La espiral del silencio. Elisabeth Noelle-Neumann 6
La opinión pública en el Nibelungenlied
Los estudiantes de nuestro seminario seguían creyendo que la opinión pública sólo había sido relevante para una pequeña elite en los siglos pasados y que, por tanto, sólo tenía influencia sobre las clases superiores. Y sin embargo ya habían leído en la edición de 1588 de los ensayos de Montaigne que esto no era cierto. Como dijimos más arriba (págs. 92-93), Montaigne citaba a Platón, que había elaborado una estrategia para modificar la opinión pública sobre la pederastia. Afirmaba concretamente que esa estrategia acabaría cambiando la opinión de todos y cada uno, incluso de las mujeres, los niños y los esclavos.
En nuestro seminario de Maguncia no sólo encontramos descritos los procesos de opinión pública por los antiguos griegos, sino también en el Nibelungenlied, el antiguo ciclo de canciones teutónico, que se redactó casi dos mil años después de Homero. El término «público» sólo aparece una vez en el poema épico, pero es en la escena que da origen a toda la extraordinaria tragedia (Nibelungenlied 1965, 138). Es la «decimocuarta aventura», en la que la reina Crimilda y la reina Brunilda discuten a las puertas de la iglesia quién debe entrar primero. La plaza de la iglesia está llena de gente, como lo estaría también hoy día si hubiera dos reinas en ella. La reina Crimilda denosta a la reina Brunilda «delante de toda la gente» por haber dormido con Sigfrido en lugar de con su propio marido Gunther en la noche de bodas. ¿Quién podría pretender que en los tiempos pasados sólo eran las clases superiores las que establecían la reputación y la opinión pública?
Una viñeta de 1641
Cuando David Hume afirmó que «el gobierno sólo se basa en la opinión» (Hume [1739-1740] 1963, 29), se limitó a repetir lo que Aristóteles había dicho dos mil años antes y habían vuelto a decir después los que habían estudiado la Política de Aristóteles, como Maquiavelo y Erasmo. Hume debió dar por supuesta la idea de la regla de la opinión pública después de todo lo que había sucedido en las dos revoluciones inglesas del siglo XVII. En 1641 apareció una viñeta inglesa titulada «El mundo está regido y gobernado por la opinión», ocho años antes de la decapitación de Carlos I (Haller 1965).
Esta viñeta27 constituye una especie de mapa de lo que ya se había
descubierto sobre la opinión pública en aquella época.
27 Se encuentra en el Catálogo de grabados satíricos del Museo Británico.
«¿Qué significa ese camaleón que tenéis en la mano, / que puede adoptar todos los colores excepto el blanco?», pregunta el joven noble a la opinión pública, que se encuentra en la copa del árbol. «La OPINION puede así en todas las maneras que escucha / trans- formarse, excepto en la VERDAD, la correcta.» «¿Y por qué salen esos vástagos de las raíces / del árbol de las OPINIONES, tan abundantes?», pregunta el joven noble. «Porque una opinión puede dis currir así / y multiplicarse hasta lo infinito», le dicen. «Y, señora,
¿qué fruto es ése / que cae del árbol con cada vientecillo? / Parecen libros y periódicos. / ¿Y estáis ciega, tenéis los ojos cubiertos?»
La respuesta confirma la idea de Platón de que la opinión pública incluye a todos: esclavos y libres, mujeres y niños, y toda la ciudadanía. Porque estos frutos de la opinión pública que son los libros y los periódicos no se relacionan sólo con las clases superiores. Están en todas las calles y escaparates. Y los dos últimos versos del diálogo insisten en que se encuentran en todos los lugares, en todas las casas, en todas las calles.
¿Y por qué es un «tonto necio» el que riega algo tan importante como la opinión pública? Porque el necio es el que le da vida verdadera. Nos toca a nosotros imaginar el aspecto de los necios que «riegan» la opinión pública en la actualidad.
Ausencia del concepto de opinión pública en la Alemania apolítica
La cultura política alemana nunca ha prestado una excesiva atención al concepto de opinión pública. Este concepto aparece por primera vez en alemán mucho después que en inglés, francés o italiano, y cuando lo hace es sólo como traducción literal del francés opinion publique. Durante un tiempo pensamos que el primero en mencionarlo había sido el poeta Klopstock en su oda «An die öffentliche Meinung» («A la opinión pública»), de 1798. Cuando terminamos la edición de 1980 de La espiral del silencio, el ejemplo más antiguo que habíamos encontrado era una de las «Gespräche unter vier Augen» («Conversaciones confidenciales») de Wieland: «Über die öffentliche Meinung» («Sobre la opinión pública»), de 1798. Fue después cuando descubrimos a Johannes von Müller, el suizo que había empleado la expresión «opinión pública» por primera vez en alemán en 1777 (Müller [1777] 1819, 41). Johannes von Müller era un historiador profesional -actualmente le denominaríamos un politólogo y un periodista- que daba conferencias por toda Alemania y a quien se pedía colaboración como consejero político. Probablemente contribuyó a la difusión del concepto de opinión pública.
Que todos puedan verlo y oírlo
Actualmente todavía hay problemas para traducir el concepto, igual que los había en 1980. Un ejemplo de ello es la dificultad de expresar la dimensión psicosociológica de lo «público», una situación en la que el individuo es visto y juzgado por todos y cada uno de modo que su reputación y su popularidad están en juego. El significado psicosociológico de lo público sólo puede deducirse indirectamente del uso lingüístico, lo que expresamos cuando decimos que algo ha sucedido «a la vista de todos» (in the spotlight). Nadie diría que un concierto ha tenido lugar «a la vista de todos». La expresión latina coram publico ya tenía las mismas connotaciones.
El humanista y novelista francés François Rabelais, contemporáneo de Erasmo, no dudó en emplear los términos «delante de todos»,
«delante de todo el mundo» y publicquement (Rabelais 1955, 206, 260, 267). Fue una gran sorpresa descubrir que incluso en el siglo XX era casi imposible traducir al inglés expresiones como in aller Öffentlichkeit o publicquement. Pasé semanas intentando encontrar una solución hablando con compañeros y con estudiantes en Chicago. Fue inútil. Un día me encontraba en un taxi en Nueva York y el taxista estaba oyendo las noticias. Cuando oí al locutor terminar una noticia diciendo «el ojo público tiene su precio», me incorporé en el asiento: ésa era la traducción. In aller Öffentlichkeit, ante el ojo público (in the public eye). Eso expresaba el sentido psicosociológico del concepto alemán Öffentlichkeit: a la vista de todos.
Gunnar Schanno, uno de mis alumnos del seminario de Maguncia, halló que este uso se había originado en Edmund Burke en 1791 (Burke [1791] 1826, 79). Burke no sólo se había referido al «ojo público», sino también al «oído público», que tradujimos como vor aller Ohren. Ambas expresiones dan en el clavo. El contexto en que las empleó Burke también es interesante. Discutía qué era lo que hacía a alguien aristócrata por naturaleza, por ejemplo, acostumbrarse desde muy joven a estar sometido a la crítica pública, a estar ante el ojo público. Y Burke añadía: «observar desde un principio a la opinión pública» (Burke, 217). Erasmo y Maquiavelo ya habían enseñado a sus príncipes que no debían ocultarse del público, sino aprender a ser visibles (Erasmo [1518] 1968, 201; Maquiavelo [1532] 1971, cap. 18).
Nietzsche, inspirador de Walter Lippmann
Gran parte de lo que escribieron los autores alemanes del siglo XIX sobre la opinión pública y la naturaleza social del hombre parece no haber sido descubierto todavía. Kurt Braatz encontró casi por casualidad en Harwood Childs una referencia a un autor alemán de mediados del siglo XIX que había quedado completamente olvidado en Alemania. No lo mencionan ni Ferdinand Tönnies, el principal teórico de la opinión pública de la primera mitad del siglo XX, ni Wilhelm Bauer, el historiador más importante. Childs se refería a Carl Ernst August Freiherr von Gersdorff, miembro nato de la cámara alta del Parlamento de Prusia y doctor en filosofía, cuyo Ueber den Begriff und das Wesen der oeffentlichen Meinung. Ein Versuch (Sobre el concepto y la esencia del concepto de opinión pública. Un ensayo.) se publicó en 1846. Childs probablemente lo encontrara cuando estudiaba en Alemania en los años treinta, pero no lo mencionó hasta que publicó Public Opinion, a mediados de la década de los sesenta.
Braatz estaba especialmente interesado por Nietzsche, y le sorprendió la semejanza del nombre con el del amigo y secretario de Nietzsche Carl von Gersdorff. En su investigación descubrió que el joven que había ayudado a Nietzsche, sobre todo cuando trabajaba en las Unzeitgemässe Betrachtungen (Consideraciones intempestivas), era hijo del hombre que había escrito sobre la opinión pública. Y aunque Nietzsche no menciona nunca ese texto ni el nombre del padre, llama la atención el hecho de que por esos mismos años empezara a interesarse por la opinión pública y a mencionarla a menudo en sus escritos. Para comprobar que a Nietzsche le había interesado seriamente el fenómeno de la opinión pública, Braatz escribió a los Archivos Nietzsche de Weimar, donde se encuentra la biblioteca privada de Nietzsche, pidiendo a los bibliotecarios que comprobaran si había pasajes importantes sobre la opinión pública subrayados en los
libros de determinados autores o si había anotaciones al margen. Braatz estudió sistemáticamente los escritos de von Gersdorff padre y los comparó con las afirmaciones de Nietzsche sobre la opinión pública. Demostró así que Nietzsche había adoptado muchas de las ideas de von Gersdorff en el campo de la psicología social (Braatz 1988). Von Gersdorff describe la opinión pública tal como la vemos actualmente: «La opinión pública, tal como la veo, debe existir siempre en la vida intelectual... mientras las personas tengan una vida social... No puede, pues, dejar de existir, faltar ni quedar destruida, está en todas partes y siempre». No está sujeta a ninguna limitación temática y puede «llamarse mejor: "la comunidad de valores que un pueblo asigna a los asuntos sociales de su época, basada en las costumbres y en la historia y creada, mantenida y transformada por los conflictos de la vida"». «Además, como se sabe, la opinión pública es propiedad común de un pueblo entero» (Gersdorff 1846, 10, 12, 5).
Gersdorff sospecha que gran parte del poder de la opinión pública procede del temeroso silencio de muchos individuos. Propone
«investigar las razones de la abstención silenciosa de realizar juicios de valor». Von Gersdorff afirma también explícitamente que los procesos de formación de opinión no proceden apenas de con- sideraciones racionales, sino que son más bien de origen psicoan- tropológico. Habla de «corrientes galvánicas». Esto hace pensar in- mediatamente al investigador moderno de la opinión pública en el modo en que se producen los cambios de actitud en todos los grupos de la población en un plazo de pocas semanas; en todas las zonas geográficas, en todos los grupos de edad, en todas las clases sociales.
Mientras estudiaba las ideas de Nietzsche sobre la opinión pública, Braatz descubrió múltiples conexiones de las que yo no era consciente cuando se publicó la primera edición de La espiral del silencio. Halló que Spencer había sido el primero en utilizar el concepto de «control social» en 1879 (Spencer [1879] 1966, 383), término adoptado después por Edward Ross, que lo popularizó en las ciencias sociales. Nuestra admiración por el vigor del Public Opinion de Lippmann de 1922 no disminuye por la impresión, basada en la comparación de los textos, de que probablemente Nietzsche ya hubiera anticipado muchas de sus ideas. Esto es aplicable tanto al papel de los estereotipos como vehículos de la opinión pública, como a su principio básico, que señala que el punto de vista del observador configura lo observado. Nietzsche escribe: «Sólo se ve desde una perspectiva determinada; sólo se "entiende" desde una perspectiva determinada» (Nietzsche 1967, 383). Hasta la curiosa costumbre de distinguir entre la Opinión Pública
(con mayúsculas) y la opinión pública (con minúsculas) no es una idea original de Lippmann, sino que se remonta al análisis de Nietzsche.
26. Hacia una teoría de la opinión pública
A mediados de los años treinta, cuando se había demostrado la eficacia del método de las encuestas representativas de población por la exactitud con que se había predicho el resultado de las elecciones presidenciales americanas de 1936, las expectativas eran grandes en el campo de la investigación de la opinión pública. Pocos meses después apareció el primer número de la nueva revista Public Opinion Quarterly. Contenía un ensayo introductorio de Floyd H. Allport titulado
«Hacia una ciencia de la opinión pública». Veinte años después, en 1957, el título del ensayo de Herbert H. Hyman «Hacia una teoría de la opinión pública», publicado también en Public Opinion Quarterly, demostraba la misma confianza.
La siguiente vez que este término clave apareció en un artículo de Public Opinion Quarterly, en 1970, había síntomas de impaciencia. Las actas de la vigesimoquinta Conferencia Anual de la American Association for Public Opinion Research incluían un informe sobre una sesión titulada «Hacia una teoría de la opinión pública». Los principales oradores fueron el psicólogo Brewster Smith y el científico social Sidney Verba, de la Universidad de Chicago. El psicólogo afirmó que la investigación «todavía no ha afrontado el problema del modo en que se articulan las opiniones individuales para producir consecuencias sociales y políticas. El problema de articulación, implicado en cualquier concepción de la opinión pública como hecho social, es prioritario para la ciencia política y la sociología» (Smith 1970, 454). El científico social sostuvo: «Gran parte de la investigación sobre la opinión pública política es irrelevante para la elaboración de la teoría macropolítica sobre la relación entre las actitudes de la masa y el comportamiento y los resultados políticos significativos. Esta irrelevancia se debe principalmente a que la mayor parte de la investigación sobre la opinión pública se centra en el ciudadano individual como unidad de análisis» (Verba 1970, 455).
Básicamente, ambos oradores buscaban una respuesta a la misma pregunta: ¿Cómo se transforma la suma de las opiniones individuales, tal como las define la investigación de la opinión pública, en el tremendo poder político conocido como «opinión pública»?
Indiferencia por la opinión pública
La respuesta tardó en llegar porque nadie buscaba un tremendo poder político. Ninguna de las cincuenta definiciones de la opinión pública recogidas por Harwood Childs en el famoso segundo capítulo de su libro Public Opinion se fija explícitamente en el poder de la opinión pública (Childs 1965, 12-41). En lugar de ello, varias definiciones
confundían, por así decirlo, el barómetro con el tiempo. «La opinión pública consiste en las reacciones de la gente ante afirmaciones y preguntas claramente formuladas en una situación de entrevista» (Warner 1939, 377); o «La opinión pública no es el nombre de alguna cosa, sino una clasificación de una serie de cosas que, en una distribución de frecuencias estadísticamente ordenadas, presenta modas o frecuencias que llaman la atención o provocan interés» (Beyle 1931, 183).
¿Cómo puede una distribución de frecuencias ordenada esta- dísticamente derribar un gobierno o atemorizar a un individuo?
La espiral del silencio no es compatible con el ideal democrático Era previsible que la teoría de la espiral del silencio no fuera recibida como un progreso hacia una teoría de la opinión pública cuando se presentó por primera vez en el Congreso Internacional de Psicología de Tokio de 1972, ni en 1980 o 1984, cuando mi libro apareció en alemán y en inglés respectivamente. En esa teoría no había lugar para el ciudadano informado y responsable, el ideal en que se basa la teoría democrática. La teoría democrática clásica no tiene en cuenta el miedo del gobierno y del individuo a la opinión pública. La teoría democrática no trata temas como la naturaleza social del hombre, la psicología social o el origen de la cohesión social.
Un equipo de investigación germanoestadounidense formado por Wolfgang Donsbach, de la Universidad de Maguncia, y Robert L. Stevenson, de la Universidad de Carolina del Norte (Chapel Hill), puso a prueba la tesis de la espiral del silencio en las encuestas electorales realizadas en Carolina del Norte por el Instituto de Investigación de la Comunicación de dicha universidad. Confirmaron la tendencia de uno de los bandos a permanecer en silencio acerca del controvertido tema de la legislación sobre el aborto. Al mismo tiempo se mostraban pesimistas sobre la posibilidad de defender la espiral del silencio. La teoría consiste, escribieron, en una larga cadena de hipótesis, una cadena de relaciones causales. «En términos microsociológicos, la cadena comienza con la variable psicosociológica del miedo al aislamiento y la tendencia a expresarse o a quedarse callado y, en términos macrosociológicos, con la integración en la sociedad» (Donsbach y Stevenson 1986, 14; véase también 7). Cada eslabón de la cadena tenía aspectos criticables. La teoría relacionaba tesis de diversas ciencias sociales que tradicionalmente se consideraban separadas, a saber: hipótesis de teorías de la conducta y de las actitudes, de teorías de la comunicación y de teorías sociales (ibíd., 8 y sigs.). Quizá tuvieran razón al mantener que la incapacidad de la teoría para respetar las fronteras entre las diferentes disciplinas la
colocaba en desventaja. En aquel momento los académicos no solían estar demasiado interesados en dialogar con disciplinas relacionadas con la suya.
Lo que hay que saber para analizar la opinión pública
Sólo se puede avanzar hacia una teoría de la opinión pública con una definición clara del concepto y un conocimiento de las condiciones necesarias para el estudio empírico de la opinión pública. He elaborado una lista de seis preguntas básicas que pueden servir para facilitar esta empresa. Las respuestas a estas preguntas proporcionan la información mínima necesaria para comprobar la teoría de la espiral del silencio (Noelle-Neumann 1989a, 20):
1. Hay que determinar la distribución de la opinión pública sobre un tema dado con los métodos pertinentes de encuesta repre- sentativa.
2. Hay que evaluar el clima de opinión, la opinión individual sobre
«¿Qué piensa la mayoría de la gente?». Esto muestra a menudo un panorama completamente nuevo.
3. ¿Cómo cree el público que va a evolucionar el tema contro-
vertido? ¿Qué bando va a adquirir fuerza, cuál va a perder terreno?
4. Hay que medir la disposición a expresarse sobre un determinado tema, o la tendencia a permanecer callado, especialmente en público.
5. ¿Posee el tema en cuestión un fuerte componente emocional o moral? Sin ese componente no hay presión de la opinión pública y, por lo tanto, no hay espiral del silencio.
6. ¿Qué posición adoptan los medios de comunicación ante ese tema? ¿A qué bando apoyan los medios influyentes? Los medios son una de las dos fuentes de las que procede la estimación que la gente hace del clima de opinión. Los medios influyentes prestan palabras y argumentos a los otros periodistas y a los que están de acuerdo con ellos, influyendo así en el proceso de la opinión públi- ca y en la tendencia a expresarse o a quedarse callado.
La mayoría silenciosa no refuta la espiral del silencio
Algunos investigadores que han puesto a prueba la espiral del silencio han propuesto que no se tenga en cuenta la influencia de los medios de comunicación, al menos inicialmente, para simplificar sus estudios (véase Glynn y McLeod 1985, 44). Esto llevaría, no obstante, a refutar la teoría de la espiral del silencio cuando el tono de los medios discrepase mucho de la opinión pública. El proceso de la espiral del silencio no se ha opuesto ni en una sola ocasión a la línea adoptada
por los medios. El que un individuo sea consciente de que los medios apoyan su opinión es un factor importante que influye en la predisposición de esa persona a expresarse. Un ejemplo de ello en Alemania fue la cuestión de si los miembros del Partido Comunista debían poder ser jueces (véase más arriba, pág. 222). Aunque la minoría favorable era ciertamente muy pequeña y conocía su situación minoritaria, estaba mucho más dispuesta a hablar que la mayoría. La mayoría, que sentía que le faltaba el apoyo de los medios de comunicación, se convirtió en una mayoría silenciosa. El caricaturista inglés de 1641 (del que hablamos en el capítulo anterior) tenía buenas razones para representar el árbol de la opinión pública con periódicos y libros colgando. Como otros muchos temas, el de si los miembros del Partido Comunista podrían ser jueces se volvió casi incomprensible una o dos décadas después. La presión ejercida por la opinión pública desapareció completamente, como nubes de tormenta. Incluso sumergiéndose en los periódicos de la época, amarillentos por el tiempo transcurrido, sería imposible captar la esencia de su tono en contra del llamado «decreto sobre radicales», que prohibía el acceso de comunistas declarados a puestos de funcionario.
Supuestos de la teoría
Con la ayuda de las seis preguntas enumeradas más arriba podemos diseñar estudios de caso y realizar predicciones. En un tema como la energía nuclear, en el que hay una clara toma de postura de los medios de comunicación y un fuerte componente moral relativo a la seguridad de las generaciones futuras, cabe esperar que los que se oponen a la energía nuclear estén más dispuestos a expresarse en público y parezcan más fuertes en el clima de opinión que los que están a favor (Kepplinger 1988, 1989a). Sabine Mathes confirmó esta suposición en su tesina de licenciatura en la Universidad de Maguncia (Mathes 1989). Sólo cuando los partidarios han quedado reducidos a un núcleo duro puede esperarse que demuestren una mayor voluntad de hablar en público que los oponentes. (Véase, sobre el «núcleo duro», el final de este capítulo.)
¿Qué teoría subyace tras el análisis de este estudio de caso? La teoría de la espiral del silencio se apoya en el supuesto de que la sociedad -y no sólo los grupos en que los miembros se conocen mutuamente- amenaza con el aislamiento y la exclusión a los in- dividuos que se desvían del consenso. Los individuos, por su parte, tienen un miedo en gran medida subconsciente al aislamiento, pro- bablemente determinado genéticamente. Este miedo al aislamiento hace que la gente intente comprobar constantemente qué opiniones y modos de comportamiento son aprobados o desaprobados en su
medio, y qué opiniones y formas de comportamiento están ganando o perdiendo fuerza. La teoría postula la existencia de un sentido cuasiestadístico que permite realizar esas estimaciones. Los resultados de sus estimaciones influyen en la inclinación de la gente a expresarse, así como en su comportamiento en general. Si la gente cree que su opinión forma parte de un consenso, se expresa con confianza en conversaciones públicas y privadas, manifestando sus convicciones con pins y pegatinas, por ejemplo, pero también mediante la ropa que visten y otros símbolos públicamente per- ceptibles. Y, a la inversa, cuando la gente se siente en minoría se vuelve precavida y silenciosa, reforzando así la impresión de debi- lidad, hasta que el bando aparentemente más débil desaparece, que- dando sólo un núcleo duro que se aferra a sus valores anteriores, o hasta que la opinión se convierte en tabú.
Es difícil verificar la teoría porque se basa en cuatro supuestos diferentes, así como en un quinto supuesto sobre la relación entre los cuatro primeros.
Los cuatro supuestos son:
1. La sociedad amenaza a los individuos desviados con el ais- lamiento.
2. Los individuos experimentan un continuo miedo al aislamiento.
3. Este miedo al aislamiento hace que los individuos intenten evaluar continuamente el clima de opinión.
4. Los resultados de esta evaluación influyen en el comportamiento en público, especialmente en la expresión pública o el ocultamiento de las opiniones.
El quinto supuesto afirma que los anteriores están relacionados ent re sí, lo que proporciona una explicación de la formación, el mantenimiento y la modificación de la opinión pública.
Cualquier comprobación empírica de estos supuestos exige que se transformen en indicadores observables en situaciones que puedan registrarse mediante entrevistas.
La comprobación de la amenaza de aislamiento
¿Ejerce la opinión pública una amenaza de aislamiento? ¿Utiliza la opinión pública esa amenaza para defenderse de los individuos que sostienen opiniones discrepantes? ¿Consigue aceptación la opinión pública mediante la amenaza de aislamiento? Nos consideramos una sociedad liberal. El término «liberal» tiene un halo positivo para el 52 por ciento de la población alemana, y el 64 por ciento de los padres
alemanes de hoy día quieren inculcar a sus hijos la virtud de la
«tolerancia».
Amenazar a alguien que discrepe de la opinión pública generalmente mantenida es una actitud ciertamente intolerante. Por esa razón es tan difícil hacer preguntas sobre este tema en una encuesta. Sin embargo, en la edición de 1984 de La espiral del silencio pudimos describir varios modos diferentes de amenaza de aislamiento. Un ejemplo de ello es la pregunta sobre el automóvil con las ruedas pinchadas deliberadamente con una pegatina de un partido rechazado por el entrevistado (véase más arriba, págs. 75 y sigs.).
Como parte de nuestras encuestas electorales también usamos una pregunta sobre un conductor forastero cuya petición de información rechaza un viandante de la ciudad. La pregunta acaba: «Hay que añadir que el conductor lleva un pin de propaganda política prendido en su chaqueta. ¿Qué piensa usted, de qué partido es el pin?». Asimismo formulamos una pregunta acerca de qué partido es aquel cuyos carteles son rotos o arrancados con mayor frecuencia, lo que pensamos que constituye una medida de la amenaza pública de aislamiento contra los simpatizantes de ese partido.
En Maguncia empezamos a ahondar seriamente en el tema de cómo funciona la amenaza del aislamiento. Sabine Holicki (1984) escribió una tesina de licenciatura titulada «La amenaza del aislamiento. Aspectos psicosociológicos de un concepto de la teoría de la comunicación». Otra tesina, de Angelika Albrecht (1983), se titulaba
«Reír y sonreír: ¿aislamiento o integración?». Recordamos que Stanley Milgram había utilizado ingeniosamente señales acústicas como silbidos, abucheos y risas despectivas como signos de la amenaza de aislamiento (véase más arriba, págs. 77 y sigs.). Pero hasta 1989 no se me ocurrió el test que llevaba buscando tanto tiem- po. Sólo había que tener en cuenta las señales de comportamiento conformista descritas en la literatura sobre el tema y lo que la psico- logía social decía acerca de la risa, aunque esos estudios no mencio- nen la opinión pública (Nosanchuk y Lighstone 1974; Berlyne 1969).
Aplicamos el nuevo test inmediatamente al tema de la energía nuclear, utilizando los abucheos y la risa despectiva como indicadores. El texto de la pregunta decía: «Me gustaría contarle un incidente que sucedió hace poco en una gran reunión pública sobre la energía nuclear. Había dos oradores principales. Uno habló a favor de la energía nuclear y el otro en contra. Uno de ellos fue abucheado por el público.
¿Cuál cree que fue el abucheado, el orador que defendía la energía nuclear o el que se oponía a ella?». El 72 por ciento de los alemanes que respondieron opinaban que el orador abucheado había sido el defensor de la energía nuclear; el 11 por ciento, que se trataba del que
se oponía a ella. Los indecisos sólo constituían el 17 por ciento (véase tabla 27).
No cabe duda de que la amenaza de aislamiento existe y que la gente sabe qué opiniones suponen un alto riesgo de activación de esa amenaza al ser expresadas públicamente. Pocas semanas después, el mismo test se aplicó en Gran Bretaña. Nuestro colega Robert J. Wybrow incluyó la pregunta en una encuesta omnibús con 1.000 entrevistas y ofreció los resultados al poco tiempo. También en el Reino Unido el clima de opinión estaba claramente en contra de los que apoyaban la energía nuclear, aunque no en el mismo grado.
Es indudable que un clima de opinión así de hostil influye en la predisposición individual a hablar o a quedarse callado. En cualquier caso, fue importante que los entrevistados ingleses aceptaran la pregunta del test. Toda teoría de la opinión pública debe ser aplicable internacionalmente. Aunque pueda incluir aspectos específicos del país del que se trate en cada caso, debe ser posible confirmar internacionalmente la esencia de estos estudios.
Así pues, el test debe poder aplicarse en diferentes culturas. Pensé en el estilo tan civilizado de las relaciones sociales en Japón y dudé que el nuevo test de amenaza de aislamiento pudiera aplicarse en esa cultura, porque hasta los estudiantes estadounidenses se sentían ofendidos cuando describía el test en el que se rajan las ruedas de un automóvil con pegatinas de un partido impopular.
Cuando discutí sobre la pregunta de test con Hiroaki Minato, un estudiante japonés de uno de mis seminarios de la Universidad de Chicago, negó que fuera posible aplicar el test del abucheo en Japón. Después de haber discutido una amplia variedad de opciones, dijo:
«Así sería la situación en Japón». El texto revisado para Japón dice ahora: «En una reunión de barrio se planteó un debate sobre la energía nuclear. Uno de los presentes habló a favor de la energía nuclear y otro lo hizo en contra. Uno de ellos oyó después que se había criticado, a sus espaldas, su intervención. ¿Quién de los dos cree que fue el criticado?».
La comprobación del test de aislamiento
Muchos estadounidenses se sintieron desconcertados por los ex- perimentos sobre el miedo al aislamiento realizados por Asch y Mil- gram (véanse más arriba págs. 59 y sigs.). Milgram repitió los ex- perimentos -modificados- en Francia y en Noruega porque quería saber si el comportamiento conformista era tan predominante en Europa como parecía serlo en los Estados Unidos. La idea de que los estadounidenses pudieran experimentar miedo al aislamiento ofendió tanto a los estudiantes durante una de mis conferencias en la
Universidad de Chicago que muchos se fueron del auditorio. Ob- viamente, era imposible preguntar en una encuesta «¿Tiene usted miedo al aislamiento?», aunque anteriormente ya se hubiera plan- teado esta misma pregunta en los Estados Unidos para comprobar la espiral del silencio. Con frecuencia se había criticado la teoría por lo que parecía un énfasis excesivo en los motivos irracionales y emocionales de la conformidad. Se decía que yo había subestimado las razones buenas y racionales de ese fenómeno. Éste es, por supuesto, un tema de discrepancia tradicional entre los científicos sociales europeos y los americanos, favoreciendo estos últimos las explicaciones racionales del comportamiento humano.
En el capítulo 3 (págs. 64 y sigs.) hemos descrito un método para comprobar el miedo al aislamiento. En el «test de la amenaza» los fumadores se sentían intimidados cuando se les presentaba un dibujo de una persona que dice furiosamente: «Los fumadores son tremendamente desconsiderados. Obligan a los demás a respirar su humo, tan perjudicial para la salud». Pero seguíamos muy lejos de poder satisfacer la demanda de nuestros colegas americanos de que encontrásemos un método para medir realmente el miedo al aislamiento (véase Glynn y McLeod 1985, 47 y sigs., 60).
Experimentamos un fuerte impulso al estudiar un área de investigación que se remonta a Charles Darwin en el siglo XIX y que produjo en los años cuarenta y cincuenta la floreciente área de investigación llamada dinámica de grupos. Esta disciplina se centraba en preguntas relacionadas con la cohesión de grupo: ¿En qué se basa la estabilidad de un grupo? ¿Qué hace el grupo cuando los miembros individuales violan las reglas y amenazan la existencia del grupo? Sabine Holicki (1984) conoció la investigación realizada en este área cuando buscaba materiales sobre la amenaza de y el miedo al aislamiento. Descubrió que los experimentos de dinámica de grupos habían registrado un proceso de tres etapas. En la primera el grupo utiliza la persuasión amistosa para intentar ganarse al individuo desviado. Si esto no funciona, se amenaza al individuo desviado con la exclusión del grupo. Si esto también fracasa, «el grupo redefine sus fronteras» (en el lenguaje de la dinámica de grupos), lo que significa que el individuo desviado queda excluido del grupo (Cartwright y Zander [1953] 1965, 145).
Esto nos recuerda la frase de Edward Ross: «hasta que el miembro muerto se desprende del cuerpo social» (véanse págs. 129-130 más arriba). Algo resulta extraño: los investigadores de dinámica de grupos estudiaron cómo mantienen la cohesión los grupos, pero se detuvieron ahí. ¿Por qué no dieron un paso más e investigaron qué es lo que mantiene unida la sociedad como un todo? Si hubieran dado este
paso habrían tenido que tratar el fenómeno de la opinión pública como instrumento de control social.
Pero el término «opinión pública» nunca se menciona en el contexto de la dinámica de grupos. Y tampoco aparece en los escritos de Erving Goffman, cuyas investigaciones sistemáticas en los años cincuenta y sesenta comenzaron donde Montaigne se había detenido hacía unos trescientos cincuenta años. Según Goffman, en cuanto las personas dejan de estar solas -aunque sólo haya una persona presente, y más aún cuando hay muchas- se transforman debido a la conciencia de que los otros se están formando una opinión sobre ellas. Goffman se concentró en las situaciones públicas desde el punto de vista de la psicología social, iluminando una zona que anteriormente había permanecido ignorada. Behaviour in Public Places (El comportamiento en los lugares públicos) era el lacónico título de una de sus obras precursoras (Goffman 1963a). Todos los libros de Goffman publicados entre 1955 y 1971 (por ejemplo 1956, 1963b) reflejan su preocupación por la naturaleza social del hombre y por el sufrimiento debido a esa naturaleza social.
En el curso de sus estudios sobre la personalidad, Goffman encontró la descripción de Darwin de las múltiples características físicas que muestran la naturaleza social del hombre. Nosotros también podemos referirnos con provecho a The Expression of the Emotions in Man and Animals (La expresión de las emociones en el hombre y los animales; 1873), de Darwin, en nuestra búsqueda de pruebas del miedo humano al aislamiento. En el capítulo 13 de esa obra, Darwin trata el tema de la turbación y describe los síntomas físicos que se asocian con él, como sonrojarse, palidecer, sudar, tartamudear, gestos nerviosos, manos temblorosas, voz débil, cascada o anormalmente aguda o grave, sonrisas forzadas, apartar la mirada... Darwin comenta que la gente intenta evitar darse cuenta de que la están observando reduciendo el contacto visual (Darwin 1873, 330).
Darwin distingue entre dos partes de la naturaleza humana, una orientada hacia afuera y la otra hacia adentro. Cuando el individuo se orienta hacia afuera se somete a su naturaleza social. Esto lo confirman signos objetivos como el sonrojo, que no se da en los animales. Darwin distingue entre los sentimientos de culpa, vergüenza y azoramiento. Se puede estar profundamente avergonzado de una pequeña mentira sin sonrojarse, pero sonrojarse en cuanto se crea que se ha descubierto la mentira. Darwin dice que la timidez es la causa del sonrojo. Pero la timidez es simplemente sensibilidad ante lo que los demás puedan pensar de nosotros.
Darwin no utiliza nunca el término «opinión pública». Aunque nunca menciona el miedo al aislamiento, sus observaciones indican
claramente que la naturaleza social del hombre lleva a éste a reflexionar sobre la opinión ajena, a preguntarse cómo se le ve desde el mundo exterior y a desear crear una impresión favorable para que nadie pueda señalarle con el dedo, explícita o implícitamente. Hasta la atención pública provocada por las buenas acciones resulta embarazosa para muchas personas.
Erving Goffman, por el contrario, supuso que la turbación era una forma suave de castigo que obliga a las personas a seguir ciertas reglas de conducta en público (Goffman 1956, 265, 270 y sigs.). Esta suposición fue refutada por Michael Hallemann en su tesis doctoral escrita en la Universidad de Maguncia. Hallemann demostró que la turbación era una reacción ante cualquier situación en la que el individuo se siente aislado, aunque todo el mundo le considere un héroe por haber impedido que un niño se ahogue (véase la tabla 28). Van Zuuren (1983) describe un grupo de jóvenes científicos sociales holandeses que realizaron experimentos consigo mismos en situaciones embarazosas. Deteniéndose para charlar en medio de una bulliciosa zona peatonal, por ejemplo, el grupo pudo experimentar qué se sentía al ser blanco de airadas miradas de desaprobación. En un café medio vacío se sentaron en la mesa ocupada por otra pareja desconocida y observaron sus propias reacciones al infringir esa regla tácita. Fueron dos veces a la misma tienda y compraron el mismo producto en las dos ocasiones en un corto período de tiempo. Una de las tareas consistió en coger el ascensor hasta el último piso de una casa desconocida y quedarse allí mirando sin hacer nada. Una de las participantes en el experimento dijo que temía no saber qué hacer si alguien le preguntara qué estaba haciendo allí. «De repente me di cuenta de qué aspecto tan grotesco debía de tener con mis pantalones rosa y mi blusa rosa.»
Estos autoexperimentos mostraron que hay una especie de control personal interno que filtra el comportamiento antes de realizarse el control social, anticipando la amenaza de aislamiento. El mero pensamiento de lo desagradable que puede ser una situación hace que el individuo corrija sus comportamientos divergentes del consenso público antes de que la colectividad ejerza el control social exterior, e incluso antes de que la colectividad sepa nada sobre la infracción proyectada. De hecho, muchos de los participantes en los autoexperimentos holandeses no realizaron las acciones que habían planeado. Éste es el área de «interacción simbólica» descrita por George Herbert Mead, de la Universidad de Chicago. La «interacción simbólica», el pensamiento sobre lo que los demás podrían pensar o cómo podrían reaccionar, influye en los individuos como si fuera real. Pero este mundo de discusiones silenciosas que tienen lugar en la
propia mente, con el miedo procedente de la naturaleza social del hombre, era tan ajeno para las ciencias sociales contemporáneas de Mead que éste no llegó a publicar un segundo libro. Una de sus obras principales, las «Clases de psicología social de 1927» (en Mead 1982), que se lee y utiliza actualmente en los seminarios sobre la opinión pública, se basa en los apuntes tomados por los alumnos de Mead.
La turbación como manifestación de la naturaleza social del hombre
¿Cómo percibe el individuo la amenaza de aislamiento? ¿Cuáles son
las señales? ¿Cómo experimenta el individuo el miedo al aislamiento y cómo podemos medirlo? Un grupo de estudiantes de un «seminario- taller» en Maguncia planeó un autoexperimento. En Alemania, el carnaval de Maguncia es un importante acontecimiento que podemos suponer que goza del apoyo del consenso público. Los estudiantes instalaron en una calle animada un puesto donde la gente podía hacerse miembro de una organización fundada recientemente, una organización opuesta al gasto de dinero en el carnaval anual de Maguncia. Las octavillas decían que sería mejor dedicar ese dinero a la ayuda al Tercer Mundo. Las octavillas estaban apiladas en grandes montones en el puesto y los estudiantes intentaban repartirlas entre los que pasaban y conseguir firmas en favor de la causa. Uno de los estudiantes filmó lo que sucedió desde una casa cercana, posibilitando así el análisis de los tipos de comportamiento que se produjeron (Ewen y otros 1981-1982). Participaron hasta los tenderos de las calles adyacentes. Intentaban que los peatones no se detuvieran en el puesto con gestos que mostraban claramente su opinión de que los estudiantes estaban locos.
La experiencia de que la gente le diera la espalda cuando se acercaba y que otros cambiaran de dirección para evitarle le impresionó tanto a Michael Hallemann, que dedicó a ese tema su tesina de licenciatura y su tesis doctoral (Hallemann 1984, 1989; véase también 1986).
El Instituto Allensbach realizó una encuesta representativa en la que se enseñaba un dibujo a los entrevistados. A los hombres se les enseñó la imagen de dos hombres, y a las mujeres la de dos mujeres. En cada una de ellas una persona le dice a la otra: «Imagínate lo que me pasó ayer. Fue tan embarazoso... Yo... ». Entonces el encuestador dice: «Aquí tiene a dos personas hablando. Lamentablemente la fras e del hombre / de la mujer está inacabada. ¿Qué cree que quería contar, qué fue lo que pudo sucederle?». Después de analizar las respuestas de unos 2.000 entrevistados, Hallemann diseñó treinta situaciones embarazosas. En la siguiente encuesta de Allensbach se
les presentaron a los entrevistados estas situaciones, escrita cada una de ellas en una ficha, y se les dijo: «Estas fichas describen algunas situaciones que pueden producirse en algún momento. Por favor, coloque las fichas sobre esta hoja, según le parezca embarazosa o no la situación».
Las diversas situaciones embarazosas se exponen en la tabla 28 junto con los resultados en la República Federal de Alemania, España y Corea. En junio de 1989 los investigadores repitieron la serie de preguntas. Pareció no haber cambios significativos en lo que la gente encontraba embarazoso. Los resultados de la segunda encuesta fueron prácticamente idénticos a los de la primera. Hasta este test habíamos supuesto que el azoramiento dependía en gran parte de las tradiciones culturales y que variaría mucho de país a país. Al menos en Alemania, España y Corea se da una sorprendente semejanza entre las situaciones percibidas como embarazosas.
Goffman (1956, 270) escribió que si queremos aprender más sobre la naturaleza social del hombre debemos estudiar las situaciones que provocan azoramiento. Como no podemos preguntar a la gente directamente sobre su naturaleza social -la mayor parte de la gente preferiría ignorarla (la mayoría de los alemanes aseguran que no les importa lo que los demás piensen sobre ellos)-, tenemos que buscar indicadores, como afirmó Emile Durkheim en Las reglas del método sociológico (1895). Los indicadores no son lo que se busca, pero permiten atisbar lo que se quiere estudiar.
La medición del miedo al aislamiento
La publicación de La espiral del silencio planteó múltiples cuestiones difíciles. La investigación social se había concentrado en el campo de la dinámica de grupos desde los años treinta, y una de las críticas fue que los diversos grupos a los que pertenece el individuo son mucho más influyentes que el público indefinido al que se refería la teoría. La gente da mucha más importancia a lo que dicen y piensan sus vecinos, colegas, compañeros de club y miembros de sus grupos de referencia que a lo que dicen y piensan los desconocidos de un público anónimo.
Donsbach y Stevenson intentaron refutar esta objeción (1986, 10 y sigs.). Afirmaron que la espiral del silencio no pretendía ser una teoría determinista que sólo tenía en cuenta un factor exclusivo -por ejemplo, el miedo al aislamiento- como único determinante del comportamiento de un individuo, factor que afectaría del mismo modo a todas las personas. El miedo al aislamiento público es uno de los diversos factores que determinan el proceso de la opinión pública. Los grupos de referencia también desempeñan un papel. Citaron un estudio
dirigido por el investigador holandés Harm t'Hart, que demuestra que el que las opiniones del grupo primario de referencia sean reforzadas o contradichas por la presión de la opinión pública, o el que los grupos a los que está vinculada una persona sigan defendiendo puntos de vista minoritarios es importante para determinar si una persona va a hablar o no para defender su opinión sobre un tema controvertido (t'Hart 1981).
Tras décadas de fructífera investigación social en el campo de la dinámica de grupos, era evidente la influencia de los grupos en el proceso de formación de la opinión. Pero los investigadores de dinámica de grupos no traspasaron los límites de los grupos que estudiaron. No tuvieron en cuenta el elemento público. Por ello parecia esencial dirigir la atención a ese campo, clave para entender el término «opinión pública». Es imposible lograrlo sin tener una clara comprensión del significado del público como jurado de la naturaleza social del hombre.
Se puede demostrar la importancia del público anónimo utilizando el indicador elaborado por Hallemann para medir la turbación. Cuando se les pide a los encuestados que describan espontáneamente situaciones embarazosas, raras veces escogen situaciones de grupo reducido o con gente conocida por ellos. El 21 por ciento de las situaciones suceden en presencia de un grupo bastante pequeño de desconocidos, y el 46 por ciento ante un gran público anónimo (Hallemann 1989, 135, tabla 14). Hallemann agrupó sus situaciones de test en marcos privados y marcos con un pequeño o un gran público. Los resultados demostraron que cuanto mayor es el público, mayor es el porcentaje de personas que encuentran la situación especialmente embarazosa (ibíd., 137, tabla 15).
Parece perfectamente lógico que una situación desagradable entre conocidos pueda ser mas embarazosa que con desconocidos que uno quizá no vuelva a ver, es decir, en presencia de un público anónimo; pero los resultados refutan esta lógica. El estigma que produce una situación embarazosa ante conocidos no es definitivo. Siempre cabe la posibilidad de rectificar la impresión producida. Pero cuando se trata de un público anónimo, no hay recurso posible, no se puede explicar o pedir disculpas por las acciones realizadas. El estigma es indeleble.
Hallemann también se ha acercado más que nadie hasta ahora al objetivo de medir el miedo al aislamiento. Calculó una puntuación basada en el número de situaciones que un individuo consideraba embarazosas. La sensibilidad de la naturaleza social del entrevistado se clasificaba como muy excepcional, excepcional, media, escasa o muy escasa, con los correspondientes grados de miedo al aislamiento. Después examinó la disposición del entrevistado a expresar sus
opiniones o a permanecer en silencio. Descubrió que los individuos con un sentido más intenso de turbación -y, podríamos añadir, un mayor miedo al aislamiento- también tenían una tendencia mayor a no opinar sobre temas controvertidos. Esto no se debía, sin embargo, a un carácter tímido o taciturno, ya que estaban tan dispuestos como los demás a participar en conversaciones sobre asuntos no controvertidos (ibíd., 178 y sigs.).
La comprobación del sentido cuasiestadístico
¿Existe realmente el sentido cuasiestadístico tal como lo describe la teoría de la opinión pública? ¿Puede la gente percibir el clima de opinión? Los entrevistados de todos los países que hemos estudiado han respondido de buena gana a preguntas como: «¿Qué piensa la mayoría de la gente?» o «¿Está la mayor parte de la gente a favor o en contra de un tema determinado?». Se podría esperar que los encuestados respondieran: «¿Por qué me lo pregunta a mí? ¡Usted es el sociólogo!». Pero no lo hacen. La disposición a realizar una estimación es un indicio de que la gente intenta continuamente evaluar la fuerza de las opiniones contrapuestas sobre un tema determinado.
Pero con frecuencia las estimaciones son incorrectas. A menudo se sobrevaloran las opiniones apoyadas por los medios de comunicación influyentes. Este fenómeno es lo que suele llamarse actualmente
«ignorancia pluralista». «El público juzga mal al público.» En su libro Social Psychology (1924), Floyd Allport discutió este fenómeno, que había analizado exhaustivamente R. L. Schanck en su estudio sobre la comunidad (1932; véase Merton 1949; Newcomb 1950). Allport señaló que el individuo sólo tiene tres maneras de realizar deducciones sobre las opiniones y puntos de vista predominantes entre la población: la prensa, el rumor y la «proyección social». El concepto de «proyección social» es en realidad idéntico al de «percepción especular» (looking glass perception), término introducido posteriormente para explicar la
«ignorancia pluralista» (O'Gorman y Garry 1976; Fields y Schuman 1976) y para oponerse a la idea de un sentido cuasiestadístico (Glynn y McLeod 1985; Salmon y Kline 1985). Es cierto que las comprobaciones han confirmado unánimemente la percepción en espejo, pero también han mostrado que, independientemente de los puntos de vista individuales, la población total percibe qué opiniones están ganando terreno y cuáles lo están perdiendo, igual que percibimos si sube o baja la temperatura (Noelle-Neumann 1985, 1991). ¿Qué otra explicación cabe de esto sin aceptar la capacidad de la gente para captar la distribución de frecuencias? Es obvio que desde el principio de los tiempos se ha intentado influir en esas percepciones, no sólo en los últimos años, en que la investigación
social ha arrojado luz sobre este fenómeno. Ello hace que resulte sorprendente el que los medios de comunicación -es decir, la prensa-, mencionados por Allport como una fuente complementaria de orientación sobre la opinión predominante en el conjunto de la comunidad, no se considerasen significativos hasta bien entrados los años ochenta. Actualmente sabemos que los medios de comunicación constituyen la fuente más importante para la observación constante que el individuo realiza del medio. Siempre que la distribución de frecuencia de la opinión popular sobre un tema se desvía de las estimaciones de la población sobre cómo piensa la mayoría de la gente sobre ese tema, podemos sospechar que se deba a la influencia de los medios de comunicación. En otras palabras: los medios de comunicación transmiten las ideas sobre las distribuciones de frecuencia (Noelle-Neumann 1989).
La comprobación de la disposición de la gente
a expresar su opinión o a permanecer en silencio
Es una lástima que tan pocos países tengan una amplia red de ferrocarriles. Desde la primera publicación de La espiral del silencio, el
«test del tren» se ha utilizado para medir la disposición a expresar
opiniones o permanecer en silencio (véanse págs. 35 y sigs. más arriba). Pero a medida que la teoría se iba difundiendo inter- nacionalmente se fueron planteando más y más dudas sobre la po- sibilidad de aplicarlo a otros países en los que un viaje de cinco horas en tren fuera algo demasiado infrecuente como para que los encuestados pudieran imaginárselo. Tuvimos, pues, que elaborar otra pregunta: «Imagínese que está haciendo un viaje en autobús de cinco horas, y que todos los pasajeros bajan en una larga parada. En un grupo de pasajeros alguien empieza a hablar sobre si habría que apoyar... o no. ¿Le gustaría hablar con esta persona para conocer mejor su punto de vista o preferiría no hacerlo?». Donsbach y Ste- venson diseñaron otra pregunta en la que un periodista de la televisión pide a la gente en la calle si les podría hacer una encuesta sobre un tema controvertido. En este caso, sin embargo, la dimensión pública es demasiado amplia. Hallemann descubrió que el miedo al aislamiento aumenta con el tamaño del público. La audiencia televisiva constituye, después de todo, el público más amplio que existe en la actualidad.
Hay muchas otras expresiones públicas de la inclinación individual a manifestar las convicciones: peinados, barbas, pegatinas -que se utilizan como símbolos tanto en los Estados Unidos como en Europa- o, en Alemania, bufandas moradas que simbolizan la participación en grandes convenciones y reuniones eclesiásticas. Todo esto puede
traducirse en situaciones de test que sirvan para detectar la disposición a mostrar u ocultar las propias convicciones.
El núcleo duro: una respuesta a partir de «Don Quijote»
Se produjeron algunos malentendidos cuando se puso a prueba la teoría de la espiral del silencio al aparecer la primera edición de este libro, en parte porque en esa edición los capítulos 17 (sobre los herejes y la vanguardia) y 23 (sobre el núcleo duro) eran demasiado breves. Actualmente todavía no sabemos sobre la vanguardia más de lo que sabía Platón cuando intentaba utilizar a los poetas para conseguir un cambio de valores, como vimos en el capítulo 25.
Varios comentaristas supusieron que el núcleo estaba formado sencillamente por las personas que estaban especialmente conven- cidas de una opinión, o las personas con un comportamiento de voto extremadamente estable. Y también hay críticos que sostienen que yo inventé el núcleo duro para tener una excusa siempre que los datos no confirmaran la teoría.
Pero la tesina de licenciatura de Maria Elisa Chuliá-Rodrigo en la Universidad de Maguncia, en la que estudia la opinión pública en Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, ha definido mejor el núcleo duro. Leer a Cervantes teniendo en cuenta la teoría de la opinión pública incrementa la dimensión trágica de su obra. Don Quijote se ha empapado del sistema de valores de la sociedad leyendo demasiados libros de caballería. Y por eso ansía combatir y que le recompensen por ello, cobrando «eterno nombre y fama». Pero todo lo que hace, la ropa que viste y las curiosas armas que porta, pertenecen a un mundo que había existido doscientos años antes de su época. Se encuentra aislado, burlado y derrotado, pero sigue fiel a los ideales de la caballería casi hasta el final de la novela (Chuliá-Rodrigo 1989).
Los que pertenecen a la vanguardia están comprometidos con el futuro y por ello se encuentran necesariamente aislados; pero su convicción de que se hallan por delante de su época les permite so- portarlo. El «núcleo duro» sigue comprometido con el pasado, con- serva los valores antiguos mientras sufre el aislamiento presente.
Cómo se transforma en opinión pública la suma de las opiniones individuales
En la conferencia de 1970 de la Asociación Americana para la
Investigación de la Opinión Pública, el científico social Sidney Verba afirmó que la investigación de la opinión política no avanzaba hacia una teoría de la opinión pública porque «suele centrarse en el individuo como unidad de análisis» (Verba 1970, 455). No estoy de acuerdo. Lo que impedía la elaboración de la teoría no era el hecho de
que la unidad de análisis fuera el individuo, sino el que la investigación empírica ignoraba la naturaleza social del indivi duo. Las encuestas preguntaban sobre la opinión, el comportamiento y los conocimientos del individuo: «¿Está usted a favor de...?». «¿Está usted interesado en...?» «¿Le preocupa a usted...?» «¿Prefiere usted...?» Etcétera.
Lo que faltaba, especialmente en la investigación electoral, era preguntas sobre el clima de opinión: «¿Qué piensa la mayoría de la gente?». «¿Quién está ganando...?» «¿Qué está in u out ?» «¿Sobre qué discutiría hasta con su mejor amigo?» «¿De quién se burla la gente?» «¿A quién se le desaira?» Preguntas todas dirigidas al marco social y, por ello, a la naturaleza social del individuo.
No es que la naturaleza social del hombre haya sido completamente ignorada por la investigación social. Peter R. Hofstätter escribió en 1949, en su Psychologie der öffentlichen Meinung (Psicología de la opinión pública): «Para que una opinión sea pública debe poseer lo que a primera vista parece una característica extraña: su expresión debe ir acompañada de una comprensión confusa -probablemente incluso falsa- de las opiniones sostenidas por los otros miembros del grupo... Nuestra definición actual de la opinión pública como la distribución de frecuencias de las opiniones indivi duales es incompleta. Su carácter público exige que el punto de vista propio se encuentre localizado en algún lugar de la distribución de frecuencias de los puntos de vista expresados» (Hofstätter 1949, 53). Pero de aquí no se derivaron conclusiones para la investigación de la opinión. Por eso no se resolvió el problema esencial de cómo surge esa poderosa estructura que llamamos opinión pública a partir de la suma de las opiniones individuales expresadas en porcentajes por la investigación mediante encuestas. Se ignoró a la opinión pública, la que provoca temor y temblor en los gobiernos y los fuerza a actuar políticamente y produce «consecuencias sociales y políticas», como afirmó el psicólogo Brewster M. Smith en la conferencia de 1970. Y también se ignoraron las fuerzas que mantenían en silencio a los individuos si no compartían la opinión pública, como hizo notar James Bryce.
Por lo que sabemos, la causa de la transformación de la suma de las opiniones individuales en opinión pública es la continua interacción entre las personas debida a su naturaleza social. La amenaza de aislamiento, el miedo al aislamiento, la continua observación del clima de opinión y la evaluación de la fuerza o de la debilidad relativas de los diferentes puntos de vista determina si la gente expresa sus opiniones o permanece callada.
27. Resumen:
funciones manifiestas y latentes de la opinión pública
Ahí está el campo enmarañado y enredado de la teoría de la opinión. Es un campo lleno de tocones de los una vez poderosos parti- cularismos teóricos, un campo en el que ha crecido una densa maleza, en el que hay confusas zarzas de disputas teóricas y una espesura infinita de descripciones psicológicas.
(WILLIAM ALBIG, 1939)
Al terminar este libro quiero completar el círculo y preguntar de nuevo:
¿qué es la opinión pública?
Reflexionemos sobre el capítulo segundo del libro de Harwood Childs Public Opinion: Nature, Formation, and Role (La opinión pública: naturaleza, formación y papel; 1965), en el que Childs presenta cincuenta definiciones de la opinión pública. O la primera frase del artículo de W. Phillips Davison (1968) sobre la opinión pública en la International Encyclopedia of the Social Sciences- «No hay una definición generalmente aceptada de "opinión pública"». Parece que las cincuenta definiciones recogidas por Childs proceden de sólo dos conceptos diferentes de la opinión pública. Además, hay unas pocas definiciones de carácter técnico-instrumental, en las que se identifica la opinión pública con los resultados de las encuestas de opinión, y se la define como «la agregación de las opiniones individuales realizada por los analistas de opinión» (Beniger 1987, 54; véase Gollin 1980, 448). Casi todas las definiciones recogidas por Childs están relacionadas con estos dos conceptos:
1. La opinión pública como racionalidad que contribuye al proceso de formación de la opinión y de toma de decisiones en una democracia.
2. La opinión pública como control social. Su papel consiste en promover la integración social y garantizar que haya un nivel suficiente de consenso en el que puedan basarse las acciones y las decisiones.
La comparación de ambos conceptos trae a la memoria una distinción famosa realizada por Robert Merton en Social Theory and Social Structure ([1949] 1957):
- Las funciones manifiestas son las consecuencias objetivas que contribuyen al ajuste o a la adaptación del sistema pretendidas y reconocidas por los participantes en el sistema.
- Las funciones latentes son, correlativamente, las que no son pretendidas ni reconocidas (ibíd., 51).
El primer concepto de opinión pública puede interpretarse como una función manifiesta, pretendida y reconocida, mientras que el segundo supone una funcionalidad latente, no pretendida ni reconocida.
Dadas las enormes diferencias entre los diversos conceptos de opinión pública, algunos estudiosos han pedido que se abandone el término «opinión pública», al menos en el uso científico (Palmer [1936] 1950, 12; Habermas 1962, 13; Moscovici 1991, 299). Sin embargo, no habría que descartar un término que existe -como se ha demostrado- desde la antigüedad y que se ha venido utilizando a lo largo de los siglos mientras no se encuentre otro igualmente comprensivo y más apto para transmitir el significado del concepto, esto es, una forma particular de control social. Si tuviéramos que abandonar el término
«opinión pública» perderíamos nuestro conocimiento secular de la función latente de la opinión pública, por medio de la cual se mantiene un consenso suficiente en el seno de una sociedad, y quizás en el mundo entero (B. Niedermann 1991; Rusciano y Fiske-Rusciano 1990). Ya no podríamos reconocer las relaciones existentes entre fenómenos tan diferentes como el clima de opinión, el Zeitgeist (espíritu de los tiempos), la reputación, la moda y los tabúes, y tendríamos que volver a un nivel de conocimiento anterior a la «ley de la opinión, la reputación y la moda» de John Locke.
Las páginas siguientes se centran inicialmente en el concepto de «la opinión pública como racionalidad», y después se vuelven hacia el concepto de «la opinión pública como control social». Por último, propondré una lista de argumentos a favor de la afirmación de que el concepto de opinión pública es más eficaz cuando se interpreta desde su función latente de control social, como sucede en el concepto de la espiral del silencio.
La opinión pública como función manifiesta: la formación de la opinión en la democracia
El pensamiento de finales del siglo XX sigue dominado por el concepto
de opinión pública que comenzó a imponerse a finales del siglo XVIII. Según ese punto de vista la opinión pública se caracteriza por la racionalidad. Se entiende aquí por racionalidad la adquisición consciente de conocimiento mediante la razón y la elaboración de juicios lógica y racionalmente correctos a partir de ese conocimiento.
La adquisición de conocimientos y la formación de juicios supone el uso de transformaciones y deducciones lógicas. La racionalidad opera con conceptos definidos inequívocamente que se incluyen en un marco conceptual más amplio. La racionalidad aprehende así diferentes campos objetuales de los que se pueden derivar inferencias lógicas. El conocimiento de esos campos está configurado, pues, por la lógica, la causalidad y la consistencia. Los productos del pensamiento lógico son convincentes, razonables y comprensibles intersubjetivamente.
Hans Speier define sucintamente el concepto de opinión pública basado en la racionalidad así: «opiniones sobre asuntos de interés nacional expresadas libre y públicamente por personas no pertenecientes al gobierno que reivindican el derecho a que sus opi- niones influyan en o determinen las acciones, el personal o la es- tructura de su gobierno» (Speier 1950, 376; véase también pág. 127 más arriba). Aquí la relación entre la opinión pública y la racionalidad es directa: son lo mismo. En la práctica -suponiendo que haya libertad de prensa- se da un alto grado de acuerdo entre la opinión pública y la opinión prevalentemente publicada por los medios de comunicación. La definición de Hans Speier incorpora también la función manifiesta de la opinión pública. La opinión pública está relacionada con la política: sirve de apoyo a la formación de opiniones y decisiones sobre asuntos políticos por parte del gobierno.
Esta concepción de la opinión pública como una especie de raisonnement político en la esfera pública, como un correlato del go- bierno (Habermas 1962), parecía especialmente convincente debido a la extendida creencia de que el concepto de opinión pública había aparecido en el siglo XVIII, con la Ilustración. Todavía hoy se encuentra esta afirmación en enciclopedias y diccionarios de todo el mundo. El término se atribuye con frecuencia a Jacques Necker, el ministro francés de economía que intentó mantener estables las
finanzas del gobierno a pesar del creciente desorden público poco antes de la Revolución Francesa28.
Los primeros intentos de explicar el término «opinión pública» se realizaron en el siglo XIX. James Bryce (1888, 1889), que trató sobre los respectivos y diferentes papeles de la opinión pública en Gran Bretaña y los Estados Unidos en la cuarta parte de The American Commonwealth (La comunidad americana), redujo el concepto a la
28 Véanse por ejemplo: International Encyclopedia of the Social Sciences, 1968, vol. 13, 192; International Encyclopedia of Communications 1989, vol. 3, 387; Staatslexikon Recht, Wirtschaft, Gesellschaft 1988, vol. 4, 98; véase también Bucher 1887, 77; Bauer 1930, 234 y sigs.
discusión racional de los temas políticos controvertidos en el seno de una democracia. Robert Ezra Park, cuando estudiaba en Alemania a comienzos del siglo XX, se encontró dividido entre Tönnies, profesor suyo en la Universidad de Berlín, que estaba intentando aclarar teóricamente el concepto de opinión pública, y Oswald Spengler, el autor de La decadencia de Occidente (1918-1922), otro profesor suyo en la Universidad de Berlín, que le introdujo en el campo de la psicología de masas. La psicología de masas era entonces un campo relativamente nuevo. Había sido fundada en las últimas décadas del siglo XIX por el criminólogo italiano Scipio Sighle, así como por Gustave Le Bon y Gabriel Tarde. En su ensayo Masse und Publikum (La masa y el público, 1904), publicado en inglés en 1972 como The Crowd and the Public, Park intenta encontrar una vía de salida, atribuyéndole sentimientos a la masa y razón a la opinión pública. La opinión pública procede del raisonnement, de los debates en los que se plantean los diferentes puntos de vista hasta que uno de ellos acaba saliendo victorioso y los oponentes quedan sometidos más que convencidos.
Según una monografía estadounidense (Frazier y Gaziano, 1979), Park quedó exhausto y desengañado tras la elaboración del texto mencionado. Este estado de ánimo le hizo rechazar una oferta para ser profesor en la Universidad de Chicago cuando volvió a los Estados Unidos. Probablemente ése sea el mismo destino que espera todavía hoy a los autores que intentan identificar la opinión pública con la racionalidad.
El artículo «Concepts of Public Opinion», de Francis G. Wilson, publicado en la American Political Science Review de 1933 (Wilson 1933, 371-391), ejemplifica el método utilizado normalmente para analizar el concepto de opinión pública. El término se divide en los componentes «público» y «opinión». Después se analizan «la relación entre la opinión y el público, la relación entre el público y el gobierno y la relación entre la opinión y el gobierno» (ibíd., 382). Estas relaciones se caracterizan por la idea de participación. El significado de «público» se restringe al de «el conjunto de personas que tienen derecho a participar en el gobierno» (390). La presión de esta opinión pública se ve como una carga para el gobierno.
Treinta años después, Childs empleó un enfoque parecido en su Public Opinion, en el capítulo sobre las definiciones citado más arriba. Childs divide el capítulo en sendos estudios sobre «Los públicos»,
«Las opiniones» y «El grado de uniformidad». A esto le sigue «El proceso de formación de la opinión», «La calidad de las opiniones»,
«¿Quién mantiene las opiniones?» y «El tema de las opiniones». Después esboza los antecedentes históricos y caracteriza cada
década del siglo XX según los temas de opinión pública y las técnicas para influir sobre ella. Acaba describiendo cómo, desde los años treinta, se ha vuelto más factible y frecuente la medición de la opinión pública a intervalos regulares mediante las encuestas de opinión. Y así termina el libro.
Alrededor de la mitad de las cincuenta definiciones de opinión pública recogidas por Childs se basan en la concepción racional de la opinión pública. James T. Young llama opinión pública al «juicio social de una comunidad autoconsciente sobre una cuestión de relevancia general después de una discusión pública y racional» (Young 1923, 577-578).
A. W Halcombe (1923, 36) la define como «las opiniones que se basan en una parte substancial de los hechos necesarios para una decisión racional». Y J. A. Sauerwein (1933, 29) comenta: «Es bastante exagerado suponer que existe actualmente una opinión pública, en sentido intelectual, fuera de la elite». Pero, al mismo tiempo, se percibe un acento de resignación subyacente: «Quizá suene un poco severo, pero la opinión pública no existe, y sólo hace falta una moderada comprensión de la naturaleza humana para ver que no es posible la existencia de una opinión pública inteligente» (Jordan 1930, 339).
La gran estima que la civilización occidental tiene por la racionalidad explica sin duda por qué ha sobrevivido el concepto racional de la opinión pública. También explica por qué algunos creen que desmontando el concepto como una máquina y definiendo sus partes y su relación mutua podrían comprender la naturaleza de ese fenómeno.
Básicamente, el concepto de la opinión pública ha estado, y sigue estando, sometido a un trato autoritario, como si pudiera decidirse arbitrariamente si habría que conservar o descartar el concepto o el papel que debería desempeñar en una democracia en el futuro. Esta tendencia ya era evidente en el primer escrito sistemático sobre el tema, Public opinion and popular Government (La opinión pública y el gobierno popular), de A. Lawrence Lowell (1913). Lowell expone la que considera la «verdadera» opinión pública y que, por tanto, debe escuchar el gobierno: las opiniones formadas tras una discusión exhaustiva. Según su definición, sólo tienen peso las opiniones de los individuos que han reflexionado sobre la cuestión. Y limita aún más la definición aplicándola sólo a los temas que caen bajo la jurisdicción del gobierno. La religión, por ejemplo, queda excluida.
A principios de los años treinta, cuando comenzó el método de las encuestas representativas, el término «opinión pública» se hizo más corriente. Nadie sentía remordimientos por hablar de «encuestas de opinión pública» o «investigación de la opinión pública», o por titular
Public Opinion Quarterly a la nueva revista fundada en 1937. Pero,
¿eran verdadera «opinión pública» los resultados de las encuestas de opinión? Tanto entonces como ahora los investigadores han solido identificar la opinión pública con los resultados de las encuestas de opinión. La estrategia consistía en crear una definición técnica de la opinión pública basada en las herramientas y los resultados brutos de las encuestas. Por ejemplo: «La opinión pública consiste en las reacciones de la gente ante afirmaciones claramente formuladas y preguntas realizadas en una situación de entrevista» (Warner 1937, 377). «La opinión pública no es el nombre de alguna cosa, sino una clasificación de una serie de cosas que, en una distribución de frecuencias estadísticamente ordenada presenta modas o frecuencias que llaman la atención o provocan interés» (Beyle 1931, 183). «Ahora que contamos con la indudable realidad de las encuestas de opinión pública seguiremos llamando opinión pública a una distribución de actitudes bien analizada» (Lazarsfeld 1957, 43). En un artículo escrito con ocasión del cincuenta aniversario del Public Opinion Quarterly, James Beniger se refiere a la «definición [de Albert Goblin] actualmente ubicua de la opinión pública como la agregación de las actitudes individuales realizada por los investigadores de opinión» (Beniger 1987, 54; Gollin 1980, 448).
Herbert Blumer fue el primer investigador que adoptó una postura crítica frente a esta situación. En su artículo de 1948 sobre «La opi- nión pública y las encuestas de opinión pública» criticó agudamente
«la escasez, por no decir la completa ausencia, de generalizaciones sobre la opinión pública a pesar de la voluminosa cantidad de estudios realizados mediante encuestas acerca de la opinión pública».
Lo que me impresiona es la aparente ausencia de esfuerzo o de interés sincero por parte de los estudiosos de las encuestas de opinión pública por intentar identificar el objeto que se supone quieren estudiar, registrar y medir... No se preocupan de realizar análisis independientes de la naturaleza de la opinión pública para juzgar si la aplicación de su técnica se adecua o no a esa naturaleza.
Hay que decir algo sobre un enfoque que excluye conscientemente cualquier consideración de ese problema. Me refiero a la estrecha posición operacionalista de que la opinión pública consiste en los resultados de las encuestas de opinión pública. En ese caso, curio- samente, los resultados de una operación, del uso de un instrumento, se consideran el objeto de estudio en lugar de verlos como una contribución al conocimiento del objeto estudiado. La operación deja de ser un proceso guiado por un objeto de investigación. Es ella, por el contrario, la que determina intrínsecamente su objetivo... Sólo quiero señalar que los resultados del estrecho operacionalismo, tal como los
hemos descrito, dejan sin responder la cuestión del senti do de esos resultados (Blumer [1948] 1953).
Tras esta fuerte crítica, Blumer se dedica a la investigación de los contenidos, la formación y la función de la opinión pública en una democracia, esbozando magistralmente el concepto de una opinión pública racional con una función manifiesta de informar a los políticos de la democracia sobre las actitudes de los grupos funcionales que constituyen las organizaciones de la sociedad. Se fija ante todo en los grupos de interés: sindicatos, asociaciones de empresarios, cámaras de agricultura y grupos étnicos. Blumer no dice por qué puede llamarse «opinión pública» a estos grupos de interés y a su presión sobre los políticos. Pero describe convincentemente el papel desempeñado por estos grupos en la formación de las opiniones de los políticos. También muestra por qué los políticos deben tener en cuenta la presión ejercida por ellos. Naturalmente, no todos los individuos de una sociedad ejercen el mismo grado de influencia sobre el proceso de formación de la opinión. Muchos individuos disfrutan de una elevada posición, de prestigio y de un alto nivel de conocimiento especializado. Están muy interesados e implicados, e influyen considerablemente en las otras personas. También hay individuos que carecen de todas estas cualidades. Pero en las encuestas representativas se trata igual a estas personas diferentes, cuyo juicio e influencia no tiene el mismo peso. Está claro que Blumer, por los argumentos que presenta, no cree que las encuestas sean un método adecuado para la indagación de la opinión pública.
Treinta años después, Pierre Bourdieu expuso esencialmente los mismos argumentos en su ensayo «La opinión pública no existe» (Bourdieu 1979; Herbst 1992). En la conferencia de 1991 de la American Midwest Association of Public Opinion Research (MAPOR), que tuvo lugar en Chicago, hubo una sesión sobre concepciones europeas de la opinión pública, descrita en una serie de artículos publicados en la International Journal of Public Opinion Research (Beniger 1992). Se presentaron las teorías de la opinión pública de Foucault, Habermas y Bourdieu. Las tres se basan en el supuesto de que la formación de la opinión es un proceso racional.
Junto al creciente interés por las teorías de la elección racional en el campo de la ciencia política y la fascinación creciente por los procesos cognitivos entre los psicólogos, la idea de la opinión pública como racionalidad parece estar cada vez mejor atrincherada a medida que se acerca el final del siglo. James Beniger, por ejemplo (1987, 58-59), espera que surja un nuevo paradigma con estas características: «Sin embargo, si se permite que las actitudes dependan de la cognición
(conocimientos y esquemas) además del afecto, y probablemente también de las predisposiciones conductuales, la comunicación que "sólo" cambie las condiciones puede ser tan importante para el cambio actitudinal como la comunicación con componentes afectivos. De hecho, la investigación de la opinión pública cuenta con una venerable literatura que señala que la información creíble puede crear un impacto más duradero en la opinión pública que las meras apelaciones persuasivas. Se puede esperar que una mayor elaboración del paradigma orientado hacia una mejor comprensión de la formación y el cambio de esta clase de opinión pública desempeñe un papel central en las páginas de la Public Opinion Quarterly en su segundo medio siglo».
La opinión pública como función latente: el control social
En la vigesimoquinta conferencia anual de la American Association for Public Opinion Research de 1970, en la sesión titulada «Hacia una teoría de la opinión pública», Brewster Smith, un psicólogo de la Universidad de Chicago, afirmó que la investigación «todavía no había afrontado el problema del modo en que se articulan las opiniones individuales para producir consecuencias sociales y políticas» (Smith 1970, 454).
El problema no podía resolverse porque nadie buscaba una opinión pública capaz de ejercer presión. El concepto racional de la opinión pública no explica la presión que ésta debe ejercer para tener alguna influencia sobre el gobierno y los ciudadanos. El raisonnement es iluminador, estimulante e interesante, pero no puede ejercer la clase de presión ante la que -como dijo Locke- ni una persona de cada diez mil es invulnerable. O, como dijo Aristóteles, el que pierde el apoyo del pueblo deja de ser rey. O, como escribió Hume, «el gobierno... se funda sólo en la opinión. Y esta máxima se aplica tanto a los gobiernos más despóticos y militares como a los más libres y populares» ([1741-1742] 1963, 29). Interpretando la opinión pública como control social es fácil explicar su poder. Cicerón le dice a su amigo Ático, en una carta escrita en el año 50 a.C., que había mantenido una opinión falsa debido a la influencia de la opinión pública (publicam opinionem). Ya en esta primera aparición conocida del término, la «opinión pública» no designa el juicio bueno y racional sino más bien lo contrario.
El concepto de una opinión pública racionalmente configurada se basa en la idea de un ciudadano informado y capaz de formular argumentos razonables y de realizar juicios correctos. Este concepto se centra en la vida política y en las controversias políticas. La mayor parte de los autores que emplean este concepto reconocen que sólo un pequeño
grupo de ciudadanos informados e interesados participa realmente en esas discusiones y juicios. Pero el concepto de la «opinión pública como control social» afecta a todos los miembros de la sociedad. Como la participación en el proceso que amenaza con el aislamiento y provoca el miedo al aislamiento no es voluntaria, el control social ejerce presión tanto sobre el individuo, que teme el aislamiento, como sobre el gobierno, que también quedaría aislado y finalmente caería sin el apoyo de la opinión pública. El ejemplo de Sudáfrica muestra que actualmente un país entero puede quedar aislado por la opinión mundial hasta el punto de tener que acabar cediendo.
El concepto de opinión pública como control social no tiene en cuenta la calidad de los argumentos. El factor decisivo es cuál de los dos bandos de una controversia tiene la fuerza suficiente como para amenazar al bando contrario con el aislamiento, el rechazo y el ostracismo. La importancia de lo que se piensa sobre la fuerza del otro bando se describió al comienzo de este libro, con el ejemplo del
«vuelco en el último minuto» en las elecciones federales alemanas de 1965 y 1972. El fenómeno semejante observado por Lazarsfeld en las elecciones presidenciales estadounidenses de 1940, que él explica en términos de psicología individual como el «efecto del carro ganador» - todos quieren estar en el bando victorioso-, lo interpreta la teoría de la opinión pública en términos psicosociológicos: nadie quiere quedarse aislado. Tanto el mecanismo del carro ganador como la espiral del silencio se apoyan en el supuesto común de que el individuo observa las señales del medio sobre la fuerza y la debilidad de los diferentes bandos. La diferencia estriba en el motivo de estas observaciones. Además, la teoría de la espiral del silencio subraya los cambios graduales procedentes de un proceso social en marcha, mientras que el carro ganador se fija en un cambio más repentino de una posición a la otra por una información nueva sobre quién va por delante. Ambos podrían producirse a la vez (Davison 1958).
Muchos escritores se han dado cuenta intuitivamente de que la victoria o la derrota en el proceso de la opinión pública no depende de lo que esté bien o mal. Por ello, la desaprobación con la que se castiga la conducta desviada no tiene, como señaló el jurista alemán Ihering en 1883, un carácter racional como la desaprobación de «una conclusión lógicamente incorrecta, un error en la resolución de un problema aritmético o una obra de arte fallida». Más bien se expresa como la
«reacción práctica de la comunidad, consciente o inconsciente, ante la lesión de sus intereses, una defensa para la propia protección» (Ihering 1883, 242, véase también 325). En otras palabras, es un asunto de cohesión y de consenso de valores en una sociedad. Esto sólo puede basarse en valores morales -bueno y malo- o en valores
estéticos -bello y feo-, ya que sólo éstos tienen el componente emocional capaz de poner en marcha la amenaza de aislamiento y el miedo al aislamiento.
Comparación de los dos conceptos de la opinión pública
Al comparar los dos conceptos diferentes de la opinión pública hay que insistir en que se basan en supuestos diferentes sobre la función de la opinión pública. La opinión pública como proceso racional se fija especialmente en la participación democrática y el intercambio de puntos de vista diferentes sobre los asuntos públicos, así como en la exigencia de que el gobierno tenga en cuenta estas ideas y la preocupación de que el proceso de formación de la opinión pueda ser manipulado por el poder del Estado y del capital, por los medios de comunicación y la técnica moderna (Habermas 1962).
La opinión pública como control social busca garantizar un nivel suficiente de consenso social sobre los valores y los objetivos comunes. Según este concepto, el poder de la opinión pública es tan grande que no puede ignorarlo ni el gobierno ni los miembros individuales de la sociedad. Este poder procede de la amenaza de aislamiento que la sociedad dirige contra los individuos y los gobiernos desviados, y del miedo al aislamiento debido a la naturaleza social del hombre.
El escrutinio constante del medio y la observación de las reacciones ajenas se manifiestan en la disposición a expresarse o la tendencia a permanecer en silencio, y crean un nexo entre el individuo y la sociedad. Esta interacción da poder a la conciencia común, los valores comunes y las metas comunes, así como a las amenazas con- comitantes dirigidas contra los que se desvían de estos valores y me- tas. El miedo al aislamiento que se experimenta en los casos de des- viación procede del estímulo que se siente en las experiencias compartidas en grupo. Los investigadores suponen que estas reac- ciones se han formado en el curso del desarrollo humano para ga- rantizar una cohesión suficiente de las sociedades humanas. La prue- ba empírica de esta suposición la constituye el «método de muestreo de experiencias» (experience sampling method o EMS), que demues- tra que la soledad va unida con la depresión y el desaliento para la mayoría de las personas (Csikszentmihalyi 1992).
Una de las principales diferencias entre el concepto racional de la opinión pública y el concepto de opinión pública como control social radica en la interpretación del término «público». Según el concepto mantenido por la teoría democrática de la opinión pública como producto del raisonnement, lo «público» se define en términos del contenido de los temas de la opinión pública, que son contenidos políticos. El concepto de la opinión pública como control social
interpreta «público» en el sentido del «ojo público» (Burke 1791): «a la vista de todos», coram publico. El ojo público es el tribunal en el que se juzga al gobierno y a todos los individuos. Las dos concepciones también discrepan en la interpretación del término «opinión». Según el concepto de la teoría democrática, la opinión es ante todo cuestión de puntos de vista y discusiones individuales, mientras que el concepto de opinión pública como control social se extiende a un área mucho mayor; en realidad a todo lo que exprese visiblemente en público una opinión relacionada con valores, sea directamente, bajo la forma de convicciones expresadas, sea indirectamente, mediante pins y pegatinas, banderas, gestos, peinados y barbas, símbolos visibles públicamente y comportamientos con implicaciones morales públicamente visibles. Este concepto de la opinión pública puede aplicarse incluso al tema de la turbación (Goffman 1956; Hallemann 1989). Abarca desde todas las reglas de carácter moral (la «corrección política») hasta los tabúes, ámbitos todos ellos de conflicto grave e irresuelto que no pueden discutirse en público sin que resulte amenazada la cohesión social.
Desde la perspectiva del concepto de opinión pública de la teoría democrática, hay que ser crítico al emplear el término «investigación de la opinión pública» para designar las encuestas representativas, como lo han sido Herbert Blumer, Bourdieu y otros muchos defensores del concepto, ya que las encuestas conceden el mismo peso a las opiniones de las personas que están informadas y a las de las que no lo están. Y eso no puede reflejar la realidad.
Desde la perspectiva de la opinión pública como control social, todos los miembros de la sociedad participan en el proceso de la opinión pública, en el conflicto de valores y metas destinado en parte a reforzar los valores tradicionales y en parte a acabar con los valores antiguos y sustituirlos por nuevos valores y metas. Este proceso puede observarse con la herramienta de las encuestas representati- vas. Sin embargo, las preguntas habitualmente necesarias son dife- rentes de las que incluyen las encuestas convencionales de opinión. Además de las preguntas sobre la opinión del entrevistado se precisan preguntas sobre el clima de opinión. Hay que preguntar a los encuestados cómo perciben su medio: ¿Qué piensa la mayoría de la gente? ¿Qué está aumentando o disminuyendo? Hay que hacer preguntas sobre la amenaza de aislamiento -qué opiniones y formas de comportarse son impopulares- y sobre la disposición a expresarse y la tendencia a quedarse callado.
Según este concepto de la opinión pública, muchas de las preguntas que se incluyen actualmente en las encuestas no sirven para revelar la
«opinión pública». Hay que preguntar sobre las opiniones y las formas
de comportamiento con una carga valorativa que hacen que el individuo se aísle o pueda aislarse en público.
Los intentos que se han realizado desde mediados de los años sesenta para revivir el concepto de la opinión pública como control social han tenido poco éxito (Noelle 1966). Mary Douglas ofrece una posible explicación en su libro How Institutions Think (Cómo piensan las instituciones; 1986, 76): «En primer lugar, según el principio de coherencia cognitiva, una teoría que vaya a lograr un lugar permanente en el repertorio público de lo conocido tendrá que imbricarse con los procedimientos que garantizan otras clases de teorías». Desde este punto de vista, el concepto de opinión pública como racionalidad no presenta dificultad alguna: puede vincularse a las teorías existentes de la democracia, a la fascinación respecto a las teorías de la elección y la acción colectiva, y a los modelos psi- cológicos cognitivos. El concepto psicosociológico y dinámico de la opinión pública, por su parte, presenta inconvenientes. Como señala Douglas (ibíd., 82), «los sociólogos tienen aversión profesional a los modelos de control».
Los teóricos de la filosofía de la ciencia han elaborado una serie de criterios para comprobar la calidad de los conceptos rivales. Por ejemplo:
1. Aplicabilidad empírica.
2. ¿Qué hechos quedan explicados por el concepto? ¿Qué po- tencial de clarificación tiene éste?
3. Grado de complejidad, es decir, magnitud de los ámbitos
incluidos, o número de variables incluidas.
4. Compatibilidad con otras teorías.
Como mínimo, el concepto de opinión pública como control social es superior según tres de estos criterios. En primer lugar, puede comprobarse empíricamente. Si se cumplen ciertos requisitos de la teoría -por ejemplo, la actualidad, el componente moral o estético y la opinión de los medios de comunicación- pueden realizarse predicciones válidas del comportamiento individual (por ejemplo, la tendencia a expresarse o a permanecer en silencio) y sobre la dis- tribución de las opiniones en la sociedad (Noelle-Neumann 1991).
En segundo lugar, este concepto tiene poder explicativo. La teoría de la espiral del silencio produce futuribles. Es decir, relaciona los fenómenos observables con otros fenómenos, afirmando y probando que existen unas determinadas reglas sociales. Con el concepto racional de la opinión pública sería muy difícil explicar el fenómeno observado por primera vez en 1965, cuando la distribución estable de
las opiniones individuales se acompañaba de un desarrollo completamente independiente del clima de opinión y de un cambio en el último minuto en las intenciones de voto (véase pág. más arriba). También sería difícil explicar con el concepto racional de la opinión pública por qué las diferencias en la distribución de las opiniones entre los diferentes segmentos de la población (divididos por edad, clase social, etc.) son mucho mayores que las estimaciones realizadas por los distintos grupos sobre el clima de opinión percibido («Qué opina la mayoría de la gente»). Y, por último, con el concepto racional de la opinión pública sería especialmente difícil explicar por qué los individuos más informados acerca de un asunto determinado -es decir, los expertos- se encuentran a menudo solos en su opinión, enfrentados a los representantes de la opinión pública, los periodistas y la población en general, que adoptan una posición conjunta diametralmente opuesta a la de los expertos. Stanley Rothman y otros investigadores han presentado pruebas empíricas de esta situación (por ejemplo, Snyderman y Rothman 1988).
En tercer lugar, el concepto de la opinión pública como control social tiene un grado mayor de complejidad. Conecta el nivel individual con el social, y se extiende por otros campos además del de la política.
El concepto encuentra dificultades de compatibilidad con otras teorías, como hemos dicho antes; pero puede conectarse con los descubrimientos psicosociológicos de la dinámica de grupos (Sherif 1936, 1965; Asch 1951, 1952) y también con las teorías psicoso- ciológicas de Ervin Goffman sobre la turbación y la estigmatización.
El que hayamos comparado en estas páginas las posibilidades de las dos concepciones de la opinión pública no significa que haya necesariamente que elegir entre ellas. El intercambio racional de ar- gumentos, o raisonnement, desempeña incuestionablemente un papel en el proceso de la opinión pública, aunque se haya realizado poca investigación empírica sobre el tema. Pues incluso los valores con una carga moral necesitan un apoyo cognitivo para hacerse presentes en la opinión pública.
Si buscamos una imagen que sirva para explicar la relación existente entre la discusión pública y la opinión pública como control social, la discusión pública podría verse como algo incrustado en la dinámica del proceso psicosociológico, que lo guía y lo articula en ocasiones, pero que a menudo permanece en un nivel meramente intelectual y no influye, por ello, en las emociones morales, que es donde se origina la presión de la opinión pública. Según la definición de Merton, la función manifiesta del debate público –llegar a una decisión mediante la presentación de argumentos en público- es consciente, deliberada y consentida. Sin embargo, a menudo la población no está convencida
emocionalmente -no está electrizada- y la función de toma de decisiones carece de la fuerza que hace falta para crear y defender el necesario consenso social. La única opinión que puede llevar a cabo la función latente de mantener la cohesión social es la aceptada y aprobada emocionalmente por la población. Desde este punto de vista, las discusiones públicas a menudo son una parte -no la totalidad- del proceso de la opinión pública.
La función manifiesta también puede denominarse función aparente, mientras que la función latente es la función real. Merton ilustra esto con el famoso ejemplo de las danzas hopi de la lluvia, cuya función explícita consiste en provocar la lluvia en las épocas de sequía, pero cuya función latente -y por lo tanto real- es la de proporcionar cohesión a la tribu hopi en las épocas de necesidad.
Dado que la función latente de la opinión pública como control social, con su finalidad de integrar la sociedad y garantizar un nivel suficiente de consenso, no es intencional ni reconocida conscientemente, suele haber malentendidos sobre el concepto. Quizá sea posible algún día reconciliar a los intelectuales con la idea de que la opinión pública ejerce una presión hacia la conformidad en el individuo. Esto convertiría la función latente de la opinión pública en una función manifiesta. En otras palabras: llegaría a ser considerada una fuerza necesaria en la sociedad.
En la primera edición de este libro no traté el concepto racional de la opinión pública ni los resultados de la investigación sobre los grupos de referencia y dinámica de grupos. Mi primer objetivo era describir la nueva perspectiva procedente del redescubrimiento del papel de la opinión pública como control social, un papel del que sólo comenzamos a ser plenamente conscientes. En esta segunda edición no sólo he comentado algunas de las contribuciones más importantes sobre la opinión pública, como las de Robert Park, Herbert Blumer y Pierre Bourdieu, sino que también he intentado aclarar la relación entre el concepto dinámico psicosociológico de la opinión pública como control social y el concepto de la teoría de la democracia de la opinión pública como raisonnement en la esfera pública. Por delante queda la tarea de investigar la interacción entre los grupos de referencia, la dinámica de grupos, la psicología de masas y la opinión pública como control social.
Epilogo, en agradecimiento
No me agrada decir adiós a mis lectores. Espero volver a encontrarme con ellos cuando se hayan investigado las relaciones entre la opinión pública y la política, la opinión pública y la economía, la opinión pública y el arte, la ciencia y la religión, y cuando se haya demostrado
que el modo en que se ha descrito la opinión pública en este libro produce una mejor comprensión que la que había antes, posibilitando tanto el diagnóstico como la predicción.
Gran parte de lo que me ha acompañado durante tanto tiempo ya no me pertenece. Solía imaginarme, en relación con mi tema, como una paseante solitaria en un parque. Pero en realidad no estaba sola. Entre los que me han ayudado quiero dar las gracias, sobre todo, a Helmtrud Seaton, del Instituto Allensbach, que desempeñó simultáneamente las tareas de ayudante científica y secretaria. No creo que hubiera podido escribir el libro sin ella.
Muchos colegas del Instituto de Demoscopia Allensbach me han ayudado, a menudo con verdadero entusiasmo, incluso cuando mis peticiones llegaban en pleno programa obligatorio de investigaciones contratadas e incluían cuestionarios o tabulaciones aparentemente peregrinas, por ejemplo sobre el test del tren. Quiero mencionar, como especialmente comprometido con el trabajo, a Werner Süsslin, responsable de los archivos del Instituto, y a Gertrud Vallon, lectora de los textos en francés y, simultáneamente, estimulante comentadora.
También he recibido ayuda del Instituto de Publicística de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia; de las tesinas de licenciatura de Christine Gerber sobre Rousseau, de Angelika Tischer
-Balven de soltera- sobre Tocqueville y de Dieter Petzolt sobre «el ojo público como conciencia», con unas secciones sobre Lutero que fueron especialmente importantes para mí. También me fue útil la tesina sobre Maquiavelo presentada por Frank Rusciano en la Universidad de Chicago.
Quisiera expresarle mi agradecimiento al profesor Jean Stoetzel de la Universidad de París V-René Descartes por haberme facilitado sus notas inéditas para una conferencia sobre la opinión pública y por haberme puesto en contacto con su doctoranda en filosofía Colette Ganochaud, que estaba escribiendo una tesis sobre el concepto de opinión pública en Rousseau.
Quisiera darle las gracias a mi colega de Maguncia Hans Mathias Kepplinger por su ecuanimidad al discutir mi tema y el modo en que siempre me estimuló. Gracias también a Imogen Seger-Coulborn, la única que leyó el manuscrito capítulo a capítulo a medida que yo lo iba escribiendo. Espero que esto demuestre cuánto valoro sus comentarios críticos. Ha tenido en cuenta mi interés acerca de la opinión pública durante muchos años mientras llevaba a cabo su propia investigación científico-social y me ha enviado muchos mensajes sobre el tema. Al darle las gracias a ella también lo hago a todos los amigos y colegas que me han ayudado indicándome fuentes. Las notas de Imogen eran a menudo muy breves pero siempre
contenían referencias meticulosas; por ejemplo: Henry David Thoreau en su diario de 1840, cuando tenía veintitrés años. Y la cita de Thoreau: «Siempre es fácil infringir la ley, pero incluso para los beduinos del desierto es imposible resistirse a la opinión pública».
Finales de 1979 - comienzos de 1980
E.N.N.
Epilogo de la segunda edición
Quisiera agradecerles a Maria Marzahl y Patty McGurty, miembros del Departamento de Inglés del Instituto Allensbach, la traducción al inglés de las nuevas secciones de esta edición. Le agradezco su ayuda en la revisión de la traducción a Matthew Levie, que, siendo estudiante en la Universidad de Harvard, pasó el verano de 1991 completando un período de prácticas en el Instituto Allensbach. También quiero expresarle mi agradecimiento a Jamie Kalven, que corrigió el manuscrito erradicando así los últimos vestigios de peculiaridades lingüísticas alemanas, así como, muy especialmente, a Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de psicología en la Universidad de Chicago, que de nuevo ha robado parte del tiempo dedicado a su trabajo como académico y autor para comparar la traducción con el original alemán, como había hecho con la primera edición inglesa. Me gustaría agradecerle su trabajo perspicaz y perseverante a Erich Lamp y a Anne Niedermann (Jäckel de soltera), autores que el lector encontrará mencionados en los nuevos capítulos 25 a 27, y, por último, a Helmtrud Seaton, ayudante mía desde hace muchos años; sin su ayuda habría sido imposible acabar esta edición mientras cumplía mis obligaciones laborales en el Instituto de Allensbach y la Universidad de Maguncia.
Por supuesto, nuestra investigación ha proseguido. He aquí un informe sobre nuestros descubrimientos y nuestros progresos más recientes.
No hace mucho hicimos otro descubrimiento sorprendente en nuestro seminario de la Universidad de Maguncia: sir William Temple (1628- 1699) tuvo algo que decir sobre la opinión pública (Frentiu 1990). Temple repartió su vida de trabajo entre misiones políticas y diplomáticas, de una parte, y el empeño en estudios filosóficos y literarios cultivados en la soledad privada de la biblioteca de su finca rural de la otra, como había hecho Montaigne un siglo antes. Impresionado por Jonathan Swift, casi cuarenta años menor que él, Temple empleó al joven de veintidós años como su secretario. Su trabajo en común hubo de dilatarse durante dos décadas, y Swift publicó las obras de Temple en cuatro volúmenes.
En las obras de sir William Temple, que precedió a David Hume en más de cincuenta años, descubrimos el tema principal de Hume: la caída de los gobiernos cuando carecen de autoridad o no cuentan con la confianza del pueblo, lo que, según Temple, es lo mismo. Y cien años antes de Madison, encontramos en la obra de Temple la idea central de la espiral del silencio: el hombre «difícilmente esperará o se arriesgará a introducir opiniones nuevas donde no conozca a nadie o a
pocos que las compartan, y donde piense que todos los demás van a defender las que ya habían recibido» (Temple [1672] 1964, 58-59).
Un antiguo alumno me ha reñido benévolamente por dar demasiada relevancia a las fuentes de mis ideas y demasiado poca a mi propio trabajo. La razón por la que he citado con tanto celo a otros autores es porque, como científica, considero amigos míos a todos los que he ido encontrando -en otros lugares, en otras partes del mundo- en mi camino hacia el descubrimiento de alguna verdad. Por eso también les estoy tan agradecida a licenciados como Sabine Mathes, que investigó con gran entusiasmo, utilizando el ejemplo de la energía nuclear, la relación entre los diversos factores que intervienen en la interacción entre los medios de comunicación y la opinión pública, hasta que finalmente pudimos comprender el papel de los diferentes elementos del proceso de la opinión pública en su secuencia cronológica. La posición de los medios, o un cambio en la posición de los medios, precede a un cambio en la evaluación del clima de opinión. El cambio en la evaluación del clima de opinión precede a un cambio en las actitudes personales. La conducta -la disposición a expresarse- se adapta a la evaluación del clima de opinión pero, recíprocamente, también influye en las evaluaciones del clima de opinión en un proceso de retroalimentación que inicia un proceso de espiral.
Me pareció que me habían hecho un regalo cuando Hans Zetterberg me habló del Pitágoras de Platón. En este diálogo se discute sobre el mito en el que Zeus declaró que había que repartir los talentos entre las personas, dando un talento diferente a cada una. Una persona, por ejemplo, recibió el don de la artesanía, otra el de la música, o el de la curación. Por último Hermes tenía que repartir los dones políticos, el sentido de la justicia (dike) y el sentido de la vergüenza (aidos). Hermes preguntó: «¿Reparto estos dones como hice con los otros o los reparto entre todos?». «Entre todos», dijo Zeus. «Todos tienen que participar en ellos. Porque las ciudades no podrían surgir si sólo unos pocos los poseyeran, como sucede con los demás.»
«Aidos es... una idea difícil», dicen los editores de una edición inglesa del Pitágoras. «Es inútil ponerse de acuerdo sobre un código de conducta si los miembros de la comunidad no se rigen por él. Un modo de obligar al cumplimiento de esas convenciones es la opinión pública. Los miembros de una comunidad tienden a albergar una grave preocupación acerca de la opinión de los otros miembros de la comunidad sobre ellos. Aidos representa el miedo a la desaprobación pública que garantiza que se cumplan generalmente las convenciones sociales» (Hubhard y Karnofsky 1982, 96). Ésta es la respuesta a la pregunta de Protágoras: «¿Es que no habrá algo que todos los ciudadanos compartan si una nación ha de existir en realidad?».
Apéndice
Estudios de literatura sobre la opinión pública Una guía de análisis de textos
Hay que estudiar la literatura teniendo en cuenta las siguientes preguntas:
1. ¿Contiene la publicación una o más definiciones de la opinión pública? Si no es una publicación que recopile diversas definiciones,
¿qué definición o definiciones de la opinión pública toma como punto
de partida?
2. ¿Continúa la publicación el trabajo de otros autores -sean contemporáneos o del pasado- y lo hace simplemente con citas ocasionales o establece un sentido de continuidad? ¿Qué autores?
3. ¿Qué autores clásicos se citan sobre el tema de la opinión pública, explícita u ocasionalmente?
4. ¿Versa parte de la publicación o la obra entera sobre el contenido de la opinión pública (en alguna época determinada, sobre algún tema concreto, apoyado o combatido por unos grupos o instituciones determinados) o se utiliza el contenido de la opinión pública sólo para ejemplificar el funcionamiento de ésta?
5a. ¿Versa alguna parte o toda la obra sobre el funcionamiento de la opinión pública? ¿Lo hace desde la perspectiva de la psicología social, o adopta la perspectiva política, o cultural, o de algún otro campo?
5b. ¿O se esboza el funcionamiento de la opinión pública cuando lo permite el contexto, aunque no sea el tema principal de la publicación?
6. ¿Se trata la opinión pública como una capacidad de juicio crítica, intelectual, altamente valorada (el concepto elitista) o como un medio de integración, de presión hacia la conformidad, de control social (el concepto integrador)?
7. ¿Presenta el autor la opinión pública como algo absurdo o inteligente, o como algo alternativamente absurdo e inteligente? ¿Qué características se atribuyen a la opinión pública? ¿O se abstiene el autor de realizar juicios de valor?
8. ¿Se menciona la conformidad en relación con la opinión pública?
¿Se menciona el miedo al aislamiento como causa de conformidad?
¿Menciona la publicación el concepto de «miedo social» (o algún término sinónimo) en relación con la conformidad?
9. ¿Se insiste especialmente en el miedo del individuo al aislamiento como un factor del proceso de la opinión pública?
10. ¿Cómo percibe el individuo la aprobación o desaprobación del medio (las señales del medio)?
11. ¿Trata la publicación el principio de Hume de que «el gobierno... se funda sólo en la opinión», o adopta alguna posición más general sobre la idea de que el gobierno debe tener en cuenta la opinión?
12. ¿Se afirma explícita o al menos implícitamente en la publicación que la opinión o el clima de opinión tiene una carga moral, está relacionado con el juicio moral?
13. ¿Distingue el autor explícita o implícitamente entre las posiciones racionales y las morales? ¿Cómo describe la relación entre ambas?
¿Se distingue entre etapas de predominio de las posiciones morales y etapas de predominio de las posiciones racionales?
14. ¿Distingue la obra explícita o implícitamente entre la opinión
pública (sobre un tema específico, a corto plazo) y el clima de opinión (tendencia a la difusión, a largo plazo)? ¿Puede entenderse a partir de esta obra el concepto de opinión pública como encarnación del clima de opinión?
15. ¿Contiene la publicación una discusión del término «público»? ¿Se define lo «público» legalmente, políticamente o en términos de psicología social (como tribunal, ojo público)?
16. ¿Qué se describe como expresión de la opinión pública: los contenidos de los medios de comunicación, los resultados electorales, los símbolos, los rituales (celebraciones), las instituciones, la moda, los rumores, los chismes, las reacciones de las personas ante los comportamientos, los patrones verbales, otros?
17. ¿Cómo se contempla la relación entre el periodismo, los medios de comunicación de masas y la opinión pública?
a) ¿Se identifica la opinión publicada con la opinión pública o se las
puede distinguir claramente?
b) ¿Se considera que los medios de comunicación tienen una influencia poderosa o limitada en la formación de la opinión pública, o no se trata esta cuestión?
c) ¿Describe la obra otros factores que influyen en la opinión pública? ¿Cuáles?
18. ¿Trata la obra la influencia de la opinión pública sobre ciertos ámbitos como la ley, la religión, la economía, la ciencia, el arte o la estética (cultura pop)?
19. ¿Distingue la publicación entre la percepción de un individuo de la opinión y del miedo al aislamiento en su familia, en su círculo más amplio de amistades, conocidos, vecinos y compañeros de trabajo y, por último, en el público anónimo?
20. ¿Es posible sacar conclusiones respecto a las opiniones del autor sobre el fenómeno de la opinión pública o sobre el concepto de
«público» o del «ojo público» estudiando el Zeitgeist (espíritu de los
tiempos), las condiciones sociales y culturales o las circunstancias en las que vivió el autor?
21. ¿Qué ha echado en falta en este cuestionario? ¿En qué lugar de la publicación había afirmaciones explícitas o implícitas sobre la opinión pública o el término «público» que no haya podido incluir desde estas preguntas?
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