El "Ojitos Saltones" que se infiltró en la izquierda
Tribunales lo identifica como infiltrado CNI en celula mirista luego de 27 años. El sujeto
era el Jefe de Seguridad de Mirtha Dubost en Iquique hasta hace unas semanas.
Dos
jóvenes asesinados en abril de 1989, bombas en el Metro, asaltos de
poca monta y la creación de un grupo de izquierda armada, formado por
familiares de presos políticos del MIR. Todo ello articulado por un
supuesto dirigente mirista que no era tal y que se hacía llamar
"Miguel". La justicia lo procesó y detuvo esta semana, luego de que ex
militantes y ex agentes de la CNI lo identificaran como el infiltrado.
Un ex carabinero llamado Jorge Rivas Arancibia. Víctor Cofré 04 de
septiembre del 2016
A
Ronald Quinteros le cambió la vida en diciembre de 1981, cuando su
padre murió a balazos. Tenía ocho años y su progenitor, un militante del
MIR, encargado de logística, fue asesinado en la calle por un equipo de
la Central Nacional de Informaciones, CNI, el organismo de seguridad
del régimen.
A
Ronald Quinteros le volvió a cambiar la vida en febrero de 1989, cuando
debió salir rápidamente de Chile, en un avión rumbo a Cuba,
escabulléndose de una operación de inteligencia que lo tuvo al filo del
colapso. Tenía 16 años y creía participar en un apéndice miliciano del
MIR. Eso suponían él y otra veintena de menores de edad que participaban
clandestinamente en un contingente de izquierda que se instruyó en el
uso de las armas. El jefe de ese grupo se hacía llamar “Miguel”, se
presentaba como un militante experimentado del MIR y había reclutado a
los jóvenes uno a uno en los meses previos. Pero “Miguel” resultó no ser
quien decía y a comienzos de 1989 sus pupilos descubrieron que eran
víctimas de una infiltración. En el camino quedaron una docena de
menores de edad huyendo de Chile y dos adolescentes muertos en las
calles de Santiago. Y de “Miguel” nunca más se supo. Hasta marzo de este
año. Ronald Quinteros había aceptado dar la cara y declaró
judicialmente en febrero. Contribuyó en esos días con un retrato hablado
de “Miguel”. Volvió a ir un mes después a un tribunal en el centro de
Santiago, donde le mostraron la fotografía de un hombre, una
reproducción de un carné de identidad de hace 20 años. Y Ronald
Quinteros, un cineasta de 43 años, en menos de un segundo reconoció, con
una certeza del 100%, según el expediente, al hombre que alguna vez le
cambió la vida. Este lunes, Ronald Quinteros estuvo al lado del tipo que
conoció como “Miguel”. En las oficinas del ministro Mario Carroza,
Quinteros fue careado con el sospechoso y lo volvió a identificar como
el infiltrado de fines de los años 80. Veintisiete años después, Miguel
aparecía con su verdadera identidad. Un ex carabinero que penetró la
periferia del MIR.
***
En
la esquina de Radal con San Pablo, en la comuna de Quinta Normal, Iván
Palacios y Eric Rodríguez esperaban la oscuridad. Tenían la intención de
acercarse a un transformador eléctrico instalado en lo alto de dos
postes y detonar una bomba. Cuando se acercaron a su objetivo, la CNI
inició el operativo. Los testigos dicen que la luz se fue y comenzaron
los disparos, que las ráfagas levantaron a ambos encapuchados en el aire
y que luego, en el suelo, uno de ellos se convulsionaba mientras era
pateado por civiles no identificados. Que varios vehículos llegaron al
mismo tiempo y que los disparos duraron varios minutos, como si fuese un
descomunal enfrentamiento. Eran cerca de las 21 horas del 18 de abril
de 1989, la última jornada de protesta oficial contra el régimen de
Augusto Pinochet. En la vereda falleció casi al instante Iván Palacios,
18 años, egresado del Liceo A 78. A su lado, en la calzada, agonizaba
Eric Rodríguez, un año mayor, otro ex alumno del mismo colegio de Quinta
Normal. Falleció en septiembre de ese año, tras varios meses
hospitalizado. Rodríguez y Palacios se conocían del A 78, pero habían
estrechado vínculos en una misma militancia. Ambos tenían ideas de
izquierda y en 1988, antes del plebiscito, se incorporaron a un grupo
que se autodenominó La Resistencia y que obedecía, suponían,
instrucciones del MIR. Era La R.
La
CNI informó esa noche que había sido un enfrentamiento, que ambos
caídos eran milicianos rodriguistas y que un agente había resultado
herido. En las investigaciones que luego hizo la Fiscalía Militar
declararon tres agentes, todos con identidades falsas. Dijeron que en un
patrullaje se encontraron por casualidad con Palacios y Rodríguez y que
hubo un intercambio de disparos. Y que por la CNI sólo estuvieron ellos
tres. Lo que declararon era mentira, admitieron años después, con sus
nombres reales, al juez Carroza, quien investiga casos de violaciones a
los derechos humanos de aquellos años y que reabrió esta causa en 2010.
En
realidad, esa noche operaron varios equipos de tres personas cada uno.
La CNI llegó al lugar con información privilegiada: sabían de antemano
lo que harían Iván Palacios y Eric Rodríguez. Era una emboscada. Luis
Arturo Sanhueza Ross, alias “El Huiro”, jefe de la Brigada Azul, que en
la CNI perseguía al MIR, declaró en 2014 que en esos días recibieron
otro dato de la misma fuente: una línea del Metro sería objeto de un
atentado explosivo. La CNI vigiló varias zonas, pero no patrulló la
Estación San Pablo, donde el 17 de abril de 1989, a las 15.03 horas, una
bomba destruyó vagones de un tren sin gente. Según ex miembros de La R,
ahí estuvieron Iván Palacios y Eric Rodríguez. Un día antes de caer
bajo una lluvia de disparos.
Veinticinco
años después, Sanhueza Ross reconoció que el operativo de la CNI que
terminó con dos jóvenes abatidos se hizo por información entregada por
un agente de la CNI conocido como “Miguel”, quien estaba infiltrado en
grupos de izquierda y que “tenía muchas cualidades de inteligencia, de
dominio de operaciones”.
Ex
compañeros de los dos muertos sostienen que “Miguel” les dio, ese mismo
día, la orden de colocar la bomba en San Pablo con Radal. “Esto fue
puro sapeo”, le dijo Eric Rodríguez a su madre semanas después de caer
herido, en el Hospital San Juan de Dios, antes de que su salud empeorara
sin remedio.
En
febrero de 2015, ya desvirtuada la tesis del enfrentamiento, el juez
Carroza procesó a seis integrantes de la CNI por el homicidio calificado
de Palacios y Rodríguez. Faltaba aún descubrir al agente infiltrado.
Sólo se sabía que era originario de Concepción y que en la CNI, en
Santiago, tenía acceso directo a la jefatura de la Agencia
Metropolitana. A fines del año pasado, el juez Carroza abrió un cuaderno
separado para identificar a “Miguel”. Y llegó la pista que esperaba.
***
La
última noche de 1988, media hora antes del Año Nuevo, los discípulos de
“Miguel” colocaron tres bombas. Era un inexplicable y descabellado
homenaje a la Revolución Cubana, que cumplía tres décadas. Los objetivos
eran el Servicio de Vivienda y Urbanismo, la dirección general del
Metro y la casa matriz de la automotora Derco. Todo en el centro de
Santiago. En los tres ataques simultáneos participaron una decena de
jóvenes y con ello coronaron un año febril de acciones armadas.
Asaltaron guardias de azul en la Quinta Normal, colocaron bombas de
ruido en los funerales del mirista Pablo Vergara Toledo, atacaron
iglesias mormonas, robaron una tienda de andinismo y una botillería,
unas veces con cuchillos, otras con revólveres, que eran más bien
escasos. El jefe del grupo era “Miguel”, quien se hacía pasar por un
comandante de las tres facciones en que se había dividido el MIR, la más
militarista. “Miguel” se había acercado a grupos de familiares de
presos políticos unos años antes, pero en la primera parte de 1988
comenzó a reclutar jóvenes ligados a esa cultura política: hijos,
primos, sobrinos de militantes históricos del MIR. Territorialmente, la
mayoría provenía de Quinta Normal y Pudahuel; más tarde se sumaron otros
reclutas en la Villa Francia. Y muchos procedían, además, de dos
colegios: el A 78 y el Andacollo. En poco tiempo se sumaron varios
estudiantes secundarios a La R. Entre ellos, Iván Palacios y Eric
Rodríguez. Entre ellos, Marco Rodríguez, hijo de dos militantes
emblemáticos del MIR. Rodríguez participó en ese grupo y años después,
en 2002, fue apresado en Brasil por el secuestro del publicista
Washington Olivetto, un plagio que perseguía dinero para las Farc de
Colombia. Ocho años más tarde se fugó de Brasil y su paradero es hoy
desconocido.
Todos
los que participaron en ese tiempo eran menores. La ley establecía la
mayoría de edad a los 21 años, la que bajó a 18 años recién en 1993.
“Miguel” los fotografió con armamento y los instruyó en el manejo de
fusiles Aka y Fal, subametralladoras Uzi, pistolas, TNT y mechas. Muchas
instrucciones militares las realizaron en capillas de la zona poniente
de Santiago.
Uno
de esos ex militantes reivindica la adhesión a la causa
antipinochetista. “Vivimos y pensamos que estábamos haciendo algo por el
país”, analizó hace unos años quien usaba el nombre falso de “Pedro”.
Pero la radicalización los cegó. Tanto que en círculos de izquierda eran
conocidos como “los ayatolas”. O en jerga revolucionaria, unos “cabezas
de pistola”.
Carlos
Moreno, dirigente de Pudahuel y encargado regional del MIR, supone que
quienes apedrearon y dispararon contra su casa en esos años fueron los
discípulos de “Miguel”, quienes criticaban su “amarillismo” y su poco
arrojo. A él le tenían dedicado un cuchillo con una consigna inscrita en
él: “La R te mata por traidor”. “Miguel” solía criticar al MIR
Político.
A
comienzos de 1989, las dudas entre los militantes de La R crecieron.
Mientras “Miguel” viajaba al sur, como era habitual, cruzaron datos: la
abundancia de recursos de “Miguel” -armamento y vehículos- era inusual y
su discurso político, radical, estaba lleno de incoherencias. Pero otro
dato causó extrañeza: nadie en el MIR lo conocía. Aterrados, varios
militantes se contactaron con el Comité de Derechos del Pueblo, Codepu,
un organismo de defensa de derechos humanos ligado al MIR, y pidieron
auxilio. En pocas semanas, los precoces subversivos hicieron
declaraciones juradas que mantuvieron en secreto y muchos arrancaron. La
mayoría cruzó la cordillera en bus, a comienzos de abril, hacia
Argentina, donde estuvieron durante años. Iván Palacios y Eric
Rodríguez no viajaron. “No estuvieron de acuerdo con la idea (de) que
“Miguel” era un infiltrado (…). Se quedaron en Santiago y continuaron en
contacto con él”, declaró Ronald Quinteros en febrero.
Tras
la muerte de Iván Palacios, la olla se destapó. El Codepu entregó la
información a la revista Pluma y Pincel, que publicó la historia de
“Miguel”, pocos días después de la balacera de calle San Pablo. Y
“Miguel” se borró del mapa.
***
Jorge
Enrique Rivas Arancibia subió caminando las escaleras del Hotel
Araucano, en Concepción. Iba con otros dos agentes, un militar y un
marino adscritos a la CNI, en busca de un radiotransmisor que había
difundido desde allí una proclama de radio Liberación. En el piso 10, en
la habitación 1017, estalló una bomba puesta por el MIR. El militar y
el marino murieron ese 25 de marzo de 1985. Jorge Rivas, un carabinero
en comisión de servicio en la CNI desde 1984, sufrió diversas fracturas,
quedó con un trauma acústico severo y una cicatriz en el cuello. Ex
integrantes de La R decían que “Miguel” tenía una cicatriz en el cuello,
que se parecía a Alvaro Corbalán, el jefe de la CNI y que tenía ojos
como de sapo.
Por
las secuelas del atentado del Hotel Araucano, Jorge Rivas se acogió a
retiro de Carabineros en junio de 1986, con el grado de cabo segundo y
13 años de servicio. Pero se mantuvo en la CNI hasta 1989. Su nombre
llegó a Mario Carroza por boca de una de las militantes de La R. La
topógrafa Evelina Bahamondes tenía 20 años cuando se incorporó al grupo,
a fines de 1988. Participaba en la célula de Villa Francia. Al juez le
dijo que tuvo severas discrepancias con “Miguel” y que tras una
discusión a gritos, y en un descuido de su jefe, husmeó en su bolso y
encontró una cédula de identidad. Memorizó un nombre: Jorge Rivas
Arancibia.
El
juez pidió entonces información al Registro Civil. La copia del carné
de identidad emitido en 1994 quedó registrada en la foja 107 del
cuaderno separado y el juez comenzó a citar testigos. Evelina Bahamondes
lo reconoció de inmediato. “No tengo ninguna duda que corresponde al
infiltrado de la CNI”, declaró Ronald Quinteros en marzo. Otras dos
personas dijeron lo mismo. También tres agentes de la CNI, entre ellos,
Luis Sanhueza, condenado por la Operación Albania y el asesinato de
Jécar Neghme.
Jorge
Rivas llegó el 1 de julio a la Brigada de Homicidios de la PDI en
Iquique, ciudad donde vive y trabaja: es el encargado de seguridad del
club Deportes Iquique. En octubre cumple 67 años. En abril de 1989 tenía
39. Rivas negó todo. “Durante mi desempeño en la CNI nunca se me
ofreció realizar alguna misión como agente infiltrado”, dijo en la
primera declaración que ha prestado por causas de derechos humanos. El
ex uniformado dijo que en la CNI tenía el apodo de “Manolo”, que trabajó
como conductor de vehículos y que nunca realizó actividades operativas.
Que sólo trabajó en Concepción y que a Santiago iba solamente una vez
al mes, a dejar la correspondencia, como estafeta. “Nunca tuve contacto
con jóvenes con ideologías políticas contrarias al gobierno militar”,
afirmó a los detectives. En su historial figuran dos detenciones por
giro doloso de cheques, en 1991 y 1994. Y tiene una pensión de retiro de
$ 408 mil, según un informe de Capredena.
Carroza
ordenó que trajeran a Rivas a Santiago y lo interrogó el jueves 25 de
agosto. Rivas repitió su negativa y afirmó que en la CNI sólo cumplió
tareas administrativas y guardias de cuartel. “Nunca se me ha llamado
‘Miguel’”, insistió.
Pero
el lunes de esta semana fue careado con quienes vieron alguna vez a
“Miguel”, dentro y fuera de la CNI. Y todos lo reconocieron. Siete
personas. Evelina Bahamondes, Ronald Quinteros y Carlos Moreno lo
identificaron como el infiltrado de 1988. Y también otros cuatro agentes
de la CNI. Carroza lo procesó ese día como autor de los homicidios
calificados de Iván Palacios y Eric Rodríguez y ahora está recluido en
el Centro Transitorio de Detención de Carabineros, en Ñuñoa.
Dos
de los agentes con los que fue careado recordaron, al verlo, otro dato
significativo que encajaba con su descripción física. En el Cuartel
Grajales de la CNI, sus colegas lo conocían como el “Ojitos Saltones”. A
Jorge Rivas lo delataron sus ojos.
www.latercera.com/noticia/nacional/2016/09/680-695288-9-el-ojitos-saltones-que-se-infiltro-en-la-izquierda.shtml ............................................
Jorge Rivas Arancibia: agente de la CNI y dueño empresa seguridad en Iquique
Jorge Rivas Arancibia acaba de ser condenado por el asesinato de dos jóvenes en dictadura, a los que engañó haciéndoles creer que del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Domingo 4 de septiembre
La dictadura utilizó diversos mecanismos represivos, entre ellos infiltrarse en las organizaciones de izquierda para desarmarlas. Uno de esos casos es el de Jorge Rivas Arancibia, quien fuera cabo de carabineros y acusado de ser el autor del homicidio de Iván Palacios Guarda de 18 años y Eric Rodríguez Hinojosa de 19.
Los jóvenes habían sido contactados por Rivas haciéndoles creer que pertenecía al MIR, aunque en realidad el agente infiltrado tenía como objetivo desarticular a estas organizaciones. Fue Rivas quien asignó la tarea de colocar una bomba en una torre de alta tensión en San Pablo, el 18 de abril de 1989, avisando al mismo tiempo a la CNI, quién asesinó a Palacios en el lugar, mientras que Rodríguez sobrevivió varios meses. Ambos jóvenes fueron asesinados por la CNIT en 1989, cuando estaban realizando una acción contra la dictadura. 27 años de impunidad vivió Rivas Arancibia
Rivas Arancibia es dueño de una empresa de seguridad en Iquique. Como aparece en el contrato público de la Municipalidad del año 2009, tenía un contrato para encargarse del servicio de seguridad de los guardias costeros por más de 9 millones de pesos (ver: http://www.iquiquetransparente.cl/Descargas/Actos_resolucion/2009/ContratoSuministros/787.pdf).
Una muestra más de cómo estos agentes, responsables de brutales violaciones a los derechos humanos, quedaron décadas impunes, debido a las mismas políticas de la Concertación y la derecha que les garantizó el anonimato y la falta de justicia para los luchadores contra la dictadura.
Rivas acaba de ser careado con otros agentes de la CNI y procesado por el caso. La historia fue contada en el libro “La Trampa. Historia de una infiltración” de Víctor Cofré el que “da cuenta de la infiltración de un miembro de los servicios de seguridad del régimen militar en un supuesto apéndice miliciano del MIR llamado La Resistencia, cuyos integrantes, una veintena de jóvenes –en su gran mayoría menores de edad–, caen en la trampa del autodenominado “comandante Miguel”, su jefe de célula, y dos de ellos, Iván Palacios y Eric Rodríguez, son asesinados en una “ratonera” que la CNI les tenía preparada”
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