miércoles, 21 de septiembre de 2016

La bancarrota del “feminismo cupular” en Chile

 
Opinión
 Eda Cleary 20 sept 2016
El éxito popular masivo de la “Presidenta-madre” durante su primer mandato y principios del segundo, fue el mecanismo perfecto para fortalecer los valores patriarcales, pero ahora de la mano de una mujer y con el apoyo de la “aristocracia feminista cupular”, impidiendo así el desarrollo de la mujer en su calidad ciudadana, con deberes y derechos.
 
El “feminismo cupular”, es la élite feminista burocratizada que trabaja en horarios de oficina lejos de la gran diversidad de organizaciones de mujeres y feministas, de la cual algunas eran miembros activos durante la dictadura. Esta élite femenina surgió de la mano de tres hechos políticos que marcaron el destino del país durante los últimos 27 años de transición a la democracia: 
a) el viraje político de la Concertación hacia el pensamiento neoliberal heredado de la dictadura, 
b) la amnistía al saqueo económico contra la población chilena, especialmente abusivo con las mujeres en materia de empleo, salud y previsión, y 
c) el predominio de mujeres machistas al mando de Sernam (Servicio Nacional de la Mujer, creado en 1991).

Baste recordar que durante el primer gobierno de la Concertación (1990-1994), el presidente Aylwin nombró como directora de Sernam a Soledad Alvear, una mujer desconocida en los movimientos de mujeres y feministas, pasando la aplanadora a todas las dirigentas que habían jugado un papel clave en la defensa de los derechos humanos y las demandas por la emancipación de la mujer durante el régimen pinochetista y especialmente en los ochenta. Hoy Alvear es una furibunda defensora del embarazo forzado por violación y se alinea con las fuerzas políticas más patriarcales de Chile, como la senadora UDI Jacqueline Van Rysselberghe.

De allí en adelante, las mujeres machistas manejarían Sernam de la mano de la Biblia, a pesar del carácter laico del Estado de Chile, siguiendo una estrategia de doble estándar para neutralizar al movimiento feminista de mujeres que a comienzos de la transición era fuerte y contaba con una amplia base de apoyo. Por un lado, insistirían en políticas de corte asistencialista antipobreza y pro familia tradicional, pero, por otro, adoptarían un discurso rutinizado de género sin planes reales para ser llevado a cabo con fuerza durante el proceso de transición a la democracia. A este cuadro se sumaría la lógica de la “focalización del gasto social” y la “concursabilidad de los recursos públicos”, que constituyen el corazón mismo del desmantelamiento neoliberal de la responsabilidad universal del Estado en materias sociales (“peligroso vínculo feminista-neoliberal”).

Muchas mujeres genuinamente feministas, que provenían de los grupos de defensa de derechos humanos y de lucha incansable en materias sociales, toleraron este tutelaje patriarcal desde principios de los noventa para no “crispar” a los y las conservadores(as) de la Concertación, fanáticos antiabortistas y antidivorcistas, con la intención de no perjudicar la así llamada “paz social” al comienzo de la transición.

Debe recordarse, además, que en ese tiempo los efectos del miedo provocado por la política del terror dictatorial pinochetista todavía ejercían un gran papel en la autocensura de los movimientos sociales. A esto se sumaban los verdaderos bombardeos conservadores dentro de la coalición concertacionista, que asestaron a la postre un golpe mortal a las luchas de las mujeres: la “cúpula femenina” acabó cooptada políticamente por la cultura de la “verdad única” impuesta por la transición pactada y otras se replegaron nuevamente al trabajo de base para resistir la inminente victoria institucional de la avalancha conservadora-patriarcal en el seno mismo de la primera institución de Gobierno dedicada a los asuntos de género.

El desplome de la popularidad de Bachelet demuestra que esta estrategia de “feminismo cupular” es pan para hoy y hambre para mañana. Así lo comprueba el actual entrampamiento y aislamiento político en que se encuentra la Presidenta con sus ministras “favoritas”: Javiera Blanco, Ximena Rincón, además de Ana Lya Uriarte y otra serie de “amigas” de la “Presidenta-madre” en altos cargos públicos, cuyas carreras responden exclusivamente a la “incondicionalidad” entre ellas y la “madre-líder” y/o el patronazgo patriarcal. El “feminismo cupular” alimentó una suerte de despolitización de los asuntos públicos, obstaculizando la debida rendición de cuentas y tornando incalculable la gestión pública. Su estilo de gobierno “matriarcal-autoritario” solo reemplazó a la ideología patriarcal en una versión femenina.

Una vez instalado este “tutelaje patriarcal”, se tornaría muy difícil de superar en el tiempo. El manejo de temas clave como la educación sexual, el aborto, la violencia estructural contra la mujer, el divorcio, la pobreza femenina, la segmentación profesional, la situación de la mujer indígena, la participación política, el ingreso al empleo digno, los derechos sexuales y reproductivos, la previsión y salud igualitarias, y la falta de oportunidades para las mujeres se impulsaron en “la medida de lo posible” y no como temas de Estado.

Con la llegada de cuantiosos recursos financieros de ayuda internacional para las políticas de género y para Sernam (fundado al inicio sin presupuesto de la nación) se facilitó el surgimiento de una verdadera “aristocracia feminista”, tanto al interior del Gobierno como en las “selectas” ONGs, fundaciones u organizaciones de mujeres con las relaciones políticas para acceder a esos recursos. La nueva estrategia internacional de género, cuyos orígenes provenían de la III Conferencia Mundial de Mujeres de la ONU en 1985 en Nairobi, y que se presentó oficialmente en la IV Conferencia Mundial en 1995 en Pekín, se trasladó hacia Chile con la particularidad de que fue implementada por mujeres militantes de partidos políticos, la mayoría de ellas ajenas al feminismo.

De un día para otro, la política feminista, que otrora fuera resistida por las mujeres machistas, se convertía en una “oportunidad” para escalar en el mundo de la política partidaria tradicional durante la transición hacia la democracia. Por ello no sorprende que Sernam operara desde sus orígenes a través del cuoteo político partidario.

Por otro lado, la “emancipación”, de la cual hacían gala las líderes concertacionistas por estar marcando presencia en la vida pública, se convertiría en un verdadero “simulacro de emancipación femenina” de carácter “clasista” y “subalterno al orden patriarcal”. Clasista, porque esa emancipación descansaba en el trabajo doméstico y de cuidado infantil asalariado sin hacer esfuerzos por cambiar los estilos de vida patriarcales en la esfera privada, como fue, por ejemplo, en los países nórdicos; y “subalterna”, porque las mujeres ingresaban a las estructuras del poder para competir en los términos definidos por el orden patriarcal.

En esa cancha de acción, la cúpula feminista imitó las prácticas machistas y discriminó a las mujeres no pertenecientes a sus “círculos de confianza”. El resultado fue lo contrario de lo que profesaba el feminismo de género: combatir la discriminación y promover la solidaridad de género, no como sumisión a las líderes políticas sino que en torno a los objetivos de emancipación. En vez de ello, se sentaron las bases para el surgimiento de una generación de recambio feminista con fuertes rasgos oportunistas y paternalistas que aspiraba a reemplazar a sus “jefas” mediante la adopción del discurso feminista sin práctica política ni social.

Quizás por ello se registra en esta época una inmensa producción “lila” de estudios, panfletos, guías, cartillas, libros y marketing feminista en detrimento de la movilización y organización de las mismas mujeres a nivel político-social. Paradójicamente fue la aplicación de estas políticas públicas de género “a la chilena”, la que condujo finalmente al paulatino aislamiento e invisibilización del movimiento de mujeres.

El caso de “blindaje” del Gobierno de la “Presidenta-madre” a la ministra de Justicia Javiera Blanco (independiente pro DC) frente a su gestión corrupta en Gendarmería e irresponsable en el caso de la debida supervisión sobre el destino de más de 400 menores pobres fallecidos bajo la tutela del Estado en el Servicio Nacional de Menores (Sename), expresa brutalmente la alienación política del “feminismo cupular” que impidió la acusación constitucional contra ella con la ayuda de la diputada comunista Cariola. Otro bullado caso fue que tanto la Presidenta (socialista) como la ministra del trabajo Ximena Rincón (democratacristiana), brillaron por su silencio en el caso del hermano diputado de esta última, quien golpeó a su ex pareja, quebrándole la nariz de un puñetazo en la cara.

Estos hechos no son fortuitos porque corresponden a un patrón de conducta autoritario. La ley y la moral valen para los demás, no para sí mismas. Sin embargo, lo que en un principio fue celebrado como una “exitosa política de los acuerdos entre mujeres concertacionistas”, no aprobó el implacable examen de la práctica social. Según ONU Mujeres, actualmente Chile es uno de los países con menor presencia femenina parlamentaria en el mundo con un 15% (2016), ubicándose por debajo del promedio latinoamericano con un 27,7% y muy por debajo de los países nórdicos con un 41,1%. En Bolivia se registra actualmente un 53,1% de presencia femenina parlamentaria. Según la ONG “Parejas sin Violencia”, Chile es el cuarto país con más femicidios consumados en la región (cerca de 45 en promedio anual), sin contar el creciente número de femicidios frustrados que han ido de 78 casos en 2013, a 103 en 2014 y a 112 en 2015. En materia salarial, prevalece una fuerte discriminación de género, sobre todo para las más educadas, con un 33% de diferencia con los hombres.

Otro botón de muestra de la tolerancia política a las lógicas patriarcales, es el tardío proyecto de ley de “interrupción voluntaria del embarazo” (eufemismo machista para hacer tabú el aborto legal) por tres causales, que debió esperar 27 años para siquiera ser discutido en el Parlamento y que acaba de ser aprobado en su primera instancia (la idea de legislar) sin que la Presidenta le haya puesto urgencia en ninguna de las etapas de tramitación, haciendo oídos sordos a la demanda del 70% de las mujeres en Chile que exigían la reposición de la ley del aborto terapéutico existente en Chile hasta 1989.

La actual presidenta de la DC (2016), Carolina Goic, quien apoyó la iniciativa, se apresuró a “advertir” que el “delito del aborto se sigue persiguiendo”, subrayando su disposición a criminalizar el aborto por otras causas siguiendo la línea inquisitorial del “feminismo cupular”. En esta constelación, no sorprende que la primera mujer Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, haya irrumpido en las altas esferas del poder político a partir de los símbolos más duros de la dominación patriarcal tradicional, como son las relaciones de parentesco (esposa, hija, hermana), de padrinazgo protector masculino (Escalona) o de “maternidad social” –que es un derivado proyectado de la maternidad individual a la esfera pública– desde la función reproductora de la mujer, la única a la cual el machismo le reconoce legitimidad.

El éxito popular masivo de la “Presidenta-madre” durante su primer mandato y principios del segundo, fue el mecanismo perfecto para fortalecer los valores patriarcales, pero ahora de la mano de una mujer y con el apoyo de la “aristocracia feminista cupular”, impidiendo así el desarrollo de la mujer en su calidad ciudadana, con deberes y derechos.

Las “madres en la política” ha sido descrito en la teoría feminista como un fenómeno estrictamente patriarcal, con claros visos antidemocráticos y autoritarios, ya que la “madre en política” traslada automáticamente sus naturales prácticas subterráneas de sobrevivencia frente a los abusos del poder absoluto de los hombres desde la esfera familiar tradicional a la esfera pública: el secretismo y la acción encubierta, el favoritismo y la elusión de responsabilidades buscando crearse espacios de libertad al interior de la familia, sin cambiar el statu quo patriarcal y protegiéndose en el manto de “santidad” que le otorga su condición de madre machista.

El desplome de la popularidad de Bachelet demuestra que esta estrategia de “feminismo cupular” es pan para hoy y hambre para mañana. Así lo comprueba el actual entrampamiento y aislamiento político en que se encuentra la Presidenta con sus ministras “favoritas”: Javiera Blanco, Ximena Rincón, además de Ana Lya Uriarte y otra serie de “amigas” de la “Presidenta-madre” en altos cargos públicos, cuyas carreras responden exclusivamente a la “incondicionalidad” entre ellas y la “madre-líder” y/o el patronazgo patriarcal. El “feminismo cupular” alimentó una suerte de despolitización de los asuntos públicos, obstaculizando la debida rendición de cuentas y tornando incalculable la gestión pública. Su estilo de gobierno “matriarcal-autoritario” solo reemplazó a la ideología patriarcal en una versión femenina.

Actualmente el “feminismo cupular” chileno se encuentra en la bancarrota, no solo porque traicionó la “promesa humanizadora” de la política planteada por el feminismo mundial, sino porque escribió uno de los capítulos más torpes en la lucha por avanzar en la construcción de una sociedad libre de la lacra patriarcal. Esta es y será una experiencia dura, compleja y desconcertante, pero que, si se entiende, entregará valiosas lecciones teóricas y prácticas a las próximas generaciones feministas en la lucha por una emancipación de mujeres y hombres en el marco de una democracia basada en el mérito y la justicia social.

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