lunes, 19 de septiembre de 2016

El Lenguaje, ese desconocido. De Julia Kristeva. 7

 
16. La lingüística estructural

Resulta difícil, por supuesto, tener ya, en este momento, una visión clara y definitiva del lugar exacto que ocupa actualmente el lenguaje dentro del conjunto de los dominios en que se ha convertido en objeto de estudio o modelo de investigación. Efectivamente, si la lingüística no para de proponer unos acercamientos siempre nuevos al sistema del lenguaje, ya no es la única en hacerlo. La filosofía, el psicoanálisis, la teoría literaria, la sociología, el estudio de las diferentes artes, así como la literatura y las artes mismas, exploran, cada cual a su manera, las leyes del lenguaje y aquella exploración se agrega a las descripciones propiamente lingüísticas para constituir un inmenso espectro que revela tanto las concepciones modernas como el mecanismo de los diversos discursos que proponen tales concepciones.
Frente a esta complejidad, la cual no estamos en condiciones ni de
apreciar al no haber suficiente distanciamiento en la actualidad, ni de estudiar en el presente libro cuya limitación nos obliga a no abordarla, la ciencia propiamente lingüística obedece a ciertos principios constantes que la diferencian de la época «histórica» anterior, y ello aunque tome muy diversos aspectos.
En primer lugar, la lingüística moderna se dedica a la descripción del sistema de la lengua a través de la o las lenguas nacionales concretas en las que se manifiesta dicho sistema, tratando de hallar entonces los elementos y los principios generales que se podrían llamar los universales lingüísticos. La lengua ya no aparece como una evolución, un árbol genealógico, una historia, sino en tanto que estructura, con leyes y reglas de funcionamiento que hay que describir. La separación lengua-habla, paradigma-sintagma, sincronía-diacronía (véase la primera parte) marca, a tal efecto, aquella orientación de la lingüística hacia la lengua, el paradigma y la sincronía más que hacia el habla, el sintagma y la diacronía.
Ello no quiere decir que el estudio estructural no pueda tener una luz histórica y mostrar, por ejemplo, las diferencias históricas de las estructuras de una misma lengua, o de dos lenguas distintas.
Pero aquí estamos ante una historia muy diferente, una historia ya no lineal y evolutiva que intentaba explicar el cambio progresivo de una estructura por otra a partir de las leyes de la evolución, sino de un análisis de los bloques, de las estructuras de significación, cuyas diferencias tipológicas presentan un escalonamiento, un hojaldrado, una historia monumental; o bien del análisis de las mutaciones internas de una estructura que se transforma (tal como la ve la gramática generativa) sin buscar un origen o seguir una evolución). «No es tanto la consideración histórica lo que se condena como una manera de “atomizar” la lengua y de mecanizar la historia. El tiempo no es el factor de la evolución, es tan sólo el marco. La razón del cambio que afecta tal o cual elemento de la lengua está, por un lado, en la naturaleza de los elementos que la componen en un momento dado, por otro, en las relaciones de estructura entre dichos elementos», escribe Benveniste («Tendances recentes de la linguistique Générale». Journal de psyschologie nórmale et pathologique, 1954). Al volver a poner la historia en su debido sitio, la lógica hace lo mismo: las categorías lógicas, extraídas de una sola lengua a espaldas del lingüista, ya no son omnivalentes; en cierto “sentido, cada lengua tiene su lógica: «Se discierne que las categorías mentales y las “leyes del pensamiento” no hacen, en gran medida, sino reflejar la organización y la distribución
de las categorías lingüísticas». Incluso podríamos decir que, si el estudio de la lengua en tanto que estructura o transformación responde a las tendencias de las ciencias actuales (física o biología) que examinan la estructura interna de la materia que descomponen en sus constituyentes (cf. las teorías nucleares o biónicas), ciertamente es también la disciplina mejor situada para trasladar este estado de la ciencia en la ideología, contribuyendo de este modo a una reevaluación del concepto de historia. En efecto, al apoyarse sobre los datos científicos (incluidos los de la lingüística), la representación moderna de la historia ya no es lineal como la del siglo XIX. Sin caer en el exceso de algunas filosofías idealistas que conducen a un anhistorismo total, la teoría materialista concibe los sistemas (económicos o simbólicos) en mutación constante y nos enseña, guiada por la lingüística, a analizar las leyes y las transformaciones inherentes a cada sistema.
Pero si una transformación semejante al concepto de historia se desprende de la corriente estructuralista, no podemos decir por ello que se practique siempre conscientemente en los estudios contemporáneos. Por el contrario, el pensamiento estructuralista tiene tendencia a huir de la historia y a tomar el estudio del lenguaje como una cuartada para dicha huida. Cierto es que el estudio del lenguaje de las sociedades primitivas (prehistóricas, tales como las tribus de América del Norte) se presta probablemente a una huida de esta índole.
De todos modos, al abandonar los presupuestos históricos y psicológicos de las épocas anteriores, y al centrarse en un objeto que quiere describir de manera exacta y precisa, la lingüística encuentra un ejemplo de rigor en las ciencias matemáticas de las que adopta los modelos y los conceptos. Durante un momento, se creyó que este rigor matemático era el rigor absoluto, sin pensar que el modelo matemático (como cualquier modelo formalista, además), una vez aplicado a un objeto significante, requiere una justificación y no se puede aplicar sino en función de dicha justificación implícita que le ha dado el investigador. La ideología de la que se quería escapar se vuelve a encontrar, en latencia, en la raíz semántica del modelo aplicado a la descripción del lenguaje.
Así, el estudio del lenguaje, al distanciarse del empirismo, debería permitir que la ciencia comprenda que sus «descubrimientos» dependen del sistema conceptual aplicado al objeto del estudio e incluso que en aquel se encuentran más o menos dadas de ante mano.
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Dicho de otro modo, la lingüística considera que sus descubrimientos de las propiedades lingüísticas dependen del modelo utilizado en la descripción, incluso de la teoría a la que pertenece ese modelo.

De ahí se sigue un considerable interés hacia la innovación de las teorías y de los modelos, más que una investigación continuada, permitida por el empleo de un único modelo. La lingüística describe menos el lenguaje para construir más su propio lenguaje. Este giro, que parece paradójico, tiene una consecuencia doble. Por un lado, la investigación teórica no implica de ninguna forma que el lenguaje siga siendo desconocido, oculto debajo de una masa de modelos, siempre nuevos, del funcionamiento lingüístico. Pero, por otro lado, el mismo proceso del conocimiento en tanto que proceso de construcción de un modelo, sobredeterminado por un imperativo teórico, incluso ideológico, llama más la atención del discurso científico. Es decir, que la ciencia del lenguaje no está orientada únicamente hacia su objeto, la lengua, sino hacia su propio discurso, hacia sus propios fundamentos. Todo discurso sobre el lenguaje se ve obligado entonces a pensar su objeto, su lenguaje, a partir del modelo que ha elegido, o sea, a partir de sus propias matrices. Sin llegar a ,un relativismo y a un agnosticismo que negarían la objetividad de cualquier conocimiento, un procedimiento semejante obliga a la lingüística (y toda ciencia que siga su camino) a interrogarse acerca de sus propios fundamentos, a convertirse en ciencia de su procedimiento, siendo a un tiempo ciencia de un objeto.
Hemos de observar que la perspectiva analítica abierta de este modo implícito a la ciencia lingüística y a la epistemología moderna está lejos de ser admitida y practicada conscientemente en los trabajos estructuralistas. Por el contrario, la mayoría de las investigaciones lingüísticas no cuestionan de ninguna manera los procedimientos, los presupuestos y los modelos que utilizan, y si se están volviendo cada vez más formales y formalizadas, parecen creer que esas fórmulas son unos hechos neutrales y no unas construcciones lógicas aplicadas, por una razón semántica cuyos fundamentos ideológicos han de ser cuestionados, a un objeto irreductible, el lenguaje.
En tercer lugar, al estudiar el lenguaje en tanto que sistema de signos, la lingüística forja unos medios conceptuales para el estudio de todo sistema de significación en cuanto que «lenguaje». Por ejemplo, los distintos tipos de relaciones sociales investidas por el lenguaje, la cultura, los códigos y las normas de conducta en sociedad, las
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religiones, las artes, etcétera, pueden ser estudiadas como unos sistemas de signos, con unas estructuras particulares, o como otros tantos tipos de lenguajes. La lingüística entra a formar parte de la semiótica, ciencia general de los sistemas significantes que ha posibilitado, al pensar el lenguaje como primer sistema de signos.
Por último, y como consecuencia de lo que acabamos de decir, el estudio del lenguaje rebasa de sobra los límites de la sola lingüística y su análisis se emprende con unos inesperados rodeos, o, por lo menos, radicalmente nuevos.
Por tanto, ciertas teorías filosóficas, que postulan que el mundo existe únicamente para el pensamiento en cuanto que está ordenado a través del lenguaje, estudian las categorías filosóficas como unas categorías lingüísticas o lógicas: el lenguaje se convierte en el molde de toda construcción filosófica.
El psicoanálisis encuentra en el lenguaje los objetos reales de su indagación: a tal efecto, analiza las estructuras llamadas psíquicas en las estructuras lingüísticas y en la relación del sujeto con su discurso.
Finalmente, la literatura y el arte que se elaboran dentro de este clima de análisis minucioso de su propia materia, la lengua y los sistemas de significación en general, prefieren, en lo que se suele llamar la
«vanguardia», interesarse por las leyes en base a las cuales se construyen las ficciones en vez de construirlas. La literatura se hace auto-análisis, búsqueda implícita de las reglas del lenguaje literario, mientras que el arte moderno pulveriza la opacidad descriptiva de la pintura antigua y expone sus componentes y sus leyes. Aquí, el lenguaje ya no es objeto de estudio sino praxis y conocimiento, o praxis analítica, elemento y trabajo en los que, y mediante los cuales el sujeto conoce y organiza lo real.
En primer lugar, vamos a seguir los principales momentos de las visiones del lenguaje, tal y como las elabora la lingüística moderna, antes de abordar la expansión del análisis del lenguaje fuera del campo estrictamente lingüístico.

Investigaciones lógicas

Si bien es cierto que Saussure fue quien enunció el primero, en una época dominada por los neogramáticos, los principios de la lengua en tanto que sistema de signos fundó con ello la lingüística general moderna, la cual se haría estructural y sumamente formalizada,

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encontramos, sin embargo, edificada la concepción del lenguaje, origen de la lingüística actual, en un filosofo. Al hablar aquí de la fenomenología husserliana y, más en particular, de la concepción del signo y del sentido de Husserl (1859-1938), nos gustaría subrayar la deuda no” confesada del estructuralismo hacia la fenomenología.
En 1900-1901 se publican las Recherches logiques de Husserl cuyos puntos básicos serán concretados sin ser radicalmente modificados por sus obras posteriores: Logique formelle et Logique transcendantale, etc. Cuando aborda el concepto de signo, que quiere elaborar fuera de toda presuposición, Husserl se mantiene fiel al proyecto metafísico del signo en sí, «en su acabado histórico y en la pureza únicamente restaurada de su origen» (Derrida, La voix et le phénomène, 1968). La reflexión husserliana del signo está sometida a una lógica: sin llegar a plantear la pregunta de esa lógica, considerada visiblemente como lo que da la normalidad del orden lingüístico. Por ello, cuando estudia el orden gramatical, la morfología de los signos, las reglas que permiten construir un discurso con sentido, nos damos cuenta de que esta gramática es general, meramente lógica, y no deja constancia de la variedad real del lenguaje. Husserl habla de un «a priori gramatical en su universalidad, puesto que, por ejemplo, las relaciones de comunicación entre sujetos psíquicos, tan importantes para la gramática, conllevan un a priori propio, la expresión de gramática pura lógica merece la preferencia...».
Este apriorismo lógico, que volveremos a encontrar en los primeros estructuralistas, va a la par con un privilegio otorgado a la phone que Husserl entiende no como un vocalismo físico sino como una substancia espiritual, «la voz en su carne transcendental». El concepto significado se ocupará del complejo fónico significante a través de la palabra, y la reflexión lingüística se ubicará en la transcendencia lógica que lo fonético (se dirá posteriormente lo fonemático) no sólo manifiesta, sino que es.
Sin llegar a desarrollar una teoría general del signo, Husserl hace una distinción entre signos que expresan algo, o que quieren decir algo y que Husserl reagrupa bajo el concepto de expresión, y sinos que están privados del « querer decir» y que Husserl designa por el concepto de indicio. Ambos sistemas, por lo demás, pueden mezclarse: el signo discursivo que quiere decir también es siempre indicativo; pero el indicio, por su parte, fundamenta un concepto más amplio y, por consiguiente, puede presentarse también fuera del enredo. Esto supone que el discurso tomado en el gesto indicativo, o en la indicación
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en general y, por consiguiente, podrá cubrir todo el lenguaje efectuando una reducciones (factualidad, esencia mundana, etc.), que le encamina hacia una reducción cada vez más acentuada de las parejas conceptuales hecho/esencia, transcendentalidad/munda- nidad, incluso sentido/forma... Esta doctrina del signo expresivo diferente del signo indicativo, lejos de estar incluida y aislada en el sistema metafísico del signo, asoma furtivamente en algunas teorías descriptivas, en las que la reducción del sentido transcendental del lenguaje se efectúa bajo la cobertura de la significación indicativa, del significante sin querer-decir.
Un último punto de la doctrina husserliana que querríamos recoger aquí, lo constituye la limitación de la gramática pura lógica del filósofo. Mucho más formal que la gramática racional, su formalidad está sin embargo limitada. Pues la forma pura está sujeta al concepto de sentido que depende de una relación con el objeto real. De ahí se comprende que, por muy formal que sea una gramática, siempre está cernida por una semántica que no confiesa. He aquí un ejemplo: entre las tres fórmulas «el círculo está cuadrado», «verde es o» o «abracadabra», sólo «él círculo está cuadrado» está dotada de sentido, aunque la proposición no corresponde a ningún objeto, pues la forma gramatical (nombre-verbo-atributo) es la única, entre las formas citadas, capaz de tener un objeto. Los demás casos, así como varios ejemplos del lenguaje poético o de música, sin estar desprovista de significación, no tienen sentido (husserliano) ya que no tienen una relación lógica con un objeto. Vemos que, en última instancia, el criterio formal-gramatical («tienen sentido el discurso que obedece a un regla gramatical») está limitado por la regla semántica de una relación con el objeto. Esta reflexión ha de relacionarse con el ejemplo de Chomsky acerca de la gramaticalidad (véase las páginas 258 y 259) cuya debilidad fundamental demuestra.
La fenomenología de Husserl, de la que tan sólo hemos indicado aquí algunos puntos esenciales, va a ser la base de la teoría de la significación de nuestro siglo, con la cual se relacionan, conscientemente o no, explícitamente o no, las teorías lingüísticas. Mencionaremos unas pocas entre las más importantes.

El Círculo lingüístico de Praga

El Círculo lingüístico de Praga es sin duda la «escuela» lingüística

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que más en profundidad ha marcado a la ciencia lingüística del primer tercio del siglo. Creado en 1926 por los lingüistas checos V. Mathesius,
B. Havránek, J. Mukarovsky, B. Trnka, J. Vachek, M. Weingart, el Círculo acogió también a lingüistas extranjeros, entre los que están los franceses L. Bruo, L. Tesnière, J. Vendryes, E. Benveniste, A. Martinet, y los rusos R. Jakobson y N. S. Troubetskoi. Las teorías del Círculo vienen expuestas en los Travaux du Cercle linguistique de Prague (editados de 1929 a 1938), una obra colectiva que contiene las principales tesis del grupo. Inspirándose de los principios de Saussure, el Círculo se propone estudiar la lengua como un sistema «sistema funcional» sin ignorar por ello los hechos lingüísticos concretos, ni los métodos comparativos del estudio de la evolución del lenguaje: el análisis sincrónico del lenguaje no suprime el interés por la historia.
Así, el programa del Círculo lleva el título: «Problemas de método derivados de la concepción de la lengua en tanto que sistema e importancia de dicha concepción para las lenguas eslavas (el método sincrónico y sus relaciones con el método diacrónico, comparación estructural y comparación genética, carácter fortuito o encadenamiento regular de los hechos de evolución lingüística».
Definiendo la lengua como una «sistema de medios de expresión adecuados para un propósito», el Círculo afirma que «la mejor manera para conocer la esencia y el carácter de una lengua, es el análisis sincrónico de los hechos actuales que brindan por sí solos unos materiales completos y a los que se pueden acceder directamente». Los cambios sufridos por una lengua no podrían ser planteados «sin tomar en cuenta el sistema que se ve afectado por dichos cambios». «Por otro lado, la descripción sincrónica no puede excluir tampoco del todo la noción de evolución, porque incluso en un sector estudiado sincrónicamente existe la conciencia de la fase en vía de desaparición, de la fase presente y de la fase de formación; los elementos estilísticos sentidos como arcaísmos, en segundo lugar la distinción de las formas productoras y no productoras son unos hechos de diacronía que no se podría eliminar de la lingüística sincrónica».
La primera labor a empezar para el estudio de un sistema lingüístico definido de este modo es la investigación referente al aspecto fónico de la lengua. Se distingue el sonido «como hecho físico objetivo, como representación y como elemento del sistema funcional», es decir, fonema. Se pasa del plano fonológico al plano morfológico: a la utilización morfológica de las diferencias fonológicas (es la morfo- fonología). «El morfema, imagen completa de dos o más fonemas
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susceptibles de sustituirse mutuamente, según las condiciones de las estructuras morfológicas, dentro de un mismo morfema (por ejemplo, en ruso, el morfema k/ć en el complejo ruk/= ruka, rućnoj/) desempeña un papel capital en las lenguas eslavas».
Más adelante, se considera la actividad denominadora del lenguaje: gracias a ella, «el lenguaje descompone la realidad, bien sea ésta externa o interna, concreta o abstracta, en elementos lingüísticamente alcanzables». Una teoría de los procedimientos sintagmáticos se incluye en el programa del Círculo: «El acto sintagmático fundamental que es al mismo tiempo el acto mismo creador de la oración, es la predicación».
Finalmente, el Círculo estudia aquellas sistematizaciones no en unos marcos teóricos, sino en la lengua concreta que se considera a través de sus manifestaciones concretas en la comunicación. De ahí deriva el interés del Círculo por el lenguaje literario, al arte y la cultura en general. Se emprenden unas investigaciones sobre los distintos niveles funcionales y estilísticos del lenguaje.
Dentro de este conjunto de investigaciones muy vastas y variadas, las teorías fonológicas, que se deben principalmente a los trabajos de Troubetskoi y de los Jakobson, ocupan un lugar privilegiado.
Partiendo de Saussure para quien los fonemas son «las primeras unidades que se obtienen al descomponer la cadena hablada» y que define como «ante todo unas unidades opositivas, relativas y negativas», Jakobson escribe: «Llamamos sistema fonológico de una lengua el repertorio, propio de dicha lengua, de las «diferencias significativas» que existen entre las ideas de las unidades acústico- motrices, es decir, el repertorio de las oposiciones con las que se puede relacionar, en una lengua dada, una diferenciación de las significaciones (repertorio de las oposiciones fonológicas). Todos los términos de oposición fonológica no susceptibles de ser disociados en sub-oposiciones fonológicas menores se llamarán fonemas». (Remarques sur l’évolution phonétique du russe comparée a celle des autres langues slaves, TCLP, 1929, II).
Troubetskoi expone sus tesis en sus Grundzüge der Phonologie (TCLP, 1939, VII, trad. fr., Principes de phonologie, París, 1949). Retoma y concreta algunas definiciones del fonema —elemento representativo diferencial, imagen sonora, y no sonido físico, de los átomos de la cadena hablada— que elaboraron unos lingüistas rusos como L. V. Sčerba o N. E. Jakobov, y sobre todo Jakobson (TCLP, 1929, II). Sčerba escribía, en efecto, en 1912: «La representación fónica general más
breve que, en la lengua estudiada, posee la facultad de asociarse a unas representaciones dadas, o sentidos, y de diferenciar unas palabras.» Para Plyvanov, el fonema es «la representación fonética genérica más breve, propia de la lengua dada y capaz de asociarse con unas representaciones semánticas y de servir para diferenciar las palabras» mientras que Jakobov escribía que el fonema es «cada particularidad fónica que se puede extraer de la cadena hablada en tanto que el más breve elemento que sirva para diferenciar unas unidades significadas».
Desde las primeras páginas de sus Principes, Troubetskoi concreta la diferencia entre la fonética —ciencia de los sonidos del habla— y la fonología —ciencia de los sonidos de la lengua. Si la fonética es «la ciencia del aspecto material de los sonidos del lenguaje humano», la fonología estudia «cómo los elementos de diferenciación (o marcas, según K. Bühler) se comportan entre ellos y en función de qué reglas pueden combinarse entre sí para formar palabras y frases». «La fonología, en realidad, ha de plantearse solamente el sonido que ejerce una función determinada en la lengua.» No obstante y puesto que la lengua es un sistema de diferencias, la función de un elemento en el sistema no se podrá desarrollar si dicho elemento, en relación con los demás, no se distingue de (se opone a) otro elemento: por ejemplo, en francés, el fonema /p/ se opone al fonema /b/ ya que la sustitución del uno por el otro puede producir unos cambios de significación (pasto/basto); por el contrario, todo cambio de pronunciación individual de
/p/ o de /b/ que no conlleve un cambio de significación no será pertinente, pues no produce un cambio de fonema sino que supone unas variaciones de un mismo fonema28. «Las oposiciones fónicas que, en la lengua en cuestión, pueden diferenciar las significaciones intelectuales de dos palabras, las llamaremos oposiciones fonológicas (u oposiciones fonológicas distintivas, o bien oposiciones distintivas)».
Los términos de una oposición de esta índole se llaman «unidades fonológicas». Las unidades fonológicas pueden descomponerse, en ocasiones, en una serie de unidades fonológicas aún más pequeñas: los
«átomos acústicos». Pero las unidades fonológicas que, desde el punto de vista de la lengua en cuestión, no se dejan analizar en unidades fonológicas aún más pequeñas y sucesivas son llamadas «fonemas».
«El fonema es, pues, la unidad fonológica más pequeña de la lengua estudiada. La cara significante de cada palabra existente en la lengua

28 Obtención y optención. por ejemplo. (Nota del traductor)
se deja analizar en fonemas y se la puede representar como una sucesión determinada de fonemas». Así como insiste sobre la diferencia entre el fonema y el sonido concreto («Los sonidos concretos que figuran en el lenguaje son más bien simples símbolos materiales de los fonemas»), Troubetskoi se opone a la tendencia a «psicologizar» el fonema y a ver en ello un «equivalente psíquico de los sonidos del lenguaje» (Baudouin de Courtenay) a la vez que se le confunde con la imagen fónica: «El fonema es la suma de las particularidades fonológicamente pertinentes que comporta una imagen fónica.» «Pues lo que constituye al fonema, es su función distintiva en el conjunto de la cadena hablada: se le aísla por análisis funcional (estructural y sistemático) de cada lengua concreta y no depende de ningún modo de soporte psicológico alguno, sino del sistema propio de cada lengua. En efecto, las oposiciones funcionales no son las mismas en todas las lenguas. Las vocales palatales (orales) en francés, por ejemplo, se dividen en dos series: redondeadas (u, oé y oè) y no redondeadas (i, é y è), pero el italiano y el castellano no conocen la serie redondeada (peu, deux se pronuncian con mucha dificultad en España y en Italia); el castellano tampoco hace la diferencia entre vocales semi-cerradas y semi- abiertas (é/è, ó/ò).
Este procedimiento descriptivo de la fonología, que analiza la cadena hablada en unidades distintivas, ha sido retomado por otras ramas del estudio de la lengua y se encuentra hoy en el fundamento del estructuralismo. M. Leroy (Les Grands Courants de la linguistique du XXe siècle, 1963) señala que la fonología ha renovado igualmente el enfoque de la gramática comparada e histórica tradicional. Se ha observado que el principio fonológico de la alternancia desempeña un papel importante en la morfología de varias lenguas: la formación del femenino en francés se hace, bien por alternancia de sonoridad (neuf/neuve) bien por alternancia grado cero/grado pleno (es decir, por adición de una consonante: vert/verte, grand/grande). Por otra parte, el método de la fonología ha sido aplicado a la lingüística comparada, lo cual ha llevado a hacer el inventario de las evoluciones fonéticas al insertarlas en un sistema. En este sentido, Jakobson publicó, en 1931, Principes de phonétique historique, mientras que la Proposición 22 del Círculo proclamaba: «El problema de la finalidad según la cual tuvieron lugar los cambios, ha de ser planteado. La fonética histórica se está transformando en una historia de la evolución de un sistema fonológico».
La fonología diacrónica se volvía, pues, imprescindible; fue
elaborada por A. Martinet (Economie des changements phonétiques. Traite de phonologie diachronique, Berna, 1955).
Pero el desarrollo radical de las tesis fonológicas de la Escuela de Praga, que constituyó el fundamento del verdadero método estructural ya en germen en Troubetskoi, lo debemos a los trabajos de Jakobson. Edifica la teoría de los rasgos distintivos: cada unidad distintiva del lenguaje se compone de rasgos en oposiciones binarias. Las oposiciones pertinentes son del orden de una docena en todas las lenguas del mundo. La lengua es, por lo tanto, un sistema cuyos elementos distintivos están en oposiciones binarias: las demás oposiciones, que no tienen un valor distintivo, son llamadas redundantes.
La hipótesis binarista viene expuesta con sumo rigor en Observations sur le classement phonologique des consonnes(1938). ¿Cuáles son esas oposiciones binarias? Actúan en base a unos términos contradictorios (presencia/ausencia: por ejemplo, vocales largas/vocales breves) y contrarias (máximo/mínimo: por ejemplo, vocales graves/vocales agudas). Se pueden agrupar a las consonantes en función del eje de tales oposiciones; la diferencia del lugar de articulación pueden sistematizarse en dos oposiciones fonológicas: anterior/ posterior y graves/agudas:

p t anterior
k c posterio
gra agu

Utilizando unas técnicas modernas de grabación y de reproducción de sonidos, Jakobson y su equipo pudo establecer una teoría fonológica general basada sobre el principio del binarismo. Podemos encontrarla expuesta en su totalidad en la obra de Jakobson y en M. Hall, Fundamentals of Language, 1955. Las doce oposiciones binarias establecidas por los binaristas no son ni provisionales ni arbitrarias sino que responden a una necesidad empírica. No dejan de tener por ello un carácter universal. Así, para Jakobson, el triángulo siguiente representa la diferenciación óptima de los fonemas:

a compacto



p
grave

t
agudo
difuso


Jakobson propone a su vez una interesante teoría de la sincronía y de al diacronía, para remediar el estatismo habitual de las teorías estructurales. Para él, la sincronía es dinámica: la sincronía de la película de cine no es una yuxtaposición de imágenes sino una totalidad sincrónica en movimiento. En cuanto a los cambios fonéticos, no se deben a una causa sino a una finalidad, con lo que se restablece el principio de la diferenciación fonológica, y operan por saltos.
Una parte importante de las investigaciones de Jakobson, fiel al programa del Círculo lingüístico de Praga, analiza el acto lingüístico y las funciones del lenguaje.
El interés de Jakobson por el funcionamiento poético del lenguaje, así como por el funcionamiento lingüístico en los afásicos y en el niño, fue probablemente lo que le permitió hacer un repaso de la teoría saussureana acerca del carácter lineal del significante. En efecto, Saussure sostiene en su Curso la tesis del encadenamiento de los elementos lingüísticos, siendo el discurso presentado como una cadena hablada. Otros trabajos de Saussure, los Anagrammes (publicados parcialmente por J. Starobinski, en 1964, por vez primera) han mostrado una concepción diferente de la combinación significantes que corresponde más bien a un modelo tabularlo que a una cadena. Antes de la publicación de aquellos trabajos, Jakobson fue el primero en cuestionar el carácter lineal del significante, estudiando no solamente la combinación, sino también la selección de los signos lingüísticos, no solamente su encadenamiento, sino también su competencia29 . Dentro del lenguaje poético aísla dos ejes: uno metonímico (encadenamiento de las unidades por continuidad, característico de la prosa, la epopeya, el realismo) y otro metafórico (por similitud, característico de la poesía lírica, etcétera). Se puede clasificar las categorías de los trastornos afásicos en función de ambos ejes.

29 No ha de confundirse con la «competencia» (performance) de Chomsky. (Nota del traductor)
El Círculo de Copenhague

El Círculo lingüístico de Copenhague expuso los principios estructuralistas con sumo rigor, apriorismo y exigencia, y a partir de unas bases más lógicas que fonológicas. En 1939 se publicó el primer número de la revista Acta Linguistica la cual presentaba el «manifiesto estructuralista» de Viggo Bröndal, Linguistique structurale. Una vez establecida la recusación de la gramática comparada «inspirada por el interés hacia los hechos veraces menores», que califica de «positiva»,
«puramente fisiológica y psicológica» y «legal» en la medida en que pudo convertirse en una ciencia cada vez más rigurosa y metódica al formular «cada vez más sus resultados (en su gran mayoría históricos y fonéticos al mismo tiempo) en forma de leyes», Bröndal recuerda que todas las ciencias de su tiempo han cambiado de óptica. La física de los quanta con Planck, la biología con de Vries, etcétera, ceden «ante la necesidad de aislar, descuartizar en el transcurso del tiempo, el objeto propio de una ciencia, es decir, de plantear, por una parte, unos estados que serán considerados como estacionarios y, por otra, unos saltos bruscos de un estado a otro». Esto también ocurre en lingüística con la diferencia saussureana sincronía/diacronía. Para subrayar una vez más esta mutación epistemológica, Bröndal recuerda que las ciencias han entendido «la necesidad del concepto general, única unidad posible de los casos particulares, de todas las manifestaciones individuales de un mismo objeto», tal como el concepto de genotipo en biología, de hecho social (Durkheim) en sociología, o de lengua —tanto la especie como la institución— en lingüística. Por consiguiente, la ciencia se enfrenta «aproximándose cada vez más a las ligazones racionales dentro del objeto estudiado». El término de estructura empleado en física, biológica y psicología traduce esta creencia según la cual «lo real ha de poseer en su conjunto una cohesión interna, una estructura particular». Bröndal ve las premisas de semejante acercamiento en lingüística en Saussure, quien hablaba de «sistema de la lengua», en Sapir (véase próximo apartado) y en Troubetskoi, quien tiene «el gran mérito de haber fundado y elaborado la doctrina estructuralista para los sistemas fonéticos».
La lingüística estructural toma su apoyo sobre tres conceptos: sincronía (o identidad de una lengua dada), lengua (o unidad de la lengua identificada por el estudio sincrónico) y estructura (o totalidad de una lengua cuya identidad y unidad ya se habrá reconocido). Se entra en la estructura estableciendo entre los elementos identificados y
unificados todas las correlaciones constantes, necesarias y, por lo tanto, constitutivas. «Efectivamente, sólo cuando se habrá
establecido dos estados de lengua sucesivos —dos mundos diversos y cerrados como unas mónadas, la una con respecto a la otra, pese a su conformidad en el tiempo— se podrá entonces estudiar y comprender las modalidades de la reorganización que resulta necesaria por la transición del uno al otro y por los factores históricos responsables de tal transición». Si bien admite que «el tiempo se hace de valer dentro de la sincronía», Bröndal anuncia ya un esbozo del estructuralismo anhistórico y universalista al concebir una «pancronía o acronía, es decir, unos factores universalmente humanos que persisten a través de la historia y se resienten dentro de un estado de lengua cualquiera».
El manifiesto de Bröndal formuló dos advertencias que la glosemática, profesada por la Escuela de Copenhague, despreció sensiblemente. La primera se refiere a la relación entre la teoría abstracta, que plantea al objeto de estudio, y la experiencia concreta del lenguaje: «De ningún modo se sigue de ello que desconozcamos el valor de la empiria: se exigirá, por el contrario, unas observaciones cada vez más minuciosas, una comprobación cada vez más completa, para rellenar y vivificar los cuadros planteados por la construcción teórica». La segunda se refiere al estudio filosófico de las categorías que componen el sistema, o que representan su base: «No se podría considerar los elementos que pertenecen a un sistema como simples derivados de las correlaciones u oposiciones estructurales..., el estudio de las categorías reales, contenido o base de los sistemas, no será menos importante que el de la estructura formal. Las meditaciones penetrantes de Husserl acerca de la fenomenología serán aquí una fuente de inspiración para todo lógico del lenguaje». (El subrayado es nuestro.) Desafortunadamente, este substancialismo no será tomado en cuenta por los sucesores de Bröndal, ni por él mismo, en los trabajos posteriores.
Aplicando de un modo más preciso sus tesis en su libro Essais de linguistique Générale (Copenhague, 1943), Bröndal propone describir todo sistema morfológico mediante la combinación de cuatro términos, de los que A es neutro (por ejemplo, el indicativo en los modos del verbo, o la tercera persona, forma «impersonal» de las personas) y opuesto a B, positivo o negativo; el término C es complejo y puede ser complejo —negativo o complejo— positivo (entre los modos, es el optativo; entre los tiempos, es el pretérito-presente, etc.). Gracias a estos cuatro términos y aplicándoles unas reglas lógicas
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leibnizianas (Leibniz es el referente frecuente de Bröndal), el autor logra calcular el número de sistemas morfológicos posibles a lo largo de las mutaciones de las lenguas. Considera que las formas neutras se expanden cada vez más en las lenguas modernas (el inglés elimina los modos, los aspectos, el tiempo, mientras que las formas impersonales imperan, etc.), o bien son frecuentes en lenguas de antiguas civilizaciones (el chino) aunque muy poco en las antiguas lenguas indoeuropeas. Vemos la orientación lógica de la lingüística en Bröndal quien, haciendo hincapié al mismo tiempo en la «anatomía mutua, la igual importancia y la naturaleza complementaria del sistema de la sintaxis, de la lengua y del discurso» insiste además sobre el hecho de que la lingüística estructural tendrá que aprender muchas cosas de la lógica.
Pero fueron los trabajos de Hjemslev los que hicieron famosa a la concepción lingüística de la Escuela de Copenhague. En 1928, publica sus Principios de gramática general para seguir posteriormente sus investigaciones junto con P. Lier y H. Uldall, elaborando una concepción lingüística que se dio en llamar glosemática. Al cabo de varios años exponen la teoría bajo una forma definitiva en los Prolégomènes à une théorie du langage (1943, trad. fr. 1968).
Partiendo de Saussure y de Weisgerber (Muttersprache und Geistesbildung, Gottingen, 1928), el autor hace un planteamiento de la lengua no en tanto que conglomerado de fenómenos no lingüísticos (por ejemplo, físicos, fisiológicos, lógicos, sociales), sino en tanto que totalidad que se basta a sí misma, una estructura sui generis. Hjelmslev critica la concepción, según él humanista, del lenguaje que opone su carácter al de los fenómenos naturales y lo que se considera inasible a partir de una «descripción sencilla». Está convencido, por su parte, de que «a cada proceso corresponde un sistema en base al cual el proceso puede ser analizado y descrito con un número limitado de premisas, o de validez general».
¿Cómo ha de ser tal discurso lingüístico que pondrá de relieve la sistematicidad rigurosa del lenguaje? Hjelmslev dedica una parte importante de su trabajo a la descripción de los procedimientos metodológicos de la lingüística que, ante todo, debe elaborar su objeto: la lengua como sistema. «La descripción debe ser no contradictoria (self-consitent), exhaustiva y lo más sencilla posible. La exigencia de no- contradicción prima (take precedence) sobre la exigencia de exhaustividad y la exigencia de exhaustividad prima sobre la de sencillez.» Este método lingüístico viene designado como
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«necesariamente empírico y necesariamente deductivo»: es lo mismo que decir que, en cierta medida, la teoría es independiente de la experiencia y que contiene unas premisas cuya validez no necesita demostrar el teórico ya que las experiencias previas se lo hicieron ver. La teoría es, pues, arbitraria en primer lugar, y apropiada a los datos empíricos en segundo. ¿Cuál será el criterio de aceptación de tal o cual postulado básico del menor número de premisas intuitivas o implícitas posibles (¿no fue acaso la exigencia inicial de Husserl?), Hjelmslev considera que el lingüista debe «invadir el terreno de la epistemología» y que «la epistemología decide si las premisas explícitamente introducidas por nuestra lógica lingüística precisan un fundamento axiomático posterior». Nuestro procedimiento se basa aquí sobre la convicción según la cual «es imposible elaborar la teoría de una ciencia particular sin una colaboración íntima con la epistemología» (el subrayado es nuestro).
Una lingüística definida de este modo se da como objeto de estudio unos textos considerados en tanto que procesos que aquélla debe comprender elaborando una descripción consistente y exhaustiva, o sea, una descripción mediante la cual pueda hallar el sistema de la lengua: ahora bien, puesto que el proceso se compone de elementos con diversas combinaciones o con relación a la dependencia, la lingüística se fija como único propósito el describir dichas relaciones.
«Llamamos función una dependencia que sea satisfactoria para las condiciones del análisis... Los términos de la función son llamados funtivos. El funtivo I es constante (aquel cuya presencia es una condición necesaria para el “funtivo” con el que este primer ‘‘funtivo” está en función) o variable (aquel que no es una condición necesaria para la presencia del “funtivo” con el que está en función).» A partir de ahí, las funciones son de dos tipos: interdependencia (función entre dos constantes), determinación entre una constante y una variable) y constelación (entre dos variables). Otra distinción entre funciones concierne la función y (conjunción) y la función o/o (disyunción). En el proceso o el texto, la función es conjuntiva; en el sistema o la lengua, la función es disyuntiva. Así, Hjelmslev da el ejemplo de dos palabras inglesas pet y man, que pueden ilustrar ambas funciones. Al cambiar p y m, e y a, t y n, obtenemos diferentes palabras nuevas: pet, pen, pan, pat, met, men, mal, man, o cadenas que pertenecer al proceso lingüístico (texto). Por otra parte, p y m juntos, e y a juntos, t y n juntos, constituyen un paradigma que pertenece al sistema lingüístico. En pet, hay conjunción entre p, e y t de la misma forma que en man hay
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conjunción de m, a y n. Pero entre p y m, hay disyunción o alternancia,
del mismo modo que entre t y n.
El análisis global del texto supone que el lingüista coordina el sistema, considerando el texto como una clase de segmentos. La inducción y la síntesis proporcionan el objeto en tanto que segmento de una clase y no en tanto que clase dividida. Una vez que se han reconocido las entidades, será preciso reducirlas, es decir, identificarlas para sacarles sus variantes y sus invariantes. De esta manera se construye un sistema riguroso de la lengua.
Semejante concepción lógico-formal de la lengua, reducida a una estructura abstracta de correlatos de orden formal por no decir matemático, precisa de modo necesario una teoría del signo. Se define al signo primero como una función signo entre dos dimensiones: un contenido y una expresión. «El signo es una expresión que designa un contenido fuera del signo en sí.» Por otra parte, esa función, en sí, es signo de otra cosa, el sentido o la materia, «entidad definida únicamente porque tienen una función con el principio estructural de la lengua y con todos los factores que distinguen unas lenguas de otras». Su estructura puede ser analizada primero por una ciencia no lingüística (física, antropología) mientras que, por una serie de operaciones deductivas, la ciencia lingüística puede producir su esquema lingüístico, manifestándose éste por el uso lingüístico.
Así Hjelmslev distingue, por una lado, la materia de la expresión y la materia del contenido, y por otro, la forma. En efecto, para él, cada lengua forma de manera diferente aquella amorfa «masa del pensamiento» que no existe sino como substancia para una forma.
Por ejemplo:
jeg véd det ikke (danés) I do not know (inglés) je ne sais pas (francés) en tiedä (finés) naluvara (esquimal)

a pesar de sus diferencias, tienen un factor común, justamente la
«materia» o el pensamiento mismo, el sentido.
«Reconocemos en el contenido lingüístico, en su proceso, una forma específica, la forma del contenido que es independiente del sentido con el que se halla relacionada de manera arbitraria y que transforma en substancia del contenido.» A su vez, la forma de la expresión transforma el sentido de la expresión en substancia de la expresión. Los cuatro
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términos pueden combinarse según el esquema que damos a continuación, y tales combinaciones descomponen diferentes niveles en el análisis de la lengua:

for substa
conten
expres

«Los dos planos el contenido y de la expresión están estructurados de la misma manera».
Si la lengua es un proceso ilimitado en el que el número de los signos es también ilimitado, se construye en sistema gracias a un número reducido de no-signos o figuras. Así, la lengua puede ser considerada como sistema de signos desde el punto de vista de sus relaciones con los factores no lingüísticos y —dentro de sí misma— como un sistema de figuras que constituyen a los signos.
La lengua-objeto de esta glosemática debe hallar su lugar dentro del conjunto de las estructuras semióticas. Hjelmslev concibe el dominio semiótico como una totalidad absoluta que abarca a todos los objetos científicos susceptibles de tener una estructura análoga a la del lenguaje: «La semiología es un jerarquía en la que cada elemento admite una división posterior en clases definidas por relación mutua, de tal manera que cada una de dichas clases admita una división en derivados definidos por mutación mutua».
Para introducir en la semiología a los demás objetos que no son las lenguas naturales, Hjelmslev delimita en primer lugar y de manera todavía más concreta, su concepto de lenguaje, extensible más allá de las lenguas naturales. Según él, sería lenguaje toda estructura significante que fuese interpretable sobre los dos planos del contenido y de la expresión. Los juegos, por ejemplo, no son lenguajes puesto que no son interpretables sobre ambos planos: «Las redes funcionales de los dos planos que trataremos de establecer serán idénticos.» Unos sistemas tales como el de los símbolos matemáticos o lógicos, o la música, no son probablemente unos lenguajes en el sentido de Hjelmslev: propone que se les llama sistemas de símbolos.
Dentro de los lenguajes mismos, se hace otra puntualización a partir de los conceptos de denotación y de connotación. Efectivamente, todo texto lleva consigo unos derivados que se apoyan sobre unos sistemas diferentes (estilo, especie de estilo, lengua nacional, regional, etc.).
«Los miembros particulares de cada una de esas clases y las unidades que son el resultado de su combinación serán llamados connotadores.» Es decir, que los connotadores serán unas partes que entran en unos
«funtivos» de tal manera que encierran siempre cierta ambigüedad y se encuentran en ambos planos del lenguaje. El lenguaje de connotación se edifica o se apoya sobre el lenguaje de denotación. «Su plano de la expresión está constituido por los planos del contenido y de la expresión de un lenguaje de denotación. Así, pues, el o los esquemas y usos lingüísticos que llamamos la lengua francesa son la expresión del connotador «francés». Es, pues, un lenguaje en que uno de los planos, el de la expresión, es una lengua».
Por el contrario, si un lenguaje proporciona el plano del contenido de otro lenguaje, éste es el metalenguaje de aquél. La lingüística, por ejemplo, es un metalenguaje ya que se edifica sobre el plano del contenido del lenguaje. A partir de esta definición, Hjelmslev puede volver a definir la semiología: «Un metalenguaje cuyo lenguaje-objeto es un lenguaje no científico.» Pero esta construcción de lenguajes que se imbrican unos en otros contiene un último escalón; la metasemiología: metalenguaje científico cuyas lenguas-objetos son unas semiologías.
Tal proyecto totalizador y ambicioso de Hjelmslev no ha llegado, ni mucho menos, a su plena realización, y su carácter abstracto es sin duda el obstáculo más importante para tal realización. Por otra parte, la orientación lógica que toma la teoría del lenguaje con Hjelmslev no es tan estrictamente rigurosa y, en la práctica, se revela a menudo intuitiva. Por último, las descripciones concretas que se han intentado a partir de esta metodología son de una complejidad extremada. Como la teoría está actualmente en proceso de elaboración, resulta difícil juzgar sus cualidades. Podemos, sin embargo, constatar desde este momento su apriorismo y su anhistoricismo que delatan la muy conocida metafísica de la «totalidad sistematizada». Sin ningún interrogante respecto de los presupuestos de tal constructivismo, la glosemática es un síntoma de la «belle époque» de la Razón sistematizadora convencida de la omnivalencia de sus operaciones transcendentales. Pero, aun así, los glosemáticos son los primeros, por no decir los únicos, en la lingüística estructural moderna, que han sugerido unos problemas epistemológicos, escapando de este modo a la credulidad del descriptivismo «objetivo» y llamando la atención sobre el papel del discurso científico para la construcción de su objeto.
El estructuralismo americano

La lingüística americana se orienta, ya a principios de siglo, hacia la corriente de la lingüística estructural con los trabajos de científicos como Boas, formado en la escuela neo-gramática y fundador en 1917 del International Journal of American linguistics, pero sobre todo como Sapir (1884-1939) y Bloomfield (1887-1949).
Si los lingüistas europeos entienden por estructura «la ordenación de un todo en partes y la solidaridad demostrada entre las partes del todo que se condicionan mutuamente», los lingüistas americanos la ven principalmente como «la repartición de los elementos tal como la constatamos y su capacidad de asociación y de substitución». Pues el estructuralismo americano es sensiblemente distinto de lo que hemos visto en Europa: segmenta el todo en elementos constitutivos y «define cada uno de sus elementos por el sitio que ocupa en ese mismo sitio» (Benveniste, Tendances récentes...).
La obra de Sapir (su libro Language, 1921, así como el conjunto de sus trabajos, cf. Selected Writings on Language, Culture and Personality, ed. por D. G. Mandelbaum, 1949) se distingue por una amplia concepción del lenguaje que rompe tanto con el teoricismo de la glosemática como con la tecnicidad del estructuralismo americano que le será posterior. Para Sapir, el lenguaje es una actividad social comunicativa cuyos aspectos y funciones diferentes no desprecia: toma en cuenta al lenguaje científico y al lenguaje poético, al aspecto psicológico del enunciado, de las relaciones entre el pensamiento, la realidad y el lenguaje, etc. Si su postura es estructuralista por lo general, es también moderada: para Sapir, el lenguaje es producto histórico, un producto de uso social desde hace largo tiempo». «El habla... varía como cualquier esfuerzo creador varía, pero no de una forma tan consciente quizá, sino de una forma tan real como lo hacen las religiones, las creencias, las costumbres y el arte de los diferentes pueblos... El habla es una función no-instintiva, adquirida, una función de cultura.» El lenguaje es una representación de la experiencia real:
«La esencia misma del lenguaje reside en el hecho de considerar determinados sonidos convencionales y voluntariamente articulados, o sus equivalentes, como si representaran los diversos productos de la experiencia.» Los elementos del lenguaje (Sapir piensa en las palabras) no simbolizan un objetos, sino el «concepto», es decir, «una envoltura cómoda de las ideas que comprende a millares de elementos distintos de la experiencia y que puede contener a otros tantos millares... El
conjunto del lenguaje mismo puede interpretar como siendo la relación oral del establecimiento de aquellos conceptos en sus relaciones mutuas». Sin embargo, para Sapir, «el lenguaje y el pensamiento no son estrictamente coexistentes; como mucho el lenguaje puede ser solamente la faceta exterior del pensamiento en el plano más elevado, más general de la expresión simbólica». «El pensamiento más perfectamente ser tan sólo la contrapartida consciente de un simbolismo lingüístico inconsciente.» Sapir llega hasta a plantear la existencia de sistemas de comunicación «aparte del habla» aunque existen obligatoriamente por «el intermediario de un auténtico simbolismo lingüístico». La posibilidad que tiene aquel
«simbolismo del habla» para investir unos sistemas de comunicación que no sean el habla mismo implica para Sapir que «los sonidos del habla no son los únicos elementos esenciales del lenguaje y que esto reside más bien en la clasificación, en el sistema de las formas y en las relaciones de los conceptos».
Sapir formula su concepción estructural del lenguaje según sigue:
«El lenguaje en tanto que estructura constituye, por su aspecto interior, el molde del pensamiento.» Esta estructura es universal: «No hay particularidad más aprehensible en el lenguaje como su universalidad... El menos espabilado de los bosquimanos surafricanos se expresa con formas de gran riqueza de expresión y que, en su esencia, pueden compararse perfectamente con la lengua de un francés culto».
Sapir estudia los elementos del habla y, en primer lugar, de los sonidos. Si describe su articulación y su «valor», no desarrolla por ello una teoría fonológica. Pero en los trabajos posteriores, comienza a distinguir ya entre «sonidos» y «elemento fónico».
Al estudiar, en Language, las formas del lenguaje, Sapir analiza «los procedimientos gramaticales», es decir, formales (composición de las palabras, orden de las palabras, etc.), y los «conceptos gramaticales». Tras haber examinado el «mundo del concepto en sus repercusiones sobre la estructura lingüística», a partir del ejemplo de una oración en inglés (1º conceptos concretos: el objeto, el sujeto, la acción, etcétera, expresos por una radical o por derivación; 2º conceptos que indican una relación: determinación, modalidad, número, tiempo; etc.), Sapir constata que los propios conceptos pueden «traducirse bajo diferente forma e incluso que pueden estar agrupados de manera distinta entre sí» en otras lenguas. Sobre el fondo de esta comunidad de las estructuras conceptuales de las lenguas, Sapir esboza una tipología de
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las estructuras lingüísticas que le permite dar su interpretación del lenguaje dentro de la historia: cómo se forma el lenguaje por la historia, cómo las leyes fonéticas demuestran que la lengua es un producto de la historia, cómo las lenguas se influyen recíprocamente (préstamos, modificación fonética de los préstamos, préstamos morfológicos, etc.). Sapir se niega a considerar el lenguaje a través de los métodos mecanistas y se opone al behaviorismo que se deriva de aquellos: insiste, sobre todo, sobre el carácter simbólico del lenguaje, sobre su complejidad debida al cruce entre el sistema de configuración, el sistema simbólico y el sistema expresivo, y sobre su función primera que, para Sapir, es la comunicación.
A la tendencia de Sapir calificada a menudo de «mentalista» se opone la concepción behaviorista del lenguaje de Bloomfield, expuesta en su obra principal, Language (1933). Esta concepción materialista y mecanista (cf. G. C. Lepschy, La Linguistique structurale, Turín, trad. fr. 1968) se asienta sobre el esquema famoso de estímulo-respuesta:

S → r………..s → R

Un estimulante (S), que es un acontecimiento real, puede ser mediatizado por el discurso: se sustituye entonces por un movimiento vocal, el habla (r); ésta produce una vibración del tímpano del oyente, siendo la vibración para el oyente un estimulante lingüístico (s) que se traduce por una respuesta práctica (R). La conexión r... es llamada speech event o speech-utterance. Acorde a las doctrinas de J. B. Watson (Behaviorism, 1924) y de A. P. Weiss (A Theoretical Basis of Human Behavior, 1925) Bloomfield se niega a admitir toda interpretación psicológica del hecho lingüístico y exige un acercamiento estrictamente mecánico. Según él, el lingüista tan sólo ha de ocuparse de «los acontecimientos asequibles, en su tiempo y lugar, para todos los observadores y para cualquier observador», «los acontecimientos situados en las coordenadas del tiempo y del espacio». Un fisicismo sustituye al teoricismo: el lingüista debe utilizar «términos derivables, con definiciones rígidas, de un conjunto de términos cotidianos que tratan de acontecimientos físicos».
Tal extremismo cientista era, sin duda, una reacción al mentalismo impreciso y respondía a la necesidad de construir un estudio del lenguaje sobre unas bases rigurosas. No podemos evitar hacer hincapié, sin embargo, en la ceguera teórica del behaviorismo y su incapacidad genética para pensar la ideología mecanicista que se
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agarra a sus presupuestos tecnicistas. Obviamente es imposible explicar la complejidad del acto discursivo con el único esquema S-r
...... s-R. El lenguaje no es una mecánica sensorial y negar la autonomía relativa del signo y del campo de la significación que rige, no es más que no explicar nada del funcionamiento del lenguaje.
Bloomfield se subleva, también, contra las teorías lingüísticas del significado y, al considerar el significado en tanto que conjunto de los acontecimientos prácticos ligados al enunciado, afirma que la ciencia lingüística no podría jamás abordarlo sin tomar en cuenta «el estado del cuerpo del locutor» y la «predisposición de su sistema nervioso, resultado de todas sus experiencias lingüísticas y demás, hasta el instante en cuestión, así como los factores hereditarios y prenatales». La agudeza de esta observación, que saca a relucir el punto débil del mentalismo, señala, sin duda, la necesidad de un trabajo —que queda por hacer— para salir de la lógica y, sin caer en el behaviorismo mecanicista, elaborar una teoría del lenguaje ligada a la materialidad corpórea y física del sujeto parlante y de su entorno.
Bloomfield propone unas descripciones formalistas concretas de los fenómenos gramaticales de las que damos aquí una parte, resumida en el siguiente esquema:

Lexical Gramatical
unidad mínima privada de
significado femema fonema taxema
unidad mínima con significado glosema morfema tagmema
significado de dichas unidades noema semema episemema
unidad con significado (unidad mínima compleja) forma lingüística forma lexical forma gramatical
El morfema es una forma simple que no se puede analizar posteriormente: es un componente último, pero en cada fase del análisis se debe buscar los componentes inmediatos. El semema es el significado de un morfema. Las formas lexicales formadas por los fonemas y las formas gramaticales formadas por los taxemas dan lugar a dos series paralelas que constituyen los «rasgos significativos de la señalización lingüística».
En cuanto a los fonemas en sí, se componen de rasgos distintivos que acompañan a otros rasgos, y desempeñan un papel específico dentro de la «configuración estructural de las formas lingüísticas»: remiten a unos «hechos estructurales» y no sólo a una descripción mecanicista, por lo que son el objeto de una fonología distinta de la descripción
fonética y de la «fonética práctica».
Inspirándose en los trabajos de Bloomfield, el estructuralista americano se dedica de manera exclusiva a la descripción de la estructura sintagmática. Esta actitud acentúa la aplicación rigurosa de los conceptos básicos en la investigación descriptiva e histórica. Tales conceptos abarcan al fonema, al morfema y a otras unidades de análisis lingüístico que Bloomfield utilizaba para edificar una teoría general de la estructura lingüística. El análisis lingüístico está considerado como un cálculo lógico que conlleva el descubrimiento de las unidades básicas del lenguaje y de su orden formal, y tal procedimiento puede en principio estar seguido sin ninguna referencia a la significación exterior de la forma lingüística, escribe John B. Carroll (The Study of Language, a Survey of Linguistics and Related Disciplines in America. 1953). Este autor constata que «el método de los lingüistas americanos les conduce siempre a unas conclusiones lógicas, aunque los resultados puedan parecer absurdos desde el punto de vista del sentido común». Y más adelante: «La característica general del método de la lingüística descriptiva practicada por muchos americanos en la actualidad consiste en su esfuerzo por analizar la estructura lingüística sin referirse al sentido. Se ha pensado que era teóricamente posible identificar los fonemas y los morfemas del lenguaje únicamente sobre la base de su distribución, es decir, observando el entorno lingüístico en el que aparecen. Se ha creído que este tipo de análisis es preferible ya que unas vías inconscientes pueden llevarnos a preformar el análisis si nos referimos al sentido...».
Una concepción de esta índole se inspira, por tanto, del principio bloomfieldiano de los constituyentes inmediatos. Se coge un enunciado, se le divide en dos partes que son divididas en dos partes, etc., hasta que se llegue a los elementos mínimos que no se puedan dividir más en función de los mismos criterios. De este modo se halla los constituyentes inmediatos sin llegar a nombrarlos, sin embargo, «sin etiqueta», aunque se les indica con unos paréntesis (unlabelled bracketting). Por ejemplo, la oración: La anciana madre de Juan escribe una larga carta se divide según sigue:


La anciana madre
de
Juan
una larga carta
anciana madre larga carta
La anciana madre de Juan una larga carta
La anciana madre de Juan escribe una larga carta
La anciana madre de Juan escribe una larga carta
o si no:

La anciana madre de Juan escribe una larga carta

Cuando dos segmentos se encuentran inmediatamente a la izquierda y a la derecha de un trazo vertical son unos constituyentes inmediatos del segmento que forman.
Vemos que se trata aquí de una descripción puramente formal que no parece tomar en cuenta las categorías gramaticales clásicas y menos aún las categorías filosóficas que fundan el análisis clásico de la oración (sujeto, predicado, etcétera). Este análisis formal propuesto por el estructuralismo americano tiene una importante ventaja: libera las categorías lógicas explícitamente empleadas en el análisis del lenguaje y ofrece la posibilidad de estudiar unas lenguas que “no precisan aquellas categorías lógicas para construirse un sistema significante. La lengua china, por ejemplo, no necesita concretar el tiempo en la forma verbal o la determinación por un artículo; la lengua india yana, por su parte, introduce una categoría gramatical que las lenguas indoeuropeas no conocen: indica si el enunciado viene asumido por el locutor o si éste se refiere a una autoridad, etc. Así pues, algunos lingüistas creen que la formalización puede liberar el análisis lingüístico de los presupuestos formados sobre las lenguas indoeuropeas y, por consiguiente, del europeocentrismo.
Pero, en realidad, éstas categorías gramaticales se admiten de manera implícita, sin que se replanteen directamente. Pues, para seguir con el ejemplo ya mencionado, los cortes que aíslan los constituyentes inmediatos obedecen a los «sentimientos intuitivos» del analista; éste junta «larga» y «carta», «anciana» y «madre», fiándose de su conocimiento de la rección de determinación; une «escribe» y
«carta» fiándose de su conocimiento del complemento, etc. Por lo que constatamos que, en realidad, existe todo un saber tradicional implícito que está al origen de una descripción que se pretende meramente formal. Si bien no es menos cierto que una mutación epistemológica se manifiesta en este abandono de los principios tradicionales de descripción lingüística y en el empleo de un método que quiere ser neutro.
Benveniste sugiere que debemos este cambio al hecho de que los lingüistas americanos hayan tenido que describir numerosas lenguas desconocidas y que se vieron obligados a optar por una descripción neutra que no tenga que referirse a la manera en que el investigador piensa la lengua; pues, al no saber cómo se piensa dicha lengua según el informador (una de las reglas de Bloomfield es no preguntar a su informador cómo piensa su lengua), el investigador corre el peligro de trasladar las maneras de pensar su propia lengua. A este respecto podemos advertir que, si el descubrimiento del sánscrito obligó a los lingüistas europeos a situar sus lenguas nacionales con respecto a aquél y a promocionar un método comparado, el descubrimiento de las lenguas americanas, muy diferentes del inglés, ha forzado la lingüística americana a una abstracción teórica que se agarra a las descomposiciones técnicas para no tener que tocar la filosofía (la ideología): en efecto, se ha de ignorar la de los informadores y borrar la de los investigadores. Añadamos a esta situación el que la mayoría de los lingüistas americanos desconocen las lenguas extranjeras y no fundan su reflexión más que sobre su propia lengua. Tales
«coacciones» objetivas no disminuyen, sin duda, la importancia de la elección teórica de la lingüística americana que censura la investigación psicosociológica de sus propios procedimientos y aplica una formalización basada sobre unos presupuestos cargados de significación que la filosofía europea, por su parte, discute desde hace años. El resultado es una descripción técnica del lenguaje que es, sin duda, matemáticamente manejable y puede servir para la traducción automática cuando no se inspira de ésta, pero que no proporciona una hipótesis explicativa del funcionamiento lingüístico. Incluso se puede decir que la mutación epistemológica introducida por el estructuralismo para el que el estructuralismo americano representa la tendencia formalizadora extrema, consiste no en explicar sino en proponer —acorde al lógico-positivismo— una descripción llana, ciega en cuanto a sus propios fundamentos y técnica que su procedimiento, de aquel objeto estático, sin sujeto y sin historia, que es ahora el lenguaje.
Pero ¿qué aspecto tomarán, a partir de tales bases teóricas, la semántica, la morfología y la fonética?
La lingüística americana suele presentarse bajo las seis formas siguientes, que Carroll describe según sigue:
Phonetics es el nombre de la disciplina que examina los sonidos del
lenguaje desde el punto de vista articulatorio y acústico.
Phonemics es otra ciencia que clasifica los sonidos del lenguaje en unidades llamadas fonemas que desempeñan un papel diferencial en el enunciado.
Morphology estudia la construcción de las palabras, identificando los morfemas (las más pequeñas unidades estructurales que poseen una significación gramatical o lexical), su combinación y su cambio en las palabras y en las diversas construcciones gramaticales.
Morphophonemics, rama de la morfología, es el estudio de la construcción fonética de los morfemas, así como unas variaciones fonéticas de los morfemas en las distintas construcciones gramaticales. Syntax estudia la construcción de la proposición pero se halla en inmediata dependencia con la morfología. La sintaxis se ve incluso suplantada por una morfología que descompone el orden oracional en segmentos y en unidades y que se presenta como un análisis que actúa
en tanto que sintaxis.
Lexicography, por último, constituye la lista y el análisis de todos los elementos portadores de sentido en el sistema del lenguaje.
Hemos de subrayar, en primer lugar, que, al renunciar a las
categorías clásicas de la descripción lingüística y al adoptar una descripción formal, el estructuralismo americano se vio obligado a no abordar la sintaxis. Descomponiendo el enunciado en segmentos que luego se intentaba ordenar en paradigmas en función de su distribución, la lingüística americana no elaboró unas proposiciones acerca de las relaciones de los términos en la oración. Se ha vuelto mecánicamente analítica, sin poder aprehender las leyes de la síntesis de los componentes dentro del conjunto de los enunciados. Para remediar esta falta, Chomsky no pudo prescindir de una teoría del sujeto de la significación, o sea de una filosofía: la halló, remontando dos siglos hacia atrás, en la Grammaire de Port-Royal.
En el dominio de la fonémica. citamos los trabajos de M. Swadesh, W.
F. Twadell, B. Bloch, y finalmente el libro de C.F. Hockett, A Manual of Phonology (1955). El principio fundamental de la fonémica es la definición de un criterio formal para identificar a los fonemas. Tal criterio llamado complementary dislribution o patterned congruence exige que dos sonidos fonéticamente similares no contrasten hasta el punto de producir unas diferencias de sentidos (por ejemplo t y t en tone y stone en inglés, aunque son fonéticamente diferentes, el uno aspirado, el otro no, no pueden dar lugar a una diferencia de sentido). Ambos sonidos son llamados alófonos del mismo fonema. Pattern congruence consiste más concretamente en agrupar los sonidos del lenguaje
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conforme a su entorno fonético, lo cual revela algunos cambios del comportamiento de sonidos parcialmente parecidos (cf. Carroll).
Tales procedimientos de identificación de los fonemas pueden ser aplicados a las unidades morfológicas del lenguaje así como a los sistemas significantes complejos: literatura, danza, etc., y es el punto de partida del método estructural en las ciencias llamadas humanas (véase, al final de la presente obra, el capítulo dedicado a la semiótica). La morfémica ocupa un importante lugar dentro de la lingüística americana. Citaremos, entre los libros dedicados a este problema, Methods in structural linguistics (Z. Harris, 1951). El análisis de las lenguas que no son lenguas indoeuropeas ha mostrado que unas categorías morfológicas tradicionales tales como el nombre (que designa a la cosa), el verbo (que designa a la acción), etc., correspondiente a un análisis lógico (cf. Port-Royal) son inaplicables. No se puede identificar la palabra con el concepto que expresa y la experiencia psicológica y psicoanalítica prueba que una palabra no conlleva un solo concepto o sentido. Por ello se ha trasladado el método formal de la fonética a la morfémica: al fonema de la fonémica corresponde el morfema en morfología. «Toda forma libre o dependiente que no se puede dividir en partes más pequeñas (formas más pequeñas) es morfema. Así man, play, person son unas palabras que se componen de un solo morfema cada una; manly, played, personal son unas palabras complejas ya que cada una de ellas contiene un morfema dependiente (-ly, -ed, -al)»; éstas son las definiciones dadas por Bloch y Trager en Outline of Linguistic Analysis (1942). Puesto que los fonemas tienen unas variantes de posición llamadas alófonos, los morfemas tienen unas variantes de posición llamadas alomorfos que pueden ser a menudo muy diferentes fonéticamente: así entre los alomorfos de [be] encontramos am, are, is... Una vez que se han identificado los morfemas, lo hemos dicho, la morfología establece unas clases de morfemas según su «posición diferencial dentro del enunciado»: por ejemplo, la clase de los morfemas que pueden sustituir «courage» en
«courageous» y «courage» en «encourage». En última instancia, y a partir de las dos etapas anteriores, se puede establecer un análisis por constituyentes inmediatos, reemplazando este análisis al análisis sintáctico clásico.
El morfema es, lo vemos, el elemento mínimo de tal análisis: retoma el semantema y el lexema de la terminología corriente para situarse en el plano del vocabulario y de la semántica más que en el plano de la gramática a la vez que reagrupa determinados problemas de la
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sintaxis en la medida en que cada morfema se analiza por sus constituyentes inmediatos. Al dividir al anunciado en segmentos, se puede lograr una identificación de los morfemas sin tomar en cuenta entidades tales como la «palabra».
Después de la teoría muy compleja que Bloomfield dio del morfema, y después de un largo silencio en este dominio, sus investigaciones fueron retomadas por los lingüistas contemporáneos. Hockett emplea los términos «entidades y proceso» para marcar de manera dinámica la distinción de dos formas similares como si fuesen un cambio: así, acabamos (primera persona del plural) se convierte en acabáis (segunda persona del plural). Desde un punto de vista estático y empleando los términos de «entidades y disposiciones», podemos decir que acabamos y acabáis son dos disposiciones de tres morfemas, cogidos de dos en dos: acab a mos.
Para Harris, el análisis morfemático conlleva tres fases: 1) transcribir y aislar las partes mínimas que, en otros enunciados, tienen la misma significación: lo que se da en llamar los alternantes morfémicos; 2) constituir un morfema único a partir de los morfemas alternantes que tienen el mismo significado, que se organizan en distribución complementaria y que no tienen una distribución mayor que otros alternantes particulares; 3) dar unas definiciones generales para los morfemas que tienen las mismas diferencias entre los alternantes.
En 1962, Harris publicaba su libro String Analysis of Sentence Structure en el que proponía una concepción de la proposición que difiere del análisis por constituyentes inmediatos así como del análisis transformacional. «Cada proposición —escribe Harris— se compone de una proposición elemental (su centro) y de cero o de más adjunciones elementales, es decir, de secuencias de palabras con estructura particular que no son proposiciones en sí y que añaden inmediatamente a la derecha o a la izquierda de la secuencia o de la adjunción elementaria...» La diferencia respecto al análisis por constituyentes es que ésta descompone la oración en niveles descriptivos siempre más bajos que se incluyen los unos en los otros. Ahora bien, puesto que se ha observado que la mayoría de los constituyentes consisten bien en una sola palabra, bien en una palabra que caracteriza el constituyente y en la adjunción de otra palabra, Harris define un constituyente de esta índole en la proposición A como endocéntrico. Es decir, que hay expansión de su categoría característica sobre los elementos adjuntos, de manera que se puede reemplazar cada constituyente por su categoría característica y obtener
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una proposición B que esté ligada a A como un constituyente- expansión de A... La diferencia respecto a la gramática generativa es que ésta reduce toda proposición a proposiciones elementales, mientras que el análisis en strings no aísla sino una sola proposición elementaria de cada proposición.
Citamos, por igual, en el campo del análisis sintagmático el estudio de E. A. Nida (Morphology, 1944) que da ejemplos asombrosos tanto de los resultados positivos como de lasinsuficiencias de la morfemática.
Las teorías de K. L. Pike, Language in Relation lo a Unified Theory of Human Behavior (1954 y ss.) se sitúan en la perspectiva de Sapir y tratan de utilizar los análisis exactos, sin olvidar por ello los problemas semánticos y los criterios culturales. El autor distingue dos tipos de elementos lingüísticos: éticos (a partir del ejemplo fonética) y étnicos (a partir del ejemplo de fonémica), siendo los primeros físicos u objetivos, los segundos significativos. Analiza los enunciados en tres capas: lexical (donde encontramos los morfemas), fonológica (los fonemas) y gramatical (compuesta de unidades llamadas gramaticales o tagmemas). Llama su teoría gramémica o tagmémica y propone unas grafías que representan los cruces de las relaciones gramaticales complejas.
En el campo de la semántica, los estructuralistas americanos conservan cierta desconfianza bloomfieldiana respecto al significado y buscan rasgos formales que puedan ponerlo en evidencia: «El significado es un elemento de contexto». Proponen la noción de distribución para clasificar los diferentes significados. Para comprobar si dos palabras tienen el mismo significado, es preciso demostrar que tienen la misma distribución, es decir, que participan en el mismo contexto. Se tratará menos de un marco sintáctico que de un emplazamiento lexical; pues un contexto sintáctico puede aguantar fácilmente la sustitución de uno de sus términos por otro, sin que el sentido global pueda servir para diferenciar los significados de ambos términos. Sin embargo, aunque se trate de una distribución en el emplazamiento lexical, resulta prácticamente imposible dar la lista de todos los contextos en los que participan ambos términos: nada nos puede probar que, si se elige dentro de aquella infinidad de contextos una lista limitada, no contenga contextos «críticos». La sinonimia es otro obstáculo para esta teoría: si el contexto a significa b (siendo a y b sinónimos), no es forzosamente lo mismo que b significa a. Sería preferible, por tanto, referirse a unos criterios extra-lingüísticos (el referente) o a una interpretación teórico-filosófica: pero, entonces,
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estaríamos en contradicción con los principios bloomfieldianos (cf. Lepschy, Linguistique structurale).


La lingüística matemática

La lingüística matemática nació por razones técnicas: la construcción de los circuitos eléctricos para ordenadores destinados a leer o escribir, o de máquinas destinadas a la traducción automática. Con toda evidencia es necesario que, para que la materia lingüística sea programable en las calculadoras, sea tratada de la manera más rigurosa y más exacta posible. El estructuralismo americano, del que acabamos de examinar algunas características, abrió esta vía de rigor; por lo demás, estuvo sumamente influido por las exigencias de aquella lingüística aplicada, llamada matemática.
Sin embargo, la lingüística matemática constituye en sí un campo autónomo en el que hay que distinguir dos ramas: la lingüística cuantitativa o estadística, y la lingüística algébrica o algorítmica. La primera opera sirviéndose de consideraciones numéricas acerca de los hechos lingüísticos. La segunda utiliza unos símbolos sobre los cuales efectúa operaciones.
La lingüística estadística enumera los elementos lingüísticos y, relacionándolos con los demás, formula unas leyes cuantitativas que la intuición hubiera podido sugerir aunque no se habría podido llegar a una formulación de leyes sin demostración cuantitativa. Si bien se han admitido estas investigaciones dentro de la lingüística tradicional (enumeración de los términos del léxico de un escritor dado) no se independizan hasta los años 30 y requieren un examen atento y paciente de grandes corpus así como una experiencia matemática por parte del investigador. Citaremos aquí los trabajos de uno de los primeros que se ocupó de este campo, G. K. Kipf (cuya síntesis se halla en su libro Human Behaviour and the Principle of the Least Effort, An Introduction to Human Ecology, 1949) así como los de Guiraud en Francia (Problèmes et Méthodes de la statistique linguistique. 1960), de G. Herdan en Inglaterra (Quantitative Linguistics. 1960), de Hockett (Language, Mathematics and Linguistics, 1967), etc.
La teoría de la información da lugar a otra concepción matemática del lenguaje. Se sabe que los fundadores de la teoría, Hartly y Shannon, postulan que es posible medir cor precisión un aspecto dado

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de la transmisión de un mensaje el cual es la frecuencia relativa de un símbolo i (o de la cantidad que depende de ello). Puntualicemos, antes de seguir, que por «cantidad de información» se entiende aquí una función referente a la peculiaridad de determinados símbolos y que no se le da un sentido semántico o psicológico al término «información». Bar-Hillel insiste sobre el hecho de que se refiere a una transmisión de símbolos privados de significados. Se ha descubierto que la cantidad de información es la función logarítmica de la inversa de una
frecuencia relativa semejante:
log
I
fr (i)
. El término empleado aquí es el
«binary digit» (bit) que es la unidad de medida cuyo logaritmo es la base 2. El número de los bits debe corresponder al número de cortes binarios que hay que hacer para identificar un elemento dentro de un inventario. Por ejemplo, un mensaje que comporta un símbolo elegido entre dos símbolos equipotentes a y b tendrá 1 bit de información. Pero si se elige al símbolo entre otros 26 símbolos (digamos las letras de un alfabeto) entonces el mensaje tendrá 5 bits de información. Este binarismo evoca el de Jakobson en su teoría fonológica... Si admitimos que el informador produce una información infinita, el valor de la frecuencia sería llamado «probabilidad» p (i) y la cantidad de la
información asociada al símbolo será
log
I .
p(i)
Otra rama de la lingüística matemática se ocupa de la traducción llamada mecánica o automática. Partiendo de una lengua de origen, a partir de la cual se traduce y que se llama lengua-fuente. la traducción automática produce un texto en la lengua en que se traduce o lengua- blanco. Para ello, se precisa evidentemente programar en la calculadora no sólo las correspondencias lexicales de la lengua-fuente a la lengua- blanco, sino también las relaciones formales entre los enunciados de la lengua-fuente y los de la lengua-blanco, y entre sus partes.
Una de las tendencias actuales de la traducción automática consiste en analizar los periodos de la lengua-fuente y en sintetizar los de la lengua-blanco, sin ocuparse directamente de la traducción. El paso de la lengua-fuente a la lengua-blanco puede efectuarse bien de manera directa, bilateral, bien por medio de una tercera lengua, lengua de la máquina, que estará compuesta de universales lingüísticos y, de este modo, podrá servir de transición de toda fuente a todo blanco. Esta solución, practicada actualmente en la Unión Soviética, se sitúa en el sentido, común a varios lingüistas en la actualidad, de una búsqueda de los universales de la lengua.

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Vamos a puntualizar ahora los términos de análisis de la estructura de la lengua-fuente y de síntesis de los períodos de la lengua-blanco.
El principio central es el de la determinación de la función sintáctica: no se recurrirá al contexto ni a la semántica sino única y exclusivamente a las relaciones sintácticas formales de los constituyentes. El anterior análisis supone que se distribuye las palabras en diferentes clases sintácticas que, posteriormente y para sintetizar enunciados satisfactorios, deben satisfacer a las reglas de la máquina, como por ejemplo la oración: SN + SV; SV = V + SN; SN = A
+ N; A = los, las; N = coche, hombre, etc.; V = comprar. La máquina producirá entonces: Los hombres compran los coches. Pero también podrá producir: Los hombres compran las hipotenusas, lo que no será aceptable. Para evitar tales casos, la gramática debe conllevar unas reglas, prohibitivas complejas.
Desde la invención de la primera máquina para traducir, por el ruso Piotr Petrovic Smirnov-Trojansky en 1933, los trabajos de Both y Weaver (1946), llegando hasta las investigaciones de Bar-Hillel, la traducción automática progresa y da unos resultados cada vez más satisfactorios. La emulación entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, en este campo, ha producido unos trabajos sin duda interesantes. No obstante, una vez olvidado el entusiasmo primero que dio lugar a la creencia según la cual toda traducción se podría hacer con una máquina, se ha puesto de manifiesto que el factor semántico, por tanto, el papel del sujeto parlante, es esencial para la traducción de una gran parte de los textos (literarios, poéticos, incluso el discurso cotidiano cargado de polisemias) y que la máquina no era capaz de decidir por sí misma. La afirmación de la omnipotencia traductora de la máquina está considerada hoy, por Bar-Hille: por ejemplo, como una simple expresión de «la voluntad de trabajar con cierta finalidad, siendo su contenido prácticamente nulo». Por otra parte, los resultados positivos que se han logrado mediante las calculadoras en la traducción automática no han profundizado nuestro conocimiento teórico del funcionamiento de la lengua. La traducción automática formaliza con rigor, gracias a un tratamiento automático, una concepción ya hecha del lenguaje y, en su búsqueda de un rigor aún más perfecto, puede efectivamente hacer progresar la teoría sintáctica (es el caso de Chomsky) sin que, por ello, incida en la acepción general del funcionamiento lingüístico propio de cierta concepción formal del lenguaje. Por el contrario, indica tal vez que la vía escogida por el análisis formal —que pierde interés por el hecho de
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que el lenguaje tenga un sistema de signos cuyas capas hay que determinar— cualesquiera que sean sus indiscutibles aportaciones, no sea la que nos conducirá al conocimiento de las leyes del funcionamiento lingüístico.

La gramática generativa

La última década está marcada por una teoría del lenguaje que se está imponiendo no solamente en América, sino por todas partes en el mundo, ya que propone una concepción original de la generación de las estructuras sintácticas. Se trata de los trabajos del lingüista americano Noam Chomsky, cuyo libro Structures syntaxiques se publicó en 1957 (trad. fr. 1969) y cuyas investigaciones siguen su curso en la actualidad, concretando y, a menudo, modificando sensiblemente los postulados iniciales. Esta mutación y este «no acabarse» de la teoría chosmkiana, por un lado, la tecnicidad hiperdesarrollada de sus descripciones, por otro, impiden que presentemos aquí la totalidad de la investigación para hacer resaltar el conjunto de las implicaciones acerca de la teoría del lenguaje. Por lo cual, nos limitaremos a unos pocos aspectos de la gramática generativa.
En primer lugar, subrayaremos el «clima» en que se ha ido desarrollando y ante el cual ha reaccionado. Estamos efectivamente ante la lingüística «post-bloomfieldiana» la cual es, ante todo, una descripción estructural analítica que descompone el enunciado en capas estancas; es el principio llamado de la «separación de los niveles» (fonémico, morfémico, etc.) donde cada nivel funciona para sí mismo, sin que podamos referirnos a la morfología cuando hagamos un estudio fonémico, aunque lo contrario sea posible. Por otra parte, esta lingüística no quería de ninguna forma tomar en cuenta al locutor ni a su papel en la constitución del enunciado ya que proponía una descripción empírica, que pretendía ser «neutra» y «objetiva», de la cadena hablada en sí (véase más arriba «La lingüística americana»).
Chomsky seguirá fiel a las exigencias de rigor, de descripción neutra y formal de los «post-bloomfieldianos» así como a su desconfianza del significado. Al interesarse sumamente por los problemas que plantea la traducción automática e intentar resolver algunas dificultades que el análisis sintagmático resultaba ser incapaz de elucidar, Chomsky va a tratar de crear una teoría gramatical nueva, señal de la tecnicidad y de la cientificidad de una formulación matemática. y ello sin recurrir a la

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semántica. Tuvo un maestro y precursor genial en la persona de Harris (véase más arriba) de quien retoma algunos conceptos (incluido el de transformación) y análisis, dándoles una nueva interpretación. Pero los parecidos con sus antecesores no deben ocultar la profunda novedad de la teoría de Chomsky.
En lugar del acercamiento analítico de las estructuras, Chomsky propone una descripción sintética. Ya no se trata de descomponer la oración en componentes inmediatos sino de seguir el proceso de síntesis que lleva esos componentes a una estructura sintagmática, o que transforma dicha estructura en otra.
La operación se apoya ante todo y básicamente sobre la intui ción implícita del locutor, el cual es el único criterio de la gramaticalidad o de la agramaticalidad de la oración. «El objetivo fundamental del análisis lingüístico de una lengua L es separar las sucesiones gramaticales que son oraciones de L, de las sucesiones agramaticales que no son oraciones de L, y estudiar la estructura de las sucesiones gramaticales», escribe Chomsky: «A este respecto, una gramática refleja el comportamiento del locutor que, a partir de una experiencia finita y accidental de la lengua, puede producir y comprender un número infinito de nuevas oraciones. En verdad, toda explicación de la noción «gramatical en L» (es decir, toda caracterización de «gramatical en L» en términos de enunciado observado en L) puede ser considerado como donador de una explicación de tal aspecto fundamental del comportamiento lingüístico». Chomsky observa que la noción de gramaticalidad no es asimilable a la de «dotada de sentido» desde el punto de vista semántico, ya que entre estas dos oraciones: 1) Colorless green ideas sleep furiously (Incoloras ideas verdes duermen furiosamente) y 2) Furiously sleep ideas green colorless, estando ambas desprovistas de sentido, la primera es gramatical y la segunda no lo es para un locutor inglés. Es preciso recordar, sin embargo, las observaciones de Husserl, que hemos citado más arriba (cf. p. 270-271) y según las cuales la gramaticalidad cubre y no expresa siempre un determinado sentido: en función de estas observaciones, la oración (1) es gramatical en la medida en que es la forma sintáctica que tolera una relación con un objeto real. Vemos que la teoría del signo no puede ser eludida desde el momento en que se profundiza un principio tan formal en apariencia como el de la gramaticalidad.
A través de la noción de la gramaticalidad fundada sobre la
«intuición del locutor» se infiltra, en la teoría rigurosamente formalizada de Chomsky, y su fundamento ideológico, a saber el sujeto
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parlante que los «bloomfieldianos» quisieron expulsar de su análisis. En 1966, Chomsky publica su libro La Lingüistique cartésienne (trad. fr. 1969) en el que busca antepasados para su teoría del sujeto parlante, encontrándolos en las concepciones cartesianas que se conocieron en Europa dos siglos antes, y más concretamente en el cogito de Descartes, que implica la universalidad de las ideas innatas del sujeto, garante de la normalidad —Chomsky diría de la «gramaticalidad» —de los pensamiento y/o de los enunciados.
Acorde a aquellas teorías, a las que une las concepciones de Humboldt, Chomsky distingue la potencia, es decir, la capacidad para el sujeto hablante de formar y reconocer unas oraciones gramaticales dentro de la infinidad de las construcciones posibles de una lengua, y la actuación, es decir, la realización concreta de tal capacidad. Lejos de aceptar el postulado behaviorista según el cual la lengua es un
«sistema de hábitos», Chomsky opta por la postura cartesiana idealista de las «ideas innatas»; el carácter universal de estas ideas exige por parte del lingüista una teoría sumamente abstracta que, partiendo de cada lengua concreta, pueda hallar el formalismo universal válido para todas las lenguas y a partir del cual cada lengua realiza una variación específica. «De manera general, los lingüistas deben interesarse por la determinación de las propiedades fundamentales que subyacen en la gramáticas adecuadas. El resultado final de estas investigaciones debería ser una teoría de la estructura lingüística en que los mecanismos descriptivos utilizados en las gramáticas particulares serían presentados y estudiados de manera abstracta, sin referencia específica a las lenguas particulares».
Vemos, por lo tanto, que para Chomsky la gramática es menos una descripción empírica que una teoría de la lengua y que conduce entonces y al mismo tiempo a una «condición de generalidad». La gramática de una lengua dada debe construirse conforme a la teoría específica de la estructura lingüística en la que unos términos tales como «fonema» y «sintagma» se definen independientemente de toda lengua particular.
¿Cómo establece Chomsky las reglas de su teoría?
Examina en primer lugar dos tipos de descripciones gramaticales: uno, sugerido en los términos de un proceso de Markov (modelo de estados finitos de un lengua infinita), está descartado por Chomsky al considerarlo incapaz de explicar la capacidad que tiene un locutor para producir y comprender nuevos enunciados cuando ese mismo locutor rechaza otras secuencias nuevas por no pertenecer a la lengua;
el otro es la descripción lingüística sintagmática, formulada en términos de análisis por constituyentes y que sirve de modelo para unos lenguajes terminales que no son forzosamente finitos; Chomsky también lo rechaza al ser inadecuado para la descripción de la estructura de las oraciones inglesas. He aquí los elementos de la crítica de Chomsky.
Tomemos la oración The man hit the ball (el hombre golpeó la pelota) y apliquémosle las reglas de un análisis por constituyentes. Este análisis se hará en tres tiempos: (1) análisis gramatical; (2) derivación del análisis (1) aplicada a la oración particular The man hit the ball; y (3) diagrama recapitulativo.


(1)
I
. Orac
ión SN (sintagma nominal) + SV (sintagma
verbal)
I
I. SN Art (articulo) + N (nombre)
I
II. SV
V (verbo) + SN
I
V. Art
The

. N
man, ball, etc.

I. V
hit, love, etc.



(2) Oración


SN + SV I
Art + N + SV II
Art + N + V + SN III
The + N + V + SN IV
The + man + V + SN V
The + man + hit + SN VI
The + man + hit + Art + N VII
The + man + hit + the + N VIII
The + man + hit + the + ball IX






(3)
Oración
SN SV
Art N Verbo SN
Art N
the
man
hit
the
ball


Vemos que, en el cuatro (1), cada regla significa simplemente que se puede «reescribir» Y en el lugar de X y que el cuadro (2) no es más que la aplicación de estas reglas, remitiendo cada línea del cuadro (2) a una regla de gramática (1). Para concretar la significación de estas reglas, podemos añadir unas indicaciones suplementarias (que marquen, por ejemplo, que el artículo puede ser a o the, que SN y SV pueden ser singulares o plurales, etc.). El diagrama (3) no hace sino presentar la derivación de una manera más clara.
Este modelo sintagmático parece, pues, convincente. No obstante, con unos pocos ejemplos, Chomsky pone en evidencia sus limitaciones. En efecto, se deduce de lo que precede que si se tiene dos oraciones: Z + X + W y Z + Y + W, siendo X e Y los «constituyentes» de tales oraciones, podemos en principio formar una nueva oración Z-X + y + Y-W, de la que damos un ejemplo:

(4) I. A: La scène du film était à Chicago
B: La scène de la piece était à Chicago
II. C: La scène du film et de la piece était à Chicago.

Pero si X y Y no son «constituyentes», no se puede aplicar la fórmula ya que daría lugar, por ejemplo, a:
(5) III. A: Les capitaux ont quitté le pays
B: Les policiers ont quadrillé le pays
IV. C: Les capitaux ont quitté et les policiers ont quadrillé le pays.

Estos ejemplos demuestran que, para que las reglas sintagmáticas sean aplicadas a una lengua como el inglés, es preciso conocer no sólo la forma final de las oraciones sino además la estructura de sus constituyentes o su «historia derivacional». Sin embargo, Chomsky demostró que sólo en función del contenido efectivo de una secuencia dada se aplicará, o no, la regla «X → Y» de la gramática sintagmática a dicha secuencia: la cuestión de la formación progresiva de la secuencia no es, por lo tanto, pertinente en la gramática sintagmática; lo que lleva a Chomsky a formular nuevas reglas que no eran necesarias en esa gramática. Damos a continuación una de esas reglas, aplicable al caso anterior:

(6) Si S1 y S2, son unas oraciones gramaticales y que S1, no difiere de S2, más que por la presencia de X y S1, en el lugar en que aparece Y en S2, (dicho de otro modo: si S1 = ...X... y S2 = ...Y...), si además X e Y son unos constituyentes del mismo tipo en S1 y S2 respectivamente, entonces una oración S3, resultante de la sustitución de X por: X + y + Y en la oración S1 (lo que nos da: S3 = ... X + >... + Y ...) es una oración gramatical.

Vemos que, según Chomsky, la gramática es inadecuada para una lengua como el inglés, salvo si se introducen nuevas reglas. Pero precisamente esta introducción cambia por completo la concepción de la estructura lingüística. Chomsky propone entonces el concepto de
«transformación gramatical», que formula de la siguiente manera: una transformación gramatical T opera sobre una secuencia dada o sobre un conjunto de secuencias que poseen una estructura dada y la convierte en una nueva secuencia que tiene una nueva estructura sintagmática derivada.
El principio de la gramática transformacional se formula de este modo. Posteriormente se tratará de concretar sus propiedades esenciales, como por ejemplo el orden de aplicación de dichas transformaciones. Por otra parte, algunas transformaciones son obligatorias, otras son facultativas. La transformación que regula la adjunción de los afijos a una raíz verbal es necesaria si se quiere obtener una oración gramatical: por lo que es obligatoria; mientras que la transformación pasiva puede no ser aplicada a cada caso particular; es facultativa. Llamamos núcleo de cada lengua, en la terminología de la gramática transformacional, el conjunto de las oraciones producidas por la aplicación de las transformaciones obligatorias a las secuencias
terminales de la gramática sintagmática; las oraciones logradas por la aplicación de transformaciones facultativas son llamadas derivadas.
La gramática tendrá, pues, una sucesión de reglas de la forma:
X → Y (igual que en la fórmula (1) más arriba) y corresponde al nivel sintagmático, una sucesión de reglas morfo-fonológicas que tienen la misma forma de base, y una sucesión de reglas transformacionales que unen los dos primeros niveles. He aquí cómo Chomsky expresa el procedimiento:
«Para producir una oración a partir de esta gramática, construimos una derivación ampliada que empieza por Oración. Al pasar por las reglas F, construimos una secuencia terminal que será una sucesión de morfemas, no en el orden correcto de manera necesaria. Pasamos entonces por la sucesión de transformaciones Ti → Tj, aplicando las que son obligatorias y, tal vez, algunas de las que son facultativas. Estas transformaciones pueden reordenar las secuencias, añadir o borrar morfemas. El resultado es la producción de una secuencia de palabras. Pasamos, pues, por las reglas morfo-fonológicas que convierten esa secuencia de palabras en una secuencia de fonemas. La parte sintagmática de la gramática comprenderá reglas tales como (1). La parte transformacional comprenderá reglas tales como (6) formuladas correctamente con los términos que se debe desarrollar en una teoría acabada de las transformaciones».
El análisis transformacional tiene, para Chomsky, un poder que él llama explicativo. Por ejemplo, la oración La guerre est commencée par l’agresseur, desde el punto de vista transformacional, es el resultado de una serie de transformaciones efectuadas sobre la proposición-núcleo L’agresseur a comencé la guerre. Es lo mismo que decir que la estructura SN, Vt SN2 (donde Vt es un verbo transitivo) se ha convertido en ser + participio pasado del verbo), que corresponde lexicalmente a la oración inicial que queríamos explicar.
Por otra parte, la descripción transformacional puede resolver la ambigüedad de una secuencia sin recurrir a criterios semánticos, conformándose con restablecer las reglas de transformación que la producen.
Es obvio que el acercamiento chomskiano brinda una visión dinámica de la estructura sintagmática, que falta en la gramática estructural, y elimina la atomización de la lengua, propia de los métodos «post-bloomfieldianos» para proponer una concepción de la lengua en cuanto que proceso de producción de la que cada secuencia y cada regla pertenecen a un conjunto coherente basado sobre la
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conciencia del sujeto-locutor cuya libertad consiste en someterse a las normas de la gramaticalidad.
Recordaremos a este propósito el considerable trabajo realizado por la Grammaire générale de Port-Royal y sobre todo por los gramáticos de la Enciclopedia que elaboraron una concepción sintáctica de la lengua. Chomsky recoge visiblemente este procedimiento que emparenta además con su concepción del sujeto, libre posesor de ideas cuya transformación controla. La búsqueda de estructuras sintácticas contra la disgregación morfosemántica a la que estaba sometida la lengua en los estudios anteriores, revela una concepción de la lengua en tanto que conjunto de términos coordinados. Se puede decir que ya no se trata de una lingüística en el sentido en que se hizo esta palabra en el siglo XIX en cuanto que ciencia de las especificidades del cuerpo de la lengua. Pues la lengua se esfuma bajo la red formal que genera la cobertura lingüística del razonamiento y el análisis transformacional presenta el esquema sintáctico de un proceso psíquico concebido según una concepción racionalista del sujeto. La Grammaire générale de Port-Royal no era una lingüística ya que era una ciencia del razonamiento; la gramática generativa, por su parte, es más y menos que una lingüística ya que es la descripción sintáctica de una doctrina psicológica. La sintaxis, que fue ciencia del razonamiento, se ha vuelto ciencia de un comportamiento psíquico normativo.
La novedad chomskiana puede aparecer como una variación de la antigua concepción del lenguaje, formulada por los racionalistas y centrada sobre las categorías lógicas formadas a partir de las lenguas indoeuropeas y del discurso comunicativo-denotativo. Es asombroso que el universalismo de esta concepción no se interese (aún) por las lenguas que no sean lenguas indoeuropeas, ni por funciones del lenguaje diferentes de la función puramente informativa (tal como el lenguaje poético o el lenguaje de los sueños, etc.). La sutileza de la descripción chomskiana o el placer que suscita por su rigor metódico y dinámico en un lector en busca de una certidumbre racional, no ocultan el fundamento profundo de tal acercamiento. No estudia la lengua en su diversidad, el discurso en sus funciones múltiples: demuestra la coherencia del sistema lógico sujeto-predicado, puesto en evidencia por Port-Royal, transformándose en diversas secuencias terminales que obedecen todas a una razón, la que fundamenta el sujeto, su «intuición gramatical» y su análisis lógico. El mismo Chomsky se declara menos lingüista que analista de las estructuras psicológicas. Es sin duda un descriptor minucioso de cierta estructura,
235
la que establecieron los racionalistas del siglo XVII. ¿Es la única?
¿Tenemos que subordinar la inmensa variabilidad del funcionamiento lingüístico a esa única estructura? ¿Qué significan conceptos «sujeto»,
«intuición», «ideas innatas», actualmente, después de Marx y de Freud? ¿El análisis cartesiano-chomskiano no estará, teóricamente, demasiado bloqueado por sus mismos presupuestos y, por ende, incapacitado para ver la pluralidad de los sistemas significantes recogidos en otras lenguas y en otros discursos? No es sino una serie de problemas generales que los trabajos de Chomsky plantean y que el rigor de sus análisis (que no son más que el apogeo del positivismo que ha reconocido en Descartes a su padre) no deben seguir callando.
La gramática transformacional, de manera más marcada y más reveladora, realiza la misma reducción que la lingüística estructural y sobre todo la lingüística americana efectúan en su estudio del lenguaje. Significante puro, sin significado: la orientación está clara y se acentúa en los últimos trabajos inéditos de Chomsky. Se diría que el formalismo del proyecto de Husserl se cumple al abandonar lo que había de semantismo y de teoría objetal de la verdad en Husserl. En efecto, para neutralizar la subjetividad empírica en el estudio del lenguaje, la lingüística ha reducido los elementos constitutivos de la cadena hablada, los signos, unos índices o marcas que muestran sin demostrar unos elementos que no quieren decir otra cosa que su pureza gramatical. Volviendo luego a su subjetividad constituyente y encontrando otra vez al sujeto cartesiano generador de la lengua, la gramática transtormacional opta por un eclecticismo que, por el momento, concilia una teoría del sujeto psicológico con un ajustamiento a la variación de componentes lingüísticos cada vez más inexpresivos... Esta conciliación (difícil puesto que no se entiende mucho cómo un sujeto racional puede ponerse de acuerdo con una gramática no expresiva) se halla enfrentada con la siguiente alternativa: o los índices formales que constituyen la operación generativa-transformacional se cargarán de sentido, se harán portadores de significaciones que precisarán integrarse dentro de una teoría de la verdad y de su sujeto; o los conceptos mismos de «sujeto», de «verdad» y de «sentido» serán desechados por se incapaces de resolver el orden del lenguaje ajustado y, en ese caso, la lingüística ya no será una gramática cartesiana y se orientará hasta otras teorías que propongan una visión diferente del sujeto: un sujeto que se destruye y se reconstruye en y por el significante. En pro de esta segunda eventualidad actúan la presión del psicoanálisis y la inmensa
reconsideración de la propia concepción de significación que anuncia la semiótica. Que esta vía parece poder abrir la valla cartesiana en que la gramática transformacional quiere encerrar la lingüística; que semejante procedimiento puede dar pie a retomar el dominio del significante y romper el aislamiento metafísico en que se halla la lingüística en la actualidad para que sea la teoría, en plural, de los signos y de los modos de significación en la historia, esto es lo que vamos a tratar de indicar en los siguientes capítulos.

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