, se intenta encontrarles un equivalente general: ¿no era acaso el estimulante fundamental de la Grammaire Générale? El mismo deseo de hallar una razón de la lengua francesa inspira sin duda a Ménage en su diccionario etimológico Origine de la langue française (1650), así como sus observaciones acerca de la lengua francesa (1672). El autor «demuestra», equivocándose casi siempre, la etimología de las palabras francesas haciéndolas derivar de una palabra latina o griega.
Las obras de los grandes retóricos como Rhétorique ou Art de parler del padre Lamy (1670), Génie de la langue française de Aisy (1685), De oratione discendi et docendi (acerca del método y la enseñanza lingüística) del padre Jouvency (1692), etc., llegaron después de las
Remarques de Vaugelas, de Bonhours y de Ménage, desembocando, a menudo con sutiliza y persiguiendo el mismo propósito de búsqueda de un fundamento común a todas las lenguas, sobre la obra monumental y ecléctica de François-Séraphin Régnier-Des-marais, secretario perpetuo en la Academia Francesa, Traité de la grammaire française, 1706. Estamos lejos aquí del rigor y de la orientación teórica de la Grammaire Générale de Port-Royal: la reflexión de Régnier se centra en la palabra y su entorno, sin considerar el conjunto de la oración y las relaciones que rigen sus componentes.

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